Permitamos que los cubanos vengan a Estados Unidos, por tierra o por mar

La necesidad de libertad religiosa (y de otras clases) de los solicitantes de asilo es más urgente que nunca.

Christianity Today August 19, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Oliver Cole / Christopher Sardegna / Paul Ekman / Ian Schneider / Unsplash

A mediados de julio, después de que miles de cubanos en varias ciudades se manifestaran contra su gobierno en una escala que no se ha visto en el país comunista en las últimas décadas, el secretario de seguridad nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, les dijo que no acudieran a Estados Unidos en busca de refugio. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés.]

«Nunca es el momento oportuno para intentar una migración por mar», dijo en una conferencia de prensa. «Para aquellos que arriesgan sus vidas haciéndolo, no merece la pena asumir este riesgo. Voy a ser claro: si se lanzan al mar, no llegarán a los Estados Unidos». «El pasaje caribeño es peligroso, particularmente durante la época de huracanes», continuó Mayorkas, quien a su vez es inmigrante cubano. Cualquier cubano que lo intente, insistió, se arriesgará a morir por nada.

Esta política no es nueva. Tampoco es buena. Mayorkas tiene razón en el peligro del viaje, y quizá de manera práctica su consejo en contra de intentarlo es sabio. Pero, en cuanto a la política y los principios, Estados Unidos debería estar preparado para recibir a los cubanos que huyen de su país en esta dirección.

La clase de refugio seguro que Mayorkas les niega a los cubanos se llama asilo. Los solicitantes de asilo cumplen los requerimientos para ser refugiados, pero siguen un proceso distinto de admisión a los Estados Unidos. Un refugiado, según el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), es una persona «incapaz o reticente a regresar a su país de nacionalidad debido a la persecución, o a un miedo bien fundado a sufrir persecución por cuestión de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social particular u opinión política». Los refugiados solicitan la entrada a los Estados Unidos fuera de las fronteras, y entonces se someten a un proceso de investigación que tarda cerca de dos años.

Los solicitantes de asilo son una categoría más pequeña. Un asilado, según el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), es alguien que cumple con la definición de refugiado antes referida y, o bien ya está presente en los Estados Unidos, como los atletas olímpicos que entraron con visas legales y después solicitaron asilo, o bien se encuentran en un puerto de entrada, como un aeropuerto o un paso fronterizo.

La ley estadounidense dice que los residentes extranjeros tienen derecho a pedir asilo si logran llegar al país, aun si en principio ingresan al territorio estadounidense ilegalmente: como es el caso de alguien que llega a una playa de Florida después de un viaje en bote desde Cuba. Existen unas cuantas excepciones a ese derecho. La mayoría consisten en la historia del individuo, pero una de ellas se puede aplicar en términos más generales: a los solicitantes de asilo se les puede rechazar si el fiscal general determina que se les puede enviar a un tercer país seguro con el consentimiento de ese país. Ese es el vacío legal que Mayorkas busca aplicar para los cubanos. (Él no especificó qué terceros países se podrían usar).

Sobre el papel, el asilo puede que parezca controvertido. Si alguien que huye, por ejemplo, de la persecución religiosa —que sigue dándose en Cuba, a pesar de cierta liberalización desde la caída de la Unión Soviética— y logra llegar a los Estados Unidos, ¿no se le debería dejar entrar? Después de todo, la búsqueda de la libertad religiosa es una de las razones por las que este país existe, y si podemos compartir esa bendición con personas que no pueden conseguirla en sus países de origen, sin duda estaríamos a la altura de la mayor de las aspiraciones de la nación.

El problema es que muchos inmigrantes que piden asilo al llegar a los Estados Unidos no cumplen con la definición de refugiados. No es que no hayan experimentado dificultades, sino que a menudo se les clasifica mejor como migrantes económicos que como verdaderos asilados. Es decir, no piden asilo porque crean sinceramente que están calificados para ello, sino porque sin aptitudes profesionales especiales, planes educativos o conexiones familiares en los Estados Unidos que pudieran ayudarles a conseguir una visa, el asilo es su única manera remotamente plausible de inmigrar aquí de forma legal. Es este mal uso del sistema el que ha hecho que el asilo sea una cuestión realmente polémica.

Para los que huyen de Cuba, las dificultades que han enfrentado siempre han tenido un elemento político que nuestro país debería considerar. Como dijo el presidente Joe Biden en julio pasado (pocos días después de que Mayorkas les dijera a los cubanos que se marcharan), Cuba ha sufrido «sesenta y dos años de represión bajo un régimen comunista». La Habana es un estado policial totalitario, una dictadura que no estima los derechos humanos más básicos, incluyendo la libertad religiosa. Busque en los archivos de CT sobre Cuba y encontrará relatos del mal institucionalizado de su gobierno, de las vidas transformadas tras escapar de Cuba hacia los Estados Unidos, y de los pastores detenidos, vigilados y acosados.

«Es como una guerra fría», comentó un pastor cubano con CT para un informe que se publicó en 2009. «Es un bombardeo psicológico». En las recientes protestas, la policía lanzó perros contra un pastor bautista que grabó la violencia con su celular. No se ha sabido nada de él ni de otro pastor arrestado junto con él desde que fueron llevados a prisión. No es algo inusual para este régimen. Las tácticas del gobierno contra los críticos incluyen «golpizas, denigración pública, restricciones a la posibilidad de viajar, detenciones por períodos breves, multas, acoso en línea, vigilancia y despidos de los puestos de trabajo», informa [enlace en español] Human Rights Watch.

Esta es una situación distinta a la de otras personas que piden asilo provenientes de la mayoría de los países de Latinoamérica y los países caribeños (con la excepción de Venezuela y, quizá, Nicaragua, que son los otros estados del hemisferio occidental que normalmente se encuentran junto a Cuba en la parte más baja de las clasificaciones internacionales de libertad). Las personas que provienen de México, por ejemplo, puede que estén huyendo de la pobreza extrema, de la violencia de bandas o grupos criminales y/o de la disfunción del gobierno. Pero no huyen de un régimen explícitamente comunista que apenas intenta garantizar la libertad de culto y la libertad de conciencia.

Cuba sigue siendo el país con más opresión política cerca de las fronteras de los Estados Unidos. Esa combinación de política y proximidad debería dar a los cubanos una consideración especial. Tal parece que los políticos estadounidenses, tanto de derecha como de izquierda, que condenan el brutal régimen comunista de La Habana, parecen otorgarle esa consideración. Pero cuando los cubanos intentan escapar a través de una valiente travesía hacia los Estados Unidos, donde nos gusta considerarnos la flor y nata de la libertad, muchos de esos mismos políticos los rechazan. Se trata de un doble discurso que desacredita los grandes principios que afirmamos (Mateo 5:37; Santiago 3:10).

Lo que sugiero aquí no es algo extravagante. De hecho, la admisión prioritaria de migrantes cubanos exactamente en estos términos fue la política estadounidense durante casi una mitad de siglo. Desde la década de 1960 hasta 1995, cualquier cubano que entraba en las aguas territoriales de Estados Unidos podía pedir la residencia permanente. Después, hasta principios de 2017, la política de «pies secos, pies mojados» [enlace en español] sostenía que los cubanos tenían que alcanzar el suelo estadounidense para que se les permitiera permanecer. La administración de Obama terminó con esa política, la Casa Blanca de Trump entorpeció aún más la entrada de cubanos, y la administración de Biden ha respondido a la actual agitación de Cuba sancionando a los oficiales cubanos, aunque al mismo tiempo le niega la entrada a sus víctimas.

Las políticas de inmigración son un extenso desastre en el cual muchas personas razonables pueden estar en desacuerdo incluso con buenas intenciones. Yo estoy a favor de leyes migratorias más suaves por una cuestión de libertad individual, pero comprendo y tomo con seriedad muchas de las objeciones que plantean aquellos que quieren más restricciones.

Pienso, no obstante, que Cuba es un caso relativamente simple, puesto que está muy cerca, y su gobierno es muy opresor.

Muchos cubanos, por supuesto, querrán quedarse donde están, particularmente si estas protestas resultan ser el comienzo de un cambio duradero en la vida cubana. Pero para cualquiera que quiera venir a los Estados Unidos en busca de la libertad, especialmente cuando buscan libertad religiosa, la puerta debería estar abierta.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Cuatro verdades espirituales probadas por la ciencia para desarrollar resiliencia

La situación actual de la pandemia nos lleva a hacernos preguntas difíciles. Estos consejos nos guían hacia Aquel que tiene las respuestas.

Christianity Today August 16, 2021
Vonecia Carswell / Unsplash

La pandemia de la COVID-19 no solo ha puesto a prueba la resiliencia y la fe personal de muchas personas, sino que ha llevado a muchas al límite. Una de las formas en que la investigación ha encontrado que la iglesia es una fuente poderosa de resiliencia es a través de la comunidad. Sin embargo, debido a la COVID-19, justo cuando más hemos necesitado a la comunidad, más difícil nos ha sido experimentarla. Esto no solo ha afectado la salud mental de las personas, sino también su salud espiritual. Aquí hay algunas verdades espirituales que es importante recordar, de acuerdo con las Escrituras y la ciencia, para cultivar la resiliencia a medida que continuamos navegando por la adversidad de la COVID-19.

No intente hacer esto solo

Todos necesitamos comunidad. Dios nos dio el regalo de su iglesia por una razón. De hecho, la ciencia confirma esto: en un estudio que realicé con colegas después de las inundaciones del 2015 en Carolina del Sur, descubrimos que las personas que tenían apoyo espiritual positivo tenían más probabilidades de demostrar resistencia a los desastres. Cuando tratamos de hacerlo todo por nuestra cuenta y buscamos dar la impresión de que todo está bien, nos cerramos a los dones que Dios quiere darnos a través de los demás. Cuando buscamos una comunidad espiritual, podemos experimentar la presencia, la provisión y el amor de Dios de una manera tangible. Podemos elegir entre permitir que el dolor nos aísle de los demás o nos una.

Acepte aquello sobre lo que tiene control y lo que no

En otro estudio que dirigí después del huracán Katrina, encontramos que las personas que demostraron altos niveles de «entrega espiritual» tendían a recuperarse mejor. Esto no tenía sentido para mí en ese momento; la idea de «rendirse» parecía demasiado pasiva para ser una respuesta eficaz. Pero ahora mis propias experiencias de desastre me han demostrado cuán poderosa es esta idea. Cuando realmente entendemos y aceptamos aquello sobre lo que tenemos control y lo que no, estamos demostrando una obediencia voluntaria a Dios.

Busque un significado positivo en su pérdida

Desastres como la presente pandemia nos llevan a hacernos preguntas difíciles, tales como por qué suceden cosas malas. En entrevistas con sobrevivientes de desastres, mis colegas y yo hemos descubierto que dos personas que atraviesan el mismo tipo de pérdida pueden interpretar sus experiencias de manera muy diferente. Uno puede creer que Dios lo está castigando, mientras que el otro cree que Dios lo salvó. Nuestra investigación encontró que la persona que atribuye un significado negativo probablemente tendrá más dificultades que la persona que atribuye un significado positivo a su pérdida. Encontrar significado a nuestra pérdida nos permite seguir adelante.

Confíe en que Dios puede redimir su dolor

Cuando se encuentra en medio de una situación difícil, puede parecer que nada bueno podría salir del dolor que está experimentando. Pero el fundamento de nuestra fe es la promesa de que Dios finalmente redimirá todas las cosas, y Él a menudo nos ofrece muestras de esto aquí en la tierra.

En otro estudio que hicimos con sobrevivientes de desastres, descubrimos que poder confiar en Dios en medio de las dificultades conducía a resultados espirituales positivos. Cuando estaba ayudando a sobrevivientes de violencia de género en la República Democrática del Congo, supe de un grupo de personas cuyas casas habían sido destruidas por un volcán. Regresaron al área y construyeron casas nuevas con la ceniza y la roca de lava que quedaron tras la erupción. Esta fue una imagen conmovedora de cómo Dios puede incluso usar nuestro quebrantamiento para ayudarnos a volver a juntar las piezas de nuestras vidas.

