Theology

Luchar contra la ansiedad con el Antiguo Testamento

Las antiguas Escrituras son una sorprendente fuente de apoyo en nuestra lucha contra el estrés.

Christianity Today April 23, 2020
Illustration by Matt Chinworth

Este es el tercero de una serie de seis ensayos de una sección transversal, en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

Por estadística, soy miembro de la «generación Y» o «generación del milenio». Apodada «la generación ansiosa», la mayoría de nosotros vivimos estresados, y experimentamos ansiedad a niveles que llegan a afectar nuestro trabajo al doble que la tasa promedio. Somos los líderes de la crisis de salud mental en un mundo donde muchos piensan que los trastornos de ansiedad están en aumento en general.

Hasta hace poco, yo no me consideraba una persona ansiosa. Luego, en tan solo un año, terminé de escribir mi tesis doctoral en Inglaterra, trabajé varios empleos a tiempo parcial para pagar las cuentas, me rompí el Ligamento Colateral Medial de la rodilla (con mi esposa en la semana 36 de embarazo), me convertí en padre por primera vez, encontré un trabajo académico, conseguí una visa de trabajo, me mudé al otro lado del Atlántico, encontré un lugar dónde vivir, completé mi primer periodo de enseñanza y defendí mi tesis doctoral. De ninguna manera digo que todo esto fue malo, ni que fue el fin del mundo —de hecho, algunas cosas fueron muy buenas—. Pero al final de todo, terminé agotado y ansioso.

Mi historia no es única. Los lugares de trabajo son cada vez más móviles, lo que crea un riesgo inminente de caer en el aislamiento y de trabajar en exceso. A los jóvenes se les dice que pueden ir a cualquier parte y que pueden hacer cualquier cosa, pero su salud mental está pagando el precio. Y eso por no decir nada de problemas de mayor peso como las adicciones, el abuso, las enfermedades crónicas, la falta de empleo, la falta de vivienda y una serie de otros problemas que afligen a tantos hoy en día. Una próspera industria del bienestar se ha levantado en respuesta, ofreciendo terapeutas por Instagram, perros de bienestar y juguetes para aliviar el estrés. Como cristiano, puedes sentir tensión, incluso culpa, cuando un médico o un libro de autoayuda mejora tu salud mental más que una lectura de la Biblia.

Como alguien que ha buscado ayuda profesional para la ansiedad, puedo decir que mi propia recuperación siempre ha estado arraigada en la Biblia, especialmente en un pasaje del Antiguo Testamento: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10, NVI). Si nos dejamos llevar por la sabiduría de los medios de comunicación, o incluso de algunos líderes cristianos, mi liberación no debería haber ocurrido de esta manera —no con la ayuda de ese Antiguo Testamento seco y polvoriento—. Pero mientras que otros deciden comprar un ataúd y recitar un réquiem para los textos del «Primer Testamento», yo los encuentro rebosantes de vida.

Afortunadamente, no soy el único. Muchas de nuestras canciones de adoración más terapéuticas están repletas de referencias del Antiguo Testamento, incluyendo «Raise a Hallelujah» y «Blessed Be Your Name». El galardonado libro de Fleming Rutledge, La Crucifixión, señala cómo, históricamente, las comunidades que han soportado generaciones de marginación encuentran consuelo en las historias de exilio y liberación del Antiguo Testamento. Esto se puede observar, por ejemplo, en el discurso «Tengo un sueño» de Martin Luther King Jr., en el que King emplea temas del Antiguo Testamento, incluyendo una alusión al Salmo 30, para consolar a su ansiosa audiencia.

Los textos de la Biblia, especialmente los del Antiguo Testamento, fueron escritos mucho antes de nuestra crisis de salud mental, pero eso no significa que son irrelevantes para nuestras preocupaciones. Tampoco son simplemente una «historia de fondo» para el Nuevo Testamento. De hecho, al contar las historias de varios individuos y sus experiencias más difíciles, el Antiguo Testamento resulta no ser tan antiguo en la práctica, y nos ofrece una forma especial de terapia grupal.

Aprender de la experiencia

La relevancia del Antiguo Testamento para abordar la ansiedad comienza con su composición. Es producto del trabajo de docenas de autores a lo largo de todo un milenio, de tal forma que incluye un número abrumador de eventos traumáticos: desde el asesinato de Abel y la opresión de Israel en Egipto, a la violación de Tamar y el exilio de Babilonia, por nombrar solo algunos. Esto lo diferencia del Nuevo Testamento, el cual está tan concentrado y se terminó de escribir tan rápidamente, que no se registran en él acontecimientos similares del primer siglo, tales como la destrucción del Templo de Jerusalén o la erupción que niveló Pompeya y pudo haber matado a docenas de los primeros cristianos.

Imagine que está parado cerca del sitio del World Trade Center en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. ¿Qué pensamientos y sentimientos experimentaría? Casi todos los estadounidenses que estaban vivos durante los ataques, recuerdan dónde estaban ese fatídico día, y lo que sintieron al ver las noticias mostrando repetidamente el colapso de los edificios. Las experiencias que sustentan los textos del Antiguo Testamento no son muy diferentes. Al menos un acontecimiento perturbador para la sociedad en general está detrás de casi todos los escritos del Antiguo Testamento —un desastre natural, una invasión militar, el exilio nacional o un escándalo político—.

No es de extrañar, entonces, que el Antiguo Testamento esté más saturado de las famosas frases «¡No temas!», en comparación con el Nuevo Testamento. Estos documentos destilan la sabiduría de siglos, llevándonos al consejo de los ancianos mayores y de los eruditos más sabios para aprender lo que realmente significa confiar en Dios.

Mostrando solidaridad

Una de las formas en que el Antiguo Testamento brinda consuelo a las personas con ansiedad es el uso de dos géneros literarios muy agradables: El primero, es la narrativa histórica, que se encuentra en libros como Génesis o Josué. A diferencia de algunos perfiles de redes sociales que están cuidadosamente diseñados para presentar solo el lado más exitoso y emocionante de una persona, estas narrativas revelan una imagen más honesta y completa. Los personajes se presentan con logros y fragilidades. Está Moisés, el orador asustado (Éxodo 4:10); Acaz, el monarca desesperado (2 Reyes 16:7); y Noemí, la suegra llena de amargura (Rut 1:20–21). Estos personajes retiran el estigma de la ansiedad y nos recuerdan que Dios obra a través de personas quebrantadas.

Los Salmos son parte de un segundo género literario, el cual complementa las narraciones con singular belleza. Los Salmos nos ofrecen algo así como fotografías instantáneas de individuos respondiendo a la ansiedad. En lugar de un resumen comprimido y ordenado para compartir en retrospectiva, la pregunta penetrante de David: «¿Hasta cuándo, Señor?» (Salmos 13:1) nos invita a sentir su sufrimiento, y nos permite suplicar a Dios que ponga fin también a nuestro sufrimiento. Asaf expresa lo inexpresable cuando dice que Dios solo le ha dado «pan de lágrimas» (Salmos 80:5). Lo más importante es que este grupo de voces humanas ofrece soluciones teológicas: «El Señor está conmigo y no tendré miedo. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?» (Salmos 118:6). El consuelo de los Salmos se siente especialmente al recordar que son canciones creadas, precisamente, para ser cantadas y que son la Palabra inspirada de Dios. Esto significa, como señaló Juan Calvino, que cuando cantamos los Salmos durante nuestras pruebas, es como si el Espíritu de Dios estuviera cantando a través de nosotros.

Por supuesto, los textos del Antiguo Testamento no siempre parecen un buen recurso para luchar contra la ansiedad. Hay momentos en que se sienten como un puñetazo literario. Como la profecía de Miqueas sobre el juicio que vendría sobre el pueblo de Israel (Miqueas 2:3–5), o historias de pruebas severas, tales como el casi sacrificio de Isaac por parte de Abraham (Génesis 22:1–18). Lejos de consolarnos, a veces parece que estos textos solo aumentan nuestra ansiedad. Pero si los leemos de cerca, encontramos que cada historia es una historia de redención porque la ansiedad es momentánea y siempre es útil para acercarnos a Dios en la fe y la esperanza. Nunca es la intención de un autor bíblico burlarse constantemente de los temores de un creyente o de quitarle la fe en un Dios bueno.

Planteando la pregunta existencial

Después de compartir historias y ofrecer tranquilidad, los textos del Antiguo Testamento a menudo representan un reto: ¿Pondrás en práctica la fe que profesas? Puede parecer trillado, pero es exactamente lo que necesitamos escuchar si la ansiedad es al menos en parte algo que podemos controlar o un hábito de la mente que se puede contrarrestar. Cuando estaba visitando a un profesional de consejería psicológica basada en la fuerza interna, este era el tema que él discutía conmigo constantemente. «¿No es tu Dios uno de amor y cuidado infinitos? ¿Cómo se relaciona eso con tu ansiedad?». Es un tanto perturbador tener a alguien que no es cristiano presionándote sobre la desconexión entre la fe que profesas y tu práctica de la misma, pero tenía razón. Sientes que solo puedes decir la oración de la serenidad hasta que la línea «… Dame valentía para cambiar las cosas que puedo» se convierte menos en una declaración y más en un imperativo.

El Antiguo Testamento encaja muy bien en este movimiento que nos desplaza de la comodidad al mandamiento. Josué les dice a los israelitas que entren en Canaán con valor (Josué 1:18). El libro de Proverbios contrasta los inicuos a diferencia de los piadosos con base en cómo se relacionan con el miedo y la ansiedad: «Los perversos huyen aun cuando nadie los persigue, pero los justos son tan valientes como el león». (28:1, NTV). En Isaías, el profeta desafía a Acaz con el mensaje del Señor cuando él estaba preocupado por la amenaza de la invasión militar: «Si ustedes no creen en mí, no permanecerán firmes» (7:9, NVI).

Crucialmente, estos mandamientos no son emitidos por un Dios que señala con el dedo y se aleja mientras somos arrojados a los terrores de la vida. Este Dios siempre está presente y, aun al momento de darnos mandamientos, Él ya está caminando con nosotros, guiándonos por caminos que no podemos recorrer por nosotros mismos. Este es el mensaje del Salmo 23:4, en el que algunas traducciones dicen: «Aun si voy por valles tenebrosos, no temeré peligro alguno porque tú estás a mi lado». Esta traducción nos ayuda a ver que Dios camina con nosotros, no solo cuando nos acercamos a la muerte, sino en todos los momentos oscuros de nuestra vida. Él siempre está ahí.

Cuando este Dios siempre presente nos pide ser audaces y valientes, encontramos un paradigma sorprendente para lidiar con la ansiedad. La vida de fe es difícil y requiere confiar en Dios más allá de lo que el ojo puede ver. Pero una vida de incredulidad es aún más difícil porque se rinde ante el miedo y pierde de vista a Dios en el pánico subsiguiente. De cualquier manera, este no es el caso de las dudas que rodean nuestra fe. La duda es útil en tanto que es una herramienta para cuestionar nuestros temores, pero es la ansiedad misma la que socava nuestra fe. Nuestro reto como creyentes que sufrimos ansiedad es ver y apreciar la contradicción que existe entre nuestros sentimientos de ansiedad y el poder del Dios que nos ama. Con la ayuda de otras técnicas, y posiblemente medicamentos, luchamos contra la ansiedad simplemente creyendo en Dios.

Este desafío ha sido impactante para mí personalmente. Soy muy bueno controlando mi vida. Puedo anticipar demandas, gestionar proyectos y perseverar. Planeo mis días a la hora (a veces incluso más detallados que eso), y trabajo con otros, ya sea mi esposa o compañeros de trabajo, para asegurarme de que estoy cubriendo mis responsabilidades en casa y en el trabajo. Pero en mis momentos más oscuros, especialmente cuando estoy cansado, me preocupo por cosas que nunca podría controlar. Me preocupan los accidentes aéreos, el cáncer — e incluso las interacciones con extraños—.

