Theology

Al hablar de Hamás, argumentar desde la postura de ‘ambas partes’ resultará siempre en un fracaso moral

Israelíes y palestinos son igualmente amados por Dios. Pero no hay ambigüedad moral sobre la maldad genocida de Hamás.

Familiares y amigos lloran la pérdida de un ser querido asesinado por Hamás en un festival.

Familiares y amigos lloran la pérdida de un ser querido asesinado por Hamás en un festival.

Christianity Today October 15, 2023
Amir Levy / Stringer / Getty

Este artículo ha sido adaptado del boletín de Russell Moore. Suscríbase aquí. [Enlaces en inglés].

En ocasiones, hay momentos de la historia que revelan en minutos lo que estuvo oculto durante décadas. Y a veces esos momentos de revelación llegan al oírse a uno mismo decir las palabras: «Sí, pero…» o «Pero, ¿qué hay de…?».

Sin embargo, la escena que ha seguido al atentado terrorista de Hamás contra Israel no es uno de esos momentos. En este caso, decir quién tiene la culpa —y quién no— no es ni fáctica ni moralmente difícil.

En este caso, hablar de «ambas partes» resulta una etiqueta imprecisa; algo similar a lo que sucede con los términos deconstrucción y evangelicalismo. Hay varios sentidos en los que apelar a ver «ambos lados» de la realidad es totalmente correcto. En primer lugar, ambas partes —todas las partes, de hecho— son seres humanos creados a imagen de Dios. Debemos preocuparnos por la vida y la muerte de israelíes y palestinos en Cisjordania, Gaza o cualquier otro lugar. Una vida israelí no tiene más valor a los ojos de Dios que una vida palestina, y viceversa.

«Ambas partes» también se usa acertadamente si nos referimos a quién resulta perjudicado por esta atrocidad, y la inevitable guerra que le seguirá. Hamás está matando y destruyendo el futuro tanto de israelíes como de palestinos, como escribió sabiamente la inimitable Mona Charen. Esa es una de las razones por las que no debemos pensar en esto como una guerra entre Israel y «los palestinos», sino, exactamente como Israel la definió, una guerra contra Hamás, en respuesta a un ataque despiadado y sin precedentes.

Hablar de «ambas partes» también es perfectamente apropiado cuando se trata de trabajar y esperar un futuro mejor tanto para los israelíes como para los palestinos. Eso excluye la aceptación irreflexiva de cualquier cosa que decida hacer el moderno Estado de Israel (¡Dios ciertamente no aceptó todo lo que hizo el Israel de la Biblia!). Excluye también corear la canción «From the River to the Sea» [Del río al mar] en Times Square en Nueva York, del mismo modo que excluye cualquier punto de vista o programa que suponga la erradicación total de Israel. Queremos que «ambas partes» (refiriéndonos aquí a israelíes y palestinos, no a Hamás) prosperen y coexistan.

Todo esto es muy diferente al tipo de lenguaje de «ambas partes» que se ha utilizado en algunas conversaciones sobre la moralidad del ataque de Hamás. Hamás atacó a civiles inocentes. Hamás masacró a jóvenes que bailaban en un festival de música. Hamás asesinó a ancianos, niños pequeños y bebés, al parecer de las formas más sádicas imaginables. No es necesaria ninguna «contextualización» para condenar esto: para reconocer a los israelíes (y a los palestinos inocentes) como víctimas, y a Hamás como el malhechor. Como dijo el presidente Biden: «Punto final».

He aquí una de las formas más rápidas de reconocer si has subcontratado tu conciencia a alguna ideología o secta. Si tu primera respuesta al ver una inmoralidad o injusticia obvia es alguna versión de: Bueno, obviamente eso es malo, y nadie lo apoya, pero ¿sabes lo que hicieron las víctimas?, entonces estás en un lugar moralmente peligroso. Así comienza la justificación del mal.

¿Cómo saber si ese eres tú?

No estoy muy de acuerdo con el filósofo John Rawls, pero una de las apropiaciones populares de su pensamiento puede ser útil en este caso.

El argumento del «velo de la ignorancia» pregunta qué tipo de orden político querrías construir si lo estuvieras planeando, completamente inconsciente de dónde terminarías situado en el sistema social. Si no supieras si serías extremadamente pobre o increíblemente rico, ¿qué tipo de red de seguridad social querrías? ¿Qué tipo de política fiscal?

