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Las cárceles de El Salvador están más llenas que nunca, pero el ministerio en las prisiones sufre graves limitaciones

Las organizaciones cristianas encuentran dificultades para acercarse a los presos en un país donde 1 de cada 56 personas está en la cárcel.

Reclusos esperan mientras 2000 detenidos son trasladados al Centro de Confinamiento del Terrorismo en El Salvador.

Reclusos esperan mientras 2000 detenidos son trasladados al Centro de Confinamiento del Terrorismo en El Salvador.

Christianity Today July 16, 2024
Handout / Getty

En poco más de dos años, el gobierno de El Salvador ha enviado a prisión a 80 000 personas. Ahora, con más de 111 000 personas encarceladas, el país tiene el mayor porcentaje de personas detrás de las rejas en todo el mundo, equivalente a un preso por cada 56 habitantes.

La situación actual se deriva de una política de tolerancia cero hacia las bandas que en su día proliferaron en el país. Las pandillas salvadoreñas son consideradas organizaciones criminales trasnacionales y son vistas como las responsables de llevar las tasas de asesinatos a niveles solo vistos durante la guerra civil de 1979-1992.

En marzo de 2022, el presidente Nayib Bukele decretó un régimen de excepción que suspendió un número significativo de derechos civiles a fin de facilitar la detención y el procesamiento de presuntos miembros de las bandas. Aunque la administración dijo inicialmente que el decreto duraría un mes, desde entonces ha sido renovado 27 veces por el congreso salvadoreño, por lo que lleva vigente casi dos años y medio.

El ministerio cristiano en las prisiones nunca ha tenido una presencia significativa en El Salvador. Pero para los pocos que sirven en estos espacios, el régimen de excepción ha supuesto tanto una oportunidad como una serie de problemas.

Por un lado, dicen los líderes, existe una oportunidad real para que un número considerable de reclusos encuentre una vida nueva a través del Evangelio. «La mayoría de ellos saben que necesitan una transformación física, pero la evangelización puede mostrarles que también necesitan una transformación espiritual», afirma Raúl Orellana, líder un ministerio regional que ha servido en las prisiones de El Salvador desde 2008.

Por otro lado, por diversas razones han sido pocos los cristianos que han mostrado interés en el ministerio en las prisiones, que se ha vuelto más difícil a medida que el gobierno ha aumentado las restricciones para las visitas de civiles a las cárceles.

Todos los centros de detención del país, excepto la penitenciaría de máxima seguridad, históricamente han estado abiertos a los ministros. «El gobierno está muy abierto a las iglesias cristianas evangélicas que quieren predicar en las cárceles», afirma Orellana; no obstante, la actual política de mano dura contra las pandillas también ha dificultado el acceso para las iglesias y los pastores.

Hace unos doce años, los pastores podían pasar las tardes sentados junto a los reclusos, brindándoles consejo y compartiendo con ellos el Evangelio. Cuando solía visitar las prisiones entonces, recuerda Orellena, sabía de la disponibilidad de drogas y dispositivos electrónicos para los reclusos, y a veces veía visitantes sospechosos.

En la actualidad, la mayor supervisión de las prisiones por parte del gobierno ha aumentado también las restricciones a la evangelización de los reclusos. Muchas prisiones han prohibido las interacciones cara a cara entre pastores y reclusos. Los pastores ahora solo pueden dirigirse a grupos de reclusos durante un máximo de una hora.

«Entiendo el punto de vista de las autoridades», afirma Orellena. «Los reclusos tenían el control total y no debería haber sido así. Hoy, las autoridades tienen el control».

Antes de 2022, en algunas prisiones, varios ministerios venían a predicar todas las semanas. Hoy, las autoridades penitenciarias permiten la entrada de grupos cristianos una vez a la semana en un horario establecido, con algunas excepciones para eventos evangelísticos. Por ejemplo, para el Día de la Madre de este año, Kenton Moody, un misionero estadounidense que dirige el centro de rehabilitación para menores infractores Vida Libre, organizó una gran fiesta en la cárcel de mujeres de Santa Ana.

El ministerio ofreció refrescos, pan dulce y Biblias a diez mil personas. Aunque las autoridades solo permitieron la asistencia de 2800 mujeres, al final del servicio, 295 levantaron la mano en respuesta a ese llamado a la conversión.

Problemas con las bandas y el gobierno

Aunque líderes como Orellena y Moody afirman haber visto a Dios obrando en las cárceles salvadoreñas, también afirman que muchos cristianos se muestran reacios a participar en el ministerio de prisiones por temor a encontrarse con delincuentes peligrosos. Durante años, amplias zonas del país vivieron bajo la violencia y el derramamiento de sangre causados por bandas como la Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18 (conocida también como 18).

Históricamente, el país ha tenido una de las tasas de homicidio más altas del mundo; en su punto más alto, en 1995, se reportaron 139 asesinatos por cada 100 000 habitantes. Desde principios de la década de 2000, la MS-13 y la 18 comenzaron a librar una larga batalla por el territorio, dejando un enorme saldo de muertos. En 2015, las pandillas decretaron la prohibición de todas las rutas de autobús en la capital, San Salvador, y tan solo el primer día de la prohibición, cinco conductores de autobús fueron asesinados. En 2016, algunos estimaron que los grupos habían extorsionado alrededor del 70 por ciento de todos los negocios del país. Las tasas de extorsión eran tan altas que en última instancia provocaron un aumento de los precios al consumidor.

Como resultado de los cambios en la ley y la aplicación del régimen de excepción, las cifras oficiales muestran una disminución del 70 por ciento en la tasa de homicidios en 2023, en comparación con 2022. El gobierno ha editado el código legal para equiparar formalmente a las asociaciones criminales locales con los grupos terroristas, y una nueva ley ha tipificado como delito el uso de tatuajes, las pintadas callejeras con grafiti y cualquier otra marca que se asemeje a los símbolos usados por las bandas locales.

Pero la disminución de las tasas de homicidio también ha tenido un costo. Human Rights Watch ha descrito los cambios como una política de «podemos detener a quien queramos», que permite detenciones basadas en el aspecto físico y el origen social de los detenidos, en llamadas anónimas o incluso en publicaciones en las redes sociales.

En este entorno, casi cualquier persona que tenga alguna relación con un miembro de una banda corre el riesgo de ser detenida y enviada a prisión. Esto incluye a exmiembros de bandas que han cumplido su condena y han vuelto a la vida civil, algunos de los cuales incluso se han convertido al cristianismo. Incluso los pastores que sirven entre los miembros actuales de las bandas pueden ser vistos como colaboradores o simpatizantes de las bandas, y corren el riesgo de ser encarcelados.

«Mi trabajo con los reclusos y exreclusos solía ser peligroso a causa de las bandas. Ahora es peligroso a causa del gobierno», afirma Moody. «Pueden meternos en la cárcel en cualquier momento por supuestamente ayudar a las bandas».

Las iglesias locales temen arriesgarse a tener problemas tanto con las bandas como con el gobierno si ejercen su ministerio en la cárcel, afirmó. «Los pastores nos dicen “qué maravilloso es lo que están haciendo” y “que Dios los bendiga”, pero no participan».

Una continua labor de testimonio

En Centroamérica, el crecimiento numérico de los evangélicos ha superado al de los católicos. En El Salvador, casi un tercio (30.9 %) de la población ahora se identifica como evangélica.

El porcentaje de evangélicos es mayor en los estratos más pobres de la sociedad, que son precisamente los mismos estratos de los que salen quienes se unen a las bandas y acaban en el sistema penitenciario, afirmó en entrevista Stephen Offutt, autor de Blood Entanglements.

Entre el 50 % y el 70 % de los reclusos de las cárceles salvadoreñas proceden de familias evangélicas. «Me atrevería a decir que todos los que están en la cárcel han oído hablar de Jesucristo», dice Orellana, pero añade que el número de verdaderos conversos es probablemente pequeño.

Para los pandilleros cansados de la violencia, el cristianismo ofrece una vía de escape.

«Las bandas le permiten a la gente salir si muestran una conversión real», dice Offutt. No es tan sencillo como declararse cristiano y ser libre. «Los miembros de las bandas que supuestamente se convierten al cristianismo son vigilados porque también hay conversiones falsas y pastores falsos que intentan manipular a las bandas».

Bajo el régimen de excepción, algunos pandilleros genuinamente convertidos están siendo arrastrados de vuelta a prisión. De alguna manera, esto está abriendo una puerta para que el evangelio llegue a donde la iglesia institucional no puede llegar.

«Un discípulo en prisión puede llevar el evangelio a muchos otros», dice Lucas Suriano, coordinador para América Latina de Prison Alliance, un ministerio con sede en Carolina del Norte que crea programas de discipulado y distribuye Biblias y literatura cristiana a reclusos de todo el mundo.

Aunque nadie ve lo que ocurre dentro de prisiones como el Centro de Confinamiento del Terrorismo, el centro de detención de máxima seguridad con capacidad para 40 000 personas que el presidente Bukele inauguró el año pasado, Offutt está seguro de que Dios sigue obrando allí.

«Hace algunos años», cuenta, «tenía un amigo pastor cuya casa estaba a la sombra de una prisión en El Salvador. Los domingos por la noche, podíamos oír canciones cristianas procedentes de la prisión».

«La gente intenta dar testimonio del Evangelio de la mejor manera posible. Están encontrando maneras de rendir culto allí; me resultaría inconcebible que no esté ocurriendo».

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Bavinck advirtió que sin el cristianismo, el racismo y el nacionalismo irían en aumento

El teólogo holandés argumentó que la cosmovisión bíblica es fundamentalmente incompatible con el etnocentrismo.

Christianity Today July 16, 2024
Ilustración por Elizabeth Kaye

No es ningún secreto que el teólogo holandés Herman Bavinck ha disfrutado de un renacimiento en los últimos años, como también señaló James Eglinton en un artículo previo para CT.

Desde que se publicó la traducción al inglés de la histórica obra de Bavinck, Reformed Dogmatics[Dogmática reformada] en 2008, y su versión condensada en un solo volumen en español en 2023, ha habido un flujo constante de nuevas lecturas acerca de su vida y pensamiento. Más recientemente, han salido a la luz nuevas traducciones de sus trabajos menos conocidos, pero no menos importantes, entre otros, Christian Worldview [Cosmovisión cristiana], Our Reasonable Faith [Nuestro Dios maravilloso], Christianity and Science y Guidebook for Instruction in the Christian Religion; y se han publicado nuevas ediciones de Philosophy of Revelation, basadas en sus charlas «Stone Lectures» de 1908, y The Wonderful Works of God.

Los teólogos como yo también estamos redescubriendo la tradición neocalvinista moldeada por Bavinck y su colega, el teólogo holandés Abraham Kuyper, y estamos examinando cómo estos pensadores podrían abordar cuestiones culturales de nuesta época, tales como la manera en que Estados Unidos y otros países están haciendo un ajuste de cuentas con el racismo. [En adelante, los enlaces redirigen a contenidos en inglés]. Y aunque muchos han criticado recientemente (y con razón) el fluctuante legado de Kuyper al respecto, a menudo también han descuidado las contribuciones de Bavinck sobre el tema, que muchos académicos ven como una mejora con respecto a Kuyper.

El análisis de Bavinck tiene lecciones perdurables para los cristianos que viven en un clima político polarizado. De manera similar al contexto del propio Bavinck de la Europa del siglo XIX, los estadounidenses hoy se enfrentan a los desafíos de vivir en una cultura cada vez más poscristiana. Esto ha dado lugar a acalorados debates sobre la identidad de Estados Unidos como nación, el nacionalismo cristiano y cómo todos podemos encontrar puntos en común aun en medio de nuestras diferencias más profundas.

La cosmovisión cristiana neocalvinista de Bavinck y Kuyper, por ejemplo, afirmaba la diversidad de la realidad, pero veía que esa diversidad refleja una unidad mayor. Como el Creador es Trino, observaron que el mundo a menudo se ajusta a patrones de unidad en la diversidad. Sin embargo, Bavinck creía que este patrón tenía implicaciones adicionales para la humanidad misma.

Como lo mostré en otro texto, Bavinck argumentó que la imagen de Dios (imago Dei) se refiere no solo a nosotros como individuos, sino a la humanidad en su conjunto. Como escribe el teólogo Richard Mouw, Bavinck articula cómo la imagen de Dios se despliega «en la rica diversidad de la humanidad, repartida en muchos lugares y épocas», a medida que la raza humana se dispersa por todo el mundo y desarrolla culturas, idiomas y contextos orgánicamente diferenciados. Estas diferencias no están osificadas ni son estáticas, sino que se fusionan de maneras hermosas y sorprendentes a través de la unión del reino de Dios llevada a cabo por el Espíritu Santo.

