Las bancas vacías en las iglesias representan una crisis de salud pública en Estados Unidos

Los estadounidenses están abandonando la iglesia. Nuestras mentes y cuerpos pagarán el precio.

Christianity Today October 31, 2021
Illustration by Ryan Johnson

El reverendo William Glass es un sacerdote y teólogo anglicano, habla cinco idiomas con fluidez y posee un currículum impresionante en mercadotecnia. Sin embargo, su historia no es una de privilegios. Para Glass, la iglesia le salvó la vida.

Glass creció en una situación desesperada en un barrio muy pobre de Florida. Su familia iba a la iglesia quizás una vez al año, pero su trasfondo religioso era, en sus propias palabras, «alcohólico sureño». Su padre estaba ausente la mayor parte del tiempo, y cuando no, era abusivo. Cuando Glass era pequeño no tenía amigos cercanos, y cuando asistía a la escuela, era un tormento. Durante la pubertad comenzó a aliviar su estrés con drogas y alcohol.

Un día Glass fue de visita a una reunión de jóvenes presbiterianos para «impresionar a una chica». No cambió todo de la noche a la mañana: siguió teniendo una vida difícil, incluido una breve temporada en la que no tenía donde vivir. Pero Glass también tenía amigos en varias iglesias que lo cuidaron durante sus tiempos de crisis, lo ayudaron a mantenerse conectado y le mostraron otra forma de vivir.

Desde la perspectiva de Glass, la iglesia le ofreció «capital social y relacional», que escaseaba en las comunidades fragmentadas a las que pertenecía. «Los lazos que formé en la iglesia», dice, «para mí significaron que, cuando las cosas empeoraban, había algo más que hacer además de la próxima mala situación».

El caso de Glass puede ser dramático, pero ilustra un patrón documentado en nuestra sociedad: las personas mejoran su vida social y personal, y a veces incluso literalmente salvan sus vidas, cuando van a la iglesia con frecuencia.

En el 2019, Gallup informó [todos los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés] que solo el 36 por ciento de los estadounidenses ven la religión organizada con «mucha confianza», en comparación con el 68 por ciento reportado en 1975. Los autores del estudio especulan que esta tendencia ha sido causada, en parte, por las fallas morales y los crímenes altamente publicitados de diversas instituciones y líderes religiosos.

Esta disminución de la confianza en las iglesias ha estado acompañada de importantes bajas, tanto en las cifras de membresía, como en las de la asistencia a la iglesia. El grupo Barna descubrió que hace 10 años, en el 2011, el 43 por ciento de los estadounidenses dijeron que iban a la iglesia todas las semanas. Para febrero del 2020, eso había caído 14 puntos porcentuales al 29 por ciento.

Sin embargo, cuando los estadounidenses describen las razones por las que rara vez o nunca asisten a la iglesia, los escándalos no aparecen entre las principales causas. En cambio, las personas que se consideran cristianos tienen más probabilidades de decir que practican su fe de otras formas (44 por ciento) o que hay algo que no les gusta en los servicios grupales (38 por ciento).

Ya sea que haya indignación o no, la experiencia más común de los cristianos que no van a la iglesia parece ser menos una elección deliberada y más una sustitución de hábitos. Dicho de otra manera, una gran parte de los cristianos están optando por hacerlo solos, trasladando su fe a lugares tan privados que ni siquiera la iglesia puede ingresar.

Obviamente, esta tendencia reduce la asistencia y la membresía en las iglesias. Pero menos obvio hasta hace poco es el hecho de que también está perjudicando el bienestar de quienes han dejado de asistir. Un considerable grupo de investigaciones desarrolladas durante las últimas dos décadas sugiere que la historia de Glass es un poderoso ejemplo de una realidad más amplia: la participación religiosa promueve fuertemente la salud y el bienestar.

Esto significa que el creciente descontento de los estadounidenses con la religión organizada no es solo una mala noticia para las iglesias: también representa una crisis de salud pública, una que se ha ignorado en gran medida, pero cuyos efectos probablemente aumentarán en los próximos años.

Por supuesto, el objetivo del evangelio no es bajar la presión arterial, sino conocer y amar a Dios de la misma forma en que Él nos conoce y nos ama. Tenemos que distinguir entre el florecimiento imperfecto que es posible en esta vida, y la felicidad y alegría perfectas que se completarán en la vida venidera.

Es difícil encontrar grandes conjuntos de datos para estudiar la vida en el cielo, pero sí podemos estudiar la versión imperfecta de la felicidad que tenemos aquí en la tierra: los aspectos de la salud, el bienestar y la integridad que pertenecen a esta vida, y las formas en que las comunidades religiosas contribuyen a ellos. Y estos también son valiosos para Dios.

