Buenas noticias: mañana moriremos

Por qué aceptar nuestra mortalidad puede ser bueno para nosotros.

Christianity Today October 29, 2020
Madeleine Maguire / Unsplash

S

olía asumir que Dios debía darme una larga vida: tiempo suficiente para desarrollar mi vocación, tener una familia y vivir lo suficiente como para llegar a ser abuelo. Luego, a los 39 años me diagnosticaron con cáncer incurable. Mis planes de vida se vieron drásticamente alterados. Ahora, como paciente de cáncer, mis expectativas son muy diferentes: es probable que la enfermedad me quite décadas de vida. Mientras tanto, a diario sufro dolor y la fatiga me roba las fuerzas. Aunque mis expectativas anteriores podían haber parecido razonables, he descubierto que involuntariamente había abrazado una variante del evangelio de la prosperidad: creía que Dios debía darme una larga vida.

Este tipo de razonamiento está ahora muy extendido. De acuerdo a un estudio realizado por el Pew Research Center, entre los estadounidenses que dicen creer en Dios, el 56 por ciento afirma que “Dios concederá buena salud y sanará las enfermedades de los creyentes que tienen suficiente fe”. En otras partes del mundo, el porcentaje de cristianos que sostienen esta visión es aún mayor.

De cierta manera, esta creencia encaja con las enseñanzas del Antiguo Testamento acerca de cosechar lo que sembramos. “Al pecador lo persigue el mal, y al justo lo recompensa el bien”, dice Proverbios 13:21 (NVI). El evangelio de la prosperidad toma perlas de sabiduría como esta y las combina con el ministerio sanador de Jesús, de tal manera que explican la enfermedad con un simple axioma: como Dios nos ama, no quiere que estemos enfermos. Así que, si no tenemos buena salud, debe ser una consecuencia de nuestros pecados, o al menos de falta de fe de nuestra parte. De una forma u otra, el enfermo tiene la culpa. Si bien muchos evangélicos rechazarían esta forma “extrema” del evangelio de la prosperidad, muchos de nosotros aceptamos una versión más “suave”, un razonamiento como este: si estoy buscando obedecer a Dios y vivir con fe, entonces puedo esperar una larga vida de prosperidad terrenal y relativo confort.

Recientemente, una amiga me habló sobre su trabajo como consejera de adolescentes de entre 12 y 15 años de edad en un campamento cristiano de verano. Un día, los jóvenes participaron en una actividad diseñada para ayudarles a desarrollar empatía hacia las personas que viven con discapacidades físicas. A algunos estudiantes les fueron vendados los ojos, a otros, se les cubrieron los oídos, mientras que a otros se les hizo sentar en una silla de ruedas, y todos tuvieron que realizar de esta forma las actividades del día.

A mitad del día, una chica se arrancó la venda de los ojos y se negó a volver a ponérsela. “Si me quedara ciega, Dios me sanaría”, dijo. Ella tenía fe en Jesús y estaba tratando de obedecer a Dios. Así que, como si se tratara de una transacción, consideraba que, si ella hacía su parte, podía contar con que Dios haría la suya y le daría una vida próspera: si se quedaba ciega, Dios lo arreglaría.

El problema con este enfoque no es la creencia de que Dios nos ama y nos puede sanar. El problema es que el Dios de la Biblia nunca promete el tipo de bienestar que esta joven esperaba con tanta confianza. Ciertamente, ser sanados es siempre un regalo de Dios, incluso cuando sucede por medio de tratamiento médico. Cuando sentimos que estamos en un oscuro “sepulcro”, como el salmista (Salmos 30:1–3), podemos y debemos lamentarnos y pedir que Dios nos libere del dolor y la enfermedad. Podemos pedir sanidad a Dios, de la misma forma en que le pedimos nuestro pan de cada día en la oración del Padre Nuestro. Sin embargo, la sanidad, como nuestro pan de cada día, es efímera, pasajera. Ya sea que vivamos solo unos pocos años o varias décadas, Eclesiastés dice: “Tal como salió del vientre de su madre, así se irá: desnudo como vino al mundo, y sin llevarse el fruto de tanto trabajo” (5:15).

Tarde o temprano, cada uno de nosotros será derribado por la muerte, un golpe que ningún medicamento puede evitar. Aunque Proverbios tiene razón cuando nos dice que cosechamos lo que sembramos, esto no es una ley divina: el universo no siempre funciona así. Job era “recto e intachable” pero sufrió la calamidad de perder a sus hijos, sus siervos, su riqueza y su salud (Job 1:1, 13–19; 2:7–8). El apóstol Pablo es un ejemplo de fe y sacrificio por Cristo y la Iglesia, sin embargo, Dios no lo libró del “aguijón en la carne”, como escribe en 2 Corintios 12:7–10. Nadie está exento de morir ni de las pérdidas que acompañan a la muerte. Aunque en nuestra vida diaria tendemos a apartar esa realidad de nuestra mente, he descubierto algo sorprendente: para nosotros, los cristianos, recordar diariamente nuestra mortalidad nos puede ayudar a refrescar nuestras almas sedientas.

Vale la pena morir por el Evangelio

El Salmo 39 nos recuerda que nuestra vida es “efímera” y nuestros días “breves” en relación con la eternidad de Dios. Hasta que el Señor de la creación venga de nuevo a hacer todas las cosas nuevas, nos unimos al salmista en su oración:

Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. ¡Un soplo nada más es el mortal! (vv. 4-5)

Esta oración contrasta con las suposiciones culturales comúnmente compartidas en la actualidad. La tendencia a elaborar historias sobre nosotros mismos en Facebook e Instagram, por ejemplo, es parte de una liturgia cultural más amplia —un conjunto de prácticas que dan forma a nuestros deseos— que sutilmente lleva a muchos de nosotros a asumir que estamos en el centro del universo y que nuestra historia y nuestros años de vida en la tierra no tendrán fin. La crisis provocada por la pandemia actual ha mostrado que esta suposición es una ilusión. El hecho de que camiones refrigerados fueran necesarios para reunir los cuerpos de los muertos en ciudades como Nueva York y Detroit es un testimonio inquietante de que las naciones altamente desarrolladas no son inmunes a la muerte inesperada.

Además, como han revelado las protestas por los asesinatos de personas de raza negra que no portaban armas, la suposición que mencionamos antes que dice “mi historia nunca terminará” es un privilegio cultural. La iglesia negra y otras comunidades marginadas son dolorosamente conscientes de la naturaleza fugaz de la vida humana. “Escapar, escapar, escapar hacia Jesús” dice un antiguo canto espiritual de los esclavos negros, porque “…no estaré mucho tiempo aquí”.

Las generaciones anteriores no podían evitar pensar en la mortalidad con la facilidad con la que lo hace nuestra generación. Más allá de la realidad de que las enfermedades contagiosas eran una amenaza siempre presente, la cultura de la muerte en Estados Unidos era parte de la comunidad. Los servicios funerarios servían como recordatorios constantes de la mortalidad humana, en tanto que era común que congregaciones enteras asistieran a los mismos, incluidos los niños. Tradicionalmente, estos servicios se centraban en que no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que pertenecemos a Cristo, en la vida y en la muerte. Por el contrario, ahora es más común contar con servicios funerales personales, diseñados para exaltar la historia de vida del difunto, con la asistencia casi exclusiva de familiares y amigos. Tal vez nos preocupemos por la muerte de otra persona, pero sólo en la medida en que esta sea significativa para nuestra propia historia. Nuestra historia es la que importa. La muerte es algo que les pasa a otras personas.

Si bien el Salmo 39 derriba estas falsas ilusiones, también está cargado de esperanza. Aunque somos criaturas temporales, podemos florecer verdaderamente si depositamos nuestros amores más profundos en el único que es eterno: el Señor. Peter Craigie, un comentarista particularmente perspicaz de los Salmos, señala que el valor de la vida debe entenderse a la luz de su finitud. “La vida es extremadamente corta”, escribió Craigie. “De encontrar su significado, este deberá encontrarse en el propósito de Dios, el dador de toda vida”. De hecho, reconocer la “naturaleza transitoria” de nuestras vidas es “un punto de partida para alcanzar la cordura en nuestro peregrinar por este mundo loco”. Craigie escribió estas palabras en 1983, en el primero de los que, según planeó, serían tres volúmenes sobre el Libro de Salmos en una prestigiosa serie de comentarios académicos. Dos años más tarde, murió en un accidente automovilístico, dejando su serie de comentarios incompleta. Tenía 47 años.

La vida de Craigie fue tomada de forma inesperada, tanto para él, como para sus seres queridos, antes de que pudiera alcanzar sus valiosas metas aquí en la tierra. Sin embargo, en su transitoria existencia, dio testimonio del impresionante horizonte de la eternidad. Dio testimonio de cómo el reconocimiento de nuestra mortalidad va de la mano con ofrecer nuestros cuerpos mortales al Señor de la vida. No somos héroes en este mundo, y no es mucho lo que podemos hacer. Pero podemos amar generosamente, y podemos dar testimonio de Aquel que es el origen y el fin de la vida misma: el Dios eterno, el Alfa y la Omega, el Salvador crucificado y resucitado, quien ha logrado y logrará lo que nunca podríamos hacer nosotros mismos.

El antídoto contra la negación de la muerte

Nuestra fe no debe ser utilizada como un escudo protector contra la solemne realidad de nuestra propia mortalidad. De hecho, esa actitud que niega la muerte, tan común hoy en día en el evangelio de la prosperidad, es innecesaria debido a nuestra esperanza en Dios para la resurrección de los muertos. Al final, no vale la pena tener una fe que es incapaz de enfrentar nuestro total desamparo ante el poder de la muerte. El apóstol Pablo lo admite abiertamente: “Y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes” dice en su famoso capítulo sobre la resurrección de Cristo. “Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales.” (1 Corintios 15:14,19). Admitir diariamente nuestra impotencia ante la muerte puede ser una forma de entregarnos al Señor resucitado en lugar de depender de nuestros propios esfuerzos para crear una vida de prosperidad terrenal.

Extrañamente, admitir esta realidad puede liberarnos de la esclavitud del miedo a la muerte. Algunos sociólogos, en una escuela de pensamiento inspirada en el libro ganador del Premio Pulitzer, La negación de la muerte, de Ernest Becker, han documentado cómo las culturas tienden a idolatrar a héroes políticos o a las gestas nacionales como una forma de negar sus límites mortales. Cuando los humanos negamos nuestra mortalidad, nos ponemos a la defensiva, confiando solo en nuestro propio partido político o en nuestros propios grupos raciales o culturales. Pero vivir en la esperanza de la resurrección elimina la necesidad de idolatrar a líderes llenos de defectos o de “blanquear” causas ideológicas pecaminosas. Podemos admitir abiertamente que no podemos derrotar a la muerte, y vivir confiados en que, en el día final, “Cuando lo corruptible se revista de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: ‘La muerte ha sido devorada por la victoria’” (1 Corintios 15:54). Ese día aún no ha llegado, pero lo anhelamos, y vendrá cuando el reino de Cristo se manifieste en plenitud. Esperar ese día confiando en los propósitos de Dios más que en los nuestros hace una gran diferencia en cómo vivimos cada día.

A la luz de la esperanza de la resurrección, Pablo creía que, aunque “por fuera nos vamos desgastando” (2 Corintios 4:16), nuestra decadencia corporal no tendrá la última palabra. Además, incluso nuestras aflicciones corporales son parte de la realidad que nos sostiene: nuestra unión con el Señor crucificado y resucitado. “Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal” (v. 11). Tengamos o no vista o movilidad, ya sea que vivamos 5, 40 o 90 años, nuestros cuerpos pertenecen al Señor, y el proceso de decaer externamente puede ser un testimonio del humilde amor de nuestro Salvador. Sorprendentemente, parte de la obra del Espíritu Santo en el mundo incluye incluso nuestras debilidades corporales. Al ser testigos de Cristo, el decaimiento mismo de nuestro cuerpo muestra “que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros” (v. 7, DHH). De este modo, el ancla de nuestra esperanza no es la liberación de este proceso de decadencia, sino la unión con Cristo crucificado y resucitado. Esta unión con Cristo florecerá plenamente en la resurrección venidera, compartiendo “una gloria eterna que vale muchísimo más” que nuestros problemas actuales (v. 17).

El regalo de recordar nuestra mortalidad

Según Martín Lutero, incluso cuando nuestros cuerpos se sientan vigorosos y morir pareciera pertenecer a un país lejano, deberíamos hacer de la muerte un compañero frecuente. “Debemos familiarizarnos con la muerte durante nuestra vida”, escribió en un sermón de 1518, “invitándole a nuestra presencia cuando todavía está distante y sin moverse”. ¿Por qué Lutero aconsejaría esto? Su razón no es una propensión enfermiza, sino la misma razón por la que el salmista se refiere a la vida como “un soplo nada más” delante de Dios: la muerte desinfla nuestra arrogancia, nuestra sensación de que el mundo es un drama en el que somos el centro de atención. Los recordatorios de nuestra muerte señalan al Dios de la vida —el Dios que puso carne en huesos secos— como nuestra única esperanza, tanto ahora como en la era venidera. Como nos recuerda Lutero, “ya que todos debemos partir, volvamos nuestros ojos a Dios, que es a quien nos lleva y dirige la senda de la muerte”.

