Consuelen a mi pueblo

Una lectura de Adviento para el 6 de diciembre.

Christianity Today December 6, 2021

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Segunda semana de Adviento: Pecado y redención


Juan el Bautista desempeñó un papel crucial en la preparación del pueblo para la venida del Mesías. Esta semana consideramos lo que dicen las Escrituras sobre el propósito de Juan. Reflexionamos acerca de cómo sus enseñanzas sobre el pecado y el arrepentimiento pueden hablar a nuestras propias vidas como discípulos de Cristo.

Lea Isaías 40:1-5

Para comprender mejor este hermoso pasaje, un vistazo a su significado en la comunidad judía puede ayudarnos a entender mejor su contexto e importancia. El pueblo judío de todo el mundo sigue un ciclo de lectura bíblica semanal similar al leccionario cristiano. Las semanas más oscuras del ciclo caen en pleno verano y conducen al Tisha B'Av, el día más triste del calendario judío, el cual conmemora la destrucción del primer y segundo templo de Jerusalén. El Tisha B'Av también recuerda otras numerosas tragedias a lo largo de la historia judía. Es un día de ayuno y luto en el que se lee públicamente el Libro de las Lamentaciones y se pone al descubierto el pecado de Israel delante de Dios.

Pero ahí no acaba la historia. Inmediatamente después del Tisha B'Av, el ciclo de lectura pasa a un periodo de siete semanas de consuelo, que conducen al Rosh Hashanah, el Año Nuevo judío. Isaías 40:1-26 es la lectura designada para la semana después del Tisha B'Av, y ofrece un recordatorio de que el juicio no es la palabra final. Cada año, el pueblo judío atraviesa las tinieblas de la amonestación divina y luego se le recuerda que la gracia y el perdón de Dios son las que prevalecen. Salen de un tiempo de cenizas y desesperanza para entrar en una nueva promesa del amor inquebrantable de Dios.

Isaías escribió durante la expansión del Imperio asirio y la caída del reino de Israel (y finalmente de Judá). Fue una época tumultuosa y trágica, que Isaías pintó con imágenes inquietantes. Sin embargo, Isaías sabía que este no sería el destino final de Israel. Su descripción de la restauración es igualmente visionaria, ya que infunde esperanza y perseverancia a un pueblo asediado por las batallas que dudaba de la presencia de Dios entre ellos.

Las palabras de Isaías apuntan también a la cumbre de la revelación divina en el Nuevo Testamento y al papel desempeñado por Juan el Bautista, quien es identificado como «uno que grita en el desierto» (Mateo 3:3). La afirmación de que el duro servicio de Jerusalén había sido completado y su pecado había sido pagado (Isaías 40:2) se haría realidad un día para todas las naciones, porque Jesús proclamó que todos los pueblos de la tierra ahora están invitados a tener una relación de pacto con Dios.

Los contornos de este nuevo pacto inaugurado por la vida, la muerte y la resurrección de Jesús reflejan el pacto que Israel conocía desde hacía tiempo. Aunque el pecado sigue teniendo consecuencias, el perdón y el compromiso de Dios con su pueblo se renuevan una y otra vez, como las olas que rompen contra la costa. Que en este tiempo nos aferremos al consuelo de la presencia y las promesas de Dios mientras esperamos la plena revelación de su gloria, como profetizó Isaías.

Jen Rosner es profesora asistente afiliada de teología sistemática en el Seminario Teológico Fuller y autora de Finding Messiah: A Journey Into the Jewishness of the Gospel.

Reflexione sobre Isaías 40:1-5. (Opcional: lea también los vv. 6-26)


¿De qué manera el contexto de tragedia y dolor, tanto en la época de Isaías como en el ciclo de lectura de las escrituras judías, enriquece su lectura de este pasaje y el consuelo que ofrece? ¿Cómo podría profundizar su comprensión del propósito que tenía Juan el Bautista?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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El Señor no nos dejará solos

Una lectura de Adviento para el 5 de diciembre.

Christianity Today December 5, 2021

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Segunda semana de Adviento: Pecado y redención


Juan el Bautista desempeñó un papel crucial en la preparación del pueblo para la venida del Mesías. Esta semana consideramos lo que dicen las Escrituras sobre el propósito de Juan. Reflexionamos acerca de cómo sus enseñanzas sobre el pecado y el arrepentimiento pueden hablar a nuestras propias vidas como discípulos de Cristo.

Lea Malaquías 3:1-4

Hoy leeremos el último libro del Antiguo Testamento, justo antes de pasar la página al primer capítulo de Mateo. Los israelitas han regresado del exilio en Babilonia y el templo de Jerusalén ha sido reconstruido, sin embargo, su relación con Dios sigue siendo… complicada.

El Libro de Malaquías está estructurado en torno a una serie de declaraciones hechas por Dios, a las que el pueblo de Israel responde con preguntas y acusaciones. A medida que se desarrollan estos diálogos, el pecado y la rebelión de Israel quedan al descubierto, al igual que el carácter firme del Dios de Israel. Nuestro pasaje del capítulo 3 inicia con la súplica de Israel para que el Dios de toda justicia se manifieste (2:17), y con la promesa de Dios de enviar un mensajero que preparará el camino del Señor (3:1). Después, Dios mismo vendrá al templo. ¡Qué promesa tan esperanzadora! El Dios que ha elegido a los israelitas como su pueblo predilecto finalmente vendrá, demostrando una vez más su compromiso con su pueblo.

Esta esperanza, sin embargo, lleva una punta afilada en el siguiente versículo. Sí, Dios vendrá, pero ¿quién podrá soportar el día de su venida? Dios no les va a dar una palmadita en la espalda a los israelitas por su tibio servicio en el Templo o por negarse a honrar plenamente a Dios. De hecho, el Dios que viene es como el fuego de un refinador y el jabón de un lavandero, que pone a prueba a los israelitas por sus injusticias y su desobediencia rebelde.

Durante el Adviento, mientras esperamos el nacimiento del Mesías y anhelamos que Dios venga de nuevo, el anhelo es palpable. Nuestro mundo está caído y necesitamos un salvador. Pero, al igual que los israelitas, el salvador que esperamos puede no ser exactamente como esperamos. Puede que tampoco nos dé una palmadita en la espalda. Más bien, nuestras fallas quedarán al descubierto, y nosotros también seremos llamados a arrepentirnos y a volvernos de nuestros caminos.

Pero ese es precisamente el punto. Nuestro Dios no es un Dios que nos deja en paz y nos permite seguir siendo como somos. Él es un Dios que nos cambia, y este cambio solo puede producirse a través de un despertar de esas áreas de nuestra vida que necesitan desesperadamente ser reordenadas. Es este reordenamiento, esta apertura a la obra purificadora de Dios, lo que nos acercará a Dios y a ser las personas que estamos destinados a ser.

Que en este tiempo tengamos un corazón abierto para que Dios entre en nuestras vidas, y para aceptar que la forma en que Dios se acerca a nosotros y la manera en que Él obra puede no coincidir exactamente con la forma que habíamos imaginado. En lo que podemos confiar es en la bondad y la dulzura de este gran Dios, el Dios de toda fidelidad, el Dios que no nos dejará solos.