Entonces, ¿cuáles son los beneficios para la salud pública de asistir a la iglesia? Considere cómo parece afectar a los profesionales de la salud. Algunas de mis investigaciones (Tyler) examinaron sus comportamientos a lo largo de más de una década y media utilizando datos del Estudio de salud de las enfermeras, que estudió y dio seguimiento a más de 70 000 participantes.

Los trabajadores de servicios médicos que dijeron que asistían a servicios religiosos con frecuencia (dada la composición religiosa de Estados Unidos, estos eran principalmente en iglesias cristianas de una u otra denominación) tenían un 29 por ciento menos probabilidades de caer en depresión, alrededor de un 50 por ciento menos probabilidades de divorciarse y cinco veces menos probabilidades de suicidarse que los que nunca asistieron.

Y, quizás el hallazgo más sorprendente de todos, los profesionales de la salud que asistían a los servicios religiosos semanalmente tenían un 33 por ciento menos probabilidades de morir durante un período de seguimiento de 16 años que las personas que nunca asistieron. Estos efectos son de una magnitud lo suficientemente grande como para marcar una diferencia práctica y no solo una diferencia estadística.

Una crianza religiosa también afecta profundamente la salud y el bienestar de por vida. Descubrimos que la asistencia regular a los servicios religiosos ayuda a proteger a los niños de los «tres grandes» peligros de la adolescencia: la depresión, el abuso de sustancias y la actividad sexual prematura. Las personas que asistieron a la iglesia cuando eran niños también tienen más probabilidades de crecer felices, de perdonar, de tener un sentido de misión y propósito, y de ofrecer servicios voluntarios.

Uno de mis estudios más recientes (Tyler) sobre profesionales de la salud indica que los asistentes a servicios religiosos tuvieron muchas menos «muertes por desesperanza» (muertes por suicidio, sobredosis de drogas o alcohol) que las personas que nunca asistieron a dichos servicios, lo que redujo esas muertes 68 por ciento para las mujeres y 33 por ciento para los hombres en el estudio.

Nuestros hallazgos no son únicos. Varios estudios de investigación bien diseñados y de gran alcance han encontrado que la asistencia a los servicios religiosos está asociada con una mayor longevidad, menos depresión, menos suicidios, menos tabaquismo, menos abuso de sustancias, índices más altos de supervivencia al cáncer y enfermedades cardiovasculares, menos divorcios, mayor apoyo social, mayor significado en la vida, mayor satisfacción con la vida, más voluntariado y mayor compromiso cívico.

Los hallazgos son extensos y crecientes. Importantes estudios recientes han sido dirigidos por médicos y científicos sociales como Harold Koenig, Byron Johnson, Ellen Idler, David Williams, Robert Putnam, David Campbell y W. Bradford Wilcox, junto con nuestro equipo de investigadores del Programa de Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard.

Si bien algunos de los primeros estudios sobre este tema fueron metodológicamente débiles, el estudio y la investigación se han vuelto cada vez más fuertes, y muchos de estos hallazgos ahora se consideran sólidamente establecidos. La asistencia a los servicios religiosos mejora enormemente la salud y el bienestar.

Todas las religiones son complejas y consisten en creencias doctrinales, devociones personales y varios tipos de observancia comunitaria. ¿Los aspectos particulares de la práctica religiosa afectan estos resultados de salud con más fuerza que otros?

Nuestra investigación sugiere que la asistencia a los servicios religiosos específicamente, más que las prácticas privadas e individuales, o la religiosidad o espiritualidad autoevaluada, predice con mayor fuerza la salud. La identidad religiosa y la espiritualidad privada pueden, por supuesto, seguir siendo muy importantes y significativas dentro del contexto de la vida religiosa, pero sus efectos sobre la salud y el bienestar no parecen ser tan fuertes como los de las reuniones regulares con otros creyentes.

La observancia religiosa parece disminuir la depresión y aumentar la satisfacción con la vida, particularmente al ampliar las redes de apoyo social de los participantes, así como al promover el optimismo, la esperanza y un sentido de significado en la vida.

Solo alrededor de una cuarta parte del efecto sobre el índice de esperanza de vida por parte de la asistencia a los servicios religiosos parece provenir directamente de un mayor apoyo social; parte del efecto parece depender de la forma en que la observancia religiosa disminuye la depresión y el tabaquismo, mientras que aumenta el optimismo, la esperanza y el sentido de propósito.