En resumen, Bavinck creía que la gloria de Dios se revela más claramente a través de la diversidad de la humanidad, y que esta diversidad se mantiene unida por una confesión común de Jesús como Señor. La iglesia global es un pueblo integrado colectivamente por cada tribu y lengua: una humanidad renovada que alcanza su telos o propósito bajo el señorío de Cristo.

Sin embargo, Bavinck combinó esta visión positiva con duras advertencias contra el racismo y el nacionalismo. En dos textos, Christian Worldview [Cosmovisión cristiana] y Philosophy of Revelation, Bavinck anticipó el surgimiento del nacionalismo eurocéntrico. En un libro de próxima publicación, exploro cómo Bavinck detectó el desarrollo de estas ideas en la filosofía alemana a principios del siglo XX, que eventualmente prepararon el escenario para el régimen de Hitler, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

Bavinck atribuyó estos cambios ideológicos al declive de la fe cristiana en Europa. Cuando los humanos dejan de adorar a Dios, sustituyen lo divino por las obras creadas (Romanos 1:25). Por lo tanto, dijo, en cualquier sociedad que se aparte de la fe cristiana, naturalmente alimentará el racismo y el nacionalismo.

Si Dios no es la fuente que define lo que es verdadero, bueno y bello, entonces la moralidad tendrá que tener a la humanidad misma como su fundamento. Y si la humanidad no es «genérica» o «universal», sino diversa y en constante evolución, entonces uno debe decidir qué humanidad y en qué momento de la historia se convierte en el estándar para la evaluación moral. En el contexto de Bavinck, ese punto de referencia era el nacionalismo ario (al que se refería como «pangermanismo, paneslavismo, etc.»), que veía a la raza aria como la cúspide de la humanidad universal y, por lo tanto, como la encarnación de la normatividad.

Bavinck cita a algunos de los primeros líderes de pensamiento «elocuentes», cuya ideología racista emergente influyó en algunos de sus contemporáneos, y cuyas ideas eventualmente llevaron a reconfigurar al propio Jesús como el símbolo supremo de la raza aria.

Dado que cada religión recurre a una figura histórica como fuente de su revelación, el nuevo nacionalismo alemán necesitaba transformar a Jesús en «el tipo más puro de la raza aria o germánica» para «retener» su autoridad. «Jesús no vino de Israel sino de los arios», determinaron, porque consideraban que todas las demás culturas pasadas eran primitivas, incluida la judía. «Qué tonto es el que cree que Jesús no era judío, sino que era ario», escribió Bavinck, «y que la Biblia, en la que todo hereje encuentra su texto de prueba, proporciona la evidencia de este asunto».

Este «renacimiento de la conciencia racial» fue reforzado aún más, según Bavinck, por la visión histórica que muchos filósofos sostenían en su época: que cada etapa sucesiva de la historia humana ascendía hasta su era actual, que, convenientemente, se describía a sí misma como la más evolucionada y culta. Así, el linaje ario era visto como la raza dominante y superior a la que se podían atribuir todos los mayores logros de Europa (y, por tanto, del mundo).

El resultado, observó Bavinck, fue que «la llamada “visión histórica pura” se convierte en la construcción más sesgada de la historia». Al ubicar la ética dentro de su propia historia y proyectar su cultura como si fuera la norma absoluta, los alemanes se postularon como árbitro y pináculo de la historia, y eclipsaron a todas las demás naciones y grupos étnicos. Liberaron a su «raza superior» de la rendición de cuentas ante la revelación trascendente de Dios, lo que les permitió infligir coerción opresiva sobre todas las razas «inferiores», y rechazar que cualquier otra cultura pudiera ser una fuente de corrección.

Estas ideas se combinaron con la práctica emergente de la eugenesia, en la que la teoría de la evolución y las ciencias naturales se aplicaron a la noción de crear una raza superhumana (Übermensch). ¿Qué pasaría si, por ejemplo, el proceso de selección natural mediante la «supervivencia del más apto» pudiera acelerarse eliminando las debilidades genéticas para «purificar y perfeccionar» a la raza humana? Bajo este razonamiento, filósofos, científicos y psicólogos se unieron con el objetivo de liberar a la humanidad de sus miserias o, como dijo Bavinck, «mejorar las cualidades raciales de la humanidad de manera artificial».

Bavinck conectó estas teorías populares de su época con las aspiraciones de los filósofos alemanes de presentarse ante el mundo como portadores de alguna forma de salvación escatológica. Observó que estos pensadores no solo rechazaban el cristianismo porque lo percibían como falso, sino porque lo consideraban malo para el desarrollo del futuro: «Si la cultura moderna quiere avanzar, debe rechazar totalmente la influencia del cristianismo y romper completamente con la vieja cosmovisión».

¿Por qué? Como explicó Bavinck, mientras que se creía que la esperanza humana moderna era enteramente «de este mundo», sus contemporáneos europeos consideraban que el cristianismo era «indiferente a esta vida», ya que su esperanza reside, en última instancia, en un reino de otro mundo: la eternidad, el cielo y Dios. En otras palabras, creían que la esperanza en los logros humanos tangibles era más segura que la esperanza en las realidades divinas intangibles.

Según el razonamiento de Bavinck, al ver a una sociedad o nación humana en particular como el principal portador de la civilización ética llenaba el vacío escatológico que queda al eliminar la esperanza cristiana de la sociedad moderna. Si la ley moral no se encuentra en lo trascendente sino en lo inmanente, entonces sucede lo mismo con el cielo. En este caso, una sociedad utópica está modelada por cualquier nacionalidad que represente la «altura» de la humanidad.

Estos desarrollos ideológicos, que estaban de moda en ese momento, pintaban un panorama realmente sombrío. ¿Cuál fue la respuesta de Bavinck y qué alternativa propuso?

En Philosophy of Revelation, Bavinck señala los problemas insuperables que plantea la transposición de los principios científicos de la evolución naturalista a la historia social de la humanidad. Según argumentó, este instinto refleja una forma de monismo que reduce la gran diversidad de la vida creada a una uniformidad singular, como si una explicación que funciona bien en una esfera pudiera usarse para todas las áreas de la vida.

Además, argumentó que los intentos de elaborar una gran narrativa histórica a menudo privilegian a una nación o grupo étnico sobre otros, e ignoran la unidad de la raza humana a través del tiempo y el espacio. Más aún, afirmar que cada siglo es intrínseca y holísticamente mejor que el anterior no reconoce que en la antigüedad existió una «alta civilización», incluso más avanzada que nosotros en algunos aspectos, ni que los mismos vicios de la antigüedad todavía plagan nuestra época y nuestras culturas contemporáneas.

En lugar de una historia lineal de desarrollo progresivo que culmina en una nación o una filosofía maestra, Bavinck creía que la historia es pluriforme: un laberinto rico y multifacético que cuenta la historia de una humanidad unida a través de todas sus particularidades, ubicaciones y períodos de tiempo.

Y Bavinck argumentó que para evitar el instinto supremacista de elevar una nación o fase de la historia, las ciencias históricas deben tener sus raíces en el teísmo cristiano. Esto se debe a que los historiadores requieren una «revelación» divina y única para afirmar que «todas las criaturas… son acogidas y se mantienen unidas por un pensamiento rector, es decir, por el sabio consejo de Dios». Creer en la unidad de la humanidad, que es la «presuposición de toda la historia», es una afirmación «que solo nos ha sido dada a conocer por el cristianismo».

En lugar de ver una cultura o etnia como la expresión universal de la verdadera humanidad, para Bavinck el cristianismo enseña que «la unidad de la humanidad no excluye sino que más bien incluye la diferenciación de la humanidad en raza, carácter, logros, vocación y muchas otras cosas».

Bavinck escribe que esta «variedad ha sido destruida por el pecado y transformada en todo tipo de oposición» desde que «la unidad de la humanidad se disolvió en una multiplicidad de pueblos y naciones». Pero en lugar de buscar la «falsa unidad» de un monismo mundano, preservar la rica diferenciación de la humanidad requiere que «la unidad de toda la creación no se busque en las cosas en sí, sino en algo trascendente… en un ser divino, en su sabiduría y poder, en su voluntad y consejo».

En otras palabras, afirmar el cristianismo significa rechazar la uniformidad fabricada por el hombre y abrazar la diversidad ordenada por Dios. Solo la salvación en Cristo y la comunión en su Espíritu, la revelación divina y la redención pueden restaurar y alcanzar el ideal de la unidad verdadera y orgánica de la humanidad en la diversidad.

Como seres humanos, nuestra unidad y diferenciación, así como nuestra identidad y dignidad, están aseguradas en última instancia en Cristo, a quien Bavinck llama el «núcleo» que reveló el «plan, el progreso y el objetivo» de la historia, y que eliminó nuestra tendencia pecaminosa a exaltarnos a nosotros mismos como el ideal histórico. En otras palabras, el centro, objetivo, progreso y fin último de la historia no se encuentra en la humanidad sino en Cristo.

La única cosmovisión que «responde a la diversidad y riqueza del mundo», escribe Bavinck, es aquella que insiste en que la historia está gobernada por la voluntad divina. No solo eso, sino que debemos creer que Dios entró voluntariamente en el mundo «históricamente» en la persona de Jesucristo, a fin de elevarlo «a las alturas» del «reino de los cielos».

La utopía celestial que buscamos, entonces, no es el resultado del progreso histórico humano, sino una obra divina de Dios: «Si alguna vez ha de haber una humanidad unida en un corazón y en una alma, entonces debe nacer al retornar a un solo Dios vivo y verdadero».

En la era cada vez más polarizada en que vivimos hoy en día, el mensaje de Bavinck sobre la diversidad unificada de la humanidad es más necesario que nunca. En lugar de asumir que nuestra visión del mundo es definitiva o superior a la de otros contextos, Bavinck nos recuerda el testimonio profético del mensaje universal de reconciliación dado por Dios y encarnado en Jesucristo.

Las reflexiones antropológicas de Bavinck ciertamente no son perfectas. Sigue siendo un hombre del siglo XIX y, en ocasiones, refleja ciertos análisis o lenguaje que los lectores del siglo XXI rechazarían (por ejemplo, su lenguaje de culturas «altas» y «bajas»). Pero es notable que, a principios del siglo XX, Bavinck previera los peligros de la eugenesia, el racismo y el nacionalismo emergentes en la filosofía alemana, que estaban de moda en ese momento, incluso entre los cristianos.

En los siglos previos a los horrores de la Segunda Guerra Mundial, cuando se creía que «el espíritu alemán sanaría al mundo», Bavinck presentó una visión escatológica trascendente, no impulsada por manos humanas sino iniciada por la voluntad divina de Dios. Y en una era poscristiana, tanto entonces como ahora, Bavinck nos recuerda que las funestas raíces del racismo y el nacionalismo se remontan al rechazo de las afirmaciones cristianas, en las cuales se encuentra el fundamento de nuestra moralidad, así como de nuestra dignidad y esperanza final en Dios.

N. Gray Sutanto es profesor asociado de teología sistemática en el Seminario Teológico Reformado de Washington, DC. Es autor, editor y traductor de varios libros, entre ellos God and Humanity: Herman Bavinck and Theological Anthropology y T&T Clark Handbook of Neo-Calvinism.

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Exvicepresidente de Disney busca traducir ‘The Chosen’ a 600 idiomas

Rick Dempsey relata cómo está aplicando décadas de experiencia en localización a la serie «Los elegidos»

Rick Dempsey (centro)

Rick Dempsey (centro)

Christianity Today July 12, 2024
Ilustración de Mallory Rentsch Tlapek / Fuente de imágenes: The Chosen / Pinkton / Getty

En 2014, Disney publicó un video en el que Elsa aparece cantando «Let It Go» («Libre soy») en 25 idiomas. Quien no conoce los detalles, bien podría pensar que la misma cantante interpretó la popular balada de Disney en todos los idiomas.

Gran parte del mérito de esta magia debe atribuirse a Rick Dempsey, exvicepresidente creativo de Disney Character Voices International. El equipo de Dempsey organizó audiciones en todo el mundo y finalmente encontró cantantes locales que dieron vida a la música de Frozen en sus propios idiomas.

El objetivo era «garantizar la coherencia de los personajes» y que «las voces fueran todas muy similares en todo el mundo», dijo Dempsey en 2014. «La buena noticia es que pudimos encontrar talentos capaces de lograrlo».

Esta impresionante coherencia, o «integridad de los personajes», es un concepto y práctica que The Walt Disney Company adoptó y amplió casi hasta la perfección gracias al trabajo de Dempsey, quien ahora ha llevado su experiencia a la serie The Chosen (Los elegidos), que se ha convertido en la serie de televisión más traducida de la historia.

CT habló recientemente con Dempsey sobre su transición de Disney a Come and See, el arduo proceso de traducción y localización, y cómo Los elegidos está llevando el mensaje de Jesús a grupos de personas aún no alcanzadas por el evangelio, y a lugares donde hablar de Cristo te puede costar la vida.

Esta entrevista ha sido editada por motivos de claridad y extensión.