Kent Annan es director de Liderazgo Humanitario y Desastres en Wheaton College, donde dirige un programa de maestría como parte del Humanitarian Disaster Institute. Jamie Aten es el fundador y director ejecutivo del Humanitarian Disaster Institute y Blanchard Chair of Humanitarian and Disaster Leadership en Wheaton College.

Los estudiantes del programa de Maestría en Liderazgo Humanitario en Desastres de Wheaton College dedican tiempo a explorar temas de trauma y resiliencia. Para obtener más información, visite nuestro sitio web.

The Better Samaritan es parte del Blog Forum de CT. Apoya el trabajo de CT. Suscríbete y obtén un año gratis. Las opiniones del bloguero no necesariamente reflejan las de Christianity Today.

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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¿Por qué algunas personas piensan que Jesús era racista?

Toman su conversación con la mujer sirofenicia como referencia, pero la historia muestra lo contrario de lo que afirman.

Christianity Today August 16, 2021
Wikimedia Commons / Edits by Rick Szuecs

De vez en cuando, aparece un nuevo artículo que afirma que Jesús era racista.

La afirmación se basa en la historia de Jesús sanando a la hija de una mujer sirofenicia (Mateo 15:21-28; Marcos 7:24-30). Cuando la mujer le pide a Jesús que sane a su hija endemoniada, él le responde: «No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros». La mujer responde: «pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos», y entonces Jesús elogia su fe y sana a su hija al instante. Hasta este momento, prosigue el argumento, Jesús ha sido racista al tratar a los extranjeros como «perros». Supuestamente, este encuentro señala el error de sus caminos.

Podríamos responder a este argumento en varios niveles. Teológicamente, sabemos que Jesús nunca cometió pecado (Hebreos 4:15). A nivel exegético, el encuentro con la mujer sirofenicia es similar a muchas otras historias de sanación en los Evangelios que toman la misma estructura general: una petición de sanidad, seguida de un diálogo en el que Jesús hace una pregunta decisiva («¿Crees que puedo sanarlos?», «¿Quién me ha tocado?», «¿Está permitido o no sanar en sábado?»), seguido del milagro que completa la secuencia.

Canónicamente, debemos considerar que Cristo ya había sanado a muchos gentiles (Mateo 8:5-13, 28-34), sin mencionar su conversación con una mujer samaritana, la cual escandalizó a sus discípulos (Juan 4:1-42). E históricamente, hablar de «raza» en este periodo en primer lugar es anacrónico. También es inverosímil que Mateo, quien comienza su relato con los magos gentiles adorando al Rey recién nacido y termina con una comisión de ir y hacer discípulos en todas las naciones, incluya una historia destinada a mostrar a Jesús motivado por prejuicios étnicos.

Estos son argumentos sólidos en contra de la posibilidad de considerar a Jesús como un racista. Sin embargo, en última instancia, el mejor fundamento para refutar esta opinión es contextual. Cuando consideramos el encuentro de la mujer sirofenicia dentro del relato de Mateo (y Marcos) como un todo, nos damos cuenta de que la respuesta aparentemente áspera de Jesús está revelando un aspecto crucial sobre el alcance de su misión.

Gran parte de los capítulos 13 a 16 de Mateo trata sobre el pan. Hay parábolas sobre semillas, trigo, levadura y harina (13:1-43), seguidas de Jesús proveyendo pan para cinco mil personas (14:13-21) y un debate sobre lavarse las manos para comer (15:1-20). Luego viene la historia de liberación de la hija de la mujer sirofenicia, con sus imágenes de «pan» y «migas». A partir de ahí tenemos otra historia de Jesús proveyendo pan, esta vez para cuatro mil personas (15:32-39), y otro debate sobre el pan y la «levadura» de los fariseos y saduceos (16:5-12).

Juntos, estos pasajes utilizan la comida para explorar los límites del pueblo de Dios. ¿Están los gentiles contaminados por no guardar las leyes judías sobre los alimentos? ¿Son bienvenidos a comer las «migajas» que caen de la mesa judía? Las respuestas a ambas preguntas revelan el alcance cada vez mayor de la bienvenida que Dios brinda. Lo que limpia a las personas no es la comida que entra en el hombre, sino el comportamiento que sale de él (15:11). Y los gentiles que se acercan a Cristo con fe reciben lo que desean (15:28).

Las dos historias del pan milagroso ilustran los planes de Dios para un reino multiétnico. Los cinco mil en la primera comida eran israelitas y sobraron doce cestas, una para cada tribu. Por el contrario, la alimentación de los cuatro mil, que ocurre inmediatamente después de que Jesús sanara a la hija de la mujer sirofenicia, sucede en Decápolis, que es un territorio gentil (Marcos 7:31). Aunque Israel come primero, los gentiles también se alimentan. Se provee a los «hijos», pero los «perros» también reciben pan. Esto coincide con el mensaje de Mateo en su totalidad: la misión de Cristo es primero para los judíos (Mateo 10:5-6) y luego para los gentiles (28:19).

Vale la pena mencionar otro lado de esta historia. Jesús es el segundo ejemplo en las Escrituras de un profeta que huye del rey y la reina oficiales de Israel, que se encuentra con una mujer gentil desesperada, que tiene una conversación con ella sobre la comida, y que sana a su hijo. En el caso de Elías (1 Reyes 17:7-24), la mujer da alimento al profeta. Pero el Pan de Vida es diferente: Él mismo provee la comida, y no solo para una persona (o grupo de personas), sino para miles de personas hambrientas y, en efecto, para todo el mundo.

Andrew Wilson es pastor y maestro en King's Church London y autor de God of All Things . Síguelo en Twitter @AJWTheology.

Traducido por Sergio Salazar

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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Theology

Philip Yancey: Seguimos viviendo con miedo, seguimos necesitando la sublime gracia

En una época de divisiones políticas, el popular autor anima a sus hermanos creyentes a «recordar por qué estamos aquí».

Christianity Today August 12, 2021
Randal Olsson / via Religion News Service

Cuando se mudó por primera vez a las Montañas Rocallosas a principios de la década de 1990, Philip Yancey, conferencista y autor de éxitos editoriales, se propuso el objetivo de escalar las 58 cimas de Colorado que superan los cuatro mil metros de altura.

Ahora, con 71 años, Yancey ha cumplido ese objetivo. Él y su esposa, Janet, siguen disfrutando el senderismo y el alpinismo. Pero su enfoque ha cambiado.

«Hemos pasado de intentar alcanzar las cumbres a disfrutar de las flores silvestres que hay en el camino», dijo Yancey. «Quizá eso sea parte del proceso de madurar».

Muchos tal vez conozcan a Yancey por su famoso libro de 1997 What’s So Amazing About Grace [publicado en español como Gracia divina vs. condena humana], una mirada a las enseñanzas cristianas sobre el perdón y sobre cómo la gracia se manifiesta en la vida de las personas. Se acaba de publicar un nuevo plan de estudio bíblico basado en el libro (con videos en inglés), con una actualización de las historias y una serie de charlas de Yancey. Una nueva autobiografía de Yancey, titulada Where the Light Fell [Donde cayó la luz], está programada para publicación en otoño de este año.

Los libros de Yancey, que incluyen Dónde está Dios cuando duele, El Jesús que nunca conocí, Una iglesia, ¿para qué?: Mi peregrinaje personal y Encuentre a Dios en lugares inesperados, han vendido millones de copias desde 1970, atrayendo a los lectores hacia sus profundas reflexiones acerca de la vida cristiana. Dichas reflexiones abarcan su largo proceso de crecimiento espiritual, tras haber crecido en una iglesia fundamentalista cerca de Atlanta que solo aceptaba la versión King James de la Biblia [para los lectores hispanohablantes sería algo similar a la versión Reina Valera más tradicional], y que a menudo veía el mundo exterior con miedo.

Casi veinticinco años después de que se publicara por primera vez Gracia divina vs. condena humana, su mensaje sigue siendo relevante, dijo Yancey.

«Todos hemos entendido que, si hay un momento para el mensaje de la gracia, ese momento es ahora», dijo. «Estamos en un país muy dividido, y la iglesia no ha sido de ayuda en todo esto».

El escritor Bob Smietana, de Religion News Service, habló recientemente con Yancey a través de Zoom. Esta entrevista se ha editado por motivos de longitud y claridad.

¿En qué piensa usted que se está equivocando ahora mismo la gente con respecto a la gracia?

En el libro utilicé el término »falta de gracia». A mí me parece que la «falta de gracia» siempre está presente de formas distintas. Cuando era pequeño, en la iglesia en la que crecí, fundamentalista, rígida, legalista y en la que todo era azufre del fuego del infierno, la falta de gracia consistía más que nada en la conducta. Teníamos todas esas reglas: no ir a piscinas mixtas, no ir a jugar a los bolos, no ir a bailar, no ir al cine… todo eso. Era una forma de ausencia de gracia con la que me encontré en la adolescencia y la infancia.

Y después cambió. Ahora tiene un cariz político, donde la falta de gracia está dirigida más bien hacia cómo tratas a la gente que no está de acuerdo contigo. Porque la política es un deporte de contrincantes. Y en cuanto te involucras, la tentación es jugar a los juegos de poder.

¿Qué piensa usted que impide que la gente crea en la gracia, y que se la ofrezca a los demás?

Sigo volviendo a la palabra «miedo». En el movimiento evangélico en el que crecí estaba el miedo al infierno, por supuesto. Y miedo al mundo. Y después, miedo a que fuera elegido un presidente católico, y a John Kennedy, y miedo a la serie Dejados atrás, miedo a los homosexuales, miedo al humanismo secular, miedo al comunismo.

Sin embargo, seguimos viviendo en esa especie de entorno basado en el miedo. Me parece que es una especie de error trágico de nuestro movimiento.

¿Qué le sorprende a usted en estos días?

A menudo me acuerdo del sentido del humor de Dios. Teníamos un comedero para pájaros en el exterior de nuestra casa y alrededor de él se desarrolló todo un ecosistema. Las leyes de la naturaleza son bastante sólidas. Se reducen a esto: los animales grandes se comen a los pequeños. Sin embargo, en nuestro comedero había dos excepciones a esta regla: una mofeta [zorrillo] y un puercoespín.

Cuando observas a estos animales, notas que son realmente hermosos, son impresionantes obras de arte. Pero también son bastante cómicos. Me encanta ese aspecto de Dios. Nunca había pensado que Dios tuviera sentido del humor, pero sin duda el mundo animal lo muestra.

Si pudiera hablar a los líderes evangélicos ahora mismo o a los feligreses que están en las bancas de la iglesia, ¿qué les diría?

Volvería al precioso discurso en el libro de Juan en los capítulos 13 al 17, que son las últimas horas de Jesús con sus discípulos. Ahí, Jesús les explica todo de nuevo. Y hasta este punto ellos aún no han demostrado nada. De hecho, han demostrado que no se puede confiar en ellos. Y entonces, ¿qué hizo él? Les lavó los pies. Y les dijo que esa debía ser su actitud con el mundo. Ustedes son siervos, no líderes. Después les dijo que se les debía conocer por su amor. Y por su unidad. Estas tres cosas.

No obstante, a menudo la iglesia parece estar más interesada en «limpiar» la sociedad, en regresar al prístino Estados Unidos de los años cincuenta. Ese es el mito que tenemos: que estamos haciendo que nuestro país vuelva a ser puro, que lo estamos limpiando.

Jesús vivió bajo el Imperio romano, Pablo vivió bajo el Imperio romano, que moralmente era muchísimo peor que cualquier cosa que esté sucediendo en los Estados Unidos. Ellos no dijeron una palabra acerca de limpiar el Imperio romano, ni una palabra. Simplemente lo ignoraron.

Entonces, ¿por qué estamos aquí? Estamos aquí para formar la clase de comunidad que hace que la gente diga: «Oh, eso era lo que Dios tenía en mente». Estamos aquí para formar asentamientos pioneros del reino de Dios, como propone N. T. Wright. Se trata de demostrarle al mundo de qué se trata todo este experimento del ser humano.

