Llevé drogas a una conferencia de la iglesia. Horas después, Dios me encontró.

Mi feroz oposición e indiferencia no detuvieron al Espíritu Santo

Christianity Today November 6, 2020
Tony Luong

Nací en 1990 en El Cairo, hijo de padres religiosos y muy trabajadores. A los 40 días de haber nacido, me bautizaron por triple inmersión como a todo buen cristiano copto ortodoxo.

Crecer en este tipo de entorno religioso deja una marca eterna en tu alma. Aún puedo recordar los habituales y temidos momentos de confesión con el sacerdote. Esas experiencias fueron especialmente desalentadoras. Recuerdo que durante mi adolescencia terminaba mis confesiones, el sacerdote me instruía hacer algún tipo de penitencia para que Dios estuviera contento conmigo —al menos así lo percibía yo—, e inmediatamente después volvía a cometer los mismos pecados. Yo pensaba en Dios como si Él fuera malo, tanto como los maestros de la escuela Jesuita a la que iba, quienes nos castigaban físicamente por no cumplir con sus expectativas académicas o de comportamiento.

En el 2002, mi familia se mudó a los Estados Unidos. Los años de secundaria fueron bastante difíciles para mí: tan sólo imagínense a un niño regordete del Medio Oriente, que no hablaba inglés, tratando de hacer amigos poco después de los atentados del 11 de Septiembre. Además de las dificultades en la escuela, también sufría de acoso en el único lugar en donde esto no debería ocurrir jamás: en la iglesia. Mi familia seguía asistiendo a los servicios copto ortodoxos, pero mi corazón pronto se llenó de amargura contra la iglesia en la que fui criado y la que, honestamente, nunca me pareció atractiva. Cuando entré a la preparatoria, estaba tan desilusionado con la fe que pasé de ser un “buen chico religioso” a ser todo lo contrario.

Una clase distinta de cristiano

La preparatoria me permitió convivir con nuevos amigos, comenzar a tener citas, probar drogas y, una vez que obtuve mi permiso para conducir, ir a donde yo quisiera. Muy pronto adopté un estilo de vida lleno de fiestas, fornicación y drogas. Las cosas se pusieron tan mal que terminé vendiendo drogas. Lo más triste de todo fue la mala influencia que tuve sobre mi hermano menor, Joe, quien estaba apenas en secundaria y terminó por encontrarse en una situación similar a la mía.

Recuerdo una noche que llegué a mi casa cerca de las dos de la mañana durante mi último año de preparatoria. Mi madre estaba despierta, llorándole a Dios y pidiéndole a Jesús que me salvara. Más adelante me di cuenta de que, mientras yo huía de Dios, Él había estado trabajando en algunas personas cercanas a mí.

George, mi mejor amigo y cómplice, empezó a ir a una iglesia nueva con su hermano Mark. Esta iglesia —una iglesia bautista árabe a las afueras de Boston— no era copto ortodoxa, por lo que, naturalmente, reaccioné con tensión cuando me invitaron a visitar su grupo de jóvenes. Pero Mark no se daba por vencido. Todos los viernes por la noche, sin falta, Mark me recogía junto con mi hermano Joe en su genial Mitsubishi Eclipse rojo y conducía alrededor de una hora para llevarnos a la iglesia. Mark me llevó durante un año, a veces a regañadientes, hasta que aprendí a conducir.

En la iglesia bautista árabe me encontré con una clase muy distinta de cristianos. La gente en verdad amaba a Dios. Eran amables, no hipócritas. Me querían y me aceptaban. “Vaya” pensé, “estos cristianos se están divirtiendo y disfrutan de la relación que tienen con Dios. ¡Dios parece tan real para ellos!”. Al mismo tiempo que mi hermano y yo empezábamos a conectar con este grupo de jóvenes, la mujer que más tarde se convertiría en mi suegra, leía y rezaba la Biblia con mi madre por teléfono. Poco a poco, sentí como el ambiente en mi casa comenzaba a volverse más tranquilo.

Para finales del 2008, toda mi familia estaba asistiendo a esta nueva iglesia, y mis padres y mi hermano comenzaron a involucrarse mucho en ella. Mi padre empezó a organizar reuniones de estudio bíblico en nuestra casa, y pude presenciar cómo Dios lo transformó durante un estudio del libro de Hebreos. Yo iba a las reuniones de la iglesia porque amaba a las personas que asistían y porque me sentía querido por ellas; pero asistía siempre bajo el efecto de alguna droga. Aunque en verdad necesitaba a Jesús, seguía buscando satisfacción en los lugares equivocados.

En julio del 2009, durante el verano antes de comenzar mi segundo año en la Universidad, mi padre me obligó a ir a la conferencia anual del 4 de julio de la iglesia. Asistí “arrastrando los pies”, y llevé algunas drogas conmigo para ayudarme a pasar el rato. Yo no estaba abierto a escuchar la voz de Dios; pero ese fin de semana descubrí que incluso la oposición más feroz o la más fría indiferencia son inútiles una vez que Dios decide manifestarse en tu vida. En la conferencia, escuché el Evangelio con nuevos oídos; escuché que Dios me ama tanto que envió a su hijo a morir por mis pecados. Por primera vez comprendí que, al creer en Jesús, todos mis pecados me serían perdonados, y que Dios me aceptaría y haría las paces con Él.

Rindiéndome ante Cristo

Recuerdo claramente el sentimiento de lucha dentro de mi alma: ¿cómo podría Dios perdonar todos mis pecados? ¿cómo podría perdonarme cuando yo no podía perdonarme a mí mismo? En ese momento yo no tenía la capacidad de concebir la maravillosa misericordia de Dios ni su inmerecida gracia. Aun así, no podía dejar de sentir que Dios me había atrapado con su amor y que no tenía más opción que bajar mis defensas y rendirme. Me di cuenta de que lo que Jesús había hecho al morir en la Cruz por mí era suficiente para limpiarme de mis pecados y convertirme en un hombre nuevo.

Nací de nuevo en el momento en el que finalmente pude ver y atesorar a Jesús por medio de mi fe. ¡Fue un día tan glorioso! Esa conferencia del 4 de julio cambió mi vida para siempre. Mi gozo se duplicó cuando Joe, quien es actualmente pastor de nuestra iglesia, también fue salvado ese mismo fin de semana. Los dos tuvimos un tratamiento de rehabilitación de una sola noche con Jesús, y fuimos milagrosamente liberados de la adicción a las drogas. Cuando regresamos a nuestro automóvil después de la conferencia y nos dimos cuenta que aún teníamos algo de marihuana, de inmediato la tiramos y dijimos: “No podemos dar marcha atrás”. Nuestros padres estaban felices con los dos nuevos hijos que recibieron después de ese fin de semana. Fuimos transformados por completo.

Hubo otros cambios radicales e inmediatos que también tuvieron lugar. Por ejemplo, casi inmediatamente empecé a servir en la iglesia dentro del equipo de adoración y con el grupo de jóvenes. Fue así como conocí a mi esposa, quien en ese momento era la líder de estos dos grupos. Nuestro equipo de adoración viajó a diferentes conferencias y retiros. Durante esos viajes, un sentido de llamado comenzó a crecer en mi corazón y fue así como empecé a considerar un futuro en el ministerio.

Al mismo tiempo, devoraba las Escrituras, libros cristianos, podcasts, sermones y cualquier cosa que pudiera conseguir. Asistía con regularidad a los servicios de la iglesia y a las reuniones de oración entre semana, y fui bendecido con algunos mentores en la iglesia, quienes me discipularon. Todo esto me inspiró a buscar el ministerio como mi vocación de tiempo completo: primero asistí al Seminario Teológico Gordon-Conwell y poco después me ordené en la iglesia bautista árabe, en la que toda mi familia se convirtió a la fe.

Mi vida hoy es un testimonio de la bondad y gracia de Dios. El pasado mes de julio, cumplí un año más de caminar junto a Jesús y servirle, y lo celebré en la conferencia anual de la iglesia bautista árabe One Name Boston. He celebrado mi cumpleaños espiritual cada 4 de julio desde hace 11 años, y no se me escapa el simbolismo del “día de la independencia”. Aquella reunión a la que me presenté bajo los efectos de las drogas, con la intención de mantener a Dios lejos de mí, es ahora un recuerdo tangible de su obra milagrosa en mi vida. Gracias, Jesús, por no haber desechado este barro.

Fady Ghobrial es becario del Christian Union Ministry en la Universidad de Harvard.

Traducido por Alexa Arzate

Editado en español por Livia Giselle Seidel

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Por qué los evangélicos no están de acuerdo acerca del presidente

La razón por la que estamos divididos y cómo podemos reencontrarnos.

Christianity Today November 2, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Eddie Brady / Tasos Katopodis / Stringer / Getty Images / Jesse Zhou / Unsplash

Los cuatro evangelios describen violencia en el huerto de Getsemaní. Jesús estaba solo, llorando entre los olivos, orando que la copa de sufrimiento pasara de Él. Cuando regresó con sus cansados ​​discípulos, los soldados y líderes religiosos llegaron buscando aprehender a Jesús. Pedro respondió con la espada desenvainada y de un solo golpe le cortó la oreja a un hombre llamado Malco. “¡Guarda tu espada!” (Juan 18:11, TLA), le dijo Jesús mientras curaba a Malco. “La copa que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber?” (Ibid, LBLA).

Jesús fue llevado al sumo sacerdote y luego al gobernador romano. “Mi reino no es de este mundo”, le dijo a Pilato. “Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí.” (18:36)

El reino de los cielos es esquivo. No viene con espada, sino con sacrificio; no con una corona de hierro, sino con una corona de espinas. No llega a través de los poderes del mundo, sino a través del poder invertido de la cruz, es decir, el poder de la impotencia. Pedro blandió la espada, pero Jesús bebió la copa.

Esta historia me viene a la mente ahora que nos acercamos a una elección presidencial que ha causado una gran división. Creyentes evangélicos que durante mucho tiempo han trabajado lado a lado en el mismo campo ahora se encuentran divididos en campos enemigos. Un campamento declara que no puede comprender cómo personas que comparten su misma fe podrían apoyar al mandatario. El otro campo se pregunta cómo alguien alimentado por la Palabra de Dios podría rechazar a ese mismo mandatario. Los campos no solo están en desacuerdo, sino que no pueden entenderse entre sí. Incapaces de ver la razón en el punto de vista opuesto, cada lado afirma que el otro ha sucumbido a la sinrazón, al prejuicio, o a la codicia por el poder o la aprobación.

Nuestra incapacidad para comprender la racionalidad de un punto de vista opuesto es más a menudo una falla de imaginación de nuestra parte que una falla de racionalidad de parte del otro. La diferencia entre ambas partes no puede ser que un lado sea verdaderamente cristiano y el otro no lo sea, o que cualquiera de los lados posea el monopolio de las buenas ideas y las buenas intenciones. Innumerables hombres y mujeres que luchan con cada hueso y tendón por seguir a Jesús están de pie a ambos lados.

Si se tratara de una división entre evangélicos conservadores y progresistas, sería más fácil de comprender. Sin embargo, esta es una división entre los mismos evangélicos conservadores, y he batallado durante años para comprenderla. Quizás todavía no la he entendido, pero quiero esforzarme por explicarla. Detrás de las diferencias que nos separan he llegado a creer que hay una visión diferente del reino de Dios.

Tras el editorial del exeditor jefe, Mark Galli, publicado en diciembre, y mi declaración reafirmando la esencia de su preocupación, escuché que varios respetados y muy queridos amigos estaban desconsolados. “Trabajamos a diario, incansablemente, para salvar la vida de los no nacidos”, dijeron. “Estamos en primera línea defendiendo las libertades religiosas que permiten que las familias y las iglesias vivan de acuerdo con su conciencia. Estamos trabajando para lograr un gobierno y una cultura que escuche las preocupaciones cristianas y honre los valores cristianos”. Estas cartas fueron tan dolorosas de leer como deben haber sido de escribir, ya que amigos muy queridos sentían que traicionábamos la causa en un momento crítico.

Con algunas excepciones, el sentimiento generalmente provenía de personas que se formaron en entornos donde el cristianismo era, o había llegado a ser recientemente, la fuerza cultural dominante. La ética cristiana había sido durante mucho tiempo una influencia para el bien y, al observarla desvanecerse, vieron restringidas sus propias libertades, así como el deterioro del bien común de la comunidad. También creían que años de política exterior progresista habían disminuido nuestra posición global y habían cerrado los ojos ante la persecución cristiana en el extranjero. Estas inquietudes los llevaron a apoyar a un político que contradice los valores cristianos en su comportamiento personal pero, según creían, promovía los valores cristianos en el ámbito público. No admiraban su personalidad ni aprobaban su retórica, pero creían que él y el partido al cual representaba traerían consigo el bien superior de la sociedad en su conjunto.