Tanto en los días difíciles como en los días fáciles, entre la alegría y el dolor, he llegado a aceptar la mortalidad como un regalo, extraño, pero bueno. Un regalo que me lleva a reconocer que no soy más que un mortal delante del Dios eterno. Vivimos en la esperanza de que la fragilidad y la decadencia de nuestros cuerpos no serán la medida final de nuestra vida. Vivimos en la esperanza de que nuestra vida no es el centro del universo. En cambio, viviendo como pequeñas criaturas, podemos regocijarnos en el maravilloso acto del amor de Dios en Cristo.

Nuestra vida presente terminará, como la de Job, cuando seamos despojados de familia, fortuna y de un futuro terrenal. Pero incluso a la luz de este fin mortal —de hecho, especialmente por eso—, podemos decir junto con el apóstol Pablo: “Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:38–39).

J. Todd Billings es el Profesor “Gordon H. Girod” de Investigación de Teología Reformada en el Western Theological Seminary en Holland, Michigan. Este artículo incluye material adaptado de su último libro, Christian Life: How Embracing Our Mortality Frees Us to Truly Live.

Traducido por Pedro Cuevas

Editado por Livia Giselle Seidel

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Ideas

De la persecución a la polarización: lo que los evangélicos estadounidenses pueden aprender de los cristianos colombianos

En el conflicto más largo del hemisferio occidental, a menudo el sufrimiento ha inspirado la solidaridad evangélica. Ahora, el cuerpo de Cristo está sucumbiendo ante la autolesión.

Una mujer coloca globos con los colores de la bandera nacional de Colombia en la Plaza Bolívar en Bogotá el 2 de octubre pasado, en conmemoración del cuarto aniversario del referendo para ratificar el histórico acuerdo de paz  entre el gobierno colombiano y los guerrilleros de las FARC, acuerdo que los votantes rechazaron por un margen estrecho.

Una mujer coloca globos con los colores de la bandera nacional de Colombia en la Plaza Bolívar en Bogotá el 2 de octubre pasado, en conmemoración del cuarto aniversario del referendo para ratificar el histórico acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y los guerrilleros de las FARC, acuerdo que los votantes rechazaron por un margen estrecho.

Christianity Today October 28, 2020
Raul Arboleda / AFP / Getty Images

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Durante 70 años, Colombia ha sido una nación en guerra consigo misma.

Guerrilleros marxistas, paramilitares derechistas, carteles del narcotráfico y las fuerzas armadas nacionales han desmembrado familias y han dejado una cicatriz en la conciencia del pueblo, generando un total de más de un millón de vidas perdidas y expulsando a más de ocho millones de personas de sus hogares tan solo durante la última generación.

A finales de 2016, y durante un breve periodo de tiempo, la comunidad internacional pensó que la violencia por fin había llegado a su fin cuando una delegación de guerrilleros de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) firmó un acuerdo de paz con el gobierno del entonces presidente Juan Manuel Santos.

Se tomaron fotografías y Santos recibió el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, las matanzas seguían.

En lo que va de este año, 68 masacres han tenido lugar en Colombia. Desde que se firmó el acuerdo de paz en La Habana, Cuba, más de 440 líderes comunitarios han sido asesinados. Muchos de estos líderes comunitarios eran pastores [cristianos], cuya resistencia a la violencia y activismo a favor de los campesinos desposeídos, así como del cuidado del medioambiente, los convirtió en blancos de los grupos armados.

Sus historias empiezan a darse a conocer, más recientemente en el documento “El rol de los evangélicos en el conflicto colombiano”, un informe entregado a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad a inicios de este mes. Sin embargo, este informe clave, el cual es una crónica de eventos entre 1959 y 2016, no es más que la punta del iceberg.

Hace 1 800 años, Tertuliano, uno de los padres de la Iglesia, señaló que el cristianismo había florecido a pesar de la persecución imperial salvaje, declarando de manera desafiante: “Nos multiplicamos cuando nos siegan. La sangre de los cristianos es semilla” (Tertuliano, Apologeticus 50.13). Ya que la sangre de creyentes ha mojado el suelo colombiano, con base en la lógica de Tertuliano, bien podríamos esperar que la fe en Colombia estuviera prosperando.

Sin embargo, tendríamos razón solo de forma parcial: la violencia en Colombia ha sido un crisol. Por un lado, purificando y galvanizando a algunos creyentes hacia una justicia extraordinaria y, por otro, fundiendo la fe del resto con agendas políticas que poco tienen que ver con el Mesías crucificado de Nazaret.

Este artículo da un vistazo a los dos lados del cristianismo colombiano, y observa que tienen mucho que enseñar a la iglesia estadounidense.

Valientes y compasivos en medio del conflicto

Más allá de las grandes ciudades colombianas, lejos de los políticos y fotógrafos, hay comunidades cristianas que han pasado décadas arriesgándose para cuidar de las víctimas del violento conflicto.

Una de estas comunidades es la Iglesia Cristo el Rey, que se congrega en un edificio ordinario, tostado por el sol, en el municipio de Tierralta, Córdoba. En 1996, la congregación se vio sumergida en la realidad del conflicto cuando 50 familias campesinas llegaron agotadas al municipio, guiando a sus perros y al poco ganado que pudo aguantar el viaje de 40 kilómetros desde su pueblo en las montañas. Expulsados de sus hogares por la guerrilla y sin ningún refugio, se sentaron exhaustos en la plaza de la ciudad, quemándose bajo el sol inclemente.

Nadie recuerda exactamente quién fue quien les abrió las puertas de Cristo el Rey; el pastor estaba en una reunión cuando recibió el mensaje de que alguien había dado ingreso a los desplazados. Cuando llegó, ellos se habían instalado en el santuario, rodeados por sus animales y abrumados por el trauma. La iglesia decidió dejarlos quedarse.

La comunidad suspendió sus cultos (ya que el templo se había convertido en un campo de refugiados) y, como su pastor actual compartió conmigo: “Durante semanas, nuestro culto fue meramente sentarnos con ellos, escuchar sus historias y llorar juntos.” Después, la pequeña congregación de Cristo el Rey comenzó a construir, ayudando a crear nuevos asentamientos para las personas en situación de desplazamiento —un ministerio de compasión que costó las vidas de algunos de sus líderes jóvenes.

Eventualmente, algunas de las personas en condición de desplazamiento volvieron a las montañas, pero, en 2008, fueron violentamente expulsados de nuevo, esta vez por fuerzas paramilitares. Años después, se atrevieron a regresar una segunda vez.

Aquella comunidad actualmente es pastoreada por Marcos, una víctima del desplazamiento, cuyo hermano recibió nueve disparos durante el culto dominical a manos de unos guerrilleros, los cuales luego buscaron matarlo también. A pesar de ello, Marcos decidió volver a las montañas para servir a aquella comunidad herida, a sabiendas de lo que su decisión le podría costar.

Ahora Marcos y su esposa viven, con sus dos hermosas hijas, en una choza al lado de su iglesia. No tienen agua corriente. No tienen seguridad física. Ni siquiera tienen una puerta con cerradura. Pero están alimentando a sus ovejas, y el rebaño está creciendo.

¿Es la sangre de los mártires la semilla de la iglesia? A veces. Pero no siempre. Se necesita una perspectiva histórica más amplia.

De la solidaridad en la persecución a la polarización política

La historia de las últimas tres generaciones del protestantismo colombiano no se puede contar sin hablar del conflicto violento.

De 1948 a 1958, un periodo conocido hoy simplemente como La Violencia asoló Colombia. En la batalla entre el Partido Liberal y el Partido Conservador (y durante la siguiente década), la mayoría de los evangélicos se alinearon con los liberales, en gran medida porque el Partido Conservador estaba estrechamente vinculado con la Iglesia Católica. La persecución que los protestantes padecieron durante aquella época dejó una cicatriz que permanece en la conciencia evangélica de Colombia hasta el día de hoy.

Cuando la formación de una coalición entre los dos partidos supuestamente concluyó La Violencia, se formaron grupos guerrilleros marxistas —los más famosos de los cuales son las FARC y el ELN (Ejército de Liberación Nacional)—, teóricamente en aras de defender la causa de los campesinos oprimidos. Después, como reacción a las atrocidades cometidas por las guerrillas, se formaron grupos paramilitares de derecha, los cuales perpetraron aún más masacres que su contraparte guerrillera.

En las décadas de 1970 y 1980, los evangélicos gradualmente atenuaron su afiliación con el Partido Liberal, optando por una postura apolítica —en parte, a causa del alto precio que pagaron por su identificación política anterior—. Pero ser teóricamente apolíticos no los protegió: como lo observa el informe entregado a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, facciones armadas tanto de la derecha como de la izquierda llegaron a sospechar que ellos colaboraban con grupos de ideología opuesta.

Después de los eventos ocurridos al inicio de la década de 1990, un cambio drástico tuvo lugar. Como resultado de un acuerdo de paz con el grupo guerrillero M-19, se convocó la Asamblea Nacional Constituyente, y en 1991 se ratificó una nueva Constitución. Una consecuencia de este nuevo marco político fue la garantía de la libertad de conciencia y de culto, la cual fomentó el subsecuente crecimiento del protestantismo en el país.

Con el paso del tiempo, la iglesia evangélica se volvió un electorado más potente y comenzaron a formar partidos políticos pequeños. (Los protestantes actualmente representan por lo menos el 16% de la población colombiana). El informe indica cómo los protestantes empezaron a diversificarse políticamente y a polarizarse, una realidad que se volvió patente con el plebiscito sobre los Acuerdos de Paz con las FARC que tuvieron lugar en La Habana.

La comunidad internacional quedó asombrada cuando, el 2 de octubre de 2016, Colombia votó en contra del Acuerdo de Paz con las FARC (con un margen de menos del 1%), decidiendo perpetuar la guerra de cincuenta años con el grupo guerrillero más antiguo del mundo.

La opinión nacional se dividió en líneas geográficas. Las regiones del país más afectadas por la violencia votaron a favor del referendo de paz, mientras que las menos afectadas y la mayoría de los centros urbanos (salvo Bogotá) votaron en su contra, en parte por temor de que los guerrilleros desmovilizados se trasladaran de la selva a las ciudades.

Las comunidades protestantes reflejaron esta fisura, y los evangélicos, especialmente las megaiglesias urbanas pentecostales, fueron actores clave en la victoria del voto en contra. Los pentecostales rurales y las denominaciones históricas —tales como los metodistas, luteranos y menonitas— mayoritariamente votaron a favor del referendo. [Véase la explicación de CT: Why Many Colombian Protestants Opposed Peace with FARC Fighters].

La lógica política (y el juego de manos) detrás del voto evangélico en contra fue revelador, especialmente porque emergió de nuevo dos años después en la elección del actual presidente, Iván Duque Márquez. (Duque representa la postura política y los intereses del popular expresidente Álvaro Uribe Vélez [2002-2010], conocido por su firme postura contra la guerrilla. Uribe actualmente está bajo investigación por presunta manipulación de testigos y ha sido acusado de vínculos con grupos paramilitares y de ser cómplice de violaciones contra los derechos humanos).

Tres componentes fueron especialmente decisivos en la movilización del voto evangélico en contra del referendo.

Primero, el Acuerdo de Paz fue percibido como una garantía de “impunidad” para los guerrilleros, como resultado de la promesa de "justicia restaurativa" en vez de "retributiva" para los que confesaran sus crímenes.

Segundo, se temía que el compromiso del acuerdo con la restitución de las tierras de las víctimas del desplazamiento forzoso abriría la puerta al “Castrochavismo”, un neologismo para dictaduras comunistas latinoamericanas al estilo de Cuba y Venezuela. Este término fue popularizado por el expresidente Uribe y demostró ser eficaz en 2018 cuando Iván Duque derrotó a Gustavo Petro (previamente un líder de la guerrilla M-19 y miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991).

Tercero, políticos de derecha convencieron a los evangélicos de que un voto a favor del Acuerdo de Paz era una afirmación de los derechos LGBTI. Este juego de manos fue especialmente engañoso.

El Acuerdo de Paz justamente condena la victimización de numerosos grupos vulnerables en el conflicto y exige su protección en el futuro. (Reiteradamente enumera los siguientes grupos: mujeres, niños, adolescentes, adultos mayores, personas discapacitadas, grupos indígenas, campesinos, afrocolombianos, palenqueros, población Rom, la comunidad LGBTI y grupos religiosos minoritarios, entre otros). Tales referencias a la comunidad LGBTI en el acuerdo naturalmente fueron suficientes para despertar la preocupación de algunos evangélicos.

Sin embargo, el gobierno de Santos (2010-2018) cometió un error de cálculo fatal al nombrar a la exsenadora Gina Parody como Ministra de Educación y líder de la campaña por el referendo de la paz. La legisladora lesbiana fue un agente clave en la promoción de lo que se denominó “la ideología del género” en los colegios, una postura que galvanizó a los protestantes en su contra y, por extensión, contra el referendo.