Recordemos por qué estamos aquí. Nosotros amamos a las personas, les servimos y les mostramos por qué el camino de Dios es mejor. Concentrémonos en eso en vez de intentar derribar, rechazar o denigrar a las personas de una u otra manera. Estamos aquí para traer placer a Dios, y creo que lo logramos al vivir del modo en que el Hijo de Dios nos enseñó a hacerlo mientras estaba en la tierra.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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Tener poliomielitis era un privilegio, no un castigo

Cómo un pasaje del evangelio de Juan transformó mi perspectiva sobre Dios y el sufrimiento.

Christianity Today August 9, 2021
Tyler Northrup

Al crecer, estaba enojada con Dios. Para mí, era desalmado o distante, si es que siquiera existía. De cualquier forma, no quería tener nada que ver con él.

Mi historia comienza en India, donde contraje polio antes de recibir la vacuna cuando era bebé. Por error, los médicos me dieron cortisona para bajar mi fiebre alta, permitiendo que el virus se extendiera por todo mi cuerpo, lo que me dejó paralizada en cuestión de días. Los médicos alentaron a mis padres a salir de la India en busca de mejor atención médica, así que nos mudamos a Inglaterra y luego a Canadá. Mi primera cirugía fue a los dos años y pasé por un total de 21 cirugías importantes durante mi niñez. No aprendí a caminar sino hasta que tenía siete años.

Lo que en aquel entonces era el Hospital Shriners para Niños Lisiados en Montreal fue para mí como un segundo hogar. Mis estancias allí se extendieron durante meses en varias ocasiones, una de las cuales se extendió por nueve meses, en los que estuve en una escayola de yeso corporal. Aproximadamente una docena de otras niñas vivían en la misma sección del hospital. Solo podíamos ver a nuestras familias los fines de semana durante las breves horas de visita.

Sin padres alrededor para guiarnos, crecimos solas, inventando nuestras propias reglas y suposiciones sobre la vida. Aprendimos a hacer lo que nos pidieran las enfermeras, todo con tal de no recibir comida fría, el último baño de esponja, o que nos dejaran de hablar. Como no había nadie que escuchara nuestras quejas, todas aprendimos a reprimir nuestros sentimientos y a hacer lo que se nos decía.

Una oportunidad a Dios

Recuerdo vívidamente a mi amiga Belva, una de las pocas chicas de la sala que podía moverse y que jugaba a las Barbies conmigo en mi cama. Un día se enfermó y permaneció así durante algunas semanas. Luego, desapareció de repente. Al día siguiente, sacaron sus cosas de su mesita de noche y rehicieron su cama. Cuando pregunté dónde estaba Belva, me dijeron con dureza que me ocupara de mis propios asuntos. Nadie volvió a mencionarla. Quizás era demasiado joven para entender lo que había sucedido, pero la pérdida me endureció por dentro.

La vida fuera del hospital era aún más dura. Los niños se burlaban de mi pronunciada cojera, imitando mi forma de caminar. Mis compañeros de clase me acosaban con frecuencia. Una vez, un grupo de niños me arrojó piedras hasta que me derribaron mientras me llamaban «lisiada». Me acostumbré a esa palabra.

En cuarto grado, finalmente hice una buena amiga. Una tarde, accidentalmente la escuché hablar con la maestra sobre mí. «¿Tengo que quedarme con Vaneetha en la excursión?» Ella susurró. «No quiero empujarla en la silla de ruedas o caminar lentamente con ella todo el día. ¿No puede alguien más ser su amigo por una vez?».

Después de eso, procuré mantener mi distancia de los demás, hasta que descubrí A Christmas Carol [Un cuento de Navidad] de Charles Dickens y noté cómo todos amaban a Tiny Tim, el pobre chico «lisiado». Cuando estaba alegre y sin quejas, la gente me elogiaba, al igual que a Tiny Tim. Muy pronto se convirtió en el nuevo rostro de mi personaje. La gente empezó a verme como una niña dulce y valiente, con excepción de mi hermana, la única persona a la que sometía a sarcasmo mordaz y comentarios despectivos. Ella sola soportó la peor parte de mi ira y amargura.

En la escuela secundaria, comencé a asistir a las reuniones de la Comunidad de Atletas Cristianos [Fellowship of Christian Athletes, FCA por sus siglas en inglés] porque todos los chicos populares estaban allí. Una amiga y yo nos sentábamos en la parte de atrás y hablábamos de los chicos. A ninguna de las dos le importaba mucho Dios. Pero un fin de semana ella se fue de retiro y cuando regresó, me dijo emocionada que Dios era real. Indiferente, le pedí que dejara de hablar de Dios.

Pero mi petición no logró mucho. Ella continuó diciéndome lo que estaba aprendiendo acerca de Dios y me preguntaba qué pensaba sobre las reuniones de la FCA. No me importaban los mensajes, apenas si prestaba atención, pero sí me preocupaba que ella se estaba volviendo más popular que yo. Y me preguntaba por qué todos hablaban de Dios como si lo conocieran. Así que una noche, mientras me dormía, simplemente dije: «Dios, si eres real, por favor muéstramelo».

A la mañana siguiente, me desperté y decidí darle una oportunidad a este Dios. Al abrir la Biblia por mi cuenta por primera vez, comencé a leer Levítico, preguntándome qué importancia podría tener ese libro para alguien.

Antes de cerrar la Biblia, le hice una pregunta a Dios: «¿Por qué? ¿Por qué me pasó esto a mí, si es que eres real y se supone que eres bueno?». Volví a abrir la Biblia al azar en Juan 9 y leí: «A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: —Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? —Ni él pecó, ni sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida» (vv. 1-3, NVI).

Me senté en mi cama, sorprendida. Los discípulos estaban haciendo las mismas preguntas que yo. Pero Jesús cambió el enfoque de quién tenía la culpa al propósito para el que servía, lo que significaba que la ceguera del hombre era un privilegio, no un castigo. Parecía que Dios me estaba animando a aceptar mi discapacidad como una oportunidad para que Él mostrara sus obras.

La Biblia finalmente tenía sentido, así que seguí leyendo, ansiosa por ver si había algo más que pudiera ser relevante para mí. La historia de Lázaro me intrigó, y Juan 12:43 trajo mi pecado a la luz cuando Jesús dijo que los fariseos «preferían recibir honores de los hombres más que de parte de Dios». Jesús estaba hablando de mí: la alabanza que recibía con mi acto de Tiny Tim me llenaba el alma. Todo el mundo pensaba que yo era amable y afable.

Pero Dios veía más allá de mi angelical exterior. Me sentí conocida, comprendida y amada incondicionalmente, una combinación que me consoló y a la vez me aterrorizó. Sobrecogida por la emoción y el sentimiento, me arrodillé al lado de mi cama y entregué mi vida a Cristo. Tenía 16 años.

Verdadera sanación

No le conté a mi familia sobre mi conversión porque pensé que no lo entenderían. Aunque había crecido en una familia que iba a la iglesia, nunca había hablado de mis dudas o mi enojo con Dios con nadie, así que asumí que nadie lo sabía.

Fue un momento conmovedor cuando, dos años después, mi madre me pidió que diera mi testimonio a la clase de escuela dominical que ella estaba enseñando. Mientras hablaba, las lágrimas corrían por su rostro, y luego me dijo tres cosas que nunca olvidaré. Primero, ella y mi hermana sabían que había entregado mi vida a Cristo porque yo había cambiado radicalmente. Mi hermana lo notó primero, al ver que mis bromas crueles fueron reemplazadas por amabilidad genuina.

En segundo lugar, mi madre me dijo que cuando contraje polio estaba devastada y se culpaba a sí misma. Preguntándose qué había hecho mal, encontró gran consuelo en ese mismo relato de Juan sobre el hombre ciego de nacimiento.

Y por último, recordó que durante un período de desesperación acerca de mi futuro, sintió que Dios le dijo que me sanaría a los 16 años. Había asumido que esto implicaría una curación física milagrosa, pero mi testimonio le había recordado que la verdadera sanación viene a través de conocer a Cristo.

Esa mañana cuando lo conocí, en realidad no entendí completamente todo lo que Dios me había mostrado. Pero la convicción de que Dios puede usar mi sufrimiento para su gloria me ha sostenido desde entonces. Como adulta, he soportado la pérdida de un hijo pequeño después de que un médico le retiró el medicamento que lo mantenía con vida. Mi salud ha seguido deteriorándose con síndrome pospoliomielítico, el cual podría dejarme tetrapléjica. Perdí un matrimonio de 20 años cuando mi primer esposo me dejó por otra persona.

Aunque le supliqué a Dios que me quitara estas pruebas, Él me ha dado algo inconmensurablemente mayor: el tesoro de su presencia. Con cada dolor en el corazón, Él se acerca aún más, usando mi debilidad para mostrar su fuerza.

Vaneetha Rendall Risner es una escritora que vive en Raleigh, Carolina del Norte. Es la autora de Walking Through Fire: A Memoir of Loss and Redemption.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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History

Confiar nuestras enfermedades a Dios no es una receta para la pasividad

Los primeros estadounidenses dieron testimonio enérgico del sufrimiento corporal. ¿Qué pueden aprender los creyentes de hoy de su ejemplo?

Christianity Today August 9, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: WikiArt / WikiMedia Commons

Sarah Pierpont a menudo se encontraba postrada en cama por una enfermedad. Viviendo en la colonial New Haven en la década de 1750, consideró que era su deber dejar constancia de su dolor y sus lecciones espirituales por escrito. Trató de interpretar su enfermedad a través de su fe y se sintió aun peor cuando su mala salud la dejó sin poder escribir. Pierpont lamentó su debilidad física y espiritual al señalar: «… mi tabernáculo terrenal a menudo tiembla, y ahora parece estar muy tambaleante».

Pierpont encontró consuelo en la misericordia de Dios y quiso dar testimonio de ella de una manera reconocible para aquellos que hoy podrían orar de manera similar. Aun así, su urgencia por escribir sobre su enfermedad podría sorprendernos. Aunque la pandemia cobró mucha atención recientemente, no solemos nombrar la enfermedad como un tema favorito de conversación. Las quejas sobre los dolores y molestias de uno pueden hacer que los oyentes se estremezcan. Alguien demasiado diligente en compartir detalles de una enfermedad corre el riesgo de sonar como Debbie Downer de Saturday Night Live para los oídos contemporáneos.

Sin embargo, esto no era así en el mundo de los protestantes estadounidenses del siglo XVIII, para quienes la escritura era una respuesta importante a la experiencia de la enfermedad. En The Course of God’s Providence: Religion, Health, and the Body in Early America [El curso de la providencia de Dios: La religión, la salud y el cuerpo en los primeros años de Estados Unidos de América], Philippa Koch da vida a los creyentes de esa época que confiaban en la dirección de Dios en sus asuntos terrenales.

Koch sostiene que los protestantes del siglo XVIII mantuvieron la confianza en la providencia de Dios durante la enfermedad de formas muy características. La salud y el sufrimiento son preocupaciones perennes para los cristianos, como Koch observa con perspicacia (y la pandemia actual lo confirma ampliamente). La autora, que enseña estudios religiosos en la Universidad Estatal de Missouri, explora diversas corrientes de investigación en la historia del cuerpo humano y la religión.

Al analizar un período generalmente asociado con la Ilustración y la secularización, Koch cuestiona ciertas suposiciones comunes sobre la forma en que los estadounidenses de la época entendían la enfermedad. La narrativa convencional dice que en el siglo XVII los colonos estadounidenses se sometieron a la enfermedad, atribuyendo sus desgracias corporales a la buena (aunque inescrutable) voluntad de Dios. Sin embargo, apenas un siglo después, bajo la influencia del nuevo pensamiento científico, se habían inclinado hacia la concepción de los cuerpos como máquinas que podían repararse cuando se rompían, lo quisiera Dios o no.