Jen Rosner es profesora asistente afiliada de teología sistemática en el Seminario Teológico Fuller y autora de Finding Messiah: A Journey Into the Jewishness of the Gospel.

Lea Malaquías 3:1-4.

Reflexione sobre el mensaje de estos versículos con respecto a diferentes niveles posibles: su contexto histórico y cultural original, la venida de Juan el Bautista y de Jesús, y el regreso de Cristo. ¿Qué revela esta profecía sobre el carácter y el amor de Dios? Ore con un corazón dispuesto a recibir la obra purificadora de Dios en su vida.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La vida del Evangelio en persona

Una lectura de Adviento para el 4 de diciembre.

Christianity Today December 4, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Primera de Tesalonicenses 3:9-13

¿Alguna vez ha echado mucho de menos a alguien y ha querido volver a verlo? En estos largos y aparentemente interminables meses de pandemia, hay muchos seres queridos a quienes no hemos podido ver, saludar o abrazar en persona. Las llamadas por Zoom y FaceTime simplemente no son suficientes. Deseamos estar en el mismo espacio, en la misma habitación, en el mismo lugar. Anhelamos verlos cara a cara.

El apóstol Pablo también anhelaba ver a los creyentes de Tesalónica en persona. Se alegra de que Timoteo le informa que están representando el Evangelio, viviéndolo en acción, «firmes en el Señor» (3:8). Desea visitarlos en persona, pero por ahora debe contentarse con esta carta. ¿Cuál es su mensaje para ellos? Que las Buenas Nuevas deben vivirse en persona hasta que veamos a Jesús cara a cara. ¿Qué significa esto? Las mismas Buenas Nuevas del amor de Jesús deben «crecer para que se amen más y más unos a otros, y a todos» (v. 12).

Este tipo de amor no es fácil de encarnar en nuestro mundo dividido. Hoy en día, muchos han permitido que los valores mundanos se infiltren y suplanten el amor cristiano y el testimonio del Evangelio. Puede que estemos más divididos que nunca como iglesia.

Este oportuno recordatorio de Pablo de hacer aumentar y desbordar el amor por los demás no es algo que podamos lograr por nosotros mismos. Más bien, Pablo dice: «Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más» (v. 12).

Los efectos del Evangelio son vividos a través de nuestro amor que es como el de Cristo, en especial hacia aquellos que consideramos que están en la categoría de «todos». ¡No podemos afirmar que esperamos ansiosamente ver a Jesús en su Segunda Venida —la consumación de la historia del Evangelio— cuando ni siquiera podemos soportar ver a nuestros hermanos y hermanas en el Señor hoy!

Mientras esperamos el regreso de Jesús, Pablo insta a los creyentes diciéndoles: que «la santidad de ustedes sea intachable» (v. 13) en una sociedad que celebra la transigencia y el pecado. Nuestra anticipación llena de esperanza de la Segunda Venida nos desafía a buscar vivir siempre una vida santa para la gloria de Dios. Esto incluye soportarnos unos a otros y ser pacientes con aquellos con los que no estamos de acuerdo, confiando en el poder de Dios para hacerlo.

Pablo instó a los tesalonicenses a vivir de esta manera a la luz del regreso de Jesús: a dejar que su discipulado presente sea moldeado por su esperanza futura. Al igual que ellos, anhelamos ver a Jesús cara a cara. El Adviento nos recuerda que un día lo veremos. Que en este tiempo, mientras esperamos, nos esforcemos por ser personas de amor y santidad. ¡Ven pronto, Señor Jesús!

Matthew D. Kim es profesor de la cátedra George F. Bennett de Predicación y Teología Práctica en el Seminario Teológico Gordon-Conwell y autor de Preaching to People in Pain.

Reflexione sobre Primera de Tesalonicenses 3:9-13.

¿Cómo influye en su vida diaria la anticipación del regreso de Cristo? ¿Cómo desea vivir la vida del Evangelio en persona? Ore invitando a Dios a fortalecer su corazón y a profundizar su amor por los demás mientras espera el regreso de Cristo.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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¡Ven, Señor Jesús!

Una lectura de Adviento para el 3 de diciembre.

Christianity Today December 3, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 22:12-20

La Biblia termina con la oración: «Ven, Señor Jesús». Es una oración que se repite en muchos de nuestros himnos de Adviento, como «Oh ven, oh ven, Emmanuel» y «Ven, Jesús muy esperado».

Los cristianos han elevado esta oración desde los primeros tiempos; es la oración cristiana más antigua que conocemos (sin contar el Padre nuestro). Sabemos esto porque Pablo cita la versión original en arameo, Maranata, que significa «¡Señor nuestro, ven!» (1 Corintios 16:22). Para que Pablo esperara que sus lectores de habla griega en Corinto reconocieran esta frase en arameo, debe haber tenido un lugar clave en la adoración cristiana primitiva.

En Apocalipsis 22:20, es una respuesta a la promesa de Jesús de que vendrá. En el versículo 12, y luego otra vez en el versículo 20, Jesús mismo dice: «Vengo pronto». Esta promesa recorre todo el libro de Apocalipsis (véase 2:5, 16; 3:11; 16:15; 22:7,12,20), prometiendo juicio para unos y bendición para otros, hasta que por fin evoca una respuesta: «¡Ven!».

Oímos esa respuesta por primera vez en el versículo 17. Es la oración del «Espíritu y de la novia». Por «el Espíritu», probablemente se quiere decir que es el Espíritu que habla a través de los profetas cristianos en la adoración. La novia es la Iglesia que se une a esta oración del Espíritu.

Podemos imaginarnos a la novia esperando la llegada del Esposo. Está adornada y preparada para él (véase 19:7-8). La novia no es la Iglesia como tal, sino la Iglesia como debe ser, expectante y preparada para la venida del Señor. Es la Iglesia que ora: «¡Ven, Señor Jesús!».

Debemos imaginarnos el Libro de Apocalipsis siendo leído en voz alta en el tiempo de adoración cristiana. Cuando el lector lee la siguiente frase: «Y el que oye diga: “Ven”» (22:17, NBLA), toda la congregación se uniría a la oración, gritando: «¡Ven, Señor Jesús!». Su sincera oración los identifica como la esposa del Cordero.

Pero en la segunda mitad del versículo 17, el uso de la palabra «ven» cambia. Ahora son los oyentes, «todo el que tiene sed», los que son invitados a venir y recibir de Dios «el agua de la vida». El agua de vida pertenece a la nueva creación (21:6) y a la Nueva Jerusalén (22:1). Pero está disponible ahora mismo en el presente para los que esperan la venida de Jesús.

Es como si ya viniera a nosotros, adelantándose a su venida final, y nos diera un anticipo de la nueva creación. Porque eso es la salvación. Lo esperamos porque ya lo hemos conocido.

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Reflexione sobre Apocalipsis 22:12-20.