Después de ser rechazado en el plebiscito, el Acuerdo de Paz fue revisado en diálogo con los miembros de la oposición y entonces fue aprobado por el Congreso colombiano (en vez de por votación popular). La nación entonces entró en un periodo de “posconflicto”. Pero la aclamación internacional que Santos recibió no bastó para ganar el sentimiento nacional.

En 2018, Duque fue elegido presidente, tras haber cultivado el voto evangélico y pentecostal. Duque se presentó a sí mismo como defensor de la libertad religiosa (en oposición al supuesto “Castrochavismo” y la “ideología de género” de sus adversarios), y como un líder fuerte, en la misma línea del expresidente Uribe, quien rehusó a prosternarse ante grupos guerrilleros.

La victoria de Duque resultó rápidamente en la removilización de un sector de fuerzas desmovilizadas de las FARC, y en el abandono de las negociaciones de paz por el grupo guerrillero ELN. De manera similar, grupos paramilitares de derecha, tales como el Clan del Golfo, intensificaron sus actividades, respondiendo al vacío de poder dejado por las FARC y muy posiblemente envalentonados por la victoria de Duque.

La violencia y la división de la nación continúan hasta el día de hoy, de modo que es difícil siquiera mencionar la palabra “posconflicto” sin ironía.

Aunque algunos evangélicos colombianos son campeones de la paz y del desarme, otros fueron oponentes claves del proceso de paz, y ciertamente no existe una perspectiva “protestante” única frente a la violencia en Colombia. Los días en que la experiencia de persecución inspiró la solidaridad evangélica han quedado atrás. Al contrario, las redes sociales colombianas revelan —y empeoran— una profunda polarización entre grupos protestantes.

El temor y el reduccionismo ponen en peligro el testimonio cristiano

Muchos creyentes que conozco aquí en Colombia realmente me recuerdan a Jesús, por razón de su testimonio fiel y de sus cicatrices literales (Gal. 6:17); sin embargo, el cuerpo de Cristo en Colombia está sucumbiendo ante la autolesión de maneras que se parecen bastante a mi tierra natal, los Estados Unidos.

Con horror, observo cómo algunos cristianos en ambos países hipotecan sus testimonios por razones similares: el reduccionismo y el temor.

Numerosos evangélicos colombianos han caído en la trampa de reducir el cristianismo a un par de temas morales a los cuales dan prioridad sobre todos los demás: la ideología de género y el aborto. Como se indicó arriba, aunque los derechos LGBTI fueron meramente periféricos en el referendo de paz —el cual se enfocó primariamente en la restitución de tierras para los campesinos, el cese de la violencia, la protección de las mujeres y la búsqueda tanto de la verdad como de la justicia en los casos de violaciones contra los derechos humanos— la homosexualidad y “la impunidad” fueron más decisivas para el voto evangélico que el cuidado del campesino empobrecido o el fin de la violencia.

De manera similar, en los EE. UU., el santo grial de obtener una silla adicional en la Corte Suprema sigue siendo el factor determinante para muchos evangélicos, a expensas de otros temas éticos que también deben concernir a los cristianos (aunque grupos como “Pro-Life Evangelicals for Biden” ya están cuestionando semejante razonamiento).

Sin embargo, si los creyentes en América del Norte o del Sur deciden que la importancia indudable de dos asuntos morales justifica la tibieza frente a numerosos temas éticos importantes para Dios —la pobreza, los refugiados, la sostenibilidad ecológica, la injusticia racial, la violencia y la corrupción— entonces hemos optado, tal vez sin darnos cuenta, por subordinar las Escrituras a una tergiversación del “cristianismo” diseñada para encajar con un partido político en particular. Sin embargo, el Reino de Dios no se puede confundir con ninguna afiliación política.

Finalmente, el temor ha sido un arma poderosa en la batalla para cooptar a los evangélicos, tanto en Colombia como en los EE. UU. El espectro del “Castrochavismo” y “la ideología del género” encendió el activismo electoral de las iglesias colombianas. Asimismo, el temor al “socialismo” en los EE. UU. y la preocupación por el ocaso de la hegemonía cultural del cristianismo blanco han servido en gran medida para movilizar políticamente a los evangélicos.

El temor es la razón por la que Jerry Falwell, Jr. pudo tuitear sin ironía: "Los cristianos tienen que dejar de elegir ‘tipos amables’. Quizás sirven como grandes líderes cristianos, pero los EE. UU. necesitan peleadores callejeros" como el presidente Trump. El temor es la razón por la que Eric Trump se atrevió a declarar que su padre “literalmente salvó al cristianismo”, arguyendo: “Existe una guerra total contra la fe en este país, desde el otro lado”. El presidente Trump se presenta como un hombre fuerte que salvará a los fieles. Así, Eric Metaxas celebró la recuperación rápida del presidente de su enfermedad por COVID-19 al tuitear “¿Quién como él? Si yo fuera uno de sus detractores, creo que me daría por vencido justo ahora”. Aparentemente, Metaxas quería aludir a Éxodo 15:11 o al Salmo 113:5 —lo cual sería blasfemia, ya que aquellos textos hablan de Jehová—, pero es desconcertante notar las similitudes con Apocalipsis 13:3-4.

Poniendo a un lado la exégesis de Twitter, estos comentarios revelan hasta qué punto los creyentes permitimos que el temor nos impulse a buscar la salvación en los brazos de líderes políticos poco parecidos a Cristo. Este no es un error que cometería un creyente como el pastor Marcos en las montañas de Córdoba; cada día, él pone la fidelidad al Evangelio por encima de su propia seguridad, prosperidad y temor.

En Colombia, y en los EE. UU., hay razones cristianas contundentes para ser miembros de los partidos liberales o conservadores. Nosotros los cristianos debemos tener fuertes convicciones sobre la libertad religiosa, la justicia racial, el desarrollo económico, el sistema de salud, la violencia, la migración, la educación, los niños no nacidos y los adultos mayores.

Los cristianos no podemos continuar siendo seducidos por políticos que manipulan nuestro temor y nuestra vanidad, y que nos convencen de reducir nuestra fe a un par de temas morales en conjunto con una cierta dominancia cultural.

Fuimos instruidos a ser prudentes como serpientes e inocentes como palomas (Mateo 10:16). Por el contrario, temo que en ambas naciones nos toman por tontos; tontos que son cada vez menos cristianos.

Christopher M. Hays es profesor de Nuevo Testamento en la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia en Medellín, donde también dirige el proyecto Fe y Desplazamiento, el cual es posible gracias al apoyo de la Templeton World Charity Foundation, Inc. Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no necesariamente reflejan la perspectiva de la Templeton World Charity Foundation, Inc., ni de la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia.

Editado en español por Noa Alarcón y Livia Giselle Seidel

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Aprendizaje y creatividad: un llamado de Dios aun en tiempos de crisis

La pandemia no es excusa para descuidar el llamado de Dios a estudiar y aprender.

Christianity Today October 28, 2020
Illustration by Chris Koehler

Me recuerdo acostado en una cama de hospital con un terrible dolor atravesando mi cuerpo. Durante tres meses, no había podido pararme ni sentarme durante más de 30 minutos. Los médicos no tenían soluciones para mi neuralgia, ni para los fuertes y debilitantes espasmos musculares que me asediaban. En mi agonía, me preguntaba si mi llamado a la enseñanza cristiana había llegado a su fin.

Antes de esa enfermedad, yo era un profesor bastante sano y exitoso en la Universidad de Baylor. Había publicado varios libros, había completado mi trabajo en una beca de gran relevancia, y disfrutaba de discusiones en clase con estudiantes de doctorado en un programa que yo mismo ayudé a diseñar. En marzo de 2017, entré al hospital por lo que se suponía debía ser un procedimiento médico de rutina. Horas después, me invadió la angustia.

Me convertí en prisionero del dolor. Para mantenerlo bajo control, tuve que languidecer en cama. Ya no podía ir a trabajar, hacer ejercicio, conducir, o sentarme a la mesa con mi familia para cenar. Me sentía profundamente aislado de mis amigos y de la iglesia.

Tampoco podía cumplir con mis responsabilidades básicas como profesor. Durante la mayor parte de esos meses, no me sentía lo suficientemente bien como para leer; mucho menos para escribir. En esta triste escena, muy al estilo de Job, sentí como si todo lo que alguna vez me había dado satisfacción, o algún sentido de identidad, me había sido arrebatado sin previo aviso. «¿Quién soy, ahora que parece que lo he perdido todo?», me preguntaba. ¿Podré enseñar, escribir y aprender de la misma manera otra vez?

Muy probablemente, los efectos de la pandemia han llevado a algunos educadores y estudiantes a hacerse preguntas similares. Tal vez usted o sus seres queridos han contraído el virus y lidiado con complicaciones a largo plazo. Tal vez siente que su vida fue puesta de cabeza a causa de la educación virtual, las restricciones por la pandemia y los problemas económicos que ésta ha traído. Las crisis siempre nos llevan a cuestionarnos quiénes somos y cuál es el llamado que Dios ha puesto sobre nuestras vidas. Espero que este artículo sirva para recordarnos que Dios nos ha llamado a aprender, y que nos ayude a identificar y enfrentar las limitaciones y distracciones que las crisis conllevan.

La oración debe tomar el control

«No quiero morir», dijo mi hijo menor mientras hablábamos acerca de la pandemia una noche, sentados a la mesa. Tiene 16 años y un sistema inmunológico comprometido, al igual que mi esposa. Mi otro hijo solía tener asma. Mis padres tienen 81 años, y a uno de ellos le falta un lóbulo en un pulmón. Tal parece que todos mis seres queridos son vulnerables.

Sé que mi experiencia no es única. Todos tememos perder a la gente que amamos. El fantasma de la muerte nos persigue y es fácil perder de vista el llamado que hemos recibido de parte de Dios. ¿Qué debemos hacer cuando el miedo a la muerte nos distrae de ese llamamiento?

Primero, debemos orar. Hace unos meses, mi esposa me dijo que no se sentía bien. Me enfrenté a una avalancha de miedo que me paralizó. ¿Podrá haber contraído la COVID-19? Cuando el miedo amenaza con apoderarse de nuestras vidas, la oración debe tomar el control en su lugar. Oramos para alinear nuestro corazón con el corazón de Dios. A través de la oración, Él nos consuela y nos guía, recordándonos quiénes somos, y quién es Él.

¿Cómo debemos orar en tiempos de crisis? Hay un sinnúmero de formas en las que podemos orar. Mi cuñado, que vive con un terrible dolor crónico, me enseñó que a veces llegas al punto en que es necesario orar: «Señor, ayúdame a vivir bien esta próxima hora» o «Señor, ayúdame a vivir bien estos próximos cinco minutos». Otras veces, la oración es más colorida. Durante el tiempo que enfrenté mis problemas de salud más graves, muchas de mis oraciones eran una indescriptible mezcla de emociones, y tenía que gritarle a Dios. Si le has gritado a Dios recientemente, es buena señal. Significa que todavía tienes una relación viva con él, incluso en medio de un estrés extremo. Además, como nos recuerdan los Salmos, Dios puede aceptarlo. De hecho, Dios es el único que puede cargar con la carga de nuestro miedo.

Sin embargo, los Salmos también nos dan algo más. Durante mi estancia en el hospital, algunos viejos amigos de la universidad vinieron de Virginia a visitarme, lo que resultó ser providencial. Oraron por mí y levantaron mi espíritu. Más tarde, uno de ellos me envió un Libro de los Salmos. Por supuesto que yo ya tenía una Biblia, pero por alguna razón, ese libro que contenía solamente los Salmos me hizo leer, orar y memorizarlos más.

A través de esas tres prácticas [leer, orar y memorizar], me acordé de vivir en la historia de Dios. Descubrí palabras para expresar mi angustia en los lamentos: «Cansado estoy de pedir ayuda; tengo reseca la garganta» (Salmos 69:3, NVI). Respiré en anhelos llenos de esperanza: «Yo, Señor, espero en ti; tú, Señor y Dios mío, serás quien responda». (Salmos 38:15). Y recibí este recordatorio: «El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido». (Salmos 34:18).

Recordemos la primera gran comisión

Una vez que hemos vencido nuestra parálisis emocional y nos sumergimos de nuevo en verdadera comunión con Dios, podemos volver a poner nuestro enfoque en cumplir nuestro llamamiento dentro de la historia de Dios. El sermón de C. S. Lewis «El aprendizaje en tiempo de guerra», pronunciado al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, nos recuerda que los seres humanos siempre estamos enfrentando la realidad de la muerte y el juicio eterno. Lewis invita a los estudiantes cristianos a preguntarse: «¿Cómo puede ser correcto, o siquiera psicológicamente posible, para criaturas que avanzan cada instante, ya sea hacia el cielo o hacia el infierno, pasar cualquier fracción del poco tiempo que les ha sido concedido en este mundo en trivialidades (en comparación) tales como la literatura, el arte, las matemáticas o la biología?».

En mi primer año en la universidad, reflexioné mucho sobre preguntas similares, y encontré respuestas que no coincidían con mi llamado a aprender. En mi mente, el evangelismo y el discipulado tenían prioridad sobre la ciencia política y la economía. Estaba profundamente convencido del cuestionamiento que Lewis le presentó a su audiencia: «¿Cómo puedes ser tan frívolo y egoísta como para pensar en otra cosa que no sea la salvación de las almas humanas?».