Pero esta narrativa está equivocada en ambos extremos. Koch muestra que la confianza en la providencia no invitaba a la pasividad, sino a una respuesta activa a la bondad de Dios. Asimismo, las ideas que llegaron posteriormente en el siglo XVIII sobre la materia física se mantuvieron arraigadas en la visión providencial.

La narrativa de la enfermedad

El anticuado contraste que Koch refuta (entre un período colonial piadoso seguido abruptamente por una época secular) es cuando menos parcialmente culpable por hacernos creer que los primeros estadounidenses se sometieron pasivamente a la enfermedad. Los malentendidos sobre la predestinación también son culpables. Incluso los colonos más convencidos acerca de la doctrina de la elección no pensaban que la predestinación significaba que los humanos quedaran impotentes en la vida cotidiana. Confiar en la providencia no era una receta para la holgazanería.

Al contrario, según lo muestra Koch, creían que la providencia divina esperaba mucho de la acción humana. La enfermedad era una «oportunidad pedagógica» y los pastores propusieron muchas tareas que los enfermos podrían hacer en respuesta. Para empezar, la enfermedad puede causar el arrepentimiento. Si bien presionar a los enfermos al arrepentimiento puede parecer duro, Koch insiste en que esos llamados a arrepentirse de las faltas personales o comunitarias se recibieron de manera positiva como invitaciones activas para acercarse más a Dios.

El arrepentimiento y la oración tenían un papel importante en la habitación del enfermo, pero la primera orden del día era la reflexión. La principal obligación de la persona enferma era pensar. Los ministros instaban a los enfermos a hacer lo que Koch llama «retrospectiva», una forma particular de considerar el pasado y «su significado en términos de la historia de su vida y la vigilancia de Dios». Pensar, hablar y escribir se mezclaban en un esfuerzo por narrar la enfermedad, un proceso que Koch describe como «una práctica fundamental para los cristianos del siglo XVIII, quienes buscaban organizar e integrar la experiencia física y espiritual del sufrimiento dentro de su historia de vida». Retroceder más allá de las dificultades presentes recordaría ocasiones en las que Dios había provisto para uno mismo, para la familia o incluso para los precursores de la fe presentados en la Biblia. Narrar el dolor personal en el contexto de una perspectiva más amplia alentaba a los que lo sufrían a ver cómo encajaban en la misericordia y el cuidado continuos de Dios.

El argumento de Koch es el hilo conductor a través del libro, pero sus capítulos de rica textura hacen más que establecer la persistencia de la providencia. Ella presenta escritos espirituales de dos ministros bien conocidos, Cotton Mather y John Wesley, y algunos que son menos familiares, como Heinrich Helmuth (un pastor de Filadelfia nacido en Alemania), Richard Allen (fundador de la Iglesia Episcopal Metodista Africana), Absalom Jones (el primer sacerdote episcopal negro de Estados Unidos) y Samuel Urlsperger (que supervisó una comunidad pietista en Ebenezer, Georgia). En capítulos paralelos, Koch estudia los consejos de los ministros sobre salud a la par de las perspectivas de quienes no estaban en el ministerio. La paridad ilumina. Las guías de los clérigos y los diarios de las víctimas reflejaban un entendimiento compartido. La conversación no era simplemente dictada por las élites, sino que fluía en ambos sentidos. Ministros como Mather aconsejaron a los lectores cómo interpretar sus sentimientos, pero estas «palabras sanas» fueron moldeadas por su contacto personal con el sufrimiento, su propia debilidad o su testimonio de la muerte de esposas o hijos.

Esta escritura retrospectiva recíproca, argumenta Koch, «imaginó y creó una comunidad». Los líderes religiosos adaptaron sus enseñanzas sobre la providencia de acuerdo, tanto con las necesidades de sus feligreses, como con los desarrollos intelectuales del siglo XVIII. Las nuevas ideas sobre la salud y la medicina orientaron las respuestas a las epidemias coloniales, desde la viruela en Boston en 1721 hasta la fiebre amarilla de Filadelfia en 1793, pero la comprensión científica predominante del cuerpo todavía estaba formada por opiniones consensuadas sobre la providencia.

Para ilustrar este pensamiento providencial persistente, Koch dedica un capítulo al consejo sobre el nacimiento y la maternidad. Desafortunadamente, la autora presenta sus argumentos casi de forma defensiva sobre este enfoque: «La maternidad no es un enfoque típico de la investigación intelectual sobre temas como la providencia, la Ilustración y la secularización; sin embargo, la maternidad es un fenómeno humano generalizado y significativo, profundamente considerado en el pensamiento cristiano y la experiencia vivida».

La primera mitad de esa oración merece un matiz de triunfo aún más rico, ya que la autora, al localizar un punto ciego en el ámbito académico, demuestra nuestra necesidad de su análisis. Pero la segunda mitad subraya lo absurdo de ese punto ciego. Que Koch se sienta obligada a afirmar el estatus de la maternidad como «un fenómeno humano importante y significativo» sería casi gracioso si su ausencia en las discusiones sobre «la providencia, la ilustración y la secularización» no fuera tan escandalosa. Finalmente, la maternidad es la precondición para la existencia de todos. Al menos en el «pensamiento cristiano y la experiencia vivida», la maternidad ha recibido la debida consideración. Los cristianos han visto el parto y la lactancia como signos, no solo de promesa y amor sacrificial, sino también, dados los peligros asociados con el nacimiento, de la fragilidad de la vida humana.

Koch reconoce acertadamente la maternidad como algo relevante para su investigación. En el siglo XVIII, los «hombres parteros», con modelos corporales más mecanicistas y técnicas más intervencionistas, aparecieron en contraposición a la partería tradicional. No obstante, los debates sobre la salud de la mujer siguieron basándose en opiniones providenciales sobre la naturaleza y la maternidad. Koch aborda temas como el parto y la lactancia, pero dice menos de lo que yo hubiera deseado sobre el embarazo, el cual me parece que es una experiencia que evoca pensamientos de providencia más que ninguna otra.

Mejor «retrospectiva»

The Course of God’s Providence proporciona un análisis perceptivo de la imaginería del mundo en el que los estadounidenses en una época anterior experimentaron la enfermedad y el cuidado de Dios. Los lectores deberían querer entender esto para su beneficio. Pero, por supuesto, como intuye Koch mientras escribe en medio de la pandemia, los lectores también buscan conocimientos sobre sí mismos y su propia era.

La idea que Koch excava del siglo XVIII también es útil para nuestro tiempo. La narrativa es una respuesta necesaria a la enfermedad. Los enfermos, tanto entonces como ahora, podrían aprender a ubicar sus aflicciones inmediatas en un contexto más amplio de fe. Podríamos tratar de comprender el significado del sufrimiento y luego compartir las percepciones extraídas de esa reflexión. Esta práctica es mejor que el ejercicio actual que a menudo se describe como «crear significado», ya que aplica un significado compartido a los caprichos de la vida individual. Reconocer con claridad la salud y los propósitos de Dios es adecuado no solo para las epidemias sino también para el sufrimiento privado, sea este grande o pequeño.

A la mayoría de nosotros nos vendría bien una retrospectiva de la enfermedad. Reflexionar de esta manera sobre cada dolor de garganta o malestar estomacal puede parecer peligrosamente ensimismado, pero también podría cambiar el enfoque de las tristezas propias a la empatía por los demás. Entre las partes más dolorosas de la enfermedad, como ilustra Pierpont, puede estar su poder para silenciar o marginar a quienes la padecen. Escribir puede sacar a los enfermos del aislamiento. Pensar de manera providencial sobre la enfermedad procede de la comunidad y ayuda a reforzar esa comunidad.

La relevancia del argumento de Koch no es solo que los estadounidenses del siglo XVIII podían creer en la providencia, sino lo que hicieron al respecto. Que las voces de este libro arrojen luz positiva sobre situaciones difíciles no parece solo un ejemplo de creencia en la providencia de Dios, sino la puesta en práctica de esa creencia, es decir, la esperanza. Koch menciona la esperanza, pero la esperanza irradia de estos personajes con más frecuencia de lo que se reconoce. La virtud de la esperanza es activa, anclando eventos espantosos en promesas seguras incluso cuando lo bueno es difícil de ver.

Es por eso que la retrospectiva es una respuesta tan saludable. Mirar hacia atrás de esa manera no obliga a los creyentes a abrazar explicaciones simplistas sobre los propósitos de Dios. Pero sí mantiene la bondad constante de Dios directamente a la vista en medio del dolor causado por el sufrimiento corporal.

Agnes R. Howard es profesora de humanidades en Christ College en la Universidad de Valparaiso. Ella es la autora de Showing: What Pregnancy Tells Us about Being Human .

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Las Olimpiadas también se tratan del fracaso

Los sueños olímpicos inspiran a millones de personas a perseguir objetivos que nunca alcanzarán. He aquí por qué eso es algo bueno.

Christianity Today August 6, 2021
Dean Mouhtaropoulos / Getty Images

Todavía recuerdo lo que sentí cuando lo vi por primera vez. Era el año 1984 y los Juegos Olímpicos se celebraban en Los Ángeles. Familias de todo el mundo se reunían en torno a sus brillantes televisores mientras las historias de esfuerzo y victoria inundaban sus hogares.

Yo tenía ocho años y estaba embelesado. El relevo de la antorcha, las ceremonias de apertura, los extraordinarios logros de Carl Lewis, Edwin Moses y Mary Lou Retton; y la sucesión de ceremonias de entrega de medallas en las que se desplegaba la bandera estadounidense y los atletas, con lágrimas en los ojos, cantaban nuestro himno nacional. Todo ello me cautivó. Lo que más me cautivó fue que el equipo masculino de gimnasia de los Estados Unidos ganara la medalla de oro. Mi alma se elevó.

Quizá usted ha visto alguna vez una gaviota en un muelle sobre el océano. Cuando el viento está soplando en la dirección correcta, el ave solo tiene que estirar sus alas y elevarse sobre las corrientes de aire. Eso es lo que sentía. Era un sueño, un anhelo y un vuelo del alma: todo a la vez.

Ese anhelo fue el motor que puso en marcha los vagones del tren de mi vida. Me inspiró a comenzar una carrera en gimnasia. Llenó mi mente de imágenes brillantes cuando me acostaba a dormir. Me sostuvo durante innumerables horas de entrenamiento y una serie de dolorosas lesiones. Me llevó por todo el país e incluso a través de los océanos, ya que me convertí en campeón nacional júnior en la competencia general individual [all-around] y en miembro del equipo nacional. Incluso me llevó a una universidad que de otro modo nunca habría podido pagar, y a un campeonato de la NCAA en mi primer año en la Universidad de Stanford.

Luego, todo se vino abajo. Unos meses antes de las pruebas olímpicas de 1996, me caí de la barra horizontal y me rompí el cuello. En un abrir y cerrar de ojos, mi carrera como gimnasta acabó en fracaso. El daño en mi columna vertebral fue permanente y quedé sentenciado de por vida al dolor crónico.

Como persona de fe, creo que la historia está llena de los propósitos de Dios. El universo es rico en intencionalidad y está impregnado de significado. Como escribe el salmista: «Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos» (Salmo 139:16, NVI). Lo que obliga a hacer la pregunta: ¿Cuál era el objetivo? ¿Cuál fue el propósito de esas miles de horas de entrenamiento y dificultades si solo iban a terminar en una lesión y una decepción? ¿Qué sentido tenía eso?

La misma pregunta me ha venido a la mente al ver los Juegos Olímpicos de Tokio en la televisión. Una vez más, escuchamos historias de victoria en las que todo parecía estar en contra. Sin embargo, son muchas más las historias de fracaso. Muchos atletas ven cómo sus historias pierden el rumbo. Las lesiones y las circunstancias intervienen. Atletas de los que se esperaba que ganaran, incluso que dominaran, se quedan cortos. Y si suena duro llamar a estas situaciones «fracasos», entonces tal vez no hemos reconocido el gran amigo que el fracaso puede ser.

Las Olimpiadas, de hecho, tienen mucho que ver con los fracasos. Ciertamente, inspiran una gran cantidad de ellos.

