En un reciente y amplio ensayo en The Atlantic, el columnista y comentarista político David Brooks analizó el deterioro de la confianza social en Estados Unidos, la cual él define como «la calidad moral de una sociedad, es decir, si las personas e instituciones en ella son confiables, si cumplen sus promesas y trabajan para el bien común». Las agudas y profundas divisiones en Estados Unidos se han hecho evidentes en la reciente semana de elecciones, así como en los temores, incertidumbres y aprensiones resultantes acerca del sistema electoral del país.
Una respuesta a lo que Brooks denomina la «convulsión moral» de los Estados Unidos es un renovado compromiso con la reforma y revitalización de las instituciones sociales estadounidenses. «La confianza social», señala Brooks, «se construye dentro de la vida diaria de la vida organizacional: asistiendo a reuniones, conduciendo gente a diversos lugares, planificando eventos, sentándose con los enfermos, gozándose con los alegres y acompañando a los desafortunados». Se construye participando como voluntario en centros de votación, escuelas, casas de adoración, templos y caridades.
En otras palabras, la confianza social existe dentro del contexto social e institucional de solidaridad y amor, los cuales se expresan en el mandato paulino: «Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran» (Romanos 12:15). Brooks fue nombrado ganador del premio Abraham Kuyper de este año. Este año también marcó el centenario de la muerte de Kuyper, quien falleció el 8 de noviembre de 1920.
El calvinista neerlandés Abraham Kuyper es presentado con frecuencia con diversos títulos: teólogo, pastor, profesor, periodista, político. Sin embargo, Kuyper fue en realidad un constructor de instituciones —o lo que hoy se suele llamar un «emprendedor social»— por excelencia. Si el desafío, como lo identifica Brooks, es renovar y reinventar las instituciones sociales en el siglo XXI, entonces Kuyper puede brindar cierta importante orientación sobre cómo llevar a cabo esta apremiante tarea de renovación integral, aun cien años después de su muerte. Kuyper enfrentó una sociedad muy diferente que la nuestra, pero también con muchas dinámicas similares. En su tiempo, la agitación e incertidumbre social, económica y política caracterizaba una sociedad neerlandesa cada vez más dividida entre tendencias ideológicas y teológicas.
La noción central del amplio y exhaustivo programa de Kuyper era la prioridad del Evangelio sobre la invasiva incredulidad en Dios por parte de una humanidad caída. La soberbia de los pecadores necesariamente conduce a la idolatría, la cual asume la forma moderna de una subversión de ateísmo e incredulidad contra el orden creado por Dios. La Revolución Francesa era para Kuyper el ejemplo más inmediato y patente de esta penetrante corrupción y, en el siglo XX, hemos visto múltiples expresiones de este sendero que conduce a la muerte, incluyendo violentas revoluciones, guerras mundiales, masacres, limpieza étnica y, más recientemente, los desafíos políticos y sociales de una pandemia global.
El evangelio atañe a toda la creación de Dios, originalmente buena, pero ahora caída. Para Kuyper, esta perspectiva provee un potente impulso para seguir a Cristo fiel y completamente, tanto en lo que respecta a la propia vida individual, como también comunitariamente como cuerpo de Cristo, a través de toda la sociedad.
Un evangelio integral
El himno de Isaac Watts «Joy to the World» [Al mundo paz] declara que Cristo el Rey «viene a esparcir sus bendiciones… tan lejos como se halle la maldición». Esta es una de las principales nociones de las Escrituras que animan la visión social y teológica de Kuyper. La Gracia, ya sea preservadora (común) o salvadora (especial), alcanza a todos los ámbitos de la vida. La idea de que nuestra salvación tiene relevancia no solo para la vida venidera sino también para nuestra vida presente es lo que ha atraído a tantos cristianos al mundo kuyperiano, y debería seguir inspirándonos hoy.
Contra la corrupción que trajo consigo la caída por el pecado, Dios ha actuado para preservar el mundo y salvar un pueblo para Él. Ese pueblo a su vez es llamado a vivir en el mundo de manera redentora y sacrificial para la gloria de Dios. Esto significa que a la iglesia se le encomienda vivir para el mundo y no meramente procurar sobrevivir en él. Significa que los cristianos proclaman el evangelio comunitariamente en la adoración de los domingos, a la vez que viven ese evangelio en su vida cotidiana. El Evangelio, asimismo, nos conduce a lo que Kuyper llamó una «crítica arquitectónica», que es una forma técnica de referirse a la visión del mundo y de la vida que trae las correcciones radicales de la revelación especial a todos los aspectos del orden creado, especialmente al orden social.
Tal como el Evangelio tiene relevancia para la vida cristiana y para la sociedad, así también la incredulidad y la idolatría tienen consecuencias sociales. Dar la espalda al Creador y buscar la satisfacción última en la creación es el rasgo distintivo de la humanidad caída, y asume formas distintas en diferentes lugares y épocas. En el mundo moderno, tal vez nos enfoquemos en las posibilidades de la tecnología y la prosperidad para que nos libren del mal. En nuestra abundancia, nos fascinamos con las comodidades de este mundo, olvidando que las cosas no son como deberían ser, y que el cristiano debería buscar el consuelo último en el conocimiento de «que yo, en cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador, Jesucristo».
