Este es el tercero de una serie de seis ensayos de una sección transversal, en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores
Por estadística, soy miembro de la «generación Y» o «generación del milenio». Apodada «la generación ansiosa», la mayoría de nosotros vivimos estresados, y experimentamos ansiedad a niveles que llegan a afectar nuestro trabajo al doble que la tasa promedio. Somos los líderes de la crisis de salud mental en un mundo donde muchos piensan que los trastornos de ansiedad están en aumento en general.
Hasta hace poco, yo no me consideraba una persona ansiosa. Luego, en tan solo un año, terminé de escribir mi tesis doctoral en Inglaterra, trabajé varios empleos a tiempo parcial para pagar las cuentas, me rompí el Ligamento Colateral Medial de la rodilla (con mi esposa en la semana 36 de embarazo), me convertí en padre por primera vez, encontré un trabajo académico, conseguí una visa de trabajo, me mudé al otro lado del Atlántico, encontré un lugar dónde vivir, completé mi primer periodo de enseñanza y defendí mi tesis doctoral. De ninguna manera digo que todo esto fue malo, ni que fue el fin del mundo —de hecho, algunas cosas fueron muy buenas—. Pero al final de todo, terminé agotado y ansioso.
Mi historia no es única. Los lugares de trabajo son cada vez más móviles, lo que crea un riesgo inminente de caer en el aislamiento y de trabajar en exceso. A los jóvenes se les dice que pueden ir a cualquier parte y que pueden hacer cualquier cosa, pero su salud mental está pagando el precio. Y eso por no decir nada de problemas de mayor peso como las adicciones, el abuso, las enfermedades crónicas, la falta de empleo, la falta de vivienda y una serie de otros problemas que afligen a tantos hoy en día. Una próspera industria del bienestar se ha levantado en respuesta, ofreciendo terapeutas por Instagram, perros de bienestar y juguetes para aliviar el estrés. Como cristiano, puedes sentir tensión, incluso culpa, cuando un médico o un libro de autoayuda mejora tu salud mental más que una lectura de la Biblia.
Como alguien que ha buscado ayuda profesional para la ansiedad, puedo decir que mi propia recuperación siempre ha estado arraigada en la Biblia, especialmente en un pasaje del Antiguo Testamento: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10, NVI). Si nos dejamos llevar por la sabiduría de los medios de comunicación, o incluso de algunos líderes cristianos, mi liberación no debería haber ocurrido de esta manera —no con la ayuda de ese Antiguo Testamento seco y polvoriento—. Pero mientras que otros deciden comprar un ataúd y recitar un réquiem para los textos del «Primer Testamento», yo los encuentro rebosantes de vida.
Afortunadamente, no soy el único. Muchas de nuestras canciones de adoración más terapéuticas están repletas de referencias del Antiguo Testamento, incluyendo «Raise a Hallelujah» y «Blessed Be Your Name». El galardonado libro de Fleming Rutledge, La Crucifixión, señala cómo, históricamente, las comunidades que han soportado generaciones de marginación encuentran consuelo en las historias de exilio y liberación del Antiguo Testamento. Esto se puede observar, por ejemplo, en el discurso «Tengo un sueño» de Martin Luther King Jr., en el que King emplea temas del Antiguo Testamento, incluyendo una alusión al Salmo 30, para consolar a su ansiosa audiencia.
Los textos de la Biblia, especialmente los del Antiguo Testamento, fueron escritos mucho antes de nuestra crisis de salud mental, pero eso no significa que son irrelevantes para nuestras preocupaciones. Tampoco son simplemente una «historia de fondo» para el Nuevo Testamento. De hecho, al contar las historias de varios individuos y sus experiencias más difíciles, el Antiguo Testamento resulta no ser tan antiguo en la práctica, y nos ofrece una forma especial de terapia grupal.