¿Qué significa orar «Ven, Señor Jesús»? ¿Cómo le desafía o cambia esta oración? Únase a los cristianos de todo el mundo y de todos los siglos al elevar hoy esta antigua oración.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Ideas

La iglesia necesita reforma, no deconstrucción

Columnist

Una breve guía sobre el movimiento exevangélico

Christianity Today December 3, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source Images: Patrick Wittke / Unsplash / Envato

Deconstrucción es una palabra de moda en estos días. El término exevangélico ha surgido como un marcador de identidad y como un movimiento activista [enlace en inglés]. Las historias de fe de las personas, así como las historias de su «pérdida de la fe», a menudo son emotivas y vulnerables. Nacen de su vida y de sus experiencias, y los cristianos que luchan con la fe necesitan amor y un oído atento, no meros argumentos.

Con todo, como iglesia tenemos la responsabilidad de incluir conversaciones culturales serias y más amplias en torno a la deconstrucción. Jesús es la verdad que nos libera. Hacer preguntas difíciles sobre la fe es normal; es una parte necesaria de la madurez cristiana. Pero existen formas mejores y peores de evaluar críticamente las expresiones que afirman tener la verdad. Tome en cuenta lo siguiente como pautas útiles:

Primero, distinga entre deconstrucción y reforma. La iglesia es una institución creada por Cristo, pero también es una institución pecaminosa. Siempre necesita reformas. Si la frustración de una persona con la iglesia surge de la visión bíblica de la comunidad, no es deconstrucción. Es un llamado a la iglesia a volver al Evangelio.

Siempre ha habido reformadores en la iglesia, pero nunca antes los llamamos deconstructores. No se trata de mera semántica. Llamar a reformar algo (en lugar de simplemente destruirlo) es reconocer implícitamente la integridad de su diseño original.

Por ejemplo, a menudo me desalienta la misoginia que veo en la iglesia. Pero también reconozco que la noción de dignidad intrínseca de la mujer me la da la iglesia misma. Comparada con el mundo pagano que la rodeaba, la iglesia primitiva elevó el estatus de la mujer. La idea de la igualdad humana innata surge de lo mejor del pensamiento cristiano. No podemos deconstruir la iglesia basándonos en su misma lógica, creencias y tradición.

En segundo lugar, evite poner en el centro a voces blancas occidentales inadvertidamente. A menudo, cuando los cristianos blancos deconstruyen su fe por el racismo y la injusticia en la iglesia, no aprenden de, ni se unen a, las iglesias negras, latinas o de inmigrantes. Necesitamos escuchar más a los creyentes evangélicos de color que han mantenido un compromiso tanto con la ortodoxia como con la justicia.

En tercer lugar, aléjese de los trucos o la manipulación. Josh Harris, quien escribió el popular libro I Kissed Dating Goodbye (Publicado en español como Le dije adiós a las citas amorosas), recibió hace poco burlas de todo el espectro teológico por su curso de 275 dólares sobre deconstrucción, que finalmente canceló. Pero el fenómeno no se limita a él. Hace un mes, recibí en Facebook publicidad acerca de un coach de deconstrucción. Ahora existe una industria dedicada a monetizar la deconstrucción.

Partes del movimiento exevangélico abandonan las afirmaciones doctrinales del evangelicalismo, pero se quedan con la inclinación a todo lo novedoso y a los trucos publicitarios endémicos en este. Pero la superficialidad consumista del evangelicalismo contemporáneo necesita ser deconstruida, desarmada y subvertida, no duplicada.

Por último, únase a los «hombres de acero», es decir, las versiones más fuertes de un argumento, y no a los «hombres de paja». Muchos de los que deconstruyen el cristianismo con mayor estridencia desechan una versión «ligera» del fundamentalismo estadounidense, y la confunden con toda la tradición. Pero mucho de lo que nos molesta de ciertos aspectos de la comunidad evangélica (por ejemplo, el antiintelectualismo, la falta de compasión o preocupación por la justicia, su enredo con el conservadurismo político y las sospechas del misterio) está en gran parte ausente en, digamos, el pensamiento patrístico cristiano.

Nunca ha habido un momento puro y perfecto en la iglesia. Sin embargo, si nos fijamos en el amplio espectro de la fe cristiana representada por el pensamiento católico, ortodoxo y protestante, vemos una tradición compartida, que ofrece una profunda esperanza en nuestro momento particular.

Si una persona llega al punto de no creer verdaderamente en las afirmaciones del cristianismo, hay honestidad e integridad en dejar la fe por completo, en lugar de buscar remodelarla para adaptarla a las preferencias propias. Respeto eso. Pero es importante evaluar críticamente la fe real, no una versión truncada de ella.

Lo que necesita una iglesia pecadora no es una deconstrucción sino una construcción profunda. Tenemos que abandonar la crítica superficial para construir una visión más fiel de la comunidad de Jesús. Pero no podemos hacerlo sin aferrarnos al depósito de fe que hemos recibido de la iglesia histórica y global. No podemos hacerlo sin la verdad de las Escrituras. Y no podemos hacerlo sin el Espíritu Santo.

Traducción por Iván Balarezo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Mi papá me enseñó a amar al exevangélico

Lo que parece rebelión a menudo suele ser dolor y desesperación.

Christianity Today December 2, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Zayne Grantham Design / Lightstock

Mi padre murió en octubre del año pasado. Su primer aniversario luctuoso fue aún más doloroso que el mismo día de su muerte. Supongo que es porque, cuando sucedió, me sumergí de inmediato en diversas actividades (la redacción de un obituario, la preparación de un elogio y todo lo que conlleva un funeral). Un año después, ninguna de esas cosas estuvieron presentes: simplemente el hecho de que se había ido. Con toda la reflexión que he llevado a cabo durante el tiempo que ha pasado desde su partida, me he dado cuenta de una cosa de la que nunca me había percatado antes: mi padre me enseñó a amar a los exevangélicos.

«Exevangélico» es el término general para referirse a las personas que se han alejado desilusionadas y, en ocasiones incluso traumatizadas, del cristianismo evangélico estadounidense. La palabra es realmente resbaladiza porque puede incluir a todos: desde los feligreses ortodoxos comprometidos que simplemente ya no usan la palabra evangélico a causa de todas las tonterías que han visto suceder bajo ese nombre, hasta aquellos que realmente se han apartado de la fe por completo.

Uno de los días más difíciles de mi vida fue cuando, a la edad de 21 años, tuve que decirle a mi padre que pensaba que Dios me estaba llamando al ministerio cristiano. Supongo que se sintió cómo se sentiría decirles a los padres de uno que uno ha sido arrestado o que uno ha decidido ejercitar sus dones en la cocina de metanfetaminas. Lo sentí de esa forma porque sabía que mi padre no lo aprobaría.