Llamaré a este contingente la “Iglesia Reinante”. La Iglesia Reinante ve el reino de Dios, el fin por el que luchamos, como un mundo en el que hombres y mujeres son libres de seguir su fe, la vida se considera sagrada desde la concepción hasta la muerte, las familias pueden criar a sus hijos en la verdad bíblica, las iglesias lideran los actos de caridad, y el gobierno proporciona un orden estable para el florecimiento de iniciativas significativas.

Los miembros de la Iglesia Reinante están preocupados por la política exterior y la política económica, pero se sienten especialmente obligados a apoyar a la actual administración por sus posturas sobre la vida y la familia. Sienten que no votar por los republicanos empodera al partido que protege el espantoso régimen del aborto y que promueve una ética sexual que conduce a la confusión y a un inmenso sufrimiento.

Sin duda, hay corrientes más virulentas que apoyan al actual presidente; sin embargo, también hay partidarios amorosos y razonables, y creo firmemente que para enfrentar este desacuerdo bíblicamente es necesario que representemos a nuestros hermanos y hermanas de la mejor manera. No hacemos ningún favor a nuestra fe cuando caricaturizamos a otros creyentes.

No hay nada esencialmente irracional o inmoral en la posición antes mencionada. Lleva a la Iglesia Reinante a valorar más la adquisición y el uso del poder político. La Iglesia Reinante ve la elección simplemente como una batalla entre el bien y el mal. Los vicios del presidente parecen pequeños cuando la virtud del mundo pende de un hilo. Ganar poder político significa proteger el estilo de vida cristiano y sembrar semillas de verdad y bondad en la cultura y, así, traer la bendición de Dios a la tierra. La pérdida del poder político significa que la cultura se convierte en una espiral cada vez más profunda de inmoralidad y falsedad, erosionando los cimientos de la sociedad y provocando un mayor sufrimiento para todos. Para estos amigos, entonces, retirar el apoyo al presidente es socavar el poder de los cristianos para dar forma a la política de una manera que proteja a la iglesia y beneficie al mundo.

Por supuesto, otro grupo respondió de manera muy diferente al editorial de Galli. Llamaron por teléfono llorando. Enviaron globos a la oficina. Nos animaron a mantenernos firmes contra las críticas fulminantes. Estaban profundamente agradecidos de que alguien hubiera expresado sus profundas dudas éticas y espirituales sobre el apoyo evangélico al presidente Trump.

¿Cómo pudo suceder esto? La división entre estos grupos no tiene como base diferencias teológicas, y ambos se habrían considerado conservadores antes del movimiento Trump. Estudian las mismas Escrituras, afirman los mismos credos y cantan los mismos himnos. También comparten la mayoría de los valores éticos fundamentales, desde la libertad religiosa y la santidad de la vida, hasta la intención amorosa de Dios para el matrimonio y la sexualidad.

Llamemos al segundo grupo la “Iglesia Remanente”. A diferencia de la Iglesia Reinante, la Iglesia Remanente generalmente proviene de lugares donde el cristianismo no es la principal autoridad cultural o política. Por supuesto, estas son generalizaciones, pero la Iglesia Remanente tiende a ser más joven, más diversa y más urbana que la Iglesia Reinante. Es más probable que los miembros de la Iglesia Remanente vivan al margen del poder, a veces de forma deliberada y, a veces, por exclusión.

Este contingente es más grande de lo que podríamos imaginarnos. Cuando los evangélicos se definen por creencias y se incluyen todas las etnias, solo el 58 por ciento de los votantes evangélicos apoyaron a Trump en 2016 (sin contar a los que optaron por no votar).

La Iglesia Remanente está cautivada por una visión fundamentalmente diferente del reino de Dios. El reino, desde su punto de vista, es demasiado sagrado como para confundirlo con los triunfos electorales y la aprobación de leyes. No es una dispensación política ni un orden social. No es un reino de este mundo. En cambio, el reino irrumpe en el tiempo y el espacio cuando los hombres y mujeres enviados por el Rey buscan a los perdidos y sirven a los más pequeños. El reino de los cielos está entre nosotros cuando compartimos el Evangelio de palabra y de obra, servimos a los desamparados y refugiados, y nos unimos a nuestros vecinos en su sufrimiento.

Para la Iglesia Remanente, el reino de Dios tiene menos que ver con la adquisición de poder que con el despojo del poder, es decir, con renunciar a nuestros derechos y privilegios como lo hizo Cristo (Filipenses 2) para servir a los impotentes. En otras palabras, la cristiandad no es el reino, y representar a la cristiandad no es lo mismo que representar a Cristo. El reino de los cielos no se trata de la espada, sino de la copa; no se trata de defendernos, sino de morir a nosotros mismos.

Por esta razón, la Iglesia Remanente da mayor prioridad a la pureza de la Iglesia que a la prosperidad del país. La prosperidad nacional importa, pero las naciones florecen y caen, mientras que la Iglesia perdura por la eternidad. Su unidad e integridad dan testimonio del carácter divino de Cristo (Juan 17) y, precisamente por esto, no se pueden comprometer. Esto hace que la Iglesia Remanente sea más optimista sobre la pérdida de influencia cultural y política. El poder político posee una enorme atracción gravitacional que con demasiada frecuencia distorsiona nuestra capacidad de ver a Cristo con claridad y de testificar acerca de Él con fidelidad. A veces, la Iglesia necesita tiempo en el desierto para recordar quién es ella en realidad.

La Iglesia Remanente preferiría que la Iglesia perdiera su influencia antes que su integridad, incluso si la pérdida de las libertades religiosas condujera a la persecución. ¿Cuándo la persecución ha derrotado a la iglesia? Seguramente el mismo Dios que hizo que existieran las estrellas y que ha preservado a su Iglesia en todo el mundo durante dos mil años puede preservar a la iglesia estadounidense contra cuatro años de exilio político. La Iglesia solo puede morir desde su interior.

Pero si la iglesia pierde su integridad y, por lo tanto, su testimonio, la cultura que la rodea sufrirá. De hecho, para la Iglesia Remanente la acogida del presidente por parte de los evangélicos ha promovido ciertos valores corrosivos en la cultura, alentando el narcisismo, el materialismo, la codicia, la lujuria, el racismo y el sexismo, que son tan dañinos, si no más, que las políticas mal concebidas.

Los lectores agradecidos por el editorial de Galli no arrojaron piedras a los creyentes que votaron de mala gana por Trump. Estaban preocupados más bien por los líderes evangélicos que crearon la impresión de que toda la Iglesia se había unido a él, particularmente cuando esos líderes no mostraron voluntad de condenar públicamente su mala conducta, ni de defender a las víctimas de su retórica. Esto, en su opinión, empañó el testimonio del cuerpo de Cristo, llevando a sus amigos a abandonar las filas de la Iglesia, y a sus hijos a renunciar a su crianza. Ninguna cantidad de victorias políticas podría justificar esto. Ellos sintieron que los evangélicos blancos habían ganado las elecciones, pero habían perdido una generación.

El desacuerdo entre la Iglesia Reinante y la Iglesia Remanente no gira en torno a tener valores diferentes, sino en torno a priorizarlos de manera diferente. La Iglesia Reinante respondería que ellos también valoran el testimonio de la Iglesia y muchos de ellos dedican su vida al evangelismo y al servicio, sin embargo, los cristianos están llamados a luchar por las cosas que le importan a Dios, incluso cuando esto nos haga impopulares. La Iglesia Remanente diría que ellos también se preocupan por defender la santidad de la vida, la protección de la iglesia y la familia, sin embargo, están dispuestos a luchar por estas causas de otras maneras, pero no ganando influencia a costa de su integridad. Muchos también se apresuran a agregar que no pueden apoyar al candidato alternativo debido a sus puntos de vista a favor del aborto, por lo que se encuentran incapaces de votar por ninguno de los dos en conciencia.

Algunos dentro de la comunidad de Christianity Today pertenecen a la Iglesia Reinante y otros a la Iglesia Remanente. Si bien simpatizo con ambos lados, yo pertenezco a la Iglesia Remanente. Digo esto cosas no para avergonzar a mis hermanos y hermanas que opinan lo contrario, sino para que puedan entender mi corazón. Creo que la alineación evangélica con la administración Trump ha hecho avanzar los reinos de los hombres, pero no el reino de Dios. Me preocupa que haya dañado la cultura y empañado nuestro testimonio por varias generaciones. Por supuesto, podría estar equivocado. Espero estar equivocado. Sin embargo, lamento que haya tanta gente que hoy mira a los evangélicos y ve la imagen de Trump en vez de la imagen de Cristo. Asimismo, temo que mis hijos crecerán en una sociedad más hostil a su fe como resultado. Y estoy desconsolado de que tantos marginados, en particular los creyentes afroamericanos, hayan sido heridos por el apoyo de los evangélicos blancos al presidente.

Pero el amor me exige comprender a los hombres y mujeres (de todas las etnias) que pertenecen a la Iglesia Reinante. Estos también son mis hermanos y hermanas, hombres y mujeres de mente sana y buen corazón. Es por eso que Christianity Today seguirá siendo un lugar donde los evangélicos puedan tener estas discusiones, a profundidad y con amor. Presentamos nuestra serie Table a principios de este año como un espacio para discutir los diferentes puntos de vista del compromiso político evangélico. Hemos publicado argumentos elocuentes a favor y en contra de ambos candidatos. Nos hemos asociado en el First Principles Project para ir más allá del desacuerdo partidista y redescubrir los valores fundamentales que informan cómo y por qué los cristianos participan en la vida pública. Y la conversación continuará.

El último acto radical en una época radicalmente polarizada es amar y comprender a ambos lados. El año 2020 ya ha dejado muchos daños a su paso. Acérquese a aquellos que no están de acuerdo con usted y demuéstreles el amor de Cristo. Cualquiera que sea el resultado, tendremos que trabajar juntos para llevar el reino de Dios al centro del desastre, y ayudar a nuestra gente a encontrar esperanza una vez más.

Timothy Dalrymple es presidente y director ejecutivo de Christianity Today. Síguelo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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De qué modo las iglesias enaltecen y protegen a los pastores abusivos

Una psicóloga explora las dinámicas de poder que ayudan a convertir a los pastores en lobos

Christianity Today October 30, 2020
Illustration by Rick Szuecs / Source image: Cynoclub / Envato Elements

La seducción del poder, tanto individual como institucional, es una historia que se viene contando desde el principio de los tiempos. Dentro de la iglesia, el mal uso y el abuso de la autoridad han causado estragos devastadores, dejando a su paso vidas y congregaciones rotas. Aun así, a menudo sigue sin conocerse ni explorarse la verdadera naturaleza del poder. En Redeeming Power: Understanding Authority and Abuse in the Church [Poder redentor: Comprender la autoridad y el abuso de poder en la iglesia], la psicóloga Diane Langberg aporta a este tema décadas de experiencia en consejería de líderes eclesiales y supervivientes del trauma. Tim Hein, pastor y profesor en Australia, y autor de Understanding Sexual Abuse: A Guide for Ministry Leaders and Survivors [Comprender el abuso sexual: Una guía para líderes de ministerios y supervivientes], habla con Langberg acerca de por qué los pastores y los líderes de ministerios a veces se alimentan de sus rebaños.

La palabra poder levanta controversias en nuestra cultura. ¿Cómo la definiría usted?

Básicamente, poder es influencia: la capacidad de producir un efecto. Si me acerco a ti, y soy más grande que tú, y te empujo, entonces he hecho algo que ha tenido un efecto. Y todo el mundo tiene alguna clase de influencia, incluso un niño pequeño. Si tienes un bebé recién nacido y comienza a llorar a las tres de la madrugada, ¿qué haces? ¡Te levantas!

Esto es parte de lo que significa ser portadores de la imagen de Dios. Él nos dijo: «¡Gobiernen! Gobiernen sobre la tierra». Esa es una palabra de poder. Como pecadores, por supuesto, lo hemos arruinado del mismo modo que lo hemos hecho con todo lo demás. Pero ejercer poder sigue siendo parte de nuestra esencia, aunque los individuos y los sistemas tiendan a hacer un mal uso.

Si todos ejercemos alguna clase de poder e influencia, ¿entonces por qué hay líderes cristianos, desde su punto de vista, especialmente susceptibles a abusar de su poder? ¿Qué es lo que no logran entender acerca del poder que tienen?