Estas son algunas de las líneas iniciales del Catecismo de Heidelberg, una confesión de la tradición reformada que moldeó poderosamente la piedad y la práctica de Kuyper. La adopción de Kuyper de una corriente específica del cristianismo —la tradición reformada— muestra que un compromiso con el bien común requiere estar arraigado en una comunidad en particular. Cristo mismo es el Rey universal y Salvador del mundo; no obstante, él nació en un tiempo y lugar particulares y divinamente ordenados.
Principios y pluralismo
Kuyper fue un inigualable creador de cultura, y muchas de las instituciones que él fundó y dirigió se enfocaron en la edificación y formación de la comunidad reformada holandesa. Con todo, Kuyper defendió férreamente la necesidad de que otros grupos tuvieran la libertad y los medios para formar sus propias instituciones. Y esta preocupación por un auténtico pluralismo público no era simplemente pragmática: tenía principios profundos. El creía que solo cuando a cada tradición y cosmovisión religiosa se le permitía operar según sus propios principios, entonces se podía materializar un verdadero espacio público vibrante. Kuyper siempre defendió:
«… la soberanía para nuestros principios así como para los principios de nuestros oponentes a través de toda la esfera del pensamiento. Es decir, tal como ellos emplean sus principios y su correspondiente método para erigir una casa de conocimiento que resplandece (aunque a nosotros no nos atrae), así también nosotros, a partir de nuestros principios y nuestro método, cultivaremos nuestra propia planta cuyas ramas, hojas y brotes son nutridos con su propia savia». [Traducción propia.]
La libertad institucional y religiosa no era algo solo para los reformados holandeses, sino también para católicos romanos, judíos, seculares y otros. El bien común solo se podría realizar a partir de las contribuciones a la sociedad en su conjunto por parte de cada confesión en particular.
Esta clase de pluralismo no tiene que ver simplemente con la libertad de pensamiento o expresión individual, sino que también incluye y requiere los derechos de organizar y formar instituciones. Esto supone iglesias, ciertamente, pero también escuelas, clubes, revistas, sindicatos, e incluso partidos políticos. El desafío para tales instituciones no solo es enfocarse en la formación del carácter y la promoción de la virtud para su grupo en particular, sino también orientar esos bienes hacia la sociedad en general.
Por la vida del mundo
De esta manera, Kuyper defendió una comprensión del cristianismo cimentada en las prácticas formativas de la iglesia local en la adoración y orientadas hacia el bien del mundo. «El llamado del cristiano no radica solamente en la esfera de la iglesia», sostenía Kuyper.
Los cristianos también tienen un llamado en medio de la vida del mundo. Y la pregunta sobre cómo es esto posible, sobre cómo es concebible que un hijo de Dios aún deba involucrarse con un mundo pecaminoso, tiene una respuesta concisa, clara y simple: puede y debe hacerlo porque Dios mismo aún está involucrado con ese mundo.
Como lo expresa el apóstol Pablo en Gálatas 6:10: «Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe». Existe una forma apropiada de priorizar nuestros deberes hacia nuestros hermanos cristianos, aun cuando orientamos esos deberes al bien común, el bien de todas las personas, incluso al punto de amar a aquellos que consideramos —o se consideran a sí mismos— nuestros enemigos (Mateo 5:44).
La confianza social solo se puede restaurar y recuperar en el crisol de la vida social. Esto requiere construir y mantener instituciones cristianas de todo tipo. Pero también requiere salir de los muros de tales instituciones e involucrarse, desafiar, e incluso servir a nuestro prójimo, sea cristiano o no.
Kuyper dedicó toda una vida a formar instituciones cristianas: una denominación, una universidad, periódicos y un partido político. Pero después de su mandato como primer ministro, pasó casi todo un año en un viaje alrededor del Mar Mediterráneo. Su propósito no era solo cumplir un deseo espiritual de visitar la Tierra Santa (aunque lo incluía). Antes bien, Kuyper quería ver personalmente las diversas expresiones de fe y cultura en Europa oriental, Medio Oriente, y África. Quería encontrarse con el islam en sus propios términos y en su propio suelo. Esto lo condujo a un mayor reconocimiento de los peligros de la que consideraba una religión falsa, pero también le hizo ver inesperados puntos en común, e incluso formas en que los musulmanes superaban a los cristianos, tales como su fervor y piedad religiosos. («La indiferencia hacia Jesús que se halla en los países cristianos… es prácticamente desconocida en las naciones islámicas con respecto a Mahoma», escribió).
Tal vez nosotros no estemos en una posición que nos permita disfrutar un tour internacional subsidiado como exjefe de estado. Pero con bastante facilidad podemos llegar a conocer a nuestro vecino de al lado, al que vive al otro lado de la calle, o al que vive a algunas calles de distancia, y servir con ellos en grupos comunitarios. Una de las lecciones permanentes de Kuyper para nosotros debe ser el doble compromiso de construir comunidades e instituciones cristianas vibrantes, y orientarnos hacia el servicio de Cristo en el mundo, incluido el mundo más allá de los muros de nuestros templos y las fronteras de nuestra propia nación.
Jordan J. Ballor es becario de investigación del Acton Institute, académico afiliado en el First Liberty Institute y editor general de Abraham Kuyper Collected Works in Public Theology.
Traducido por Elvis Castro Lagos.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.