Aprender de la experiencia
La relevancia del Antiguo Testamento para abordar la ansiedad comienza con su composición. Es producto del trabajo de docenas de autores a lo largo de todo un milenio, de tal forma que incluye un número abrumador de eventos traumáticos: desde el asesinato de Abel y la opresión de Israel en Egipto, a la violación de Tamar y el exilio de Babilonia, por nombrar solo algunos. Esto lo diferencia del Nuevo Testamento, el cual está tan concentrado y se terminó de escribir tan rápidamente, que no se registran en él acontecimientos similares del primer siglo, tales como la destrucción del Templo de Jerusalén o la erupción que niveló Pompeya y pudo haber matado a docenas de los primeros cristianos.
Imagine que está parado cerca del sitio del World Trade Center en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. ¿Qué pensamientos y sentimientos experimentaría? Casi todos los estadounidenses que estaban vivos durante los ataques, recuerdan dónde estaban ese fatídico día, y lo que sintieron al ver las noticias mostrando repetidamente el colapso de los edificios. Las experiencias que sustentan los textos del Antiguo Testamento no son muy diferentes. Al menos un acontecimiento perturbador para la sociedad en general está detrás de casi todos los escritos del Antiguo Testamento —un desastre natural, una invasión militar, el exilio nacional o un escándalo político—.
No es de extrañar, entonces, que el Antiguo Testamento esté más saturado de las famosas frases «¡No temas!», en comparación con el Nuevo Testamento. Estos documentos destilan la sabiduría de siglos, llevándonos al consejo de los ancianos mayores y de los eruditos más sabios para aprender lo que realmente significa confiar en Dios.
Mostrando solidaridad
Una de las formas en que el Antiguo Testamento brinda consuelo a las personas con ansiedad es el uso de dos géneros literarios muy agradables: El primero, es la narrativa histórica, que se encuentra en libros como Génesis o Josué. A diferencia de algunos perfiles de redes sociales que están cuidadosamente diseñados para presentar solo el lado más exitoso y emocionante de una persona, estas narrativas revelan una imagen más honesta y completa. Los personajes se presentan con logros y fragilidades. Está Moisés, el orador asustado (Éxodo 4:10); Acaz, el monarca desesperado (2 Reyes 16:7); y Noemí, la suegra llena de amargura (Rut 1:20–21). Estos personajes retiran el estigma de la ansiedad y nos recuerdan que Dios obra a través de personas quebrantadas.
Los Salmos son parte de un segundo género literario, el cual complementa las narraciones con singular belleza. Los Salmos nos ofrecen algo así como fotografías instantáneas de individuos respondiendo a la ansiedad. En lugar de un resumen comprimido y ordenado para compartir en retrospectiva, la pregunta penetrante de David: «¿Hasta cuándo, Señor?» (Salmos 13:1) nos invita a sentir su sufrimiento, y nos permite suplicar a Dios que ponga fin también a nuestro sufrimiento. Asaf expresa lo inexpresable cuando dice que Dios solo le ha dado «pan de lágrimas» (Salmos 80:5). Lo más importante es que este grupo de voces humanas ofrece soluciones teológicas: «El Señor está conmigo y no tendré miedo. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?» (Salmos 118:6). El consuelo de los Salmos se siente especialmente al recordar que son canciones creadas, precisamente, para ser cantadas y que son la Palabra inspirada de Dios. Esto significa, como señaló Juan Calvino, que cuando cantamos los Salmos durante nuestras pruebas, es como si el Espíritu de Dios estuviera cantando a través de nosotros.
Por supuesto, los textos del Antiguo Testamento no siempre parecen un buen recurso para luchar contra la ansiedad. Hay momentos en que se sienten como un puñetazo literario. Como la profecía de Miqueas sobre el juicio que vendría sobre el pueblo de Israel (Miqueas 2:3–5), o historias de pruebas severas, tales como el casi sacrificio de Isaac por parte de Abraham (Génesis 22:1–18). Lejos de consolarnos, a veces parece que estos textos solo aumentan nuestra ansiedad. Pero si los leemos de cerca, encontramos que cada historia es una historia de redención porque la ansiedad es momentánea y siempre es útil para acercarnos a Dios en la fe y la esperanza. Nunca es la intención de un autor bíblico burlarse constantemente de los temores de un creyente o de quitarle la fe en un Dios bueno.