Si no los atiendo, estos pensamientos se convierten en el ruido de fondo de mi vida. Así que hay gracia en escuchar y saber que mi ansiedad está creando ilusiones, o en las palabras de Martín Lutero —un teólogo que luchó con ansiedad extraordinaria— «la ansiedad es todo lo que Satanás puede hacernos ahora, porque “Torre inexpugnable es el nombre del Señor; a ella corren los justos y se ponen a salvo” (Proverbios 18:10)».

Terapia Trinitaria

A medida que el Antiguo Testamento reúne una multitud de personajes, desde profetas hasta reyes, para reflexionar sobre su lucha con la fe y la ansiedad, todavía hay una sensación de insuficiencia. Su consejo humano solo abarca hasta cierto punto, así que todos ellos nos invitan a buscar el consejo de Dios mismo. Dios respalda a Moisés con plagas; Isaías entrega la palabra del Señor a Acaz; Noemí recibe una respuesta a sus oraciones. Estas voces humanas apuntan a una solución divina. Aun así, Job clama: «Si tan solo hubiera alguien que mediara entre nosotros, alguien que nos reúna» (Job 9:33) [Traducción literal de NIV en inglés].

Aquí es donde el Nuevo Testamento entra en la lucha. Se centra en el cataclismo más grande de la historia —la muerte del Hijo de Dios— y en cómo las grandes crisis del Antiguo Testamento encuentran su resolución en Él. Pero el Nuevo Testamento nunca abandona el modelo de redención del Antiguo Testamento, especialmente el consuelo de un Dios que camina con nosotros en «un valle de profundas tinieblas». La encarnación de Jesús en esa profética noche en Belén permite a Dios entrar más plenamente en nuestro sufrimiento, incluso en nuestra enfermedad mental.

Cuando Jesús llega a Getsemaní, dice «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Mateo 26:38, LBLA). Esta expresión se deriva del término griego lýp, posiblemente la emoción más temida en la antigüedad. Algunos eruditos sugieren que es el equivalente a nuestra noción de depresión. Era tan problemático que los estoicos, filósofos griegos famosos por tratar de evitar emociones negativas, creían que no había cura para ello. Era un estado mental irremediable.

Mientras este desesperado Dios-hombre cuelga en la cruz, se vuelve al Antiguo Testamento: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46; Salmo 22:1). Aquí entramos en el misterio del Dios trino. Mientras Jesús expresa su angustia de muerte, no podemos saber con certeza lo que el Espíritu le dijo. Pero probablemente tuvo que ver con el final del Salmo que recitaba: «Proclamarán su justicia, declarando a un pueblo aún no nacido: ¡Lo ha hecho!» (v. 31) [Traducción literal de NIV en inglés].

La nota final de esperanza y expectativa en el Salmo 22 presagia la resurrección de Jesús, y es un acontecimiento que tiene muchas más implicaciones de las que podemos imaginar. Si Jesús pudo ir a los lugares más oscuros de la mente humana en Getsemaní y emerger resucitado y reivindicado, nosotros también, por fe en Él, seremos elevados a una nueva vida y a una nueva psicología. Esta realidad es una fuente incomparable de ánimo para todos los que sufrimos ansiedad.

Para mí, la ansiedad siempre ha sido una sensación de fatalidad inminente. Es difícil de sacudir, y el desastre parece inevitable. No hay sesión de consejería psicológica, ni consejo sabio que la desvíe por completo. Pero en la terapia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, existe la promesa de que nuestra ansiedad terminará con el tiempo, y esta perspectiva nos ayuda a soportar nuestras vidas a menudo ansiosas. Mejor aún, la promesa prevé la libertad total de la ansiedad y de todas las enfermedades mentales cuando recibamos nuevos cuerpos y nos levantemos para celebrar la victoria de Cristo con mentes que solo conocen el «amor perfecto» de Dios, que «echa fuera todo temor» (1 Juan 4:18).

B.G. White es profesor asistente de estudios bíblicos en The King's College en Nueva York y miembro del Centro de Teólogos Pastores.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Theology

Sobrevivir a COVID-19 en España enfocó mi fe

Seis lecciones para las iglesias del presidente de la Alianza Evangélica Española.

Christianity Today April 21, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Courtesy of Iglesia Buenas Noticias Lugo / Wikimedia Commons/ De an Sun / Unsplash

España está pasando por la peor crisis que recordamos desde que este país se convirtió en una democracia moderna hace 40 años.

El coronavirus ha matado a más de 21.000 personas y ha contagiado a por lo menos 200.000, aunque muchos más de nuestros 46 millones de habitantes podrían estar infectados, tal como reconoce el propio gobierno. Las comunidades evangélicas no hemos estado al margen de esta epidemia, y entre los afectados me encuentro yo mismo.

Soy pastor de una iglesia de unas 350 personas en una pequeña ciudad en la costa atlántica, y sirvo también en mi denominación y como presidente de la Alianza Evangélica Española. Pero todo paró en seco cuando me contagié con el COVID-19.

Cuando, tras 21 días de lucha contra la enfermedad, recibí el alta médica, mi agradecimiento y alegría fueron enormes. Soy muy consciente que otros, incluso más jóvenes y fuertes que yo, han perdido la vida por esta enfermedad.

Como país aún estamos sufriendo mucho y nos dirigimos hacia un futuro incierto. En mi propia familia aún tenemos personas que están luchando con el virus. Pero estas son algunas primeras reflexiones que hago en base a lo experimentado hasta ahora en España.

1. RECORDEMOS QUE NO SOMOS ‘SUPERHOMBRES’

La primera conclusión es para aquellos que, como yo, se encuentran en el liderazgo cristiano. La lección más evidente al recuperar la salud ha sido recordar que no soy (ni debo ser) un “superhombre”. Vivimos en el mismo mundo que los demás, tenemos los mismos conflictos, los mismos riesgos, somos vulnerables, y justamente eso es lo que nos capacita para el liderazgo. Un liderazgo de superhombre, el de aquel que parece ajeno (o por encima) del sufrimiento, nunca podrá producir discípulos pero sólo admiradores o adoradores. Este tiempo de sufrimiento y lucha con la enfermedad, me ha recordado una vez más que el Padre ya envió un Salvador—y ese no soy yo.

Además, caer enfermo me mostró nuevamente la importancia de pertenecer a una comunidad. Tras saberse mi infección, hubo una reacción inmediata de oración de mi iglesia local, pero también de la iglesia en España y en otras partes del mundo. Mensajes de ánimo, oraciones de fe y amor de muchos amigos e incluso desconocidos, fueron dosis de aliento en las horas difíciles.

En estos días, comprobé muy claramente la verdad de la Palabra de que somos un cuerpo, uno solo. Tenemos una fe común y somos una familia. Todo esto no es algo teórico o abstracto ni una quimera que algún día alcanzaremos, sino una realidad palpable. Es así como aquellos que estamos sufriendo somos sostenidos en la prueba.

2. APROVECHEMOS EL SHOCK PARA REFLEXIONAR SOBRE NUESTRA VIDA

Cuando uno está involucrado en una iglesia en crecimiento, con proyectos sociales, plantación de iglesias, etc., la enfermedad inesperada llega como un “parón” obligado que detiene muchas cosas. Inicialmente, es un shock, y después vienen otras fases como la ira, la negociación y, finalmente, la aceptación.

La enfermedad provoca un proceso personal que, si todo va bien, puede durar unas horas o unos días. Al principio tuve momentos de dudas, de preguntarme cuál era el propósito de todo esto. Pero al aceptar mi situación, aprendí dos lecciones.

La primera fue una profunda reflexión de que Dios ha cuidado y cuida de mí. Durante unos días en los que estuve realmente mal, me planteé la posibilidad de la muerte como algo posible. ¿Qué evaluación hacía de mi vida? En lo ministerial y profesional, en las metas realizadas en la vida, estaba en paz. Había hecho lo que había podido en el tiempo que Dios me había dado. Pero el dolor apareció cuando pensé en mis hijos, en que no iba a poder ver y vivir cómo ellos alcanzarían sus propias metas y sueños. Sin embargo, ahí estaba la quieta paz de que Dios cuidaría de mi esposa y mis hijos si yo faltase.

Lo segundo que aprendí en mi proceso con el COVID-19, es a identificarme con el dolor de tantas personas que están pasando el mismo padecimiento. Es inestimable lo que la enfermedad puede aportar al alma si uno está abierto a que Dios te ensanche el corazón durante el proceso. Creo firmemente que Dios es poderoso para sanarme, así como lo fue para salvarme. Además, no creo que la enfermedad sea un castigo enviado por el Señor. Pero mientras esperaba en fe Su sanidad (directa o a través de los medios sanitarios) pude aprender que otros están sufriendo también, que puedo compadecerme con ellos y que en todo ello Dios sigue siendo Señor, pase lo que pase.

3. NO JUGUEMOS CON UNA TEOLOGÍA TRIUNFALISTA

Si en algo puede servir esta tribuna, es para pedirles a nuestros hermanos del continente americano que aprendan de nuestros errores. Desgraciadamente Estados Unidos ya lo está comprobando y esperemos que en los países hermanos de Hispanoamérica mantengan y amplíen las medidas iniciales que han tomado.

Vimos la crisis en China, y dijimos: “Es en China, queda muy lejos”. Y no nos preparamos. Después llegó a Italia, y dijimos: “Es Italia, a España no llegará”. De hecho, algunos aficionados al fútbol incluso viajaron a la zona de mayor contagio de nuestro país vecino a ver un partido de Champions League, una competición que como todo lo demás, ha sido cancelada y es ahora irrelevante.

Días después, el COVID-19 llegó a Madrid, y los que vivimos en otra parte del país dijimos nuevamente: “Eso es en la capital, nosotros estamos a salvo”, y no fuimos prudentes. Finalmente llegó a nuestra ciudad, y a nuestras propias familias. Fuimos lentos en la reacción y pagamos las consecuencias. Por favor, aprendan de nuestros errores y tomen bien en serio esta pandemia.

Las iglesias tienen un papel fundamental a la hora de responder con sabiduría a esta situación. El problema mayor está en una teología débil que enseña que la prudencia está en contra de la fe, una teología triunfalista que enseña que somos inmunes al virus por la fe. Algo así como que no tenemos que seguir las recomendaciones de las autoridades porque Dios ya nos protegerá. Es un craso error, que tendrá consecuencias nefastas, y los pastores que predican estas cosas tendrán que rendir cuentas a Dios y a los hombres por su enseñanza.

4. PREPARÉMONOS PARA ACOMPAÑAR A OTROS EN DUELOS DIFÍCILES

En España hemos visto centros de salud desbordados en los que los sanitarios definían como un “ambiente de guerra”. Enfermeros y médicos cristianos nos contaban sus ganas de llorar al llegar a casa al darse cuenta de la falta de recursos humanos, protección, camas de UCI, etc. Y sobre todo, conscientes del duro impacto emocional que esta epidemia dejará en nuestra sociedad en los próximos años.

También en nuestras iglesias hemos tenido que despedir atropelladamente a muchos. La mayoría de nuestros hermanos que han fallecido, eran padres o abuelos de una generación que luchó por levantar nuestras comunidades. Muchos han marchado sin poder decirles un último adiós, solos en una habitación, despidiéndose por teléfono. Aunque compartimos una esperanza más allá de la muerte, la forma en la que se fueron dejará heridas.

Tendremos que reaprender a acompañar en el proceso de duelo a muchas personas, sean creyentes o no. Uno de los asuntos que más tendremos que trabajar es lo relacionado con la culpa y la rabia interior por no poder acompañar a su ser querido en los últimos momentos de la enfermedad. Muchos no pudieron ir al hospital, y no van a ver nunca el cuerpo, ni siquiera el ataúd. Hay familiares que no están pudiendo encajar de forma definitiva la pérdida, la ausencia.

