¡Ven, Señor Jesús!

Una lectura de Adviento para el 3 de diciembre.

Christianity Today December 3, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 22:12-20

La Biblia termina con la oración: «Ven, Señor Jesús». Es una oración que se repite en muchos de nuestros himnos de Adviento, como «Oh ven, oh ven, Emmanuel» y «Ven, Jesús muy esperado».

Los cristianos han elevado esta oración desde los primeros tiempos; es la oración cristiana más antigua que conocemos (sin contar el Padre nuestro). Sabemos esto porque Pablo cita la versión original en arameo, Maranata, que significa «¡Señor nuestro, ven!» (1 Corintios 16:22). Para que Pablo esperara que sus lectores de habla griega en Corinto reconocieran esta frase en arameo, debe haber tenido un lugar clave en la adoración cristiana primitiva.

En Apocalipsis 22:20, es una respuesta a la promesa de Jesús de que vendrá. En el versículo 12, y luego otra vez en el versículo 20, Jesús mismo dice: «Vengo pronto». Esta promesa recorre todo el libro de Apocalipsis (véase 2:5, 16; 3:11; 16:15; 22:7,12,20), prometiendo juicio para unos y bendición para otros, hasta que por fin evoca una respuesta: «¡Ven!».

Oímos esa respuesta por primera vez en el versículo 17. Es la oración del «Espíritu y de la novia». Por «el Espíritu», probablemente se quiere decir que es el Espíritu que habla a través de los profetas cristianos en la adoración. La novia es la Iglesia que se une a esta oración del Espíritu.

Podemos imaginarnos a la novia esperando la llegada del Esposo. Está adornada y preparada para él (véase 19:7-8). La novia no es la Iglesia como tal, sino la Iglesia como debe ser, expectante y preparada para la venida del Señor. Es la Iglesia que ora: «¡Ven, Señor Jesús!».

Debemos imaginarnos el Libro de Apocalipsis siendo leído en voz alta en el tiempo de adoración cristiana. Cuando el lector lee la siguiente frase: «Y el que oye diga: “Ven”» (22:17, NBLA), toda la congregación se uniría a la oración, gritando: «¡Ven, Señor Jesús!». Su sincera oración los identifica como la esposa del Cordero.

Pero en la segunda mitad del versículo 17, el uso de la palabra «ven» cambia. Ahora son los oyentes, «todo el que tiene sed», los que son invitados a venir y recibir de Dios «el agua de la vida». El agua de vida pertenece a la nueva creación (21:6) y a la Nueva Jerusalén (22:1). Pero está disponible ahora mismo en el presente para los que esperan la venida de Jesús.

Es como si ya viniera a nosotros, adelantándose a su venida final, y nos diera un anticipo de la nueva creación. Porque eso es la salvación. Lo esperamos porque ya lo hemos conocido.

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Reflexione sobre Apocalipsis 22:12-20.

¿Qué significa orar «Ven, Señor Jesús»? ¿Cómo le desafía o cambia esta oración? Únase a los cristianos de todo el mundo y de todos los siglos al elevar hoy esta antigua oración.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Ideas

La iglesia necesita reforma, no deconstrucción

Columnist

Una breve guía sobre el movimiento exevangélico

Christianity Today December 3, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source Images: Patrick Wittke / Unsplash / Envato

Deconstrucción es una palabra de moda en estos días. El término exevangélico ha surgido como un marcador de identidad y como un movimiento activista [enlace en inglés]. Las historias de fe de las personas, así como las historias de su «pérdida de la fe», a menudo son emotivas y vulnerables. Nacen de su vida y de sus experiencias, y los cristianos que luchan con la fe necesitan amor y un oído atento, no meros argumentos.

Con todo, como iglesia tenemos la responsabilidad de incluir conversaciones culturales serias y más amplias en torno a la deconstrucción. Jesús es la verdad que nos libera. Hacer preguntas difíciles sobre la fe es normal; es una parte necesaria de la madurez cristiana. Pero existen formas mejores y peores de evaluar críticamente las expresiones que afirman tener la verdad. Tome en cuenta lo siguiente como pautas útiles:

Primero, distinga entre deconstrucción y reforma. La iglesia es una institución creada por Cristo, pero también es una institución pecaminosa. Siempre necesita reformas. Si la frustración de una persona con la iglesia surge de la visión bíblica de la comunidad, no es deconstrucción. Es un llamado a la iglesia a volver al Evangelio.

Siempre ha habido reformadores en la iglesia, pero nunca antes los llamamos deconstructores. No se trata de mera semántica. Llamar a reformar algo (en lugar de simplemente destruirlo) es reconocer implícitamente la integridad de su diseño original.

Por ejemplo, a menudo me desalienta la misoginia que veo en la iglesia. Pero también reconozco que la noción de dignidad intrínseca de la mujer me la da la iglesia misma. Comparada con el mundo pagano que la rodeaba, la iglesia primitiva elevó el estatus de la mujer. La idea de la igualdad humana innata surge de lo mejor del pensamiento cristiano. No podemos deconstruir la iglesia basándonos en su misma lógica, creencias y tradición.

En segundo lugar, evite poner en el centro a voces blancas occidentales inadvertidamente. A menudo, cuando los cristianos blancos deconstruyen su fe por el racismo y la injusticia en la iglesia, no aprenden de, ni se unen a, las iglesias negras, latinas o de inmigrantes. Necesitamos escuchar más a los creyentes evangélicos de color que han mantenido un compromiso tanto con la ortodoxia como con la justicia.

En tercer lugar, aléjese de los trucos o la manipulación. Josh Harris, quien escribió el popular libro I Kissed Dating Goodbye (Publicado en español como Le dije adiós a las citas amorosas), recibió hace poco burlas de todo el espectro teológico por su curso de 275 dólares sobre deconstrucción, que finalmente canceló. Pero el fenómeno no se limita a él. Hace un mes, recibí en Facebook publicidad acerca de un coach de deconstrucción. Ahora existe una industria dedicada a monetizar la deconstrucción.

Partes del movimiento exevangélico abandonan las afirmaciones doctrinales del evangelicalismo, pero se quedan con la inclinación a todo lo novedoso y a los trucos publicitarios endémicos en este. Pero la superficialidad consumista del evangelicalismo contemporáneo necesita ser deconstruida, desarmada y subvertida, no duplicada.

Por último, únase a los «hombres de acero», es decir, las versiones más fuertes de un argumento, y no a los «hombres de paja». Muchos de los que deconstruyen el cristianismo con mayor estridencia desechan una versión «ligera» del fundamentalismo estadounidense, y la confunden con toda la tradición. Pero mucho de lo que nos molesta de ciertos aspectos de la comunidad evangélica (por ejemplo, el antiintelectualismo, la falta de compasión o preocupación por la justicia, su enredo con el conservadurismo político y las sospechas del misterio) está en gran parte ausente en, digamos, el pensamiento patrístico cristiano.