En términos generales, las escuelas que tenemos para educar a líderes cristianos no enseñan estas cosas. Los seminarios ofrecen conocimientos prácticos para saber cómo dirigir una iglesia o un ministerio, pero no están haciendo lo suficiente para iluminar la naturaleza del poder y las dinámicas que provocan que los casos de abuso aumenten… y que después sean encubiertos.

Otro problema es que no siempre los seminarios han hecho lo suficiente para enseñar a los nuevos líderes la importancia de comprenderse a sí mismos y su propia vulnerabilidad: los golpes y las heridas que nunca han reconocido, y mucho menos tratado. He trabajado con un sinnúmero de pastores a lo largo de los años, y muchos de esos buenos hombres y mujeres llegan a sus cargos sin haberse hecho estas preguntas acerca de sí mismos. Piense, por ejemplo, en un hombre que predica desde el púlpito, cuyo padre abusó físicamente de él y le habló como si fuera basura. Estará lleno de heridas, y eso va a afectar el modo en que usa su posición de liderazgo. Pero su ignorancia acerca de sí mismo y las heridas que no ha sanado le hacen proclive a alimentarse de sus ovejas. No puedo decir cuántos pastores se han sentado en mi oficina, llorando y diciendo: «No sé cómo he llegado hasta aquí» después de haberse comportado de forma abusiva.

Quizá algún pastor que lea esto piense: «Yo no me siento muy poderoso. Tengo encima a los ancianos, mientras manejo la presión del presupuesto, y los miembros de la iglesia critican mis sermones. ¿Me está diciendo que tengo niveles de poder peligrosos?».

No importa con qué se gane uno la vida. El poder es inherente al ser humano. Para los pastores, puede que tengan poder en casa, sobre su cónyuge o sus hijos. Pueden tener poder en cada conversación, porque sus palabras tienen un impacto en quienes los escuchan. Si no toman conciencia del poder que ejercen, es poco probable que vayan a examinar el modo en que lo utilizan.

Así que, sin darte cuenta, terminas alimentándote de las personas, usándolos para suplir tus necesidades o para disimular tu vulnerabilidad. Tal vez se manifieste en ir al supermercado y ser terriblemente maleducado con el cajero. O tal vez consista en llegar allí y codearte con todo el mundo, porque sabes que tu ego será alimentado cuando todos te hagan sentir que eres maravilloso. Siempre que se utilicen a las ovejas como alimento, uno deja de actuar como pastor y se convierte en un lobo. Ezequiel 34 nos advierte contra los pastores que proveen alimento y ropa para sí mismos antes que para sus ovejas, y Jesús habla de los fariseos en términos similares en Juan 10.

¿Cómo considera que la extensa cultura cristiana en Occidente, con sus inclinaciones hacia la fama y el estatus, alimenta el problema de los líderes de iglesia abusivos?

En fin, no es más que la naturaleza humana. Piense en el comienzo de la creación: aquel que nos engañó para que nos apartáramos de Dios quería ser como el Altísimo. ¡Qué ejemplo de abuso de poder! Entonces, el deseo de gloria y aprecio siempre estará ahí como parte de la naturaleza humana. En cierto modo, fuimos creados para buscar estas cosas, pero a causa de la Caída las buscamos de maneras ilícitas. El sexo es un modo muy obvio de buscarlas. Pero, de modos más sutiles, podemos encontrar gloria y aprecio en factores externos: cosas como comentarios positivos en redes sociales, la cantidad de asistentes a los cultos o el número de libros vendidos. Y también son cosas pequeñas: puedes ser pastor en una localidad diminuta y estar orgulloso de sentirte el tipo más importante del lugar.

Todos queremos ser amados, y, de hecho, es por el diseño de Dios que debemos serlo. Así que se vuelve algo farragoso, porque yo nunca diría que cualquiera que busca que le aprecien seguramente abusará del poder y no tendrá empatía. Pero necesitamos ser conscientes de cómo la Caída ha corrompido ese deseo y nos hizo expertos en el arte del autoengaño.

Dice que su experiencia como psicóloga le ha enseñado que puede saber con certeza qué es lo más importante para alguien porque eso es lo que la persona protegerá con más empeño. ¿Cómo se desarrolla esta dinámica en las filas del liderazgo de la iglesia?

Con la mayoría de personas es posible identificar eso que se niegan a que otros examinen, eso que no sacarán a la luz. Y si alguien lo averigua, buscarán otros modos de esconderlo. Un ejemplo obvio y concreto es la pornografía, pero también lo hacemos con cosas como el dinero y el estatus.

Y los sistemas como conjunto también tienden a hacerlo. Quizá el sentimiento sea: «Somos esta iglesia famosa, y ha ocurrido esto tan terrible. Tenemos que proteger nuestra reputación en vez de arrastrar este asunto a la luz y permitir que Dios haga su trabajo». Con iglesias y otras instituciones lo que se protege es lo que suele ser más importante y, con gran frecuencia, se trata de la propia institución.

¿Y, entonces, de qué modo puede la iglesia como sistema institucional redimirse de esta tendencia, y cómo puede apoyarlo la misma congregación?

Según la Biblia describe a la iglesia, Cristo es la cabeza y nosotros somos parte de su cuerpo. Así pues, hay un sistema implicado, pero es uno que se supone que ha de seguir a su cabeza. Mi padre estuvo enfermo durante muchos años. Era coronel de las Fuerzas Aéreas, un hombre brillante y un atleta fabuloso. Pero terminó con una enfermedad neurológica. Una de las lecciones que aprendí mientras prácticamente le vi desintegrarse durante treinta años es que un cuerpo que no sigue a su cabeza está enfermo. Es un sistema enfermo. El problema de la iglesia, pues, no es que sea un sistema, sino que a menudo ese sistema no logra seguir a su cabeza.

Y, por supuesto, la congregación tiene cierta responsabilidad de mantener el sistema, principalmente adorando a Cristo y solo a él. Pero la iglesia también necesita orar por sus líderes, que Dios los sostenga en un liderazgo piadoso: no en aras de conseguir las bendiciones materiales y la buena reputación que tanto hemos llegado a amar, sino para que el mismo Dios sea honrado por encima de todas las cosas.

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Buenas noticias: mañana moriremos

Por qué aceptar nuestra mortalidad puede ser bueno para nosotros.

Christianity Today October 29, 2020
Madeleine Maguire / Unsplash

S

olía asumir que Dios debía darme una larga vida: tiempo suficiente para desarrollar mi vocación, tener una familia y vivir lo suficiente como para llegar a ser abuelo. Luego, a los 39 años me diagnosticaron con cáncer incurable. Mis planes de vida se vieron drásticamente alterados. Ahora, como paciente de cáncer, mis expectativas son muy diferentes: es probable que la enfermedad me quite décadas de vida. Mientras tanto, a diario sufro dolor y la fatiga me roba las fuerzas. Aunque mis expectativas anteriores podían haber parecido razonables, he descubierto que involuntariamente había abrazado una variante del evangelio de la prosperidad: creía que Dios debía darme una larga vida.

Este tipo de razonamiento está ahora muy extendido. De acuerdo a un estudio realizado por el Pew Research Center, entre los estadounidenses que dicen creer en Dios, el 56 por ciento afirma que “Dios concederá buena salud y sanará las enfermedades de los creyentes que tienen suficiente fe”. En otras partes del mundo, el porcentaje de cristianos que sostienen esta visión es aún mayor.

De cierta manera, esta creencia encaja con las enseñanzas del Antiguo Testamento acerca de cosechar lo que sembramos. “Al pecador lo persigue el mal, y al justo lo recompensa el bien”, dice Proverbios 13:21 (NVI). El evangelio de la prosperidad toma perlas de sabiduría como esta y las combina con el ministerio sanador de Jesús, de tal manera que explican la enfermedad con un simple axioma: como Dios nos ama, no quiere que estemos enfermos. Así que, si no tenemos buena salud, debe ser una consecuencia de nuestros pecados, o al menos de falta de fe de nuestra parte. De una forma u otra, el enfermo tiene la culpa. Si bien muchos evangélicos rechazarían esta forma “extrema” del evangelio de la prosperidad, muchos de nosotros aceptamos una versión más “suave”, un razonamiento como este: si estoy buscando obedecer a Dios y vivir con fe, entonces puedo esperar una larga vida de prosperidad terrenal y relativo confort.

Recientemente, una amiga me habló sobre su trabajo como consejera de adolescentes de entre 12 y 15 años de edad en un campamento cristiano de verano. Un día, los jóvenes participaron en una actividad diseñada para ayudarles a desarrollar empatía hacia las personas que viven con discapacidades físicas. A algunos estudiantes les fueron vendados los ojos, a otros, se les cubrieron los oídos, mientras que a otros se les hizo sentar en una silla de ruedas, y todos tuvieron que realizar de esta forma las actividades del día.

A mitad del día, una chica se arrancó la venda de los ojos y se negó a volver a ponérsela. “Si me quedara ciega, Dios me sanaría”, dijo. Ella tenía fe en Jesús y estaba tratando de obedecer a Dios. Así que, como si se tratara de una transacción, consideraba que, si ella hacía su parte, podía contar con que Dios haría la suya y le daría una vida próspera: si se quedaba ciega, Dios lo arreglaría.

El problema con este enfoque no es la creencia de que Dios nos ama y nos puede sanar. El problema es que el Dios de la Biblia nunca promete el tipo de bienestar que esta joven esperaba con tanta confianza. Ciertamente, ser sanados es siempre un regalo de Dios, incluso cuando sucede por medio de tratamiento médico. Cuando sentimos que estamos en un oscuro “sepulcro”, como el salmista (Salmos 30:1–3), podemos y debemos lamentarnos y pedir que Dios nos libere del dolor y la enfermedad. Podemos pedir sanidad a Dios, de la misma forma en que le pedimos nuestro pan de cada día en la oración del Padre Nuestro. Sin embargo, la sanidad, como nuestro pan de cada día, es efímera, pasajera. Ya sea que vivamos solo unos pocos años o varias décadas, Eclesiastés dice: “Tal como salió del vientre de su madre, así se irá: desnudo como vino al mundo, y sin llevarse el fruto de tanto trabajo” (5:15).

Tarde o temprano, cada uno de nosotros será derribado por la muerte, un golpe que ningún medicamento puede evitar. Aunque Proverbios tiene razón cuando nos dice que cosechamos lo que sembramos, esto no es una ley divina: el universo no siempre funciona así. Job era “recto e intachable” pero sufrió la calamidad de perder a sus hijos, sus siervos, su riqueza y su salud (Job 1:1, 13–19; 2:7–8). El apóstol Pablo es un ejemplo de fe y sacrificio por Cristo y la Iglesia, sin embargo, Dios no lo libró del “aguijón en la carne”, como escribe en 2 Corintios 12:7–10. Nadie está exento de morir ni de las pérdidas que acompañan a la muerte. Aunque en nuestra vida diaria tendemos a apartar esa realidad de nuestra mente, he descubierto algo sorprendente: para nosotros, los cristianos, recordar diariamente nuestra mortalidad nos puede ayudar a refrescar nuestras almas sedientas.

Vale la pena morir por el Evangelio

El Salmo 39 nos recuerda que nuestra vida es “efímera” y nuestros días “breves” en relación con la eternidad de Dios. Hasta que el Señor de la creación venga de nuevo a hacer todas las cosas nuevas, nos unimos al salmista en su oración:

Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. ¡Un soplo nada más es el mortal! (vv. 4-5)

Esta oración contrasta con las suposiciones culturales comúnmente compartidas en la actualidad. La tendencia a elaborar historias sobre nosotros mismos en Facebook e Instagram, por ejemplo, es parte de una liturgia cultural más amplia —un conjunto de prácticas que dan forma a nuestros deseos— que sutilmente lleva a muchos de nosotros a asumir que estamos en el centro del universo y que nuestra historia y nuestros años de vida en la tierra no tendrán fin. La crisis provocada por la pandemia actual ha mostrado que esta suposición es una ilusión. El hecho de que camiones refrigerados fueran necesarios para reunir los cuerpos de los muertos en ciudades como Nueva York y Detroit es un testimonio inquietante de que las naciones altamente desarrolladas no son inmunes a la muerte inesperada.

Además, como han revelado las protestas por los asesinatos de personas de raza negra que no portaban armas, la suposición que mencionamos antes que dice “mi historia nunca terminará” es un privilegio cultural. La iglesia negra y otras comunidades marginadas son dolorosamente conscientes de la naturaleza fugaz de la vida humana. “Escapar, escapar, escapar hacia Jesús” dice un antiguo canto espiritual de los esclavos negros, porque “…no estaré mucho tiempo aquí”.