Me llevó dos años de universidad entender lo que el ensayo de Lewis resumió en unos párrafos: No puedes vivir toda tu vida con una mentalidad de frente de guerra. Como señaló Lewis, incluso los soldados de primera línea en la Primera Guerra Mundial rara vez hablaban de la guerra. En su lugar, pasaron la mayor parte de su tiempo haciendo actividades normales, incluyendo leer y escribir.

La guerra contra la pandemia actual no ha cambiado esa realidad. Es cierto, pasamos más tiempo lavándonos las manos, pendientes del distanciamiento social, y ocupados con telecomunicaciones, sin embargo, todavía pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en actividades cotidianas como comer, trabajar, relacionarnos con otros, y aprender. Nuestras clases, reuniones de trabajo, servicios de la iglesia y encuentros con amigos ocurren virtualmente o cuidando la distancia social, pero suceden de todos modos. Como lo dijo Lewis a su profesorado y audiencia estudiantil: Si suspendes toda tu actividad intelectual y estética en una crisis, «solo lograrás sustituir una vida cultural buena por una peor». Es nuestra decisión si elegimos saturarnos con Netflix, estudiar para nuestras clases, o cultivar relaciones profundas con amigos y familiares, aunque solo sea en línea o a dos metros de distancia.

Para ponerlo en lenguaje teológico, incluso durante los tiempos de crisis, no debemos descuidar la primera gran comisión de Dios (llenar y cultivar la tierra) solo porque la segunda gran comisión (hacer discípulos) sigue estando vigente.

El primer capítulo del Génesis contiene una declaración asombrosa sobre los seres humanos y su vocación: Dios dijo: «“Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (Genesis 1:26-27).

Dios crea. Dado que los seres humanos están hechos a Su imagen, también estamos diseñados para crear. En efecto, Dios, en su primera gran comisión, bendijo a los seres humanos con estas palabras: «sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla» (v. 28). Se nos da el honor de crear cultura. Hacemos herramientas, escribimos música e incluso construimos ciudades (acciones descritas en el cuarto capítulo de libro de Génesis). Construimos civilizaciones enteras con caminos y puentes; con idiomas y libros. Emprendemos negocios y organizaciones benéficas, fundamos hospitales y universidades, y establecemos galerías de arte y teatros.

En todos estos esfuerzos, Dios nos dio la capacidad de buscarlo a Él, y buscar conocer sus pensamientos y carácter. Dios nos diseñó para desear la verdad, la bondad y la belleza, y para descubrir Su sabiduría (Proverbios 1 y 8). Como nos recuerda el educador del siglo XII, Hugo de San Víctor, perseguir la sabiduría significa encontrar la mente viva de Dios, como si uno estuviera entrando en «una amistad con esa Divinidad».

Es por eso que aprendemos, no solo para conseguir dinero o un trabajo, si bien es cierto que esto también es importante. Aprendemos porque Dios nos hizo a su imagen para que pudiéramos reflejar su creatividad, verdad, bondad y belleza. También aprendemos a recuperar la plenitud de esa imagen, uniéndonos a Cristo para revertir los efectos de la Caída, tanto en nuestra vida individual, como en el mundo en su totalidad. De hecho, a lo largo de la historia, los cristianos han llenado el mundo de escuelas, en parte para lograr estos mismos objetivos.

La pandemia sólo ha amplificado este punto. Si los epidemiólogos, los científicos y los trabajadores de la salud hubieran ignorado el llamado de Dios a estudiar en la universidad, no estarían preparados para combatir el virus. Necesitamos economistas que nos ayuden a sortear los problemas financieros. Necesitamos psicólogos, poetas, escritores, filósofos y artistas que nos ayuden a procesar la tormenta de emociones que sentimos. Necesitamos pastores, líderes de adoración y servidores en las iglesias, equipados teológicamente para ayudarnos a ver la pandemia a la luz de la enorme lupa de la historia de Dios.

Desde esta perspectiva, los cristianos deben ser los mayores entusiastas del aprendizaje. Siempre se requiere la sabiduría de Dios para enfrentar una crisis y, para encontrarla, debemos buscar primero en las Escrituras, y también en lo mejor de la tradición humana. En contraste, como lo dice el libro de Proverbios repetidamente, solo los tontos desprecian la sabiduría, la instrucción y el discernimiento. La guerra contra la pandemia actual la hacemos persiguiendo el conocimiento y usándolo hábilmente. Los trabajadores de la salud y los investigadores médicos deben valerse de todos los dones que el ingenio humano y la gracia de Dios pueden proporcionar.

Tal vez usted ha estado incierto acerca de si debe perseguir o posponer el estudio durante este tiempo. Si usted realmente ama el conocimiento y escucha su llamado (Proverbios 1:20–33), debe perseguirlo ahora, en lugar de esperar hasta que las cosas «vuelvan a la normalidad». Como Lewis bien lo dice: «Los más grandes estudiantes son los que persiguen el conocimiento y la belleza ahora, y no esperan “el momento adecuado”, porque tal vez éste nunca llegará».

Nuevas formas de disciplina

No debemos sorprendernos si la pandemia ha interrumpido los procesos de enseñanza y aprendizaje. Las crisis tienden a hacer eso. Aún así, tenemos que protegernos para no permitir que las circunstancias adversas nos consuman y nos agoten.

El miedo obsesivo puede ser un obstáculo importante para seguir adelante. ¿Siente que la ansiedad se apodera de su vida, ocupando cada uno de sus pensamientos? Puedo dar fe de este peligro. Cuando me encontré por primera vez con grandes problemas de salud, dejé que tomaran el control de toda mi vida. Pasé incontables horas buscando respuestas en línea. Caí en depresión a causa del dolor y del agotamiento mental.

Mientras dedicaba mi tiempo a estas vanalidades, mi esposa me dio un sabio consejo que necesitaba desesperadamente. Una década antes, cuando ella pasó un año en cama recuperándose de sus propios problemas médicos, ella aprendió mucho acerca de la vida en cuarentena. El Señor le mostró lentamente la importancia de estructurar su día. Ella me aconsejó comenzar el día pasando tiempo a solas con Dios, e inmediatamente después hacer los estiramientos y ejercicios que ayudaban a calmar mis descontrolados músculos. Poco a poco, esta disciplina me ayudó a aprender a enfocar mi mente, y a cuidar mi cuerpo, alma y espíritu.

Para aprender bien durante una pandemia, tenemos que establecer nuevas estructuras y ritmos para evitar que las presiones del momento nos abrumen. Mientras seguimos comprometidos con las tareas ordenadas por Dios, tal vez necesitemos experimentar con medios poco ortodoxos para completarlas.

Durante mi episodio de dolor intenso, no podía sentarme ni pararme durante períodos prolongados. Para seguir escribiendo, tuve que pensar creativamente y aprender a usar algunas herramientas nuevas. Compramos un soporte de computadora que me permitía escribir mientras estaba acostado en la cama. Por gracia de Dios, pronto descubrí que concentrarme en el trabajo me distraía del dolor, y esto me ayudó a restaurar mi productividad anterior. De hecho, escribí dos de mis libros de esta manera.

Así como estar confinado a la cama me obligó a escribir de nuevas maneras, la pandemia nos ha obligado a enseñar y aprender de nuevas maneras. Después de haber enseñado tanto en línea como en persona, no tengo ninguna duda de que enseñar en persona es mucho más propicio para el aprendizaje. Los estudiantes que asisten a la clases en línea se distraen fácilmente con sus teléfonos y sus alrededores, incluyendo mascotas, otros miembros de la familia, así como los frecuentes viajes a la cocina para buscar algún refrigerio. Recuperar el enfoque requiere una nueva forma de disciplina.

¿Qué puede ayudarnos a lograrlo? En primer lugar, debemos tratar el aprendizaje en línea, al igual que el aprendizaje en persona, como una parte esencial del llamamiento de Dios sobre nuestras vidas. Segundo, debemos tratarlo como una disciplina espiritual que promueve la santificación. Escuchar a la gente con atención es una habilidad que surge del amor. El aprendizaje en línea nos obliga a poner en práctica esta hermosa virtud en un contexto desafiante. Tercero, debemos ejercercer el albedrío moral. Esto implica mantenerse mentalmente enfocado y evitar la tentación de hacer varias cosas a la vez. (En otras palabras, ¡suelta tu teléfono!) El aprendizaje en línea no es excusa para que nuestro esfuerzo sea solo a medias. Como Lewis argumentó en Mero cristianismo, «Dios no tiene más aprecio por los holgazanes intelectuales que por cualquier otro tipo de holgazán».

Y finalmente, es importante que encontremos nuestra recompensa en el descanso y el día de reposo. Si sentimos que es necesario trabajar siete días a la semana durante la pandemia, es probable que terminemos por confiar más en nuestra propia fuerza que en Dios. Si sentimos que necesitamos saltarnos la comunión con Dios a causa de nuestras muchas ocupaciones, no estamos confiando nuestro tiempo en manos de Dios.

La crisis por la pandemia se limita a confirmar lo que los cristianos ya deberían saber: Desde la Caída, la vida nunca ha sido «normal» y los días siempre han sido malos (Efesios 5:16). Satanás, este mundo, y nuestra carne pecaminosa conspiran continuamente para distraernos del llamado que Dios ha puesto sobre nuestras vidas. Sin embargo, su gracia todavía empodera a los cristianos fieles —dentro y fuera de las aulas— para buscar la compañía de Dios, conocer su mente y sus designios, y lograr sus propósitos en este mundo.

Perry L. Glanzer es profesor de Fundamentos de la Educación en la Universidad de Baylor, donde también es un erudito residente en el Instituto de Estudios de Religión. Es coautor de The Outrageous Idea of Christian Teaching and Christ-Enlivened Student Affairs: A Guide to Christian Thinking and Practice in the Field.

Traducido y editado por Livia Giselle Seidel.

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Iglesia tailandesa rompe récord con bautismo masivo

“Creemos que la mano misericordiosa de Dios está permitiendo el avance del Evangelio en este tiempo crucial”.

Christianity Today October 28, 2020
Reach a Village

La situación no parecía muy alentadora para la iglesia tailandesa a principios de 2020. La nación del sudeste asiático fue la primera en reportar un caso de coronavirus fuera de China, y los analistas temían un brote extenso y abrumador.

Sin embargo, hacia principios de Septiembre, Tailandia estaba siendo elogiada como uno de los únicos países que pudieron contener efectivamente la pandemia. Después de aplicar una orden de cuarentena nacional en la primavera y de continuar las precauciones en los meses posteriores, Tailandia celebró 100 días sin un solo caso de COVID-19 a principios de septiembre.

Durante esa misma semana, un movimiento evangélico que planta iglesias en la región central de Tailandia celebró un logro sin precedentes, el cual no habría sido posible sin las conversaciones interpersonales, las reuniones en casas y los testimonios en los que se basa este ministerio para difundir el Evangelio.

La Asociación de Iglesias "Libres en Jesucristo" [FJCCA por sus siglas en inglés] celebró el bautismo más grande en su historia y, según afirma, en la historia de la iglesia evangélica en Tailandia. La FJCCA, movimiento basado en Tailandia y que se centra en el evangelismo local en las aldeas, bautizó a 1 435 personas en un solo día, el 6 de septiembre pasado.

Veinte ministros se alinearon en fila dentro de las aguas en las que algunos de ellos también fueron bautizados, e iban llamando a los nuevos creyentes, uno por uno, a que vinieeran desde la orilla para proclamar su fe y ser sumergidos en el agua para su bautismo bíblico. El evento duró aproximadamente dos horas.

CT publicó un artículo acerca del crecimiento histórico de la FJCCA en una portada de 2019. En ese año, la asociación celebró un bautismo de 520 personas, y en aquel momento, los líderes de las iglesias nacionales dijeron que era el más grande que habían visto en su país, el cual es mayoritariamente budista. El bautismo masivo ocurrido en el pasado mes de septiembre fue casi tres veces más grande.

“Es verdaderamente un misterio para el mundo por qué Tailandia se ha salvado del golpe de la pandemia por COVID”, dijo en Septiembre Bob Craft, cuyo ministerio Reach a Village apoya a la FJCCA. “Creemos que la mano misericordiosa de Dios está permitiendo el avance del Evangelio en este tiempo crucial”.

Los participantes vinieron de 200 aldeas de cinco diferentes provincias tailandesas a Chon Daen, el centro de actividades de la FJCCA y hogar del fundador Somsak Rinnasak. Algunos llevaban mascarillas, y las filas de nuevos creyentes fueron felicitadas con un tradicional saludo wai, un saludo que no requiere contacto físico (manos en posición de oración y una reverencia) y que ha sido parte de la cultura tailandesa desde mucho antes de que el nuevo coronavirus alertara contra el contacto físico para evitar la transmisión del virus.

Después de que la FJCCA compartió la noticia del bautismo masivo del mes de septiembre, cientos de seguidores respondieron “amén” y “gracias Jesús” en tailandés, en la página de Facebook de la iglesia . Según los líderes de la FJCCA, muchos de los que se bautizaron no habían escuchado hablar de Jesús hasta este año. Más de 75.000 aldeas de Tailandia no tienen presencia cristiana.