Nunca ha habido un momento puro y perfecto en la iglesia. Sin embargo, si nos fijamos en el amplio espectro de la fe cristiana representada por el pensamiento católico, ortodoxo y protestante, vemos una tradición compartida, que ofrece una profunda esperanza en nuestro momento particular.

Si una persona llega al punto de no creer verdaderamente en las afirmaciones del cristianismo, hay honestidad e integridad en dejar la fe por completo, en lugar de buscar remodelarla para adaptarla a las preferencias propias. Respeto eso. Pero es importante evaluar críticamente la fe real, no una versión truncada de ella.

Lo que necesita una iglesia pecadora no es una deconstrucción sino una construcción profunda. Tenemos que abandonar la crítica superficial para construir una visión más fiel de la comunidad de Jesús. Pero no podemos hacerlo sin aferrarnos al depósito de fe que hemos recibido de la iglesia histórica y global. No podemos hacerlo sin la verdad de las Escrituras. Y no podemos hacerlo sin el Espíritu Santo.

Traducción por Iván Balarezo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Mi papá me enseñó a amar al exevangélico

Lo que parece rebelión a menudo suele ser dolor y desesperación.

Christianity Today December 2, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Zayne Grantham Design / Lightstock

Mi padre murió en octubre del año pasado. Su primer aniversario luctuoso fue aún más doloroso que el mismo día de su muerte. Supongo que es porque, cuando sucedió, me sumergí de inmediato en diversas actividades (la redacción de un obituario, la preparación de un elogio y todo lo que conlleva un funeral). Un año después, ninguna de esas cosas estuvieron presentes: simplemente el hecho de que se había ido. Con toda la reflexión que he llevado a cabo durante el tiempo que ha pasado desde su partida, me he dado cuenta de una cosa de la que nunca me había percatado antes: mi padre me enseñó a amar a los exevangélicos.

«Exevangélico» es el término general para referirse a las personas que se han alejado desilusionadas y, en ocasiones incluso traumatizadas, del cristianismo evangélico estadounidense. La palabra es realmente resbaladiza porque puede incluir a todos: desde los feligreses ortodoxos comprometidos que simplemente ya no usan la palabra evangélico a causa de todas las tonterías que han visto suceder bajo ese nombre, hasta aquellos que realmente se han apartado de la fe por completo.

Uno de los días más difíciles de mi vida fue cuando, a la edad de 21 años, tuve que decirle a mi padre que pensaba que Dios me estaba llamando al ministerio cristiano. Supongo que se sintió cómo se sentiría decirles a los padres de uno que uno ha sido arrestado o que uno ha decidido ejercitar sus dones en la cocina de metanfetaminas. Lo sentí de esa forma porque sabía que mi padre no lo aprobaría.

A diferencia de algunas personas que he conocido, no fue porque mi padre estuviera en contra de la iglesia o la religión; él no lo estaba. Y no fue porque me estuviera presionando de alguna manera para que «tuviera éxito» de tal manera que consiguiera ganar mucho dinero. Él nunca hizo eso. Cuando finalmente me armé de valor para contárselo a mi padre (creo que la noche anterior a que lo anunciara en mi iglesia), respondió mejor de lo que pensé. Dijo: «Desearía que no lo hicieras; no quiero verte herido».

Mi papá era hijo de un pastor.

Con los años, la región de los Estados Unidos comúnmente conocida como «El cinturón de la Biblia» se convirtió en una fuente de consternación y crisis espiritual; pero no sucedió lo mismo con la iglesia. Para mí, mi iglesia significaba un hogar, un sentido de pertenencia y aceptación. Si en algún momento huelo algo similar al olor del vestíbulo de mi iglesia o al salón de una escuela dominical, o esas galletas de la escuela bíblica de vacaciones, inmediatamente me calmo. Cada vez que los escucho, los himnos que cantamos juntos semana tras semana, tras semana, traen a mi mente cualquiera que sea la palabra para llamar algo opuesto al trauma. Pero yo no había crecido en una casa propiedad de la iglesia: mi padre sí.

Su padre fue su héroe. Aunque mi abuelo murió cuando yo tenía cinco años, siempre crecí en torno a su reputación. Había sido pastor de mi iglesia local; la mayoría de las personas que me enseñaron en la escuela dominical o que dirigieron mi grupo de jóvenes o que cantaron en nuestro coro habían sido guiadas a Cristo por él o bautizadas por él o casadas por él. Todos lo veneraban, y ninguno de ellos más que mi padre. Sin embargo, él era el subtexto de la conflictiva relación de mi padre con la iglesia.

Esa noche, hablando de mi llamado al ministerio, mi padre dijo: «Voy a decir esto esta única vez, y luego nunca lo volveré a decir. Te apoyaré completamente, lo que sea que decidas hacer. Pero desearía que no lo hicieras. Simplemente no quiero que te lastimen de la forma en que lastimaron a mi papá».

La desilusión de mi padre con la iglesia nunca pareció encajar conmigo. Mi abuelo no parecía haber sido «herido» por nadie. Escuché sus sermones en casete y escuché a las personas a mi alrededor hablar sobre él. En todo caso, parecía entusiasta y lleno de energía. Pero mi padre no estaba hablando de un gran problema, sino de mil y un pequeños problemas. Él había observado de cerca el darwinismo y el maquiavelismo que pueden ocurrir incluso en las congregaciones más pequeñas. No estoy seguro de que tales cosas hayan siquiera afectado a mi abuelo. Pero tenía un hijo que estaba mirando.

Mi papá cumplió su palabra. Nunca dijo una palabra más sobre el hecho de que deseaba que no lo hiciera. Nunca. Siempre estaba allí si yo predicaba en cualquier lugar cercano a él. Estuvo allí para mi ordenación. Cuando hubo múltiples oportunidades para decir: «¿No te lo advertí?», nunca lo hizo, ni una sola vez.

Pero de lo que me doy cuenta ahora es que juzgué duro a mi padre por lo que vi como una espiritualidad deficiente: yo no sabía lo que era experimentar lo que él había experimentado.

Él a menudo iba a la iglesia (por largos períodos de tiempo) pero su asistencia a menudo disminuía y luego desaparecía. La única vez que discutí con mi padre —literalmente, la única vez— fue cuando siendo un adulto joven hice un comentario sarcástico sobre su irregular asistencia a la iglesia. Digamos que no estaba contento, y me di cuenta de que había una razón por la que nunca había entablado un debate con mi padre antes (o desde entonces). Pero recuerdo que en esa discusión él dijo algo como: «Tú no has visto lo que yo he visto». Y, de hecho, tenía razón.