Las generaciones anteriores no podían evitar pensar en la mortalidad con la facilidad con la que lo hace nuestra generación. Más allá de la realidad de que las enfermedades contagiosas eran una amenaza siempre presente, la cultura de la muerte en Estados Unidos era parte de la comunidad. Los servicios funerarios servían como recordatorios constantes de la mortalidad humana, en tanto que era común que congregaciones enteras asistieran a los mismos, incluidos los niños. Tradicionalmente, estos servicios se centraban en que no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que pertenecemos a Cristo, en la vida y en la muerte. Por el contrario, ahora es más común contar con servicios funerales personales, diseñados para exaltar la historia de vida del difunto, con la asistencia casi exclusiva de familiares y amigos. Tal vez nos preocupemos por la muerte de otra persona, pero sólo en la medida en que esta sea significativa para nuestra propia historia. Nuestra historia es la que importa. La muerte es algo que les pasa a otras personas.

Si bien el Salmo 39 derriba estas falsas ilusiones, también está cargado de esperanza. Aunque somos criaturas temporales, podemos florecer verdaderamente si depositamos nuestros amores más profundos en el único que es eterno: el Señor. Peter Craigie, un comentarista particularmente perspicaz de los Salmos, señala que el valor de la vida debe entenderse a la luz de su finitud. “La vida es extremadamente corta”, escribió Craigie. “De encontrar su significado, este deberá encontrarse en el propósito de Dios, el dador de toda vida”. De hecho, reconocer la “naturaleza transitoria” de nuestras vidas es “un punto de partida para alcanzar la cordura en nuestro peregrinar por este mundo loco”. Craigie escribió estas palabras en 1983, en el primero de los que, según planeó, serían tres volúmenes sobre el Libro de Salmos en una prestigiosa serie de comentarios académicos. Dos años más tarde, murió en un accidente automovilístico, dejando su serie de comentarios incompleta. Tenía 47 años.

La vida de Craigie fue tomada de forma inesperada, tanto para él, como para sus seres queridos, antes de que pudiera alcanzar sus valiosas metas aquí en la tierra. Sin embargo, en su transitoria existencia, dio testimonio del impresionante horizonte de la eternidad. Dio testimonio de cómo el reconocimiento de nuestra mortalidad va de la mano con ofrecer nuestros cuerpos mortales al Señor de la vida. No somos héroes en este mundo, y no es mucho lo que podemos hacer. Pero podemos amar generosamente, y podemos dar testimonio de Aquel que es el origen y el fin de la vida misma: el Dios eterno, el Alfa y la Omega, el Salvador crucificado y resucitado, quien ha logrado y logrará lo que nunca podríamos hacer nosotros mismos.

El antídoto contra la negación de la muerte

Nuestra fe no debe ser utilizada como un escudo protector contra la solemne realidad de nuestra propia mortalidad. De hecho, esa actitud que niega la muerte, tan común hoy en día en el evangelio de la prosperidad, es innecesaria debido a nuestra esperanza en Dios para la resurrección de los muertos. Al final, no vale la pena tener una fe que es incapaz de enfrentar nuestro total desamparo ante el poder de la muerte. El apóstol Pablo lo admite abiertamente: “Y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes” dice en su famoso capítulo sobre la resurrección de Cristo. “Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales.” (1 Corintios 15:14,19). Admitir diariamente nuestra impotencia ante la muerte puede ser una forma de entregarnos al Señor resucitado en lugar de depender de nuestros propios esfuerzos para crear una vida de prosperidad terrenal.

Extrañamente, admitir esta realidad puede liberarnos de la esclavitud del miedo a la muerte. Algunos sociólogos, en una escuela de pensamiento inspirada en el libro ganador del Premio Pulitzer, La negación de la muerte, de Ernest Becker, han documentado cómo las culturas tienden a idolatrar a héroes políticos o a las gestas nacionales como una forma de negar sus límites mortales. Cuando los humanos negamos nuestra mortalidad, nos ponemos a la defensiva, confiando solo en nuestro propio partido político o en nuestros propios grupos raciales o culturales. Pero vivir en la esperanza de la resurrección elimina la necesidad de idolatrar a líderes llenos de defectos o de “blanquear” causas ideológicas pecaminosas. Podemos admitir abiertamente que no podemos derrotar a la muerte, y vivir confiados en que, en el día final, “Cuando lo corruptible se revista de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: ‘La muerte ha sido devorada por la victoria’” (1 Corintios 15:54). Ese día aún no ha llegado, pero lo anhelamos, y vendrá cuando el reino de Cristo se manifieste en plenitud. Esperar ese día confiando en los propósitos de Dios más que en los nuestros hace una gran diferencia en cómo vivimos cada día.

A la luz de la esperanza de la resurrección, Pablo creía que, aunque “por fuera nos vamos desgastando” (2 Corintios 4:16), nuestra decadencia corporal no tendrá la última palabra. Además, incluso nuestras aflicciones corporales son parte de la realidad que nos sostiene: nuestra unión con el Señor crucificado y resucitado. “Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal” (v. 11). Tengamos o no vista o movilidad, ya sea que vivamos 5, 40 o 90 años, nuestros cuerpos pertenecen al Señor, y el proceso de decaer externamente puede ser un testimonio del humilde amor de nuestro Salvador. Sorprendentemente, parte de la obra del Espíritu Santo en el mundo incluye incluso nuestras debilidades corporales. Al ser testigos de Cristo, el decaimiento mismo de nuestro cuerpo muestra “que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros” (v. 7, DHH). De este modo, el ancla de nuestra esperanza no es la liberación de este proceso de decadencia, sino la unión con Cristo crucificado y resucitado. Esta unión con Cristo florecerá plenamente en la resurrección venidera, compartiendo “una gloria eterna que vale muchísimo más” que nuestros problemas actuales (v. 17).

El regalo de recordar nuestra mortalidad

Según Martín Lutero, incluso cuando nuestros cuerpos se sientan vigorosos y morir pareciera pertenecer a un país lejano, deberíamos hacer de la muerte un compañero frecuente. “Debemos familiarizarnos con la muerte durante nuestra vida”, escribió en un sermón de 1518, “invitándole a nuestra presencia cuando todavía está distante y sin moverse”. ¿Por qué Lutero aconsejaría esto? Su razón no es una propensión enfermiza, sino la misma razón por la que el salmista se refiere a la vida como “un soplo nada más” delante de Dios: la muerte desinfla nuestra arrogancia, nuestra sensación de que el mundo es un drama en el que somos el centro de atención. Los recordatorios de nuestra muerte señalan al Dios de la vida —el Dios que puso carne en huesos secos— como nuestra única esperanza, tanto ahora como en la era venidera. Como nos recuerda Lutero, “ya que todos debemos partir, volvamos nuestros ojos a Dios, que es a quien nos lleva y dirige la senda de la muerte”.

Tanto en los días difíciles como en los días fáciles, entre la alegría y el dolor, he llegado a aceptar la mortalidad como un regalo, extraño, pero bueno. Un regalo que me lleva a reconocer que no soy más que un mortal delante del Dios eterno. Vivimos en la esperanza de que la fragilidad y la decadencia de nuestros cuerpos no serán la medida final de nuestra vida. Vivimos en la esperanza de que nuestra vida no es el centro del universo. En cambio, viviendo como pequeñas criaturas, podemos regocijarnos en el maravilloso acto del amor de Dios en Cristo.

Nuestra vida presente terminará, como la de Job, cuando seamos despojados de familia, fortuna y de un futuro terrenal. Pero incluso a la luz de este fin mortal —de hecho, especialmente por eso—, podemos decir junto con el apóstol Pablo: “Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:38–39).

J. Todd Billings es el Profesor “Gordon H. Girod” de Investigación de Teología Reformada en el Western Theological Seminary en Holland, Michigan. Este artículo incluye material adaptado de su último libro, Christian Life: How Embracing Our Mortality Frees Us to Truly Live.

Traducido por Pedro Cuevas

Editado por Livia Giselle Seidel

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Ideas

De la persecución a la polarización: lo que los evangélicos estadounidenses pueden aprender de los cristianos colombianos

En el conflicto más largo del hemisferio occidental, a menudo el sufrimiento ha inspirado la solidaridad evangélica. Ahora, el cuerpo de Cristo está sucumbiendo ante la autolesión.

Una mujer coloca globos con los colores de la bandera nacional de Colombia en la Plaza Bolívar en Bogotá el 2 de octubre pasado, en conmemoración del cuarto aniversario del referendo para ratificar el histórico acuerdo de paz  entre el gobierno colombiano y los guerrilleros de las FARC, acuerdo que los votantes rechazaron por un margen estrecho.

Una mujer coloca globos con los colores de la bandera nacional de Colombia en la Plaza Bolívar en Bogotá el 2 de octubre pasado, en conmemoración del cuarto aniversario del referendo para ratificar el histórico acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y los guerrilleros de las FARC, acuerdo que los votantes rechazaron por un margen estrecho.

Christianity Today October 28, 2020
Raul Arboleda / AFP / Getty Images

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Durante 70 años, Colombia ha sido una nación en guerra consigo misma.

Guerrilleros marxistas, paramilitares derechistas, carteles del narcotráfico y las fuerzas armadas nacionales han desmembrado familias y han dejado una cicatriz en la conciencia del pueblo, generando un total de más de un millón de vidas perdidas y expulsando a más de ocho millones de personas de sus hogares tan solo durante la última generación.

A finales de 2016, y durante un breve periodo de tiempo, la comunidad internacional pensó que la violencia por fin había llegado a su fin cuando una delegación de guerrilleros de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) firmó un acuerdo de paz con el gobierno del entonces presidente Juan Manuel Santos.

Se tomaron fotografías y Santos recibió el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, las matanzas seguían.

En lo que va de este año, 68 masacres han tenido lugar en Colombia. Desde que se firmó el acuerdo de paz en La Habana, Cuba, más de 440 líderes comunitarios han sido asesinados. Muchos de estos líderes comunitarios eran pastores [cristianos], cuya resistencia a la violencia y activismo a favor de los campesinos desposeídos, así como del cuidado del medioambiente, los convirtió en blancos de los grupos armados.

Sus historias empiezan a darse a conocer, más recientemente en el documento “El rol de los evangélicos en el conflicto colombiano”, un informe entregado a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad a inicios de este mes. Sin embargo, este informe clave, el cual es una crónica de eventos entre 1959 y 2016, no es más que la punta del iceberg.

Hace 1 800 años, Tertuliano, uno de los padres de la Iglesia, señaló que el cristianismo había florecido a pesar de la persecución imperial salvaje, declarando de manera desafiante: “Nos multiplicamos cuando nos siegan. La sangre de los cristianos es semilla” (Tertuliano, Apologeticus 50.13). Ya que la sangre de creyentes ha mojado el suelo colombiano, con base en la lógica de Tertuliano, bien podríamos esperar que la fe en Colombia estuviera prosperando.

Sin embargo, tendríamos razón solo de forma parcial: la violencia en Colombia ha sido un crisol. Por un lado, purificando y galvanizando a algunos creyentes hacia una justicia extraordinaria y, por otro, fundiendo la fe del resto con agendas políticas que poco tienen que ver con el Mesías crucificado de Nazaret.

Este artículo da un vistazo a los dos lados del cristianismo colombiano, y observa que tienen mucho que enseñar a la iglesia estadounidense.

Valientes y compasivos en medio del conflicto

Más allá de las grandes ciudades colombianas, lejos de los políticos y fotógrafos, hay comunidades cristianas que han pasado décadas arriesgándose para cuidar de las víctimas del violento conflicto.

Una de estas comunidades es la Iglesia Cristo el Rey, que se congrega en un edificio ordinario, tostado por el sol, en el municipio de Tierralta, Córdoba. En 1996, la congregación se vio sumergida en la realidad del conflicto cuando 50 familias campesinas llegaron agotadas al municipio, guiando a sus perros y al poco ganado que pudo aguantar el viaje de 40 kilómetros desde su pueblo en las montañas. Expulsados de sus hogares por la guerrilla y sin ningún refugio, se sentaron exhaustos en la plaza de la ciudad, quemándose bajo el sol inclemente.

Nadie recuerda exactamente quién fue quien les abrió las puertas de Cristo el Rey; el pastor estaba en una reunión cuando recibió el mensaje de que alguien había dado ingreso a los desplazados. Cuando llegó, ellos se habían instalado en el santuario, rodeados por sus animales y abrumados por el trauma. La iglesia decidió dejarlos quedarse.

