¿Cuándo fue tu última experiencia en una sala de espera? La mía fue hace un par de semanas en el consultorio del médico. El espacio era luminoso, cálido y confortable. Después de registrarse, uno podía leer una pila de revistas, ver un programa en la televisión de pantalla plana, navegar por las redes sociales, o simplemente mirar por la ventana para pasar el tiempo. Pero la espera era obligatoria. Nadie en la sala pudo evitarla, y el retraso fue seguramente más largo de lo que cualquiera de nosotros hubiera deseado. Hay algo en nosotros que quiere que la vida transcurra según lo previsto: nuestro horario.
A menudo, nuestra espera está ligada a una cita que hemos concertado. Hemos acordado ver a tal persona a una hora determinada. Pero si pasa la hora acordada, esperamos; y cuanto más esperamos, más nos agitamos.
¿Qué pasaría si supieras que tienes una especie de cita con la persona más poderosa del universo, pero no estuviera fijada en un calendario? ¿Y si te dijeran que vas a tener una audiencia con el Rey de Reyes, pero no te dieran ni fecha ni hora, sino solo la pista de que sería en algún momento antes de tu muerte? Justo eso es lo que le ocurrió a Simeón.
«Ahora bien, en Jerusalén había un hombre llamado Simeón, que era justo y devoto, y aguardaba con esperanza la consolación de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor» (Lucas 2:25-26).
¿Qué tal esa experiencia en la sala de espera? Imagínate despertar cada día preguntándote: ¿será hoy? Sin duda, la promesa revelada por el Espíritu Santo fue memorable y convincente. Pero seguro que hubo momentos en los que Simeón sintió el peso de esperar a Aquel que sería la única fuente de salvación para la humanidad. ¿Cómo hizo para perseverar a través de la agitación que supone conocer el final de la historia, pero tener que vivir en la incertidumbre del intermedio?
Solo puedo concluir que la devoción de Simeón estaba arraigada en la persona que le presentó el plan, más que en el plan en sí. Tal vez no se atrevía a opinar sobre el calendario o los detalles; tal vez era capaz de considerarlos de dominio exclusivo de la soberanía divina. Simeón estaba gozosamente satisfecho de ver cómo se desarrollaba todo ante sus ojos, confiado en que el que había prometido haría exactamente lo que había dicho, en el momento perfecto y para el bien de «todos los que con amor hayan esperado su venida» (2 Timoteo 4:8).
Qué regalo es poder ver en este tiempo la llegada de la salvación de Dios a través de los ojos de Simeón. Quiero esperar bien, como él, lleno de seguridad de que el Rey volverá tal como prometió. Él siempre llega a tiempo a sus citas. Y ese día, partiremos en paz y nos uniremos a una gran nube de testigos, cara a cara con nuestra salvación (Apocalipsis 22:1-5).
Monty Waldron está casado y tiene cuatro hijos. Fundó la iglesia Fellowship Bible Church en el año 2000.