Cuando ya era un adulto, le pregunté a mi abuela por qué había insistido en que estuviera con ella en la iglesia cada vez que las puertas estaban abiertas: escuela dominical, servicios de adoración, reuniones de capacitación, eventos de los Embajadores Reales, reuniones de oración de los miércoles por la noche, etc. Ella dijo: «Quería que fueras cristiano». Le pregunté por qué también había insistido en que nos saltáramos la reunión del miércoles por la noche una vez por mes, explicando simplemente: «No hay iglesia esta noche; es una reunión de negocios». Ella dijo: «Porque quería que fueras cristiano». Ella no quería que yo viera el tipo de carnalidad que podría estallar en una reunión de negocios de una congregación bautista.

Mi papá, sin embargo, nunca tuvo esa opción. Las reuniones de negocios venían a él. Estaban en su sala de estar, en la mesa de su cocina, y sabía que en cualquier momento una reunión de negocios que saliera mal podría resultar en la pérdida de su hogar, sus amigos y su escuela, y terminar en un lugar completamente nuevo. Quizás incluso más que eso. Él pudo ver al hombre al que veneraba cercenado por las críticas y aún con una sonrisa en su rostro, solo para verlo después en las habitaciones del hospital de esas mismas personas, y finalmente pararse sobre sus ataúdes para recitar palabras de consuelo cuando morían. Yo nunca tuve que ver eso.

Nunca pensé en todo eso sino hasta que mi hijo de 15 años le preguntó a mi esposa a principios del 2021 si yo había tenido un fracaso moral tras haber escuchado de las acusaciones que me llamaron «liberal» por no apoyar a un político que creo que no es apto, «teórico crítico de la raza» por decir que los afroamericanos están diciendo la verdad cuando dicen que la injusticia racial sigue siendo un problema, y que debo estar siendo financiado por George Soros porque creo que el sistema de inmigración debe arreglarse.

Invité a mi hijo a que me acompañara a una de esas «reuniones de negocios» en las que leían sus quejas contra mí. Cuando salimos, dije: «¿Qué te pareció?» Dijo: «Toda esa asamblea estaba tan enojada y fue tan estúpida. ¿Por qué queremos ser parte de eso?».

No tuve una buena respuesta. Pero las resoluciones que hice en ese momento, mientras lo miraba a los ojos, incluyeron dos cosas. La primera fue que mi hijo nunca tendría que volver a preguntar si su padre había fallado moralmente a causa de las maquinaciones de tales personas. Y la segunda, fue que me iba a asegurar, en la medida de lo posible, de que mis hijos nunca tuvieran que ver la iglesia de la forma en que mi padre tuvo que verla.

Solo en los últimos meses me di cuenta de cómo, a pesar del hecho de que amaba y veneraba a mi padre, en este punto en particular yo lo había juzgado de más. Atribuí a una espiritualidad deficiente lo que, en su mayor parte, era en realidad resultado del dolor. No es que mi padre tuviera una baja percepción de la iglesia: era que tenía en alta estima a su papá.

Apenas la semana pasada, tuve múltiples conversaciones con personas que crecieron en iglesias evangélicas, algunas de las cuales habían estado muy comprometidas y dedicadas. Y habían sido heridos. Vieron a su iglesia volverse contra ellos porque nunca adoptarían como parte de las Escrituras alguna ideología política o culto a la personalidad. Algunos habían visto a personas en las que confiaban resultar ser personas fraudulentas o incluso depredadores.

Ninguno de ellos se marchó porque quisiera ganarse el favor de las «élites» o porque quisieran rebelarse. En todo caso, la postura de muchas de estas personas no era la del hijo pródigo en el lejano país, sino más bien la del padre, esperando en el camino a un pródigo al que amaban y querían abrazar de nuevo: su iglesia.

Mi consejo para ellos fue diferente a mi consejo para muchos de ustedes. A ellos les hablé de los peligros del cinismo y de cómo distinguir entre el fracaso de una institución y el fracaso de aquel que se adora por esa institución.

A uno le dije: «Si miras a Jesús y los Evangelios y decides que no puedes seguirle, eso es una cosa. Pero sería una gran lástima evitar siquiera mirar las afirmaciones del evangelio porque quieres evitar a toda costa lo que una iglesia que te lastimó dijo que creía. Y más aún cuando su problema es que no parecían creer lo que dijeron que creían. Y más aún cuando Jesús mismo te advirtió (en Mateo 24 y Marcos 13 y Apocalipsis 1–3 y por medio de su Espíritu repetidamente en las cartas de Pablo, Pedro, Juan y Judas) que tales cosas sucederían, y sucederían en su nombre».

Pero a ustedes (a nosotros) les aconsejaría: Creamos en Jesús lo suficiente como para soportar con paciencia a los heridos, especialmente a los heridos por la iglesia. No asumamos que, en todos los casos, aquellos que están decepcionados, enojados o a punto de alejarse lo hacen porque tienen una visión deficiente del mundo, o porque quieren perseguir la inmoralidad. Hay algunas personas para las que ese es el caso en todas las épocas.

Pero muchos, tal vez la mayoría de ellos, no son Judas que buscan huir de noche, sino más bien son Simón Pedro, a la orilla del mar, preguntando: «¿A quién iremos?» (Juan 6:68, NVI). Muchos de ellos, como el mismo Pedro, concluirán: «Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (vv. 68–69). A muchos de ellos Jesús les dirá, como le dijo a Pedro: «Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos» (Lucas 22:32).

No confundamos el dolor con la rebelión, el trauma con la infidelidad o el corazón roto con el alma vacía. Solo podemos convencer a las personas de que no abandonen a la iglesia si nosotros igualmente nos resistimos a abandonarlas a ellas.

Jesús no necesita que hagamos relaciones públicas por sus 99 ovejas que todavía están pastando; necesita que vayamos a buscar a la que se perdió en el bosque. En algún momento u otro, todos somos esa oveja. Y contaremos con una iglesia que nos ame lo suficiente como para enviar a alguien detrás de nosotros, no a intimidarnos y avergonzarnos, sino con paciencia y amor. Y es incluso posible que el que venga a ayudarte en tu momento más oscuro, sea ahora mismo un exevangélico.

Mientras tanto, tengamos amor por los exevangélicos. Tengamos el tipo de comunidad que pueda contrarrestar las reuniones de negocios.

Tomó 50 años, pero mi papá me enseñó esa lección.

Russell Moore dirige el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La ciudad de luz

Una lectura de Adviento para el 2 de diciembre.