La comunidad suspendió sus cultos (ya que el templo se había convertido en un campo de refugiados) y, como su pastor actual compartió conmigo: “Durante semanas, nuestro culto fue meramente sentarnos con ellos, escuchar sus historias y llorar juntos.” Después, la pequeña congregación de Cristo el Rey comenzó a construir, ayudando a crear nuevos asentamientos para las personas en situación de desplazamiento —un ministerio de compasión que costó las vidas de algunos de sus líderes jóvenes.

Eventualmente, algunas de las personas en condición de desplazamiento volvieron a las montañas, pero, en 2008, fueron violentamente expulsados de nuevo, esta vez por fuerzas paramilitares. Años después, se atrevieron a regresar una segunda vez.

Aquella comunidad actualmente es pastoreada por Marcos, una víctima del desplazamiento, cuyo hermano recibió nueve disparos durante el culto dominical a manos de unos guerrilleros, los cuales luego buscaron matarlo también. A pesar de ello, Marcos decidió volver a las montañas para servir a aquella comunidad herida, a sabiendas de lo que su decisión le podría costar.

Ahora Marcos y su esposa viven, con sus dos hermosas hijas, en una choza al lado de su iglesia. No tienen agua corriente. No tienen seguridad física. Ni siquiera tienen una puerta con cerradura. Pero están alimentando a sus ovejas, y el rebaño está creciendo.

¿Es la sangre de los mártires la semilla de la iglesia? A veces. Pero no siempre. Se necesita una perspectiva histórica más amplia.

De la solidaridad en la persecución a la polarización política

La historia de las últimas tres generaciones del protestantismo colombiano no se puede contar sin hablar del conflicto violento.

De 1948 a 1958, un periodo conocido hoy simplemente como La Violencia asoló Colombia. En la batalla entre el Partido Liberal y el Partido Conservador (y durante la siguiente década), la mayoría de los evangélicos se alinearon con los liberales, en gran medida porque el Partido Conservador estaba estrechamente vinculado con la Iglesia Católica. La persecución que los protestantes padecieron durante aquella época dejó una cicatriz que permanece en la conciencia evangélica de Colombia hasta el día de hoy.

Cuando la formación de una coalición entre los dos partidos supuestamente concluyó La Violencia, se formaron grupos guerrilleros marxistas —los más famosos de los cuales son las FARC y el ELN (Ejército de Liberación Nacional)—, teóricamente en aras de defender la causa de los campesinos oprimidos. Después, como reacción a las atrocidades cometidas por las guerrillas, se formaron grupos paramilitares de derecha, los cuales perpetraron aún más masacres que su contraparte guerrillera.

En las décadas de 1970 y 1980, los evangélicos gradualmente atenuaron su afiliación con el Partido Liberal, optando por una postura apolítica —en parte, a causa del alto precio que pagaron por su identificación política anterior—. Pero ser teóricamente apolíticos no los protegió: como lo observa el informe entregado a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, facciones armadas tanto de la derecha como de la izquierda llegaron a sospechar que ellos colaboraban con grupos de ideología opuesta.

Después de los eventos ocurridos al inicio de la década de 1990, un cambio drástico tuvo lugar. Como resultado de un acuerdo de paz con el grupo guerrillero M-19, se convocó la Asamblea Nacional Constituyente, y en 1991 se ratificó una nueva Constitución. Una consecuencia de este nuevo marco político fue la garantía de la libertad de conciencia y de culto, la cual fomentó el subsecuente crecimiento del protestantismo en el país.

Con el paso del tiempo, la iglesia evangélica se volvió un electorado más potente y comenzaron a formar partidos políticos pequeños. (Los protestantes actualmente representan por lo menos el 16% de la población colombiana). El informe indica cómo los protestantes empezaron a diversificarse políticamente y a polarizarse, una realidad que se volvió patente con el plebiscito sobre los Acuerdos de Paz con las FARC que tuvieron lugar en La Habana.

La comunidad internacional quedó asombrada cuando, el 2 de octubre de 2016, Colombia votó en contra del Acuerdo de Paz con las FARC (con un margen de menos del 1%), decidiendo perpetuar la guerra de cincuenta años con el grupo guerrillero más antiguo del mundo.

La opinión nacional se dividió en líneas geográficas. Las regiones del país más afectadas por la violencia votaron a favor del referendo de paz, mientras que las menos afectadas y la mayoría de los centros urbanos (salvo Bogotá) votaron en su contra, en parte por temor de que los guerrilleros desmovilizados se trasladaran de la selva a las ciudades.

Las comunidades protestantes reflejaron esta fisura, y los evangélicos, especialmente las megaiglesias urbanas pentecostales, fueron actores clave en la victoria del voto en contra. Los pentecostales rurales y las denominaciones históricas —tales como los metodistas, luteranos y menonitas— mayoritariamente votaron a favor del referendo. [Véase la explicación de CT: Why Many Colombian Protestants Opposed Peace with FARC Fighters].

La lógica política (y el juego de manos) detrás del voto evangélico en contra fue revelador, especialmente porque emergió de nuevo dos años después en la elección del actual presidente, Iván Duque Márquez. (Duque representa la postura política y los intereses del popular expresidente Álvaro Uribe Vélez [2002-2010], conocido por su firme postura contra la guerrilla. Uribe actualmente está bajo investigación por presunta manipulación de testigos y ha sido acusado de vínculos con grupos paramilitares y de ser cómplice de violaciones contra los derechos humanos).

Tres componentes fueron especialmente decisivos en la movilización del voto evangélico en contra del referendo.

Primero, el Acuerdo de Paz fue percibido como una garantía de “impunidad” para los guerrilleros, como resultado de la promesa de "justicia restaurativa" en vez de "retributiva" para los que confesaran sus crímenes.

Segundo, se temía que el compromiso del acuerdo con la restitución de las tierras de las víctimas del desplazamiento forzoso abriría la puerta al “Castrochavismo”, un neologismo para dictaduras comunistas latinoamericanas al estilo de Cuba y Venezuela. Este término fue popularizado por el expresidente Uribe y demostró ser eficaz en 2018 cuando Iván Duque derrotó a Gustavo Petro (previamente un líder de la guerrilla M-19 y miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991).

Tercero, políticos de derecha convencieron a los evangélicos de que un voto a favor del Acuerdo de Paz era una afirmación de los derechos LGBTI. Este juego de manos fue especialmente engañoso.

El Acuerdo de Paz justamente condena la victimización de numerosos grupos vulnerables en el conflicto y exige su protección en el futuro. (Reiteradamente enumera los siguientes grupos: mujeres, niños, adolescentes, adultos mayores, personas discapacitadas, grupos indígenas, campesinos, afrocolombianos, palenqueros, población Rom, la comunidad LGBTI y grupos religiosos minoritarios, entre otros). Tales referencias a la comunidad LGBTI en el acuerdo naturalmente fueron suficientes para despertar la preocupación de algunos evangélicos.

Sin embargo, el gobierno de Santos (2010-2018) cometió un error de cálculo fatal al nombrar a la exsenadora Gina Parody como Ministra de Educación y líder de la campaña por el referendo de la paz. La legisladora lesbiana fue un agente clave en la promoción de lo que se denominó “la ideología del género” en los colegios, una postura que galvanizó a los protestantes en su contra y, por extensión, contra el referendo.

Después de ser rechazado en el plebiscito, el Acuerdo de Paz fue revisado en diálogo con los miembros de la oposición y entonces fue aprobado por el Congreso colombiano (en vez de por votación popular). La nación entonces entró en un periodo de “posconflicto”. Pero la aclamación internacional que Santos recibió no bastó para ganar el sentimiento nacional.

En 2018, Duque fue elegido presidente, tras haber cultivado el voto evangélico y pentecostal. Duque se presentó a sí mismo como defensor de la libertad religiosa (en oposición al supuesto “Castrochavismo” y la “ideología de género” de sus adversarios), y como un líder fuerte, en la misma línea del expresidente Uribe, quien rehusó a prosternarse ante grupos guerrilleros.

La victoria de Duque resultó rápidamente en la removilización de un sector de fuerzas desmovilizadas de las FARC, y en el abandono de las negociaciones de paz por el grupo guerrillero ELN. De manera similar, grupos paramilitares de derecha, tales como el Clan del Golfo, intensificaron sus actividades, respondiendo al vacío de poder dejado por las FARC y muy posiblemente envalentonados por la victoria de Duque.

La violencia y la división de la nación continúan hasta el día de hoy, de modo que es difícil siquiera mencionar la palabra “posconflicto” sin ironía.

Aunque algunos evangélicos colombianos son campeones de la paz y del desarme, otros fueron oponentes claves del proceso de paz, y ciertamente no existe una perspectiva “protestante” única frente a la violencia en Colombia. Los días en que la experiencia de persecución inspiró la solidaridad evangélica han quedado atrás. Al contrario, las redes sociales colombianas revelan —y empeoran— una profunda polarización entre grupos protestantes.

El temor y el reduccionismo ponen en peligro el testimonio cristiano

Muchos creyentes que conozco aquí en Colombia realmente me recuerdan a Jesús, por razón de su testimonio fiel y de sus cicatrices literales (Gal. 6:17); sin embargo, el cuerpo de Cristo en Colombia está sucumbiendo ante la autolesión de maneras que se parecen bastante a mi tierra natal, los Estados Unidos.

Con horror, observo cómo algunos cristianos en ambos países hipotecan sus testimonios por razones similares: el reduccionismo y el temor.

Numerosos evangélicos colombianos han caído en la trampa de reducir el cristianismo a un par de temas morales a los cuales dan prioridad sobre todos los demás: la ideología de género y el aborto. Como se indicó arriba, aunque los derechos LGBTI fueron meramente periféricos en el referendo de paz —el cual se enfocó primariamente en la restitución de tierras para los campesinos, el cese de la violencia, la protección de las mujeres y la búsqueda tanto de la verdad como de la justicia en los casos de violaciones contra los derechos humanos— la homosexualidad y “la impunidad” fueron más decisivas para el voto evangélico que el cuidado del campesino empobrecido o el fin de la violencia.

De manera similar, en los EE. UU., el santo grial de obtener una silla adicional en la Corte Suprema sigue siendo el factor determinante para muchos evangélicos, a expensas de otros temas éticos que también deben concernir a los cristianos (aunque grupos como “Pro-Life Evangelicals for Biden” ya están cuestionando semejante razonamiento).

Sin embargo, si los creyentes en América del Norte o del Sur deciden que la importancia indudable de dos asuntos morales justifica la tibieza frente a numerosos temas éticos importantes para Dios —la pobreza, los refugiados, la sostenibilidad ecológica, la injusticia racial, la violencia y la corrupción— entonces hemos optado, tal vez sin darnos cuenta, por subordinar las Escrituras a una tergiversación del “cristianismo” diseñada para encajar con un partido político en particular. Sin embargo, el Reino de Dios no se puede confundir con ninguna afiliación política.

Finalmente, el temor ha sido un arma poderosa en la batalla para cooptar a los evangélicos, tanto en Colombia como en los EE. UU. El espectro del “Castrochavismo” y “la ideología del género” encendió el activismo electoral de las iglesias colombianas. Asimismo, el temor al “socialismo” en los EE. UU. y la preocupación por el ocaso de la hegemonía cultural del cristianismo blanco han servido en gran medida para movilizar políticamente a los evangélicos.

El temor es la razón por la que Jerry Falwell, Jr. pudo tuitear sin ironía: "Los cristianos tienen que dejar de elegir ‘tipos amables’. Quizás sirven como grandes líderes cristianos, pero los EE. UU. necesitan peleadores callejeros" como el presidente Trump. El temor es la razón por la que Eric Trump se atrevió a declarar que su padre “literalmente salvó al cristianismo”, arguyendo: “Existe una guerra total contra la fe en este país, desde el otro lado”. El presidente Trump se presenta como un hombre fuerte que salvará a los fieles. Así, Eric Metaxas celebró la recuperación rápida del presidente de su enfermedad por COVID-19 al tuitear “¿Quién como él? Si yo fuera uno de sus detractores, creo que me daría por vencido justo ahora”. Aparentemente, Metaxas quería aludir a Éxodo 15:11 o al Salmo 113:5 —lo cual sería blasfemia, ya que aquellos textos hablan de Jehová—, pero es desconcertante notar las similitudes con Apocalipsis 13:3-4.

Poniendo a un lado la exégesis de Twitter, estos comentarios revelan hasta qué punto los creyentes permitimos que el temor nos impulse a buscar la salvación en los brazos de líderes políticos poco parecidos a Cristo. Este no es un error que cometería un creyente como el pastor Marcos en las montañas de Córdoba; cada día, él pone la fidelidad al Evangelio por encima de su propia seguridad, prosperidad y temor.