A diferencia de algunas personas que he conocido, no fue porque mi padre estuviera en contra de la iglesia o la religión; él no lo estaba. Y no fue porque me estuviera presionando de alguna manera para que «tuviera éxito» de tal manera que consiguiera ganar mucho dinero. Él nunca hizo eso. Cuando finalmente me armé de valor para contárselo a mi padre (creo que la noche anterior a que lo anunciara en mi iglesia), respondió mejor de lo que pensé. Dijo: «Desearía que no lo hicieras; no quiero verte herido».

Mi papá era hijo de un pastor.

Con los años, la región de los Estados Unidos comúnmente conocida como «El cinturón de la Biblia» se convirtió en una fuente de consternación y crisis espiritual; pero no sucedió lo mismo con la iglesia. Para mí, mi iglesia significaba un hogar, un sentido de pertenencia y aceptación. Si en algún momento huelo algo similar al olor del vestíbulo de mi iglesia o al salón de una escuela dominical, o esas galletas de la escuela bíblica de vacaciones, inmediatamente me calmo. Cada vez que los escucho, los himnos que cantamos juntos semana tras semana, tras semana, traen a mi mente cualquiera que sea la palabra para llamar algo opuesto al trauma. Pero yo no había crecido en una casa propiedad de la iglesia: mi padre sí.

Su padre fue su héroe. Aunque mi abuelo murió cuando yo tenía cinco años, siempre crecí en torno a su reputación. Había sido pastor de mi iglesia local; la mayoría de las personas que me enseñaron en la escuela dominical o que dirigieron mi grupo de jóvenes o que cantaron en nuestro coro habían sido guiadas a Cristo por él o bautizadas por él o casadas por él. Todos lo veneraban, y ninguno de ellos más que mi padre. Sin embargo, él era el subtexto de la conflictiva relación de mi padre con la iglesia.

Esa noche, hablando de mi llamado al ministerio, mi padre dijo: «Voy a decir esto esta única vez, y luego nunca lo volveré a decir. Te apoyaré completamente, lo que sea que decidas hacer. Pero desearía que no lo hicieras. Simplemente no quiero que te lastimen de la forma en que lastimaron a mi papá».

La desilusión de mi padre con la iglesia nunca pareció encajar conmigo. Mi abuelo no parecía haber sido «herido» por nadie. Escuché sus sermones en casete y escuché a las personas a mi alrededor hablar sobre él. En todo caso, parecía entusiasta y lleno de energía. Pero mi padre no estaba hablando de un gran problema, sino de mil y un pequeños problemas. Él había observado de cerca el darwinismo y el maquiavelismo que pueden ocurrir incluso en las congregaciones más pequeñas. No estoy seguro de que tales cosas hayan siquiera afectado a mi abuelo. Pero tenía un hijo que estaba mirando.

Mi papá cumplió su palabra. Nunca dijo una palabra más sobre el hecho de que deseaba que no lo hiciera. Nunca. Siempre estaba allí si yo predicaba en cualquier lugar cercano a él. Estuvo allí para mi ordenación. Cuando hubo múltiples oportunidades para decir: «¿No te lo advertí?», nunca lo hizo, ni una sola vez.

Pero de lo que me doy cuenta ahora es que juzgué duro a mi padre por lo que vi como una espiritualidad deficiente: yo no sabía lo que era experimentar lo que él había experimentado.

Él a menudo iba a la iglesia (por largos períodos de tiempo) pero su asistencia a menudo disminuía y luego desaparecía. La única vez que discutí con mi padre —literalmente, la única vez— fue cuando siendo un adulto joven hice un comentario sarcástico sobre su irregular asistencia a la iglesia. Digamos que no estaba contento, y me di cuenta de que había una razón por la que nunca había entablado un debate con mi padre antes (o desde entonces). Pero recuerdo que en esa discusión él dijo algo como: «Tú no has visto lo que yo he visto». Y, de hecho, tenía razón.

Cuando ya era un adulto, le pregunté a mi abuela por qué había insistido en que estuviera con ella en la iglesia cada vez que las puertas estaban abiertas: escuela dominical, servicios de adoración, reuniones de capacitación, eventos de los Embajadores Reales, reuniones de oración de los miércoles por la noche, etc. Ella dijo: «Quería que fueras cristiano». Le pregunté por qué también había insistido en que nos saltáramos la reunión del miércoles por la noche una vez por mes, explicando simplemente: «No hay iglesia esta noche; es una reunión de negocios». Ella dijo: «Porque quería que fueras cristiano». Ella no quería que yo viera el tipo de carnalidad que podría estallar en una reunión de negocios de una congregación bautista.

Mi papá, sin embargo, nunca tuvo esa opción. Las reuniones de negocios venían a él. Estaban en su sala de estar, en la mesa de su cocina, y sabía que en cualquier momento una reunión de negocios que saliera mal podría resultar en la pérdida de su hogar, sus amigos y su escuela, y terminar en un lugar completamente nuevo. Quizás incluso más que eso. Él pudo ver al hombre al que veneraba cercenado por las críticas y aún con una sonrisa en su rostro, solo para verlo después en las habitaciones del hospital de esas mismas personas, y finalmente pararse sobre sus ataúdes para recitar palabras de consuelo cuando morían. Yo nunca tuve que ver eso.

Nunca pensé en todo eso sino hasta que mi hijo de 15 años le preguntó a mi esposa a principios del 2021 si yo había tenido un fracaso moral tras haber escuchado de las acusaciones que me llamaron «liberal» por no apoyar a un político que creo que no es apto, «teórico crítico de la raza» por decir que los afroamericanos están diciendo la verdad cuando dicen que la injusticia racial sigue siendo un problema, y que debo estar siendo financiado por George Soros porque creo que el sistema de inmigración debe arreglarse.

Invité a mi hijo a que me acompañara a una de esas «reuniones de negocios» en las que leían sus quejas contra mí. Cuando salimos, dije: «¿Qué te pareció?» Dijo: «Toda esa asamblea estaba tan enojada y fue tan estúpida. ¿Por qué queremos ser parte de eso?».

No tuve una buena respuesta. Pero las resoluciones que hice en ese momento, mientras lo miraba a los ojos, incluyeron dos cosas. La primera fue que mi hijo nunca tendría que volver a preguntar si su padre había fallado moralmente a causa de las maquinaciones de tales personas. Y la segunda, fue que me iba a asegurar, en la medida de lo posible, de que mis hijos nunca tuvieran que ver la iglesia de la forma en que mi padre tuvo que verla.

Solo en los últimos meses me di cuenta de cómo, a pesar del hecho de que amaba y veneraba a mi padre, en este punto en particular yo lo había juzgado de más. Atribuí a una espiritualidad deficiente lo que, en su mayor parte, era en realidad resultado del dolor. No es que mi padre tuviera una baja percepción de la iglesia: era que tenía en alta estima a su papá.

Apenas la semana pasada, tuve múltiples conversaciones con personas que crecieron en iglesias evangélicas, algunas de las cuales habían estado muy comprometidas y dedicadas. Y habían sido heridos. Vieron a su iglesia volverse contra ellos porque nunca adoptarían como parte de las Escrituras alguna ideología política o culto a la personalidad. Algunos habían visto a personas en las que confiaban resultar ser personas fraudulentas o incluso depredadores.