La razón de que los suicidios entre los asistentes a los servicios religiosos se reduzca a solo una quinta parte no está completamente clara, pero puede tener que ver con una combinación de varios factores protectores, incluyendo las enseñanzas de las iglesias sobre el suicidio, así como el apoyo social que se encuentra en la comunidad, y el menor riesgo de depresión y alcoholismo.

Una combinación similar de apoyo y enseñanzas que desalientan el divorcio y la infidelidad conyugal, y que fomentan el amor y el servicio mutuo, probablemente también ayuden a explicar las tasas de divorcio más bajas entre quienes asisten a servicios religiosos. Sin embargo, esos resultados positivos para el matrimonio probablemente también dependan de los muchos programas dentro de las comunidades religiosas que apoyan a las familias y los matrimonios, así como de mayores niveles de satisfacción con la vida y menor depresión en los practicantes religiosos dentro de la vida matrimonial.

Otro vínculo importante entre el culto religioso y la salud y el bienestar puede ser el perdón. Muchas religiones conectan el perdón de los pecados humanos por parte de Dios con nuestro perdón mutuo. Los judíos religiosos buscan el perdón de Dios en el Día de la Expiación (Yom Kippur), pero solo después de haber buscado el perdón de los demás el día anterior (Erev Yom Kippur). Para los cristianos, perdonar es una parte innegociable de practicar su fe. Muchos cristianos oran a Dios diariamente: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6:12, NVI), pero incluso sin esta oración, la enseñanza bíblica es que los cristianos deben perdonar (Mateo 6:15).

Los experimentos para ayudar a las personas a ser más indulgentes (así como una revisión de la literatura que clasificó los hallazgos de muchos estudios) indican que el perdón está relacionado con menos depresión y una mayor esperanza. El perdón parece lograr estos efectos al promover un mayor control sobre las emociones de uno y al ofrecer una alternativa para reprimir el enojo, o para evitar pensar en aquello que lo provocó una y otra vez sin cesar.

En resumen, hay varias formas en las que la asistencia a los servicios religiosos puede influir positivamente en el bienestar físico y mental de una persona, incluida la provisión de una red de apoyo social, la oferta de una guía moral clara y la creación de relaciones de rendición de cuentas que refuercen el comportamiento positivo.

Si estuviera tratando de mapear los factores que afectan el bienestar de los feligreses, se vería más como una red que como un diagrama de flujo. Las vías causales en cada uno de estos casos son numerosas, se superponen y probablemente se refuerzan mutuamente. En las iglesias, cada factor que causa bienestar se ve reforzado por la combinación con otros factores.

Como era de esperar, cada una de estas causas (apoyo social, guía moral y responsabilidad) se señala como un papel de la iglesia en el Nuevo Testamento.

Por ejemplo, en el Evangelio de Mateo, Jesús prescribe un sistema de responsabilidad creciente para sus seguidores, el tipo de estrategia que puede ayudar a las personas a vivir bien entre sí (18:15-16). Los cristianos como comunidad están llamados a ayudarse unos a otros a arrepentirse, cambiar y reconciliarse.

La carta a los Hebreos destaca la importancia de la enseñanza de la iglesia, particularmente cuando se vive con otros: «Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca» (10:24–25, NBLA).

Esta dieta regular de aliento y exhortación podría explicar algunos de los efectos de la asistencia a los servicios religiosos en el apoyo social, menor número de divorcios, un mayor significado y propósito en la vida, una mayor satisfacción con la vida, más donaciones caritativas, más voluntariado y un mayor compromiso cívico.

Sin embargo, muchos cristianos experimentan la asistencia a la iglesia no como una participación en un club de rotarios particularmente atractivo, sino como un encuentro con Dios hecho carne. Tanto en la Biblia como en la iglesia, vemos el poder de Dios junto con las fuerzas que podemos estudiar.

La metáfora del apóstol Pablo de la iglesia como un cuerpo también puede ayudarnos a comprender parte del poder de la vida religiosa comunitaria. En su primera carta a los Corintios, Pablo escribe: «De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo…. El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”. Ni puede la cabeza decirles a los pies: “No los necesito” …Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo» (1 Corintios 12:12, 21 y 27, NVI).

A través de sus diversos dones y la ayuda que se brindan entre sí, los miembros de las iglesias reciben apoyo en la fe religiosa y el crecimiento espiritual, pero también en asuntos más mundanos, desde la atención durante la enfermedad hasta la ayuda para encontrar trabajo después de un despido.