Cuéntanos acerca de tus 35 años de carrera en Disney.

Empecé a trabajar en Disney en 1988 y era responsable del área de voces de personajes para toda la compañía. Mi trabajo consistía en proteger la integridad de los personajes, lo que significa que cuando los personajes de las películas pasan por un proceso de adaptación para conectar con los diversos públicos locales alrededor del mundo, aún siguen siendo coherentes en todos los idiomas. Creo que es una responsabilidad única en una empresa secular como Disney, porque como creyentes, es algo similar a lo que estamos llamados a hacer con nuestras propias vidas, es decir, mantener nuestra integridad cristiana donde sea que vayamos.

A medida que la empresa creció internacionalmente, Disney empezó a traducir sus obras y a hacer un esfuerzo por garantizar la coherencia y la integridad en las voces de los personajes en los parques temáticos, los productos de consumo, así como en las películas, en todo el mundo. Durante los últimos veinte años de mi carrera allí estuve a cargo de esto, y también estuve a cargo de toda la localización internacional para Disney, incluyendo Pixar, Marvel, Lucasfilm y, poco antes de mi salida, también la marca Fox. Tuve una gran carrera allí.

Dices que estabas a cargo de la localización, pero no todo el mundo sabe lo que eso significa. ¿Podrías explicarlo?

Mucha gente lo llama traducción, pero nosotros lo llamamos localización porque es mucho más que traducir un guión. Es una adaptación idiomática del contenido original, es decir, intentamos incorporar los modismos, las frases y los coloquialismos locales de un idioma al diálogo, tal como lo hicimos en el idioma original.

¿Cómo comenzaste a trabajar en Los elegidos?

Cuando volvimos de la pandemia, me di cuenta de que mi tiempo en Disney había llegado a su fin. Disney, como todos sabemos, ha dado un giro en términos de entretenimiento familiar. Me di cuenta de que mi tiempo se había terminado, así que solicité mi retiro de la empresa. Prácticamente me lancé sin paracaídas.

Justo después de haber tomado la decisión de retirarme, Come and See (la organización sin ánimo de lucro que gestiona la financiación de The Chosen) comenzó a explorar cómo difundir el programa de televisión por todo el mundo, así que alguien en una reunión dijo: «Creo que conozco a alguien». Así que me enviaron un mensaje de texto desde esa reunión que decía: «¿Te interesaría trabajar para The Chosen y llevar la serie por todo el mundo, tal como hiciste con todos los contenidos de Disney?». Les dije: «Por supuesto». No tuve que pensarlo mucho. Poco después, fundé mi propia casa productora y comencé a servir como asesor para Los elegidos.

Últimamente, muchas empresas de medios de comunicación están apostando por las traducciones asistidas por inteligencia artificial (IA). La IA ha pasado de hacer traducciones literales (palabra por palabra) a producir traducciones más naturales. ¿Crees que algún día la IA podrá hacer el trabajo de localización?

Ahora mismo estamos bajo un modelo que yo llamo «80-20», es decir, un 80 % de IA y un 20 % de trabajo humano. Creo que llegaremos a un punto en el que la IA tendrá una idea bastante buena de cómo traducir, pero siempre tendremos que retocarla con algunos toques humanos.

Estoy seguro de que alguien puede sacar un guión de IA para una película, pero se sentiría muy estéril. Hay algo en la emoción humana que nunca obtendremos de la IA: hay que tener ese toque humano para que realmente tenga un impacto y se sienta real.

En Los elegidos, hay coloquialismos y ciertos términos y frases clave que la IA no necesariamente entiende. Debido a la escala de este proyecto (nuestra meta es traducir a 600 idiomas) tendremos que hacer uso de algún tipo de IA para ayudar en el camino. Sin embargo, hay muchos mercados subatendidos en los que el mundo de la IA aún no tiene muchos datos o información sobre ese idioma, así que todo tendrá que ser esfuerzo humano.

¿Hay elementos o características de la serie Los elegidos que la hacen especialmente difícil de traducir o localizar?

Sin duda alguna. Cada frase coloquial o modismo utilizado en inglés constituye un reto para garantizar una buena traducción. También tenemos que averiguar cómo comunicar frases bíblicas y frases judías. Incluso algunos de los títulos del gobierno romano a veces son difíciles de traducir.

Además, las audiciones para los actores que hacen la voz de Jesús han resultado bastante difíciles en algunos mercados. La voz de Jonathan Roumie [el actor que hace el papel de Jesús en la serie] tiene un tono muy puro e íntegro, con muy poca textura; una voz que no tiene un tono bajo, pero tampoco resonante. La voz tiene que ser autoritaria e imponente, sin dejar de ser compasiva y cariñosa. Roumie no suena joven, pero tampoco suena demasiado viejo: parece exactamente de unos 30 años. Encontrar todos esos atributos en un solo actor es extremadamente difícil, y hemos descubierto que pueden ser necesarias varias rondas de audiciones antes de encontrar a alguien lo bastante parecido para interpretar a este personaje central.

Gaius (Gayo) es otro personaje difícil. El actor inglés Kirk Woller tiene una voz con mucha textura, de rango medio-alto. Su forma de interpretar el personaje es apacible y, sin embargo, tiene autoridad gubernamental. Al comenzar el proceso de doblaje en la mayoría de los países, los actores hacen que suene realmente áspero y enérgico. A menudo es necesario hacer varias audiciones para encontrar a alguien que entienda el lado amable del personaje.

Entendemos que el objetivo final de Los elegidos es compartir el Evangelio, y esa es una tarea que Jesús encomendó a sus seguidores. ¿Hasta qué punto han intentado encontrar personas cristianas para llevar a cabo el proceso de localización?

Estamos trabajando con personas que tienen el corazón dispuesto a difundir la historia de Jesús en todo el mundo de una manera realmente significativa. Hay países en los que el evangelio no está permitido, pero aún así los creyentes se apasionan por llevar Los elegidos a su país.

Tuvimos un caso en el que una mujer a quien le encanta el programa se acercó desde un país oprimido en términos religiosos. La encarcelarían si la pillaran tan solo hablando de la serie. Pero ahora estamos trabajando con ella para crear subtítulos en su idioma. Ella tiene que salir del país para poder comunicarse con nosotros. Esta es otra tremenda historia de alguien que asume un riesgo increíble a fin de utilizar Los elegidos como una oportunidad evangelística para llegar a todo un grupo de personas que no han sido expuestas a la historia de Jesús.

Nos aseguramos de que nuestros traductores sean creyentes cristianos, sin embargo, ese no es un requisito para los actores de doblaje. Y, concretamente en las comunidades musulmanas, hemos tenido actores que, una vez que han entendido el material y el tema del programa, simplemente salen de la sala de grabación. El doblaje ha sido un verdadero reto en partes del mundo donde hay oposición al cristianismo.

Pero Dios tiene el control de todas las cosas. En uno de esos países, uno de nuestros expertos en la materia es un musulmán converso que ahora tiene un doctorado en estudios hebreos y judaicos, y él ha sido un recurso increíble para nosotros.

Mencionaste que la meta actual es que Los elegidos esté disponible en 600 idiomas, y eso es realmente un gran reto. Algunas lenguas tienen cientos de millones de hablantes en continentes enteros, otras muchísimos menos, concentrados en regiones muy pequeñas. ¿Qué están haciendo para abordar esas diferencias?

Sí, estimamos que haremos doblaje a aproximadamente 100 idiomas, y otros 500 solo estarán subtitulados.

Estamos traduciendo en regiones como Francia, Italia, Alemania, España, Japón, América Latina, Rusia, Europa del Este, donde hay comunidades de doblaje bien estructuradas: traductores, actores de doblaje, estudios de grabación, etc. Pero ahora estamos comenzando a trabajar con esos idiomas en los que empezamos a tratar con mercados subatendidos, y está resultando todo un reto.

Estamos entrando en territorios donde la gente nunca ha escuchado un doblaje en su propio idioma. En algunos de ellos solo trabajaremos subtítulos porque simplemente no tienen la infraestructura para poner algo del tamaño del proyecto mediático que es Los elegidos en su idioma local.

Y es importante decir que estamos haciendo todas las traducciones y doblajes en el mercado local, es decir, en la región donde se habla el idioma. En mi opinión, es la única manera de hacerlo bien. Así lo hacíamos en Disney, porque creo que trabajar localmente es la única manera de que resuene en el público local. Se necesitan los modismos y coloquialismos de la gente de ese mercado.

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Sí, el carisma tiene un lugar en el púlpito

Pero no lo confundamos con un llamado.

Christianity Today July 11, 2024
Ilustración por Tim McDonagh

El carisma ha atravesado tiempos difíciles en la iglesia. O, al menos, algunos de nosotros hemos empezado a sospechar de los líderes carismáticos. Las grietas han venido saliendo a la luz desde hace un tiempo. Hace nueve años, mucho antes de que Oxford University Press coronara la palabra rizz (jerga para el tipo de carisma que inspira atracción romántica) como palabra del año 2023, Rick Warren observó: «El carisma no tiene absolutamente nada que ver con el liderazgo». [Los enlaces redirigen a contenidos en inglés].

Pero todos sabemos que sí tiene mucho que ver, ¿no?

Nos gustan los líderes con personalidades dinámicas. Nos sentimos atraídos por ellos, tanto en la iglesia como en la política. Para bien o para mal, el carisma es un factor. El líder carismático es el tema común de las historias que relatan el origen de muchas organizaciones y denominaciones cristianas (y no cristianas). Muchos movimientos remontan sus inicios a un individuo con una personalidad descomunal, con una gran ambición por Dios, cuya eficacia parece haberse debido tanto a su personalidad como a un llamado de Dios.

Por ejemplo, las Escrituras dicen que Saúl, el primer rey de Israel, era «buen mozo y apuesto como ningún otro israelita, tan alto que los demás apenas le llegaban al hombro» (1 Samuel 9:2, NVI). La apariencia física de Saúl sugería que sería un rey ideal.

La experiencia posterior demostró lo contrario. Cuando el profeta Samuel buscó al sucesor de Saúl entre los hijos de Jesé, el Señor le advirtió que no se dejara llevar por tales cosas. «La gente se fija en las apariencias», dijo. «Pero yo me fijo en el corazón» (1 Samuel 16:7).

Sin embargo, cuando David fue presentado ante el Señor, 1 Samuel 16:12 menciona que «era buen mozo, pelirrojo y de buena presencia».

El carisma, al igual que la belleza, depende de la percepción de cada persona, de modo que el carisma tiene una dimensión cultural. Una de las razones por las que 1 Samuel enfatiza la apariencia física de Saúl y David es porque el rey también era un guerrero. La gente veía al rey como un libertador (1 Samuel 8:19-20). La altura de Saúl y la salud de David contribuyeron a su destreza en la batalla y les brindaron apariencia de realeza.

Sin embargo, las Escrituras son claras: cualquier éxito que experimentaron se debió a algo más que a sus dones naturales. En última instancia, estuvo en función del carisma en el sentido teológico más auténtico de la palabra. Tuvieron éxito porque el Espíritu Santo descendió sobre ellos con poder (1 Samuel 10:10; 11:6; 16:13).

Y luego, cada uno de ellos pecó públicamente. Fracasos similares de líderes carismáticos de nuestros días han aparecido en los titulares nacionales y se han convertido en material para pódcasts y documentales. Sus historias son un claro recordatorio de que a veces el carisma, como la belleza, es solamente superficial.

Pero la trayectoria de sus historias que nos resulta tan familiar también demuestra que el carisma da una especie de poder, lo queramos o no. Simplemente, no estamos seguros de qué tipo. ¿Es una autoridad que viene de Dios? ¿O simplemente una obra de la carne?

Los líderes carismáticos son una constante a lo largo de la historia. Sin embargo, el ideal del líder carismático fue presentado por el sociólogo del siglo XX Max Weber.

Basándose en la idea bíblica del liderazgo como un don de Dios (Romanos 12:8), Weber definió el carisma como «una cierta cualidad de una persona individual en virtud de la cual es apartada de los hombres comunes y tratada como dotada de poderes sobrenaturales, súper humanos, o al menos específicamente excepcionales». Para Weber, la esencia del carisma es la personalidad contundente de un líder que impulsa a otros a seguirlo.

Sin embargo, según Weber, una personalidad fuerte no es lo único que hace que un líder sea carismático. El carisma es el resultado de una colección de rasgos, incluida la santidad del carácter. Según la definición de Weber, la combinación que constituye el verdadero carisma es poco común.

Si la definición sociológica de carisma es «poder a través de la personalidad», la idea bíblica de carisma ubica el poder en otra parte. El carisma, sugieren las Escrituras, es el poder del Espíritu Santo otorgado por la gracia de Cristo. Este poder dado por Dios se muestra a través de (y a veces a pesar de) la personalidad. En esta definición bíblica, la personalidad es un medio por el cual se manifiesta el poder de Dios, no la fuente de ese poder.