Christianity Today December 2, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 21:9 – 22:5

Cuando me mudé de Inglaterra para vivir en Escocia, una cosa que me resultó difícil fue la reducción de los periodos de luz de día durante el invierno. En los días nublados, podía parecer que no había luz en absoluto. Esto me parecía ligeramente deprimente, pero a algunas personas les afecta gravemente y tienen que sentarse frente a lámparas que imitan la luz del sol. Todos dependemos de la luz solar para nuestra salud física y nuestro bienestar mental.

No es de extrañar que en muchas culturas se haya adorado al sol, y a veces también a la luna. ¿Por qué un día soleado nos levanta el ánimo? ¿Por qué a mucha gente le gusta tomar sol? La ciencia confirma que la distancia que existe entre nuestro planeta y el Sol, con la luz y el calor que proporciona, es esencial para la vida en la Tierra.

En esta creación, las bendiciones de Dios nos llegan a través de las cosas creadas, entre ellas, la luz del sol. En la nueva creación, viviremos en la presencia misma de Dios, inmersos en ella como lo estamos ahora en la luz del día, y no habrá noche.

Imagínese: una ciudad llena de luz. Imagínela como una brillante joya cristalina (Apocalipsis 21:11), la luz reflejada en todas las piedras preciosas de muchos colores enumeradas en los versículos 19 y 20. Imagine, si puede, la forma en que la luz brilla a través del oro transparente del que está hecha la ciudad (vv. 18, 21). Contemple la ciudad desde la distancia. Esta se encuentra en la cima de una montaña (v. 10) y brilla sobre todo el país circundante. Es la luz del sol de ese mundo. Es la luz gracias a la cual la gente vive (v. 24).

Ahora piense en una vidriera o vitral de una iglesia con vívidas representaciones de figuras bíblicas o de otro tipo. La vidriera en sí misma es bastante hermosa en todo momento, pero cuando el sol brilla a través de ella, resplandece. ¡Sus intensos colores se iluminan! En la Nueva Jerusalén, la belleza de todas las criaturas de Dios será un deleite para todos. Las veremos tal como son en realidad. La luz de la presencia directa de Dios no anulará sus formas y colores, es decir, su realidad creada, sino que las iluminará, transfigurándolas.

A lo largo de la Biblia, la luz es un símbolo de Dios y de Jesús (quien dijo: «Yo soy la luz del mundo» en Juan 8:12). Piense en las formas en que la luz de Dios ya está brillando en nuestras vidas en este mundo —cómo ilumina nuestras vidas, cómo podemos caminar en esa luz—. Si vemos la luz ahora, alumbrará el camino que podemos recorrer hacia la ciudad de luz. ¿Qué podemos llevar con nosotros para presentar ante Dios y para contribuir a la vida de esa ciudad eterna (Apocalipsis 21:24, 26)?

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Medite en Apocalipsis 21:9-22:5.

¿Qué es lo que más le llama la atención de esta hermosa imagen que nos muestra la Biblia? ¿Qué verdades sobre Dios transmiten las descripciones de la luz resplandeciente y la gloria que ilumina todas las cosas? ¿Qué verdades transmiten sobre la nueva creación? ¿Y sobre nuestra esperanza final?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Ideas

Cinco errores a evitar en su sermón de Navidad

Si quiere ayudar a que la gente vea la Navidad con nuevos ojos, empiece por deshacerse de estas conocidas falacias.

La adoración de los magos.

La adoración de los magos.

Christianity Today December 2, 2021
Abraham Bloemaert / Wikimedia Commons

Pastores, predicadores y maestros bíblicos: ¿ya han pensado en su sermón o enseñanza para esta Navidad? Si quiere ayudar a la gente a celebrar la Navidad este año (y todos los años) apegándose a los hechos establecidos —no a leyendas tardías, tradiciones ni imaginaciones populares— comience evitando estos errores comunes.

1. No añada detalles que no están en el texto.

Esto puede parecer obvio, pero vale la pena repetirlo porque sucede muy a menudo. La masiva proliferación anual de tarjetas de Navidad, escenas de la natividad y especiales televisivos perpetúan estos detalles añadidos y da la impresión de que se trata de hechos.

Las narrativas de la infancia [de Jesús] en los evangelios no incluyen muchos de los detalles que se construyeron en los siglos posteriores. Por ejemplo, no nos hablan de la naturaleza del establo (una cueva, al aire libre, de madera, etc.); ni siquiera de si había un establo, ni de si había o no animales cerca en ese momento, ni del número de sabios. Estos magoi (que no eran reyes y no eran necesariamente tres) casi con seguridad no llegaron la noche del nacimiento, como lo representan la mayoría de las escenas de la natividad. Y no había una estrella suspendida justo encima del tejado. Sin la mención específica de un establo, el pesebre podía haber estado al aire libre, en un redil cercano a la casa, en una pequeña cueva o en el área de una casa utilizada para los animales.

Los textos tampoco mencionan que María y/o José montaran un burro. Es igualmente plausible —si acaso, incluso más— que hicieran a pie todo el recorrido desde Nazaret hasta Belén (a unos cien o ciento veinte kilómetros [setenta u ochenta millas]: al menos tres días de caminata regular). La idea de que María montaba un burro surge de una obra apócrifa del siglo II (el Protoevangelio de Santiago, capítulo 17). En realidad, tenía sentido que una adolescente embarazada de la antigüedad, con un estilo de vida activo, hiciera un viaje de este tipo a pie.

A pesar de lo que vemos en algunos espectáculos navideños, no se menciona a un posadero (ni malvado y desalmado, ni pesaroso por la falta de espacio disponible); Lucas sencillamente menciona que no había espacio en la kataluma (Lucas 2:7). La kataluma no era una posada formal profesional con un posadero, sino que puede señalar, o bien a un refugio público (como en la traducción al griego de Éxodo 4:24), o a la habitación de invitados en una casa personal (como en Lucas 22:11).

Cuando predicamos y enseñamos es importante apegarnos a los hechos establecidos. Por supuesto, no hay nada malo en usar la imaginación histórica. Pero es importante mantener una clara distinción entre lo que sabemos que de verdad ocurrió, y las reconstrucciones imaginativas de cómo pudieron tener lugar los sucesos. El cristianismo está basado en hechos históricos. Esto es tan cierto para el nacimiento de Jesús como lo es para la crucifixión y la resurrección.