Aunque Tailandia logró reducir considerablemente la propagación de la COVID-19 y continúa poniendo en cuarentena a las personas que regresan del extranjero, el país ha resentido el golpe financiero causado por la pandemia, particularmente por la reducción considerable del turismo. Durante el mismo mes de septiembre, la recesión económica fue un factor que despertó protestas que desafiaban a la monarquía del país y pedían una reforma del gobierno.

A pesar del estrés provocado por la pandemia, Rinnasak y otros líderes de la FJCCA dicen que han seguido notando interés por parte de sus vecinos tailandeses —de los cuales menos del 1% son cristianos— en sus historias de salvación y transformación en Cristo. El movimiento, que comenzó en 2016, ahora tiene 700 iglesias en hogares.

Mientras se lamentan por las consecuencias de la pandemia y continúan trabajando y orando para evitar una mayor propagación de la enfermedad, varios pastores de otros países han compartido historias acerca de cómo esta crisis les ha ofrecido oportunidades únicas para el ministerio y el evangelismo.

Greg Laurie en California se refirió a éste como un “despertar espiritual”, considerando que el número de espectadores que ven los servicios y avivamientos en línea ha crecido considerablemente. Isaac Shaw en Nueva Delhi observó cómo las iglesias de la India se están volviendo más unidas a pesar de las diferencias denominacionales y más centradas en el evangelismo desde que la pandemia los obligó a pausar temporalmente los servicios dominicales.

Editado en español por Livia Giselle Seidel

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News

Falleció José María Silvestri, pastor cuyo ministerio de «grupos de crecimiento» discipuló a la República Argentina

El fundador de la Iglesia Evangélica Misionera de Argentina falleció por COVID-19.

Christianity Today October 21, 2020
Portrait Courtesy of Iglesia Evangélica Misionera Argentina

José María Silvestri, fundador de la Iglesia Evangélica Misionera Argentina (IEMA) y promotor del modelo de «grupos de crecimiento» en América Latina, falleció el 23 de septiembre, a los 73 años de edad, despues de haber contraído el nuevo coronavirus.

Silvestri y su esposa, Mabel, fundaron la Iglesia Misionera Evangélica Argentina en 1984. La iglesia puso especial énfasis en los «grupos de crecimiento»: pequeñas reuniones semanales de alrededor de cinco personas que permiten un discipulado intenso y transformador.

«Es en el grupo de crecimiento donde las personas afirman su identidad como hijos de Dios», escribió Silvestri, «donde tiene una autoridad de referencia cercana, el maestro, delegado por los pastores, quien puede evaluar con certeza su crecimiento espiritual».

Hoy en día, la denominación tiene más de dos mil ministros dentro y fuera de Argentina. IEMA también cuenta con una estación de radio, un canal de televisión, varias escuelas y una clínica de atención médica.

«Amaba cada cosa que Dios le permitía», dice Andrés Christian Scott, un amigo de la infancia que se convirtió en su mano derecha en el liderazgo de la iglesia. «Para él, todo era especial y requería su máxima atención y esfuerzo. El pastor Silvestri tenía una capacidad de trabajo admirable y no tenía otro tema de conversación que extender el evangelio por todos los medios posibles».

Silvestri nació en 1947 en Rosario, la tercera ciudad más poblada del país. A los 12 años, comenzó a asistir a una iglesia protestante y más tarde entró al ministerio en el Ejército de Salvación. Buscaba apasionadamente satisfacer no solo las necesidades espirituales, sino también las necesidades sociales y materiales de su comunidad.

El primer servicio de IEMA fue muy modesto: un grupo de 25 personas se reunió en la casa de los padres de Silvestri. Sin embargo, este tipo de reuniones pequeñas pronto se convirtieron en el componente clave del modelo ministerial de IEMA. Los grupos de crecimiento brindaban un gran apoyo para los miembros que querían crecer en su fe. Muchas personas que sufrían con adicciones al alcohol o a las drogas encontraron en estos grupos la ayuda y el soporte necesarios para cambiar sus vidas.

El crecimiento espiritual individual condujo también al crecimiento de la iglesia.

«En los años 80, la congregación creció exponencialmente. Familias enteras eran alcanzadas a través de esos grupos pequeños en los hogares, teniendo un fuerte impacto en la ciudad», escribió Rubén Proietti, presidente de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA). «Se destacaba la obra con la juventud, donde de golpe llegaban “melenudos” saliendo de la drogadicción y formando parte de muchos de los que más tarde se convirtieron en líderes».

El ministerio de grupos pequeños de Silvestri nunca fue tan conocido como otros ministerios contemporáneos similares, tales como el del pastor coreano David Yonggi Cho o el del pastor colombiano César Castellanos. Sin embargo, fue uno de los principales promotores del discipulado a través de grupos pequeños en Argentina, y estos grupos han tenido un impacto duradero en las miles de personas que se unieron a ellos, comenta Juan Héctor Herrera, un compañero y colaborador frecuente de Silvestri.

«Tenía un poco más de tres mil grupos en el país, y esos grupos siguen trabajando en otros países también», dijo Herrera. «Si vos sos miembro de su congregación aquí en Argentina, en Rosario, y te mudás a los Estados Unidos, no te vas de la iglesia del pastor Silvestri, sino que en la casa nueva que vos tenés en los Estados Unidos, seguís ahí con el grupo de crecimiento, y ahí se van haciendo obras. Es increíble lo que hizo».

A pesar del crecimiento de la iglesia y el éxito del canal de televisión, que ha crecido hasta llegar a 10,5 millones de hogares en 17 países, Silvestri continuaba siendo, en muchos aspectos, como cualquier otro pastor. Su mayor alegría, según cuenta su amigo Scott, era caminar por los pasilllos de la iglesia y saludar a tantas personas como fuera posible. A Silvestri le sobreviven su esposa Mabel, con quien se casó a los 19 años de edad, así como 4 hijos, 17 nietos y varios bisnietos.

Traducción por Pedro Cuevas.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Puedo orar fervientemente por el presidente y aún pedirle que rinda cuentas

Cómo la enfermedad de Trump ha (y no ha) cambiado mi manera de interceder por nuestros líderes.

Christianity Today October 21, 2020
Jacquelyn Martin / AP Images

En los últimos días, los estadounidenses han estado sorprendidos y preocupados por la hospitalización del presidente debido a la COVID-19. Las reacciones han sido variadas y muchas han sido, sin duda, teológicas. Como Kate Shellnutt reportó recientemente para CT: “Muchos pastores y líderes ministeriales alentaron a los estadounidenses a orar por el presidente y por el país, sin importar su postura política.”

Para algunos líderes, atender esta invitación puede resultar sencillo. Pero para algunos de nosotros, poner en práctica la invitación a orar tiene como contexto una postura de desacuerdo con la administración actual. ¿Cómo debemos, entonces, responder a la noticia de la enfermedad del presidente?

Desde un punto de vista, la respuesta es concreta: Debemos orar y lo hacemos. En mi iglesia anglicana, intercedemos por nuestros líderes cada domingo con una versión de lo siguiente:

Te pedimos que ayudes a las naciones de este mundo a permanecer en el camino de la justicia; y también que guíes y dirijas a nuestros líderes, especialmente al Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para que tu pueblo pueda disfrutar las bendiciones de la paz y la libertad. Permite que tus líderes puedan impartir justicia imparcialmente, mantenerse fieles a la integridad y la verdad, reprender el vicio y la maldad, y proteger la verdadera religión y la virtud.

En el corazón de esta oración, está la idea de que todos los gobiernos tienen una responsabilidad solemne de trabajar del lado de la verdad, la justicia y la integridad. Ellos deberían inspirar virtud y limitar los daños del vicio. La oración les atañe, no solo como individuos, sino también por su poderosa influencia sobre la vida de muchos.

Este año, especialmente, los líderes de las iglesias han tenido mucho qué decir acerca de la cultura y los valores de este país, y cómo éstos están moldeados por gobernantes, funcionarios locales, y especialmente por el presidente. La intercesión cristiana, entonces, no se trata de una lealtad ciega: Es un reconocimiento de que el bienestar de muchos a menudo depende de las decisiones de unos pocos.

El alcance de esa influencia es precisamente la razón por la que he orado por Trump, a menudo diariamente, durante toda su presidencia. He estado muy en desacuerdo con algunas de sus políticas y acciones; pero cuando no concuerdo, no oro menos: oro más. Como David French escribe, “los cristianos de todas las convicciones políticas deberían humildemente (y con total reconocimiento de nuestra propia debilidad) buscar un verdadero arrepentimiento de los hombres y mujeres en el poder. Su transformación nos beneficia a todos.”

Para mí, entonces, el episodio de enfermedad del presidente añadirá contenido a mis oraciones, pero eso no cambiará mis prácticas fundamentales.

Si bien los cristianos debemos estar unidos en oración por nuestros líderes, nuestra responsabilidad cristiana hacia el Estado va más allá. La misma Biblia que nos llama a orar por nuestros líderes, también los llama a ellos a gobernar con justicia.

Las Escrituras hebreas relatan una historia sobre el profeta Daniel y Nabucodonosor, el rey de Babilonia. En esta historia, Daniel advirtió a Nabucodonosor que perdería su reinado por un tiempo, pero Daniel creía que aún había una oportunidad para el rey si éste se humillaba y mostraba preocupación por los pobres:

Por lo tanto, yo le ruego a Su Majestad aceptar el consejo que le voy a dar: Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces su prosperidad vuelva a ser la de antes. (Daniel 4:27, NIV)

Aunque Daniel y el rey tenían diferentes perspectivas religiosas, el profeta aún esperaba que el gobernante extranjero demostrara compasión por los oprimidos.

Al igual que Daniel, los líderes de la iglesia primitiva denunciaban la injusticia. Por lo tanto, se infiere que todos los políticos tienen las mismas obligaciones morales, independientemente de su postura religiosa: ver por los oprimidos y mantener el orden, de tal forma que sea posible el florecimiento del ser humano. También se infiere que nuestra responsabilidad cristiana como ciudadanos no solo es orar por nuestros líderes cuando están enfermos, sino también alzar nuestra voz en contra de la injusticia y a favor de la paz y la estabilidad. Ambos llamados son igual de importantes.

Nosotros creemos que toda la vida es sagrada —desde el presidente en el hospital, al bebé que crece en el útero, hasta la persona que es arrestada por razones injustas—. En otras palabras: La fe que dice que la vida de un hombre negro que se perdió a causa de violencia injusta es sagrada, es la misma fe que nos pide orar por la vida sagrada del presidente. Aún si estamos en desacuerdo con él.

Por supuesto, habrá quien diga que la enfermedad del presidente es una retribución divina, sin embargo, ese es un territorio muy peligroso para los cristianos. No siempre es posible establecer una conexión entre una forma particular de sufrimiento con su causa. Lo que sí creemos es que el sufrimiento, con frecuencia, tiene la habilidad de enseñarnos algo acerca de Dios, del mundo, y de nosotros mismos. Poner especial atención en la enfermedad del presidente nos da la oportunidad de sentir mayor simpatía por los cientos de miles de personas que han sufrido —y muerto— por causa de esta enfermedad.

Esperemos que las próximas semanas nos ayuden a comprometernos nuevamente con una de las formas más básicas de amor por el prójimo: atender la salud de los más vulnerables. Podemos demostrar este amor simplemente siendo vigilantes. Debemos prestar atención a los consejos de los expertos médicos y científicos a fin de detener el contagio del virus. Debemos amar de palabra y de hecho. Y debemos orar por los que están en mayor riesgo.

Oramos especialmente por aquéllos a quienes amamos, pero Jesús nos llama doblemente a orar por nuestros enemigos (Mateo 5:44) y por aquellos con quienes estamos en desacuerdo. Esa forma de amor que imita a Cristo es el fundamento de nuestra fe.

Esau McCaulley es profesor asistente de Nuevo Testamento en la Universidad Wheaton College y es autor de Reading While Black: African American Biblical Interpretation as an Exercise in Hope.

Traducido por Aline E. Aguilar González

Edición en español: Livia Giselle Seidel

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Maná en el Medio Oriente

Anne Zaki cree que estar «lleno de las Escrituras» es clave para vivir la fe en Egipto.

Christianity Today October 15, 2020
Illustration by Sarah Gordon / Photo Courtesy of Anne Zaki

Anne Zaki es profesora adjunta de predicación y teología práctica en el Seminario Teológico Evangélico en El Cairo. Criada en un hogar presbiteriano en El Cairo, dejó el Medio Oriente a los 16 años para viajar sola a un internado de educación progresista en Vancouver Island, Canadá. En el año 2000, contrajo matrimonio con un pastor sirio-canadiense, y siendo madre de cuatro hijos, terminó la Maestría en Divinidad en el Calvin Theological Seminary en el 2009. Anne siempre estuvo segura de que volvería a El Cairo. Ella y su familia se mudaron allí nueve meses después de que iniciara el caos de la Revolución egipcia de 2011. CT habló con Zaki sobre el poder transformador de las Escrituras en su propia vida y en la iglesia egipcia.