Planteando la pregunta existencial
Después de compartir historias y ofrecer tranquilidad, los textos del Antiguo Testamento a menudo representan un reto: ¿Pondrás en práctica la fe que profesas? Puede parecer trillado, pero es exactamente lo que necesitamos escuchar si la ansiedad es al menos en parte algo que podemos controlar o un hábito de la mente que se puede contrarrestar. Cuando estaba visitando a un profesional de consejería psicológica basada en la fuerza interna, este era el tema que él discutía conmigo constantemente. «¿No es tu Dios uno de amor y cuidado infinitos? ¿Cómo se relaciona eso con tu ansiedad?». Es un tanto perturbador tener a alguien que no es cristiano presionándote sobre la desconexión entre la fe que profesas y tu práctica de la misma, pero tenía razón. Sientes que solo puedes decir la oración de la serenidad hasta que la línea «… Dame valentía para cambiar las cosas que puedo» se convierte menos en una declaración y más en un imperativo.
El Antiguo Testamento encaja muy bien en este movimiento que nos desplaza de la comodidad al mandamiento. Josué les dice a los israelitas que entren en Canaán con valor (Josué 1:18). El libro de Proverbios contrasta los inicuos a diferencia de los piadosos con base en cómo se relacionan con el miedo y la ansiedad: «Los perversos huyen aun cuando nadie los persigue, pero los justos son tan valientes como el león». (28:1, NTV). En Isaías, el profeta desafía a Acaz con el mensaje del Señor cuando él estaba preocupado por la amenaza de la invasión militar: «Si ustedes no creen en mí, no permanecerán firmes» (7:9, NVI).
Crucialmente, estos mandamientos no son emitidos por un Dios que señala con el dedo y se aleja mientras somos arrojados a los terrores de la vida. Este Dios siempre está presente y, aun al momento de darnos mandamientos, Él ya está caminando con nosotros, guiándonos por caminos que no podemos recorrer por nosotros mismos. Este es el mensaje del Salmo 23:4, en el que algunas traducciones dicen: «Aun si voy por valles tenebrosos, no temeré peligro alguno porque tú estás a mi lado». Esta traducción nos ayuda a ver que Dios camina con nosotros, no solo cuando nos acercamos a la muerte, sino en todos los momentos oscuros de nuestra vida. Él siempre está ahí.
Cuando este Dios siempre presente nos pide ser audaces y valientes, encontramos un paradigma sorprendente para lidiar con la ansiedad. La vida de fe es difícil y requiere confiar en Dios más allá de lo que el ojo puede ver. Pero una vida de incredulidad es aún más difícil porque se rinde ante el miedo y pierde de vista a Dios en el pánico subsiguiente. De cualquier manera, este no es el caso de las dudas que rodean nuestra fe. La duda es útil en tanto que es una herramienta para cuestionar nuestros temores, pero es la ansiedad misma la que socava nuestra fe. Nuestro reto como creyentes que sufrimos ansiedad es ver y apreciar la contradicción que existe entre nuestros sentimientos de ansiedad y el poder del Dios que nos ama. Con la ayuda de otras técnicas, y posiblemente medicamentos, luchamos contra la ansiedad simplemente creyendo en Dios.
Este desafío ha sido impactante para mí personalmente. Soy muy bueno controlando mi vida. Puedo anticipar demandas, gestionar proyectos y perseverar. Planeo mis días a la hora (a veces incluso más detallados que eso), y trabajo con otros, ya sea mi esposa o compañeros de trabajo, para asegurarme de que estoy cubriendo mis responsabilidades en casa y en el trabajo. Pero en mis momentos más oscuros, especialmente cuando estoy cansado, me preocupo por cosas que nunca podría controlar. Me preocupan los accidentes aéreos, el cáncer — e incluso las interacciones con extraños—.