Ninguno de ellos se marchó porque quisiera ganarse el favor de las «élites» o porque quisieran rebelarse. En todo caso, la postura de muchas de estas personas no era la del hijo pródigo en el lejano país, sino más bien la del padre, esperando en el camino a un pródigo al que amaban y querían abrazar de nuevo: su iglesia.

Mi consejo para ellos fue diferente a mi consejo para muchos de ustedes. A ellos les hablé de los peligros del cinismo y de cómo distinguir entre el fracaso de una institución y el fracaso de aquel que se adora por esa institución.

A uno le dije: «Si miras a Jesús y los Evangelios y decides que no puedes seguirle, eso es una cosa. Pero sería una gran lástima evitar siquiera mirar las afirmaciones del evangelio porque quieres evitar a toda costa lo que una iglesia que te lastimó dijo que creía. Y más aún cuando su problema es que no parecían creer lo que dijeron que creían. Y más aún cuando Jesús mismo te advirtió (en Mateo 24 y Marcos 13 y Apocalipsis 1–3 y por medio de su Espíritu repetidamente en las cartas de Pablo, Pedro, Juan y Judas) que tales cosas sucederían, y sucederían en su nombre».

Pero a ustedes (a nosotros) les aconsejaría: Creamos en Jesús lo suficiente como para soportar con paciencia a los heridos, especialmente a los heridos por la iglesia. No asumamos que, en todos los casos, aquellos que están decepcionados, enojados o a punto de alejarse lo hacen porque tienen una visión deficiente del mundo, o porque quieren perseguir la inmoralidad. Hay algunas personas para las que ese es el caso en todas las épocas.

Pero muchos, tal vez la mayoría de ellos, no son Judas que buscan huir de noche, sino más bien son Simón Pedro, a la orilla del mar, preguntando: «¿A quién iremos?» (Juan 6:68, NVI). Muchos de ellos, como el mismo Pedro, concluirán: «Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (vv. 68–69). A muchos de ellos Jesús les dirá, como le dijo a Pedro: «Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos» (Lucas 22:32).

No confundamos el dolor con la rebelión, el trauma con la infidelidad o el corazón roto con el alma vacía. Solo podemos convencer a las personas de que no abandonen a la iglesia si nosotros igualmente nos resistimos a abandonarlas a ellas.

Jesús no necesita que hagamos relaciones públicas por sus 99 ovejas que todavía están pastando; necesita que vayamos a buscar a la que se perdió en el bosque. En algún momento u otro, todos somos esa oveja. Y contaremos con una iglesia que nos ame lo suficiente como para enviar a alguien detrás de nosotros, no a intimidarnos y avergonzarnos, sino con paciencia y amor. Y es incluso posible que el que venga a ayudarte en tu momento más oscuro, sea ahora mismo un exevangélico.

Mientras tanto, tengamos amor por los exevangélicos. Tengamos el tipo de comunidad que pueda contrarrestar las reuniones de negocios.

Tomó 50 años, pero mi papá me enseñó esa lección.

Russell Moore dirige el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La ciudad de luz

Una lectura de Adviento para el 2 de diciembre.

Christianity Today December 2, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 21:9 – 22:5

Cuando me mudé de Inglaterra para vivir en Escocia, una cosa que me resultó difícil fue la reducción de los periodos de luz de día durante el invierno. En los días nublados, podía parecer que no había luz en absoluto. Esto me parecía ligeramente deprimente, pero a algunas personas les afecta gravemente y tienen que sentarse frente a lámparas que imitan la luz del sol. Todos dependemos de la luz solar para nuestra salud física y nuestro bienestar mental.

No es de extrañar que en muchas culturas se haya adorado al sol, y a veces también a la luna. ¿Por qué un día soleado nos levanta el ánimo? ¿Por qué a mucha gente le gusta tomar sol? La ciencia confirma que la distancia que existe entre nuestro planeta y el Sol, con la luz y el calor que proporciona, es esencial para la vida en la Tierra.

En esta creación, las bendiciones de Dios nos llegan a través de las cosas creadas, entre ellas, la luz del sol. En la nueva creación, viviremos en la presencia misma de Dios, inmersos en ella como lo estamos ahora en la luz del día, y no habrá noche.

Imagínese: una ciudad llena de luz. Imagínela como una brillante joya cristalina (Apocalipsis 21:11), la luz reflejada en todas las piedras preciosas de muchos colores enumeradas en los versículos 19 y 20. Imagine, si puede, la forma en que la luz brilla a través del oro transparente del que está hecha la ciudad (vv. 18, 21). Contemple la ciudad desde la distancia. Esta se encuentra en la cima de una montaña (v. 10) y brilla sobre todo el país circundante. Es la luz del sol de ese mundo. Es la luz gracias a la cual la gente vive (v. 24).

Ahora piense en una vidriera o vitral de una iglesia con vívidas representaciones de figuras bíblicas o de otro tipo. La vidriera en sí misma es bastante hermosa en todo momento, pero cuando el sol brilla a través de ella, resplandece. ¡Sus intensos colores se iluminan! En la Nueva Jerusalén, la belleza de todas las criaturas de Dios será un deleite para todos. Las veremos tal como son en realidad. La luz de la presencia directa de Dios no anulará sus formas y colores, es decir, su realidad creada, sino que las iluminará, transfigurándolas.

A lo largo de la Biblia, la luz es un símbolo de Dios y de Jesús (quien dijo: «Yo soy la luz del mundo» en Juan 8:12). Piense en las formas en que la luz de Dios ya está brillando en nuestras vidas en este mundo —cómo ilumina nuestras vidas, cómo podemos caminar en esa luz—. Si vemos la luz ahora, alumbrará el camino que podemos recorrer hacia la ciudad de luz. ¿Qué podemos llevar con nosotros para presentar ante Dios y para contribuir a la vida de esa ciudad eterna (Apocalipsis 21:24, 26)?

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Medite en Apocalipsis 21:9-22:5.

¿Qué es lo que más le llama la atención de esta hermosa imagen que nos muestra la Biblia? ¿Qué verdades sobre Dios transmiten las descripciones de la luz resplandeciente y la gloria que ilumina todas las cosas? ¿Qué verdades transmiten sobre la nueva creación? ¿Y sobre nuestra esperanza final?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Ideas

Cinco errores a evitar en su sermón de Navidad

Si quiere ayudar a que la gente vea la Navidad con nuevos ojos, empiece por deshacerse de estas conocidas falacias.

La adoración de los magos.

La adoración de los magos.

Christianity Today December 2, 2021
Abraham Bloemaert / Wikimedia Commons

Pastores, predicadores y maestros bíblicos: ¿ya han pensado en su sermón o enseñanza para esta Navidad? Si quiere ayudar a la gente a celebrar la Navidad este año (y todos los años) apegándose a los hechos establecidos —no a leyendas tardías, tradiciones ni imaginaciones populares— comience evitando estos errores comunes.

