Cuando se trata de la historia de la Iglesia, hay dos enfoques comunes pero errados: algunos celebran una serie ininterrumpida de triunfos del pueblo de Dios, mientras que otros denuncian un historial de actos inmorales cometidos por hipócritas. La verdadera historia, sin embargo, es mucho más compleja, con algunos cristianos amoldándose a las enseñanzas de Cristo y algunos otros quedándose muy cortos, tal como lo documenta el historiador John Dickson en Bullies and Saints: An Honest Look at the Good and Evil of Christian History [Acosadores y santos: Una mirada honesta sobre lo bueno y lo malo en la historia del cristianismo]. Christopher Reese, escritor independiente y editor de The Worldview Bulletin, conversó con Dickson sobre cómo podemos aceptar y asumir los errores de la historia de la Iglesia, y a la vez responder a los escépticos que niegan los numerosos logros que la Iglesia ha tenido en los últimos dos milenios.
¿Cómo pueden los cristianos de hoy beneficiarse de aprender acerca de la historia de la Iglesia?
Aprender sobre cualquier tipo de historia tiene múltiples beneficios. En primer lugar, puede conducir a la humildad. Saber más sobre las figuras del pasado que cambiaron su época pone en perspectiva nuestros propios logros y nuestra autosuficiencia. Por otro lado, los hechos vergonzosos de la historia, especialmente de la historia del cristianismo, deberían llevarnos a considerar qué puntos ciegos verán en nosotros las generaciones futuras. Cuanto más estudio la historia, menos juzgo a nuestros antepasados, no porque los males que cometieron no fueran malos, sino porque temo no poder ver mi propia maldad.
Otro aspecto sorprendente de estudiar la historia es que nos invita a indagar en un pozo mucho más profundo de experiencia y sabiduría humanas. Es como realizar la máxima encuesta de opinión acerca de la democracia. Escuchamos las mejores ideas, no solo de nuestro presente, sino también de épocas pasadas. Y vemos cómo toda la familia cristiana luchó con la sabiduría de Dios en contextos muy diferentes.
¿Cuáles son los mitos populares sobre la historia del cristianismo que más quisiera corregir?
¡No sé por dónde empezar! Un mito popular es que los primeros cristianos adoptaron una ética del amor y la humildad solo porque eran los «perdedores» de la sociedad: campesinos, mendigos, perseguidos. Pero nada podría estar más lejos de la verdad. Cuanto más leo los documentos más antiguos que datan de aquellos siglos de fundación del cristianismo, más convencido estoy de que esos cristianos sentían que podían permitirse ser buenos perdedores porque, en realidad, ¡ya habían ganado! Esta convicción les permitía ser indiferentes ante la política y el poder, sabiendo que la glorificación de Cristo y la reivindicación de su pueblo perseguido ya estaban aseguradas.
Hay muchos otros mitos que merecen ser aclarados, por ejemplo, la noción popular de que Occidente entró en la «Edad oscura» tras la caída de Roma y el ascenso de la Iglesia. Es cierto que durante ese periodo se perdieron muchas estructuras importantes. Sin embargo, la Iglesia continuó su labor estableciendo comunidades de cuidado, construyendo hospitales y escuelas, e inspirando una enorme industria de estudio y copia de obras clásicas. Muchos no se dan cuenta de que la gran mayoría de los textos latinos clásicos, tanto paganos como cristianos, fueron conservados por monjes diligentes en el periodo que llaman «la Edad oscura».
Por supuesto, los cristianos también pueden tener sus propios mitos que pintan la historia del cristianismo casi completamente de color de rosa. No veo ningún valor en blanquear las cosas horribles que se hicieron en nombre de Jesús, como la quema de sinagogas en el siglo IV, el cierre de templos paganos en el siglo VI o la reinterpretación en el siglo XII de la metafórica «armadura de Dios» descrita por Pablo para justificar el uso de espadas reales contra los no creyentes.
¿Hay algún personaje histórico en su libro que los cristianos deberían conocer mejor?
