Liderar en oración

Max Lucado habla acerca de cómo las buenas oraciones sacuden los cielos y dan forma a la comunidad.

Christianity Today July 29, 2021
Courtesy of Max Lucado

Cuando eres Max Lucado, todo el mundo te pide que ores. En la iglesia. En las fiestas. En los eventos deportivos, los cumpleaños, las reuniones y las inauguraciones. Si lideras una iglesia, sabes cómo se siente. La mayoría de la gente piensa que la oración es un acto solitario, pero para ti es mucho más que eso. Implica ponerse delante de los demás y dirigirse a Dios a nombre de ellos. Significa dar voz a las necesidades y deseos de toda una comunidad. En su último libro, Antes del amén (HarperCollins), Lucado comparte lo que piensa sobre «el poder de una oración sencilla». Queremos saber lo que él ha aprendido acerca de orar en público y liderar a otros en oración.

¿Qué es lo que hace que una oración sea buena?

Una oración no es más que una conversación honesta con Dios. Una buena oración crea la sensación de comunión entre aquel que ora y Aquel que escucha. En nuestro corazón, todos tenemos miedo de quedarnos solos. Desde los mismísimos Adán y Eva escondidos en un arbusto, todos hemos batallado con esta sensación de distancia entre nosotros y Dios. Así que una buena oración restablece la sensación de comunión con Dios. Sabemos que no estamos solos.

En su último libro, usted confiesa ser «débil en la oración». ¿Cómo puede reconocer sus faltas en esta área sin perder la credibilidad a los ojos de la gente a la que lidera?

A menudo la gente da por hecho que todos los líderes de iglesia tienen unas vidas de oración realmente sólidas. Así que siempre es alentador cuando estos reconocen sus luchas en esta área. Y yo en verdad que lucho con ello.

Algunos días estoy muy ocupado. Hoy mismo estoy en uno de esos días. Llegué a casa esta mañana de un viaje que se retrasó. Entonces recordé que mi hija estaba utilizando mi carro, y tuve que buscar a alguien que pudiera traerme a la oficina. El día empezó complicado. Me encantaría poder decir que me levanto temprano cada mañana y tengo un largo y sólido tiempo de oración. Pero no siempre lo hago. Y los días en que no lo hago, no pasa nada.

Pero es un acto de equilibrio. Aunque admito que soy débil en la oración, también digo que me estoy recuperando. Estoy haciendo progresos. Los líderes podemos comunicar que batallamos en ciertas áreas de nuestra vida, pero también que estamos trabajando en ellas. No queremos agobiar a la iglesia con nuestros fracasos. Lo que es saludable para una iglesia, para un grupo, es que el líder diga: «Sí, también estoy luchando con esto. Y esto es lo que he aprendido».

¿Cómo ora públicamente de tal forma que sea de ayuda para los que le escuchan? ¿La oración en público cambia la manera en la que ora?

Sí que lo hace. Orar en beneficio de otros es un gran privilegio que tenemos como pastores. Es un honor ponerse delante de ellos en el nombre de Dios, y pedirle que bendiga, anime y fortalezca a estas personas. Cuando lleguemos al cielo, puede que nos encontremos con que esta fue la mejor parte de todo lo que hicimos.

Esto también nos da la oportunidad de ser un modelo de oración sincera. Jesús fue muy duro con los líderes religiosos que hacían un teatro de sus oraciones. Tenemos la oportunidad de dar forma a una oración honesta y que venga del corazón. Que el Señor nos libre de usar esas oportunidades para orar en público como un tiempo para exhibir nuestra espiritualidad. Cada fin de semana digo: «Señor, perdona a este que va a hablar. Sus pecados son muchos». Lo hago de corazón. Y a lo largo de los años la gente ha dicho: «El hecho de que usted esté dispuesto a reconocer esto antes de predicar hace que tenga más ganas de escucharlo».

Todos pasamos por momentos en los que no nos sentimos muy espirituales, o nos sentimos abiertamente desanimados. ¿Cuál es el modo correcto de orar por otras personas cuando uno está en ese lugar?

