Harvard se ha convertido en una obsesión

La presidenta de Harvard, Claudine Gay, ha dimitido. Quizá esta no sea la hora de pensar menos de Harvard, sino de pensar menos en Harvard.

Christianity Today January 5, 2024
Ilustración de Mallory Rentsch Tlapek / Fuente de las imágenes: Getty

El martes recibí un correo electrónico de la presidenta de la Universidad de Harvard, Claudine Gay, en el que anunciaba su decisión de dimitir [enlaces en inglés]. Estaba dirigido a los «miembros de la comunidad de Harvard», a la que pertenezco como exalumno (MDiv, 2014) y capellán de Harvard para la InterVarsity Christian Fellowship.

Harvard es una comunidad que me importa profundamente. Y los últimos meses han demostrado que muchas otras personas también se preocupan profundamente por Harvard; personas que van mucho más allá de la lista a la que Gay envió su correo electrónico. Su anuncio se produjo tras una serie de frenesís mediáticos en torno a Harvard, algunos sobre el testimonio de Gay ante el Congreso en diciembre, las posteriores acusaciones de plagio, y otros sobre la respuesta de los grupos estudiantiles a los horribles atentados de Hamás del 7 de octubre y la subsiguiente guerra entre Israel y Hamás [enlaces en inglés].

Me han pedido muchas veces mi opinión sobre lo que está ocurriendo y, al principio, mi instinto fue brindar el matiz que esos titulares siempre parecen pasar por alto. Pero a medida que las historias siguen apareciendo, me he encontrado cada vez más dando una respuesta diferente: Quizás Harvard debería importarte menos.

En cierto sentido, el interés era comprensible. Esta ronda de atención mediática comenzó con una declaración verdaderamente censurable de una organización estudiantil de Harvard después del 7 de octubre: una declaración que echaba toda la culpa de la violencia a Israel y que había sido firmada por otros grupos estudiantiles.

Levanté la ceja cuando la vi, pero también sé de primera mano cómo pueden ser los grupos de estudiantes: apasionados, informales, caóticos. Más tarde me enteré de que algunos grupos se sorprendieron al ver su nombre vinculado a la declaración, y que otros no habían visto la declaración antes de su publicación.

Esto va a causar revuelo en el campus, pensé.

Vaya si me equivoqué. No solo causó revuelo en el campus. Causó revuelo en todo el país. ¿Y por qué se convirtió en noticia nacional? Probablemente por la misma razón por la que estás leyendo este artículo en este momento: estamos obsesionados con Harvard. Harvard consigue clics.

Junto con algunas otras instituciones académicas de primer nivel, Harvard tiene una forma especial de ocupar las mentes del público estadounidense. El nombre por sí solo evoca una extraña mezcla de asombro y envidia. La marca transmite un significado que nos fascina. Por un segundo, olvidamos las palabras de Cristo cuando dijo: «Así que los últimos serán primeros y los primeros serán últimos» (Mateo 20:16, NVI), y nos quedamos prendados del prestigio de Harvard.

Yo mismo lo he experimentado. Cuando se me presentó la oportunidad de estudiar en Harvard en 2011, me atrajo su reputación. No reflexioné realmente sobre si era la elección correcta para mí o si era parte del plan de Dios para mi vida. Vi la H en la parte superior de mi carta de aceptación, rompí con mi novia de seis días (¡lo siento!) y compré un pasaje de ida a Boston.

Todo el mundo en Harvard conoce el poder del nombre. Por eso los estudiantes de Harvard dicen: estudio en Boston, y no estoy en Harvard. Nadie quiere soltar la bomba H en una conversación que por lo demás sería amistosa.

Cuando comencé mi ministerio con los estudiantes de posgrado de Harvard, aprendí una lección clave de mi mentor, Jeff Barneson, quien ha sido ministro del campus de la universidad más tiempo del que Israel vagó por el desierto: «Todos debemos llegar al punto de arrepentirnos de las razones por las que vinimos a Harvard». ¿Por qué? Porque, hasta cierto punto, todos vinimos aquí porque estábamos enamorados del éxito mundano del que el nombre de Harvard es sinónimo.