¿Cómo moldearon las Escrituras su fe temprana?

Crecí en un ambiente saturado con la Palabra. Mi padre era pastor. Mi abuelo era pastor. Después de retirarse, mi abuelo se mudó a vivir con nosotros. Despertaba cada mañana al canto de himnos, y con la Palabra de Dios leída en voz alta. Sus oraciones eran increíbles, casi como si las palabras de Dios hicieran eco dentro de él.

Ocho meses antes de ir a Canadá, tuve una experiencia de encuentro personal con Jesús. Noté que yo era diferente. Incluso mi familia notó el cambio.

Sin embargo, en mi nueva escuela, por primera vez estuve expuesta a religiones distintas al cristianismo y el islam. Y no fue solo exposición. Era una escuela que se creó con el fin de apreciar y promover la diversidad. Ahí tuve mi primera gran crisis espiritual. Tuve que preguntarme: ¿Por qué creo lo que creo? ¿Es sólo porque crecí creyendo en eso?

Hice un trato con Dios. Le dije: Si realmente eres quien he creído que eres, quien me dijeron que eres, entonces demuéstramelo a través de tu Palabra, sin la influencia de alguien más. Para mí, eso implicaba nada de iglesias, nada de grupos de jóvenes e incluso nada de música cristiana. Durante ese período de seis meses, la Palabra de Dios fue suficiente para revelármelo, para probarlo, y para ser su testigo.

¿Cómo sintió a Dios revelándose a usted a través de su Palabra? ¿Puede ahondar al respecto?

Todos los días leía una porción de las Escrituras, meditaba al respecto y oraba esas mismas Escrituras a Dios. Le exponía todo aquello que no tenía sentido, y después teníamos un debate al respecto. Por lo general, obtenía la respuesta a mis preguntas en cuestión de días. Dios se adaptó a mi joven fe de forma maravillosa durante aquellos seis meses.

En retrospectiva, creo que mi anhelo de encontrarlo fue realmente un regalo de Él; mi persistencia para perseguir la Verdad fue también otro de sus regalos. En ese entonces, desarrollé hambre y sed de la Palabra de Dios: realmente no podía tener suficiente. Me empapé de las Escrituras, y cuanto más recibía, más quería compartir su Palabra con los demás.

Cada día sabía que mañana habría algo nuevo. La Palabra de Dios se convirtió para mí en el maná que no deja de caer del cielo. Y sabía que no debía guardarlo todo para mí sola.

¿Cómo se pone en práctica compartir el «maná» de las Escrituras?

Dentro de la iglesia, la predicación fiel crea un lugar seguro para que el Espíritu Santo lleve a cabo esta transformación. El pastor prepara el terreno sobre el que el maná cae, del cual la gente se alimenta y nutre. Este maná se transmite del predicador a los oyentes, y de los oyentes a los diferentes círculos en los que ellos se mueven.

Al estar en un contexto islámico, no se nos permite evangelizar abiertamente. Nuestro llamado es único: vivir la palabra de Dios y demostrarla en nuestras propias vidas. Si bien [en Egipto] está prohibido compartir abiertamente, está permitido responder preguntas relativas a la fe.

Para las mujeres, a medida que Egipto se ha vuelto más conservador, nuestra vestimenta se distingue por no llevar cubierta la cabeza. La gente puede reconocer que somos cristianas por la cruz que llevamos colgada del cuello o, para las mujeres ortodoxas, por el tatuaje que llevan en la muñeca. Somos el centro de atención todo el tiempo. Por lo tanto, compartir la Palabra no depende solo de la predicación. Depende también de cómo tratamos a la señora que vende verduras en el mercado, y de cómo nos abstenemos de pagar sobornos en las oficinas gubernamentales. Aquí, no se trata solo de proclamar la Palabra, sino de vivir la Palabra de forma explícita.

Al vivir bajo estas limitaciones, ¿cómo puedes compartir las Escrituras con los demás?

Cuando la gente nos pregunta acerca de nuestra fe o acerca de Jesús o la Biblia, seguimos el mandamiento de Pedro sobre estar listos para dar una respuesta. Nuestras clases de Evangelismo no se tratan sobre las Cuatro Leyes Espirituales. El mejor método de evangelización que utilizamos es el de estar llenos de las Escrituras. Es vivir de tal manera que haga que la gente pregunte acerca de tu fe, y que la Escritura emane de ti tan naturalmente que sea evidente que es tu lenguaje diario.

Cuénteme más sobre lo que significa para usted «estar lleno» de las Escrituras? ¿Cómo logra ser informada y moldeada por la Biblia de manera constante?

Necesito mi tiempo con Dios todos los días. A veces, estoy a solas con las Escrituras. En otras ocasiones, uso devocionales. Otras, me concentro en memorizar pasajes. La música cristiana me ayuda mucho, ya sea árabe u occidental; todos los géneros musicales abren mi espíritu para recibir la Palabra de Dios.

También aprendo mientras enseño. Saber que tengo que compartir, tanto de forma simple como profunda, me hace estudiar la Palabra más seriamente, con el fin de no equivocarme.

Soy una mejor versión de mí misma cuando estoy en la Palabra todos los días. Tomo mejores decisiones, soy más paciente con la gente, y soy menos sarcástica y cínica con la vida en general. Los días que vivo sin este maná, sé que no soy una buena representante de Cristo, ni para mis vecinos y familia, ni para mí misma.

¿Por qué es importante memorizar las Escrituras?

Nuestro contexto requiere esta disciplina espiritual. A nivel personal, es un consuelo saber que puedo recordar versículos, pasajes y capítulos enteros de memoria y «rumiarlos» como lo haría una vaca. Cuando interiorizo sus palabras, la presencia de Dios se vuelve real para mí.

A nivel nacional, hemos pasado por varios periodos de persecución. En las décadas de 1980 y 1990, el movimiento islámico fundamentalista era tan fuerte en el Alto Egipto, que la gente temía que sus iglesias fueran cerradas y sus Biblias arrebatadas. Su respuesta fue crear calendarios, y dividir los pasajes de las Escrituras para que una iglesia local memorizara toda la Biblia. Esto ocurrió cuando era niña y pensé: En verdad no puedo creer esto. No podía comprender ni entender aquel grado de memorización de la Biblia.

Pero en el 2013, cuando la Hermandad Musulmana controló la presidencia de Egipto, pude presenciar lo que de niña no pude creer. Fui a las aldeas y vi desde niños de 8 años hasta adultos de 80 años memorizando las Escrituras, y reuniéndose cada semana para recitar sus pasajes.

Después de vivir lejos de Egipto, ¿qué te llevó a regresar, especialmente durante el tiempo de la revolución?

Fue mi amor por Egipto y mi amor por la iglesia. No podía soportar la idea de que la desintegración sufrida en Palestina, Líbano, Irak, o en otros países del norte de Africa también le pudiera suceder a la iglesia en Egipto. Los líderes cristianos, que una vez fueron pilares en la iglesia, estaban desertando, tomando decisiones de vida con base en la desesperación y el miedo, sin escuchar al Espíritu de Dios. Les preguntaba: «¿Sabes que si esto viene de Dios?». Respondían que situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas. Lo comprendo. Pero, ¿no debería ser diferente para nosotros, los que llevamos el nombre de Cristo?

Egipto no progresará sin una iglesia fuerte. No es posible. Si la iglesia es la esperanza del mundo, entonces la iglesia egipcia es la esperanza de Egipto, pero no lo será sin líderes fuertes que puedan remplazar a aquellos que se fueron. Es por eso que estuve tan agradecida de que me ofrecieran el puesto en el seminario dos años después de haber llegado a Egipto. Fue completamente inesperado, ya que el seminario nunca había contratado a una profesora egipcia [mujer] para que se uniera a la facultad a tiempo completo.

Entonces, ¿cómo convergieron tanto tu amor por Egipto como tu amor por la Iglesia?

Además del seminario, me uní a equipos árabes de prensa cristiana, y así ayudé a llevar la Palabra de Dios de forma sencilla y clara a muchos hogares. En YouTube, abordé problemas relacionados con las mujeres, tales como la confianza en sí mismas, y el equilibrio de responsabilidades entre el trabajo y el hogar. En SAT-7, un canal cristiano de televisión por satélite, escribí y presenté un devocional diario para un programa similar a Good Morning America, donde plantaba una semilla de las Escrituras que podría quedarse con los espectadores el resto del día.

Durante la época de la revolución, la iglesia ya estaba empezando a salir de sus recintos para involucrarse en la cultura general. Se volvió más valiente en su divulgación. Nuestros púlpitos comenzaron a predicar con más audacia sobre nuestro papel como la sal y la luz al involucrar a nuestras comunidades locales. La Sociedad Bíblica también hizo un trabajo increíble al relacionar la historia de Nehemías cuando reconstruyó el muro con nuestro esfuerzo por reconstruir nuestra nación. Una de las exigencias de la revolución fue la justicia social. Este es un tema central en el Antiguo Testamento, y preparamos muchas aplicaciones al respecto para los revolucionarios. En las Escrituras, los Profetas dicen: Quiero que seas amable y justo con el huérfano, con la viuda y con el extraño.

En algunas partes de Oriente Medio, los cristianos enfrentan persecución. En Egipto hay discriminación y falta de igualdad ciudadana. ¿Cuál es el mensaje de la Biblia sobre la libertad y la justicia para la iglesia?

Para nosotros, la libertad y la justicia parecen objetivos casi imposibles. Sin embargo, son posibles si se logran a través del perdón. Seguimos el camino de Cristo que vemos en las Escrituras. Si perseguimos la libertad y la justicia como fines en sí mismos, podemos terminar siendo injustos con otra persona, o limitar su libertad. Pero el poder del perdón bíblico dice: Voy a quitar de mi libertad, y renunciar a algunos de mis derechos, para que alguien más pueda ser libre y tratado con justicia. Este sacrificio personal es lo que potencia el perdón.

¿Funcionará?

¿Ha funcionado la Cruz? En Sudáfrica, después del apartheid, la libertad y la justicia fueron el fruto de un proceso de honestidad, perdón y reconciliación. Como minorías en el Medio Oriente, debemos seguir el mismo camino. Las Escrituras nos recuerdan que la gracia engendra amor y el amor engendra perdón. Y cuando los cristianos imitan las enseñanzas de Cristo para relacionarse con «el otro», esto transforma vidas.

Traducido por Alexa Arzate

Editado por Livia Giselle Seidel

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La negación de la pandemia siembra división y pone en peligro a los demás

Muchos problemas surgen cuando pastores y líderes de la iglesia niegan que exista siquiera una pandemia.

Christianity Today October 14, 2020
Unsplash/Brian McGowan

El día en que los Estados Unidos rebasaron los 200 000 muertos por la COVID-19 tuiteé:

Hoy se alcanzan 200 000 muertos en los Estados Unidos. Es solo un recordatorio de que todavía estamos en una pandemia global, aunque su pastor diga que no la hay.

La mayoría de los pastores se mostraron casi unánimemente positivos: el tuit se compartió muchísimo, con cientos de retuiteos y miles de «Me gusta». Muchos pastores y líderes de la iglesia indicaron que compartían la misma preocupación. Sin embargo, algunos se disgustaron. Ciertos pastores se sintieron atacados, cosa que es comprensible si usted ha negado la pandemia global. Si no lo ha hecho, no parece haber razón para ver mi afirmación como polémica. Voy a explicarme.

Los pastores que niegan la pandemia están equivocados y difunden desinformación

He tratado de entender por qué algunos pastores negarían que la COVID-19 es una pandemia global. Esperaba que no se hubieran dejado engañar por un meme reciente de Facebook que decía que esta pandemia se ha reducido a un brote.

USAToday lo desmintió sin problema [en inglés], junto con esta afirmación [en inglés]: «Verificación: la COVID-19 sigue siendo una pandemia, aunque el sitio web de los CDC lo denominen “brote”».

Calificamos esta afirmación como FALSA. El meme es erróneo. No hay en él ningún elemento verdadero. El brote de COVID-19, aunque a menudo se describa como tal, sigue siendo una pandemia y así ha sido desde el 11 de marzo.

Y espero que no se hayan unido al malentendido de la estadística del 6%, que no fue «sigilosamente actualizada» y que se ha desmentido de forma contundente por prácticamente la totalidad de la profesión médica. Como ha explicado para USA Today un estadista y profesor de epidemiología:

Ninguno de nosotros vivirá para siempre, así que la muerte siempre es una cuestión de cuándo ocurrirá, no de si ocurrirá. El hecho de que muchas personas que han muerto a causa de la COVID-19 estuvieran más cerca de la muerte que el resto de nosotros no cambia que el virus les mató antes de tiempo.

Defender que solo el 6% de esas muertes son “reales” no solo subestima el impacto de la pandemia por COVID-19 en los Estados Unidos, sino que también devalúa las semanas, meses o años que aquellos que tenían enfermedades previas hubieran podido vivir si el virus nunca hubiera venido.

Un artículo explica de forma sencilla [en inglés]: “La afirmación viral de que solo el 6% de las muertes por COVID-19 están causadas por el virus es evidentemente errónea”.