Me convertí en cristiano cuando estaba en la universidad, y comencé a asistir a la iglesia. Me sorprendió cuando el ministro comenzó un día el sermón orando: «Señor, no me siento muy religioso hoy. Ha sido una semana dura. Pero si puedes usarme para animar a esta iglesia, realmente lo apreciaría». Significó mucho para mí, como joven, escuchar aquello. No sabía que estaba permitido.

Ningún predicador se siente fuerte y justo cada domingo. Este pastor se ganó mi cariño al reconocerlo. Y creo que era el modo apropiado de manejar sus emociones. Lo he hecho unas cuantas veces a lo largo de los años.

Si he de ser sincero, me encanta predicar. Así que cuando me pongo de pie para hacerlo, normalmente me siento bastante entusiasmado, porque de todo lo que conlleva el liderazgo de una iglesia esa es la parte que más me gusta. Pero ha habido ocasiones en las que he dicho: «Señor, tienes que ayudarme hoy, por alguna razón no siento que mi motor esté funcionando correctamente».

¿Hay errores comunes que usted ve que los pastores cometen en la oración pública?

Siempre es un error tratar de impresionar a la gente con tu conocimiento o tu elocuencia en la oración. Sencillamente, no veo que nunca sea el momento de usar la oración para autopromocionarse. Y la gente es muy sensible para detectar la hipocresía de un líder de iglesia. Es como si lo olieran. Realmente desacredita a un ministro, o una ministra, cuando utiliza la oración, de entre todas las cosas, para lucir su espiritualidad.

Lo que podemos hacer es ser modelos de la seriedad y la constancia de la oración, y de su genuina importancia. Cuando la oración es honesta y genuina, vale más de cien sermones sobre la oración. La oración no necesita ser larga, pero sí necesita ser sincera.

¿Puede tener la oración una función similar a la predicación? ¿No solo para comunicarse con Dios, sino también para exponer algo sobre él?

Muchos de los salmos declaran las características de Dios. Declaran su santidad, su fidelidad, y relatan cómo sacó de la cautividad a los hijos de Israel. Así que sí, hay lugar para eso en la oración.

Tenemos un líder en nuestra iglesia que, cuando ora, a menudo reafirma las características de Dios. Al principio me opuse en cierta medida: ¿Por qué está diciendo: «Dios, tú eres fiel. Dios, tú eres bueno. Dios, tú eres amable»? ¡Que comience con las peticiones!. Pero ahora creo que él está haciendo algo muy valioso. Necesitamos que se nos recuerden las características de Dios. «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre», nos enseñó a orar Jesús. Lo que estamos haciendo ahí es declararlo. Nuestra oración no va a hacer a Dios más sagrado ni más santo. Solamente lo declaramos para nuestro corazón, y creo que lo hacemos en la presencia del diablo. El diablo necesita saber que creemos que Dios es santo, y que nosotros estamos de parte de Dios. Así que creo que hay un tiempo de declarar los atributos de Dios en oración.

Todos hemos sido parte de un servicio en el que la oración parece estimular a la gente y unirla. ¿Qué papel juega la oración en la formación de la comunidad de la iglesia?

Hemos visto esta dinámica en nuestra propia congregación. Experimentar el gozo de la oración respondida es una forma maravillosa en que la iglesia se une. Hemos visto el poder de la oración al ir hacia una iniciativa importante.

Ahora mismo estamos tratando de discernir si es el momento para que hagamos algunas mejoras importantes en la iglesia. Los ancianos ya han pasado cuarenta días en oración, y ahora estamos recogiendo datos de lo que va a costar. Llevaremos eso a la iglesia y les diremos que ahora ellos oren durante cuarenta días. Después nos juntaremos y tomaremos una decisión. Presentar las iniciativas importantes en oración es esencial. Cuando la iglesia ora acerca de estas decisiones, eso enseña a los individuos a orar también por sus decisiones personales.

