Church Life

Después de la calamidad, Dios se acerca

La profecía de Jeremías permite vislumbrar la promesa de Adviento.

Christianity Today November 30, 2024

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Lee Jeremías 31:31–34

El profeta Jeremías escribe desde un escenario social, político y espiritual estrecho y oscuro, como caído en un pozo, húmedo y pesado por el peso del lamento. Sus palabras, el mensaje de Dios, coinciden con el tono. Lee cualquier parte de la profecía de Jeremías y verás el tema principal: el fracaso del pueblo de Dios. No cumplieron su parte del pacto que Dios hizo con ellos, y el joven profeta anuncia la respuesta de Dios con una fuerza inquebrantable. Desde el principio, la primera visión de Jeremías establece lo que seguirá: «Desde el norte se derramará la calamidad sobre todos los habitantes de esta tierra» (Jeremías 1:14).

Al igual que Moisés antes que él, al principio Jeremías protesta ante la tarea que Dios lo llamó a hacer, argumentando que su edad lo descalificaba para el llamado (Jeremías 1:6). Según los relatos tradicionales, Jeremías escuchó el llamado de Dios hacia el año 627 a. C., por lo que tenía unos 20 años al comienzo del libro, y pasó 40 años advirtiendo continuamente de una calamidad procedente del norte.

Al igual que en la época de los jueces, el pueblo de Dios se encuentra de nuevo atrapado en un círculo vicioso en el que quebrantan sus compromisos con Dios y buscan vindicación y consuelo en cualquier lugar. Jeremías advierte acerca de la ira de Dios y profetiza cómo responderá Dios a la infidelidad del pueblo.

La calamidad llega en el año 587 a. C., cuando Babilonia destruye Jerusalén, trayendo destrucción repentina a lo que había estado erosionándose durante siglos. Como el diluvio, la destrucción que había sido profetizada arrasa la morada de Dios en la tierra de Israel y deshace lo creado.

Podemos suponer que para una persona como Jeremías, un israelita de la tribu de Benjamín, eran tiempos más terribles que los que vemos en la época de Jueces. Esos tiempos habían ocurrido antes de David, antes del templo. Pero con la destrucción de Jerusalén, el reino de David fue arrasado por los babilonios. Y Jeremías se encontraba en medio de todo ello.

Jeremías recibe un mensaje de Dios que le dice que no debe casarse ni tener hijos. En este momento de la historia y dentro de esta cultura israelita, no se encuentra ninguna categoría para un hombre soltero y sin hijos. Un erudito del Antiguo Testamento, Joel R. Soza, sugiere incluso que el concepto de soltero es tan incomprensible que no existe ninguna palabra en hebreo para describirlo. La idea es que Jeremías no solo lleva noticias de la tragedia de Israel, no solo se encuentra en medio de esa situación, sino que encarna la soledad de todo ello. Lo que tenía un gran potencial, ahora es estéril.

Jeremías 31 es una lectura habitual en la temporada navideña. La familiaridad del pasaje puede hacer que pasemos por alto la fuerza de sus palabras, y que este mensaje que anuncia una nueva esperanza pase por labios agrietados. A veces, los que estamos de este lado de la historia nos limitamos a asentir con respecto a partes de las historias antiguas, pero haríamos mejor en detenernos y examinarlas. Eso forma parte del periodo de espera; eso es parte del Adviento.

Este es el profeta que habita en una tierra llena de infidelidad, que proclama las palabras de juicio más duras de parte de Dios, que las siente y que las soporta el tiempo necesario para decir este mensaje:

«Vienen días», afirma el Señor,
«en que haré un nuevo pacto
con Israel y con Judá» (Jeremías 31:31).

Jeremías le dice a un pueblo abrumado que un día Dios volverá a acercarse. Y esta vez, su ley estará escrita en los corazones, y Él será conocido más allá de toda instrucción. Perdonará y establecerá un nuevo pacto: uno que no depende de las acciones o inacciones de los hombres, uno que iniciará el retorno de la paz y la prosperidad, uno que iniciará el retorno al Edén. Y aunque todavía es tenue, ilumina.

Aaron Cline Hanbury es escritor y editor.

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