A partir de que el coronavirus obligara a que los servicios de las iglesias se volvieran virtuales, casi un tercio de las personas que iban a la iglesia han dejado de "asistir", según la nueva investigación de Barna. Entre la generación milenial, el porcentaje es aún más alto: la mitad de los que solían asistir a la iglesia han dejado de hacerlo desde que comenzó la pandemia.
El porqué no es claro. Pero cuando el número de asistentes disminuye considerablemente, tenemos que hacer una pausa, reflexionar y responder a esa pregunta.
Tal vez la gente está experimentando “fatiga de Zoom”. Aún cuando había personas a las que les gustaban las videoconferencias antes del inicio de la cuarentena, después de semanas de reuniones en línea para el trabajo, la escuela y otros eventos sociales, muchos no quieren ni pensar siquiera en conectarse durante una hora más los domingos por la mañana. Pero, ¿podría ser ese el caso de casi un tercio de los asistentes a las iglesias?
Podría ser la música. Cantar en casa frente a una pantalla no sustituye la experiencia de cantar en la iglesia rodeado de otros creyentes. Los desfases en la transmisión, así como los problemas técnicos ocasionales para que carguen los videos, hacen que sea sumamente difícil conectarse con la música y entrar en ese “estado de adoración” que muchos asocian con un buen tiempo de alabanza. Sin embargo, la mayoría de los asistentes no califican la música como la parte más importante de su experiencia en la iglesia. El autor cristiano Gary Thomas identificó nueve “caminos sagrados” que llevan a las personas a conectarse con Dios. Solo dos de ellos priorizan la música. De manera similar, los ministerios North Point encontraron que la adoración musical es una prioridad solo para el 14 por ciento de los asistentes presenciales a las iglesias.
Otra razón podría ser que los miembros de la iglesia vivan en áreas donde no haya servicios de internet de banda ancha, lo cual les imposibilitaría participar en servicios transmitidos en vivo. En 2018, la Comisión Federal de Comunicaciones encontró que 18.3 millones de estadounidenses no cuentan con acceso a Internet de banda ancha. Como explicó la comisionada Jessica Rosenworcel: “No es que no lo puedan pagar. Simplemente no está disponible”. Esta falta de acceso a internet sucede particularmente en las zonas rurales del país; sin embargo, solo representa el 5 o 6 por ciento de los estadounidenses, lo que no explicaría la dramática caída del número de asistentes a la iglesia a partir de marzo.
Permítame sugerir otra posible explicación. Hay algo acerca de ir a la iglesia que aún no ha sido trasladado del todo al formato en línea. Las iglesias están enfocadas en el culto principal que sucede en el santuario una vez por semana, lo cual es perfectamente comprensible. Desde mucho antes de la pandemia, se dedicaba mucho esfuerzo a crear ese evento. Una vez que la pandemia llegó, esa misma energía se dirigió a trasladar ese servicio a un formato en línea. Pero algo se perdió en el proceso.
Antes de la pandemia, mientras los servidores de las iglesias planeaban y se preparaban para el servicio que tendría lugar en el santuario, algo más estaba pasando afuera: en el vestíbulo, en el atrio, en el patio o en la zona de bienvenida. Algo menos planeado y, para algunas iglesias, menos intencional. Las personas platicaban, compartían sus vidas y se reunían a orar por diversas necesidades, ya sea en las orillas del santuario o en los salones. Antes de la pandenmia, el edificio de la iglesia reunía la adoración, el cuidado pastoral y la vida en comunidad de forma integral.
Pero, ahora que los servicios de adoración se transmiten en línea, ¿qué sucede con este equilibrio? Para muchos miembros de la iglesia, estos puntos de conexión personal desaparecieron. Algunos tal vez han hecho un esfuerzo para recuperarlo en Zoom o Facebook Live, instruyendo a la audiencia a saludar virtualmente a la persona “sentada a su lado”, pero la mayoría no lo ha hecho. Creo que esta pérdida de vida en comunidad y cuidado pastoral ha impactado de manera drástica la asistencia a la iglesia.
Mientras que el servicio de adoración es algo que las iglesias pueden producir y transmitir para cualquiera que lo vea, la vida en comunidad y la conexión personal no son algo que se pueda transmitir en línea. No se pueden reproducir de forma masiva. Ser conocido y cuidado a un nivel personal es casi siempre una experiencia uno a uno. Los cultos de adoración, por otro lado, tienden a elaborarse utilizando un modelo de producción en masa: algo que es producido por una persona y distribuido a muchos. Es posible solo observar el culto de adoración como parte de la audiencia, teniendo muy poca participación.
La parte del culto que sucede dentro del santuario de la iglesia es aparentemente fácil de transmitir en línea. Sin embargo, lo que sucede fuera del santuario es increíblemente difícil de reproducir. Pero si la vida en comunidad y el cuidado pastoral son justamente lo que las personas necesitan, y ya no lo reciben a través de los servicios en línea, entonces tiene sentido que muchos hayan dejado de participar en los mismos.
Cuando las iglesias priorizan sus servicios de adoración de la misma manera que lo hacían antes de la pandemia, es fácil pasar por alto todas las otras actividades, aparentemente periféricas, pero que son las que hacen que la asistencia a la iglesia sea una experiencia crucial y vivificante para muchas personas. La verdad es que tal vez hayamos malinterpretado por qué un tercio de las congregaciones se presentaban a la iglesia todos los domingos. Tal vez era por el cuidado y el consuelo que las personas recibían de sus amigos y pastores. De hecho, cuando asumimos que el servicio de adoración facilita la vida en comunidad, tal vez la realidad sea justo lo contrario: que la convivencia de la comunidad y el cuidado pastoral sean los que sustentan los servicios de adoración.