Por supuesto, esto tiene sus límites. De hecho, no existimos como seres incorpóreos que planifican de antemano el mundo que van a habitar. Y nuestras imaginaciones van más allá de nuestra psique, por lo que son realmente capaces de engañarnos.

Por ejemplo, es fácil para mí decir hoy, en 2023, que yo me habría negado a luchar del lado de la Confederación si hubiera vivido en la época de mis antepasados. Pero no puedo saber cómo se habrían moldeado mi mente y mi conciencia si hubiera vivido en el Mississippi de 1861. Realmente espero que si hubiera vivido en la Alemania de los años 30, habría dado un paso al frente junto a Karl Barth, Dietrich Bonhoeffer y la Iglesia Confesante en contra del movimiento «cristiano alemán» moral y teológicamente degradado. Pero, ¿cómo puedo saber cómo me habría embrujado mi propio corazón si hubiera estado allí?

El ejercicio, por limitado que sea, puede ayudarnos a pensar si nuestras opciones pueden estar más condicionadas por supuestos culturales o ideologías políticas que por convicciones bíblicas y por la guía del Espíritu Santo. En una situación dada, trata de imaginar cómo reaccionarías si vieras que lo mismo está siendo hecho por (o en contra de) quien tú consideras «el otro bando». Toma una frase e intercambia los nombres implicados. ¿Responderías de forma diferente ante tal situación? ¿Por qué?

Una vez más, podemos engañarnos a nosotros mismos, pero al menos esto nos ayuda a detenernos, aunque solo sea por un momento, e interrogar nuestros propios motivos.

Vemos repetidamente en las Escrituras a los «profetas de la corte» que testificaban solo lo que el gobernante quería oír (1 Reyes 22:1-28), sin considerar las implicaciones morales. Y vemos lo que les ocurrió a los profetas que se rehusaron a hacer lo mismo, y que se aseguraron de que su «sí» fuera «sí» y su «no» fuera «no». Es posible, sin embargo, ser como estos profetas de la corte para nuestro propio corazón. Incluso podemos encontrarnos diciéndole a nuestra propia conciencia: «No vuelvas a profetizar en Betel, porque este es el santuario del rey; es el templo del reino» (Amós 7:13).

Se mire como se mire, no se puede justificar la matanza de civiles desarmados. No se puede justificar que se prenda fuego a cuerpos o que se decapite a bebés y niños pequeños. Hacerlo sería pasar por alto atrocidades morales evidentes para dar prioridad a una versión distorsionada del enfoque a fin de ver la postura de «ambas partes». Sería un fracaso moral.

Para aquellos de ustedes que son norteamericanos, no creo que muchos de nosotros hubiéramos respondido a los ataques del 11 de septiembre sugiriendo que nos pusiéramos del lado de Al Qaeda, o sugiriendo que «ambas partes» deberían haber pedido un alto al fuego. Y no muchos de nosotros habríamos respondido a lo sucedido en Pearl Harbor señalando que el Congreso de Estados Unidos realmente no debería haberlo provocado con la Ley de Préstamo y Arriendo.

Es verdad que hay muchas cuestiones moralmente ambiguas; por eso yo les daba a mis alumnos de ética estudios de casos en los que a veces ni siquiera yo sabía cuál era la respuesta «correcta». Incluso encontraremos situaciones en las que cristianos bíblicamente fundamentados y de la misma tradición teológica realmente no sabremos cuál es la decisión moralmente correcta. En esas situaciones, cuando tenemos bienes que compiten entre sí, es difícil ver cómo hacer lo correcto sin hacer también algo incorrecto.

Pero esta no es una de esas situaciones.

Hamás es una organización genocida malvada. Ellos y sus cómplices son los únicos responsables de sus actos. Sean cuales sean nuestras opiniones sobre la política en Oriente Medio, sean cuales sean nuestros pensamientos sobre estrategia militar, no tengamos miedo de decirlo. Y no olvidemos que la justicia y la misericordia de Dios vencen la maldad del hombre.

Russell Moore es editor jefe de Christianity Today, donde dirige el Proyecto de Teología Pública.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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