En Colombia, y en los EE. UU., hay razones cristianas contundentes para ser miembros de los partidos liberales o conservadores. Nosotros los cristianos debemos tener fuertes convicciones sobre la libertad religiosa, la justicia racial, el desarrollo económico, el sistema de salud, la violencia, la migración, la educación, los niños no nacidos y los adultos mayores.

Los cristianos no podemos continuar siendo seducidos por políticos que manipulan nuestro temor y nuestra vanidad, y que nos convencen de reducir nuestra fe a un par de temas morales en conjunto con una cierta dominancia cultural.

Fuimos instruidos a ser prudentes como serpientes e inocentes como palomas (Mateo 10:16). Por el contrario, temo que en ambas naciones nos toman por tontos; tontos que son cada vez menos cristianos.

Christopher M. Hays es profesor de Nuevo Testamento en la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia en Medellín, donde también dirige el proyecto Fe y Desplazamiento, el cual es posible gracias al apoyo de la Templeton World Charity Foundation, Inc. Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no necesariamente reflejan la perspectiva de la Templeton World Charity Foundation, Inc., ni de la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia.

Editado en español por Noa Alarcón y Livia Giselle Seidel

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Aprendizaje y creatividad: un llamado de Dios aun en tiempos de crisis

La pandemia no es excusa para descuidar el llamado de Dios a estudiar y aprender.

Christianity Today October 28, 2020
Illustration by Chris Koehler

Me recuerdo acostado en una cama de hospital con un terrible dolor atravesando mi cuerpo. Durante tres meses, no había podido pararme ni sentarme durante más de 30 minutos. Los médicos no tenían soluciones para mi neuralgia, ni para los fuertes y debilitantes espasmos musculares que me asediaban. En mi agonía, me preguntaba si mi llamado a la enseñanza cristiana había llegado a su fin.

Antes de esa enfermedad, yo era un profesor bastante sano y exitoso en la Universidad de Baylor. Había publicado varios libros, había completado mi trabajo en una beca de gran relevancia, y disfrutaba de discusiones en clase con estudiantes de doctorado en un programa que yo mismo ayudé a diseñar. En marzo de 2017, entré al hospital por lo que se suponía debía ser un procedimiento médico de rutina. Horas después, me invadió la angustia.

Me convertí en prisionero del dolor. Para mantenerlo bajo control, tuve que languidecer en cama. Ya no podía ir a trabajar, hacer ejercicio, conducir, o sentarme a la mesa con mi familia para cenar. Me sentía profundamente aislado de mis amigos y de la iglesia.

Tampoco podía cumplir con mis responsabilidades básicas como profesor. Durante la mayor parte de esos meses, no me sentía lo suficientemente bien como para leer; mucho menos para escribir. En esta triste escena, muy al estilo de Job, sentí como si todo lo que alguna vez me había dado satisfacción, o algún sentido de identidad, me había sido arrebatado sin previo aviso. «¿Quién soy, ahora que parece que lo he perdido todo?», me preguntaba. ¿Podré enseñar, escribir y aprender de la misma manera otra vez?

Muy probablemente, los efectos de la pandemia han llevado a algunos educadores y estudiantes a hacerse preguntas similares. Tal vez usted o sus seres queridos han contraído el virus y lidiado con complicaciones a largo plazo. Tal vez siente que su vida fue puesta de cabeza a causa de la educación virtual, las restricciones por la pandemia y los problemas económicos que ésta ha traído. Las crisis siempre nos llevan a cuestionarnos quiénes somos y cuál es el llamado que Dios ha puesto sobre nuestras vidas. Espero que este artículo sirva para recordarnos que Dios nos ha llamado a aprender, y que nos ayude a identificar y enfrentar las limitaciones y distracciones que las crisis conllevan.

La oración debe tomar el control

«No quiero morir», dijo mi hijo menor mientras hablábamos acerca de la pandemia una noche, sentados a la mesa. Tiene 16 años y un sistema inmunológico comprometido, al igual que mi esposa. Mi otro hijo solía tener asma. Mis padres tienen 81 años, y a uno de ellos le falta un lóbulo en un pulmón. Tal parece que todos mis seres queridos son vulnerables.

Sé que mi experiencia no es única. Todos tememos perder a la gente que amamos. El fantasma de la muerte nos persigue y es fácil perder de vista el llamado que hemos recibido de parte de Dios. ¿Qué debemos hacer cuando el miedo a la muerte nos distrae de ese llamamiento?

Primero, debemos orar. Hace unos meses, mi esposa me dijo que no se sentía bien. Me enfrenté a una avalancha de miedo que me paralizó. ¿Podrá haber contraído la COVID-19? Cuando el miedo amenaza con apoderarse de nuestras vidas, la oración debe tomar el control en su lugar. Oramos para alinear nuestro corazón con el corazón de Dios. A través de la oración, Él nos consuela y nos guía, recordándonos quiénes somos, y quién es Él.

¿Cómo debemos orar en tiempos de crisis? Hay un sinnúmero de formas en las que podemos orar. Mi cuñado, que vive con un terrible dolor crónico, me enseñó que a veces llegas al punto en que es necesario orar: «Señor, ayúdame a vivir bien esta próxima hora» o «Señor, ayúdame a vivir bien estos próximos cinco minutos». Otras veces, la oración es más colorida. Durante el tiempo que enfrenté mis problemas de salud más graves, muchas de mis oraciones eran una indescriptible mezcla de emociones, y tenía que gritarle a Dios. Si le has gritado a Dios recientemente, es buena señal. Significa que todavía tienes una relación viva con él, incluso en medio de un estrés extremo. Además, como nos recuerdan los Salmos, Dios puede aceptarlo. De hecho, Dios es el único que puede cargar con la carga de nuestro miedo.

Sin embargo, los Salmos también nos dan algo más. Durante mi estancia en el hospital, algunos viejos amigos de la universidad vinieron de Virginia a visitarme, lo que resultó ser providencial. Oraron por mí y levantaron mi espíritu. Más tarde, uno de ellos me envió un Libro de los Salmos. Por supuesto que yo ya tenía una Biblia, pero por alguna razón, ese libro que contenía solamente los Salmos me hizo leer, orar y memorizarlos más.

A través de esas tres prácticas [leer, orar y memorizar], me acordé de vivir en la historia de Dios. Descubrí palabras para expresar mi angustia en los lamentos: «Cansado estoy de pedir ayuda; tengo reseca la garganta» (Salmos 69:3, NVI). Respiré en anhelos llenos de esperanza: «Yo, Señor, espero en ti; tú, Señor y Dios mío, serás quien responda». (Salmos 38:15). Y recibí este recordatorio: «El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido». (Salmos 34:18).

Recordemos la primera gran comisión

Una vez que hemos vencido nuestra parálisis emocional y nos sumergimos de nuevo en verdadera comunión con Dios, podemos volver a poner nuestro enfoque en cumplir nuestro llamamiento dentro de la historia de Dios. El sermón de C. S. Lewis «El aprendizaje en tiempo de guerra», pronunciado al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, nos recuerda que los seres humanos siempre estamos enfrentando la realidad de la muerte y el juicio eterno. Lewis invita a los estudiantes cristianos a preguntarse: «¿Cómo puede ser correcto, o siquiera psicológicamente posible, para criaturas que avanzan cada instante, ya sea hacia el cielo o hacia el infierno, pasar cualquier fracción del poco tiempo que les ha sido concedido en este mundo en trivialidades (en comparación) tales como la literatura, el arte, las matemáticas o la biología?».

En mi primer año en la universidad, reflexioné mucho sobre preguntas similares, y encontré respuestas que no coincidían con mi llamado a aprender. En mi mente, el evangelismo y el discipulado tenían prioridad sobre la ciencia política y la economía. Estaba profundamente convencido del cuestionamiento que Lewis le presentó a su audiencia: «¿Cómo puedes ser tan frívolo y egoísta como para pensar en otra cosa que no sea la salvación de las almas humanas?».

Me llevó dos años de universidad entender lo que el ensayo de Lewis resumió en unos párrafos: No puedes vivir toda tu vida con una mentalidad de frente de guerra. Como señaló Lewis, incluso los soldados de primera línea en la Primera Guerra Mundial rara vez hablaban de la guerra. En su lugar, pasaron la mayor parte de su tiempo haciendo actividades normales, incluyendo leer y escribir.

La guerra contra la pandemia actual no ha cambiado esa realidad. Es cierto, pasamos más tiempo lavándonos las manos, pendientes del distanciamiento social, y ocupados con telecomunicaciones, sin embargo, todavía pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en actividades cotidianas como comer, trabajar, relacionarnos con otros, y aprender. Nuestras clases, reuniones de trabajo, servicios de la iglesia y encuentros con amigos ocurren virtualmente o cuidando la distancia social, pero suceden de todos modos. Como lo dijo Lewis a su profesorado y audiencia estudiantil: Si suspendes toda tu actividad intelectual y estética en una crisis, «solo lograrás sustituir una vida cultural buena por una peor». Es nuestra decisión si elegimos saturarnos con Netflix, estudiar para nuestras clases, o cultivar relaciones profundas con amigos y familiares, aunque solo sea en línea o a dos metros de distancia.

Para ponerlo en lenguaje teológico, incluso durante los tiempos de crisis, no debemos descuidar la primera gran comisión de Dios (llenar y cultivar la tierra) solo porque la segunda gran comisión (hacer discípulos) sigue estando vigente.

El primer capítulo del Génesis contiene una declaración asombrosa sobre los seres humanos y su vocación: Dios dijo: «“Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (Genesis 1:26-27).

Dios crea. Dado que los seres humanos están hechos a Su imagen, también estamos diseñados para crear. En efecto, Dios, en su primera gran comisión, bendijo a los seres humanos con estas palabras: «sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla» (v. 28). Se nos da el honor de crear cultura. Hacemos herramientas, escribimos música e incluso construimos ciudades (acciones descritas en el cuarto capítulo de libro de Génesis). Construimos civilizaciones enteras con caminos y puentes; con idiomas y libros. Emprendemos negocios y organizaciones benéficas, fundamos hospitales y universidades, y establecemos galerías de arte y teatros.

En todos estos esfuerzos, Dios nos dio la capacidad de buscarlo a Él, y buscar conocer sus pensamientos y carácter. Dios nos diseñó para desear la verdad, la bondad y la belleza, y para descubrir Su sabiduría (Proverbios 1 y 8). Como nos recuerda el educador del siglo XII, Hugo de San Víctor, perseguir la sabiduría significa encontrar la mente viva de Dios, como si uno estuviera entrando en «una amistad con esa Divinidad».

Es por eso que aprendemos, no solo para conseguir dinero o un trabajo, si bien es cierto que esto también es importante. Aprendemos porque Dios nos hizo a su imagen para que pudiéramos reflejar su creatividad, verdad, bondad y belleza. También aprendemos a recuperar la plenitud de esa imagen, uniéndonos a Cristo para revertir los efectos de la Caída, tanto en nuestra vida individual, como en el mundo en su totalidad. De hecho, a lo largo de la historia, los cristianos han llenado el mundo de escuelas, en parte para lograr estos mismos objetivos.

La pandemia sólo ha amplificado este punto. Si los epidemiólogos, los científicos y los trabajadores de la salud hubieran ignorado el llamado de Dios a estudiar en la universidad, no estarían preparados para combatir el virus. Necesitamos economistas que nos ayuden a sortear los problemas financieros. Necesitamos psicólogos, poetas, escritores, filósofos y artistas que nos ayuden a procesar la tormenta de emociones que sentimos. Necesitamos pastores, líderes de adoración y servidores en las iglesias, equipados teológicamente para ayudarnos a ver la pandemia a la luz de la enorme lupa de la historia de Dios.

Desde esta perspectiva, los cristianos deben ser los mayores entusiastas del aprendizaje. Siempre se requiere la sabiduría de Dios para enfrentar una crisis y, para encontrarla, debemos buscar primero en las Escrituras, y también en lo mejor de la tradición humana. En contraste, como lo dice el libro de Proverbios repetidamente, solo los tontos desprecian la sabiduría, la instrucción y el discernimiento. La guerra contra la pandemia actual la hacemos persiguiendo el conocimiento y usándolo hábilmente. Los trabajadores de la salud y los investigadores médicos deben valerse de todos los dones que el ingenio humano y la gracia de Dios pueden proporcionar.

Tal vez usted ha estado incierto acerca de si debe perseguir o posponer el estudio durante este tiempo. Si usted realmente ama el conocimiento y escucha su llamado (Proverbios 1:20–33), debe perseguirlo ahora, en lugar de esperar hasta que las cosas «vuelvan a la normalidad». Como Lewis bien lo dice: «Los más grandes estudiantes son los que persiguen el conocimiento y la belleza ahora, y no esperan “el momento adecuado”, porque tal vez éste nunca llegará».