La gran mayoría de los atletas que acuden a las Olimpiadas no ganan ninguna medalla, y mucho menos una medalla de oro. Muchos de los que ganan una medalla de oro en una prueba también se quedan cortos en otras. Y, por supuesto, la inmensa mayoría de los que luchan por entrar en el equipo olímpico no lo consiguen.

Tomemos como ejemplo la gimnasia femenina. Tan solo en Estados Unidos, millones de chicas practican gimnasia y decenas de miles compiten cada año. Cada cuatro años, seis como máximo llegan al equipo olímpico. Si un millón de niñas ven a Simone Biles o a Suni Lee y se inscriben en clases de gimnasia con sueños olímpicos en el corazón, quizás 999 999 no lograrán ese sueño.

Por supuesto, hay victorias más pequeñas en el camino. Pero incluso esa gimnasta entre un millón que logra su sueño de entrar en el equipo olímpico se familiarizará íntimamente con el fracaso. Aprender nuevas habilidades y nuevas rutinas requiere innumerables fracasos en el camino. Incluso una gimnasta tan dominante como Biles pasará por una sucesión aparentemente interminable de fracasos, y cuando llegue a los Juegos Olímpicos, su historia será probablemente compleja. Todas las gimnastas del equipo de Estados Unidos han pasado por una serie de éxitos y fracasos. Vimos a la gimnasta Jade Carey llorar una noche, y cubrirse de oro a la siguiente.

No se trata de criticar a los atletas. Se trata de que el fracaso es esencial en la vida deportiva. El sueño olímpico anima a decenas y quizás cientos de millones de personas en todo el mundo a perseguir sueños que nunca alcanzarán, pero al luchar por esos sueños, si tienen suerte, se convertirán en lo que están destinados a ser.

He preguntado a numerosos atletas olímpicos sobre sus experiencias. Una cosa en la que coinciden es que para ellos la meta final no eran los Juegos Olímpicos en sí. En realidad, se trataba de las personas en las que se convertirían al luchar por la excelencia. Se trataba, en gran medida, de lo que el fracaso hizo de ellos. La victoria, cuando llegaba, era traicionera. Amenazaba con deshacer lo que el fracaso había logrado. La victoria es más peligrosa para el alma; la derrota, más instructiva.

No se trata simplemente del aforismo secular de que el fracaso nos hace más fuertes. No siempre lo hace. Algunos fracasos son tan devastadores o tan totales que puede ser difícil encontrar una forma de redimirlos. Algunos fracasos nos amargan en lugar de hacernos mejores.

Sin embargo, cuando estamos dispuestos a aprender de sus enseñanzas, el fracaso puede ser lo mejor que nos haya pasado. La Biblia está llena de historias de fracaso. ¿Podrían Abraham y Moisés haberse convertido en ejemplos de fe si no hubieran fracasado? ¿Podría David haber escrito sus salmos? El Maestro de Eclesiastés trató de encontrar un sentido a los afanes del mundo, y nos sentimos bendecidos por la sabiduría que adquirió a través del fracaso. ¿Se habrían convertido Pedro y Pablo en los instrumentos que fueron en las manos de Dios si no hubieran sido humillados por sus fracasos?

En retrospectiva, puedo verlo. El fracaso —los fracasos que sufrí a lo largo de todo el camino, así como el hecho de no lograr formar parte del equipo olímpico debido a una lesión— me ha moldeado tan profundamente que apenas sé quién sería sin él. Me mostró el final de mí mismo. Me enseñó a ser compasivo. Me mostró mis muchos pecados y defectos. Me mostró mi necesidad de una fuerza más allá de la mía. Iluminó la gracia de Dios. En algunos aspectos, el sueño olímpico desempeña un papel similar al de la Ley (Romanos 3:20; 7:7). Como ideal de perfección, inspira el esfuerzo, el fracaso y, en última instancia, el reconocimiento de nuestras propias deficiencias y nuestra total dependencia de Dios.

Al igual que otros atletas, los que llegan a las Olimpiadas y los que no, el propósito de mi carrera en gimnasia nunca fue comprar unos pocos momentos brillantes de gloria con una medalla de oro, sino prepararme para el resto de mi vida. Nunca se trató de convertirme en un campeón. Se trataba de convertirme en un instrumento.

Cuando terminó mi carrera, un gimnasta mayor me dijo: «Has aprendido a destacar en una cosa. Ahora toma todo lo que aprendiste y sobresale en algo distinto». Parecía un consejo útil, y quizá era lo que necesitaba oír en ese momento. Pero aún no estaba preparado para dejar atrás el culto a la victoria.

Ahora, 25 años después —con la perspectiva que esto ofrece— lo diría de otra manera. A los atletas y a todos los que experimentamos el fracaso y la decepción, les diría lo siguiente: Has aprendido a fracasar en comunión con Dios. Ahora ve y fracasa de nuevo, y saluda a tu fracaso como a un amigo. Porque si lo permites, tu fracaso te refinará. Te moldeará más y más a la semejanza de Cristo. Y al asemejarte a Cristo, te convertirás en un instrumento para su gloria y para el bien del mundo.

Timothy Dalrymple es presidente y CEO de Christianity Today. Síguelo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Culture

Layla de la Garza, cantante de música cristiana, habla acerca del poder de la «teología cantada»

A pesar de los estereotipos, podemos demostrar que la alabanza moderna puede mantenerse fiel a la autoridad de las Escrituras y a la verdad del Evangelio.

Christianity Today August 3, 2021
IF: Gathering / Courtesy of Layla de la Garza

Para Layla de la Garza, la música de alabanza ha sido el medio que más la ha acercado a Jesús y a su Palabra.

Tras haber crecido en una iglesia tradicional y conservadora, Layla fue transformada al escuchar la música de adoración del grupo Passion en su adolescencia. Muchos años después, en 2015, conoció a la cantante de música cristiana moderna Christy Nockels, quien se convirtió en su mentora y la invitó a participar en IF:Gathering. Layla ha usado su talento en este ministerio sirviendo como líder de enseñanza y alabanza, multiplicando así el alcance de este ministerio entre la comunidad hispanohablante a nivel internacional.

En su natal Monterrey, ciudad con más de un millón de habitantes al norte de México, algunos no se sienten cómodos con la música de alabanza contemporánea, con sus luces brillantes y escenarios vistosos. Pero en la iglesia VIDAIN, donde Layla y su esposo Diego sirven como parte del equipo pastoral, están comprometidos a demostrar que un alto nivel de producción no significa sacrificar la verdad del Evangelio. Ella también lidera el podcast Notas con Dios , en el cual habla acerca de las diversas formas en que podemos tener un encuentro con Dios en la vida diaria.

CT conversó con Layla acerca de su visión para la iglesia, el papel de las mujeres en la Iglesia en México, y su llamado a la adoración, el ministerio y el cumplimiento de la Gran Comisión.

¿Cómo describirías a la iglesia evangélica en México para gente de otros países?

Los latinos en general somos muy apasionados. Para nosotros son muy importantes las relaciones y crear comunidad. Nuestras relaciones son muy cálidas: nos abrazamos y creamos intimidad fácilmente, incluso con personas que acabamos de conocer. Estas características de la cultura latina están muy presentes en la iglesia evangélica en México.

Es hermoso porque creo que tenemos el potencial de ser como la primera Iglesia que vemos en el libro de Hechos. Debemos ver este potencial y preguntarnos: ¿Hasta dónde nuestro corazón de latinos nos puede llevar a luchar por el otro, a amar al otro? ¿Cómo podemos encaminar esa pasión y ese deseo de estar juntos para hacer comunidad en la iglesia? Porque Dios mismo es comunidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, tres en uno en perfecta comunidad. ¿Cómo podemos llevar esa necesidad de comunidad y convertirla, por ejemplo, en atrevernos a pedir ayuda a otros hermanos? Vemos a nuestro Señor Jesús pidiendo ayuda a sus discípulos: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quédense aquí, y velen conmigo» (Mateo 26:38). Vemos esa humildad y esa autenticidad en Jesús y creo que es algo que la Iglesia en México debe buscar.

Como mujer, ¿enfrentaste dificultades para llegar a ocupar una posición de liderazgo? ¿Cómo se percibe el liderazgo de las mujeres en las iglesias evangélicas en México?

Creo que he sido afortunada al formar parte de iglesias que valoran, honran y enaltecen a las mujeres. He tenido la oportunidad de aprender, de hacer preguntas, de enseñar y de crear. Cuando te rodeas de personas que tienen el mismo corazón que Jesús tiene por las mujeres, inevitablemente experimentarás respeto y honra de una forma muy especial. Tristemente, esto no sucede en muchas iglesias, y México no es la excepción.

Hay mucho espacio para crecer en esta área en América Latina. La iglesia necesita ver a las mujeres, y nosotras mismas necesitamos vernos de la forma en que Dios nos ve. Me gustaría que como mujeres creyéramos y confiáramos en ese diseño especial y único con el que Dios nos creó, y apostemos por invertir nuestras vidas haciendo y siendo lo que fuimos llamadas a hacer. Me gustaría que hubiera más hombres deseando ver a las mujeres de la misma forma en que Jesús las ve.

¿Cómo fue que sentiste el llamado de Dios al ministerio de alabanza y adoración?

Nací y crecí dentro de una familia cristiana en la ciudad de Monterrey. Soy la menor de cinco hermanos y nací justo después de que mi familia pasó por una crisis y un encuentro con el Señor que los llevó a decidir cambiar y realmente seguir a Jesús. Entonces, durante mi infancia, mi familia estaba enamoradísima de Jesús. Orábamos juntos alrededor de la cama todas las noches. También tuve un gran ejemplo al ver a mis papás leyendo y estudiando la Palabra juntos, y crecí viendo a mis hermanos sirviendo a Jesús, y buscando conocerlo en verdad.

Mi mamá siempre me cantaba canciones para Dios, y me animaba mucho, me decía: «Vamos a cantarle a Dios». Recuerdo que siempre me conecté con Dios a través de la música; Dios me llamó desde que era niña. Recuerdo cómo me encerraba en mi cuarto a cantarle a Dios porque me daba pena que me escucharan. Desde los seis años estuve en el coro de niños y cantaba solos. Al crecer, fui descubriendo el gran poder que tiene la alabanza y la adoración, y no solo crecí en mi relación con Jesús a través de la música, sino que aprendí que puedo servir a otros a través de este ministerio en donde puedo declarar las verdades de Dios sobre la vida de las personas que me escuchan. Sé que no tengo la mejor voz, pero al posicionarme bajo la autoridad de Dios, aun mi debilidad puede servir para sus propósitos.

Cuéntame, ¿cómo pasaste del estilo de adoración tradicional que tenía la iglesia de tu infancia al tipo de alabanza que lideras hoy en día?

En la iglesia presbiteriana en la que crecí tenía un grupo de amigos, y todos sentíamos un deseo de alabar y adorar a Dios de una forma distinta. Queríamos levantar las manos, aplaudir y cantarle a Dios con otro tipo de música, pero eso no estaba permitido en esa iglesia. Había una brecha muy grande entre lo que nuestros corazones deseaban y lo que podíamos experimentar. Entonces llegó el momento en que un grupo de jóvenes y nuestro líder de alabanza nos salimos de esa iglesia y formamos otra. Fue así que empezamos a experimentar por nuestra cuenta lo que era cantarle a Dios libremente. Pasábamos horas y horas alabando a Dios. Si era una reunión en la mañana, nos quedábamos adorando a Dios hasta la tarde. Yo tenía 21 años en esa época y fue un periodo que me transformó profundamente.

Es importante aclarar que yo estoy muy agradecida con esa iglesia presbiteriana, porque tuve la oportunidad de ser enseñada en la palabra de Dios y de cantar himnos que estaban muy apegados a la palabra de Dios. Los himnos son teología cantada. Pero también agradezco la libertad que tenemos ahora de experimentar estos momentos íntimos con Dios en los que realmente puedo conectar mi espíritu con su Espíritu. Es muy difícil lograr esto cuando no hay libertad.

