Yo era la esposa de un pastor. El suicidio me hizo viuda.

Lo que aprendí sobre la salud mental y el ministerio después de la trágica muerte de mi esposo.

Christianity Today October 7, 2020
Courtesy of Kayla Stoecklein

Cuando conocí a Andrew, yo tenía 19 años, y me enamoré inmediatamente. Él era el hijo de un pastor y se sentía llamado al ministerio, así que no tardé mucho en darme cuenta de que mi vida con él sería una vida como esposa de pastor.

Crecí asistiendo a la iglesia todos los domingos, pero no fue sino hasta que pasé tiempo con la familia de Andrew que comencé a percibir cómo era la vida en las trincheras del ministerio. Al acercarme, escuchar y aprender, vi que, aunque servir en el ministerio puede ser significativo y hermoso, también puede ser estresante, decepcionante, desalentador y solitario.

En 2015, Andrew se convirtió en el pastor principal de la iglesia de sus padres, y pronto encontré la forma de desempeñar mi nuevo papel como la esposa del pastor principal. Servía en el equipo del ministerio de mujeres, facilitaba el grupo de madres de niños en preescolar de los miércoles, y llegaba temprano para el primer servicio todos los domingos.

El ministerio lo era todo. Todo nuestro mundo giraba en torno a la iglesia local y el llamamiento que Dios había puesto sobre la vida de Andrew. Su llamamiento se volvió mi llamamiento; su pasión, mi pasión; y su propósito, mi propósito.

Pero, el 25 de agosto de 2018, tras un periodo de agotamiento, depresión y ansiedad, mi amado esposo Andrew falleció trágicamente por suicidio.

Mi vida tal como yo la conocía cambió para siempre. En su lugar, me fue dada una vida completamente nueva como viuda y madre soltera de nuestros tres hijos pequeños. De repente, nuestra historia se convirtió en la historia triste que circulaba en Internet. Pude presenciar cómo imágenes de mi vida y fotos de mi familia hacían titulares alrededor del mundo. En cuestión de un instante, nos habíamos convertido en el centro de atención.

Mientras el mundo miraba, se interesaba, y escuchaba atentamente, yo decidí hablar. No iba a permitir que el suicidio tuviera la última palabra. Apenas tres días después de que Andrew se fuera al cielo, le escribí una carta y la publiqué en nuestro blog familiar. «Tu nombre vivirá poderosamente para siempre», le prometí. «Tu historia tiene el poder de salvar vidas, cambiar vidas, y transformar la forma en que la Iglesia apoya a los pastores».

A través de esa carta comencé a ver cómo la mano de Dios estaba obrando, redimiendo lo que estaba perdido, e incluso salvando vidas del suicidio. Recibimos cientos de cartas, regalos, donaciones, libros, cobijas y buqués de parte de personas totalmente desconocidas. El amor se hizo escuchar fuertemente.

Algo que noté muy pronto, y que he venido aprendiendo durante estos últimos años, es que la historia de Andrew no es poco común. Acaba de pasar la Semana Nacional de Concientización sobre la Prevención del Suicidio, y lamentablemente, año tras año, la iglesia estadounidense sigue perdiendo líderes a causa del suicidio.

Numerosos pastores y personas que sirven en cargos ministeriales sufren problemas de salud mental. Tristemente, en la mayoría de los casos, estos no encuentran un espacio para compartir sus problemas con compañeros o congregantes. El temor a perder su trabajo, su posición, su público o el respeto de sus compañeros constituye para ellos una realidad muy seria. Por mi experiencia con Andrew, he aprendido la importancia de que la iglesia prepare a sus líderes en la forma en la que deben responder cuando pasen por una temporada de fatiga ministerial, ya que es inevitable que esto suceda.

Todo pastor necesita un círculo de personas cercanas con las que puedan mostrar su vulnerabilidad. Necesitan amigos cercanos, un grupo de gente con quienes se sientan en confianza y con quienes puedan bajar la guardia, quitarse el sombrero de pastor, y simplemente ser ellos mismos. Andrew solía decir: «Es solitario estar en la cima», pero la realidad es que no tiene por qué serlo. No fuimos creados para llevar una vida solitaria. Eso no funciona.

Esta soledad está estrechamente relacionada con una carga de responsabilidad muy pesada. Andrew a menudo se refería a sí mismo como el «conector»: la persona que lo mantenía todo unido. Con frecuencia, y con cariño, yo le recordaba que tenía que poner sus ojos en Jesucristo, y le recordaba quién era el «conector» en realidad. Cuando se sirve en un cargo ministerial, es crucial llevar la carga del liderazgo en equipo. Si no permitimos que otros compartan la carga con nosotros, nos desmoronaremos bajo la presión que el liderazgo conlleva.

La carga se siente especialmente abrumadora cuando las demandas del ministerio parecen implacables. A Andrew le tomó años encontrar siquiera un día a la semana para descansar. Si no creamos espacio para el descanso, estaremos andando como un auto sin combustible en el tanque. Tenemos que decidir intencionalmente apagar nuestro teléfono, cerrar sesión en nuestro correo electrónico, o permanecer alejados de nuestra computadora durante el día. El descanso es la clave del éxito.

A través de mi función anterior como esposa de pastor aprendí la siguiente verdad: los pastores también son personas. No son superhumanos; son humanos. No son invencibles; son más bien vasijas rotas dando lo mejor de sí para ser luces resplandecientes en un mundo oscuro y desesperado. Pero para seguir brillando y dirigiendo con solidez, los pastores también deben ser deliberados en cuanto a cómo cuidarse a sí mismos. Los pastores necesitan comunidad, necesitan compartir la pesada carga del liderazgo, y necesitan darse permiso y margen para sanar y descansar.

Para los líderes que se han comprometido con la Iglesia y con Dios a servir sin importar el costo, puede resultar difícil, o incluso impensable, decir que el costo personal se ha vuelto demasiado alto. Pero la verdad es que su vida y su salud son más importantes que su ministerio. Si su ministerio lo está matando, si está destruyendo a su familia o si está exacerbando su depresión, es hora de decírselo a alguien y tomar un descanso.

Repito, hacer esto es difícil para cualquiera de nosotros, pero resulta particularmente difícil para aquellos que se visualizaron cumpliendo el llamado a un liderazgo sacrificial de por vida. Nuestros pastores necesitan entender que para dirigir como Cristo no necesitan dirigir como si fueran Cristo. El sacrificio supremo ya ha sido hecho por nosotros. Los pastores deben ser libres para compartir sus dolores y sus luchas, sabiendo que jamás fue la intención de Dios que los cargaran por sí solos.

Kayla Stoecklein es defensora de aquellos que sufren enfermedades mentales, y la madre de tres niños pequeños. Acompáñala en kaylastoecklein.com y en Instagram @kaylasteck. Su primer libro, Fear Gone Wild, fue publicado recientemente.

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