Harvard se ha ganado con razón gran parte de su reputación gracias a siglos de erudición de primer nivel. Esto debe aplaudirse. Pero no es por una sólida erudición por lo que las historias de Harvard se difunden a nivel nacional mientras ignoramos lo que ocurre en los colegios comunitarios locales o en las escuelas estatales, con las que es mucho más probable que tengamos una conexión personal o comunitaria. Nuestro mundo, cada vez más interconectado, hace que nuestra atención, junto con nuestra ira, se dirija hacia narrativas remotas.

Con demasiada frecuencia no analizamos adónde se dirige nuestra atención y por qué nos concentramos menos en nuestras propias comunidades y más en personas y lugares lejanos. No nos damos cuenta del fruto que produce prestar demasiada atención a nombres deslumbrantes como Harvard y, lamentablemente, no es un buen fruto.

En primer lugar, prestar demasiada importancia a Harvard nos hace más propensos a simplificar y malinterpretar historias y personas lejanas, lo que implica el riesgo de distorsionar nuestras actitudes. Es un síntoma de «amnesia de Gell-Mann», un término que acuñó el escritor Michael Crichton para describir cómo notamos afirmaciones engañosas y errores cuando leemos noticias sobre temas de nuestra área de conocimiento, y luego leemos sobre temas ajenos a nuestra experiencia sin un verdadero sentido crítico.

Debido a que pocos de nosotros conocemos bien Harvard y otras instituciones similares, es probable que nos dejemos engañar por reportajes deficientes y que caricaturicemos a las personas implicadas. En lugar de ver la imagen de Dios en ellos, vemos representaciones simplistas de ideas que odiamos. Pasamos por alto la realidad de la situación y no consideramos a las personas desde la perspectiva de Cristo (2 Corintios 5:16).

En la misma línea argumentativa, preocuparnos demasiado por Harvard hace que a menudo dediquemos tiempo y atención a problemas demasiado grandes y lejanos como para que podamos ayudar, mientras descuidamos circunstancias más pequeñas y cercanas en las que realmente podríamos marcar la diferencia. Si cada persona que escribe un comentario airado al pie de un artículo de Harvard dedicara esa misma energía a su ciudad, distrito escolar o iglesia, probablemente encontraría algo más constructivo que decir y algo más útil que hacer.

Jesús prestaba atención a las personas que tenía enfrente (Mateo 14:14), y daba poca credibilidad a las instituciones colosales que confiaban en su propia importancia (Marcos 12:13-17). Haríamos bien en imitarle.

Por último, prestar demasiada atención a Harvard agrava el mismo desequilibrio del que a menudo se quejan sus críticos. Incluso una obsesión contra Harvard contribuye a concentrar el poder en Harvard e instituciones similares.

El mundo está lleno de personas brillantes y universidades sobresalientes. Como sociedad, haríamos mejor en reconocer esa brillantez dondequiera que se encuentre, en lugar de evaluar a las personas en función de su asociación con una marca como Harvard. Harvard no tiene el monopolio de la brillantez y no merece el monopolio de nuestra atención.

No se trata de criticar a Harvard, aunque ciertamente la institución merece ser examinada e incluso criticada por muchas cosas. Se trata más bien de redirigir nuestra atención hacia objetivos mejores. Hay una cita, a menudo adscrita erróneamente a C. S. Lewis pero atribuida más acertadamente a Rick Warren, que explica que la humildad «no es pensar menos de ti mismo; es pensar menos en ti mismo».

Algo similar aplica en este caso. Para la mayoría de nosotros, la respuesta correcta a todo este clamor no es pensar menos de Harvard, sino pensar menos en Harvard.

Pete Williamson es jefe del equipo de Ministerios de Posgrado y Profesorado de InterVarsity en la Universidad de Harvard y capellán en la misma universidad.

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