Theology

Estudiar las Escrituras conlleva riesgos. Todos ellos valen la pena

Como profesor de Biblia en una institución evangélica, siento la tensión de enseñar verdades que podrían ofender.

Christianity Today March 14, 2024
Ilustración por Elizabeth Kaye / Source Images: Lightstock

Cuando comencé mis estudios en el Seminario Teológico Wesley, varios estudiantes de último año me advirtieron que no tomara los cursos ofrecidos por George Wesley Buchanan, un profesor que no se andaba con rodeos, exigía excelencia de sus alumnos y los calificaba en consecuencia. Un miembro de la facultad acusó burlonamente a Buchanan de interpretar las Escrituras según el judaísmo en lugar del cristianismo. Como era joven e ingenuo, y deseaba concluir con éxito mi primer año de estudios, evitaba al Dr. B. como la peste.

Cuarenta y cinco años después, me topé con la autobiografía de George Buchanan, donde relata sus difíciles años en Wesley y cómo sus colegas a menudo malinterpretaban su investigación y, en ocasiones, lo difamaban. Su libro se titula An Academic Hound Dog Off the Leash, y Buchanan, que ahora tiene 90 años, quería dejar las cosas claras antes de irse a la gloria.

Sus memorias capturaron mi imaginación y finalmente llegué a respetar al hombre al que una vez rechacé. Descubrí que Buchanan se ganó una reputación en círculos académicos más amplios como un erudito de primer nivel, especialmente entre los miembros electos de Studiorum Novi Testamenti Societas, una prestigiosa sociedad bíblica cuyos presidentes anteriores incluían figuras veneradas como CH Dodd, Rudolf Bultmann, Joachim Jeremias, CK Barrett., Oscar Cullmann y John Barclay.

Usando un lenguaje metafórico, Buchanan comparó a sus compañeros de facultad con «perros pastores escoceses» que pasaban su tiempo manteniendo a las ovejas dentro del redil y acorralándolas cada vez que se descarriaban. Su tarea principal era proteger las fronteras teológicas de su pasto institucional. En comparación, Buchanan se identificó a sí mismo como un «perro de caza» que seguía el rastro de la verdad bíblica adondequiera que lo llevara su rastro.

Después de leer la historia de Buchanan me di cuenta de que en ese momento yo era un perro pastor. Como pastor, profesor, apologista y destructor de sectas, trazaba líneas gruesas en torno a las interpretaciones convencionales de la teología bíblica y advertía a la gente sobre los peligros que acechan más allá de esas fronteras aceptables. El problema es que, especialmente en el protestantismo, hay más fronteras que denominaciones, y cada frontera actúa como un recinto para envolver a sus ovejas y requiere perros pastores para protegerlas.

En una ocasión, la universidad cristiana conservadora donde yo enseñaba invitó a Richard Bauckham, un destacado erudito bíblico británico, a dar una conferencia para el estudiantado. Durante la sesión de preguntas y respuestas, un colega mío le hizo una pregunta sobre sus puntos de vista sobre la escatología, y la respuesta de Bauckham no se alineaba completamente con la posición de la institución. Inmediatamente surgió la expectativa sobrentendida de que nosotros, los profesores, abordaríamos este tema en cuanto los estudiantes regresaran a clase. ¡Esto es lo que hacen los perros pastores!

En 2005, me concedieron un año sabático y comencé a trabajar en un segundo doctorado. Mi primer doctorado fue de una escuela que se especializaba en entrenar perros pastores, por así decirlo, pero la Universidad de Gales, en el Reino Unido, era diferente. Bill Campbell, mi supervisor, tenía la paciencia de un santo. Habiendo trabajado con otros estudiantes evangélicos estadounidenses, me sugirió ampliar mis horizontes académicos, leer fuera de mi zona de confort y entablar conversaciones con otros académicos en mi campo.

Con ansiedad y temor, di los primeros pasos más allá de mis cómodas fronteras eclesiásticas para descubrir un extenso mundo nuevo. Fue aterrador, emocionante y esclarecedor. Comencé a leer literatura del Segundo Templo y fuentes primarias antiguas acerca del mundo romano. Al poco tiempo, conocí académicos amables que se interesaron por mis estudios y me ofrecieron críticas constructivas. Y cuando completé mi tesis doctoral, ¡era un perro de caza hecho y derecho!

Estaba ansioso por llevar mis nuevos conocimientos al aula y enseñar a mis alumnos a pensar de manera similar, fuera de lo común. Sin embargo, al igual que George Wesley Buchanan, pronto descubrí que esto llamó la atención de algunos de mis colegas.

Por ejemplo, hubo preocupación cuando enseñé que Jesús hablaba en arameo y que los autores de los Evangelios habían traducido los dichos de Jesús al griego. Algunos pensaron que estaba argumentando que había un «texto detrás del texto griego», aunque les aseguré que no era así. Le expliqué que hay algunos dichos arameos que los escritores de los Evangelios tuvieron que traducir y explicar en detalle para audiencias que no sabían arameo. Sin embargo, el decano académico de la escuela todavía me llamó a su oficina para interrogarme y tuve que asegurarle que me mantenía fiel a los credos históricos de la iglesia. Toda esta controversia comenzó porque simplemente estaba tratando de utilizar todos los recursos a mi disposición para ayudar a los estudiantes a interpretar las Escrituras correctamente.