Estas semanas, las autoridades están pidiendo a las familias que autoricen la incineración de su ser querido: reciben una llamada en la que explican cómo acceder a las cenizas a posteriori, y al parte de defunción. Es como si estas personas desaparecieran de nuestra vida, sin más.

¿Cómo elaborar un duelo sin un ritual funerario, una ceremonia de la que poder participar? Tenemos que preparar a la gente para llevar a cabo un duelo a distancia, y estamos trabajando ya para preparar una guía sobre el duelo en estos tiempos extraños.

5. VOLVAMOS A LO ESENCIAL: LA COMUNIDAD

Casi toda Europa ha suspendido las actividades que reúnen a personas en lugares físicos, y no tenemos un horizonte de cuándo los gobiernos permitirán que se reanude la actividad en los lugares de culto.

Esto pone a prueba nuestra forma de ser iglesia. Aquellas iglesias que tienen una buena estructura de grupos pequeños tienen resuelto el concepto de comunidad, así como el cuidado pastoral y la labor misionera. Y es evidente que los recursos tecnológicos y herramientas de comunicación al alcance de todos en internet son una bendición estas semanas para tener un comunicación múltiple y fluida.

Pero el liderazgo cristiano debe aprovechar esta crisis para repensar la iglesia desde una óptica comunitaria. Cristo es el centro, no lo es el culto, la reunión dominical. En la nueva etapa postcrisis será fundamental volver a una estructura celular de la iglesia que enfatice el compromiso personal y ponga fin al consumismo religioso que nos ha acompañado durante décadas.

Las prioridades que surgen ahora son claras. Primeramente, en la línea de lo que dice Gálatas 6:10, debemos “hacer el bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe”. Hay que estar muy atentos a que ningún hermano en la fe pase necesidad, sea esta económica, anímica o social. A continuación, ampliemos esta acción al barrio y la ciudad en la que vivimos.

Es tiempo, también, de mantener la pastoral en todos los aspectos. Esto incluye, por cierto, el cuidado de niños, jóvenes, matrimonios, así como la adoración. En nuestra iglesia local, hemos celebrado el Domingo de Pascua una #santacenaibnlugo, en la que todos los hermanos participábamos de la Santa Cena desde nuestras casas, y compartíamos una foto con este hashtag.

Siempre hemos predicado aquello de que la iglesia no es un edificio ni un lugar concreto, sino las personas. Esta crisis será el crisol para probar esa afirmación: el COVID-19 probará nuestra teología y nuestras estructuras eclesiales.

6. SEAMOS, AHORA MÁS QUE NUNCA, IGLESIAS VIVAS Y ACTIVAS

Estamos en un mundo que está en quebranto, necesitado de que asumamos nuestro papel como luz y sal, para que a través de nuestro testimonio acaben dando gloria a Dios.

Dejadme terminar con una muestra de la iglesia que pastoreo. La nuestra no es una comunidad muy grande, y estamos en una ciudad de contexto rural de unos 100.000 habitantes. Uno podría pensar que somos débiles y pequeños para afrontar el enorme desafío de esta epidemia. Por si fuera poco, la suspensión de la actividad ha reducido mucho las entradas económicas de la iglesia.

Sin embargo, hemos podido multiplicar considerablemente la ayuda social con el fin de paliar los efectos de la crisis en las familias de nuestro entorno.

Intentamos aplicar Mateo 5:16, “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

En nuestro caso, ha significado desarrollar un plan de acción con tres ejes. El primero es la ayuda social de emergencia, proveyendo económicamente a las familias más necesitadas. El segundo eje es el programa de reparto de alimentos. Entregamos 3 toneladas de productos frescos cada quince días; además de 72 toneladas de alimentos no perecederos. Gracias a la red tejida en los últimos años, podemos alcanzar con esta ayuda a 900 familias (unas 3.000 personas).

Por último, hay un eje nuevo de trabajo, el de la confección de material sanitario. Esto funciona gracias a nueve miembros de nuestra iglesia que cosen batas, gorros y calzas para usar en centros de salud. Lo hacen con materia prima fácil de conseguir: bolsas de plástico. Ya hemos entregado muchas en centros de salud y residencias de ancianos, donde tenían escasos recursos o ningún material. La repercusión en los medios de comunicación ha sido grande desde el principio, lo cual ha aumentado el número de pedidos de material. El personal médico y de enfermería se ha mostrado muy agradecido y nos ha felicitado por un trabajo que consideran de calidad. Prevemos poder confeccionar 2.000 batas, 2.400 gorros y 2.100 calzas en las próximas semanas.

Esperamos poder poner punto y final a este programa en cuanto lleguen los recursos que el gobierno está gestionando. Mientras tanto, seguimos sirviendo a la comunidad.

Es verdad que estamos confinados, pero el Espíritu Santo no está confinado, y como cristianos seguimos participando de la vida de la sociedad que nos rodea en medio de la crisis. Es tiempo de mostrar que “la iglesia sigue viva y activa”. Este es el lema que nos mantendrá a los miembros de nuestra iglesia local enfocados en las semanas por delante.

Marcos Zapata es pastor de la Iglesia Buenas Noticias en Lugo, España, y presidente de la Alianza Evangélica Española.

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Books

Lo que los académicos escépticos admiten acerca de las apariciones de Jesús después de la Resurrección

La evidencia histórica es clara: Aquellos que dijeron verlo resucitado deben haber visto algo.

Christianity Today April 20, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: ZU_09 / Getty Images / Annie Spratt / Unsplash

El 26 de junio de 2000, ABC emitió un documental llamado La búsqueda de Jesús (The Search for Jesus). El principal presentador de noticias de la cadena, Peter Jennings, entrevistó a eruditos del Cristianismo primitivo (liberales y conservadores) acerca de lo que podemos saber históricamente acerca de la vida, muerte, y resurrección de Jesús. La serie terminó con una sorprendente declaración de la académica del Nuevo Testamento Paula Fredriksen, quien no es cristiana.

The Bedrock of Christianity: The Unalterable Facts of Jesus' Death and Resurrection

Comentando sobre las apariciones posteriores a la Resurrección de Jesús, Fredriksen dijo:

Sé que, en sus propios términos, lo que vieron fue a Jesús resucitado. Eso es lo que dicen; y luego, toda la evidencia histórica posterior que tenemos da testimonio de su convicción de que eso es lo que vieron. No estoy diciendo que realmente vieron al Jesús resucitado. Yo no estaba allí. Yo no sé lo que vieron. Pero sí sé, como historiadora, que deben haber visto algo.

Ella está admitiendo, en otras palabras, que la mejor evidencia histórica disponible confirma que seguidores de Jesús como María Magdalena, su hermano Jacobo [también conocido como Santiago en la lengua española], Pedro y sus otros discípulos, e incluso un enemigo (Pablo) estaban absolutamente convencidos de que Jesús, el hombre que había sido crucificado, se les apareció vivo, resucitado de entre los muertos.

Fredriksen no es la única en suponer que estos seguidores deben haber visto algo. Prácticamente todos los estudiosos de la Biblia en todo el mundo occidental, independientemente de sus antecedentes religiosos, están de acuerdo en que los primeros seguidores de Jesús creían con certeza que se les había aparecido vivo. Esto fue lo que dio inicio a la religión más grande del mundo. Como resultado de estas apariciones, pescadores judíos comenzaron a proclamar a las multitudes en Jerusalén que «A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos» (Hechos 2:32 NVI). Dos mil años después, el mensaje de la muerte y resurrección de Jesús es proclamado por miles de millones de cristianos en casi todas las naciones y en casi todos los idiomas del planeta tierra.

¿Qué vieron todos estos testigos?

Una confesión fundamental

Según la fuente más antigua que tenemos registrada de la muerte y resurrección de Jesús, una perla oculta que se encuentra dentro de 1 Corintios 15, Jesús se apareció a varios individuos y grupos, y al menos a un enemigo. Esta tradición de credo, según prácticamente todos los eruditos, data de cinco años alrededor de la muerte de Jesús. A través de esta fuente, podemos volver a los primeros años del movimiento cristiano en Jerusalén, a la confesión fundamental de los primeros seguidores de Jesús.

Esto es lo que Pablo dice en Primera de Corintios 15:3–8:

Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Jacobo, más tarde a todos los apóstoles, y, por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí.

Este catálogo de apariciones de resurrección no tiene parangón en el Nuevo Testamento, incluso en toda la literatura antigua. De esta lista aprendemos que Jesús se apareció a tres individuos: Cefas (Pedro), su discípulo principal; Jacobo, su hermano; y Pablo, su antiguo enemigo. Y también aprendemos que se apareció a tres grupos: los Doce (discípulos, menos Judas); a más de 500 de sus primeros seguidores; y a todos los apóstoles.

Decir que Jesús se apareció a más de 500 hombres y mujeres al mismo tiempo es una afirmación verdaderamente notable. Pablo audazmente pone su credibilidad en juego cuando menciona que la mayoría de ellos todavía están vivos. Después de todo, esencialmente está invitando a los miembros de la iglesia en Corinto a viajar a Jerusalén y hablar con estos testigos, investigando por sí mismos cómo fue ver al Jesús resucitado. Podemos ver, entonces, que el testimonio sólido de testigos que vieron a Jesús resucitado estaba fácilmente disponible en las décadas posteriores a su resurrección. Como G. K. Chesterton observó en El Hombre Eterno (The Everlasting Man): «Este es el tipo de verdad que es difícil de explicar porque es un hecho; pero es un hecho al que podemos llamar testigos».

María Magdalena también pertenece a la lista de testigos oculares clave, ya que ella también estaba disponible para ser interrogada acerca de su experiencia con Jesús resucitado. Como escribe el agnóstico erudito del Nuevo Testamento Bart D. Ehrman en How Jesus Became God, es «significativo que María Magdalena goce de tal protagonismo en todas las narraciones de la resurrección del Evangelio, a pesar de que está prácticamente ausente en cualquier otro lugar de los Evangelios. Ella es mencionada en un solo pasaje de todo el Nuevo Testamento en relación con Jesús durante su ministerio público (Lucas 8:1–3), y sin embargo ella es siempre la primera en anunciar que Jesús ha resucitado. ¿Por qué es esto? Una explicación plausible es que ella también tuvo una visión de Jesús después de que él murió». A María Magdalena se le dio el alto honor de ser no sólo la primera en ver a Jesús resucitado, sino la primera persona en la historia en proclamar: «¡He visto al Señor!» (Juan 20:18).

Sea lo que sea que estos testigos vieron, transformó sus vidas hasta el punto de estar dispuestos a sufrir y morir por ello. En Segunda de Corintios 11:23–33, Pablo relata el sufrimiento que enfrentó casi a diario por su convicción de que Jesús se le apareció. Fue golpeado, encarcelado, apedreado, padeció hambre, naufragó, y diariamente se encontraba en peligro de todo tipo de maldad en sus viajes por todo el Imperio Romano.

También poseemos fuertes pruebas históricas de que ciertos testigos oculares clave fueron martirizados por su fe. Pedro, por ejemplo, fue crucificado. Jacobo fue apedreado. Pablo fue decapitado. Sea lo que sea que hayan visto, valió la pena dar sus vidas por ello. Sellaron sus testimonios con su propia sangre.

La varita mágica de la «Histeria en Masa»

Con el fin de dar una explicación a estas apariciones de la Resurrección, algunos eruditos han especulado que los testigos oculares simplemente estaban alucinando.

En su excelente libro Resurrecting Jesus, el erudito del Nuevo Testamento Dale Allison examina la literatura y los estudios científicos disponibles sobre las alucinaciones. En casos documentados, concluye, hay cuatro cosas que no suceden (o rara vez suceden). En primer lugar, las alucinaciones rara vez son vistas por múltiples individuos y grupos durante un largo período de tiempo. En segundo lugar, las alucinaciones rara vez son vistas por grupos grandes de personas, especialmente grupos de más de ocho. Tercero, las alucinaciones nunca han llevado a la afirmación de que una persona muerta ha resucitado. Y en cuarto lugar, las alucinaciones no involucran al enemigo de la persona. (También podríamos añadir el hecho de que las alucinaciones normalmente no se caracterizan por iniciar movimientos globales o religiones mundiales).

