Hace diez años, me topé con una disyuntiva vocacional.
Había pasado años orando y soñando con pastorear una iglesia: estudiar teología, escribir sermones, visitar hospitales e interceder junto a otros.
Pero, al igual que muchos de mi generación, mis recursos eran limitados. Con una familia que cada vez crecía más, tuve que pensar con franqueza en la viabilidad del seminario, lo poco que ganaría como pastor y el escaso progreso que sentiría que estaría haciendo en la vida cristiana. ¿Cómo iba yo a guiar a otros por un camino que yo aún tenía que recorrer?
Un pastor de la iglesia a la que asistía, sabiendo que buscaba trabajo, sugirió que me pusiera en contacto con uno de los feligreses que lideraba un negocio de fontanería (plomería).
Con la posibilidad de un trabajo que no requería estudios avanzados y que podía proveer seguridad económica inmediata para mi familia, elegí dedicarme a reparar tuberías con una oración: Dios, transfórmame en la clase de persona que un día pueda ser pastor en tu iglesia.
Una década después, sigo trabajando en el mismo negocio. Resulta que no había considerado que un trabajo común —el trabajo manual en particular— podría ser la ruta más directa para aprender las habilidades necesarias para servir como líder en la iglesia. Sospecho que no soy el único. Cualquiera de nosotros puede llegar a ser un mejor seguidor de Jesús al concentrarse en las demandas y en la realidad espiritual de nuestros trabajos. Bien entendido, el trabajo es el campo de entrenamiento en el que se forman los buenos cristianos.
¿De qué modo el trabajo nos hace mejores cristianos? ¿Cómo podemos «redimir el tiempo» que pasamos trabajando?
Si la vida cristiana se puede resumir como aquello que nos lleva «a tener parte en la naturaleza divina» en Cristo y a través de Él (2 Pedro 1:4, NVI), entonces creo que también se podría decir que la actividad central del cristiano es la oración.
Como la definió un ministro de la Iglesia de Inglaterra del siglo XIX, la oración es «el alma acercándose a Dios» y el alma que se acerca a Dios adopta las características de Dios. Es similar a un tubo de cobre: es frío al tacto y refleja la luz externa, sin embargo, eventualmente asume las características de la llama cuando está listo para la soldadura.
En su carta a los cristianos de Tesalónica, Pablo dice: «Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:16-18).
¿Cuándo oramos? Siempre. ¿Con qué frecuencia? Constantemente. ¿Incluso cuando estamos usando una llave inglesa para arreglar tuberías? En toda situación.
Basilio el Grande, obispo del siglo IV y uno de los famosos padres de Capadocia, ayudó a reformar las comunidades monásticas de su zona en el mundo antiguo, y escribió una plantilla para la vida ascética —una vida disciplinada junto a Dios, una vida de oración— para todos los cristianos.
Para Basilio, el comienzo, el centro y el final de la vida cristiana es el amor: amor a Dios y amor al prójimo, como Jesús le enseñó a sus seguidores. Cristo también enseñó que el servicio que se presta con amor a nuestro prójimo es servicio que Él acepta como si fuera hacia sí mismo.
«El que ama al Señor ama a su prójimo en consecuencia», explica Basilio en su Regla. «“Si alguno me ama”, dijo el Señor, “guardará mis mandamientos”; y, de nuevo, dice: “Este es mi mandamiento, que se amen unos a otros como yo los he amado”. Por otro lado, aquel que ama a su prójimo cumple con el amor que le debe a Dios, porque él acepta este favor como si fuera mostrado hacía sí mismo».
Hacer nuestro trabajo por el bien del prójimo puede considerarse, en sí mismo, una forma de oración, tanto porque Cristo está junto a nuestro prójimo al recibir el servicio como debido a la disposición de nuestro corazón de complacer a Dios en ese servicio.
Basilio dijo más adelante:
… en medio de nuestro trabajo debemos cumplir con el deber de la oración, dándole gracias a Aquel que le ha otorgado fuerza a nuestras manos para realizar las tareas e inteligencia a nuestras mentes para adquirir conocimiento… orando para que el trabajo de nuestras manos esté dirigido hacia este fin: complacer a Dios.
¿Por qué el trabajo manual en particular? Otro famoso monje que vivió un par de siglos más tarde nos ayudará: Benito de Nursia. A menudo se le considera el padre de la monástica occidental y, como estudiante de Basilio, Benito acuñó la frase Ora et labora («Ora y trabaja»), e instruyó a sus monjes a vivir en una amable alternancia de trabajo manual interrumpida por momentos de oración.
Para Benito, el trabajo manual era de extrema importancia, lo cual podemos saber por el hecho de que era lo único en toda su Regla a lo que llama explícitamente «monástico». Si los monjes no podían trabajar bien, entonces no podrían orar bien. Para el monje, así como para todos los cristianos, la oración es el trabajo; el descuido de una clase de labor significa también el descuido de las otras clases.
Pero, yendo un poco más allá, el trabajo manual y la oración tienen algo más en común: el reclutamiento de todo tu ser.
Cuando estoy instalando un calentador de agua debo juntar mi voluntad, mi intelecto, mi cuerpo, todas mis facultades: cada faceta de mi ser está implicada en la ejecución y la realización del trabajo. El trabajo manual sirve como una oportunidad para reintegrar lo que de otro modo serían partes desintegradas de mi ser, dispersas por todas partes.
Lo que yo practico en el trabajo manual, entonces, uniendo varias partes de mi yo en un todo integrado, lo aplico a mis momentos de oración, exponiendo la mente, el cuerpo, el alma y la fuerza para estar con Dios y ofrecerle adoración. Esta es otra respuesta a la pregunta que plantea la enseñanza de Pablo, al igual que muchas otras respuestas más que descubrir.
Durante la última década como obrero, sin querer he encontrado un modo de vida que, lejos de mantener la oración a raya e impedirme que esté con Dios debido a mis tareas, me ha puesto en medio de un experimento devoto de siglos de duración que me enseña al menos dos cosas: en Cristo, oro precisamente porque estoy trabajando, y aprendo a orar mejor porque soy un trabajador.
Mis manos participan en la obra de traer orden al mundo que me rodea y también hojean obras teológicas; traen paz entre los propietarios y sus hogares y también construyen el Reino; han aprendido a utilizar llaves inglesas y también he aprendido a orar sin cesar.
He descubierto que practicar el estar en la presencia de Dios y crecer en la vida cristiana es algo que cualquiera de nosotros puede hacer prácticamente en cualquier clase de trabajo, no solo como pastores o líderes de iglesia. Mi vocación en la fontanería no es realmente la vida que esperaba, pero ha resultado ser la vida por la cual oraba.
Nathaniel Marshall es fontanero (plomero) oficial licenciado. También es oblato benedictino y es miembro de la Iglesia Anglicana de Cristo Rey en Marietta, Georgia, con su esposa y sus dos hijas.