Como teólogo bíblico, estoy capacitado para estudiar cada libro de la Biblia por separado, para examinarlo en sus contextos literarios, históricos y sociales únicos. Los eruditos bíblicos no intentan armonizar los Evangelios, por ejemplo, porque sabemos que cada libro es único. Sus autores escribieron en diferentes momentos para diferentes audiencias ubicadas en diferentes partes del imperio, vivieron bajo diferentes líderes y experimentaron diferentes niveles de persecución. Los autores escribieron por distintas razones y tenían distintos objetivos en mente, seleccionando solo las historias sobre Jesús y sus enseñanzas que fueran útiles y pertinentes para sus respectivas audiencias.

Los teólogos bíblicos también utilizan materiales complementarios como literatura, epigramas y prácticas culturales antiguas romanas y judías. Y contrariamente a lo que algunos podrían pensar, esta información «externa» no se considera una fuente de «revelación extrabíblica», pero nos ayuda a interpretar las Escrituras con mayor precisión. Cuanto más familiarizados estemos con las costumbres antiguas, mejor comprenderemos el texto bíblico.

Por ejemplo, en mi libro Subversive Meals, explico que los banquetes romanos del siglo I incluían la comida propiamente dicha, así como actividades tipo simposio (entretenimiento después de la comida, debates, música, discursos, etc.), que estaban unidas por una ofrenda que consistía en la ofrenda de una bebida (se derramaba una copa de vino al emperador y a los dioses en señal de lealtad al imperio). La Cena del Señor siguió el mismo patrón (comida y simposio), pero los creyentes alzaban una copa en honor de Cristo y su reino. De ahí que, en aquel entonces, la Cena del Señor fuera vista como un acto de subversión contra el imperio.

Saber esto nos ayuda a comprender mejor el contexto histórico de esta celebración cristiana y el costo que algunos creyentes del primer siglo pagaron por participar en ella. Cada dato nuevo nos ayuda a acercarnos al significado original de un texto en el contexto del siglo I, y dado que conseguir el texto correcto es el nombre del juego, debemos utilizar todas las herramientas a nuestra disposición.

Ocasionalmente, una nueva idea histórica puede llevarnos a repensar interpretaciones arraigadas de ciertos conceptos y pasajes bíblicos, que en última instancia pueden cambiar nuestra comprensión teológica establecida de una doctrina determinada.

Vimos este proceso en acción cuando E.P. Sanders, después de estudiar los Rollos del Mar Muerto, descubrió que la mayoría de los judíos del siglo I, de hecho, no creían en una salvación basada en obras, como muchos estudiosos habían pensado anteriormente. Más bien, la mayoría de los judíos entendían que la salvación era el resultado de la elección divina: que Dios los había escogido para establecer un pacto con ellos, y que guardar la Ley era simplemente visto como una evidencia de que eran el pueblo del pacto de Dios.

Esta innovadora visión bíblica cambió la forma en que muchos interpretaban la relación de Pablo con el judaísmo, así como su carta a los Gálatas y sus argumentos teológicos sobre la doctrina de la salvación. Académicos como N.T. Wright, James D.G. Dunn y Scott McKnight, entre otros, gravitaron hacia esta nueva perspectiva, lo que dio lugar a una controversia sobre la naturaleza de la justificación que continúa incluso ahora. Como resultado de este descubrimiento, algunos teólogos sistemáticos y otros están planteando cuestiones sobre el abandono de la teología de la reforma tradicional por completo.

Esto no quiere decir que las interpretaciones tradicionales de ciertas doctrinas deban dejarse de lado por capricho. Pero tampoco debemos dudar, basándonos en una investigación sólida, en buscar más luz sobre un tema determinado. Después de todo, fue la reexaminación de las Escrituras, en comparación con los credos católicos establecidos, lo que finalmente condujo a la Reforma Protestante y su distribución generalizada de la Biblia entre el creyente común.

Algunos teólogos sistemáticos centran su enfoque en los concilios eclesiásticos y el desarrollo histórico de los credos, muchos de los cuales fueron formulados en respuesta a herejías específicas (como el docetismo y el adopcionismo) y han sido sostenidos y defendidos durante siglos. Y si bien los eruditos bíblicos pueden repetir y afirmar los Credos de Nicea y de los Apóstoles sin reservas (en unidad con la iglesia universal), nuestra tarea es diferente a la de los teólogos sistemáticos.

La pregunta principal que nos preocupa es: ¿Qué significó el texto para la audiencia original? Nos centramos en el texto del siglo I y buscamos adquirir más conocimientos históricos y culturales. De lo contrario, todo el campo de los estudios bíblicos permanecería estático y no surgirían nuevas lecturas o análisis. En otras palabras, nuestra tarea principal como eruditos bíblicos es interpretar el texto correctamente; y a menudo dejamos las implicaciones doctrinales en manos de los teólogos sistemáticos con alegría.

Dicho esto, incluso los mejores perros de caza pueden encontrarse ocasionalmente ladrando bajo el árbol equivocado. Pero no debemos permitir que esa posibilidad nos impida cumplir nuestra tarea primordial. Por eso, insto a mis compañeros perros de caza a que mantengan la nariz pegada al suelo y sigan el rastro de la verdad bíblica. Ya que los descubrimientos asombrosos y emocionantes, que conducirán a una mejor comprensión de las Escrituras, están más allá del horizonte.

R. Alan Streett es profesor emérito de teología bíblica en Criswell College en Dallas.

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