Sin embargo, el uso que hace Pablo de las imágenes corporales no es meramente una metáfora, sino una afirmación sobre la intensidad y la realidad de la presencia de Cristo en y a través de la iglesia. En el Libro de los Hechos, las experiencias de la iglesia incluso parecen contar como propias de Cristo: cuando Jesús confronta al todavía incrédulo Saulo en el camino a Damasco acerca de sus ataques a la iglesia, él pregunta: «¿Por qué me persigues?» (Hechos 9:4).

El pensamiento de la iglesia como el cuerpo de Cristo coloca un «pabellón sagrado» (para tomar prestada una expresión del sociólogo Peter Berger) sobre todos los aspectos de la vida comunitaria cristiana. En este contexto, los mandatos morales no son solo buenos consejos, sino que resuenan con el fuego y el trueno del Sinaí, mientras que el servicio a los pobres y presos no es simplemente una buena acción, sino un ministerio que Cristo acepta como si se hiciera por Él (Mateo 25:37-40). No es de extrañar que la participación en una comunidad así tenga efectos transformadores en muchos aspectos de la vida.

No hace falta decir que las personas no suelen volverse religiosas para añadir años a sus vidas. No son las tablas actuariales las que generan conversiones: es el testimonio de los santos, incluidos los ordinarios; la belleza de una cantata de Bach o un himno de Wesley, o incluso un éxito de radio; y experiencias diarias de amor, bondad y perdón (sin mencionar la obra del Espíritu Santo).

No obstante, está claro que la religión tiene importantes implicaciones para la salud pública.

Como demuestra la historia de William Glass, las comunidades religiosas proporcionan una sólida red de seguridad social que otras instituciones no pueden reemplazar fácilmente. Esto tiene implicaciones importantes, no solo para las propias comunidades religiosas, sino también para el asesoramiento y la atención médica, para las políticas públicas y para las personas y las familias.

En primer lugar, todos los creyentes deben alegrarse de saber que la asistencia a los servicios religiosos, en particular, afecta fuertemente la salud y el bienestar, y es natural que quieran difundir el mensaje.

Pero no se debe dejar solo a los feligreses y ministros la responsabilidad de promover la asistencia a estos servicios. Por ejemplo, podríamos preguntarnos si los médicos les deberían preguntar a sus pacientes creyentes sobre la asistencia a servicios religiosos comunitarios cuando preguntan sobre otros comportamientos.

Los resultados de la investigación sobre religión y salud no implican que los médicos deban «prescribir» universalmente la asistencia a los servicios religiosos. Comprensiblemente, los agnósticos serían reacios a recitar el Credo de los Apóstoles, incluso si pensaran que podría ayudarlos a contrarrestar la depresión. También se debe tener la debida precaución con aquellos con experiencias negativas previas, o que incluso han experimentado abuso en comunidades religiosas, pero algunas breves preguntas sobre la historia espiritual pueden ayudar a guiar a los profesionales.

Para la mayoría de los cristianos cuya fe les dice que se reúnan con otros, escuchar a un médico preguntar si han estado asistiendo a los servicios puede animarlos de una manera que su pastor o un miembro de la familia no pueden.

Más allá del nivel personal, nuestras políticas públicas también deben asegurar que las instituciones que brindan tales beneficios puedan seguir haciéndolo.

Ahorrar dinero al gobierno no es la razón principal por la que las instituciones pueden obtener exenciones fiscales. Aun así, vale la pena tomar en cuenta el considerable impulso de salud y bienestar que nuestra nación recibe de los servicios de la iglesia cada vez que reevaluamos el estado de exención de impuestos de las iglesias.

La participación religiosa no es simplemente una cuestión de libertades civiles, sino también un importante problema de salud pública. Como tal, debería ocupar un lugar más destacado en las discusiones de política pública sobre el suicidio y otras tendencias sociales preocupantes, como el aumento de la depresión entre los adolescentes o la disminución en las tasas de matrimonio.

Cuando los estadounidenses intentamos resolver los problemas sociales, todos, (no solo los cristianos), debemos recordar el papel que desempeña la religión en la vida de las personas. Por ejemplo, con la preocupación por el aumento de las tasas de suicidio en los Estados Unidos, muchos investigadores y comentaristas se han centrado en factores importantes como la prescripción excesiva de opioides o la disminución de los trabajos de manufactura.

Nuestra propia investigación indica que la disminución de la asistencia a los servicios religiosos es causante aproximadamente del 40 por ciento del aumento de las tasas de suicidio en los últimos 15 años. Si se hubiera podido evitar la disminución de la asistencia a dichos servicios, ¿cuántas vidas se podrían haber salvado?

Los beneficios para la salud pública de la participación religiosa subrayan la importancia de promover y proteger las instituciones y la libertad religiosas. También sugieren la necesidad de cambios significativos en la forma en que se retratan las contribuciones de las instituciones religiosas en los medios de comunicación, la academia y demás.