Así pues, si no se trata de un meme ni de una malinterpretación de la estadística del 6%, ¿de qué se trata? Puesto que ambas cosas han sido claramente desmentidas, ¿por qué algunos pastores (una minoría, seguramente) continúan compartiendo la desinformación?

Cómo se difunde la desinformación

La desinformación corre a sus anchas durante los tiempos de crisis. Una vez que ha sido corregida, como ocurre con el meme y la estadística, se podría esperar que aquellos que difunden esta información falsa también se corrigieran a sí mismos. Es interés de todos estar unidos durante la crisis. ¿Por qué rechazar lo que la COVID-19 es en realidad: una pandemia?

Tal vez sea porque algunos pastores ven que esta pandemia afecta principalmente a los que tienen comorbilidad o son mayores de 65 años. Tal vez ven cómo las tasas de defunción en los ancianos han tenido una tendencia a la baja desde los comienzos de la pandemia. Quizá ven cómo las hospitalizaciones están fuera de control.

O tal vez no pueden soportar la politización de la pandemia desde ambas partes. Quizá estén cansados del modo en que los medios comercian con el miedo. Quizá sea porque están cansados de los confinamientos de nuestras ciudades, comunidades y negocios; cansados de ver a sus hijos sufrir con la enseñanza a distancia, deprimidos por no poder hacer deporte o no poder pasar tiempo con sus amigos en la iglesia.

Comprendo que puede ser que todas estas cosas nos conduzcan a la negación. Es parte del duelo. Y todos nosotros, colectivamente y como nación, estamos experimentando un duelo generalizado. Sin embargo, nada de esto cambia la verdad. La pandemia por COVID-19 ha sido como un viaje en avión con continuas turbulencias, que nos ha llevado de un estrés a otro, de una tensión a otra, y todos queremos que el avión aterrice, y que esta pesadilla de viaje termine.

Pero ninguna de las razones anteriores niega la verdad de nuestra realidad. Y nuestra realidad es que vivimos en una pandemia. Tanto los CDC, como la agencia NIH, la OMS, los demócratas, los republicanos, el Congreso, su hospital local y el presidente Trump saben que esto es una pandemia. Por esa razón, cuando los pastores difunden información falsa, no solo es dañino para los que observan, sino también para su testimonio público. También hace daño a la unidad de las otras iglesias, y hace que el liderazgo de los pastores que están tomando en serio esta pandemia sea aún más difícil. Así que, sí, estoy criticando a los pastores que difunden información falsa e incorrecta.

Céntrense en la misión

Si la gente hubiera leído mi tuit en tiempos normales, como muchos pastores hicieron, habrían dicho: «Sí, tiene sentido. Es una pandemia, aunque su pastor piense que no». Está claro que no es un ataque hacia [todos] los pastores. Si usted cree que lo es, entonces no ha leído bien. Usando mi plataforma de Twitter, me estaba enfrentando a pastores que difunden una peligrosa desinformación. Yo pienso que fue por eso que miles de personas lo compartieron: porque saben el daño que causa la desinformación.

En realidad, sí que estamos viviendo días difíciles. Comprendo el estrés que sentimos y la presión bajo la que estamos, en especial los pastores. Pero en las crisis no nos debemos olvidar de hacer frente a la brutalidad de los hechos, y de la realidad de la situación. No debemos dejarnos llevar por nuestros sentimientos o emociones, ni siquiera por nuestros deseos personales. Y ciertamente no debemos inclinarnos ante una muchedumbre en Internet.

Esta es la realidad: Ustedes son pastores, heraldos de la Buena Noticia, líderes del rebaño de Dios y movilizadores de la misión de Dios. No son médicos ni virólogos. Resulta bastante interesante que algunas de las voces más conservadoras de Twitter hayan estado gritando: “¡No hablen de razas, solo prediquen el evangelio!”, y que, sin embargo, esas mismas voces ahora digan: “He visto un meme en Facebook y la pandemia no existe”.

Mi mensaje de ánimo para los pastores es este: céntrense en su misión. Por consiguiente, tal vez sea mejor predicar el evangelio y dejar fuera las opiniones médicas basadas en memes.

Sigue siendo una pandemia y debemos enfrentarla de la mejor manera posible

Esta es la verdad que los pastores necesitamos:

  1. Sigue siendo una pandemia, aunque otros pastores digan que no lo es.
  2. Hay millones de pastores buenos y comprometidos haciendo que las cosas funcionen en su contexto local. Los pastores que niegan la pandemia lo están haciendo todo más difícil para ellos, sembrando división y desinformación.
  3. Los pastores saben que existe un llamado bíblico a reunirse y están haciendo que esto suceda. Algunas iglesias (incluyendo la mía) se están reuniendo en persona; otras aún principal o exclusivamente en línea, con gran cuidado, y a menudo asumiendo grandes costos.
  4. Estos pastores fieles están agradecidos de que yo esté desafiando la desinformación. (Lo estoy haciendo aquí de nuevo).

Puedo comprender que algunos cuestionen la gravedad de la situación. (Es necesario decir que es mucho menos grave desde que asumimos medidas para mitigarla. Como dijo el presidente Trump, hoy podríamos tener dos millones de muertos si no lo hubiéramos hecho). Así que estoy agradecido por todos los que desde el gobierno enfrentaron la situación con seriedad y emprendieron acciones. Y estoy agradecido por el buen trabajo de muchos pastores que están haciendo lo mismo: tomarse en serio esto y seguir liderando con fidelidad al pueblo de Dios.

Pensemos en esto: han muerto 200 000 personas en los Estados Unidos durante esta pandemia. Negar esta verdad o argumentar “Pero… tenían diabetes” no cambia el resultado. Este año, 200 000 personas dieron su último aliento y entraron en la eternidad: muchos de ellos en una eternidad sin Jesús.

En vez de tratar de desacreditar la COVID-19 como una pandemia, lo cual da como resultado desinformación, división y el entorpecimiento de nuestro testimonio público, que cada pastor que reconozca a Jesús como Señor predique las Buenas Nuevas y renueve su pasión por alcanzar a un mundo oscuro y herido de muerte. Ese es nuestro camino, esa es nuestra misión, y así es como enfrentaremos esta pandemia de la mejor manera posible.

Así que, como escribí en Twitter:

Estemos agradecidos por todos los pastores comprometidos que son conscientes de que estamos en una pandemia y están tomando decisiones precavidas y sabias que funcionan en sus contextos locales.

Pero sigue siendo una pandemia, aunque su pastor (o alguien en las redes sociales) diga que no lo es.

Ed Stetzer es director ejecutivo del Wheaton College Billy Graham Center, sirve como decano en el Wheaton College, y publica recursos para el liderazgo de la Iglesia a través de Mission Group. El Equipo de The Exchange contribuyó con este artículo y lo actualizó.

Traducido por Noa Alarcón

Editado por Livia Giselle Seidel

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¿Afligido por pérdidas en su ministerio? No está solo.

Personajes bíblicos como Jeremías y Baruc nos dan un ejemplo de liderazgo fiel aún en medio de la decepción.

Christianity Today October 12, 2020
Source Image: TonyBaggett / Getty Images

Después de meses de cuarentena, finalmente recibí el correo electrónico que tanto temía, pero que supuse llegaría en cualquier momento. Después de que las conferencias de discipulado con iglesias locales habían sido pospuestas primero para octubre, y después hasta diciembre, se tomó una decisión final. Todo nuestro ministerio de discipulado, en el cual yo acababa de empezar a enseñar y en el que había encontrado un profundo gozo, cerraría sus puertas definitivamente; ya no era sostenible seguir pagando los salarios del limitado personal que lo había mantenido a flote mientras esperábamos a que las iglesias pudieran acogernos de nuevo. Fue una pérdida solemne, pero no me tomó por sorpresa.

Mi cuñado es pastor en el estado de Carolina del Sur. Él y su esposa compartieron conmigo el dolor que les causó enterarse de que tenían que cancelar por completo su escuela bíblica de vacaciones de verano, después de meses de planificación, y a pesar de las estrictas reglas de higiene que habían establecido.

Mi propio pastor compartió conmigo el impacto que tuvo la pérdida del modelo de adoración participativa que había diseñado para nuestra congregación multicultural. Era un modelo exitoso y, por el momento, es imposible ponerlo en práctica a través de las opciones con las que contamos para transmitir nuestros servicios en vivo. Tal vez parezca insignificante, sin embargo, ha afectado a nuestra congregación de manera importante. Hemos perdido contacto con gente con la que apenas habíamos comenzado a trabajar: retoños frágiles que empezaban a crecer y florecer en el verdadero discipulado. Si bien los miembros más comprometidos de la iglesia se han acercado y se han vuelto aún más unidos, cada semana, y a pesar de nuestros esfuerzos por tenderles la mano e incluirlos, vemos disminuir el número de los asistentes más nuevos; aquellos que apenas comenzaban a sentirse parte de nuestra congregación.

Es verdad que la iglesia evangélica necesitaba ser refinada. Pero junto con las cosas que necesitaban ser podadas, pareciera que los ministerios están perdiendo buenas oportunidades que se ajustaban al llamado de Dios para discipular a las naciones. Los pastores oraron a Dios por esas oportunidades. Sus ministerios entraron por las puertas que Dios parecía estar abriendo. A la luz del sufrimiento mundial por la pandemia y la injusticia racial, la pérdida de estas oportunidades ministeriales bien podría parecer trivial para algunos. Pero la realidad es que no lo es. Todo esto afecta a los pastores y a sus ministerios de manera real, aun cuando a veces ni siquiera encontramos las palabras para describir el sentimiento que producen.

En muchos casos, las pérdidas continúan acumulándose para los pastores, a medida que las esperanzas y alegrías que les proporcionaba el ministerio parecen ser destruidas por las sofocantes medidas que deben tomarse para contener la pandemia, y por amor a nuestro prójimo.

Antes de recibir el correo electrónico informándome que mi amado ministerio de discipulado cerraba sus puertas, Dios ya me había estado preparando para esta pérdida. Mi lectura bíblica durante los últimos meses fue el libro de Jeremías. Estaba leyendo a Jeremías para prepararme mejor, precisamente para las conferencias de discipulado que terminaron por cancelarse. Dos semanas antes de recibir ese último correo electrónico, me perseguían las palabras de Dios a Baruc, el fiel escriba de Jeremías.

Pues le dirás que así dice el Señor: Voy a destruir lo que he construido, y a arrancar lo que he plantado; es decir, arrasaré con toda esta tierra. ¿Buscas grandes cosas para ti? ¡No las pidas! Porque voy a provocar una desgracia sobre toda la gente, pero a ti te concederé la posibilidad de conservar la vida dondequiera que vayas —afirma el Señor—. Ese será tu botín. (Jeremías 45:4-5, NVI)

A medida que la disciplina de Dios caía sobre los idólatras reyes de Israel, y sobre el pueblo que siguió su ejemplo, también descendió sobre Baruc y Jeremías, quienes fielmente habían ministrado al pueblo en el nombre de Dios. Las palabras de Dios a Baruc son duras y, al principio, parecen de poco consuelo. Pero tal vez expresan más de lo que parecen decir. Me encantan las palabras del Salmo 46: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios.” (v.10) Imagino a Dios hablando palabras similares a Baruc en Jeremías 45, aunque con una voz de mayor autoridad que la tradicionalmente asociada con el Salmo 46. Quédate quieto, Baruc. ¡Yo soy Dios, Baruc! Perderás algunas cosas, pero protegeré tu vida dondequiera que vayas. ¡Confía en mí! Sé lo que estoy haciendo.

El Dios de toda consolación dijo lo que Baruc necesitaba oír, y creo que son palabras que nos ayudan hoy. Amado pastor y líder ministerial: Usted no es el primero en el Cuerpo de Cristo que ha tenido que experimentar la interrupción completa de su ministerio debido a problemas que usted no provocó. Usted no es el primer ministro del Evangelio que ha quedado atrapado por los trastornos sufridos por una nación. Hombres y mujeres justos, como Baruc y Jeremías, también han quedado atrapados en situaciones similares, y han tenido que pagar el precio.

En Números 14, encontramos otro ejemplo que nos permite ver que no somos los únicos que hemos sufrido pérdidas en tiempos difíciles. Josué y Caleb acababan de regresar de Canaán con los otros diez espías enviados por Moisés. Ellos creían que Dios les daría la tierra tal como les había prometido, pero los otros espías tenían miedo. Cuando el pueblo se rebeló contra Moisés y se negó a entrar en la tierra prometida, la angustia de Josué y Caleb era palpable. Se desgarraron las vestiduras mientras suplicaban al pueblo que creyera las promesas de Dios. Sin embargo, a pesar de ser fieles a Dios, ellos también tuvieron que vagar durante 40 años en el desierto. Perdieron 40 años de su vida debido a la incredulidad de los demás.

Es por eso que la belleza de los primeros capítulos del libro de Josué resplandece al compararse con la angustia que él mismo había vivido 40 años antes. Dios restauró todo lo que Josué había perdido. Él y Caleb finalmente poseyeron la tierra. Dios cumplió sus promesas, y el libro de Josué brilla en gloriosa contraposición a la angustia sufrida en Números 14.