Es verdad que los himnos son teología cantada. ¿Crees que hoy en día existe la necesidad de música cristiana que esté mejor anclada en las Escrituras?

Yo creo que sí. Es muy importante que entendamos conceptos bíblicos básicos acerca de quién es Dios, y quiénes somos nosotros en Él. Verdades que no dependen de nuestro estado de ánimo o de nuestros sentimientos. He escuchado canciones que dicen «Dios, no me dejes ir, por favor», cuando como creyentes debemos saber que Él no nos deja ir nunca. Jesús dijo: «…Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20, LBLA). La alabanza tiene un poder único. Al momento en que nuestros labios empiezan a hablar en voz alta o a cantar, algo sucede en nuestro espíritu. Por eso es importante cantar la Palabra, porque declaramos la verdad y nos recuerda acerca de La Verdad (Jesús). El enemigo nos bombardea con mentiras, y necesitamos reemplazar esas mentiras con la verdad. La Palabra de Dios es la verdad.

Algo que amo acerca de dirigir la alabanza es poder ponerme detrás de la Cruz, y ministrar a través de la autoridad que Dios nos da. Primera de Pedro 2:9-10 dice: «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios…». Entonces, cuando yo dirijo la alabanza, me gusta recordar que somos sacerdotes de Dios y que podemos cantar sobre la gente la verdad acerca de Dios. Me posiciono en una actitud de servicio hacia la gente y simplemente dejo que el Espíritu de Dios haga lo que la música no puede hacer. Cuando comprendemos nuestra identidad como sacerdotes de Dios ya no deseamos cantar nada que no sea conforme a las Escrituras. Lo único que anhelamos es exaltar a Jesús.

La iglesia que formó el grupo de jóvenes del que hablabas, ¿es la misma en la que ahora eres líder de alabanza?

No. Pero fue en ese proceso donde el Señor empezó a trabajar de forma muy especial en mi vida. Recuerdo que la pregunta pasaba constantemente por mi cabeza: Esta pasión que siento por Jesús, ¿cómo puedo compartirla con otras personas? Entonces conocí al que ahora es mi esposo. Él me invitó a liderar la alabanza de una iglesia nueva, y me encantó su visión. Él soñaba con una iglesia para los que no van a la iglesia, para los que no les gusta la iglesia: una Iglesia para los de afuera.

Él me explicó algo que yo no había visto antes. Las iglesias gravitan naturalmente hacia hacer las cosas para los de adentro, para los que ya conocen a Jesús o son miembros activos de la iglesia. Muchas veces se nos olvida la gente que aún no conoce a Jesús. Él me retó a no vivir con un evento anual de evangelismo, sino a vivir nuestra vida llevando el Evangelio a los no creyentes, y a formar una iglesia con los ojos abiertos para ver a ese que viene por primera vez. ¿Qué pasa con el que está considerando por primera vez creer en Dios? ¿Qué pasa con el que no conoce la Palabra y está preguntándose si Dios realmente existe, o si debería quitarse la vida esta noche? Mi ahora esposo y yo empezamos a hablar mucho de eso, a ponernos en los zapatos de la gente que todavía no forma parte de la iglesia. Y cuando Dios me dio esa visión, yo ya no pude voltear atrás.

Casi puede parecer que nuestra visión es una locura. Hay quienes van a nuestra iglesia y dicen: «Es una iglesia de locos. Seguramente no predican la Palabra porque tienen luces y tienen pantallas». Si alguien va a nuestra iglesia por primera vez, tal vez le puede parecer muy superficial. Ahora en las iglesias en Estados Unidos es más común tener un buen sistema de audio, pantallas, luces y eso. Sin embargo, muchas iglesias en México no lo tienen. Entonces, el uso de la tecnología más moderna puede confundir a muchos y llevarlos a decir que «estamos diluyendo la Palabra de Dios».

Es verdad que en ciertos círculos existe la idea preconcebida de que una iglesia «moderna» y que usa luces en el servicio de adoración es una iglesia que no tiene un fundamento bíblico sólido. ¿Qué dirías al respecto? ¿Qué hacen ustedes para equilibrar ambas partes?

Mira, creemos que nada tiene que incomodar a las personas cuando llegan a la iglesia sino solo la verdad del evangelio. La verdad de que somos pecadores, que necesitamos arrepentirnos y que necesitamos a un salvador; que ese Salvador es Jesús, quien es Dios mismo que se hizo hombre para dar su vida por nosotros, y que hoy Él está vivo. Todo lo demás es periférico. En todo lo demás que rodea esa base de nuestra fe, nuestro objetivo es remover todos los obstáculos que sea posible para que la gente venga a Cristo.

Y esos obstáculos pueden ser pequeños o grandes. Nosotros ponemos atención hasta en los pequeños detalles: la forma en que recibimos a las personas en la puerta de la iglesia, la temperatura del aire acondicionado y la iluminación. Incluso entendemos que en los servicios de los domingos no podemos cantar horas y horas, porque eso es algo para los creyentes maduros. Alguien que no cree en Dios no puede estar mucho tiempo de pie cantando canciones que jamás había escuchado, a un Dios en el que posiblemente ni siquiera cree aún. Queremos salir de nuestra zona de confort, para que otros puedan sentirse cómodos.

La iglesia se puede disfrutar, y muchas personas jamás han tenido esa experiencia. Mi papá me decía: «¡Qué esperanza que en la iglesia nos pudiéramos reír, o que pudiéramos aplaudir! Yo llegaba a la iglesia y había una placa en el altar que decía “Calle delante de Él toda la Tierra”. Entonces, ¡pues ni hablábamos!». Ahora que mi papá está con nosotros, nos dice que disfruta mucho esta libertad. Creemos que definitivamente hay cosas que pueden sumar a crear ambientes irresistibles en donde la gente pueda realmente conectarse con Dios. Tratamos de quitar todos los obstáculos que sea posible para que la gente pueda acercarse con confianza.

Queremos ponernos en el lugar del otro y ofrecer una iglesia que sea una vía para que muchos vengan a Jesús. Queremos pensar más en los demás y no solo en los de casa. ¿Te imaginas cuánto vale la pena si se está salvando un alma? ¿Si alguien se está acercando a Jesús?

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Los críticos de Simone Biles pasan por alto la historia completa del abuso corporal

Algunos ven a la gimnasta olímpica como una atleta egoísta. Pero su salida de la competencia es un modelo de cómo honrar en lugar de despreciar nuestros cuerpos.

Christianity Today August 2, 2021
Picture Alliance / Contributor / Getty Images

Los Juegos Olímpicos siempre deparan sorpresas, y la primera semana de competencia en Tokio no ha sido la excepción. El martes, Simone Biles, capitana del equipo olímpico de gimnasia femenina de Estados Unidos, y la gimnasta estadounidense más galardonada de todos los tiempos, se retiró de la competencia por equipos tras haber tenido actuaciones poco habituales tanto en su rutina de salto como en la de suelo.

El miércoles, Biles también se retiró de la competencia individual, argumentando la necesidad de prestar atención a su bienestar mental. Con una posibilidad casi garantizada de dominar los juegos, la decisión de Biles es el ejemplo de algo inusual tanto en el deporte de competencia como en la cultura en general: la humildad y el coraje de decir «ya es suficiente».

Aunque muchos apoyaron la decisión de Biles, otros vieron su elección como un fracaso. Algunas voces conservadoras de los medios de comunicación, como Charlie Kirk, Matt Walsh y Jenna Ellis [enlaces en inglés], la consideraron una desertora y equipararon su deseo de priorizar su «salud mental» con una debilidad de carácter o una falta de fortaleza emocional. Llegaron al punto de acusarla de haber fallado a su equipo e incluso a su país. Otros recordaron el valiente salto en la barra de Kerri Strug en 1996, en el que la atleta se sobrepuso a una evidente lesión para realizar un segundo intento y finalmente llevó a su equipo al oro.

Después de todo, ¿no es el objetivo del deporte de competencia llevar el cuerpo humano a sus límites, o más allá de lo que creemos que son sus límites? Incluso el apóstol Pablo invoca la metáfora de someter el cuerpo a una rigurosa disciplina, cuando escribe en Primera de Corintios 9 que «todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. […] Golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado« (vv. 25-27, NVI).

Aunque estamos llamados a disciplinar nuestro ser físico (y también espiritual), llevar el cuerpo humano a sus límites no significa que los límites no existan. Estamos llamados a tener tanto la sabiduría como la humildad de respetar nuestras limitaciones.

Pero usted no sabría esto si se guiara por la cultura general de la Organización de Gimnasia de EE.UU. (USAG, por sus siglas en inglés). Durante décadas, la USAG ha negado deliberadamente tales límites, optando en cambio por tratar a los atletas como desechables, matando de hambre y empujando a los cuerpos de los jóvenes hasta un punto de ruptura, y luego deshaciéndose de ellos cuando ya no son útiles para el objetivo del equipo.

De hecho, fue dentro de esa cultura abusiva donde Strug logró su ahora famoso segundo salto. Fue en esta misma cultura donde los entrenadores de la USAG, Bela y Marta Karolyi, dirigieron su notorio «rancho» (una instalación de entrenamiento oficial cerrada a raíz de acusaciones de abuso) [enlaces en inglés]. Fue esta misma cultura la que entregó a gimnastas vulnerables y doloridas al médico del equipo y pedófilo Larry Nassar. Fue esta misma cultura la que encubrió los abusos de Nassar, permitiéndole seguir agrediendo a cientos de otras jóvenes gimnastas, incluida la propia Biles.

Ha costado décadas, pero la voluntad y la capacidad de Biles de decir no a esa cultura representa un cambio abismal. Como tuiteó la ex atleta olímpica y compañera de equipo de Strug, Dominique Moceanu, «la decisión [de Biles] demuestra que tenemos voz y voto a decidir sobre nuestra propia salud, una voz que nunca sentí que tuviera como atleta olímpica».

En los mismos Juegos Olímpicos que hicieron que Strug pasara a la historia, Moceanu, de catorce años, se golpeó la cabeza en la barra de equilibrio y se cayó. En lugar de ser evaluada inmediatamente por un médico, siguió compitiendo. Mientras tanto, la propia lesión de Strug en la barra de equilibrio pondría fin a su carrera gimnástica a los dieciocho años.

Estas historias contrastan con la de Oksana Chusovitina, la gimnasta uzbeka que fue celebrada la semana pasada por la longevidad de su carrera. Chusovitina se retiró finalmente a la edad de cuarenta y seis años, después de competir en la asombrosa cifra de ocho Juegos Olímpicos. Comenzó en 1992, cinco años antes de que naciera Biles. Y aunque los comentaristas pueden atribuir la longevidad de Chusovitina a su amor y compromiso con la gimnasia artística, me pregunto si la respuesta es mucho más sencilla. Tal vez las gimnastas disfrutarían de carreras más largas si no se abusara de ellas hasta el punto de no poder seguir compitiendo.

Eso es lo que me parece que no ven los críticos de Biles. Poco después de su retirada, la realidad de su historia se hizo más clara, y esa historia es mucho más oscura de lo que sugieren sus detractores.

Al mencionar la necesidad de priorizar su «bienestar mental», Biles mencionó que estaba experimentando episodios de «bloqueo mental», es decir, un fallo en la conexión mente-cuerpo que es esencial para realizar maniobras complejas. La desorientación aérea hace que la gimnasta pierda el sentido de su posición en el aire y pueda causar graves lesiones. También es una condición que puede ser provocada por un estrés y traumatismo extremos, como los que ha soportado la propia Biles.

«El problema de la expresión “salud mental” es que es una abstracción que permite minimizar lo que le ocurrió a Simone Biles y, en cierto modo, de lo que le sigue ocurriendo», escribe Sally Jenkins, columnista del Washington Post. «Hasta el día de hoy, los funcionarios olímpicos estadounidenses siguen traicionándola. Niegan que hayan tenido el deber legal de protegerla a ella y a otras personas del violador y pornógrafo infantil Larry Nassar, y siguen evadiendo la responsabilidad con maniobras judiciales. Para ella, el abuso es un problema vigente».