En este sentido, todo liderazgo es carismático porque el liderazgo es un don de Dios (la etimología de carisma denota un don de Dios). La capacidad de ejercer liderazgo no es únicamente un don otorgado a ciertos individuos, sino que los individuos son en sí mismos dones otorgados a la iglesia (Efesios 4:7-13).

Este carisma espiritual no es solamente para un puñado de personas en la iglesia. Dios da el Espíritu «a cada uno… para el bien de los demás» (1 Corintios 12:7). La iglesia tiene líderes, pero su salud y éxito no dependen únicamente de ellos.

Los líderes de la iglesia, es decir, aquellos que ejercen dones espirituales en ella, así como aquellos que realizan las funciones y tareas necesarias que le permiten cumplir su misión, todos contribuyen al liderazgo carismático de la iglesia por parte del Espíritu Santo.

El fracaso público de muchos líderes dinámicos es un recordatorio del peligro de depender demasiado de cualquier individuo, incluidos nosotros mismos.

Cuando Jetro, el suegro de Moisés, lo vio rodeado por el pueblo mientras juzgaba sus disputas desde la mañana hasta la tarde, rápidamente vio la locura de tal modelo de liderazgo. «No está bien lo que estás haciendo», dijo Jetro.

«Pues te cansas tú y se cansa la gente que te acompaña. La tarea es demasiado pesada para ti; no la puedes desempeñar tú solo» (Éxodo 18:17-18). La solución de Jetro fue dispersar la carga compartiendo la responsabilidad judicial con otros.

Dios parece haber confirmado el consejo de Jetro cuando tomó parte del Espíritu que estaba sobre Moisés y lo puso sobre los ancianos de Israel (Números 11:17).

Esta acción no solo anticipó la carga compartida de liderazgo que encontramos en la iglesia del Nuevo Testamento, también prefiguró el derramamiento más amplio del Espíritu en el día de Pentecostés. No todos en la iglesia están llamados a ser líderes. Pero a todos se nos ha concedido el don del Espíritu que mora en nosotros (Romanos 8:9).

Si el poder de liderar se atribuye en última instancia al Espíritu Santo, ¿qué papel desempeña la personalidad? ¿Es un activo o un gravamen?

Una opinión común dice que el mejor estilo de liderazgo es aquel en el que la personalidad desaparece. Como escribí en Preaching Today, escuchamos un eco de esta declaración en una oración que a menudo escucho antes de un sermón. Dice algo como esto: «Que mis palabras sean olvidadas, para que únicamente se recuerde lo que viene de ti». Esas oraciones tienen buenas intenciones, pero no entienden el punto, entre otras cosas, porque no se requiere una obra de Dios para olvidar lo que dice el predicador.

En una serie de conferencias impartidas a estudiantes de Yale, el maestro del púlpito del siglo XIX Phillips Brooks, definió la predicación como la comunicación de la «verdad a través de la personalidad». Brooks entendía la personalidad como algo más que un estilo personal. Para él, la personalidad incluía el carácter, los afectos, el intelecto y el ser moral del predicador. Se trataba del trabajo de Dios en toda la persona.

El liderazgo está mediado de la misma manera. Los requerimientos para el liderazgo descritos en 1 Timoteo 3 y Tito 1 se concentran en el tipo de persona a considerar, más que en las tareas que deben realizar.

La personalidad importa en el liderazgo. Un estudio de las iglesias más grandes de Estados Unidos realizado por Warren Bird y Scott Thumma afirma que, «en general, los pastores de las mega iglesias han estado sirviendo en sus iglesias desde hace mucho tiempo», no se trata de los abusadores o criminales sobre los que los titulares recientes advierten. «Mantienen el enfoque de la iglesia en la vitalidad espiritual, en tener un propósito claro y en vivir esa misión».

La mayoría de estas iglesias han experimentado un crecimiento significativo a través del ministerio de un pastor carismático que sirvió en la iglesia durante un promedio de 22 años.

Otras investigaciones sugieren que ciertos factores de la personalidad (la capacidad de inspirar, la asertividad y la amabilidad) mejoran el trabajo de plantación de iglesias.

Dios obra a través de la naturaleza de las personas, tal como lo hace a través de los procesos naturales. Dios puede enviar pan del cielo, pero principalmente proporciona alimento mediante la siembra y el crecimiento. Puede sanar instantáneamente a través de un milagro, pero más a menudo sana a través del ministerio de médicos y medicinas. Cristo ha provisto a la iglesia de personalidades talentosas que enseñan, dirigen y administran, y esta es la forma habitual en que Él trabaja.

Sin embargo, no se puede negar que el carisma personal puede ser tanto una desventaja como una ventaja. Un estudio de 2018 ha demostrado que entre más carisma tengan los líderes, sus seguidores los percibirán como más efectivos. Pero esto solamente es cierto hasta cierto punto. La dificultad está en determinar cuánto carisma es demasiado.

¿Cómo pueden los líderes saber cuándo han pasado de la confianza en sí mismos al exceso de confianza? Desafortunadamente, esta parece ser una lección que generalmente se aprende a través del fracaso.

Las personalidades carismáticas pueden ser egoístas y narcisistas. Sin embargo, ninguna iglesia que busca un pastor dice: «¡Contratemos a un imbécil engreído!». De la misma manera nadie que busca una iglesia piensa, ¿dónde puedo encontrar un pastor abusivo? La verdad es que nos sentimos atraídos hacia los líderes narcisistas porque son atractivos.

Los líderes narcisistas tienen cierta presencia. Son emocionantes. Prometen grandes cosas. Muchos producen resultados impresionantes, al menos por un tiempo. Las iglesias que esperan un líder mesiánico pueden encontrar muy atractivo el estilo narcisista que a menudo acompaña al liderazgo carismático. Toleran el abuso, esperando que el pastor los conduzca a la tierra prometida del éxito ministerial.

Como ocurre con todas las relaciones codependientes, esta se basa en un sistema disfuncional de recompensas. Las congregaciones permiten un comportamiento narcisista porque obtienen algo de los líderes. Quizás sea la adrenalina de una personalidad magnificada, expresada a través de la predicación. A menudo, se trata de una capacidad para atraer a una multitud.

Las iglesias que toleran el abuso por parte de líderes narcisistas a menudo temen que nadie más pueda producir resultados similares. O les preocupa que la salida del pastor afecte la asistencia. Cuanto más grande es la iglesia, más difícil puede ser desconectarse porque parece haber mucho en juego. Con demasiada frecuencia terminan desarrollando sistemas sociales que refuerzan el abuso.

Los narcisistas se rodean de personas que los hacen sentir especiales. Este círculo interno experimenta una emoción indirecta al estar asociado con el líder. Esta asociación a menudo viene con beneficios o un trato especial, incluso si eso es solo acceso a un supuesto grado de celebridad. El resultado es un ciclo de codependencia que ciega a aquellos responsables de hacer que el narcisista sea responsable, llevándolos a ser cómplices del abuso.

Los líderes narcisistas suelen ser acosadores o bullies. Estos líderes desarrollan culturas organizacionales marcadas por el miedo y el castigo. Usan el poder de su posición espiritual para callar a cualquiera que los desafíe. Crean una cultura que silencia las objeciones y penaliza a los objetores.

Siempre hay un costo para quienes desafían a los líderes narcisistas. Los miembros de la iglesia que cuestionan sus agendas o prácticas son acusados de generar división y socavar el plan de Dios. En una mala aplicación de 1 Samuel 26:9 y 11, algunos advierten a quienes critican al pastor de no «alzar la mano contra su ungido». Las amenazas y las represalias se justifican como «disciplina de la iglesia».

Weber describió el proceso de esta manera: «La gente elige a un líder en quien confían. Entonces el líder elegido dice: “Ahora cállate y obedéceme”». Este enfoque suena incómodamente similar a la filosofía de muchos líderes eclesiásticos de alto perfil, cuyas fuertes personalidades los hicieron prominentes, pero cuyo estilo de intimidación posteriormente los llevó a caer en la desgracia.

Entonces, ¿dónde deberíamos buscar para encontrar la personalidad de liderazgo ideal? Esta parece una de esas preguntas de la escuela dominical, donde la respuesta siempre es «Jesús». Aunque la Biblia describe normas de carácter para los líderes de la iglesia, no encontramos un solo tipo de personalidad que se considere ideal, ya sea mediante el ejemplo narrado o mediante una orden explícita.

Las descripciones que hace la Biblia de grandes líderes (pero, por supuesto, defectuosos) ofrecen un retrato variado. Moisés no es como David, quien, a su vez, no es como Pablo. Uno no tiene la sensación de que el Espíritu moldea a aquellos que Dios usa como líderes con un tipo único de personalidad. Parece que hay un lugar para los extrovertidos, los introvertidos, los planificadores detallados, los respondones intuitivos, las personalidades dinámicas y los tipos retraídos.

Asimismo, la selección de apóstoles por parte de Jesús difícilmente revela un solo prototipo apostólico. En conjunto, sus discípulos parecen un grupo improbablemente reunido, proveniente de entornos radicalmente diferentes, con valores e ideales en conflicto, excepto quizás por una tendencia compartida a no entender el mensaje. Eran un grupo mezclado de pescadores, fanáticos, separatistas y colaboradores con los romanos. Esto contradice la uniformidad que a menudo vemos en los perfiles que describen la personalidad de liderazgo ideal.

Incluso si existe un perfil de personalidad común para los líderes carismáticos, la mayoría de los líderes en la Biblia no entran en esta categoría.

Consideremos a Pablo y Apolos. Hoy conocemos la obra de Pablo mucho mejor que la de Apolos. Pero cuando estaban vivos, el poder estelar parece haber estado del lado de Apolos. Según todos los indicios, tenía carisma. Originario de la gran ciudad de Alejandría, Apolos era «un hombre ilustrado y poderoso en el uso de las Escrituras», así como alguien que «con gran fervor hablaba y enseñaba» (Hechos 18:24-25). Estos rasgos le valieron a Apolos seguidores en la iglesia de Corinto (1 Corintios 3:4).

Pablo también tenía seguidores en Corinto. Pero para algunos allí, el carisma de Pablo se limitaba a sus cartas. Según 2 Corintios 10:10, las quejas decían: «sus cartas son duras y fuertes, pero él en persona no impresiona a nadie y como orador es un fracaso».

Quienes son llamados a la misma tarea no pueden realizarla de la misma manera. Los ejemplos de líderes como Moisés, Pedro y Pablo indican que Dios prepara las distintas personalidades de los líderes para las tareas a las que son llamados. Estoy convencido de que esta preparación incluye tanto deficiencias como fortalezas. Dios llama a los insensatos, a los débiles, a los temerarios y a los tímidos (1 Corintios 1:26-29).

El liderazgo exitoso depende del carisma en el sentido bíblico más amplio de la palabra. Es un don que Dios concede a través de su Espíritu. Tanto las habilidades de liderazgo como los líderes en sí son dados por Dios hoy, tal como lo fueron en la Biblia: tienen personalidades tan variadas como cualquiera de los líderes sobre los que leemos en la Biblia y son igual de imperfectos.

Probablemente, preferiríamos tener solo a Jesús como nuestro líder. Creo que anhelamos un movimiento cuyo único impulso provenga del Espíritu y no como una respuesta a la personalidad de alguien.

Esto es ciertamente posible, pero no es la norma. La mayor parte del tiempo, Dios obra a través de las personas. Donde hay gente, la personalidad siempre es un factor. El Verbo, que «no aborreció el seno de la Virgen», como declara el antiguo himno, no duda en revelarse a través de la personalidad de sus servidores.

El fracaso espectacular de tantos líderes de alto perfil debería hacer que los cristianos seamos cautelosos a la hora de darle demasiada importancia a la personalidad de un solo individuo. La iglesia no tiene lugar para cultos a la personalidad. Solamente hay un Mesías para el pueblo de Dios y su nombre es Jesús.

Pero eso no debería hacernos temer a la personalidad misma. La personalidad puede verse distorsionada por el pecado, pero también es el medio principal que Dios usa para mostrar su imagen en nuestras vidas. La personalidad no es un lastre en el liderazgo. Es el rostro del alma.

John Koessler es escritor, presentador de pódcasts y profesor emérito jubilado del Instituto Bíblico Moody. Su último libro es When God Is Silent, publicado por Lexham Press.

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Buscaba protegerme de los monstruos. Sin darme cuenta, me convertí en uno de ellos

Una vida de violencia y adicciones me llevó al borde de la muerte, pero también me llevó al pie de la cruz.

Christianity Today July 8, 2024
Cortesía de Tanya Glessner

Crecí en Kansas City en un hogar caótico. Mi domicilio cambiaba constantemente, y lo único estable en mi vida eran las constantes peleas de mis padres. Mi papá disfrutaba de una gran cantidad de drogas y mi mamá disfrutaba al presionarlo y asumir después una postura de víctima. Finalmente decidieron dejarlo por la paz cuando yo tenía 11 años, pero no sin que yo recibiera primero una noticia sorprendente: el hombre al que había conocido como mi padre no era realmente mi padre.