1. No añada detalles que no están en el texto.

Esto puede parecer obvio, pero vale la pena repetirlo porque sucede muy a menudo. La masiva proliferación anual de tarjetas de Navidad, escenas de la natividad y especiales televisivos perpetúan estos detalles añadidos y da la impresión de que se trata de hechos.

Las narrativas de la infancia [de Jesús] en los evangelios no incluyen muchos de los detalles que se construyeron en los siglos posteriores. Por ejemplo, no nos hablan de la naturaleza del establo (una cueva, al aire libre, de madera, etc.); ni siquiera de si había un establo, ni de si había o no animales cerca en ese momento, ni del número de sabios. Estos magoi (que no eran reyes y no eran necesariamente tres) casi con seguridad no llegaron la noche del nacimiento, como lo representan la mayoría de las escenas de la natividad. Y no había una estrella suspendida justo encima del tejado. Sin la mención específica de un establo, el pesebre podía haber estado al aire libre, en un redil cercano a la casa, en una pequeña cueva o en el área de una casa utilizada para los animales.

Los textos tampoco mencionan que María y/o José montaran un burro. Es igualmente plausible —si acaso, incluso más— que hicieran a pie todo el recorrido desde Nazaret hasta Belén (a unos cien o ciento veinte kilómetros [setenta u ochenta millas]: al menos tres días de caminata regular). La idea de que María montaba un burro surge de una obra apócrifa del siglo II (el Protoevangelio de Santiago, capítulo 17). En realidad, tenía sentido que una adolescente embarazada de la antigüedad, con un estilo de vida activo, hiciera un viaje de este tipo a pie.

A pesar de lo que vemos en algunos espectáculos navideños, no se menciona a un posadero (ni malvado y desalmado, ni pesaroso por la falta de espacio disponible); Lucas sencillamente menciona que no había espacio en la kataluma (Lucas 2:7). La kataluma no era una posada formal profesional con un posadero, sino que puede señalar, o bien a un refugio público (como en la traducción al griego de Éxodo 4:24), o a la habitación de invitados en una casa personal (como en Lucas 22:11).

Cuando predicamos y enseñamos es importante apegarnos a los hechos establecidos. Por supuesto, no hay nada malo en usar la imaginación histórica. Pero es importante mantener una clara distinción entre lo que sabemos que de verdad ocurrió, y las reconstrucciones imaginativas de cómo pudieron tener lugar los sucesos. El cristianismo está basado en hechos históricos. Esto es tan cierto para el nacimiento de Jesús como lo es para la crucifixión y la resurrección.

2. No ofrezca explicaciones espirituales para las prácticas culturales a fin de hacer que suenen bíblicas.

Nos encanta encontrar —o incluso inventar— razones espirituales para diferentes prácticas culturales relacionadas con la Navidad. Por ejemplo, decimos que el hacernos regalos nos recuerda el gran regalo de Dios al mundo que fue Jesús, o los regalos de los sabios a Jesús. Puede que suene bien, ¿pero es bíblico? ¿O será que realmente hacemos regalos porque es lo que hicieron nuestros padres y es lo que hacen todos los que conocemos (excepto los testigos de Jehová, los no religiosos radicales y algunos puristas religiosos)? ¿Qué clase de padre serías si no le dieras a tu hijo un regalo en Navidad (o, en muchos casos, toda una habitación llena de ellos)? Simplemente imagine: ¿y si no celebrara en absoluto la Navidad (como hacían los puritanos)? [enlaces en inglés]. Hay muy poco de intrínsecamente espiritual o bíblico en esta clase de expectativas. Son casi en su totalidad culturales. Eso no las hace ser necesariamente malas, pero no deberíamos inventar razones bíblicas para justificarlas.

Abundan los ejemplos. ¿Qué tiene que ver la decoración de un árbol de hoja perenne con la venida a la tierra de Jesús para rescatar a la creación de Dios? Puede que nos digamos a nosotros mismos que es un símbolo de la vida eterna porque siempre está verde, pero ¿es esa realmente la razón para poner un árbol de Navidad cada año? Del mismo modo, puede que señalemos a las velas como un símbolo de que Jesús es la luz del mundo, las ramas de acebo como un símbolo de la cruz de espinas que fue colocada sobre su cabeza, el color rojo como un símbolo de la sangre de Jesús derramada en la cruz, el tronco de Navidad como un símbolo de la cruz, el muérdago como un símbolo de la reconciliación, y las campanas como un símbolo para anunciar las buenas nuevas. Aunque algunas de estas asociaciones y símbolos son antiguas, no explican necesariamente por qué deberíamos incorporarlas a nuestras celebraciones de la Navidad hoy en día. Si somos sinceros, hemos de admitir que celebramos la Navidad de la forma en la que lo hacemos, en primer lugar, por causa de nuestras propias tradiciones culturales, aunque haya poca conexión real entre esas tradiciones y los relatos bíblicos del Jesús real viniendo a la tierra como un bebé.

El peligro de llenar las prácticas culturales de razonamientos espirituales también se ve en algunas de las canciones de Navidad que cantamos en la iglesia durante el mes de diciembre. La violación más flagrante sería Oh, árbol de la Navidad [O Christmas Tree]. Tienes que buscar bien en las estrofas de este himno para poder encontrar algo relacionado con Jesús. Deberíamos sentirnos incómodos cantando este villancico en un grupo de cristianos reunidos puesto que básicamente es una canción que le hace un homenaje a un árbol. Solo porque la canción se ha asociado cultural o tradicionalmente con la Navidad, no significa que debamos incorporarla a nuestras celebraciones cristianas.

El peligro principal de todo esto es que presentamos prácticas culturales como si portaran un peso o una autoridad bíblicas. Oscurecer la línea entre la práctica cultural y la enseñanza bíblica no solo no ayuda y es confuso, sino que también representa un daño potencial para nuestra fe. Cuando ya no podemos distinguir lo que es bíblico de lo que es cultural, corremos el riesgo de aceptar y propagar ideas sincréticas, mezcladas de todo un poco, y sin fundamento bíblico. Nuestra fe ya no tendría como base la verdad sino, al menos en parte, estaría basada en mitos y leyendas.

No hay necesidad, por supuesto, de abandonar todas estas prácticas culturales en nuestras celebraciones familiares. Simplemente deberíamos mantener y comunicar una clara distinción entre los aspectos de nuestra celebración navideña que son heredados de la cultura y aquellos que están claramente enraizados en las Escrituras.

3. No se avergüence del carácter judío de pasajes relacionados con la llegada de Jesús.

El primer capítulo de Lucas incluye dos largos himnos que tradicionalmente han sido llamados el Magnificat (el canto de María en Lucas 1:46-56) y el Benedictus (el canto de Zacarías en Lucas 1:67-79). Los títulos provienen de la primera palabra de estos himnos en latín. Estos pasajes —o al menos algunas partes de ellos— a veces se dejan en el olvido porque son bastante largos y porque expresan la esperanza de los judíos en la salvación de Dios sin una clara indicación de cómo sería esa salvación. Esta liberación, como sabemos en retrospectiva, vino a través de la muerte y la resurrección de Jesús, la expansión del evangelio más allá de Israel hacia los gentiles, y el regreso de Jesús al final de los tiempos.