Digamos la verdad: Simon Biles es una atleta que compite bajo los efectos combinados de un trauma mental, emocional, sexual y físico. El hecho de que su conexión mente-cuerpo haya elegido este momento para fallar no debería sorprender a nadie.

Pero como atleta consumada y mujer madura que es, Biles también entiende el peligro que supone una mente desorientada. En lugar de seguir adelante, tuvo el valor de rechazar una cultura que busca ganar a cualquier precio y decir: «Ya basta».

Lo que es condenable es cómo muchos de nosotros confundimos su humildad y su valor con la humillación, la preservación egoísta o la idolatría al bienestar personal. Ninguno de nosotros puede conocer los motivos de Biles. A menudo ni siquiera entendemos los nuestros. Pero lo que sí podemos observar es la forma en que respondió a las limitaciones humanas en una cultura que habitualmente abusa de ellas. Cuando nos enfrentamos a dilemas similares, ya sea en nuestros trabajos, ministerios o relaciones, también podemos tener la humildad de aceptar nuestra propia fragilidad humana, y el valor de hablar con sinceridad sobre ella.

La encarnación de Cristo nos da un modelo de cómo honrar los mismos cuerpos que tan a menudo despreciamos. En última instancia, fue Su voluntad de aceptar los límites de nuestra carne —la debilidad, la enfermedad, la desorientación— lo que hizo posible nuestra salvación. No debería sorprendernos, pues, que abrazar nuestros propios límites nos lleve también a la libertad y a la vida.

Pablo dice en Filipenses 4:13: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Esa frase se invoca a menudo para celebrar el triunfo de la voluntad, pero podríamos aprender a leerla bajo otra luz, porque en el siguiente versículo, Pablo escribe lo siguiente: «Sin embargo, han hecho bien en participar conmigo en mi angustia».

Si la humildad nos enseña a aceptar nuestros límites, el valor nos libera para compartirlos con los demás. Como resultado, nos permite romper los ciclos de abuso y recibir el cuidado que necesitamos. El miércoles por la noche, después de lo que los críticos consideraron su mayor fracaso, Biles tuiteó: «La avalancha de amor y apoyo que he recibido me ha hecho ver que soy más que la gimnasia y todos mis logros, algo que nunca había creído de verdad».

Que todos tengamos presente lo mismo.

Hannah Anderson es autora de Made for More, All That's Good y Humble Roots: How Humility Grounds and Nourishes Your Soul.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Celebramos a estos atletas olímpicos cristianos de diferentes partes del mundo

Conozca a los hombres y mujeres que priorizan su fe mientras compiten en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.

Christianity Today August 2, 2021
VCG / Getty Images

La Ceremonia de Apertura acaba de comenzar, pero los Juegos de Tokio 2020 ya se sienten extraños. El gobierno japonés tomó la decisión de última hora de prohibir la entrada a los espectadores, y varios atletas tuvieron que abandonar tras dar positivo en la prueba de COVID-19, o bien ponerse en cuarentena por haber estado en contacto estrecho con quienes habían dado positivo.

Al igual que otros atletas olímpicos, los atletas cristianos han hecho sacrificios, han superado crisis de salud mental y se han esforzado al máximo para llegar a los Juegos. Pero han sido capaces de hacerlo con la convicción de saber dónde se encuentra su identidad definitiva. Muchos de ellos también han utilizado su plataforma para compartir la obra de Dios en sus vidas y para retribuir en respuesta a lo que han logrado. A continuación mencionamos a 14 atletas de todo el mundo que actualmente están en Tokio.

Lucas Lautaro Guzmán

Taekwondo (Argentina)

@lucastkd94

En 2012, Sebastián Crismanich se convirtió en el primer argentino en ganar una medalla de oro en taekwondo en los Juegos Olímpicos. Lucas Lautaro Guzmán espera convertirse en el segundo.

En 2019, ganó una medalla de bronce en el Campeonato Mundial de Taekwondo 2019 en la categoría de peso mosca masculino. Su logro ocurrió apenas tres meses después de que su madre falleciera tras una breve batalla contra el cáncer de mama. Aunque la pérdida fue difícil, Guzmán profundizó su fe y hoy dice que tiene mucho que agradecer.

Justo antes del comienzo de los Juegos Olímpicos, Guzmán celebró su cumpleaños número 27 en Kazajstán. En una foto con la descripción «Mi última foto con 26 años», escribió: «No siento que [me merezca] todo lo que estoy viviendo. …No puedo pedirle a Dios nada más, porque me da tanto que estoy más que completo y pleno. A pesar de todo [el éxito] externo que estoy recibiendo, les tengo que confesar que Cristo es lo mejor que me ha pasado. Y no quiero convencerlos de que piensen como yo. Al final, lo que decidimos es útil solo si hay evidencia en nuestras acciones y conducta».

Nicola McDermott

Salto de altura (Australia)

@nicolalmcdermott

«¿Cómo sería la vida entregada al deporte?». Nicola McDermott, especialista en salto de altura, plantea esa pregunta en su biografía de Instagram, y luego continúa con lo que significa vivir una vida buscando darle una respuesta digna a la pregunta. En la pista, McDermott, de 24 años, ganó una medalla de bronce en los Juegos de la Mancomunidad 2018 y estableció un nuevo récord personal el año pasado tras dejar Australia para entrenar en Europa durante la pandemia. Fuera de la pista, cofundó Everlasting Crowns, un ministerio en el que espera ver «compañeros atletas transformados por el amor perfecto de Jesús, plantados en iglesias y discipulados para ser una bendición en cada lugar al que sean enviados» [enlaces en inglés].

«Mi fe es la razón por la que he permanecido en el deporte tanto tiempo», dijo a The Guardian a principios de este año. «La fe es la confianza en las cosas que no hemos visto, ¿cierto? Hoy, para mí, es saltar dos metros. Cuando tenía ocho años, era saltar 1.15 m. Se necesita un poco de fe para creer en eso. Me centré tanto en el deporte hasta los veinte años que pensé que eso era lo que me haría feliz: cuando lograra ser una atleta olímpica, cuando lograra alcanzar algo, entonces sería feliz. Llegué a un nivel en el que tenía todo lo que había soñado, pero seguía insatisfecha. Me di cuenta de que había puesto mi identidad en mi desempeño y en mis logros. La fe para mí fue darme cuenta de que soy amada sin importar mi desempeño; el salto de altura es simplemente una forma de conectarme con Dios».

Ítalo Ferreira

Surf (Brasil)

@italoferreira

El surf hizo su debut en los Juegos Olímpicos y el campeón mundial de 2019, Ítalo Ferreira, ganó la primera medalla de oro masculina. El deportista de 27 años utilizó las redes sociales para alabar a Dios por la victoria, repitiendo el mantra que se llevó a Japón: «di amén que viene el oro». Ferreira dijo que oró estas palabras desde su cama, a partir de las 3 de la mañana, pidiendo a Dios que le ayudara a cumplir su sueño. «¡Y aquí está! Mi nombre en la historia del surf», dijo. Para ganar el oro, Ferreira tuvo que superar condiciones desfavorables, una tormenta que obligó a los surfistas a consolidar las competencias de dos días en uno, y una tabla que se rompió en los primeros minutos de la ronda en la que obtuvo medalla de oro. Entre lágrimas, continuó: «He entrenado mucho en los últimos meses y Dios ha hecho realidad mi sueño. Solo a Dios le doy las gracias por darme la oportunidad de hacer lo que me gusta».

Proveniente de un pequeño pueblo del noreste de Brasil, Ferreira ganó su primera competencia de surf dos meses después de que su padre, un hombre que compraba pescado a los pescadores y lo revendía a los restaurantes, le comprara por primera vez una tabla de surf. Cuando Ferreira ascendió rápidamente al mundo del surf de élite, ganó suficiente dinero para comprarle a sus padres una casa en la playa. «El océano tiene mucho peso en mi vida. Empezando por mi padre, que se ganaba la vida con el mar, vendiendo pescado, y yo, haciéndolo con el surf», dijo Ferreira en un video en el que animaba a profundizar la conversación acerca del océano. «¿Un futuro sin océano? Sería terrible. Creo que el océano es un regalo especial de Dios para la gente».

Charles Fernández

Pentatlón moderno (Guatemala)

@charlesfernandez_5

Cuando Charles Fernández tenía siete años, su familia se trasladó de Estados Unidos al país natal de su padre, Guatemala, para servir como misioneros. Años antes de que naciera su hijo, Carlos Fernández competía en el pentatlón moderno, que consiste en esgrima, natación de estilo libre, salto ecuestre y una prueba combinada de tiro con pistola y carrera campo a través. Carlos y su esposa, Esther, actualmente dirigen un ministerio en las montañas a las afueras de Antigua, Guatemala, sirviendo a la comunidad maya de los alrededores.

Después de competir en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 cuando tenía 20 años, en los cuales quedó en el puesto número quince, Fernández ganó los Juegos Panamericanos en 2019. «Al volver a mi país con dos medallas, definitivamente es una enorme bendición poder compartir estos momentos con personas que luchan todos los días por salir de la pobreza y darles la esperanza de Cristo», dijo Fernández tras ganar dos eventos regionales en 2018. «Por eso hago lo que hago, para ser una luz de Cristo para las naciones en este deporte». Durante toda la pandemia, Fernández, que también se considera trabajador social, ha viajado entre Estados Unidos y Guatemala para intentar ayudar a sus conciudadanos. «Mi objetivo como atleta es llevarles esperanza, mostrarles que todo es posible cuando se trabaja con esfuerzo», dijo [enlace en español] en una entrevista el año pasado. «Las dos formas en las que apoyo al país (socialmente y a través del deporte) son diferentes, pero gracias a Dios se complementan de una forma muy especial. Esta es la razón y la motivación detrás de lo que hago en los Juegos Olímpicos».

Jonatan Christie

Bádminton (Indonesia)

@jonatanchristieofficial

Ningún país tiene una población musulmana más grande que Indonesia. Pero uno de sus atletas más queridos es un jugador de bádminton de 23 años que ama a Jesús. Esta es una de las razones: en 2018, cinco años después de que Christie ganara su título internacional sénior a los 15 años, prometió a Dios que si llegaba a la final de individuales/singles masculinos de bádminton en los Juegos Asiáticos 2018, donaría la mitad del pago. Unas semanas atrás, un terremoto había sacudió la isla de Lombok, cobrando la vida de más de quinientas personas y desplazando a cerca de medio millón.

Christie ganó los Juegos Asiáticos, y luego pagó la reconstrucción de una escuela y dos mezquitas, con la esperanza de que su gesto ayudara a unir al país. A pesar de estos reconocimientos, Christie sigue siendo humilde. «No soy un hombre perfecto. Estoy lejos de ser una buena persona. Creo que no soy alguien que pueda ser un buen modelo a seguir porque yo mismo sigo luchando con muchos pecados», dijo Christie, quien actualmente ocupa el séptimo puesto en el ranking mundial, a principios de este año [enlace en indonesio]. «He aprendido mucho de la gente que me rodea sobre cómo caminar en comunión con Dios. Mi vida espiritual no está libre de problemas. Seguir a Jesús no siempre significa que todo vaya a estar bien. Todavía tengo que enfrentar muchas pruebas. Pero para mí, sean cuales sean las pruebas que Dios permita que enfrentemos, debemos seguir aprendiendo y creciendo. Si logramos superar un problema de la mano de Dios, debe abrirse una puerta nueva para que logremos ser más maduros a la hora de afrontar nuestros problemas».

Raelin D’Alie

Baloncesto 3×3 (Italia)

@rmdalie11

Raelin D’Alie mide 1.63 m y creció en Racine, Wisconsin. Pero en las próximas semanas representará a Italia como miembro de su equipo de baloncesto femenino de tres contra tres. La atleta de 33 años, que ha representado a Italia durante los últimos diez años, fue quien sumó el punto que clasificó al equipo para los Juegos Olímpicos tras empezar el partido 0-9.