Nuevas formas de disciplina

No debemos sorprendernos si la pandemia ha interrumpido los procesos de enseñanza y aprendizaje. Las crisis tienden a hacer eso. Aún así, tenemos que protegernos para no permitir que las circunstancias adversas nos consuman y nos agoten.

El miedo obsesivo puede ser un obstáculo importante para seguir adelante. ¿Siente que la ansiedad se apodera de su vida, ocupando cada uno de sus pensamientos? Puedo dar fe de este peligro. Cuando me encontré por primera vez con grandes problemas de salud, dejé que tomaran el control de toda mi vida. Pasé incontables horas buscando respuestas en línea. Caí en depresión a causa del dolor y del agotamiento mental.

Mientras dedicaba mi tiempo a estas vanalidades, mi esposa me dio un sabio consejo que necesitaba desesperadamente. Una década antes, cuando ella pasó un año en cama recuperándose de sus propios problemas médicos, ella aprendió mucho acerca de la vida en cuarentena. El Señor le mostró lentamente la importancia de estructurar su día. Ella me aconsejó comenzar el día pasando tiempo a solas con Dios, e inmediatamente después hacer los estiramientos y ejercicios que ayudaban a calmar mis descontrolados músculos. Poco a poco, esta disciplina me ayudó a aprender a enfocar mi mente, y a cuidar mi cuerpo, alma y espíritu.

Para aprender bien durante una pandemia, tenemos que establecer nuevas estructuras y ritmos para evitar que las presiones del momento nos abrumen. Mientras seguimos comprometidos con las tareas ordenadas por Dios, tal vez necesitemos experimentar con medios poco ortodoxos para completarlas.

Durante mi episodio de dolor intenso, no podía sentarme ni pararme durante períodos prolongados. Para seguir escribiendo, tuve que pensar creativamente y aprender a usar algunas herramientas nuevas. Compramos un soporte de computadora que me permitía escribir mientras estaba acostado en la cama. Por gracia de Dios, pronto descubrí que concentrarme en el trabajo me distraía del dolor, y esto me ayudó a restaurar mi productividad anterior. De hecho, escribí dos de mis libros de esta manera.

Así como estar confinado a la cama me obligó a escribir de nuevas maneras, la pandemia nos ha obligado a enseñar y aprender de nuevas maneras. Después de haber enseñado tanto en línea como en persona, no tengo ninguna duda de que enseñar en persona es mucho más propicio para el aprendizaje. Los estudiantes que asisten a la clases en línea se distraen fácilmente con sus teléfonos y sus alrededores, incluyendo mascotas, otros miembros de la familia, así como los frecuentes viajes a la cocina para buscar algún refrigerio. Recuperar el enfoque requiere una nueva forma de disciplina.

¿Qué puede ayudarnos a lograrlo? En primer lugar, debemos tratar el aprendizaje en línea, al igual que el aprendizaje en persona, como una parte esencial del llamamiento de Dios sobre nuestras vidas. Segundo, debemos tratarlo como una disciplina espiritual que promueve la santificación. Escuchar a la gente con atención es una habilidad que surge del amor. El aprendizaje en línea nos obliga a poner en práctica esta hermosa virtud en un contexto desafiante. Tercero, debemos ejercercer el albedrío moral. Esto implica mantenerse mentalmente enfocado y evitar la tentación de hacer varias cosas a la vez. (En otras palabras, ¡suelta tu teléfono!) El aprendizaje en línea no es excusa para que nuestro esfuerzo sea solo a medias. Como Lewis argumentó en Mero cristianismo, «Dios no tiene más aprecio por los holgazanes intelectuales que por cualquier otro tipo de holgazán».

Y finalmente, es importante que encontremos nuestra recompensa en el descanso y el día de reposo. Si sentimos que es necesario trabajar siete días a la semana durante la pandemia, es probable que terminemos por confiar más en nuestra propia fuerza que en Dios. Si sentimos que necesitamos saltarnos la comunión con Dios a causa de nuestras muchas ocupaciones, no estamos confiando nuestro tiempo en manos de Dios.

La crisis por la pandemia se limita a confirmar lo que los cristianos ya deberían saber: Desde la Caída, la vida nunca ha sido «normal» y los días siempre han sido malos (Efesios 5:16). Satanás, este mundo, y nuestra carne pecaminosa conspiran continuamente para distraernos del llamado que Dios ha puesto sobre nuestras vidas. Sin embargo, su gracia todavía empodera a los cristianos fieles —dentro y fuera de las aulas— para buscar la compañía de Dios, conocer su mente y sus designios, y lograr sus propósitos en este mundo.

Perry L. Glanzer es profesor de Fundamentos de la Educación en la Universidad de Baylor, donde también es un erudito residente en el Instituto de Estudios de Religión. Es coautor de The Outrageous Idea of Christian Teaching and Christ-Enlivened Student Affairs: A Guide to Christian Thinking and Practice in the Field.

Traducido y editado por Livia Giselle Seidel.

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Iglesia tailandesa rompe récord con bautismo masivo

“Creemos que la mano misericordiosa de Dios está permitiendo el avance del Evangelio en este tiempo crucial”.

Christianity Today October 28, 2020
Reach a Village

La situación no parecía muy alentadora para la iglesia tailandesa a principios de 2020. La nación del sudeste asiático fue la primera en reportar un caso de coronavirus fuera de China, y los analistas temían un brote extenso y abrumador.

Sin embargo, hacia principios de Septiembre, Tailandia estaba siendo elogiada como uno de los únicos países que pudieron contener efectivamente la pandemia. Después de aplicar una orden de cuarentena nacional en la primavera y de continuar las precauciones en los meses posteriores, Tailandia celebró 100 días sin un solo caso de COVID-19 a principios de septiembre.

Durante esa misma semana, un movimiento evangélico que planta iglesias en la región central de Tailandia celebró un logro sin precedentes, el cual no habría sido posible sin las conversaciones interpersonales, las reuniones en casas y los testimonios en los que se basa este ministerio para difundir el Evangelio.

La Asociación de Iglesias "Libres en Jesucristo" [FJCCA por sus siglas en inglés] celebró el bautismo más grande en su historia y, según afirma, en la historia de la iglesia evangélica en Tailandia. La FJCCA, movimiento basado en Tailandia y que se centra en el evangelismo local en las aldeas, bautizó a 1 435 personas en un solo día, el 6 de septiembre pasado.

Veinte ministros se alinearon en fila dentro de las aguas en las que algunos de ellos también fueron bautizados, e iban llamando a los nuevos creyentes, uno por uno, a que vinieeran desde la orilla para proclamar su fe y ser sumergidos en el agua para su bautismo bíblico. El evento duró aproximadamente dos horas.

CT publicó un artículo acerca del crecimiento histórico de la FJCCA en una portada de 2019. En ese año, la asociación celebró un bautismo de 520 personas, y en aquel momento, los líderes de las iglesias nacionales dijeron que era el más grande que habían visto en su país, el cual es mayoritariamente budista. El bautismo masivo ocurrido en el pasado mes de septiembre fue casi tres veces más grande.

“Es verdaderamente un misterio para el mundo por qué Tailandia se ha salvado del golpe de la pandemia por COVID”, dijo en Septiembre Bob Craft, cuyo ministerio Reach a Village apoya a la FJCCA. “Creemos que la mano misericordiosa de Dios está permitiendo el avance del Evangelio en este tiempo crucial”.

Los participantes vinieron de 200 aldeas de cinco diferentes provincias tailandesas a Chon Daen, el centro de actividades de la FJCCA y hogar del fundador Somsak Rinnasak. Algunos llevaban mascarillas, y las filas de nuevos creyentes fueron felicitadas con un tradicional saludo wai, un saludo que no requiere contacto físico (manos en posición de oración y una reverencia) y que ha sido parte de la cultura tailandesa desde mucho antes de que el nuevo coronavirus alertara contra el contacto físico para evitar la transmisión del virus.

Después de que la FJCCA compartió la noticia del bautismo masivo del mes de septiembre, cientos de seguidores respondieron “amén” y “gracias Jesús” en tailandés, en la página de Facebook de la iglesia . Según los líderes de la FJCCA, muchos de los que se bautizaron no habían escuchado hablar de Jesús hasta este año. Más de 75.000 aldeas de Tailandia no tienen presencia cristiana.

Aunque Tailandia logró reducir considerablemente la propagación de la COVID-19 y continúa poniendo en cuarentena a las personas que regresan del extranjero, el país ha resentido el golpe financiero causado por la pandemia, particularmente por la reducción considerable del turismo. Durante el mismo mes de septiembre, la recesión económica fue un factor que despertó protestas que desafiaban a la monarquía del país y pedían una reforma del gobierno.

A pesar del estrés provocado por la pandemia, Rinnasak y otros líderes de la FJCCA dicen que han seguido notando interés por parte de sus vecinos tailandeses —de los cuales menos del 1% son cristianos— en sus historias de salvación y transformación en Cristo. El movimiento, que comenzó en 2016, ahora tiene 700 iglesias en hogares.

Mientras se lamentan por las consecuencias de la pandemia y continúan trabajando y orando para evitar una mayor propagación de la enfermedad, varios pastores de otros países han compartido historias acerca de cómo esta crisis les ha ofrecido oportunidades únicas para el ministerio y el evangelismo.

Greg Laurie en California se refirió a éste como un “despertar espiritual”, considerando que el número de espectadores que ven los servicios y avivamientos en línea ha crecido considerablemente. Isaac Shaw en Nueva Delhi observó cómo las iglesias de la India se están volviendo más unidas a pesar de las diferencias denominacionales y más centradas en el evangelismo desde que la pandemia los obligó a pausar temporalmente los servicios dominicales.

Editado en español por Livia Giselle Seidel

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News

Falleció José María Silvestri, pastor cuyo ministerio de «grupos de crecimiento» discipuló a la República Argentina

El fundador de la Iglesia Evangélica Misionera de Argentina falleció por COVID-19.

Christianity Today October 21, 2020
Portrait Courtesy of Iglesia Evangélica Misionera Argentina

José María Silvestri, fundador de la Iglesia Evangélica Misionera Argentina (IEMA) y promotor del modelo de «grupos de crecimiento» en América Latina, falleció el 23 de septiembre, a los 73 años de edad, despues de haber contraído el nuevo coronavirus.

Silvestri y su esposa, Mabel, fundaron la Iglesia Misionera Evangélica Argentina en 1984. La iglesia puso especial énfasis en los «grupos de crecimiento»: pequeñas reuniones semanales de alrededor de cinco personas que permiten un discipulado intenso y transformador.

«Es en el grupo de crecimiento donde las personas afirman su identidad como hijos de Dios», escribió Silvestri, «donde tiene una autoridad de referencia cercana, el maestro, delegado por los pastores, quien puede evaluar con certeza su crecimiento espiritual».

Hoy en día, la denominación tiene más de dos mil ministros dentro y fuera de Argentina. IEMA también cuenta con una estación de radio, un canal de televisión, varias escuelas y una clínica de atención médica.

«Amaba cada cosa que Dios le permitía», dice Andrés Christian Scott, un amigo de la infancia que se convirtió en su mano derecha en el liderazgo de la iglesia. «Para él, todo era especial y requería su máxima atención y esfuerzo. El pastor Silvestri tenía una capacidad de trabajo admirable y no tenía otro tema de conversación que extender el evangelio por todos los medios posibles».

Silvestri nació en 1947 en Rosario, la tercera ciudad más poblada del país. A los 12 años, comenzó a asistir a una iglesia protestante y más tarde entró al ministerio en el Ejército de Salvación. Buscaba apasionadamente satisfacer no solo las necesidades espirituales, sino también las necesidades sociales y materiales de su comunidad.

El primer servicio de IEMA fue muy modesto: un grupo de 25 personas se reunió en la casa de los padres de Silvestri. Sin embargo, este tipo de reuniones pequeñas pronto se convirtieron en el componente clave del modelo ministerial de IEMA. Los grupos de crecimiento brindaban un gran apoyo para los miembros que querían crecer en su fe. Muchas personas que sufrían con adicciones al alcohol o a las drogas encontraron en estos grupos la ayuda y el soporte necesarios para cambiar sus vidas.

El crecimiento espiritual individual condujo también al crecimiento de la iglesia.