2. No ofrezca explicaciones espirituales para las prácticas culturales a fin de hacer que suenen bíblicas.

Nos encanta encontrar —o incluso inventar— razones espirituales para diferentes prácticas culturales relacionadas con la Navidad. Por ejemplo, decimos que el hacernos regalos nos recuerda el gran regalo de Dios al mundo que fue Jesús, o los regalos de los sabios a Jesús. Puede que suene bien, ¿pero es bíblico? ¿O será que realmente hacemos regalos porque es lo que hicieron nuestros padres y es lo que hacen todos los que conocemos (excepto los testigos de Jehová, los no religiosos radicales y algunos puristas religiosos)? ¿Qué clase de padre serías si no le dieras a tu hijo un regalo en Navidad (o, en muchos casos, toda una habitación llena de ellos)? Simplemente imagine: ¿y si no celebrara en absoluto la Navidad (como hacían los puritanos)? [enlaces en inglés]. Hay muy poco de intrínsecamente espiritual o bíblico en esta clase de expectativas. Son casi en su totalidad culturales. Eso no las hace ser necesariamente malas, pero no deberíamos inventar razones bíblicas para justificarlas.

Abundan los ejemplos. ¿Qué tiene que ver la decoración de un árbol de hoja perenne con la venida a la tierra de Jesús para rescatar a la creación de Dios? Puede que nos digamos a nosotros mismos que es un símbolo de la vida eterna porque siempre está verde, pero ¿es esa realmente la razón para poner un árbol de Navidad cada año? Del mismo modo, puede que señalemos a las velas como un símbolo de que Jesús es la luz del mundo, las ramas de acebo como un símbolo de la cruz de espinas que fue colocada sobre su cabeza, el color rojo como un símbolo de la sangre de Jesús derramada en la cruz, el tronco de Navidad como un símbolo de la cruz, el muérdago como un símbolo de la reconciliación, y las campanas como un símbolo para anunciar las buenas nuevas. Aunque algunas de estas asociaciones y símbolos son antiguas, no explican necesariamente por qué deberíamos incorporarlas a nuestras celebraciones de la Navidad hoy en día. Si somos sinceros, hemos de admitir que celebramos la Navidad de la forma en la que lo hacemos, en primer lugar, por causa de nuestras propias tradiciones culturales, aunque haya poca conexión real entre esas tradiciones y los relatos bíblicos del Jesús real viniendo a la tierra como un bebé.

El peligro de llenar las prácticas culturales de razonamientos espirituales también se ve en algunas de las canciones de Navidad que cantamos en la iglesia durante el mes de diciembre. La violación más flagrante sería Oh, árbol de la Navidad [O Christmas Tree]. Tienes que buscar bien en las estrofas de este himno para poder encontrar algo relacionado con Jesús. Deberíamos sentirnos incómodos cantando este villancico en un grupo de cristianos reunidos puesto que básicamente es una canción que le hace un homenaje a un árbol. Solo porque la canción se ha asociado cultural o tradicionalmente con la Navidad, no significa que debamos incorporarla a nuestras celebraciones cristianas.

El peligro principal de todo esto es que presentamos prácticas culturales como si portaran un peso o una autoridad bíblicas. Oscurecer la línea entre la práctica cultural y la enseñanza bíblica no solo no ayuda y es confuso, sino que también representa un daño potencial para nuestra fe. Cuando ya no podemos distinguir lo que es bíblico de lo que es cultural, corremos el riesgo de aceptar y propagar ideas sincréticas, mezcladas de todo un poco, y sin fundamento bíblico. Nuestra fe ya no tendría como base la verdad sino, al menos en parte, estaría basada en mitos y leyendas.

No hay necesidad, por supuesto, de abandonar todas estas prácticas culturales en nuestras celebraciones familiares. Simplemente deberíamos mantener y comunicar una clara distinción entre los aspectos de nuestra celebración navideña que son heredados de la cultura y aquellos que están claramente enraizados en las Escrituras.

3. No se avergüence del carácter judío de pasajes relacionados con la llegada de Jesús.

El primer capítulo de Lucas incluye dos largos himnos que tradicionalmente han sido llamados el Magnificat (el canto de María en Lucas 1:46-56) y el Benedictus (el canto de Zacarías en Lucas 1:67-79). Los títulos provienen de la primera palabra de estos himnos en latín. Estos pasajes —o al menos algunas partes de ellos— a veces se dejan en el olvido porque son bastante largos y porque expresan la esperanza de los judíos en la salvación de Dios sin una clara indicación de cómo sería esa salvación. Esta liberación, como sabemos en retrospectiva, vino a través de la muerte y la resurrección de Jesús, la expansión del evangelio más allá de Israel hacia los gentiles, y el regreso de Jesús al final de los tiempos.

El Magnificat celebra cómo Dios, a través del hijo de María, restaurará y ayudará a Israel mientras se opone a sus enemigos y opresores. El Benedictus describe el papel de Juan el Bautista en relación con Jesús, la figura principal en el cumplimiento del plan de Dios para restaurar Israel. El himno alaba las acciones de Dios de visitar y redimir a su pueblo al levantar al mesías davídico para liberar a su gente, todo en cumplimiento de sus promesas a Abraham y a su pueblo a través de los profetas del Antiguo Testamento. Esta liberación permitirá al pueblo de Dios servirle para siempre sin miedo y con justicia.

Quizá a veces hemos olvidado estos himnos en nuestros sermones de Navidad porque no son suficientemente «cristianos». Este olvido, sin embargo, conlleva una seria pérdida. Ambos himnos describen la salvación que resultará de la venida de Jesús a la tierra. Durante su primera venida, Él lidió de manera decisiva con el pecado de su pueblo, cumpliendo así pasajes como Miqueas 7:18-20. Seguimos esperando su segunda venida, cuando Él lo arreglará todo de muchas maneras —en lo político, lo económico, lo social y lo espiritual— de una vez por todas. Seguimos esperando el cumplimiento pleno y final de las declaraciones hechas en el Magnificat y el Benedictus. Ambos himnos son poderosos ejemplos de cómo alabar a Dios centrándonos tanto en sus atributos —su poder, santidad y misericordia— como en sus acciones al cumplir las antiguas promesas a su pueblo en, y a través del nacimiento de Jesús el Mesías.

La fe cristiana está enraizada indisoluble e inexorablemente en la fe judía. Por esa razón, incluso Lucas, siendo un gentil, presenta la llegada de Jesús en términos del cumplimiento del Antiguo Testamento (Lucas 1:1). Al igual que Mateo, quien escribió su evangelio en primer lugar para los judíos, Lucas presenta la venida de Jesús dentro de un elenco completamente judío. Si dejamos de ver que nuestra fe cristiana tiene sus raíces en los acuerdos que Dios hizo con su pueblo Israel mucho tiempo atrás, probablemente esa fe resultará superficial y nos dejará con un evangelio y un canon truncados, por no mencionar una comprensión inadecuada de quién es Jesús y por qué vino.