Si tuviera que elegir solo uno, sería Alcuino de York, quizás el más grande europeo del que nunca oímos hablar. Fue un devoto diácono de la iglesia y fue conocido como el hombre más culto del mundo en el siglo VIII. Introdujo un amplio programa educativo en toda Europa bajo el patronato de Carlomagno. Los estudiantes –niños y niñas, ricos y pobres– aprendían gramática, lógica, retórica, geometría, aritmética, astronomía básica y lo que podríamos llamar filosofía de la música, que los preparaba para estudiar materias avanzadas como historia, teología y derecho.
Esto transformó a Europa de una manera que los romanos nunca podrían haber logrado, y que nunca habrían intentado. Con el tiempo, nos dio las grandes escuelas catedralicias y las principales universidades de la Baja Edad Media. Pero la contribución de Alcuino no fue tan solo académica. Como uno de los consejeros más queridos de Carlomagno, de alguna manera convenció al gran monarca para que evitara su brutal política de «conversión o espada». Alcuino quería convertir a la Europa pagana a través de la dulce persuasión, no por medio de violencia e impuestos.
¿Cómo responde usted a los escépticos que enumeran acontecimientos como la Inquisición o las Cruzadas como razones para rechazar el cristianismo?
Rechazar el cristianismo basándose en la terrible actuación de algunos cristianos es como descartar a Bach después de escuchar mis débiles intentos de tocar sus suites para violonchelo. Todos sabemos distinguir entre la composición y la interpretación. Y lo mismo aplica a la historia de la Iglesia. El mensaje original de Cristo ha resonado a lo largo de los siglos como una bella melodía, aunque muchos cristianos no hayan logrado tocarla en armonía.
En cualquier caso, ninguna evaluación honesta de la historia del mundo puede tratar la intolerancia y la violencia de la iglesia como algo único. El salvajismo parece ser universal. Pero hay cosas que no son universales, como la educación gratuita, los hospitales y la caridad para todos. Estas fueron las contribuciones especiales del cristianismo.
¿Cómo cree que sería el mundo actual si la Iglesia nunca hubiera existido?
Solo podemos especular, por supuesto, así que permítanme hacerlo. El hecho es que los griegos y los romanos no creían en lo que nosotros llamamos caridad. Como no consideraban la humildad como una virtud, nunca soñaron con proporcionar hospitales para la población general. Y tenían una visión profundamente denigrante de las mujeres y del sexo. A pesar de muchos fracasos trágicos, la Iglesia corrigió estos males.
Algo sorprendente de la historia del cristianismo es este «correctivo» incorporado en el corazón de la fe. Cuando la Iglesia se encontraba en su peor momento, surgía alguna figura profética que señalaba lo lejos que se había desviado todo el mundo del Evangelio, e inspiraba un movimiento de reforma que hacía que la gente volviera al buen camino, hasta el siguiente periodo de fracaso sistémico.
Por mucho que nuestro mundo vea a la Iglesia como algo meramente tradicional e incluso antiprogresista, lo cierto es lo contrario. Esa podría ser una buena descripción de la Roma republicana e imperial, pero no describe la trayectoria dominante de la historia de la iglesia, que se caracterizó por el arrepentimiento, la mejora y el esfuerzo hacia una mayor encarnación de la perfección de Cristo. En cierto modo, las pasiones seculares modernas por denunciar la hipocresía y exigir el progreso son piezas del legado cristiano que se han desprendido de su fuente espiritual.
¿Qué mensaje espera que los lectores saquen de este repaso de la historia del cristianismo?
Mi esperanza para los escépticos es que, a pesar de ver confirmados sus peores temores sobre la Iglesia en algunos puntos, también se sorprendan de hasta qué punto los cristianos en su mejor momento nos han dado algunas de las cosas que los humanistas seculares aprecian hoy.
Me gustaría pensar también que los cristianos se sentirán al mismo tiempo humillados e inspirados por la actuación de la Iglesia a lo largo de sus veinte siglos. La posibilidad de desviarse del camino de Cristo está siempre presente. Sucedió en el pasado, y volverá a suceder en el futuro. Esto debería causarnos dolor y temor, manteniéndonos alerta ante nuestros propios puntos ciegos. Pero confío en que las historias de fe heroica de cada siglo nos afirmarán para seguir creyendo que, a pesar de nuestros fracasos, Cristo puede obrar sus maravillosos propósitos a través de una carne tan frágil como la nuestra.
Traducción por Sofía Castillo
Edición en español por Livia Giselle Seidel