Sin embargo, en el caso de las apariciones de la resurrección de Jesús, cada una de estas circunstancias raras, o aparentemente imposibles, ha sucedido.

Allison resume las implicaciones de forma contundente: «Estos parecen ser los hechos, y plantean la cuestión de cómo debemos explicarlos. Los apologistas de la fe dicen que, dados los informes, los avistamientos de Jesús deben haber sido objetivos. Una persona puede alucinar, ¿pero doce al mismo tiempo? ¿Y docenas durante un largo período de tiempo? Estas son preguntas legítimas, y agitar la varita mágica de la “histeria masiva” no hará que desaparezcan».

Agnosticismo cauteloso

La única otra respuesta dada por eruditos respetables que luchan con este sólido registro histórico es alguna variación de «No lo sé». Al igual que Fredriksen, el renombrado erudito del Nuevo Testamento E. P. Sanders también representa este enfoque agnóstico cauteloso cuando escribe, en La Figura Histórica de Jesús (The Historical Figure of Jesus): «Que los seguidores de Jesús (y más tarde Pablo) tuvieron experiencias de resurrección es, a mi juicio, un hecho. Cuál fue la realidad que dio lugar a las experiencias, la desconozco».

Jordan Peterson, el popular profesor de psicología de la Universidad de Toronto, también pertenece a esta categoría. No afirma ni rechaza la historicidad de la Resurrección de Jesús. Cuando se le preguntó directamente si Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, Peterson respondió: «Necesito pensar en eso durante unos tres años más antes de aventurarme a dar una respuesta que vaya más allá de lo que ya he dicho».

La postura del agnóstico cauteloso es respetable. Ni siquiera los apóstoles originales creyeron en el relato de la Resurrección cuando las mujeres les dijeron por primera vez (Lucas 24:8–11). Sin embargo, si alguien como Peterson, con la mente y el corazón abiertos, sigue la evidencia a donde ésta conduce, estoy convencido de que se encontrará a los pies de Jesús resucitado, proclamando con Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20:28).

Convenciendo a Horacio

La extraordinaria naturaleza de la resurrección de Jesús me recuerda mi escena favorita en Hamlet de Shakespeare. La obra comienza con las apariciones «extrañamente prodigiosas» del padre muerto de Hamlet a Bernardo y Marcelo y más tarde al amigo de Hamlet, Horacio. Horacio es el escéptico del grupo, y Hamlet desafía su incredulidad de lo sobrenatural en este intercambio:

Horacio: ¡Oh! Dios de la luz y de las tinieblas, ¡qué extraño prodigio es éste!

Hamlet: Por eso como a un extraño debéis hospedarle y tenerle oculto. Ello es, Horacio, que en el cielo y en la tierra hay más de lo que puede soñar tu filosofía. [Shakespeare, Hamlet, trad. al español por Leandro Fernández de Moratin, 1825]

Shakespeare habla a través de Hamlet, diciéndonos que esperemos lo inesperado. Que le demos la bienvenida a lo extraño y extraordinario. Es realmente un extraño prodigio que el fantasma del padre de Hamlet se esté apareciendo a la gente, pero no lo rechacemos solo por esa razón. Su filosofía debería ser lo suficientemente amplia para lo sobrenatural. Más cosas están sucediendo en nuestro maravilloso mundo (y más allá) de lo que usted puede imaginar. Si su filosofía no es lo suficientemente amplia y abierta como para incluir lo milagroso y lo extraordinario, entonces necesita una nueva filosofía.

Debemos estar abiertos a afirmaciones milagrosas del mundo antiguo y en los tiempos modernos. Nuestras filosofías deberían dejar espacio para lo inesperado, extraño y extraordinario. Sin embargo, la pregunta más importante para hacer de cualquier afirmación milagrosa es «¿Cuál es la evidencia?».

Hemos visto que, incluso desde la perspectiva de los eruditos más escépticos, el peso del registro histórico atestigua que una serie de individuos y grupos creían con certeza haber visto a Jesús resucitado. Todas las pruebas que tenemos sugieren que sus testigos oculares eran dignos de confianza y honestos. ¿Por qué no creerles?

Y si eso no convence a nuestros Horacios modernos, entonces podemos ir más allá, convocando a los Doce y a los más de 500 que vieron al Mesías resucitado.

Incluso podemos ir más allá del marco temporal del primer siglo, explorando cómo la creencia en la Resurrección sentó las bases de toda la civilización occidental, inspirando algunas de las mayores muestras de arte, literatura, música, cine, filosofía, moral y ética que el mundo haya visto jamás. ¿Todo esto se basa en una mentira?

Y si todo eso todavía no es suficiente, entonces que nuestros Horacios contemplen a los miles de millones en todo el mundo que hoy están dispuestos a testificar cómo el Cristo viviente ha transformado sus vidas. Estos incluyen gigantes intelectuales que se han convertido al cristianismo de todas las religiones del mundo (o del ateísmo y el agnosticismo). En Cristo, han encontrado todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento.

El Domingo de Resurrección, estos miles de millones proclamaban el mismo mensaje que los apóstoles proclamaron en el Día de Pentecostés: «A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos».

Ahora más que nunca, en este mundo oscuro y plagado, su familia, amigos y vecinos están buscando esperanza. El Cristo viviente es la única esperanza para todos nosotros. Antes de que la Pascua se desvanezca en las prisas de la vida cotidiana, pregúntele a su vecino: ¿Qué (o a quién) vieron todos esos testigos?

Vieron la esperanza encarnada, la nueva creación, la vida en su plenitud, Dios en la carne.

¡Esto es verdaderamente un extraño prodigio! Anime a sus amigos escépticos a no detenerse en «No lo sé». A darle la bienvenida a Jesús resucitado.

Justin Bass es profesor del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Evangélico de Jordania en Amán, Jordania. Es el autor de The Bedrock of Christianity: The Unalterable Facts of Jesus's Death and Resurrection (Lexham Press) y The Battle for the Keys: Revelation 1:18 y Christ's Descent into the Underworld (Wipf and Stock).

Traducido por Livia Giselle Seidel.

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Theology

La esperanza de la Resurrección se extiende más allá del domingo de Pascua

Incluso cuando la muerte se avecina, las Buenas Nuevas permanecen.

Christianity Today April 16, 2020
Buda Mendes / Getty Images

Mientras la pandemia COVID-19 trajo sufrimiento y muerte a tantos alrededor del mundo en las últimas semanas, los cristianos anticipaban ansiosamente el Domingo de Pascua con su promesa de una nueva vida.

Ahora que la celebración ya ha pasado, los cristianos podrían verse tentados a cambiar de tema. Con la amplitud del sufrimiento en todo el mundo, y las proyecciones advirtiendo que lo peor no ha terminado, sería fácil dejar de lado cualquier alegría y esperanza de Pascua. Pero la resurrección de Jesús no está reservada para un solo domingo. Puede que la Pascua haya pasado, pero la esperanza de la resurrección es nueva cada mañana porque Jesús ha resucitado físicamente de entre los muertos.

Jesús murió por nuestros pecados, se levantó físicamente de entre los muertos, y se apareció a muchos testigos como se relata en los Evangelios y a través de las Epístolas. En el Nuevo Testamento, la palabra esperanza significa una expectativa confiada de que Dios ha cumplido y cumplirá sus promesas de redención para su pueblo y para el mundo en Su Hijo, Jesucristo.

Los cristianos especialmente necesitan recordar esta palabra en tiempos de sufrimiento. Como el mismo Pablo lo atestigua, porque hemos sido justificados por la fe en Jesucristo, tenemos paz con Dios y esperanza en Dios cuando sufrimos (Rom. 5:1–5 NVI). Esta esperanza "no nos defrauda" (v. 5).

Entiendo que puede ser difícil mantener la Resurrección en primer plano cuando la muerte nos amenaza a nosotros mismos, a nuestras comunidades y a quienes amamos.

En 2018, mi amada tía, quien me crió como si fuera su propio hijo, murió una muerte horrible. Fue la culminación de una larga y dolorosa batalla con múltiples enfermedades, y la esperanza parecía desesperanza.

Al cuidarla en esas últimas semanas, a menudo sentí que la esperanza de la resurrección de Jesús era una verdad bíblica y teológica que yo afirmaba intelectualmente, pero que no me estaba sosteniendo en esas circunstancias. Parecía imposible hacer otra cosa que caer en la desesperanza en esas habitaciones de hospital cuando mi tía elevaba a Dios su clamor por ayuda mientras sufría, o en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) cuando estaba en coma, o en el hospicio, cuando la vi pasar lentamente de esta vida a la siguiente un par de semanas antes de Navidad.

Esta pandemia nos recuerda a todos que la vida es incierta, frágil y demasiado corta. Junto con el resto de la creación, los cristianos debemos gritar con gemidos agonizantes, con quebrantamiento, con decepciones y temores, mientras anhelamos que cesen las infecciones, las enfermedades, el sufrimiento y la muerte. Sabemos que no es así como las cosas deberían ser (Rom. 8:18).

Lamentamos la situación actual del mundo. Sin embargo, no renunciamos a la alegría del Domingo de Resurrección, con sus himnos triunfantes proclamando un Salvador resucitado. Nuestras lágrimas brotan de corazones con lamento esperanzado. Esperamos ansiosamente a que Dios, en Cristo, efectúe la redención de la creación de su esclavitud al pecado, la enfermedad, la muerte y el sufrimiento, mientras trabajamos y anhelamos el florecimiento de todos los portadores de la imagen [de Cristo] en este tiempo (Rom. 8:19–21, Gal. 6:10).

Todavía podemos tener esperanza en medio de una pandemia, e incluso celebrar mientras nos lamentamos, porque creemos en un Dios que probó que la enfermedad y la muerte no tienen la última palabra (1 Cor. 15).

Incluso ahora mismo, Dios está actuando en nuestro favor porque Jesús ha resucitado de entre los muertos. El Espíritu acompaña los gemidos de lamento de la creación con oraciones de gemidos que no pueden expresarse con palabras mientras nos ayuda y ora por nosotros cuando no sabemos qué pedir porque nuestro sufrimiento actual es insoportable (Rom. 8:26–27). Las oraciones del Espíritu garantizan que Dios hará que nuestro sufrimiento sea para nuestro bien debido a su obra redentora en Jesucristo (Rom. 8:28–30).

Hace poco más de un año, cuando mi tía estaba en la UCI—esas alas de hospital ahora llenas de frágiles pacientes luchando contra el Coronavirus—el Señor le mostró a nuestra familia la esperanza de la resurrección de Jesús. Antes de que mi tía muriera, después de 22 años de orar por ella y de compartir el evangelio con ella, tuve el privilegio de guiarla a la fe en Jesucristo.

Y Dios ha continuado su obra. Un año más tarde, tuve el privilegio de guiar a mi madre (su hermana) a la fe en Jesucristo, y luego a mi hijo de 11 años. No conozco el propósito del sufrimiento y la muerte de mi tía a la edad de 59 años, y todavía lamento su muerte. Pero debido a la muerte y resurrección de Jesús, mi familia tiene esperanza.

El sufrimiento que inevitablemente acompaña a esta pandemia—la muerte, la enfermedad, el miedo, la pérdida, el aislamiento y las dificultades financieras—será difícil de soportar. Parecerá abrumador e inexplicable. Y sin embargo, es incomparable a la gloria que Dios revelará en nosotros cuando libere toda la creación de su esclavitud al pecado (Rom. 8:18).