Mi abuela me reveló la verdad en un estado de estupor, borracha y enojada, justo antes de darme la noticia del divorcio. Fue devastador. Crecí con dos medios hermanos menores que mi mamá había tenido con el hombre que pensaba que era mi papá. Pero ese día me enteré de que también tenía dos medias hermanas menores por parte de mi padre biológico. No pude evitar recibir esta revelación como un claro mensaje de que yo no era deseada y que no pertenecía en ningún lugar. Esto preparó el camino para una serie de malas decisiones que me llevaron al pie de la cruz.

Mi padre biológico hizo mínimos esfuerzos por verme antes de morir de cáncer en 2008. Después del divorcio de mis padres, seguí viviendo con mi madre y mis dos hermanos menores. Ella continuó eligiendo hombres propensos a la adicción y a la violencia. Cuando ellos volvieron esas tendencias violentas hacia mí, decidí que sería mejor convertirme en un monstruo antes que dejarme devorar por uno.

Comencé a golpear a las niñas en la escuela y a recibir recompensas en casa por mis victorias. Finalmente me expulsaron, y ese año tuve que completar mis estudios en la sala de salud mental de un hospital. Una vez que regresé a casa, me escapé en repetidas ocasiones, y solía quedarme con amigas hasta que sus padres me pedían que me fuera. Mi mamá, harta, me envió a vivir con mi abuela en Fort Scott, donde comencé mi primer año de bachillerato [high school].

Poco después, me expulsaron de esa escuela tras un enfrentamiento con un profesor, y terminé el año escolar en otro lugar. Durante mi segundo año, volví a casa y mi madre y yo nos llevábamos como perros rabiosos. Cuando llegó mi cumpleaños número 16, fui a la escuela, la dejé, regresé a casa, hice las maletas y me mudé con una amistad a Fort Scott. Esto duró unos dos años antes de que comenzara a ir y venir entre Fort Scott y Kansas City.

La viva imagen de mi madre

Durante los siguientes veinte años, tuve dos hijos varones y me casé con un hombre que era la suma de todos los hombres que había conocido. Era salvaje, abusivo, adicto a cualquier cosa que le hiciera sentir bien y promiscuo. Me convertí en el reflejo de mi madre, dominando el arte de presionar a mi marido y luego asumir el papel de la víctima, siempre convencida de que yo tenía el poder para cambiarlo. Pasó más de una década antes de que me diera cuenta de que nunca iba a ganar esa guerra. Finalmente, solicité el divorcio y decidí dejarlo para siempre.

Al principio, parecía que lo estaba manejando todo bien. Iba a trabajar, criaba a mis hijos y ocasionalmente salía por la noche con amigas los fines de semana cuando los niños estaban con su papá. Me mantenía ocupada para no pensar en el insoportable dolor emocional que había buscado enterrar.

Sin embargo, eventualmente salió a la superficie y comencé a desmoronarme. Las noches con amigas se convirtieron en todos los fines de semana. Todos los fines de semana se convirtieron en una adicción a la metanfetamina. Perdí mi trabajo. Las facturas se acumulaban y tenía que encontrar una manera de ganar dinero sin dejar mi adicción.

Hice una llamada telefónica a un amigo con el que crecí en Kansas City, y él me ayudó a conseguir un contacto que podía proveerme de metanfetamina para iniciar mi propio negocio. Todo avanzó rápidamente a partir de ahí. En apenas unos meses comencé a ganar unos cuantos miles de dólares al día, mismos que gastaba con la misma rapidez. Mi casa se convirtió en una puerta giratoria de adictos, novios, armas y drogas. Empecé a usar agujas, así que decidí que lo mejor sería enviar a mis hijos a vivir con mi abuela.

Después de que un novio me rompiera ambas muñecas, le pedí a un abogado que redactara los documentos para dejarle a mis hijos a mi abuela en caso de que algo peor sucediera. Sabía que terminaría muerta o en prisión. Mi adicción tomó prioridad sobre todo en mi vida. En ese momento, lo único que quería era morir. Sin embargo, todo eso estaba a punto de cambiar.

Hacer las paces

Tres años después del inicio de mi adicción, un día me encontré a mí misma en la casa de un completo desconocido, con una depresión suicida, inyectando una gran cantidad de metanfetamina en una de mis venas. Cuando la aguja cayó al suelo y aterrizó en la vieja alfombra como un dardo, caí de rodillas a punto de perder el conocimiento y clamé a Dios pidiendo que me salvara. No estaba preparada para la manera en que Él decidió responder a esa oración.

Cuando era niña, asistí a varias escuelas católicas y cristianas, además de escuelas públicas, y mi abuela era una firme creyente cristiana. Quizás después de haber pasado tanto tiempo con ella, en ese momento desesperado supe que la salvación solo podía venir de Dios.

Unas semanas más tarde, me detuve en una casa para dejar algunas drogas. Cuando llegué, vi a una mujer con la que tenía rencillas, así que la enfrenté y la mandé al hospital. Una semana después me arrestaron, y me amenazaron con una condena de hasta 21 años de prisión. Cuando finalmente logré conseguir un acuerdo de culpabilidad que reduciría la condena a 8 años, lo acepté con gratitud.

Después de pasar tres meses en la cárcel del condado, comencé a asistir al grupo ministerial organizado por una iglesia local para reclusos. Hacia el final de un servicio, me acerqué a uno de los miembros de la iglesia. Oramos juntos y acepté a Jesucristo como mi salvador.

Recibí una Biblia y algunos materiales de lectura en los que profundicé con avidez. Leía la Biblia con tanta frecuencia que las páginas empezaron a desgastarse y tuve que volver a unirlas con cinta adhesiva. Encontré consuelo en versículos como Jeremías 29:11, que habla de los planes de Dios para su pueblo, y 1 Juan 3:18, que habla de expresar el amor con acciones en lugar de meras palabras.

Mientras estaba en la cárcel del condado, mi mente comenzó a recuperarse del efecto de todas las drogas. Me sentí abrumada por el remordimiento por lo que había hecho y quería tener la oportunidad de hacer las paces con la mujer a la que había lastimado. Deslicé mi espalda por la fría pared blanca de bloques de hormigón y me ajusté el overol naranja. Junté las rodillas contra el pecho, me aferré a mi Biblia, miré hacia arriba con lágrimas corriendo por mi rostro y le pedí a Dios que abriera el camino.

A la mañana siguiente, un oficial me llamó al pasillo para informarme que acababan de arrestar a mi víctima. Debido a mi buen comportamiento, dijo, las autoridades no consideraron justo enviarme a otro condado, sino que me retendrían hasta que me enviaran a la prisión definitiva. En cambio, me dejaron decidir si quería alojarme con esta mujer o trasladarme a otra cárcel. Mi cabeza daba vueltas en incredulidad, ¡porque esto no es algo que sucede normalmente! En ese momento supe que Dios había escuchado mi oración, y esta era mi oportunidad de enfrentar la situación o permanecer callada.

Cuando mi víctima entró en la cárcel, se podía ver el miedo en su cara. Ella fue directamente a su celda y se subió a su litera. Le di unos minutos y luego me dirigí hacia su puerta. Le dije que estaba a salvo y la invité a comer conmigo. En las semanas siguientes logré reconciliarme con ella. Ambas nos disculpamos y comenzamos a tomar tiempo todos los días para explorar las enseñanzas de la Biblia.

Intercambiamos pasajes de las Escrituras que nos habían hablado al corazón, e incluso marcamos, firmamos y fechamos nuestros versículos favoritos en la Biblia de la otra. De vez en cuando miro esas páginas y no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas al ser testigo de cómo Dios obró dentro de los confines de esa cárcel. Siempre atesoraré los recuerdos de cómo Dios comenzó a reparar mi quebrantamiento. Es increíble cómo convirtió el plan del diablo para destruirme en algo positivo, extendiendo oleadas de sanación a todos los que me rodeaban.

Pasé los siguientes siete años en prisión, haciendo todo lo posible por reducir mi condena con buen comportamiento. La experiencia fue abrumadora, pero aproveché el tiempo para acercarme más a Dios y gané una reputación piadosa entre el personal de la prisión y mis compañeras. Me convertí en líder de un ministerio cristiano de mujeres dentro de la prisión y comencé grupos de oración en los dormitorios. Las mujeres me buscaban en busca de orientación, amistad y oración. También serví como tutora para ayudar a las mujeres a obtener su grado de educación secundaria, las ayudaba a preparar sus impuestos y les cortaba el cabello. Dios me usó de innumerables maneras y continuó haciéndome crecer en el proceso.

Dios nunca desperdicia el dolor

Obtuve mi libertad en 2020 y, poco después, me casé con mi novio de la secundaria, quien trabaja como paramédico. Me costó un tiempo acostumbrarme a su horario, al igual que a la experiencia de ser madrastra. Durante las ausencias de mi marido por períodos de 48 horas, asumí varias responsabilidades con facilidad.

Cada mañana, me levantaba diligentemente para preparar el desayuno y el almuerzo para los niños antes de llevarlos a la escuela. Los ayudaba con sus tareas, los acompañaba a sus actividades deportivas y los cuidaba cuando se enfermaban. Era importante para mí crear una rutina familiar saludable.

Durante este período, también comencé a reconstruir otras relaciones en mi vida, incluida mi relación con mi hermano Canaan. No tuvimos muchas oportunidades de hablar mientras estuve en prisión, así que fue bueno volver a conectar con él.

Canaan trabajaba como mecánico de molinos y viajaba por todo el mundo a causa de su trabajo, lo que significaba que no tenía la oportunidad de verlo con frecuencia. Sin embargo, nos aseguramos de mantenernos conectados a través de llamadas telefónicas y mensajes de texto ocasionales para hacernos saber que nos preocupábamos el uno por el otro.

Afortunadamente, logró acompañarme en Navidad durante mi primer año fuera de prisión, y fue realmente especial compartir ese tiempo con él. Recuerdo haber tomado la decisión consciente de no tomar fotografías esa Navidad porque quería sumergirme en el momento presente, en lugar de preocuparme por mi cámara. No sabía que de esta decisión me arrepentiría más tarde.

En mayo de 2021, encontraron a mi hermano muerto en una habitación de hotel en Colorado a causa de una sobredosis de fentanilo. Estaba en Colorado a causa de su trabajo cuando murió. Habíamos estado planeando su fiesta de cumpleaños número 38, pero ahora estábamos planeando su funeral.

Después de lidiar con el impacto inicial de mi dolor, decidí que quería hacer todo lo posible para ayudar a las familias que podrían estar sufriendo de la misma manera. Comencé a asesorar a hombres y mujeres encarcelados, así como a adictos en recuperación en mi comunidad. Patrociné una recaudación de fondos para crear conciencia sobre los problemas de salud mental, adicción y la relación entre ellos.

También quería ayudar a disminuir el estigma asociado a la búsqueda de servicios de salud mental. Buscamos ayuda médica cuando nuestro cuerpo falla, entonces ¿por qué no buscar otro tipo de ayuda cuando la vida parece abrumadora? Como parte de este llamado, recientemente acepté el puesto de presidenta en la junta directiva del Ejército de Salvación [Salvation Army] y los Ministerios de Compasión en Fort Scott.

Dios nunca desperdicia el dolor. Está usando mi pasado para iluminar el futuro de otros. Oro para que Dios continúe usando mis palabras para dar voz a quienes la necesitan. Cuando Él me sacó de la oscuridad, me dio una mano para aferrarme a Él y me dejó la otra libre para sacar a alguien más.

Tanya Glessner es autora de «The Light You Bring», una memoria, y «Stand Up Eight», una colección de testimonios personales. También ha publicado varios diarios de oración y actualmente está trabajando en un devocional diario.

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No esperes gratificación instantánea de tu ‘tiempo devocional’

Quince minutos de lectura bíblica tal vez no transformarán tu día, pero siempre darán fruto en el momento oportuno.

Christianity Today July 3, 2024
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Ales Krivec / Nathan Dumlao / Unsplash

Cuando se instaló el primer cajero automático en mi pueblo natal en la década de 1980, parecía magia: insertabas la tarjeta, sacabas dinero en efectivo.

Desde entonces, hemos aprendido a no tener que esperar: a recibir resultados inmediatos en prácticamente todas las áreas de nuestra vida. Las compras llegan a nuestra puerta en uno o dos días. La comida, en cuestión de minutos. Las películas, los libros y la música aparecen en nuestros dispositivos instantáneamente.

Es maravilloso. Sin embargo, también hay que examinarlo con cuidado. Las entregas rápidas nos enseñan que la espera es un enemigo que debe ser abatido, un adversario que se interpone entre nosotros y lo que deseamos. Con cada avance que consigue que recibamos resultados más rápidos y convenientes, disminuye nuestra capacidad de esperar.