El Magnificat celebra cómo Dios, a través del hijo de María, restaurará y ayudará a Israel mientras se opone a sus enemigos y opresores. El Benedictus describe el papel de Juan el Bautista en relación con Jesús, la figura principal en el cumplimiento del plan de Dios para restaurar Israel. El himno alaba las acciones de Dios de visitar y redimir a su pueblo al levantar al mesías davídico para liberar a su gente, todo en cumplimiento de sus promesas a Abraham y a su pueblo a través de los profetas del Antiguo Testamento. Esta liberación permitirá al pueblo de Dios servirle para siempre sin miedo y con justicia.

Quizá a veces hemos olvidado estos himnos en nuestros sermones de Navidad porque no son suficientemente «cristianos». Este olvido, sin embargo, conlleva una seria pérdida. Ambos himnos describen la salvación que resultará de la venida de Jesús a la tierra. Durante su primera venida, Él lidió de manera decisiva con el pecado de su pueblo, cumpliendo así pasajes como Miqueas 7:18-20. Seguimos esperando su segunda venida, cuando Él lo arreglará todo de muchas maneras —en lo político, lo económico, lo social y lo espiritual— de una vez por todas. Seguimos esperando el cumplimiento pleno y final de las declaraciones hechas en el Magnificat y el Benedictus. Ambos himnos son poderosos ejemplos de cómo alabar a Dios centrándonos tanto en sus atributos —su poder, santidad y misericordia— como en sus acciones al cumplir las antiguas promesas a su pueblo en, y a través del nacimiento de Jesús el Mesías.

La fe cristiana está enraizada indisoluble e inexorablemente en la fe judía. Por esa razón, incluso Lucas, siendo un gentil, presenta la llegada de Jesús en términos del cumplimiento del Antiguo Testamento (Lucas 1:1). Al igual que Mateo, quien escribió su evangelio en primer lugar para los judíos, Lucas presenta la venida de Jesús dentro de un elenco completamente judío. Si dejamos de ver que nuestra fe cristiana tiene sus raíces en los acuerdos que Dios hizo con su pueblo Israel mucho tiempo atrás, probablemente esa fe resultará superficial y nos dejará con un evangelio y un canon truncados, por no mencionar una comprensión inadecuada de quién es Jesús y por qué vino.

4. No se deje persuadir por cuestionamientos que ponen en duda los testimonios bíblicos del nacimiento de Jesús.

Ambas narrativas del nacimiento de Jesús en las Escrituras están repletas de manifestaciones de sucesos sobrenaturales que rodearon al alumbramiento virginal: apariciones de ángeles, sueños, visiones, profecías que se realizaron con respecto a Jesús, Elisabet concibiendo más allá de sus años fértiles, Zacarías perdiendo el habla, las circunstancias que rodearon a la elección de los nombres tanto de Juan como de Jesús, la relación entre los dos nacimientos, y muchas cosas más. Mateo, por ejemplo, llega incluso a aclarar que María era la madre de Jesús, pero que José no era su padre real. Después de una larga cadena de referencias a hombres que son «padres» de un hijo, Mateo concluye su genealogía refiriéndose a José como «el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo» (Mateo 1:16, cursivas añadidas), indicando que José no era el padre real de Jesús. Jesús fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María.

Así pues, que no nos intimiden las objeciones críticas al nacimiento virginal o a otros aspectos sobrenaturales de la historia de la Navidad. Cuando lea a autores como Reza Aslan, quien asegura que las historias del nacimiento y la infancia se encuentran «visiblemente ausentes» de los primeros escritos del Nuevo Testamento —como las cartas de Pablo y el Evangelio de Marcos—, y que los primeros cristianos llenaron los huecos para alinear la vida de Jesús con varias profecías del Antiguo Testamento, incluyendo aquellas relacionadas con su nacimiento, no se alarmen. Según Aslan, los primeros cristianos confeccionaron el mito del nacimiento de Jesús en Belén para «llevar a los padres de Jesús a Belén y que de ese modo él pudiera nacer en la misma ciudad que David». Otros, como Andrew Lincoln, niegan la historicidad del nacimiento virginal con argumentos similares. No podemos responder con detalle aquí, aunque lo hemos hecho en otros sitios. En resumen, esta clase de argumentos reflejan intentos erróneos de negarles a las narrativas del nacimiento bíblico sus elementos trascendentes usando un razonamiento crítico para reinterpretar sucesos sobrenaturales y reescribir las narrativas en términos puramente naturalistas.

Por un lado, como ya se ha mencionado, seamos cuidadosos con no añadir detalles extraños al texto bíblico, aunque estén motivados por la tradición y no por el pensamiento crítico. Seamos firmes defensores de la fiabilidad de los testimonios bíblicos de la naturaleza sobrenatural del nacimiento de Jesús, que fue diferente a cualquier otro en la historia de la humanidad. La Biblia es inequívoca, y una investigación histórica cautelosa ciertamente favorece el hecho de que se necesitó un milagro —en realidad, toda una serie de milagros— para salvarnos. Eso no nos debería avergonzar ni intimidar.

5. No se enrede en lo trivial y pierda de vista el verdadero significado del nacimiento de Jesús.

Los académicos continúan debatiendo cuestiones como el año del nacimiento de Jesús, y que si nació o no el 25 de diciembre. Debaten la historicidad del censo de Cireneo, el año de la muerte de Herodes el Grande, los fenómenos que rodearon al nacimiento de Jesús —la estrella de Belén— y toda una serie de cuestiones cronológicas y de otros tipos. También debaten los posibles orígenes paganos de la Navidad, como por ejemplo, si se trató de un sustituto funcional a la Saturnalia romana y, como hemos mencionado, la aparición de diversas tradiciones asociadas con nuestra celebración de la Navidad. Todas estas interesantes cuestiones merecen ser exploradas, pero no permanezca excesivamente en esos asuntos periféricos. En cambio, céntrese en el mensaje central de la primera venida de Jesús: en la historia bíblica de la Encarnación.

¿Quién fue Jesús, y por qué vino? El Evangelio de Juan coloca los orígenes de Jesús en la eternidad pasada como el Verbo que era en el principio con Dios, y que fue el agente mismo de la creación. Según Juan, en Jesús, Dios visitó el mundo que había creado, pero los suyos no lo recibieron (1:11). ¡Qué tragedia! ¡Qué inexcusable! Ese Verbo, nos cuenta Juan, se hizo carne en Jesús o, como dice Juan, «puso su carpa» (traducción literal) entre nosotros (1:14). En sus tres años y medio de ministerio, Jesús formó a doce discípulos y a otras personas para llevar a cabo su misión de llevar el Evangelio de la salvación hasta los confines de la tierra. Entonces, murió por nosotros en la cruz para pagar por nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Nuestra relación rota con Dios se enmendó. Aquellos que confían en Él disfrutan de una profunda plenitud espiritual y una conexión continua con Él ya mismo, en el aquí y el ahora, y lo seguirán haciendo por toda la eternidad.