Supongo que, en la mayoría de los contextos, cuando es necesario orar públicamente, la gente le pide a usted que lo haga. Eso es un privilegio. ¿Es también una molestia?

Realmente es un privilegio. Ocurrió hace justo un par de semanas en la inauguración de una casa de nuestro vecindario. Fui más que nada como un vecino. Pero el propietario de la casa nos juntó a todos y dijo: «Eh, gracias por venir a ver nuestra nueva casa. Estamos felices de estar aquí. Y, oigan, aquí está Max. Max, ¿podrías orar por nosotros?». Lo vi como una clara oportunidad.

Los ministros necesitamos sentirnos agradecidos por esas oportunidades. Deberíamos estar agradecidos de que cualquiera nos invite a orar. No te puedes resentir por eso. Incluso en nuestra sociedad, cada vez más secularizada, la gente quiere orar. Quieren hablar con Dios. Tienen algo dentro de ellos que desea conectarse con su creador, sea como sea que lo definan. Así que para nosotros es un gran privilegio como ministros ser llamados a orar y liderar de forma genuina a la gente hacia la presencia de Dios. Aprovechemos cada oportunidad que se nos presente.

Hubo una época en la que iba al hospital y me sentía incómodo preguntándole a un desconocido: «¿Le gustaría que ore por usted?». Pero ahora no lo pienso. Todo el mundo quiere que oremos por ellos. Aunque no nos pidan que lo hagamos, si están en la cama de un hospital, necesitan fortaleza. Y esa es una gran oportunidad.

Muchas veces los nuevos creyentes dudan a la hora de orar. ¿Cómo podemos hacer que los nuevos creyentes comiencen a orar?

Bueno, es a ese público al que me dirijo en este libro, Antes del amén. Es para las personas que luchan con la oración, porque creo que la gente tiene miedo de orar mal, de no tener las palabras correctas para orar, o de decir algo equivocado. Podemos ayudar a la gente a eliminar todos esos miedos. Les hacemos un maravilloso favor al recordarles lo que nuestro Señor Jesús nos enseñó, y es que cuando ores digas solamente: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre».

Comenzamos a hablar a Dios como nuestro padre celestial. Y hay un gran poder al recordar que Dios quiere que le conozcamos como un padre. Un buen padre no se aparta de sus hijos. El simple hecho de avanzar en esa sola verdad hace que muchos crezcan enormemente en la comprensión de la oración.

¿Ha habido ocasiones en las que ha orado públicamente y que, al mirar atrás, dice: «Vaya, esa oración no fue buena»?

Ha habido ocasiones en las que he orado en público muy apasionadamente y al final del día he pensado: Me he dejado llevar en esa oración, ¿verdad?

Después de cada sermón invitamos a la gente a venir al frente para orar. El pasado fin de semana mucha gente pasó al frente, y llenaron los pasillos. Hice una de esas oraciones urgentes levantando las manos al cielo. Suplicaba al Señor: «Por favor, bendice a estas personas. ¡Sana a estas personas!». Fue una oración muy apasionada.

Más tarde me preocupé porque quizá me había dejado llevar. Pero entonces me detuve a pensarlo y me dije que no, que hay un lugar para ello. Está bien hacer oraciones serias, y otras pasionales, y otras fervientes. Todas ellas son bien escuchadas en el cielo.

Mi papel como uno de los ministros de nuestra iglesia es ofrecer oraciones a Dios públicas y fervientes. Es mejor dar la impresión de ser demasiado dramático siendo sincero, que no serlo y dar la impresión de ser hipócrita.

A veces me arrodillo enfrente de la iglesia. Cuando la gente viene al frente para orar, me arrodillo con ellos, porque a veces no sé qué más hacer.

La gente viene a la iglesia con muchísimos problemas, y les decimos: «Traigan sus problemas a Dios y él los ayudará». Realmente es una oferta enorme. Así que yo tengo que decir: «Dios, ahora tú tienes que hacer tu parte. Yo les he dicho que vengan y hablen contigo».

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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