Incluso durante este tiempo inexplicable de sufrimiento como nunca antes habíamos visto, cuando la muerte parece abarcar el mundo entero y acechar incluso junto a nosotros, los cristianos debemos recordar que somos más que vencedores a través de Cristo, quien nos amó (Rom. 8:31–39). Estamos unidos al amor de Dios en Jesucristo por la fe, porque murió por nuestros pecados, se levantó de entre los muertos y está sentado a la diestra de Dios reinando en la victoria triunfal sobre el poder del pecado y la muerte (Col. 1–2).

Y así como reina, Jesús también ora por nosotros en anticipación de aquel gran día en que sus redimidos reinarán con él en la tierra en un mundo glorificado (Ap. 19:1–22:21).

Mientras tanto, vivimos con la esperanza de la Resurrección, y practicamos una ética del amor que nos obliga a amar bien y sabiamente a nuestros vecinos y a buscar el bien común de todas las personas, aun cuando eso signifique que debemos practicar el distanciamiento social y permanecer en casa. Soñamos con nuevas maneras de compartir el mensaje de la salvación de Dios—y mostrar el amor de Cristo—con nuestra familia y vecinos, para quienes el Domingo de Pascua fue solo otro día en el calendario. A medida que crece el sufrimiento que nos rodea, oramos para que el Evangelio y el reino de Dios continúen avanzando.

El Domingo de Pascua ya vino y se fue, y lo que está por venir es desconocido incluso para los mejores pronosticadores, estadísticos y científicos. Pero la verdad de la Resurrección no ha cambiado, y nuestra esperanza en Jesús todavía es segura porque !Él ha resucitado de entre los muertos!

Jarvis J. Williams es profesor asociado de interpretación del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Bautista del Sur (The Southern Baptist Theological Seminary) en Louisville, Kentucky. Es autor de numerosos libros, incluyendo un comentario reciente del libro de Gálatas.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

20 Oraciones más mientras nos acercamos al pico de la pandemia

Pedir a Dios sigue siendo la forma más poderosa de responder en medio de la crisis.

Christianity Today April 15, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: The New York Public Library / Igor Rodrigues / CDC / Unsplash

[Nota del editor: CT tiene más de 50 artículos traducidos al español.]

La semana pasada, paramédicos vinieron por mi vecino anciano al otro lado de la calle, mientras mis hijos y yo mirábamos impotentemente desde la ventana. Se pusieron mascarillas y se ataron mutuamente largas batas azules. "¿Por qué el camión de bomberos también está aquí?", preguntó mi hijo.

"Creo que siempre viene cuando se llama a una ambulancia", le dije, tratando de ser útil, cuando en realidad me sentí inútil.

Con más de la mitad del mundo bajo la orden de permanecer en casa, muchos estamos experimentando esta sensación de impotencia frente al sufrimiento de otras personas. En condiciones normales, habría comida que preparar y visitas al hospital por hacer. Pero estos no son días normales.

Sin embargo, no somos impotentes. Todo lo contrario. Una de las cosas más efectivas que podemos hacer por nuestros vecinos de todo el mundo es arrodillarnos y buscar a Dios, la fuente de la ayuda misma.

Escribí “20 Oraciones Para Orar Durante Esta Pandemia” para recordarnos que Dios es quien dice ser: "¡Vean ahora que yo soy único! No hay otro Dios fuera de mí." (Deut. 32:39 NVI)

En las semanas posteriores a la publicación de ese artículo, personas de todo el mundo han estado leyendo, orando (presumiblemente) y compartiendo esas oraciones en gran número. Dicho gran número rinde homenaje a cómo la iglesia se está uniendo durante la crisis.

A medida que continuamos uniendo las manos a través de la distancia, aquí hay 20 oraciones más por nuestro prójimo en todas partes:

1. Por la iglesia, luchando con fe en medio del sufrimiento global: Dios, creemos en tu voluntad de sanar y en tu poder para hacerlo. Ayuda a nuestra incredulidad.

2. Por aquellos que se han convertido a la fe en Jesús por primera vez durante esta pandemia: Dios, ayuda a nuestros nuevos hermanos y hermanas a crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Salvador.

3. Por aquellos que aún no conocen a Jesús pero cuyos corazones se encuentran agitados por curiosidades espirituales y anhelos eternos: Dios, en tu bondad, lleva a muchos al arrepentimiento y a la fe obediente en tu Hijo.

4. Por los socorristas y los trabajadores del cuidado de la salud, especialmente en los epicentros de la infección: Dios, refuerza sus filas y fortalécelos con energía sobrenatural.

5. Por las empresas con la capacidad (y el mandato) de fabricar los tan necesarios equipos de protección para nuestros trabajadores del cuidado de la salud: Dios, establece el trabajo de sus manos.

6. Por los trabajadores de tránsito, los policías y otros servidores públicos que trabajan incansablemente, a menudo sin la protección adecuada: Dios, dales resistencia todos los días y líbralos de la enfermedad.

7. Por hogares de ancianos, centros de rehabilitación y otros centros de cuidado de largo plazo: Dios, alienta a los residentes que se sienten solos y fortalece al personal que los ayuda. Prevén una mayor propagación de la infección y consuela a las familias que no pueden visitar a sus seres queridos.

8. Por los encarcelados, que son particularmente vulnerables a la propagación de este virus: Dios, da sabiduría a los funcionarios de las prisiones. Protege a los reclusos y al personal, tanto de la violencia, como de la enfermedad. Líbralos a todos del miedo.

9. Por las mujeres y los niños en situaciones abusivas: Dios, restringe a aquéllos que hacen daño. Proporciona protección y rescate a las víctimas y consuélalos en su vulnerabilidad.

10. Por los países del mundo en desarrollo: Dios, contén la propagación de la infección en las ciudades más densamente pobladas y pobres de nuestro mundo. Libra de este mal a aquellos países que ya están agobiados por enfermedades y mala salud crónica.

11. Por los asiático-americanos en los Estados Unidos, los africanos en China y otras personas de todo el mundo sometidos al racismo relacionado con el COVID: Dios, confronta este mal con tu pronta justicia y libra a nuestros hermanos y hermanas de la crueldad.

12. Por todos los que están ansiosos por el futuro económico —por cómo pagarán por su vivienda, comida y medicinas esenciales: Dios, conéctalos con fuentes de ayuda a través de la iglesia, el gobierno y la comunidad. Ayúdalos a mirar hacia ti en busca de provisión.

13. Por las iglesias pequeñas sin reservas de dinero: Dios, mantén sus puertas abiertas e insta a tu pueblo a dar generosamente.

14. Por los educadores, obligados a adaptar planes de estudio al aprendizaje en línea, y por los estudiantes, obligados a ejercer más autonomía: Dios, haz de los hogares un lugar de curiosidad, investigación y estudio. Brinda ayuda especial a los niños sin acceso regular a internet y otras herramientas digitales.

15. Por aquellos decepcionados por la cancelación de celebraciones como graduaciones, bodas o baby showers: Dios, consuélalos en sus decepciones, y haz posible que se reúnan de nuevo con amigos y familiares.

16. Por las madres embarazadas, que se enfrentan al panorama de una labor de parto sin el equipo de apoyo que habían planeado: Dios, líbralas del miedo y llénalas de alegría mientras presencian el milagro de una nueva vida.

17. Por las mujeres que se enfrentan a un embarazo inesperado en estos tiempos de crisis económica: Dios, ayúdalas a encontrar el apoyo práctico y emocional que necesitan para evitar que busquen abortos.

18. Por las iglesias, los ministerios y otras organizaciones cristianas que realizan evangelismo y discipulado en línea: Dios, bendice nuestros esfuerzos digitales imperfectos y continúa avanzando el reino de Jesús a través de tu pueblo.

19. Por los que mueren solos en los hospitales y por sus seres queridos: Dios, acércate a ellos y, por tu misericordia, permíteles tener un encuentro con Cristo, el amigo que nunca se va y nunca abandona.

20. Por los que participan en la política a todos los niveles: Dios, ayuda a nuestros líderes a trabajar en colaboración y a comunicarse de manera eficiente, dejando de lado el interés personal por el bien común.

Dios, reconocemos que Tú hablaste y el mundo fue creado, y que, asímismo, Tú sostienes todas las cosas con tu Palabra. Confiamos en tu sabiduría, poder y bondad. Ayúdanos en cada oportunidad a amar como tú amas y a servir como tú sirves. Danos valor para hablar de nuestra esperanza en Jesús, que sufrió por nosotros, resucitó de entre los muertos y viene de nuevo. Amén.

Jen Pollock Michel es la autora de Teach Us to Want, Keeping Place y Surprised by Paradox. Vive con su marido y sus cinco hijos en Toronto.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

Ni siquiera las puertas de una pandemia infernal prevalecerán sobre la iglesia de Dios

Las Escrituras no prometen riqueza ni salud. Ni siquiera la vida. Entonces, ¿qué prometen?

Christianity Today April 9, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Patrick Wittke/ Unsplash

Mi abuelo era predicador en Beaverdam, una iglesia bautista negra en Alabama. Periódicamente, cuando su ministerio lo separaba del púlpito, el pastor asociado tomaba su lugar. La broma en mi familia era que cada vez que el pastor asociado predicaba, elegía el mismo texto: Ezequiel y el valle de huesos secos (Ezequiel 37:1–14). En el pasaje, el Espíritu lleva al profeta a un lugar donde los restos de los muertos están esparcidos. Dios manda a Ezequiel a profetizar sobre ellos, y cuando lo hace, los huesos se vuelven a cubrir de carne y resucitan.

Según mi madre, el pastor asociado predicó sobre este pasaje durante siete años consecutivos. Cada vez que empezaba con "esos huesos", ella y yo nos mirábamos con una sonrisa bien conocida, mientras ahogabamos una risita. No obstante, cuando miro hacia atrás ahora, su decisión de volver a visitar esta historia una y otra vez no parece poco reflexiva o humorística. Parece prudente. Tal vez la visión de Ezequiel sea la respuesta a la pregunta más importante que podemos hacer, especialmente en este momento presente. ¿Qué hará Dios frente a obstáculos aparentemente insuperables? ¿Qué hará en un mundo rodeado de muerte?

En estos momentos, el mundo entero está convulsionando con la muerte, la enfermedad y el colapso económico. COVID-19 se ha llevado la vida de demasiados, y cierto miedo persiste mientras esperamos a que el virus se abra paso hacia nuestras comunidades. No nos queda mucho por hacer sino seguir el consejo de los profesionales, dar a los necesitados y orar por ellos, actualizar nuestras fuentes de noticias y redes sociales, y esperar los resultados de las pruebas junto con nuestros amigos, familiares y vecinos.

La sombría temporada de Cuaresma parece perfectamente adecuada para este momento. Este es un tiempo de lamento nacional. Pero mientras nos acercamos a la Pascua, ¿nos deberíámos atrever a decir más? ¿Nos deberíamos atrever a hablar de alegría y resurrección en un mundo que siente como si estuviera a la sombra de la muerte?

Si los profetas del Antiguo Testamento tienen algo que enseñarnos, es que precisamente en los momentos más oscuros de nuestra historia, necesitamos una esperanza divinamente inspirada y recién articulada.

Eso encontramos en el libro de Ezequiel. El profeta es parte del primer grupo que sale de Jerusalén después de que los babilonios toman la ciudad. Él vive con personas que han sufrido traumas profundos y han perdido a sus seres queridos por el asedio, y ahora su futuro está en manos de los mismos gobernantes extranjeros que destruyeron sus vidas. Gran parte de Ezequiel es un lamento por el pecado de Israel, que condujo al exilio, pero el libro también contiene pasajes que miran a la futura restauración de Israel por parte de Dios después de que el período de prueba haya terminado.

El más famoso de estos pasajes de restauración es la narrativa de los huesos secos en el capítulo 37. El punto de la historia es bastante claro: así como parecía imposible que cosas muertas resucitaran, también parecía imposible que Israel fuera restaurado. Pero Dios cumplió su promesa a los israelitas.