Sin embargo, ser capaces de esperar es una cualidad distintiva del cristiano. De hecho, es una señal de madurez cristiana. La Biblia habla de esperar en el Señor, de ser inalterables y de dar el fruto espiritual de la paciencia. Aunque la mayoría de nosotros reconocemos que habitamos en el mundo de la gratificación instantánea, pocos hemos valorado cómo el hecho de que estemos acostumbrados a no esperar puede que nos esté formando a nivel espiritual; específicamente, cómo puede estar dando forma a la manera en que nos acercamos a la Biblia.

Cuando estudiaba el cuarto grado de primaria me enseñaron la disciplina espiritual de pasar «tiempo con la Palabra». Al igual que a muchos, se me animó a tener un «tiempo devocional» todos los días, es decir, quince o veinte minutos con las Escrituras, preferiblemente por la mañana (debido a que, ya saben, Jesús se levantaba temprano). Se suponía que esta práctica calibraría mi día y llenaría mi depósito espiritual para cualquier cosa que trajera el resto del día.

El mensaje subyacente era: Si tienes un tiempo devocional, tendrás un buen día. Si te saltas tu tiempo devocional, buena suerte. Al combinar esto con una inclinación hacia la gratificación instantánea, pronto comencé a ver cualquier tiempo devocional que no me proporcionara calidez o paz emocional instantáneas como, básicamente, un fracaso.

Comencé a ver mi tiempo con la Palabra primordialmente como una transacción, en vez de verlo como algo formativo. Era un momento para conseguir lo que yo quería, cuando yo lo quería, y exactamente como lo quería. Y no creo ser la única con este problema.

El tiempo que pasamos con la Palabra no debe ser meramente informativo o inspirador, sino relacional.

Una de las frustraciones más comunes que he escuchado por parte de muchos cristianos es que, a pesar de que tienen un tiempo devocional todos los días, siguen sintiendo que Dios está distante. Y, juzgando a partir de la persistencia del analfabetismo bíblico en la iglesia, es posible que nuestros «tiempos devocionales» no estén cosechando el efecto formativo que esperamos.

Cuando pienso en mi tiempo devocional como una mera transacción, trato a las Escrituras como una cuenta de débito que debe ofrecerme significado o sentimientos específicos en el horario que yo misma he establecido. Cada día insertamos nuestras tarjetas de débito y creemos que debemos obtener quince minutos de inspiración.

Más bien, deberíamos ver nuestro tiempo devocional como una cuenta de ahorro, donde hacemos depósitos de fe, invirtiendo tiempo en la Palabra durante días, semanas y años sin esperar una cosecha emocional o intelectual inmediata.

Si nos aferramos a un enfoque de cuenta de débito, deliberadamente evitaremos partes de las Escrituras que tardan más en entenderse, o las malinterpretaremos para que suplan de forma errónea expectativas que estén al servicio de nuestra agenda. Preferiremos hacer lecturas de devocionales cortos en vez de hacer una lectura directa de la Biblia.

Por el contrario, una mentalidad de cuenta de ahorro entiende que vale la pena esperar. Es firme y paciente. Sabe que los fieles depósitos diarios darán fruto con seguridad, a su tiempo y en el momento oportuno.

Si has caminado por el valle de la prueba, seguramente sabes lo que se siente encontrarte con el momento en que años de fieles depósitos por fin rinden dividendos. La clave para ello es un enfoque paciente, a largo plazo. Es muy posible que una lectura en el libro de Ezequiel no te arregle el día, pero muy probablemente te sostendrá a través de una larga prueba, si le entregas muchos de tus tiempos devocionales. Es más probable que el beneficio formativo de pasar tiempo con la Palabra surja tras haber invertido quince años que de haber invertido quince minutos.

El tiempo que pasamos con la Palabra no debe ser meramente informativo o inspirador, sino relacional. Nos prepara para escuchar la voz de Dios en su Palabra, y nos enseña quién es Él. Es Dios invitándonos a una conversación con el propósito de una relación.

Como en cualquier relación, el tiempo de calidad es esencial. Pero el tiempo de calidad surge en función a la cantidad de tiempo que se invierte regularmente. No nos da lo que queremos cuando queremos, ni exactamente del modo en que nos gusta. No se puede programar ni exigir: ocurre según su propia agenda y a menudo cuando menos lo esperamos.

No compres la perspectiva de la cuenta de débito que ofrece gratificación instantánea como si tu tiempo en la Palabra debiera entregarte ganancias medibles, perspectivas profundas o sentimientos cálidos debido a tu tiempo diario de calidad con Dios.

Considera, en cambio, que tu tiempo devocional es una contribución diaria a una cuenta de ahorros que crece con la cantidad de tiempo que inviertes. Las relaciones se profundizan y florecen con paciencia y perseverancia. En tu tiempo con la Palabra, espera en el Señor.

Jen Wilkin es esposa, madre y maestra bíblica. Es la autora de Mujer de la Palabra y Dios de la Creación. Su perfil de X es @jenniferwilkin.

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Yo discipulé a un asesino

Cuando las personas no cambian, ¿nuestros esfuerzos fueron en vano?

Christianity Today July 1, 2024
Benedetto Cristofani

Hace cinco años, trabajaba como abogada defensora de niños. Un día entré en la sala de descanso de la oficina que compartía con otros abogados y me encontré con un compañero nuevo que tomaba su almuerzo. Darryl (no es su nombre real) no era el típico asistente jurídico. Hacía poco que había salido de prisión después de cumplir una sentencia de dieciocho años por asesinar a su compañero de piso. Darryl tenía veinte años cuando fue sentenciado. No estoy segura de por qué cometió ese asesinato, pero sé que estaba implicado con una banda local. Después de que a Darryl se le negara la libertad condicional una y otra vez, su abuela le pidió a uno de mis compañeros de trabajo que lo representara en una audiencia. Mi compañero accedió y Darryl fue liberado. Ahora, con 39 años, desempeñaba su primer trabajo legal como empleado en nuestra oficina.

Darryl no estaba acostumbrado a tener amigos —al menos, no amigos buenos— así que a menudo yo pasaba por su despacho solo para saludar. Me sentaba y hablaba con él durante el almuerzo, y siempre le ofrecía ayuda si tenía alguna pregunta. Conforme fue pasando el tiempo, encontré oportunidades para compartir más acerca de mi fe y mi ministerio. Me preguntaba sobre mi fin de semana y los planes que tenía por las tardes, así que le hablaba acerca del albergue local para personas sin hogar donde colaboraba y el estudio bíblico al que asistía. Le dije que solía ir a las prisiones y cárceles locales para decirles a las mujeres lo mucho que Dios las ama.

Un día él me preguntó: «¿Crees que Dios podría amar a alguien como yo después de las cosas horribles que he hecho?». Le dije que sí y le describí el increíble amor y perdón de Dios. Después de unas semanas, Darryl vino a mi oficina con una nueva pregunta: «¿Cómo se hace cristiana la gente?». Ese día nos olvidamos de que yo era abogada. Nos olvidamos de que estábamos en el trabajo. Solo éramos dos pecadores en busca de un Salvador. Le compartí mi propia historia, de cómo una pequeña niña herida necesitaba que alguien la amara. Le hablé del dolor que había experimentado y de un Dios que caminó junto a mí a cada paso del camino. Me hice vulnerable y le pregunté si estaba interesado en seguir a Jesús. Él dijo: «Supongo que eso es lo que estoy intentando hacer ahora mismo». Oramos, él confesó y decidió seguir a Jesús. Parecía como si se le hubiera quitado un peso de encima.

Lo invité a mi iglesia esa misma noche para un estudio bíblico y le presenté a algunos hombres devotos. En una conversación con uno de ellos dijo que quería ser bautizado. Me sorprendió, pero me alegró. Ellos le informaron de que podía hacerlo más adelante, pero él insistió. Así que nuestro equipo de bautismos le hizo a Darryl varias preguntas, le explicaron con claridad la importancia del bautismo y oraron con él. Entonces le pusieron un traje bautismal.

Darryl era un hombre grande, así que a él y a los otros hombres les preocupaba la logística de sumergirlo en el agua y levantarlo de nuevo. Entonces apareció un ejército de hombres. Le dijeron a Darryl que no se preocupara; ellos lo bajarían y lo levantarían del agua de nuevo. Con una mirada de determinación, él dijo: «Hagámoslo». Mis amigos y yo esperamos junto a la tina de bautismos, aplaudiendo y animando. Cantamos: «Ven y llévame a las aguas, llévame a las aguas, llévame a las aguas, ¡para bautizarme!». Cuando salió del agua, sonreía y agitaba la cabeza, como si estuviera diciendo «¿Qué me acaba de pasar?». Estábamos conmovidos. Sin palabras. Agradecidos con Dios.

Invité a Darryl a que se uniera a nuestra iglesia el domingo. Durante varias semanas, Darryl me acompañó mientras yo recogía gente para ir a la iglesia y al estudio bíblico. En el auto, él me contaba historias de su infancia. Cuando era niño fue abandonado y abusado. Sus dos padres eran adictos a las drogas y al alcohol, y pasaron gran parte de su infancia en la cárcel. Debido a su peso, fue víctima de acoso escolar. Los niños lo ataban, lo empujaban y lo llamaban «cerdito». Su depresión se convirtió en agresión y en su adolescencia se convirtió en el sicario de una banda local. Cada vez que compartía estas historias, volvía a ser el niño herido de aquel entonces.

En uno de esos paseos en auto, mientras dejábamos a algunas personas en la iglesia, Darryl recibió varias llamadas de teléfono de personas que le preguntaban dónde estaba. Yo veía que le pasaba algo, pero tenía miedo de preguntarle. Insistí un poco y al final me preguntó: «¿Puedes llevarme a ver a mi abuela? Necesito despedirme de ella». Darryl creía que su abuela era la única persona que realmente lo había amado, aunque sentía que él solo había sido una carga para ella. Ahora estaba recibiendo tratamientos paliativos finales y no había esperanza de que viviera mucho más. Estuvimos en silencio la mayor parte del viaje mientras yo intentaba buscar las palabras adecuadas. Cuando llegamos, le pregunté si necesitaba que entrara con él, pero él quiso entrar solo. Así que oré por él y me marché.

Después de eso, los hombres de mi iglesia me dijeron que no consideraban que fuera sabio que Darryl y yo viajáramos juntos y solos en auto. Aunque mis intenciones eran buenas, ellos dijeron que era mejor que él fuera a la iglesia acompañado por otro hombre. En esa misma época yo conseguí otro trabajo, y debido a ello mi contacto con Darryl disminuyó.

Nos reunimos para almorzar un día y nos pusimos al día. Él estaba agradecido de estar fuera de la cárcel, pero le costaba vivir su nueva vida. Mientras comíamos, alguien se le acercó, queriendo hablarle. Darryl saludó al hombre pero en seguida se deshizo de él. A mí me empezó a preocupar que Darryl estuviera dando pasos hacia atrás. Aun así, tenía esperanza de que fuera por buen camino. Más o menos un mes después recibí un correo electrónico breve y vago de parte de Darryl que decía que las cosas no estaban yendo bien. Fue la última vez que escuché de él.

Una mañana, un mes después de que Darryl me enviara ese correo, me levanté y comencé a escuchar las noticias. Dos adolescentes habían sido agredidas con arma de fuego: una estaba muerta y la otra en condición crítica. El sospechoso había huido y la policía lo buscaba. Las lágrimas me nublaron la visión cuando vi la fotografía del sospechoso. Era Darryl.

Las noticias indicaban que la adolescente asesinada era la hija de la exnovia de Darryl. La chica herida era su sobrina. Los medios informaban que Darryl le había disparado a las chicas después de que él y su novia hubieran terminado su relación.

Durante semanas, por todos lados la gente hablaba del monstruo que había cometido ese crimen atroz. No tenían ni idea de que yo lo conocía. No conocían su historia ni las condiciones que lo habían dejado destrozado. No sabían la batalla interna que había en mi corazón y mi mente en torno a todos los hechos del caso.

Cuando la policía arrestó a Darryl, él se disculpó delante de las cámaras de televisión y le pidió a la gente que no juzgara a otros prisioneros por sus acciones. Mientras estaba en la prisión del condado le envié pasajes de las Escrituras y notas de ánimo. También le envié a dos de mis amigos más queridos. Ellos me aseguraron que Darryl había recibido mis tarjetas y que él sabía lo mucho que yo lo quería, pero también me informaron de que estaba muy deprimido. Que no podía encontrar consuelo tras lo que había hecho.

Me dolía el corazón. ¿Podría haber hecho algo diferente? ¿Había hecho lo suficiente? ¿Lo abandoné?