4. No se deje persuadir por cuestionamientos que ponen en duda los testimonios bíblicos del nacimiento de Jesús.

Ambas narrativas del nacimiento de Jesús en las Escrituras están repletas de manifestaciones de sucesos sobrenaturales que rodearon al alumbramiento virginal: apariciones de ángeles, sueños, visiones, profecías que se realizaron con respecto a Jesús, Elisabet concibiendo más allá de sus años fértiles, Zacarías perdiendo el habla, las circunstancias que rodearon a la elección de los nombres tanto de Juan como de Jesús, la relación entre los dos nacimientos, y muchas cosas más. Mateo, por ejemplo, llega incluso a aclarar que María era la madre de Jesús, pero que José no era su padre real. Después de una larga cadena de referencias a hombres que son «padres» de un hijo, Mateo concluye su genealogía refiriéndose a José como «el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo» (Mateo 1:16, cursivas añadidas), indicando que José no era el padre real de Jesús. Jesús fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María.

Así pues, que no nos intimiden las objeciones críticas al nacimiento virginal o a otros aspectos sobrenaturales de la historia de la Navidad. Cuando lea a autores como Reza Aslan, quien asegura que las historias del nacimiento y la infancia se encuentran «visiblemente ausentes» de los primeros escritos del Nuevo Testamento —como las cartas de Pablo y el Evangelio de Marcos—, y que los primeros cristianos llenaron los huecos para alinear la vida de Jesús con varias profecías del Antiguo Testamento, incluyendo aquellas relacionadas con su nacimiento, no se alarmen. Según Aslan, los primeros cristianos confeccionaron el mito del nacimiento de Jesús en Belén para «llevar a los padres de Jesús a Belén y que de ese modo él pudiera nacer en la misma ciudad que David». Otros, como Andrew Lincoln, niegan la historicidad del nacimiento virginal con argumentos similares. No podemos responder con detalle aquí, aunque lo hemos hecho en otros sitios. En resumen, esta clase de argumentos reflejan intentos erróneos de negarles a las narrativas del nacimiento bíblico sus elementos trascendentes usando un razonamiento crítico para reinterpretar sucesos sobrenaturales y reescribir las narrativas en términos puramente naturalistas.

Por un lado, como ya se ha mencionado, seamos cuidadosos con no añadir detalles extraños al texto bíblico, aunque estén motivados por la tradición y no por el pensamiento crítico. Seamos firmes defensores de la fiabilidad de los testimonios bíblicos de la naturaleza sobrenatural del nacimiento de Jesús, que fue diferente a cualquier otro en la historia de la humanidad. La Biblia es inequívoca, y una investigación histórica cautelosa ciertamente favorece el hecho de que se necesitó un milagro —en realidad, toda una serie de milagros— para salvarnos. Eso no nos debería avergonzar ni intimidar.

5. No se enrede en lo trivial y pierda de vista el verdadero significado del nacimiento de Jesús.

Los académicos continúan debatiendo cuestiones como el año del nacimiento de Jesús, y que si nació o no el 25 de diciembre. Debaten la historicidad del censo de Cireneo, el año de la muerte de Herodes el Grande, los fenómenos que rodearon al nacimiento de Jesús —la estrella de Belén— y toda una serie de cuestiones cronológicas y de otros tipos. También debaten los posibles orígenes paganos de la Navidad, como por ejemplo, si se trató de un sustituto funcional a la Saturnalia romana y, como hemos mencionado, la aparición de diversas tradiciones asociadas con nuestra celebración de la Navidad. Todas estas interesantes cuestiones merecen ser exploradas, pero no permanezca excesivamente en esos asuntos periféricos. En cambio, céntrese en el mensaje central de la primera venida de Jesús: en la historia bíblica de la Encarnación.

¿Quién fue Jesús, y por qué vino? El Evangelio de Juan coloca los orígenes de Jesús en la eternidad pasada como el Verbo que era en el principio con Dios, y que fue el agente mismo de la creación. Según Juan, en Jesús, Dios visitó el mundo que había creado, pero los suyos no lo recibieron (1:11). ¡Qué tragedia! ¡Qué inexcusable! Ese Verbo, nos cuenta Juan, se hizo carne en Jesús o, como dice Juan, «puso su carpa» (traducción literal) entre nosotros (1:14). En sus tres años y medio de ministerio, Jesús formó a doce discípulos y a otras personas para llevar a cabo su misión de llevar el Evangelio de la salvación hasta los confines de la tierra. Entonces, murió por nosotros en la cruz para pagar por nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Nuestra relación rota con Dios se enmendó. Aquellos que confían en Él disfrutan de una profunda plenitud espiritual y una conexión continua con Él ya mismo, en el aquí y el ahora, y lo seguirán haciendo por toda la eternidad.

Eso es digno de celebrarse en Navidad y en todo el año, con alegres canciones y una vida dedicada a la gloria de Dios en las alturas, en las cuales cantaron los ángeles aquella noche estrellada hace más de dos mil años.

Andreas Köstenberger es Profesor Investigador del Nuevo Testamento y de Teología Bíblica en el Southeastern Baptist Theological Seminary en Wake Forest, Carolina del Norte. Alex Stewart es decano académico y profesor adjunto de Lengua y Literatura del Nuevo Testamento en el Tyndale Theological Seminary en Badhoevedorp, Países Bajos. Ambos escribieron The First Days of Jesus: The Story of the Incarnation (Crossway, 2015).

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Todo es hecho nuevo

Una lectura de Adviento para el 1 de diciembre.

Christianity Today December 1, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 21:1-6

¿Cómo ha afrontado la pandemia? ¿Cómo ha afectado su relación con Dios? Algunas personas se han acercado más a Dios y han encontrado la fuerza para superar los momentos difíciles. Pero para aquellos que tal vez perdieron a sus seres queridos o se estremecieron ante la magnitud del sufrimiento en todo el mundo, la pandemia suscitó preguntas.

¿Cómo puede un Dios amoroso permitir que sucedan cosas así? Es el viejo «problema del sufrimiento», al menos tan antiguo como el libro de Job. La Biblia no tiene una respuesta única, sino que nos ofrece varios ángulos diferentes.

Y justo al final de la Biblia, encontramos este mensaje: «Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor» (Apocalipsis 21:4). Dios va a sanar su creación de todo lo que la estropea y la daña. La gente se queja a veces de que no hay muchas pruebas del amor de Dios en el libro de Apocalipsis. Algunos podrían decir lo mismo de la pandemia. Pero ¿puede imaginarse una imagen más hermosa del amor de Dios que esta? Dios «les enjugará toda lágrima de los ojos» (v. 4)?