Para muchos, las “actividades periféricas” son en realidad centrales. Y si esa parte de la iglesia ha desaparecido porque los servicios solo están siendo transmitidos por internet, entonces la gente buscará otro lugar para satisfacer sus necesidades relacionales y espirituales.
La investigación de Barna también encontró mucho al respecto. No solo acerca de los que desertan, sino también acerca de aquellos que continúan viendo la iglesia en línea. La encuesta informó que “los cristianos practicantes en todo Estados Unidos están buscando apoyo emocional y de oración”. En la transición a un formato de transmisión en línea, algunas iglesias pueden haber perdido de vista estos otros elementos prioritarios. El servicio de adoración ha sido desligado de la vida en comunidad y el cuidado pastoral. Al trasladarse al formato en línea, el edificio de la iglesia ya no mantiene el equilibrio entre estos tres elementos.
Entonces, ¿qué pueden hacer las iglesias?
Si bien la investigación de Barna puede parecer en principio preocupante, también nos ofrece una visión crucial. Las cifras de asistencia a los cultos, ya sean en línea o presenciales, ya no puede ser las únicas estadísticas que los líderes de la iglesia utilicen para evaluar la salud espiritual y relacional de su congregación. Las iglesias deben buscar nuevas formas de medir las conexiones comunitarias y el cuidado pastoral que se producen en las distintas partes de su entorno, ya sea en línea o de manera presencial.
Sería prudente que las iglesias desarrollaran nuevas métodos de medición en este tiempo de dispersión. Considere, por ejemplo, rastrear las solicitudes de oración que llegan a través de los formularios en línea: algunas iglesias ya han visto que este número ha crecido. Las iglesias también podrían contar el número de llamadas telefónicas que los pastores y el equipo de servidores están teniendo con sus congregantes. Las estadísticas deben medir lo que es verdaderamente importante. En vez de considerar la asistencia como una variable proxy, la iglesia puede explorar otras variables de mayor relevancia que podrían resaltar, facilitar y empoderar el sentido de comunidad y la atención pastoral.
La pandemia también podría ayudarnos a enfocarnos de nuevo en la interacción comunitaria miembro a miembro. El edificio de la iglesia solía servir como una especie de plataforma social, y la comunidad crecía de manera orgánica en ese espacio. ¿Qué espacios podemos crear en la era de la pandemia que fomenten y promuevan esa experiencia, de tal forma que las personas se sientan conocidas, conectadas y cuidadas? Si bien es cierto que la pandemia nos robó algo, no debemos darnos por vencidos.
Hay muchos ejemplos alentadores de iglesias protegiendo y promoviendo la convivencia en comunidad a través de experimentos creativos. Las mejores ideas surgen al estudiar la personalidad única de cada congregación. Por ejemplo, la Iglesia All Saint's Episcopal Church [Iglesia Episcopal de Todos los Santos], en el barrio Ravenswood de Chicago, es una iglesia histórica que tenía la tradición de celebrar de forma mensual los cumpleaños y aniversarios. Una vez que comenzó la cuarentena, encontraron la forma de llevar su tradición a los servicios en línea. Los festejados enviaron por correo electrónico sus fotografías a un ministro, quien las compiló en un fotomontaje que la iglesia incluyó en la transmisión en vivo del domingo por la mañana. Esto le dio a los participantes la oportunidad de sentirse más involucrados, así como de verse a sí mismos y a otros en el culto de adoración en línea. Este ejercicio ayudó a las personas a sentirse conectadas entre sí.
Sin embargo, los esfuerzos no tienen que ser de alta tecnología. Algunas iglesias han recuperado métodos anticuados para comunicar su interés y cariño de maneras más profundas. Una iglesia en Nueva York organizó a sus miembros en grupos de quince personas y nombró líderes para ponerse en contacto con ellos y ver si necesitaban oración, comida u otros suministros. Si bien es muy probable que el equipo pastoral no tenga la capacidad de estar en contacto con cada miembro de la iglesia, repartir la carga es un catalizador para que la ministración suceda a través del cuerpo de la iglesia y no solo desde la cabeza.
Una iglesia bautista en Carolina del Sur invitó a sus miembros a escribir cartas a los residentes de asilos de ancianos, puesto que no pueden recibir visitas y se sienten particularmente solos en este tiempo. El esfuerzo adicional de enviar estas cartas por correo comunicó mucho más que las simples palabras escritas. Este es otro ejemplo de cómo, al organizar un sencillo plan creativo, los líderes de la iglesia podrían movilizar a sus miembros a ministrar fuera del santuario.
En Moose Jaw, Saskatchewan, una iglesia imprimió letreros invitando a las personas a llamar por teléfono o a enviar un correo electrónico para cualquier necesidad. Mientras que algunos llamaron porque necesitaban provisiones materiales, otros llamaron simplemente porque se sentían solos y necesitaban alguien con quien hablar, o bien, para pedir oración. Otra iglesia del área ofreció el servicio de asesores espirituales para “escuchar con compasión” a cualquiera que llamara. Y una tercera iglesia, de forma similar a la iglesia de Nueva York, organizó un "árbol telefónico" que, al igual que las cartas por correo, fue más significativo que un simple mensaje de texto o correo electrónico grupal.
Es probable que existan tantas ideas para fomentar comunidad como existen iglesias. El punto es que la pandemia es una invitación a que las iglesias desarrollen su creatividad. Como a un amigo mío le gusta recordarme: “En medio de la devastación, existe una oportunidad para la innovación”. Son palabras oportunas para la iglesia en este tiempo sin precedentes.
Adam Graber es director de FaithTech y copresentador del podcast Device & Virtue. Puedes encontrarlo en Twitter @AdamGraber.
Traduzido por Maurício Zágari