Por supuesto, tenemos que tener cuidado de no aplicar mal la historia de Israel a nuestra propia experiencia; sin embargo, nosotros, como cristianos, sabemos que la visión de los huesos secos no es meramente metafórica y que la fidelidad de Dios sí llama cosas muertas a la vida. Los israelitas sabían que la capacidad de Dios para salvarlos no tenía límites, por muy grave que fuera la situación. Cuanto más profundo el problema, mayor la gloria de la obra redentora de Dios. Para Ezequiel, entonces, el profundo sufrimiento humano tuvo un encuentro con las promesas de Dios, y el resultado fue una visión del futuro que permanece con nosotros hoy: huesos secos que cobran vida.

Del mismo modo, en la tradición de la iglesia negra, los espirituales y los himnos que miran a un mejor futuro tienen poder precisamente porque fueron escritos cuando aún no éramos libres. Esas canciones eran una profecía, escrita en la sangre de nuestros antepasados y antepasadas, declarando que Dios tenía un futuro mejor para nosotros. Tal vez no ahora, pero algún día.

Parece, entonces, que el apogeo de la pandemia COVID-19 es precisamente el momento de hablar de la esperanza arraigada en las promesas de Dios. Estas promesas no se tratan de la economía estadounidense. Dios no ha hecho ninguna garantía en ese sentido. Él tampoco ha garantizado que todos sobreviviremos. No lo haremos. Entonces, ¿qué ha prometido? Que ni siquiera las puertas del infierno prevalecerán sobre la Iglesia. (Mateo 16:18)

No sé qué nos depara el futuro del cristianismo en las semanas y meses venideros. Pero sí sé, sin embargo, que la iglesia no será vencida por un virus. Sé que este no es el final, y sé que de hecho adoraremos juntos de nuevo.

Pero, ¿es posible decir aún más? ¿Es posible decir, como Ezequiel, que el intenso dolor de esta temporada puede conducir a una visión más grande de un pueblo revitalizado de Dios? ¿Es posible decir que al final de todo esto, no simplemente reanudaremos nuestro trabajo, sino que ampliaremos y creceremos la iglesia con confianza renovada en la providencia de Dios? Estoy ansioso de ver qué tipo de iglesia emerge de esta prueba. Ruego que sea gloriosa.

Esta esperanza de transformación de la iglesia es fundamental para el reino, pero la promesa más central para los cristianos es la derrota de la muerte por parte de Dios. Las palabras de Jesús en el aposento alto llegaron durante un tiempo oscuro en la vida de sus discípulos. Él sabía que el tiempo de su pasión se acercaba y que las cosas empeorarían antes de mejorar. Les dijo: "Ciertamente les aseguro que ustedes llorarán de dolor, mientras que el mundo se alegrará. Se pondrán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría." (Juan 16:20 NVI) No les estaba prometiendo que no llorarían. Les estaba prometiendo alegría al otro lado de su luto.

¿Cuál era la fuente de esta alegría venidera? Su propia resurrección. Entonces, ¿qué es lo que da esperanza a la Iglesia en medio de esta pandemia? La resurrección de los muertos y la vida eterna. Es la promesa de Dios, escrita en la sangre de su Hijo, que Él nos ama con un amor más fuerte que la muerte y que al final, Él nos llamará de la tumba para verlo como un amigo y no como un enemigo.

La celebración de la Pascua nos dice lo que está al otro lado de COVID-19 y al otro lado de todas nuestras pruebas: la vida con Dios. Este mensaje es necesario no porque estemos tropezando hacia el Domingo de Pascua como un pueblo de Dios disperso y asediado. Es necesario porque la verdad del Evangelio brilla más radiantemente en tiempos oscuros. "Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla". (Juan 1:5)

Esta Pascua, no importa si no podemos estar juntos en nuestras iglesias locales. Todavía podemos gritar como un solo pueblo, "¡Aleluya, Cristo ha resucitado!" Dios escucha nuestros gritos triunfantes, no importa cuán obstaculizados estén por los temores del desempleo, la enfermedad y la muerte. Satanás y los poderes del mal también los oyen y tiemblan.

Incluso si estamos encadenados a nuestros hogares, el Evangelio permanece libre y continúa haciendo su obra. Nada, ni siquiera una pandemia, puede cambiar eso.

Esau McCaulley es un sacerdote en la Iglesia Anglicana en América del Norte y profesor asistente de Nuevo Testamento en Wheaton College. Es el autor del próximo libro Reading While Black: African American Biblical Interpretation as an Exercise in Hope (IVP Academic).

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

20 Oraciones para esta pandemia

Así como la COVID-19 ha puesto al mundo en crisis, también nos invita a ponernos de rodillas.

Christianity Today April 9, 2020
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Diana Simumpande / Unsplash / The New York Public Library

Nota del editor: CT tiene más de 250 artículos traducidos al español, incluyendo los 50 países donde es más difícil ser cristiano en 2022.

En los últimos meses, la COVID-19 se convirtió en una pandemia mundial y los países se vieron obligados a tomar medidas radicales para frenar la propagación de la infección. Me gustaría poder decir que mi primer impulso ha sido orar, pero probablemente sería más honesto decir que he estado al pendiente de las noticias y de mis redes sociales más que nunca.

La crisis es tan grande y tangible que nos hace sentir impotentes. Pero tal vez cuando más débiles nos sentimos es cuando es más fácil reconocer nuestra necesidad de orar. La oración es la forma en que demostramos nuestra creencia y confianza en que Dios tiene el mundo entero en sus manos. “En toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” (Fil. 4:6-7, NVI) La oración no debe ser nunca el último recurso del pueblo de Dios; por el contrario, debe ser nuestro primer punto de acción.

Con esto en mente, he reunido una lista de 20 ideas acerca de cómo podemos orar durante esta pandemia. Cada uno de los puntos aborda las necesidades de una comunidad específica. Tengo la fortuna de ser parte de una iglesia con muchos profesionales médicos, algunos de los cuales me dieron consejos sobre la mejor manera de orar por ellos en este tiempo. He incluido sus recomendaciones aquí. También he tratado de pensar ampliamente en las diversas formas en las que todos nos vemos afectados por la crisis actual.

No pretendo decir que esta lista incluye todas las posibles necesidades de oración para la difícil temporada por la que estamos pasando, pero es un buen lugar para comenzar. Mi esperanza es que nos pueda ayudar a encontrar palabras al orar juntos como el cuerpo de la iglesia de Cristo. Creemos que hay un Dios que inclina su oído para escuchar, y por eso oramos:

Altísimo Dios, nuestro Padre eterno en los cielos. ¡Bendecimos tu Santo nombre! Confesamos que tu hijo Jesucristo pagó por nuestros pecados en la Cruz, y que es sólo por su sacrificio que hoy podemos acercarnos a ti en oración. En Su nombre y confiando en tu gran amor y misericordia, presentamos estas oraciones delante de ti:

1. Por los enfermos e infectados: Dios, oramos por su sanidad. Te rogamos que los ayudes, y que sostengas sus cuerpos y espíritus. Te pedimos que se acerquen a ti y busquen tu rostro. Te suplicamos que, conforme a tu infinita bondad y misericordia, detengas la propagación de la infección.

2. Intercedemos por nuestras poblaciones vulnerables: Dios, protege a nuestros ancianos y a los que sufren de enfermedades crónicas. Líbralos de esta infección. Te pedimos provisión para los pobres, especialmente para aquellos que no cuentan con seguro médico.

3. Te pedimos también por los jóvenes y los fuertes: Dios, dales la precaución necesaria para evitar que propaguen involuntariamente esta enfermedad. Inspíralos a ayudar.

4. Padre, te rogamos por todos nuestros gobiernos a nivel local, estatal y nacional: Dios, ayuda a nuestros funcionarios a tomar decisiones sabias mientras asignan los recursos necesarios para combatir esta pandemia.

5. Oramos por nuestra comunidad científica. Por los que llevan la carga de estudiar esta enfermedad, desarrollar medicamentos y comunicar información veraz y útil para todos nosotros: Dios, dales conocimiento, sabiduría y una voz persuasiva.

6. Señor, te pedimos por los medios de comunicación: Dios, ayúdalos a proporcionar información actualizada y veraz, y a comunicarse con la seriedad apropiada sin causar pánico.

7. Oramos por nosotros mismos, que somos consumidores de medios de comunicación y buscamos estar bien informados: Dios, ayúdanos a encontrar la información más útil para aprender a proteger a nuestras familias y a nuestras comunidades. Te suplicamos que nos ayudes a vencer la ansiedad y el pánico, y que nos des la fuerza para seguir las recomendaciones de seguridad, aún cuando ello implique un sacrificio personal.

8. Padre, intercedemos por aquellos con problemas de salud mental que se sienten solos, ansiosos e indefensos: Dios, ayúdales a sentir tu presencia donde quiera que estén, y a encontrar en ti paz y consuelo.

9. Señor, te suplicamos por las personas sin hogar y por aquellos que se encuentran en refugios, quienes están pasando por pruebas muy duras en este tiempo: Dios, dales sabiduría para que, en la medida de lo posible, mantengan el distanciamiento social. Por favor protégelos de las enfermedades y provee para sus necesidades. Ayuda a nuestros gobiernos para que puedan proporcionar refugios de aislamiento en todas las ciudades.

10. Por los viajeros internacionales atrapados en países extranjeros: Dios, ayúdalos a regresar a casa de forma segura y rápida.

11. Señor, intercedemos por nuestros hermanos misioneros cristianos en todo el mundo, especialmente aquellos que se encuentran en zonas con altas tasas de infección: Dios, ayúdales a llevar tu evangelio y a compartir palabras de esperanza. Equípalos para amar y servir a los que les rodean, y a hacerlo con gozo en el corazón.

12. Te pedimos por los trabajadores que están enfrentando despidos y dificultades financieras: Dios, por favor llénalos de tu paz y líbralos del pánico y la angustia. Inspira a tu iglesia a ayudar generosamente en estos tiempos de gran necesidad.

13. Por las familias con niños pequeños en casa: Dios, ayuda a las madres y a los padres a estar unidos en el cuidado de sus hijos. Dales paciencia y creatividad. Te suplicamos Padre, protege a todos los niños del abuso y el maltrato. Te pedimos especialmente por las madres y padres solteros, ayuda a otros a ver su necesidad y a extenderles una mano de ayuda.

14. Oramos por los padres de familia que no pueden quedarse en casa, pero deben encontrar cuidado para sus hijos: Abre puertas para que encuentren lugares seguros para sus pequeños.

15. Señor, intercedemos por aquellos que necesitan terapias y tratamientos médicos regularmente y que por ahora deben posponerse: Dios, por favor preserva su salud y ayúdalos a mantenerse pacientes y positivos.

16. Te pedimos por los líderes empresariales que toman decisiones difíciles que afectan la vida de sus empleados: Dios, dales sabiduría a estos hombres y mujeres. Toca sus corazones y ayúdalos a ser líderes dispuestos a sacrificarse por el bien de otros.

17. Señor, te rogamos por tu iglesia y por los pastores y líderes que se enfrentan a los desafíos del distanciamiento social: Dios, ayúdalos a imaginar creativamente cómo pastorear a tu pueblo, y a seguir predicando tu amor y tu evangelio en sus ciudades.

18. Padre, te pedimos por todos los estudiantes. Sabemos que están pasando por tiempos de incertidumbre, teniendo que aprender nuevas formas de estudio. Para muchos, los procesos de admisión al siguiente ciclo escolar han sido suspendidos; para otros, su graduación es incierta. Dios, ayúdales a ver que aunque no tengan certidumbre en estos aspectos, pueden poner toda su confianza en ti. Muéstrales que eres Tú quien sostienes sus vidas.

19. Te pedimos por todos nuestros hermanos cristianos en cada barrio, comunidad y ciudad: Que tu Espíritu Santo nos inspire a orar, a dar, a amar, a servir y a proclamar el Evangelio, para que el nombre de Jesucristo sea glorificado en todo el mundo.