Si no los atiendo, estos pensamientos se convierten en el ruido de fondo de mi vida. Así que hay gracia en escuchar y saber que mi ansiedad está creando ilusiones, o en las palabras de Martín Lutero —un teólogo que luchó con ansiedad extraordinaria— «la ansiedad es todo lo que Satanás puede hacernos ahora, porque “Torre inexpugnable es el nombre del Señor; a ella corren los justos y se ponen a salvo” (Proverbios 18:10)».
Terapia Trinitaria
A medida que el Antiguo Testamento reúne una multitud de personajes, desde profetas hasta reyes, para reflexionar sobre su lucha con la fe y la ansiedad, todavía hay una sensación de insuficiencia. Su consejo humano solo abarca hasta cierto punto, así que todos ellos nos invitan a buscar el consejo de Dios mismo. Dios respalda a Moisés con plagas; Isaías entrega la palabra del Señor a Acaz; Noemí recibe una respuesta a sus oraciones. Estas voces humanas apuntan a una solución divina. Aun así, Job clama: «Si tan solo hubiera alguien que mediara entre nosotros, alguien que nos reúna» (Job 9:33) [Traducción literal de NIV en inglés].
Aquí es donde el Nuevo Testamento entra en la lucha. Se centra en el cataclismo más grande de la historia —la muerte del Hijo de Dios— y en cómo las grandes crisis del Antiguo Testamento encuentran su resolución en Él. Pero el Nuevo Testamento nunca abandona el modelo de redención del Antiguo Testamento, especialmente el consuelo de un Dios que camina con nosotros en «un valle de profundas tinieblas». La encarnación de Jesús en esa profética noche en Belén permite a Dios entrar más plenamente en nuestro sufrimiento, incluso en nuestra enfermedad mental.
Cuando Jesús llega a Getsemaní, dice «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Mateo 26:38, LBLA). Esta expresión se deriva del término griego lýp, posiblemente la emoción más temida en la antigüedad. Algunos eruditos sugieren que es el equivalente a nuestra noción de depresión. Era tan problemático que los estoicos, filósofos griegos famosos por tratar de evitar emociones negativas, creían que no había cura para ello. Era un estado mental irremediable.
Mientras este desesperado Dios-hombre cuelga en la cruz, se vuelve al Antiguo Testamento: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46; Salmo 22:1). Aquí entramos en el misterio del Dios trino. Mientras Jesús expresa su angustia de muerte, no podemos saber con certeza lo que el Espíritu le dijo. Pero probablemente tuvo que ver con el final del Salmo que recitaba: «Proclamarán su justicia, declarando a un pueblo aún no nacido: ¡Lo ha hecho!» (v. 31) [Traducción literal de NIV en inglés].
La nota final de esperanza y expectativa en el Salmo 22 presagia la resurrección de Jesús, y es un acontecimiento que tiene muchas más implicaciones de las que podemos imaginar. Si Jesús pudo ir a los lugares más oscuros de la mente humana en Getsemaní y emerger resucitado y reivindicado, nosotros también, por fe en Él, seremos elevados a una nueva vida y a una nueva psicología. Esta realidad es una fuente incomparable de ánimo para todos los que sufrimos ansiedad.
Para mí, la ansiedad siempre ha sido una sensación de fatalidad inminente. Es difícil de sacudir, y el desastre parece inevitable. No hay sesión de consejería psicológica, ni consejo sabio que la desvíe por completo. Pero en la terapia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, existe la promesa de que nuestra ansiedad terminará con el tiempo, y esta perspectiva nos ayuda a soportar nuestras vidas a menudo ansiosas. Mejor aún, la promesa prevé la libertad total de la ansiedad y de todas las enfermedades mentales cuando recibamos nuevos cuerpos y nos levantemos para celebrar la victoria de Cristo con mentes que solo conocen el «amor perfecto» de Dios, que «echa fuera todo temor» (1 Juan 4:18).
B.G. White es profesor asistente de estudios bíblicos en The King's College en Nueva York y miembro del Centro de Teólogos Pastores.
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.