El año pasado, la temporada de D’Alie con el Virtus Bologna fue suspendida debido a la pandemia. «Soy una persona de fe, así que mi respuesta al sufrimiento es orar y cantarle a Dios. Le dije a mi compañera de cuarto: “Este es un golpe muy duro para Italia”. Y oramos que Dios pudiera usar ese momento para darles también una de las mayores alegrías que hayan experimentado en un periodo corto de tiempo», dijo a The Journal Times. «Sé que Italia está muy orgullosa de que vayamos a los Juegos Olímpicos, y realmente espero hacer algo increíblemente especial para Italia, sobre todo por el sufrimiento por el que ha pasado durante los últimos 18 meses».

Yohan Blake

Atletismo (Jamaica)

@yohanblake

Usain Bolt no estará presente en estos Juegos Olímpicos, pero su compañero de entrenamiento de muchos años, Yohan Blake, sí competirá. En 2012, Blake terminó detrás de Bolt en las carreras de velocidad de cien y doscientos metros, y junto con otros dos compañeros jamaicanos, se llevaron el oro en los relevos 4×100 m. En 2016, alcanzaron el mismo resultado. Más allá de sus objetivos en el deporte, Blake aspira a ayudar a la gente. Según la biografía en su sitio web, él «se ve a sí mismo como puesto en la tierra por Dios para ayudar y cuidar de las ovejas como un pastor amoroso. Esa mentalidad lo ha convertido en la persona amable y sacrificial que es hoy. Un hombre que cree en nutrir a la juventud porque ellos son el futuro, y un hombre que ama y que ama amar».

Blake, cuya presencia en las redes sociales alterna versículos bíblicos y anuncios de su nuevo sitio web, competirá en los 100 metros masculinos.

Odunayo Adekuoroye

Lucha (Nigeria)

Solo una atleta nigeriana ha ganado una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. La luchadora Odunayo Adekuoroye cree que ella «definitivamente» será la segunda. «Creo que, por la gracia especial de Dios, es mi momento de brillar», dijo a principios de julio. «Así que definitivamente traeré el oro a Nigeria por Su gracia».

Adekuoroye creció en el suroeste de Nigeria y cuando era niña vendía productos en las calles. Primero se interesó en el atletismo, pero su deseo de viajar la alentó a practicar la lucha, una decisión que al principio sus padres no apoyaron. De adolescente, Adekuoroye les escondió su afición. Cuando descubrieron que había estado practicando la lucha a sus espaldas se resistieron, pero finalmente cedieron cuando su entrenadora ofreció pagar sus estudios y que viviera con ella. Su carrera ha transformado la situación económica de su familia: Adekuoroye pudo comprar un auto para su padre y abrir una tienda para su madre. «La lucha me dio fama, me sacó de la pobreza y me dio un nombre. Antes no teníamos nada en casa, pero cuando empecé a ganar dinero, aunque ahora no seamos ricos, estamos cómodos», dijo el año pasado.

Adekuoroye ha ganado dos veces los Juegos de la Mancomunidad y llegó a los cuartos de final en Río. «Como cristiana, creo en el principio de trabajar y orar como lo indica la Biblia», dijo antes de una competencia en 2015. «Y mis entrenadores y yo estamos trabajando, así que ahora solo queda que el pueblo nigeriano ore por el equipo».

Nick Willis

Atletismo (Nueva Zelanda)

@willisnick

Después de cuatro Juegos Olímpicos, el neozelandés Nick Willis regresó por el quinto. «No lo digo para alardear o presumir, pero simplemente me asombra ser capaz de hacer una carrera de dos horas y terminar sintiendo que fue un trote de diez minutos. Estar así de en forma es una experiencia única que pocos en el mundo pueden entender», tuiteó en 2019. «A veces quiero retirarme, pero Dios me ha dado este don, ¡así que correré y correré!».

¡Y vaya que ha corrido! Willis ganó dos veces medallas olímpicas para Nueva Zelanda en carreras de 1500 m: medalla de plata en 2008 en Beijing y de bronce en 2016 en Río. A pesar de representar a un país de Oceanía, Willis vive al otro lado del mundo desde que se mudó para asistir a la Universidad de Michigan. Fue allí donde, alentado por su hermano, se involucró en la organización Atletas en Acción [Athletes in Action] y se reencontró con la fe de su infancia, lo cual lo ayudó a sobrellevar la tristeza que todavía sentía por haber perdido a su madre a temprana edad. «Algo comenzó a tocar mi corazón, y me decía que mi mamá estaba mirando mi vida desde el cielo. Traté de combatirlo con más bebidas alcohólicas y noches de fiesta, pero el llamado en mi corazón se hizo cada vez más fuerte», escribió. «Llegó un momento en que ya no era posible negarlo. Sabía que Dios me estaba buscando, y que lo había estado haciendo por muchos años. Finalmente, decidí dejar de huir de Él».

Willis ha convertido su atletismo en casi una forma de adoración, como sugiere una conversación que relató en un tuit hace varios años:

—Papá, ¿por qué siempre corres?

—Porque le agradezco a Dios por darme piernas veloces.

—¿Sientes su poder en tus piernas cuando corres?

—Supongo que sí, ¡sí!

Wayde Van Niekerk

Atletismo (Sudáfrica)

@waydedreamer

Cuando Wayde Van Niekerk ganó la carrera de velocidad de 400 metros en Río y batió el récord de Michael Johnson, abrió inmediatamente la boca y alabó a Dios. «He soñado con esto desde que era un niño», dijo a la BBC. «Lo único que puedo hacer ahora es alabar a Dios. Me arrodillé todos los días y le dije al Señor que me cuidara a cada paso, le pedí al Señor que me llevara a través de la carrera y me siento realmente bendecido por esta oportunidad».

Al año siguiente, Van Niekerk volvió a dar gracias a Dios tras ganar una medalla de oro en los Campeonatos Mundiales de la IAAF . Pero el corredor sudafricano casi no ha competido desde entonces, tras romperse el ligamento cruzado anterior en un evento benéfico de rugby. Sin embargo, su fe no parece haber flaqueado. En sus publicaciones en Twitter e Instagram se pueden ver muchos versículos bíblicos. «Sé valiente en el Señor», tuiteó en un anuncio de una carrera reciente. En otro: «El amor fiel del Señor me sostiene».

An Baul

Judo (Corea del Sur)

@anbaul

Antes de entrar en su combate por la medalla de oro en Río, Baul An oró [enlaces en coreano]. «No oré que An Baul ganara la medalla de oro. Solo oré que hiciera lo mejor posible y que consiguiera volver a casa sin remordimientos. … Aunque no sean los Juegos Olímpicos, suelo orar así antes de cada combate». Campeón del mundo en 2015 y favorito a las medallas en 2016, An fue derrotado por el italiano Fabio Basile, quien había clasificado en el puesto 29 de su categoría de peso.

¿Le gustaría orar por el judoca surcoreano en estos Juegos Olímpicos? Estas son sus peticiones de oración: «Espero terminar bien el combate con todo el apoyo de los demás. Por favor, ore por nuestra seguridad y salud durante los Juegos, para que podamos hacerlo así de bien como practicamos, sin remordimientos».

Latisha (Yung-jan) Chan

Tenis (Taiwán)

@latishayjchan

Latisha Chan y su hermana mayor Chan Hao-ching jugarán por segunda vez consecutiva en los Juegos Olímpicos para intentar superar los cuartos de final, instancia en la que perdieron en 2016. Las hermanas, que actualmente ocupan el puesto veintiuno del mundo, fueron eliminadas en cuartos de final tanto en el Abierto de Francia como en Wimbledon a principios de este verano. Como jugadora de dobles femeninos y mixtos, Chan ha ganado casi tres docenas de torneos, que incluyen el US Open de 2017 junto a Martina Hingis y el Abierto de Francia de 2018, el Abierto de Francia de 2019 y el Campeonato de Wimbledon de 2019 con Ivan Dodig.

En 2015, Latisha, su hermana y su madre se bautizaron juntas. Para hacer frente a la presión, Chan suele buscar un rincón tranquilo, poner música y orar. «La mayoría de mis oraciones a nuestro Padre celestial no son para ganar los partidos, sino para pedirle su guía», dijo [enlace en chino] en 2017. «Oro para que no nos lesionemos y para que tengamos un buen partido. También para que, independientemente del resultado final, seamos capaces de aceptarlo y de tener una actitud humilde durante el proceso».

Cherelle Thompson

Natación (Trinidad y Tobago)

@cher_ellet

Cherelle Thompson quería formar parte del equipo olímpico el año pasado. Pero, como bien saben sus compañeros atletas, las cosas no siempre salen según lo planeado. Al no poder ingresar a una piscina durante los primeros meses de la pandemia del año pasado, Thompson reconoció su necesidad de aferrarse a su fe durante este tiempo. «Reconozco mi visión limitada de la vida y de mi futuro, y se la entrego a Él, por su soberanía y porque sé que Él cuida bien de los suyos», escribió. «Por mucho que me guste tener el control de todos los detalles y saber cómo va a ser cada paso, estoy confiando en Dios entregándole mi futuro. No estoy renunciando a la esperanza (de todo lo que quiero lograr), pero le estoy transfiriendo la autoridad sobre las áreas de mi vida que creía tener bajo control».

Ahora, de vuelta a la piscina, la joven de 29 años clasificó para los Juegos Olímpicos la última semana de junio y competirá en los 50 metros libres femeninos.

Joshua Cheptegei

Atletismo (Uganda)

@joshuacheptegei

En 2017, Joshua Cheptegei elogió en Twitter los logros del condecorado corredor de fondo Mo Farah. Entonces, un aficionado le respondió: «Joshua, ahora te toca ser campeón». Cheptegei aceptó la afirmación. «Solo mira al espacio, DIOS me tiene reservadas muchas medallas de oro, ÉL me fortalecerá, soy el guerrero del Señor», tuiteó.

En 2020, Cheptegei estableció el récord mundial de los 5 000 y 10 000 metros. A pesar de este éxito, el corredor ugandés conoce bien lo que es el fracaso.

Cuando Uganda organizó los Campeonatos Mundiales de Campo a Través de 2017, Cheptegei era la mejor opción del país anfitrión para conseguir el oro. Apenas cuatro meses antes de que publicara ese tuit, Cheptegei estaba a punto de ganar la carrera de 10 kilómetros sénior. Pero en su última vuelta, ante el público local, redujo su velocidad hasta el punto de ocupar el 30º puesto, una derrota que le dejó tan deprimido que intentó evitar a la gente durante semanas. Hoy en día, utiliza su voz para abogar contra la mutilación genital femenina.

Simone Manuel

Natación (Estados Unidos)

@swimone

En 2016, Simone Manuel se llevó cuatro medallas olímpicas, dos de oro y dos de plata: ganó el oro en los 100 metros libres y en los relevos 4 x 100 estilos. Se llevó la plata como parte de los relevos 4 x 100 metros libres y en la prueba de 50 metros libres. La cocapitana del equipo de natación, de 24 años, volverá a los Juegos Olímpicos este año, pero le costó llegar a ellos.

Durante meses, Manuel se vio afectada por el sobrentrenamiento, lo cual la dejó mentalmente deprimida y físicamente agotada, y que obligó a su médico a ordenarle que dejara de hacer ejercicio durante tres semanas en marzo de este año. En las pruebas olímpicas de junio, no logró clasificar para la final de los 100 metros libres. Pero ahora está en Tokio tras clasificar en los 50 metros libres. «Tuve que tomarme un momento para alabar a Dios», dijo Manuel a NBC Sports después de ganar esa carrera y asegurar su plaza en Tokio. «Quiero decir, este año ha sido difícil, especialmente los dos últimos meses, pero antes de la salida, sentí que era mi momento, y estoy muy agradecida por las bendiciones que Dios me ha dado».

Para la versión en inglés de este artículo se contó con la asistencia en traducción de Maria Fennita, Livia Giselle Seidel y Juhyun Park.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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