En agudo contraste, Baruc y Jeremías morirían antes de que Esdras y Nehemías guiaran el regreso de los hijos de Israel para reconstruir el Templo. Murieron sin saber cómo terminó la historia de la que fueron parte integral. Lo mismo que Dietrich Bonhoeffer, Jim Elliot y Juan el Bautista. Sin embargo, el reino de Dios avanzó a través de la vida de cada uno de ellos, a pesar de que vieron más pérdidas que victorias durante su ministerio terrenal.

Las palabras de Dios a Baruch me recuerdan que, aunque anhelo la estabilidad y la satisfacción ministerial en la tierra, mi esperanza, en última instancia, está en la vida venidera. "Y esta esperanza no nos defrauda" (Romanos 5:5).

Nuestro tiempo de peregrinar sin rumbo —mientras luchamos por mantenernos a flote en un mar de cuarentena— puede durar meses, años o incluso décadas, pero el reino de Dios ya viene. Permanezca en Él aun en momentos como estos, y Él le concederá frutos que permanecerán para siempre. Sobre todo, recuerde que no está solo mientras enfrenta diversas pérdidas en su ministerio. Dios lo sabe, y ha preservado en su Palabra las historias de su fidelidad para mostrar que Él cumple sus promesas, no a pesar de las pérdidas, sino a través de ellas. El que comenzó la buena obra en usted, en su comunidad y en aquellos a quienes pastorea, será fiel para completarla.

Wendy Alsup es autora de varios libros, entre ellos Companions in Suffering: Comfort for Times of Loss and Loneliness. Escribe en theologyforwomen.org.

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No es suficiente transmitir los servicios en línea. Las iglesias necesitan fomentar comunidad.

Lo que los pastores pueden aprender de la disminución del número de asistentes a los servicios en línea.

Christianity Today October 7, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: PeopleImages / Adene Sanchez / Getty Images / Christopher Gower / Alex Knight / Unsplash

A partir de que el coronavirus obligara a que los servicios de las iglesias se volvieran virtuales, casi un tercio de las personas que iban a la iglesia han dejado de "asistir", según la nueva investigación de Barna. Entre la generación milenial, el porcentaje es aún más alto: la mitad de los que solían asistir a la iglesia han dejado de hacerlo desde que comenzó la pandemia.

El porqué no es claro. Pero cuando el número de asistentes disminuye considerablemente, tenemos que hacer una pausa, reflexionar y responder a esa pregunta.

Tal vez la gente está experimentando “fatiga de Zoom”. Aún cuando había personas a las que les gustaban las videoconferencias antes del inicio de la cuarentena, después de semanas de reuniones en línea para el trabajo, la escuela y otros eventos sociales, muchos no quieren ni pensar siquiera en conectarse durante una hora más los domingos por la mañana. Pero, ¿podría ser ese el caso de casi un tercio de los asistentes a las iglesias?

Podría ser la música. Cantar en casa frente a una pantalla no sustituye la experiencia de cantar en la iglesia rodeado de otros creyentes. Los desfases en la transmisión, así como los problemas técnicos ocasionales para que carguen los videos, hacen que sea sumamente difícil conectarse con la música y entrar en ese “estado de adoración” que muchos asocian con un buen tiempo de alabanza. Sin embargo, la mayoría de los asistentes no califican la música como la parte más importante de su experiencia en la iglesia. El autor cristiano Gary Thomas identificó nueve “caminos sagrados” que llevan a las personas a conectarse con Dios. Solo dos de ellos priorizan la música. De manera similar, los ministerios North Point encontraron que la adoración musical es una prioridad solo para el 14 por ciento de los asistentes presenciales a las iglesias.

Otra razón podría ser que los miembros de la iglesia vivan en áreas donde no haya servicios de internet de banda ancha, lo cual les imposibilitaría participar en servicios transmitidos en vivo. En 2018, la Comisión Federal de Comunicaciones encontró que 18.3 millones de estadounidenses no cuentan con acceso a Internet de banda ancha. Como explicó la comisionada Jessica Rosenworcel: “No es que no lo puedan pagar. Simplemente no está disponible”. Esta falta de acceso a internet sucede particularmente en las zonas rurales del país; sin embargo, solo representa el 5 o 6 por ciento de los estadounidenses, lo que no explicaría la dramática caída del número de asistentes a la iglesia a partir de marzo.

Permítame sugerir otra posible explicación. Hay algo acerca de ir a la iglesia que aún no ha sido trasladado del todo al formato en línea. Las iglesias están enfocadas en el culto principal que sucede en el santuario una vez por semana, lo cual es perfectamente comprensible. Desde mucho antes de la pandemia, se dedicaba mucho esfuerzo a crear ese evento. Una vez que la pandemia llegó, esa misma energía se dirigió a trasladar ese servicio a un formato en línea. Pero algo se perdió en el proceso.

Antes de la pandemia, mientras los servidores de las iglesias planeaban y se preparaban para el servicio que tendría lugar en el santuario, algo más estaba pasando afuera: en el vestíbulo, en el atrio, en el patio o en la zona de bienvenida. Algo menos planeado y, para algunas iglesias, menos intencional. Las personas platicaban, compartían sus vidas y se reunían a orar por diversas necesidades, ya sea en las orillas del santuario o en los salones. Antes de la pandenmia, el edificio de la iglesia reunía la adoración, el cuidado pastoral y la vida en comunidad de forma integral.

Pero, ahora que los servicios de adoración se transmiten en línea, ¿qué sucede con este equilibrio? Para muchos miembros de la iglesia, estos puntos de conexión personal desaparecieron. Algunos tal vez han hecho un esfuerzo para recuperarlo en Zoom o Facebook Live, instruyendo a la audiencia a saludar virtualmente a la persona “sentada a su lado”, pero la mayoría no lo ha hecho. Creo que esta pérdida de vida en comunidad y cuidado pastoral ha impactado de manera drástica la asistencia a la iglesia.

Mientras que el servicio de adoración es algo que las iglesias pueden producir y transmitir para cualquiera que lo vea, la vida en comunidad y la conexión personal no son algo que se pueda transmitir en línea. No se pueden reproducir de forma masiva. Ser conocido y cuidado a un nivel personal es casi siempre una experiencia uno a uno. Los cultos de adoración, por otro lado, tienden a elaborarse utilizando un modelo de producción en masa: algo que es producido por una persona y distribuido a muchos. Es posible solo observar el culto de adoración como parte de la audiencia, teniendo muy poca participación.

La parte del culto que sucede dentro del santuario de la iglesia es aparentemente fácil de transmitir en línea. Sin embargo, lo que sucede fuera del santuario es increíblemente difícil de reproducir. Pero si la vida en comunidad y el cuidado pastoral son justamente lo que las personas necesitan, y ya no lo reciben a través de los servicios en línea, entonces tiene sentido que muchos hayan dejado de participar en los mismos.

Cuando las iglesias priorizan sus servicios de adoración de la misma manera que lo hacían antes de la pandemia, es fácil pasar por alto todas las otras actividades, aparentemente periféricas, pero que son las que hacen que la asistencia a la iglesia sea una experiencia crucial y vivificante para muchas personas. La verdad es que tal vez hayamos malinterpretado por qué un tercio de las congregaciones se presentaban a la iglesia todos los domingos. Tal vez era por el cuidado y el consuelo que las personas recibían de sus amigos y pastores. De hecho, cuando asumimos que el servicio de adoración facilita la vida en comunidad, tal vez la realidad sea justo lo contrario: que la convivencia de la comunidad y el cuidado pastoral sean los que sustentan los servicios de adoración.

Para muchos, las “actividades periféricas” son en realidad centrales. Y si esa parte de la iglesia ha desaparecido porque los servicios solo están siendo transmitidos por internet, entonces la gente buscará otro lugar para satisfacer sus necesidades relacionales y espirituales.

La investigación de Barna también encontró mucho al respecto. No solo acerca de los que desertan, sino también acerca de aquellos que continúan viendo la iglesia en línea. La encuesta informó que “los cristianos practicantes en todo Estados Unidos están buscando apoyo emocional y de oración”. En la transición a un formato de transmisión en línea, algunas iglesias pueden haber perdido de vista estos otros elementos prioritarios. El servicio de adoración ha sido desligado de la vida en comunidad y el cuidado pastoral. Al trasladarse al formato en línea, el edificio de la iglesia ya no mantiene el equilibrio entre estos tres elementos.

Entonces, ¿qué pueden hacer las iglesias?

Si bien la investigación de Barna puede parecer en principio preocupante, también nos ofrece una visión crucial. Las cifras de asistencia a los cultos, ya sean en línea o presenciales, ya no puede ser las únicas estadísticas que los líderes de la iglesia utilicen para evaluar la salud espiritual y relacional de su congregación. Las iglesias deben buscar nuevas formas de medir las conexiones comunitarias y el cuidado pastoral que se producen en las distintas partes de su entorno, ya sea en línea o de manera presencial.

Sería prudente que las iglesias desarrollaran nuevas métodos de medición en este tiempo de dispersión. Considere, por ejemplo, rastrear las solicitudes de oración que llegan a través de los formularios en línea: algunas iglesias ya han visto que este número ha crecido. Las iglesias también podrían contar el número de llamadas telefónicas que los pastores y el equipo de servidores están teniendo con sus congregantes. Las estadísticas deben medir lo que es verdaderamente importante. En vez de considerar la asistencia como una variable proxy, la iglesia puede explorar otras variables de mayor relevancia que podrían resaltar, facilitar y empoderar el sentido de comunidad y la atención pastoral.

La pandemia también podría ayudarnos a enfocarnos de nuevo en la interacción comunitaria miembro a miembro. El edificio de la iglesia solía servir como una especie de plataforma social, y la comunidad crecía de manera orgánica en ese espacio. ¿Qué espacios podemos crear en la era de la pandemia que fomenten y promuevan esa experiencia, de tal forma que las personas se sientan conocidas, conectadas y cuidadas? Si bien es cierto que la pandemia nos robó algo, no debemos darnos por vencidos.

Hay muchos ejemplos alentadores de iglesias protegiendo y promoviendo la convivencia en comunidad a través de experimentos creativos. Las mejores ideas surgen al estudiar la personalidad única de cada congregación. Por ejemplo, la Iglesia All Saint's Episcopal Church [Iglesia Episcopal de Todos los Santos], en el barrio Ravenswood de Chicago, es una iglesia histórica que tenía la tradición de celebrar de forma mensual los cumpleaños y aniversarios. Una vez que comenzó la cuarentena, encontraron la forma de llevar su tradición a los servicios en línea. Los festejados enviaron por correo electrónico sus fotografías a un ministro, quien las compiló en un fotomontaje que la iglesia incluyó en la transmisión en vivo del domingo por la mañana. Esto le dio a los participantes la oportunidad de sentirse más involucrados, así como de verse a sí mismos y a otros en el culto de adoración en línea. Este ejercicio ayudó a las personas a sentirse conectadas entre sí.

Sin embargo, los esfuerzos no tienen que ser de alta tecnología. Algunas iglesias han recuperado métodos anticuados para comunicar su interés y cariño de maneras más profundas. Una iglesia en Nueva York organizó a sus miembros en grupos de quince personas y nombró líderes para ponerse en contacto con ellos y ver si necesitaban oración, comida u otros suministros. Si bien es muy probable que el equipo pastoral no tenga la capacidad de estar en contacto con cada miembro de la iglesia, repartir la carga es un catalizador para que la ministración suceda a través del cuerpo de la iglesia y no solo desde la cabeza.

Una iglesia bautista en Carolina del Sur invitó a sus miembros a escribir cartas a los residentes de asilos de ancianos, puesto que no pueden recibir visitas y se sienten particularmente solos en este tiempo. El esfuerzo adicional de enviar estas cartas por correo comunicó mucho más que las simples palabras escritas. Este es otro ejemplo de cómo, al organizar un sencillo plan creativo, los líderes de la iglesia podrían movilizar a sus miembros a ministrar fuera del santuario.

En Moose Jaw, Saskatchewan, una iglesia imprimió letreros invitando a las personas a llamar por teléfono o a enviar un correo electrónico para cualquier necesidad. Mientras que algunos llamaron porque necesitaban provisiones materiales, otros llamaron simplemente porque se sentían solos y necesitaban alguien con quien hablar, o bien, para pedir oración. Otra iglesia del área ofreció el servicio de asesores espirituales para “escuchar con compasión” a cualquiera que llamara. Y una tercera iglesia, de forma similar a la iglesia de Nueva York, organizó un "árbol telefónico" que, al igual que las cartas por correo, fue más significativo que un simple mensaje de texto o correo electrónico grupal.

Es probable que existan tantas ideas para fomentar comunidad como existen iglesias. El punto es que la pandemia es una invitación a que las iglesias desarrollen su creatividad. Como a un amigo mío le gusta recordarme: “En medio de la devastación, existe una oportunidad para la innovación”. Son palabras oportunas para la iglesia en este tiempo sin precedentes.

Adam Graber es director de FaithTech y copresentador del podcast Device & Virtue. Puedes encontrarlo en Twitter @AdamGraber.

Traduzido por Maurício Zágari

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