Entonces, un día recibí una llamada de teléfono de uno de los hombres que había visitado a Darryl. «Encontraron a Darryl muerto en su celda hoy», me dijo. «Se ha ido». Lloré y grité como si fuera mi propio hermano. Era un dolor que no había sentido nunca. ¿Estaba en el cielo? ¿Era esa la voluntad de Dios? El dolor se clavó dentro de mi alma.

Me juzgaba a mí misma. Juzgaba mi ministerio. Me preguntaba si podría haber hecho más para discipularlo. Él tenía problemas de confianza. ¿Pasárselo a otras personas fue lo correcto? ¿O tendría que haberlo puesto en contacto con mis amigos antes?

El discipulado no siempre funciona como pensamos que debería. Cuando los que están bajo nuestro cuidado se convierten en grandes hombres y mujeres de Dios, es glorioso. Pero cuando pasan por reveses o se apartan de la fe, puede ser devastador.

Mi excompañero de trabajo, quien le ofreció a Darryl el empleo, me dijo que hizo todo lo que pudo. Lo ayudamos a encontrar empleo y un apartamento. Lo invitamos a ser parte de nuestras vidas. Aun así, me preguntaba si las cosas podrían haber sucedido de otra manera.

En mi empleo actual, trabajo para garantizar la protección de niños que han sido abusados o abandonados. Hace poco puse la fotografía de Darryl en mi despacho para recordar por qué lucho por proteger a los niños. Darryl sufrió abuso y abandono, cuando lo que necesitaba era amor y apoyo. Necesitaba adultos que le sirvieran de modelo para mostrarle un modo de vida diferente.

Yo seguiré amando sin temor. Seguiré caminando junto a los que están en prisión y en los albergues. Sé bien que enfrentaré decepciones. Pero no perderé la fe. Como dijo Jesús, «no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos» (Marcos 2:17). Todavía creo que todo el mundo puede cambiar por el poder de Dios.

Carmille Akande es abogada licenciada y ministra que visita prisiones, albergues para personas sin hogar, hospitales y residencias, y allá donde va comparte el amor de Jesús. Puedes seguirla en Twitter: @CarmilleAkande.

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Los personajes bíblicos nunca dicen ‘lo siento’

Si no se «disculpan» en el sentido moderno, es solo porque las Escrituras tienen un vocabulario más rico sobre el arrepentimiento.

Christianity Today June 29, 2024
Ilustración de Abigail Erickson / Fuente de imágenes: Getty

Necesitamos una teología de la disculpa.

Disculparse parece sencillo, al menos en teoría. Haces algo malo (pecado); te sientes mal por ello y desearías no haberlo hecho (lamento); lo admites y aceptas la responsabilidad (confesión); le pides perdón a la persona o personas a las que has ofendido, incluido Dios (arrepentimiento); y tomas las medidas adecuadas para arreglar las cosas (restitución).

Muchas disculpas se presentan exactamente así. No obstante, a menudo son más complicadas. Es posible disculparse sin admitir la culpa ni sentir arrepentimiento. Es posible decir «lo siento» por cosas que no son culpa nuestra, como cuando nos enteramos de que un amigo tiene cáncer. Y es posible disculparse sin intención de hacer restitución o resarcir el daño.

Y es posible —y cada vez más frecuente— que las instituciones se disculpen por cosas de las que solo son culpables algunos de sus miembros. Las cosas se ponen más difíciles cuando se trata de los pecados de nuestros antepasados. ¿Debemos pedir perdón por cosas que ocurrieron antes de que naciéramos? ¿Confesarlas? ¿Arrepentirnos? ¿Indemnizar por ello?

Cuando acudimos a las Escrituras en busca de ayuda, descubrimos algo sorprendente: nadie en la Biblia «se disculpa» o «pide perdón» por algo. La palabra griega apologia [de la que deriva la palabra inglesa apologize, disculparse] hace referencia a una respuesta o defensa legal —de ahí la palabra apologética—, pero no implica sentirse mal por algo ni arrepentirse de ello.

Lamentarse o sentir tristeza, expresiones más flexibles en español, aparecen en ocasiones en las Escrituras. Los traductores pueden usarlas para describir la compasión que la hija del faraón sintió por Moisés (Éxodo 2:6) o la tristeza que Herodes sintió al cortar la cabeza de Juan el Bautista (Mateo 14:9). Pero éstas son expresiones de piedad o tristeza, no de disculpa o arrepentimiento.

Podría parecer, pues, que la Biblia ofrece pocos recursos para elaborar una teología de la disculpa. Sin embargo, la verdad es muy distinta. En lugar de utilizar palabras un tanto vagas como «lo siento» o «disculparse», el Nuevo Testamento distingue entre tres respuestas diferentes pero superpuestas a nuestro pecado, y esto puede ayudarnos a desentrañar lo que ocurre cuando las personas o las instituciones «piden disculpas».

La primera palabra, lupeō, significa sentir pesar, pena o dolor. Esta es una respuesta apropiada al pecado, y a menudo es el primer paso, como cuando los corintios se «entristecieron», y esa tristeza los llevó al arrepentimiento (2 Corintios 7:9). Sin embargo, este término no necesariamente implica la aceptación de la culpa. Herodes se entristeció por tener que decapitar a Juan, pero lo hizo de todos modos. Los discípulos no tenían la culpa de la crucifixión de Jesús, pero aun así «se entristecieron mucho» (Mateo 17:23).

Esto es muy distinto de homologeō o exomologeō, que se refieren ambos a confesar, admitir o reconocer algo. La gente «confesaba» sus pecados o lo malo que habían hecho ante la predicación de Juan el Bautista y Pablo (Mateo 3:6; Hechos 19:18). Juan anima a sus lectores: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1:9). Esto es claramente diferente de la pena o el arrepentimiento. Implica reconocer nuestro fracaso, asumir la responsabilidad y pedir perdón.

Luego está la palabra metanoeō, maravillosamente rica, que transmite la idea de un patrón en el que la persona se arrepiente, se da la media vuelta y cambia su mentalidad y su vida en consecuencia. Es fácil sentir pena o desear no haber cometido ciertos errores. Muchos de nosotros incluso no tenemos problema alguno con admitirlos y confesarlos (especialmente aquellos que son aceptables en nuestra cultura). Pero Cristo nos llama a algo más: un giro de 180 grados, un cambio total de dirección y lealtad, una muerte al yo y una nueva vida en Él, con toda la transformación de comportamiento que esto conlleva.

Si este giro no produce buenos frutos, entonces no es verdadero arrepentimiento (Mateo 3:8; 7:16-20). Pero si cambia nuestras vidas —incluso hasta el punto de restituir a todos aquellos a quienes hemos hecho daño— entonces la salvación ha llegado a nuestra casa (Lucas 19:8-10).

La pena, la confesión y el arrepentimiento son entidades distintas. Sin embargo, cuando somos capaces de ver la realidad y el horror de nuestro pecado y la gracia del Dios que ofrece el perdón, entonces estamos llevando a cabo los tres.

Así como lo hizo Nehemías, nos afligimos y nos lamentamos (Nehemías 1:4). Luego confesamos y admitimos (vv. 6-7). Luego volvemos y obedecemos (vv. 8-9). Según el contexto, podemos incluso identificarnos con los pecados de nuestros antepasados hasta el punto de sentir una culpa compartida. Y terminamos por apelar a la misericordia de Dios, confiando en que Aquel que nos ha llamado y redimido escuchará nuestra oración (vv. 10-11).

Andrew Wilson es pastor de King’s Church London y autor de Remaking the World.

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Jesús y mi trastorno obsesivo compulsivo

Mi afección mental comenzó a sanar al encontrarse frente a frente con la muerte de Cristo.

Christianity Today June 29, 2024
Ilustración de Miriam Martincic

Este es un extracto del libro A Quiet Mind to Suffer With, ganador en la categoría de Vida Cristiana/Formación Espiritual de los premios Book Awards 2024 de CT. [Enlaces en inglés].

Fui al hospital porque los pensamientos lastimaban mi corazón, aterrorizaban mi cuerpo y parecían no tener fin. Ese John, es decir, la versión de mí mismo que conocí en mis pensamientos, era extraño e imperdonable. En mis pensamientos, me veía haciendo cosas que no podían defenderse ni explicarse, mucho menos a mí mismo. Y, al parecer, cuanto más intentaba eliminar a ese John, más presente y peor se volvía. Más extraño. Más innombrable.

Cuando llegué al área de urgencias y les conté lo que me pasaba, me pusieron en una silla de ruedas. Me llevaron al lugar al que vas cuando creen que eres una amenaza para ti mismo y para los demás. Al fondo a la izquierda.

Esta silla de ruedas, pensé, no es necesaria.

Tuve que entregarle mis pertenencias a un hombre que sonreía con su peinado estilo afro. Me puse una bata y me acompañaron a una habitación en la que solo había un colchón en el suelo. Allí esperé a las enfermeras, a los expertos y a que volviera a mí el aliento fresco de la cordura. Les dije que sufría de ansiedad grave mezclada con pensamientos intrusivos. Intenté asegurarme de que entendieran que esos pensamientos intrusivos eran cosas que también me parecían repugnantes y horribles, y eran cosas que no quería hacer.

Cuando me preguntaron qué veía en esos pensamientos, cometí el error de responder. Encerrado en una celda vacía y vestido con apenas una bata, te sientes en deuda con quienquiera que entre. No tienes nada real que ofrecer. Así que parece que lo único que puedes ofrecer es sinceridad.

Les conté mis pensamientos y cómo me perturbaban. Las enfermeras hicieron una pausa. Se aseguraron de que yo supiera que estaban horrorizadas. Estoy seguro de que el contexto no ayudaba: sentado en una habitación cerrada con llave, con las paredes desnudas, sin nada más que un colchón individual en un rincón del suelo, y sin llevar nada más que una pequeña bata, intentando no parecer un loco cuando eso es exactamente lo que pareces.

Salían, entraban, volvían a salir. El hospital estaba abarrotado; estaban ocupados. Con sus bocas educadas y con esa mirada de cansada y maternal indulgencia, comenzaron a exigirme que me entendiera a mí mismo como un demente.

Pusieron papeleo delante de un hombre asustado. Dijeron que les preocupaba que pudiera hacer algo. Me dieron a entender que si no me internaba, lo harían ellos. Si cooperaba, el secreto se quedaría conmigo. Si me internaba por voluntad propia, nadie lo sabría nunca.

Pensé en todas las personas que no sabrían que estaba en el hospital psiquiátrico si tan solo me limitaba a firmar esa hoja de papel. Los imaginé sonriendo, haciendo su vida cotidiana, sin saber que yo estaba aquí. Entonces firmé esa hoja de papel.

La memoria es un lugar peligroso. El pasado es humillante y da miedo. Y recordar es una aventura que se realiza con gran peligro. Incluso mientras escribo y reescribo estas líneas ahora que se han cumplido tres años desde que estuve allí, no siento como si simplemente lo estuviera recordando. Lo que ocurrió aún vive en el cuerpo.

Cuando me encuentro con el Niño Aullador (mi propia alma afligida), mi transtorno obsesivo compulsivo (TOC) salta y me cuenta cosas sobre él. La Sirena, mi enfermedad mental, por supuesto nunca juega limpio. Hizo sufrir a ese John, y ahora consigue decirme lo que significa su sufrimiento. La Sirena, siempre tan urgente, insoportablemente dolorosa y segura de sí misma, dice que el desánimo e insatisfacción de John son intolerables, insostenibles. Que la desesperanza de su alma lo hace inestable. Que yo podría volver a ser inestable.

Quizá he corrido un gran riesgo al mostrarte a este John. Y quizás he corrido un gran riesgo al verlo yo mismo. Puede que te asuste. A mí todavía me asusta: el John histérico que caminaba por los pasillos, con ganas de llorar y aullar.

Todo ese desaliento tan severo. Toda aquella insatisfacción insoportable. Sintiendo ahora la desesperanza que sentía entonces. Pero este John está aquí para quedarse. Si lo que sucedió aún vive en el cuerpo, aquel a quien le sucedió no tiene a dónde ir.

He querido evitar esos sentimientos. Pero si lo hago, pierdo al John que se sentía así. Y él no tiene a dónde ir.

Ha tomado mucho tiempo, pero ahora él es bienvenido en mi vida. Él ha sido llamado a una Mesa, a un banquete, y recibirá Misericordia, porque la necesita. Y yo he venido para llevarlo allí.

Y así, por la sangre derramada de Jesucristo, le digo esto a la Sirena:

El Niño Aullador no es tuyo.
Y no es mío.
Porque es de Cristo.
Y digo,

Memoria, vuelve a mí.
Niño Aullador, vuelve a mí.
Aquí hay Misericordia, aquí hay Misericordia.

Memoria, vuelve a mí.
Niño Aullador, vuelve a mí.
Quiero verte.
Aquí hay Misericordia, aquí hay Misericordia.

Vuelve a mí.
Vuelve a mí.
Vuelve a mí.