Ciertamente, el Apocalipsis no escatima en sus descripciones de los horrores de la historia. Pero la esperanza lo atraviesa todo y florece en esta visión final que se le da al profeta. Dios hará nuevas todas las cosas. Dios tiene un futuro nuevo para toda su creación.

Cuando pensamos en el futuro, la mayoría de las veces pensamos adónde nos llevarán el pasado y el presente. Pero esto es diferente. Como solo Dios puede crear, solo Dios puede renovar toda su creación. Esto comenzó con la resurrección de Jesús: algo nuevo que lo cambia todo. En las vidas transformadas por el Espíritu de Cristo, podemos experimentar un anticipo de ese futuro nuevo.

Ese futuro va mucho más allá de lo que podemos imaginar. Pero la visión de Juan nos invita a elevar también nuestros ojos a esa montaña alta (v. 10) donde la Nueva Jerusalén descenderá del cielo. Con sus ojos podemos mirar mucho más allá de lo que normalmente podemos ver.

Dios está en el centro de ese nuevo futuro: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos» (v. 3). Este ha sido siempre el propósito de Dios para su creación, y es lo que marcará la diferencia.

Compartir la visión de Juan no es simplemente una ilusión producto de nuestra devoción, sino que es lo que nos da esperanza para vivir. Podemos empezar a vivir mirando hacia las promesas de Dios, y eso es lo que marcará la diferencia en nuestras vidas en el presente.

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Medite en Apocalipsis 21:1-6.

¿Cómo se relaciona este pasaje con el dolor y las dificultades en su vida y en el mundo? ¿De qué manera orienta su perspectiva espiritual? Responda a Dios con una oración de adoración y confianza.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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¿Derecha o izquierda?

Una lectura de Adviento para el 30 de noviembre.

Christianity Today November 30, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Mateo 25:31-46

En Mateo 24 y 25, Jesús enseña sobre su regreso y utiliza varias parábolas para describir cómo será «el reino de los cielos» (25:1). Quizá el elemento más inquietante de la enseñanza de Jesús en Mateo 25:31-46 sea la sorpresa de los dos grupos que están siendo juzgados. No protestan por ser juzgados en sí; después de todo, el Hijo del Hombre ha venido en gloria, asistido por una inmensa reunión de seres celestiales, e incluso su trono es glorioso. Esta entrada confirma y transmite su autoridad para juzgar. Tiene el derecho de llamar a todas las naciones ante Él, y estas deben venir a Él.

La sorpresa no se refiere al hecho del juicio ni a los derechos del Juez. En cambio, tanto los de la derecha como los de la izquierda están confundidos por la evidencia. Las ovejas miran a este Rey de gloria y piensan: Seguramente lo habríamos sabido si le hubiéramos servido. Él es inconfundible. Las cabras piensan lo mismo, pero al revés. ¿Cuándo habrían rechazado a alguien así? No se les ocurrió ninguna ocasión.

En respuesta, el Cristo glorioso revela la clave: siempre ha estado identificado y unido con sus hermanos. Esto es más que una simple afiliación, es una verdadera identificación. ¿Quiénes son sus hermanos y hermanas? Jesús enseñó claramente: «Mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 12:50). No importa la posición, la etnia, el género o la nacionalidad de una persona: si está unida a Cristo, entonces cuidar de ella es cuidar de Jesús mismo.

No se trata de una justicia obtenida por las obras, en la que cada persona recibe una recompensa o un castigo en función de sus actos. Esto es una revelación de lealtad o rebelión contra el Rey Jesús, por lo que solo hay dos destinos.

Sería más fácil, quizás, obedecer al glorioso Cristo si viéramos su poder con nuestros propios ojos. Pero Dios nos llama a la fe, no a la vista. De hecho, en Navidad recordamos que vino casi disfrazado. Incluso hoy, se identifica con su pueblo frágil y necio.

No basta con palabras vacías. La verdadera confianza en Jesús impulsa nuestra lealtad a Él y conlleva obediencia. ¿Le creemos a Jesús cuando afirma que el servicio a los cristianos humildes y despreciados es mejor prueba de nuestro discipulado que incluso los milagros y la profecía (7:21-23)? ¿Que no podemos cumplir el mayor mandamiento sin el segundo, ni el segundo sin el primero (22:37-40)? La verdadera lealtad de todos será revelada. Pongamos nuestra fe en Él.

Rachel Gilson forma parte del equipo de liderazgo de Cru para el desarrollo teológico y la cultura. Es autora de Born Again This Way: Coming Out, Coming to Faith, and What Comes Next.

Reflexione sobre Mateo 25:31-46. (Opcional: lea también 7:21-23 y 22:37-40).

¿De qué manera esta enseñanza sobre el regreso y el juicio de Cristo moldea su comprensión de lo que significa conocer y seguir a Jesús? ¿Cómo le desafía la idea de la verdadera lealtad en su propio discipulado diario?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Estén alerta y oren

Una lectura de Adviento para el 29 de noviembre.

Christianity Today November 29, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Lucas 21:25-36

La Segunda Venida de Jesús no será sutil en absoluto. Toda la creación, desde los cielos hasta los mares rugientes, se estremecerá; todos los pueblos del mundo verán y caerán en desesperanza. No habrá literalmente ningún lugar donde esconderse, ningún lugar donde encontrar protección de Aquel que finalmente vendrá a traer justicia. No habrá ningún lugar, excepto en aquel que viene de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos. Mientras las naciones se angustiarán, a los seguidores de Jesús se les dirá que no se agachen y se cubran, sino que se pongan de pie y levanten la cabeza. Puesto que se han escondido en Cristo que está sentado en el cielo, no tendrán que temer cuando Él vuelva a la tierra.

Jesús quería que sus discípulos comprendieran que este acontecimiento llegaría rápida e indudablemente. Hay un gran debate sobre quién es «esta generación» (Lucas 21:32). Tal vez se refiere a los oyentes inmediatos de Jesús, para quienes la caída de Jerusalén sería una señal y una muestra del fin venidero. Tal vez se refiere a la generación que verá las señales de la Segunda Venida, es decir, que el regreso de Cristo ocurrirá poco después de estos brotes, metafóricamente hablando. En cualquier caso, Jesús promete que el acontecimiento será más firme que el propio mundo natural.

¿Qué deben hacer los discípulos mientras tanto, en la espera? Aquellos de nosotros que venimos de ciertos contextos dentro de la iglesia podemos esperar un llamado a evangelizar y discipular a otros porque la gente debe saber acerca de esta calamidad venidera. Y sí, debemos hacerlo. Los que venimos de otros contextos podemos esperar un llamado a practicar la justicia, porque estamos llamados a amar lo que Dios ama y a odiar lo que Él odia. Y sí, debemos hacerlo.