Por supuesto, mucho ha cambiado a causa de la pandemia de COVID-19. Muchas comunidades religiosas han tenido que cambiar la forma de reunirse en persona durante un tiempo para evitar la propagación de la infección. Muchos han encontrado formas de compensar, al menos parcialmente, esta pérdida, pasando a servicios virtuales y transmisiones por Internet, estableciendo grupos de discusión en línea o estudios bíblicos, o alentando una mayor devoción, oración y ritual personal y familiar. Algunos incluso han establecido la oración y la confesión en un sistema drive- thru.

Cada uno de estos es ciertamente mejor que ninguna participación religiosa. Sin embargo, es probable que ninguno sea un reemplazo perfecto para las reuniones en persona y la convivencia en comunidad.

Una encuesta reciente del grupo Barna. Encontró que alrededor de un tercio de los «cristianos practicantes» dejaron de unirse a la adoración colectiva durante la pandemia, y este grupo informó niveles más altos de ansiedad y depresión que aquellos que todavía adoraban de alguna manera.

Cuando haya pasado la pandemia actual, será importante restablecer las reuniones y los servicios cara a cara, en lugar de depender por completo de alternativas remotas. Además, necesitamos una perspectiva sobre los costos reales para la salud pública de las medidas para mitigar la pandemia. Existe un costo real para las disminuciones temporales en la asistencia al servicio, lo que podría conducir a cambios permanentes en los hábitos de adoración.

Aquí existe un peligro que los líderes religiosos deben considerar. Un gran número de iglesias en todo el mundo proclaman un «evangelio de la prosperidad», diciendo que Jesús les dará a sus seguidores salud y riqueza si solo tienen suficiente fe, y si hacen suficientes «inversiones» a través de donaciones, para reclamar dichas bendiciones.

No hay razón para pensar que Dios actuará de esta manera, ni en la Biblia, ni en los hallazgos de nuestra investigación. Por un lado, muchos de los resultados positivos promovidos que son verdaderamente promovidos por la observancia religiosa no son caminos fáciles hacia la prosperidad, sino formas de cultivar un espíritu de esperanza, perdón y disciplina frente a los muchos desafíos de la vida. La conversión de Glass le dio nuevos recursos para hacer frente a sus pruebas y problemas, pero no le dio el boleto ganador de la lotería.

Además, no está claro hasta qué punto unirse a una comunidad religiosa realmente mejora la salud y el bienestar de las personas que se unen con el único objetivo de promover su salud y bienestar, pero hay razones para sospechar que los beneficios no serán tan sorprendentes.

Considere una analogía: el matrimonio beneficia a los cónyuges de muchas maneras, pero lo hace con más fuerza cuando los cónyuges se aman y disfrutan el uno al otro por su propio bien. Lo mismo ocurre, quizás, con la religión: como C. S. Lewis sabiamente observó: «Apunta al cielo y tendrás la tierra por añadidura; apunta a la tierra y no tendrás ninguna de las dos cosas».

Finalmente, esta investigación tiene implicaciones a un nivel más individual. Para aproximadamente la mitad de todos los estadounidenses que creen en Dios, pero que no asisten regularmente a servicios religiosos, la relación aquí presentada entre la asistencia a dichos servicios y la salud puede constituir una invitación a que vuelvan a la vida religiosa comunitaria.

Algo sobre la experiencia religiosa comunitaria parece ser importante. Allí ocurre algo poderoso, algo que mejora la salud y el bienestar; y es algo muy diferente a lo que viene de la espiritualidad solitaria.

Esta investigación debería desafiar al creciente número de estadounidenses que se identifican a sí mismos como «espirituales, pero no religiosos», o que albergan dudas sobre la religión organizada, a considerar si sus propios viajes espirituales podrían emprenderse mejor en una comunidad de personas con ideas afines y bajo la disciplina de una tradición ensayada de creencias y prácticas.

Nuestra investigación sugiere que aquellos que descuidan reunirse (Hebreos 10:25) probablemente pierdan algo de una experiencia religiosa que es poderosa, tanto para la salud como para muchas otras cosas. Los datos son claros: ir a la iglesia sigue siendo fundamental para el verdadero florecimiento humano.

Tyler J. VanderWeele ocupa la cátedra John L. Loeb y Frances Lehman Loeb en Epidemiología en la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard y director del Programa para el Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard.

Brendan Case es el director asociado de investigación del Programa para el Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard y autor de The Accountable Animal: Justice, Justification, and Judgment (T&T Clark).

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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