Quiero verte.
Quiero verte.

Dios ha provisto para ti.
Dios ha provisto para ti.

Más tarde, mi terapeuta me ayudó a verlo con claridad: había utilizado los pensamientos como una droga, como un adicto a la comida o un adicto a las drogas. La vida no me parecía bien, la vida sencillamente no estaba bien; la vida sencillamente era intolerable a menos que estuviera pensando.

Cada problema de mi vida, cada cosa que me encontraba, era una oportunidad que debía ser atendida por la Cognición Incesante. Cada cosa mala y confusa era una razón para pensar más.

Y en aquel pabellón psiquiátrico había llegado a esa encrucijada en la que algo tan hermoso, primario y necesario como pensar había comenzado a perjudicarme gravemente, del mismo modo que cosas tan bellas, primarias y necesarias como la comida, la medicina y el sexo pueden empezar a hacernos mucho daño.

Y resulta que lo único que ahora cuenta como esperanza, cuando no puedes pensar ni hacer, lo único que cuenta como poder, es lo que puedes oír. Cuando las cosas se ponen así de mal, la vida se gana y este mundo se supera, cuando te hablan.

Lo que oí primero, muy débil, increíblemente pequeño, fue un poquito de silencio que se abrió en mi corazón. Era el tipo de silencio en el que te encuentras cuando las cosas han terminado de verdad, cuando ya no hay argumentos a favor o en contra de algo porque ya está decidido.

El silencio después de perder el gran partido. El silencio al final de una película. El silencio después de bajar el ataúd a la tierra. El tipo de cosas a las que nos referimos cuando decimos «Cuando todo está dicho y hecho».

Allí, en aquel pasillo. No fue como si alguien hubiera cambiado el canal en mi cabeza, más bien, alguien había apagado el televisor. El Reino de la Cognición Incesante (como me gusta llamar a mis pensamientos compulsivos) no se atenuó ni se acalló, sino que fue cancelado de repente. Se volvió inoperante.

Ya no estaba en el lejano país llamado el Reino de la Cognición Incesante. Era solo yo caminando por el pasillo sin zapatos.

Pronto empezaría a comprender aquel silencio como la muerte del Hijo de Dios. O, mejor dicho, empecé a comprender que su muerte era mi capacidad de callar, mi capacidad de simplemente esperar. Una muerte que era más que mi mejor o peor día. Una muerte que era más que mi corazón.

Era solo yo, el pasillo y esta quietud.

Era la quietud en la que podía depender de Cristo, el silencio que vino tras el dictamen de que yo recibiría Misericordia. Porque no somos, gracias a Dios, lo que podemos pensar ni lo que haremos. No somos nuestros pensamientos. Ni siquiera somos nuestra voluntad. Somos lo que la Palabra de Dios hará de nosotros.

Acababa de encontrar al Cristo del que podía depender. Acababa de retomar el hilo de una vida ordinaria con Cristo.

Y de repente hubo algo más. No fue una palabra, ni una voz. Simplemente comprendí en mi corazón que debía irme a la cama. Y que podía irme a la cama. Que podía depender de Cristo al irme a la cama.

Y así lo hice.

Caminé hasta la enfermería. Una amable enfermera ya mayor me dio la pastilla que apagó la parte de mi cerebro que me hacía vagar por los pasillos llorando. En 20 minutos me sentí mejor. Di gracias a Dios y me fui a la cama.

John Andrew Bryant es cuidador y pastor de calle a tiempo parcial. Este es un extracto adaptado de su libro A Quiet Mind to Suffer With (Lexham Press, 2023). Utilizado y traducido con permiso.

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América Latina necesita más mujeres en la academia y en la ciencia

A la académica argentina Lorena Brondani le encantaría ver más evangélicos liderando cátedras e investigación en la región. Pero necesitan saber en qué se están metiendo.

Christianity Today June 28, 2024
Illustration by Elizabeth Kaye / Source Images: Getty, Wikimedia Commons, Unsplash

¿Cómo pueden los cristianos ganar mayor respeto y credibilidad en la comunidad científica?

Para la investigadora en ciencias sociales Lorena Brondani, el primer paso para que los cristianos sean escuchados en la ciencia es producir investigación y trabajos académicos de primer nivel. «Así, cuando en la conversación salga el tema de Dios, te escucharán, porque te habrás convertido en una voz confiable en tu ámbito», dice.

Puede parecer obvio, pero no lo es, especialmente en América Latina. Hoy en día, en los países de habla inglesa existe amplia literatura y todo un campo académico de estudio en torno a la relación entre la ciencia y la fe. No obstante, no puede decirse lo mismo de América Latina, donde la mayoría de las universidades tienen un marcado carácter secular, y muchos cristianos las siguen viendo con recelo por ser el espacio donde muchos jóvenes se han alejado de la fe.

«En muchas iglesias, el trabajo académico puede sentirse como un área gris en la que la fe corre peligro», dice Brondani, quien actualmente busca obtener su grado de doctorado en Comunicación Social de la Universidad Austral de Buenos Aires en materia de Ciencia y Religión.

Recientemente, Brondani publicó su libro Auténticas: Diálogos con mujeres académicas, seguidoras de Jesucristo. El libro se centra en seis académicas latinoamericanas que, como Brondani, están profundamente comprometidas tanto con su investigación como con su fe. Recientemente, Brondani conversó con Christianity Today sobre los retos, logros y áreas de oportunidad que emergen al vincular estas dos esferas.

Esta entrevista ha sido editada y recortada por motivos de claridad.

¿Por qué decidiste escribir sobre las mujeres cristianas en el mundo académico?

Había leído muchas biografías sobre académicos cristianos, pero siempre me llamó la atención que la mayoría eran de Estados Unidos o Europa, no de América Latina, y que el material que encontraba solo estaba disponible en inglés. Así que en parte quería hacer algo para cambiar esta realidad.

Por otra parte, en el libro busco hacer una invitación a ver la universidad como campo misionero, y a ver el trabajo académico como un ministerio en el que podemos ser testigos de Cristo. Uno de mis objetivos es mostrar que tanto enseñar en un entorno universitario como hacer investigación contribuyen al reino de Dios, porque la universidad es un lugar donde se forma el pensamiento.

Trabajar en este campo como creyente en América Latina puede ser a veces muy desafiante, pero es un espacio estratégico, así que debemos perseverar. Es muy importante ser un buen académico, un buen profesor y un buen investigador dentro de nuestras áreas de estudio. Así, cuando en la conversación salga el tema de Dios, te escucharán, porque te habrás convertido en una voz confiable en tu ámbito.

Este libro también se centra de manera especial en las mujeres. Las seis mujeres que entrevisté comparten sus testimonios de lo que significa ser académica y cristiana en universidades laicas, tanto públicas como privadas, a nivel de posgrado en Argentina. Se trata de un ámbito donde hay muy pocas mujeres evangélicas.

¿Qué les dirías a los cristianos que intentan disuadir a otros cristianos de elegir una carrera académica porque no creen que sea un ambiente que tenga que ver con Dios?

El debate entre ciencia y religión tiene al menos dos mil años. De hecho, ahora existe toda una disciplina académica en torno a este tema. La Universidad Austral, donde estoy ahora, ofrece estudios especializados en la materia. También hay todo un campo académico dedicado a este tema en Estados Unidos, con destacados investigadores como Francis Collins en BioLogos.

En muchas iglesias quizá se tenga la impresión de que las universidades son lugares donde la fe está en peligro. Pero a medida que he ido avanzando en mis propios estudios, cada vez puedo entender más que la ciencia y la religión no se oponen. No debemos ver la universidad como un lugar donde Dios está ausente, o al que hay que llevar a Dios. Tenemos que compartir el Evangelio con otras personas ahí, por supuesto, pero por otra parte, también es cierto que la universidad es un ámbito donde Dios ya está presente, porque Él creó el conocimiento.

La pregunta que debemos hacernos es si la universidad está o no sujeta a la cruz de Cristo, si está o no sujeta a la gracia y a la redención. Por eso es clave que los creyentes veamos nuestro trabajo en la universidad o en otras instituciones académicas, ya sea enseñando o investigando, como un campo de misión; que veamos el trabajo académico como un servicio al reino de Dios.

Una de las cosas que he estado aprendiendo en los últimos años es ese versículo que nos llama a amar a Dios con toda nuestra mente. Siempre hablamos de «amar a Dios con todo tu corazón y con todas tus fuerzas», pero a veces olvidamos que también hemos sido llamados a amar a Dios con nuestras mentes. Esto significa que estamos llamados a pensar desde la fe. El Evangelio es esencialmente transformador, y si tenemos una mentalidad cristocéntrica y bíblica, podemos llevarlo a cualquier terreno. Una vez que lo hacemos, Dios es el que entra y fluye; nosotros somos simplemente los vasos, los canales.

Un versículo que me ayudó a romper mis propios prejuicios al pensar en la fe dentro de la academia fue 1 Corintios 9:22, cuando Pablo dice: «Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles» (NVI). Mi primer reto fue decir, parafraseando a Pablo: «Entre los intelectuales, me hice intelectual, para ganar a los intelectuales». Así pues, hay que hacer ciencia, hay que producir conocimientos y estar a la altura de poder hablar en el lenguaje que hablan los intelectuales, y eso requiere un llamado. Y cuando Dios llama, Dios provee.

¿Cómo animarías a los jóvenes a buscar una carrera en el mundo académico?

Los cristianos a veces nos sentimos cómodos sirviendo en el ámbito eclesiástico porque nos sentimos protegidos. Pero tenemos que estar presentes en otros ámbitos como la política, los medios de comunicación y el mundo empresarial. Para ello, necesitamos descubrir qué talentos y dones nos ha dado Dios a cada uno de nosotros. Independientemente del camino que queramos seguir, esta elección tiene que hacerse a la luz de un llamado, a la luz de las Escrituras y a la luz de la revelación de Dios para la vida de cada uno de nosotros.

En el libro abordas los temas de la soltería, el divorcio y la maternidad, y las perspectivas tan diferentes con las que se entienden en los ámbitos académico y eclesiástico. ¿Por qué crees que es importante hablar de ello?

Me parece que el tema de la soltería y la Iglesia debe abordarse desde diversas perspectivas. Hay muchas personas que son solteras por elección, y muchas otras que, por el contrario, no quieren seguir siéndolo y están sufriendo.

Creo que si se toma una decisión, debe ser una decisión consciente, pero no creo que sea bíblico seguir el mandato que prevalece en nuestra cultura con respecto a casarse y tener hijos a cierta edad. Casarse o no casarse, tener hijos o adoptarlos, son decisiones que siempre hay que meditar y sobre las que hay que orar profundamente.

De hecho, en algún momento yo misma me pregunté si mi llamado era forjar una carrera académica o si quería tener hijos, como si se tratara de una decisión excluyente. Me sentía culpable y me reprochaba no haber elegido ser madre porque trabajaba mucho. En el libro realmente quería explorar cómo una vocación académica es compatible con la fe cristiana y la maternidad, especialmente teniendo en cuenta que la edad en la que las mujeres pueden construir sus carreras coincide con la edad reproductiva, entre los 25 y los 44 años.

He llegado a comprender que en el matrimonio y la familia hay temporadas en las que debemos apoyarnos mutuamente. Durante un tiempo, mi esposo me apoyó y se ocupó del hogar para que yo pudiera dedicarme a estudiar. Creo que es un milagro que hoy tenga las tres cosas: investigación, familia y maternidad. Dios me mostró esta visión integral de que nuestro hacer no está separado de nuestro ser y pensar.

¿Crees que es necesario que las iglesias comprendan mejor los dones que Dios le ha dado a las mujeres investigadoras? ¿Cómo crees que podría suceder esto?

Creo que la invitación del libro va en sentido contrario: necesitamos partir de las historias personales. A veces decimos «la iglesia». Pero cuando decimos «la iglesia», yo pienso en mi iglesia, vos pensás en la tuya, y la realidad es que son iglesias diferentes. Así que la respuesta será diferente según el contexto.

Estamos hablando de iglesias evangélicas, pero estas iglesias son muy ricas y variadas según el contexto y la realidad a la que responden.

Es muy valioso cuando los pastores pastorean a su rebaño, siendo pacientes y caminando con ellos. Creo que estos líderes deben escuchar a hombres y mujeres, conocerlos y respetar sus llamados individuales. Debemos evitar la visión que pretende forzar a las mujeres a tener un ministerio en la maternidad o dentro de la iglesia. Estos argumentos han hecho que muchas mujeres se sientan culpables.

He descubierto que es posible conciliar el matrimonio, la maternidad y una carrera como académica, pero es necesario contar con un equipo de apoyo. No se trata de ser una mujer maravilla ni de pretender poder hacerlo todo. Se trata más bien de escuchar la voz de Dios para identificar nuestro llamado y ser fieles al poner en práctica los talentos específicos que Dios nos ha dado.

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