Sin embargo, en este momento específico de Lucas 21, Jesús llamó a sus discípulos a tener cuidado, a estar alerta. La brusquedad y la ferocidad del final hacen que la imagen apropiada sea la de una trampa con resorte. ¿Quién es tan arrogante para suponer que podrá escapar? Las tentaciones mundanas de la fiesta desenfrenada o de la aprehensión indebida son ambos ejemplos de cómo cualquier corazón humano puede verse agobiado. Y algo grávido, que lleva cargas pesadas, no puede saltar rápidamente para escapar.

Ni el escapismo ni la preocupación pueden cumplir lo que prometen. El primero no hace desaparecer la realidad; el otro en realidad no nos prepara. Jesús nos llama, en cambio, a estar alerta y orar. Nos llama a prestar atención, confiando plenamente en el Dios que verdaderamente vendrá. Jesús quiere que sus discípulos sean capaces de presentarse ante Él cuando venga. Él responderá a esa oración.

Rachel Gilson forma parte del equipo de liderazgo de Cru para el desarrollo teológico y la cultura. Es autora de Born Again This Way: Coming Out, Coming to Faith, and What Comes Next.

Reflexione sobre Lucas 21:25-36.

¿Qué emociones o reacciones suscita en usted este pasaje? ¿Cómo le convence o inspira? ¿Qué destaca de Jesús y del Evangelio? Invite a Jesús a que le ayude a obedecer su llamado a velar y orar.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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El fin

Una lectura de Adviento para el 28 de noviembre.

Christianity Today November 28, 2021
Nicole Xu

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Tito 2:11-14 y Apocalipsis 1:7-8

Empezamos por el final. No en el pesebre. No con los Magos ofreciendo regalos de adoración ni con los pastores regocijándose con asombro. No con la visita de María a Elisabet ni con la aparición del ángel en el sueño de José. No empezamos con el primer advenimiento de Cristo, sino con el segundo.

Como un libro de cuentos que tiene todos los capítulos desordenados, la temporada de Adviento —y en realidad todo el año litúrgico cristiano— comienza con el final.

No es un final insulso y agradable de «todos vivieron felices para siempre». Es bello y temible, asombroso y aterrador. Es un final que se expande más allá de los límites de nuestra comprensión humana: Volverá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin.

El Adviento comienza con el éschatos: con el poder y la gloria de Cristo, su juicio justo, su victoria final y su reino eterno. Nos saca de nuestro sentimentalismo navideño y nos invita a entrar en una mucho más grande y amplia historia del cosmos, en la cual, el Dios encarnado que fue acostado en un pesebre y que luego fue a la cruz, un día se sentará en el trono, y toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el Señor (Filipenses 2:6-11).

De forma similar a la respuesta de Isaías cuando vio la santidad de Dios, nuestra única respuesta natural al contemplar la maravilla y la gloria de la Segunda Venida de Cristo es decir: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros» (Isaías 6:1-5). Al contemplar la santidad y el poder de Cristo, nos arrodillamos en señal de arrepentimiento y humildad. Y al igual que Tomás en su encuentro con Cristo resucitado, también nosotros proclamamos: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20:28).

La Segunda Venida deja claro que seguir a Jesús significa rendir todo a su señorío en obediencia y adoración. Respondemos al regreso prometido de Cristo, «la bendita esperanza», con un anhelo y una anticipación que moldean nuestra vida en el aquí y ahora, mientras decimos «no» a las tentaciones del pecado y vivimos como un pueblo «dedicado a hacer el bien» (Tito 2:11-14).

Cuando empezamos por el final, el Adviento nos sobresalta de la manera adecuada: nos sacude de nuestro cristianismo cómodo y del discipulado que conocemos, y nos atrae hacia un arrepentimiento, una devoción y una esperanza más profundos. Cuando comenzamos con esta visión escatológica, podemos acercarnos correctamente al pesebre, pues sabemos que allí, envuelto en pañales, está el Salvador cuyo glorioso regreso es realmente nuestra bendita esperanza, «nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo».

Kelli B. Trujillo es editora de Christianity Today.

Lea Tito 2:11-14 y Apocalipsis 1:7-8. (Opcional: reflexione también sobre Filipenses 2:6-11.)

¿Cómo influye el futuro regreso de Cristo en su vida aquí y ahora? Al reflexionar sobre el regreso, el juicio y el reinado de Cristo, ¿cómo desea responder?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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El Evangelio de Adviento: Una introducción

Lecturas devocionales de Christianity Today en preparación para la Navidad.

Christianity Today November 28, 2021

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«Les traigo buenas nuevas…» (Lucas 2:10, NBLA)

Con estas palabras, el ángel comenzó una impresionante proclamación del Evangelio: ¡había nacido el Salvador, el Mesías prometido, el Señor! Cuando pensamos en el Evangelio, en las Buenas Nuevas, es correcto que pensemos en la muerte y resurrección de Jesús. Pensamos en nuestro pecado, en el sacrificio de Jesús, en la salvación y en la vida eterna que Cristo ofrece. En este sentido, es natural pensar en la Pascua como la fiesta del «Evangelio», ya que narra los acontecimientos centrales que hicieron posible nuestra redención.

Sin embargo, en esta serie de devocionales le invitamos a considerar lo que la temporada de Adviento puede enseñarnos sobre las Buenas Nuevas. Muchos de los principios fundamentales del Evangelio resuenan con fuerza en las lecturas y los temas tradicionales del Adviento. En el Adviento, reflexionamos sobre el misterio de la Encarnación, sobre el propósito de Cristo como el tan esperado Mesías, sobre nuestro pecado y la necesidad del arrepentimiento, sobre las promesas de salvación y justicia de Dios, y sobre nuestra firme esperanza en el regreso de Cristo y su reino que permanecerá para siempre. Nos preparamos para celebrar al «Rey recién nacido» que «nació para que el hombre no muera más», como declara el querido villancico de Charles Wesley. Y, a lo largo del Adviento, se nos recuerda una y otra vez que el Evangelio no es solo para nosotros, sino que es un mensaje de «gran gozo para todo el pueblo» (Lucas 2:10): es una buena noticia que debe ser compartida.

Mientras lee y reflexiona en la Palabra de Dios cada día durante estas cuatro semanas de Adviento, nuestra esperanza es que renueve su compromiso con las verdades fundamentales del Evangelio y que, tal como los pastores que encontraron al niño Jesús, glorifique y alabe a Dios por todas las cosas que escuche y vea.

Kelli B. Trujillo es editora en Christianity Today.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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