Eso es digno de celebrarse en Navidad y en todo el año, con alegres canciones y una vida dedicada a la gloria de Dios en las alturas, en las cuales cantaron los ángeles aquella noche estrellada hace más de dos mil años.

Andreas Köstenberger es Profesor Investigador del Nuevo Testamento y de Teología Bíblica en el Southeastern Baptist Theological Seminary en Wake Forest, Carolina del Norte. Alex Stewart es decano académico y profesor adjunto de Lengua y Literatura del Nuevo Testamento en el Tyndale Theological Seminary en Badhoevedorp, Países Bajos. Ambos escribieron The First Days of Jesus: The Story of the Incarnation (Crossway, 2015).

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Todo es hecho nuevo

Una lectura de Adviento para el 1 de diciembre.

Christianity Today December 1, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 21:1-6

¿Cómo ha afrontado la pandemia? ¿Cómo ha afectado su relación con Dios? Algunas personas se han acercado más a Dios y han encontrado la fuerza para superar los momentos difíciles. Pero para aquellos que tal vez perdieron a sus seres queridos o se estremecieron ante la magnitud del sufrimiento en todo el mundo, la pandemia suscitó preguntas.

¿Cómo puede un Dios amoroso permitir que sucedan cosas así? Es el viejo «problema del sufrimiento», al menos tan antiguo como el libro de Job. La Biblia no tiene una respuesta única, sino que nos ofrece varios ángulos diferentes.

Y justo al final de la Biblia, encontramos este mensaje: «Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor» (Apocalipsis 21:4). Dios va a sanar su creación de todo lo que la estropea y la daña. La gente se queja a veces de que no hay muchas pruebas del amor de Dios en el libro de Apocalipsis. Algunos podrían decir lo mismo de la pandemia. Pero ¿puede imaginarse una imagen más hermosa del amor de Dios que esta? Dios «les enjugará toda lágrima de los ojos» (v. 4)?

Ciertamente, el Apocalipsis no escatima en sus descripciones de los horrores de la historia. Pero la esperanza lo atraviesa todo y florece en esta visión final que se le da al profeta. Dios hará nuevas todas las cosas. Dios tiene un futuro nuevo para toda su creación.

Cuando pensamos en el futuro, la mayoría de las veces pensamos adónde nos llevarán el pasado y el presente. Pero esto es diferente. Como solo Dios puede crear, solo Dios puede renovar toda su creación. Esto comenzó con la resurrección de Jesús: algo nuevo que lo cambia todo. En las vidas transformadas por el Espíritu de Cristo, podemos experimentar un anticipo de ese futuro nuevo.

Ese futuro va mucho más allá de lo que podemos imaginar. Pero la visión de Juan nos invita a elevar también nuestros ojos a esa montaña alta (v. 10) donde la Nueva Jerusalén descenderá del cielo. Con sus ojos podemos mirar mucho más allá de lo que normalmente podemos ver.

Dios está en el centro de ese nuevo futuro: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos» (v. 3). Este ha sido siempre el propósito de Dios para su creación, y es lo que marcará la diferencia.

Compartir la visión de Juan no es simplemente una ilusión producto de nuestra devoción, sino que es lo que nos da esperanza para vivir. Podemos empezar a vivir mirando hacia las promesas de Dios, y eso es lo que marcará la diferencia en nuestras vidas en el presente.

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Medite en Apocalipsis 21:1-6.

¿Cómo se relaciona este pasaje con el dolor y las dificultades en su vida y en el mundo? ¿De qué manera orienta su perspectiva espiritual? Responda a Dios con una oración de adoración y confianza.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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¿Derecha o izquierda?

Una lectura de Adviento para el 30 de noviembre.

Christianity Today November 30, 2021

Para descargar nuestro devocional «El Evangelio de Adviento» completo, ingrese en este enlace.

Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Mateo 25:31-46

En Mateo 24 y 25, Jesús enseña sobre su regreso y utiliza varias parábolas para describir cómo será «el reino de los cielos» (25:1). Quizá el elemento más inquietante de la enseñanza de Jesús en Mateo 25:31-46 sea la sorpresa de los dos grupos que están siendo juzgados. No protestan por ser juzgados en sí; después de todo, el Hijo del Hombre ha venido en gloria, asistido por una inmensa reunión de seres celestiales, e incluso su trono es glorioso. Esta entrada confirma y transmite su autoridad para juzgar. Tiene el derecho de llamar a todas las naciones ante Él, y estas deben venir a Él.

La sorpresa no se refiere al hecho del juicio ni a los derechos del Juez. En cambio, tanto los de la derecha como los de la izquierda están confundidos por la evidencia. Las ovejas miran a este Rey de gloria y piensan: Seguramente lo habríamos sabido si le hubiéramos servido. Él es inconfundible. Las cabras piensan lo mismo, pero al revés. ¿Cuándo habrían rechazado a alguien así? No se les ocurrió ninguna ocasión.

En respuesta, el Cristo glorioso revela la clave: siempre ha estado identificado y unido con sus hermanos. Esto es más que una simple afiliación, es una verdadera identificación. ¿Quiénes son sus hermanos y hermanas? Jesús enseñó claramente: «Mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 12:50). No importa la posición, la etnia, el género o la nacionalidad de una persona: si está unida a Cristo, entonces cuidar de ella es cuidar de Jesús mismo.

No se trata de una justicia obtenida por las obras, en la que cada persona recibe una recompensa o un castigo en función de sus actos. Esto es una revelación de lealtad o rebelión contra el Rey Jesús, por lo que solo hay dos destinos.

Sería más fácil, quizás, obedecer al glorioso Cristo si viéramos su poder con nuestros propios ojos. Pero Dios nos llama a la fe, no a la vista. De hecho, en Navidad recordamos que vino casi disfrazado. Incluso hoy, se identifica con su pueblo frágil y necio.

No basta con palabras vacías. La verdadera confianza en Jesús impulsa nuestra lealtad a Él y conlleva obediencia. ¿Le creemos a Jesús cuando afirma que el servicio a los cristianos humildes y despreciados es mejor prueba de nuestro discipulado que incluso los milagros y la profecía (7:21-23)? ¿Que no podemos cumplir el mayor mandamiento sin el segundo, ni el segundo sin el primero (22:37-40)? La verdadera lealtad de todos será revelada. Pongamos nuestra fe en Él.

Rachel Gilson forma parte del equipo de liderazgo de Cru para el desarrollo teológico y la cultura. Es autora de Born Again This Way: Coming Out, Coming to Faith, and What Comes Next.

Reflexione sobre Mateo 25:31-46. (Opcional: lea también 7:21-23 y 22:37-40).

¿De qué manera esta enseñanza sobre el regreso y el juicio de Cristo moldea su comprensión de lo que significa conocer y seguir a Jesús? ¿Cómo le desafía la idea de la verdadera lealtad en su propio discipulado diario?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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