20. Padre celestial, queremos hacer una oración especial por todos los trabajadores del cuidado de la salud. Te agradecemos por su llamado a una vocación que busca el servicio a los demás. Especialmente, te pedimos:

  • Dios, protege y preserva su salud. Mantén a sus familias seguras y saludables.
  • Dios, ayúdales a estar bien informados sobre el diagnóstico y tratamiento de esta enfermedad, así como sobre las medidas de seguridad que deben seguir por su propio bien y por el bien de todos.
  • Dios, ayúdalos a mantener una mentalidad clara y positiva en medio del pánico y las circunstancias difíciles que los rodean.
  • Dios, líbralos de la ansiedad y la preocupación por sus propios seres queridos. Llena sus corazones de paz.
  • Dios, dales compasión por cada paciente bajo su cuidado.
  • Dios, te suplicamos que proveas para ellos financieramente, especialmente si se enferman y son incapaces de trabajar.
  • Dios, ayuda a los cristianos en el cuidado de la salud a exhibir una paz extraordinaria. Ayúdalos a brillar con tu luz divina, para que muchos pregunten sobre la razón de su esperanza. Dales oportunidades de predicar el Evangelio, y también dales las palabras correctas para hablar en cada oportunidad.

Altísimo Dios, sabemos que eres bueno, y que todo lo que haces en tu infinita sabiduría es siempre para bien. Enséñanos a ser tu pueblo fiel en estos tiempos de crisis global. Ayúdanos a seguir los pasos de nuestro fiel pastor, Jesús, que entregó su vida por amor. Glorifica Su nombre mientras nos bendices con todo lo que necesitamos para hacer tu voluntad. En nombre de Jesús, Amén.

Jen Pollock Michel es la autora de Teach Us to Want, Keeping Place y Surprised by Paradox. Vive con su marido y sus cinco hijos en Toronto. Esta pieza fue adaptada de su reciente blog.

Traducido y adaptado por Livia Giselle Seidel

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Theology

CT en español: El coronavirus y la iglesia

¿Qué dice la Biblia sobre COVID-19? ¿Qué debemos hacer en respuesta? Lea aquí.

Christianity Today April 5, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Ezra Acayan / Stringer / Mario Tama / Staff / Getty Images / Nagesh Badu / Unsplash

Esta es una colección de artículos de CT, traducidos al español, sobre el coronavirus y el papel de la Iglesia para enfrentar este desafío:

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Theology

En Italia, he redescubierto el poder de tres tipos de oración

Los Salmos de lamento se sentían hiperbólicos antes de la pandemia. Pero en medio de 13 mil muertes, mi iglesia en Roma, cerrada por el confinamiento obligatorio, resuena más que nunca con el lamento de David.

Christianity Today April 2, 2020
Emanuele Cremaschi / Stringer / Getty Images

La pandemia ha cambiado la forma en que los cristianos italianos oran y viven su fe, en medio de una nación que se recupera de más de 13 000 muertes y 110 500 casos confirmados, superados solo por los Estados Unidos [al 2 de abril de este año].

Durante este periodo de aislamiento, ya no podemos reunirnos los domingos o en grupos semanales. Las reuniones sociales, los viajes y las bodas han sido suspendidos, así como la mayoría de las actividades. Si alguien es descubierto fuera de su casa sin una razón válida, puede recibir una multa muy alta.

Pero esta temporada de exilio nos ha ayudado a descubrir tres facetas de la oración que a menudo descuidamos en tiempos de abundancia.

1) Oraciones de lamento

Los salmos de lamento a menudo se sentían como una exageración apenas hace un mes. Por ejemplo, la queja de Asaf de que Dios ha hecho que su pueblo “beba lágrimas en abundancia” podría haber parecido excesivamente dramática; El grito de David a Dios de “¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?” era un sentimiento distante.

Pero a medida que la humanidad lucha por contener una pandemia que provoca miedo y ansiedad, el lamento parece tener una nueva relevancia para todos nosotros. En marzo de 2020, el Salmo 44 parece resonar perfecto:

¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes?
¡Levántate! No nos rechaces para siempre.
¿Por qué escondes tu rostro
y te olvidas de nuestro sufrimiento y opresión?

Estamos abatidos hasta el polvo;
nuestro cuerpo se arrastra por el suelo.
Levántate, ven a ayudarnos,
y por tu gran amor, ¡rescátanos!

[Salmo 44: 23-26, NVI]

Pocos cristianos occidentales han experimentado pobreza, injusticia o persecución. En consecuencia, nuestra adoración generalmente refleja los estados de ánimo de individuos talentosos en tiempos de prosperidad y paz: tradicionales y con compostura. Es verdad que sufrimos individualmente; sin embargo, rara vez nuestra adoración corporativa se alimenta de protestas y luto delante de Dios.

El lamento es sufrimiento convertido en oración. Es la oración de las personas que se sienten perdidas y desorientadas. Históricamente, ha sido la oración de las minorías, los pobres y los perseguidos —la oración de los pastores chinos en las celdas de la prisión y la de los esclavos negros cantando sobre la justicia y la venida de Cristo.

Si el lamento se sentía ajeno para la mayoría de los italianos hace un mes, los pastores han encontrado ecos inquietantes de historias bíblicas en lo que está ocurriendo actualmente en su propio país. “Ver esposas que no pueden realizar ritos, o despedirse de sus maridos moribundos, me recuerda cómo Jesús fue enterrado apresuradamente y las mujeres regresaron a la tumba para ungir su cuerpo”, me dijo Gaetano di Francia, director de la Unión de Iglesias Bíblicas Cristianas en Italia. “No haber podido despedirse producirá un dolor aún más profundo”.

El lenguaje del lamento será tal vez una de las lecciones que los cristianos aprendan de esta crisis. Puede ayudar a los creyentes a desaprender una espiritualidad del centro y aprender una espiritualidad de los márgenes (como nos recuerda el pastor Abraham Cho).

2) Oraciones de intercesión

Nunca he pasado tanto tiempo en oración intercediendo por los demás. Me da vergüenza confesar que, en el pasado, a menudo le decía a la gente: “Voy a orar por ti”, pero luego olvidaba hacerlo.

Ahora que el virus asola Italia, me han conmovido las imágenes de médicos exhaustos de trabajar de más, y personas que yacen en hospitales improvisados. Un miembro de nuestra iglesia cayó gravemente enfermo, pero la sala de emergencias lo rechazó porque está atendiendo demasiados casos del nuevo coronavirus.

No puedo reunirme con él ni imponerle manos debido al encierro obligatorio a nivel nacional, pero he estado orando por su recuperación. Como iglesia, oramos por los médicos, creamos un fondo común para ayudar a las personas con necesidades económicas y ayunamos por nuestro país.

La crisis causada por el coronavirus ha unido a los evangélicos italianos, quienes observaron un Día Nacional de Oración el domingo del 22 de marzo. “Pentecostales, reformados, wesleyanos, bautistas, congregacionalistas y otros se encontraron a los pies del Señor, unidos por el Espíritu Santo”, me dijo Giacomo Ciccone, presidente de la Alianza Evangélica Italiana.

“Es como si Dios hubiera preparado a líderes y denominaciones en todo el país para unirse en oración por la nación y por la iglesia”, me dijo Leonardo de Chirico, vicepresidente de la alianza. “Fue el evento más fácil de organizar: nadie necesitaba convencimiento; todos ya estaban ansiosos por participar”.

Mila Palozzi, una pastora en mi congregación, la Iglesia Hopera en Roma, está de acuerdo en que los evangélicos desean unirse.

“En la Tierra Prometida, Israel se entendía a sí mismo como una colección de tribus, pero en el exilio, como una sola nación”, me dijo. “También Italia: esta crisis está uniendo iglesias y denominaciones para orar como un solo cuerpo por nuestro país”.

Es un anticipo del espíritu de unidad e intercesión que se extiende por todo el mundo. Por ejemplo, el domingo del 29 de marzo, la Alianza Evangélica Mundial convocó un Día mundial de ayuno y oración.

3) Oraciones de silencio

Sin embargo, las noticias son tan sombrías y el sufrimiento tan global en estos días que podemos sentirnos abrumados en la oración. ¿Cómo pueden mis oraciones enfrentar este momento? Nuestra respuesta honesta puede ser: “Señor, estoy estupefacto. No sé qué decir”.

Cuando vi camiones del ejército conduciendo cadáveres para ser incinerados porque ya no hay espacio en los cementerios en algunas partes de Italia, me quedé sin palabras.

Pero esperar en el Señor es válido. Poner nuestra confianza en Él, ahora sin palabras, es una oración legítima. Cuando Pablo escribe sobre nuestra debilidad y sufrimiento presentes, agrega:

“No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios”. (Romanos 8: 26-27, NVI)

Cuando las palabras nos fallan, podemos quedarnos quietos y saber que Dios es Dios.

“Como familia, hemos elegido llenar nuestro silencio lleno de dudas con las promesas seguras de Dios”, me dijo Stefano Picciani, un predicador de la Iglesia Stadera en Milán. “La declaración de confianza de Asaf en el Salmo 73: ‘Pero yo siempre estoy contigo’, proporciona palabras para nuestras oraciones”.

Con derecho anhelamos volver a la normalidad y al culto corporativo. ¡Imagina las fiestas de la victoria y la unión de manos!

Cuando esta pandemia sea derrotada, muchos resonarán con la sensación de alivio del Salmo 126 (“El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha”) y la alegría del Salmo 150 (“Que todo lo que respira alabe al Señor”).

Pero junto con las celebraciones, seremos sabios al recordar las oraciones que pronunciamos en este momento de enfermedad. Que esta pandemia humille nuestros corazones y nos enseñe las oraciones de los débiles, los preocupados y los que no tienen palabras.

René Breuel es pastor fundador de Hopera, una iglesia en Roma, Italia, y autor de La Paradoja de la Felicidad.

Traducción por Livia Giselle Seidel

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Ideas

Cristianos, ‘aplanemos la curva’ pero sigamos siendo una ‘religión para los enfermos’

Los médicos reflexionan teológicamente sobre tres contribuciones cristianas distintivas a las preparaciones de COVID-19.

Christianity Today March 25, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Trent Szmolnik / KTMD Entertainment / Unsplash / Mallika Wiriyathitipirn / EyeEm / Xesai / Getty Images

Durante la semana pasada, el mundo ha prestado toda su atención a la corona con espinas de proteínas de COVID-19. Es raro experimentar una inquietud global tan extendida, en la que todos nos encontramos pensando en lo mismo. En cierto modo, el ruido de la vida moderna ha sido desplazado por lo que C. S. Lewis llamó el "megáfono de Dios": el dolor.

Los pacientes están muriendo. La gente tiene miedo. Y nos encontramos atrapados entre el frívolamente arrogante ("El coronavirus es solo otra gripe") y el aprehensivamente paranoico ("Estamos al borde del colapso financiero"). Después del episodio del sábado del podcast “Experiencia italiana COVID19”, en el que intensivistas pediátricos estadounidenses y australianos hablaron francamente con especialistas en cuidados intensivos en las Unidades de Cuidado Intensivo de Italia, cada una de nuestras instituciones nos está preparando para las próximas semanas con una seriedad única— incluso para aquellos de nosotros en medicina familiarizados con el sufrimiento, el triaje y la incertidumbre.

Está bien estar temerosos —nosotros lo estamos también. Sin embargo, como cristianos que trabajamos ya sea dentro o fuera del espacio de atención médica, este es un momento en el que nuestra respuesta podría distinguirnos como personas que practican lo que alguna vez fue llamado por los primeros paganos "una religión para los enfermos".

Con ese fin, queremos compartir algunas de nuestras experiencias de la pandemia de COVID-19 como médicos y aprendices residentes, —y como becarios investigadores de la Beca de Teología, Medicina y Cultura en la Escuela de Divinidad de Duke, que reúne a aprendices médicos, teólogos y pastores para pensar teológicamente en el frente de batalla de la atención médica— a fin de resaltar las contribuciones cristianas únicas del arrepentimiento, la hospitalidad y el lamento en el marco de nuestros preparativos para el nuevo coronavirus.

El arrepentimiento en medio de la idolatría de la salud

La salud es un bien en nuestra sociedad, y por buenas razones. El profeta Jeremías habló de la promesa de Dios de traer salud y sanar heridas. En Eclesiastés se nos dice que nos deleitemos en la salud de nuestra juventud. El apóstol Juan oró por la salud de sus lectores.

Si bien es bueno perseguir y mantener la salud, sentimos que hemos convertido un "bien" en un "dios". De hecho, si bien el coronavirus es nuevo, este no representa un nuevo miedo. Simplemente revela una idolatría silenciosa y bien alimentada hacia la salud de nuestros cuerpos, y nuestra confianza en la capacidad de nuestras instituciones médicas para salvarnos. El Occidente está sintiendo cómo uno de sus más grandes ídolos tiembla.

El teólogo ortodoxo Jean-Claude Larchet llega al punto de argumentar que el personal clínico constituye una "nueva clase sacerdotal" de este ídolo, en la que los médicos y otros trabajadores de la salud ministran una nueva "salvación de la salud" a los fieles devotos. En A Theology of Illness (Una teología de la enfermedad), escribe que la medicina moderna "alienta a los pacientes a considerar que tanto su estado como su destino están completamente en manos del médico … y que la única forma en que pueden soportar su sufrimiento es buscar pasivamente en la medicina cualquier esperanza de alivio o curación".

La histeria que rodea al nuevo coronavirus y nuestra obsesión por "aplanar la curva" desenmascaran una creencia muy arraigada de que el hecho de que cualquiera de nosotros muera sería, primero, un suceso extraordinario, y segundo, un fracaso de los esfuerzos de nuestra sociedad para protegernos. No debería sorprendernos entonces que, en un esfuerzo por contrarrestar nuestra ansiedad, empleemos el lenguaje del control médico: "la morbilidad y mortalidad de los relativamente jóvenes y sanos es baja".

Y, sin embargo, es precisamente a la población opuesta —los relativamente ancianos y enfermos— a quienes los cristianos están llamados a prestar la mayor atención. El Salmo 82 y Romanos 15 dejan en claro que adorar nuestro propio bienestar descuida nuestro llamado hacia los débiles —aquellos con quienes Cristo se identifica repetidamente en todo el Nuevo Testamento. Es la arrogancia médica la que nos dice que el 99 por ciento de nuestra población muy probablemente sobrevivirá al coronavirus. Pero es el amor del pastor el que pregunta, sin vergüenza, "¿Y qué del 1 por ciento?”

La salud es algo bueno, pero no es algo supremo. No es algo que podamos dominar mediante biohacking o garantizar mediante nuevas vacunas —aún cuando es un don y un deber buscar dichas medicinas. Nuestra comodidad no debería radicar en el hecho de que estamos protegidos bajo la bandera de la paz epidemiológica. Nuestra comodidad radica en el hecho de que incluso si somos afectados por el coronavirus y morimos, nuestras vidas son conocidas y selladas en Cristo.

Hospitalidad en medio del distanciamiento social

El historiador Gary Ferngren señala en Medicine and Health Care in Early Christianity (Medicina y cuidado de la salud en el cristianismo primitivo) que el único cuidado para los enfermos durante una epidemia similar a la viruela en el año 312 d.C. fue proporcionado por cristianos. La iglesia incluso contrató sepultureros para enterrar a los que murieran en las calles.

Algo que hemos olvidado rápidamente, en la era de los antivirales y el equipo de protección personal, es el profundo miedo provocaba la posibilidad de enfermedades como esa. Si interactuabas con alguien con peste en 1350, o con gripe española en 1918, había una posibilidad real de contraerla y morir. La oración "y si muero antes de despertar, le ruego al Señor mi alma tomar" era una súplica verdadera, no un tropo nocturno.

El nuevo coronavirus ha traído un poco de ese miedo a nuestra vida diaria. Es un temor que se manifiesta en estanterías vacías de máscaras quirúrgicas y artículos de limpieza en los grandes almacenes y hospitales, e incluso xenofobia y crímenes de odio contra personas por su etnia percibida en relación con el origen de COVID-19 en China. Es evidente en nuestras bandejas de entrada llenas de cancelaciones y protocolos siempre actualizados.

Pero los cristianos son gente para quienes la hospitalidad hacia la minoría y las personas potencialmente infectadas es una virtud central, una que subyace la tradición cristiana e incluso la práctica de la medicina moderna, lo sepamos o no. Olvidamos que hubo un momento en que las personas no cuidaban incondicionalmente a los enfermos simplemente porque estaban enfermos. De hecho, la palabra hospitalidad (de la que obtenemos hospital) proviene del latín hospes que significa "anfitrión" o "invitado". El primer prototipo del hospital surgió de monasterios medievales en los que monjas o monjes católicos albergaban a extraños que necesitaban alojamiento y alimento. Estas instituciones medievales se centraron en la convicción de que servir al extraño que sufría era servir al mismo Cristo. Esa metáfora cliché para la iglesia, "un hospital para pecadores", disfrutó de una nueva profundidad.

Es por esta razón que el término ahora familiar "distanciamiento social" —el esfuerzo consciente para reducir el contacto interpersonal a fin de prevenir la transmisión viral— tiene a los cristianos preguntándose qué hacer. En medio de la larga tradición del Cristianismo de comunión y atención a los marginados, deberíamos esperar sentirnos incómodos ante la idea de evitar intencionalmente a los necesitados.

Y aunque hablar de cuarentena es ciertamente inquietante, podemos recordar que ha sido común durante algún tiempo recluir a los enfermos. De hecho, ya aislamos a los moribundos en los hospitales y a menudo los desplazamos permanentemente en hogares de ancianos. Vivimos en medio de una epidemia de soledad que ya está conduciendo a resultados adversos para la salud. Cuando surgen enfermedades que amenazan la vida, no debería sorprendernos que no tengamos idea de qué hacer. No hemos practicado para ello. No hemos criado a nuestros hijos alrededor de ello. La nuestra es una cultura que trata la muerte y el sufrimiento físico como una excepción a ignorar, en vez de como una eventualidad para la cual debemos prepararnos. El teólogo y especialista en ética Stanley Hauerwas lo expresa así:

Después de todo, el hospital es, ante todo, una casa de hospitalidad en el camino de nuestro viaje con finitud. Es nuestra señal de que no abandonaremos a los que se han enfermado. … Si el hospital, como suele ser el caso hoy en día, se convierte en un medio para aislar a los enfermos del resto de nosotros, entonces hemos traicionado su propósito central, y distorsionado nuestra comunidad y a nosotros mismos.

El poeta metafísico John Donne escribió: "Así como la enfermedad es la mayor miseria, la mayor miseria de la enfermedad es la soledad". Cualesquiera que sean las prácticas de cuarentena social que emprendamos, haríamos bien en recordar que nuestra era de aislamiento continuará, aún cuando esta práctica de "distanciamiento social" se desvanezca. Quizás esta pandemia sea una oportunidad para despertarnos a la realidad de que hemos estado rodeados de enfermos aislados mucho antes de que el nuevo coronavirus nos encontrara quedándonos en casa.

Al mismo tiempo, el distanciamiento social es algo que la iglesia puede realizar con caridad y valentía. Es un deber literalmente corpo-rativo ("corporal"), en el que tenemos la oportunidad de actuar por amor para proteger a los vulnerables entre nosotros, y en el que combinamos la ciencia de las enfermedades infecciosas con sabiduría práctica y humildad.

Tenemos la oportunidad de ser creativos en la forma en que nos acercamos y practicamos el “acompañamiento social” a aquellos que ya son propensos al aislamiento social: los ancianos, los enfermos y los discapacitados. Podríamos llevar la Eucaristía (la Santa Cena) a los enfermos con un atuendo protector, hacer llamadas a los que viven en hogares de ancianos (quienes estarán cada vez más aislados conforme se limiten las visitas a esas comunidades) y escribir cartas de oración. Uno de nuestros propios pastores espera organizar congregaciones a distancia, mientras continúa practicando la esterilidad con la que los sacerdotes ya están familiarizados mientras manejan la Comunión semanal.

Cuando ponemos a trabajar la imaginación cristiana, descubrimos prácticas como la de un estudiante de medicina que participó en el Programa de Vocación del Médico, creado por John Hardt en la Universidad Loyola de Chicago. Como los especialistas en ética cristiana Brett McCarty y Warren Kinghorn describen al estudiante: “En lugar de aplicar el desinfectante para manos sin pensar, imaginó a sus sacerdotes católicos lavándose las manos en preparación para manejar la Eucaristía. … A través de esta visión teológica, se preparó para encontrarse con Cristo en el cuerpo de un paciente enfermo”.

Lamento en medio de la ansiedad

Si bien el mundo lamenta la cancelación de eventos deportivos o el estancamiento de la economía (todas ellas cosas apropiadas para desanimarse), el Cristianismo reconoce que tanto el nuevo coronavirus como nuestra respuesta a él a través del distanciamiento social hacen que la iglesia sea algo menos que su ser íntegro. Si el distanciamiento social es algo que tenemos que hacer, no deberíamos hacerlo sin salmos de lamento.

Y el lamento será cada vez más importante en las próximas semanas. Los trabajadores médicos en Italia (quizás el sistema de atención médica comparativamente más cercano de América del Norte) tienen interacciones familiares muy limitadas con los enfermos en las unidades de cuidados intensivos. La mayoría de las familias no pueden ver los cuerpos de sus seres queridos después de la muerte. Tal como lo estamos aprendiendo de nuestros colegas intensivistas italianos, tal vez nos encontremos incapaces de hacer lo mejor para cada paciente y, en cambio, debamos equilibrar con lo que es mejor para toda la comunidad —algo que nos preocupa mucho a aquellos de nosotros en medicina acostumbrados a poder hacer todo lo posible. Todo esto tiene el potencial de provocar un gran dolor y agotamiento.

Es un tanto extraño que estemos en la temporada de Cuaresma. Tal vez deberíamos mirar el domingo de Resurrección con una esperanza renovada, no solo de tumbas abiertas sino de catedrales reabiertas. La Semana Santa en la época de COVID-19 —en la que recordamos el sufrimiento del Rey en su camino hacia el Gólgota— seguramente adquirirá un nuevo significado.

De hecho, es interesante que el coronavirus obtenga su nombre de un anillo de proteínas con púas en su superficie que se asemeja a una corona, de ahí el título de "corona". En muchos sentidos, el coronavirus está revelando las cabezas coronadas que ya adoramos: salud, autoprotección, medicina. Nuestra atención global y sostenida a COVID-19 demuestra lo que buscamos por ansiedad, control y miedo.

Por supuesto, sabemos que Jesús llevaba una corona diferente, una que nos llama a adorar no por ansiedad o control, sino por un amor que expulsa todo miedo. Esa corona no hace que este momento de coronavirus sea menos serio; sin embargo, nos dice dónde depositar nuestras ansiedades, a quién consolar y qué corona de espinas recordar.

Brewer Eberly es médico residente de medicina familiar de primer año en el Centro Médico para la Salud AnMed, un sistema de hospital comunitario en Anderson, Carolina del Sur.

Ben Frush es médico residente de medicina interna y pediatría de segundo año en el Centro Médico de la Universidad Vanderbilt y el Hospital para Niños Monroe Carrell Jr. en Vanderbilt, un sistema de hospital universitario de alto volumen en Nashville.

Emmy Yang es estudiante de medicina de cuarto año en la Escuela de Medicina Icahn en Mount Sinai.

Cada uno es miembro de la Beca de Teología, Medicina y Cultura de la Escuela de Divinidad de Duke. Las opiniones expresadas son las de los autores y no representan necesariamente las opiniones o políticas de las instituciones que representan.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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