«En los años 80, la congregación creció exponencialmente. Familias enteras eran alcanzadas a través de esos grupos pequeños en los hogares, teniendo un fuerte impacto en la ciudad», escribió Rubén Proietti, presidente de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA). «Se destacaba la obra con la juventud, donde de golpe llegaban “melenudos” saliendo de la drogadicción y formando parte de muchos de los que más tarde se convirtieron en líderes».

El ministerio de grupos pequeños de Silvestri nunca fue tan conocido como otros ministerios contemporáneos similares, tales como el del pastor coreano David Yonggi Cho o el del pastor colombiano César Castellanos. Sin embargo, fue uno de los principales promotores del discipulado a través de grupos pequeños en Argentina, y estos grupos han tenido un impacto duradero en las miles de personas que se unieron a ellos, comenta Juan Héctor Herrera, un compañero y colaborador frecuente de Silvestri.

«Tenía un poco más de tres mil grupos en el país, y esos grupos siguen trabajando en otros países también», dijo Herrera. «Si vos sos miembro de su congregación aquí en Argentina, en Rosario, y te mudás a los Estados Unidos, no te vas de la iglesia del pastor Silvestri, sino que en la casa nueva que vos tenés en los Estados Unidos, seguís ahí con el grupo de crecimiento, y ahí se van haciendo obras. Es increíble lo que hizo».

A pesar del crecimiento de la iglesia y el éxito del canal de televisión, que ha crecido hasta llegar a 10,5 millones de hogares en 17 países, Silvestri continuaba siendo, en muchos aspectos, como cualquier otro pastor. Su mayor alegría, según cuenta su amigo Scott, era caminar por los pasilllos de la iglesia y saludar a tantas personas como fuera posible. A Silvestri le sobreviven su esposa Mabel, con quien se casó a los 19 años de edad, así como 4 hijos, 17 nietos y varios bisnietos.

Traducción por Pedro Cuevas.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Puedo orar fervientemente por el presidente y aún pedirle que rinda cuentas

Cómo la enfermedad de Trump ha (y no ha) cambiado mi manera de interceder por nuestros líderes.

Christianity Today October 21, 2020
Jacquelyn Martin / AP Images

En los últimos días, los estadounidenses han estado sorprendidos y preocupados por la hospitalización del presidente debido a la COVID-19. Las reacciones han sido variadas y muchas han sido, sin duda, teológicas. Como Kate Shellnutt reportó recientemente para CT: “Muchos pastores y líderes ministeriales alentaron a los estadounidenses a orar por el presidente y por el país, sin importar su postura política.”

Para algunos líderes, atender esta invitación puede resultar sencillo. Pero para algunos de nosotros, poner en práctica la invitación a orar tiene como contexto una postura de desacuerdo con la administración actual. ¿Cómo debemos, entonces, responder a la noticia de la enfermedad del presidente?

Desde un punto de vista, la respuesta es concreta: Debemos orar y lo hacemos. En mi iglesia anglicana, intercedemos por nuestros líderes cada domingo con una versión de lo siguiente:

Te pedimos que ayudes a las naciones de este mundo a permanecer en el camino de la justicia; y también que guíes y dirijas a nuestros líderes, especialmente al Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para que tu pueblo pueda disfrutar las bendiciones de la paz y la libertad. Permite que tus líderes puedan impartir justicia imparcialmente, mantenerse fieles a la integridad y la verdad, reprender el vicio y la maldad, y proteger la verdadera religión y la virtud.

En el corazón de esta oración, está la idea de que todos los gobiernos tienen una responsabilidad solemne de trabajar del lado de la verdad, la justicia y la integridad. Ellos deberían inspirar virtud y limitar los daños del vicio. La oración les atañe, no solo como individuos, sino también por su poderosa influencia sobre la vida de muchos.

Este año, especialmente, los líderes de las iglesias han tenido mucho qué decir acerca de la cultura y los valores de este país, y cómo éstos están moldeados por gobernantes, funcionarios locales, y especialmente por el presidente. La intercesión cristiana, entonces, no se trata de una lealtad ciega: Es un reconocimiento de que el bienestar de muchos a menudo depende de las decisiones de unos pocos.

El alcance de esa influencia es precisamente la razón por la que he orado por Trump, a menudo diariamente, durante toda su presidencia. He estado muy en desacuerdo con algunas de sus políticas y acciones; pero cuando no concuerdo, no oro menos: oro más. Como David French escribe, “los cristianos de todas las convicciones políticas deberían humildemente (y con total reconocimiento de nuestra propia debilidad) buscar un verdadero arrepentimiento de los hombres y mujeres en el poder. Su transformación nos beneficia a todos.”

Para mí, entonces, el episodio de enfermedad del presidente añadirá contenido a mis oraciones, pero eso no cambiará mis prácticas fundamentales.

Si bien los cristianos debemos estar unidos en oración por nuestros líderes, nuestra responsabilidad cristiana hacia el Estado va más allá. La misma Biblia que nos llama a orar por nuestros líderes, también los llama a ellos a gobernar con justicia.

Las Escrituras hebreas relatan una historia sobre el profeta Daniel y Nabucodonosor, el rey de Babilonia. En esta historia, Daniel advirtió a Nabucodonosor que perdería su reinado por un tiempo, pero Daniel creía que aún había una oportunidad para el rey si éste se humillaba y mostraba preocupación por los pobres:

Por lo tanto, yo le ruego a Su Majestad aceptar el consejo que le voy a dar: Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces su prosperidad vuelva a ser la de antes. (Daniel 4:27, NIV)

Aunque Daniel y el rey tenían diferentes perspectivas religiosas, el profeta aún esperaba que el gobernante extranjero demostrara compasión por los oprimidos.

Al igual que Daniel, los líderes de la iglesia primitiva denunciaban la injusticia. Por lo tanto, se infiere que todos los políticos tienen las mismas obligaciones morales, independientemente de su postura religiosa: ver por los oprimidos y mantener el orden, de tal forma que sea posible el florecimiento del ser humano. También se infiere que nuestra responsabilidad cristiana como ciudadanos no solo es orar por nuestros líderes cuando están enfermos, sino también alzar nuestra voz en contra de la injusticia y a favor de la paz y la estabilidad. Ambos llamados son igual de importantes.

Nosotros creemos que toda la vida es sagrada —desde el presidente en el hospital, al bebé que crece en el útero, hasta la persona que es arrestada por razones injustas—. En otras palabras: La fe que dice que la vida de un hombre negro que se perdió a causa de violencia injusta es sagrada, es la misma fe que nos pide orar por la vida sagrada del presidente. Aún si estamos en desacuerdo con él.

Por supuesto, habrá quien diga que la enfermedad del presidente es una retribución divina, sin embargo, ese es un territorio muy peligroso para los cristianos. No siempre es posible establecer una conexión entre una forma particular de sufrimiento con su causa. Lo que sí creemos es que el sufrimiento, con frecuencia, tiene la habilidad de enseñarnos algo acerca de Dios, del mundo, y de nosotros mismos. Poner especial atención en la enfermedad del presidente nos da la oportunidad de sentir mayor simpatía por los cientos de miles de personas que han sufrido —y muerto— por causa de esta enfermedad.

Esperemos que las próximas semanas nos ayuden a comprometernos nuevamente con una de las formas más básicas de amor por el prójimo: atender la salud de los más vulnerables. Podemos demostrar este amor simplemente siendo vigilantes. Debemos prestar atención a los consejos de los expertos médicos y científicos a fin de detener el contagio del virus. Debemos amar de palabra y de hecho. Y debemos orar por los que están en mayor riesgo.

Oramos especialmente por aquéllos a quienes amamos, pero Jesús nos llama doblemente a orar por nuestros enemigos (Mateo 5:44) y por aquellos con quienes estamos en desacuerdo. Esa forma de amor que imita a Cristo es el fundamento de nuestra fe.

Esau McCaulley es profesor asistente de Nuevo Testamento en la Universidad Wheaton College y es autor de Reading While Black: African American Biblical Interpretation as an Exercise in Hope.

Traducido por Aline E. Aguilar González

Edición en español: Livia Giselle Seidel

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Maná en el Medio Oriente

Anne Zaki cree que estar «lleno de las Escrituras» es clave para vivir la fe en Egipto.

Christianity Today October 15, 2020
Illustration by Sarah Gordon / Photo Courtesy of Anne Zaki

Anne Zaki es profesora adjunta de predicación y teología práctica en el Seminario Teológico Evangélico en El Cairo. Criada en un hogar presbiteriano en El Cairo, dejó el Medio Oriente a los 16 años para viajar sola a un internado de educación progresista en Vancouver Island, Canadá. En el año 2000, contrajo matrimonio con un pastor sirio-canadiense, y siendo madre de cuatro hijos, terminó la Maestría en Divinidad en el Calvin Theological Seminary en el 2009. Anne siempre estuvo segura de que volvería a El Cairo. Ella y su familia se mudaron allí nueve meses después de que iniciara el caos de la Revolución egipcia de 2011. CT habló con Zaki sobre el poder transformador de las Escrituras en su propia vida y en la iglesia egipcia.

¿Cómo moldearon las Escrituras su fe temprana?

Crecí en un ambiente saturado con la Palabra. Mi padre era pastor. Mi abuelo era pastor. Después de retirarse, mi abuelo se mudó a vivir con nosotros. Despertaba cada mañana al canto de himnos, y con la Palabra de Dios leída en voz alta. Sus oraciones eran increíbles, casi como si las palabras de Dios hicieran eco dentro de él.

Ocho meses antes de ir a Canadá, tuve una experiencia de encuentro personal con Jesús. Noté que yo era diferente. Incluso mi familia notó el cambio.

Sin embargo, en mi nueva escuela, por primera vez estuve expuesta a religiones distintas al cristianismo y el islam. Y no fue solo exposición. Era una escuela que se creó con el fin de apreciar y promover la diversidad. Ahí tuve mi primera gran crisis espiritual. Tuve que preguntarme: ¿Por qué creo lo que creo? ¿Es sólo porque crecí creyendo en eso?

Hice un trato con Dios. Le dije: Si realmente eres quien he creído que eres, quien me dijeron que eres, entonces demuéstramelo a través de tu Palabra, sin la influencia de alguien más. Para mí, eso implicaba nada de iglesias, nada de grupos de jóvenes e incluso nada de música cristiana. Durante ese período de seis meses, la Palabra de Dios fue suficiente para revelármelo, para probarlo, y para ser su testigo.

¿Cómo sintió a Dios revelándose a usted a través de su Palabra? ¿Puede ahondar al respecto?

Todos los días leía una porción de las Escrituras, meditaba al respecto y oraba esas mismas Escrituras a Dios. Le exponía todo aquello que no tenía sentido, y después teníamos un debate al respecto. Por lo general, obtenía la respuesta a mis preguntas en cuestión de días. Dios se adaptó a mi joven fe de forma maravillosa durante aquellos seis meses.

En retrospectiva, creo que mi anhelo de encontrarlo fue realmente un regalo de Él; mi persistencia para perseguir la Verdad fue también otro de sus regalos. En ese entonces, desarrollé hambre y sed de la Palabra de Dios: realmente no podía tener suficiente. Me empapé de las Escrituras, y cuanto más recibía, más quería compartir su Palabra con los demás.

Cada día sabía que mañana habría algo nuevo. La Palabra de Dios se convirtió para mí en el maná que no deja de caer del cielo. Y sabía que no debía guardarlo todo para mí sola.

¿Cómo se pone en práctica compartir el «maná» de las Escrituras?

Dentro de la iglesia, la predicación fiel crea un lugar seguro para que el Espíritu Santo lleve a cabo esta transformación. El pastor prepara el terreno sobre el que el maná cae, del cual la gente se alimenta y nutre. Este maná se transmite del predicador a los oyentes, y de los oyentes a los diferentes círculos en los que ellos se mueven.

Al estar en un contexto islámico, no se nos permite evangelizar abiertamente. Nuestro llamado es único: vivir la palabra de Dios y demostrarla en nuestras propias vidas. Si bien [en Egipto] está prohibido compartir abiertamente, está permitido responder preguntas relativas a la fe.

Para las mujeres, a medida que Egipto se ha vuelto más conservador, nuestra vestimenta se distingue por no llevar cubierta la cabeza. La gente puede reconocer que somos cristianas por la cruz que llevamos colgada del cuello o, para las mujeres ortodoxas, por el tatuaje que llevan en la muñeca. Somos el centro de atención todo el tiempo. Por lo tanto, compartir la Palabra no depende solo de la predicación. Depende también de cómo tratamos a la señora que vende verduras en el mercado, y de cómo nos abstenemos de pagar sobornos en las oficinas gubernamentales. Aquí, no se trata solo de proclamar la Palabra, sino de vivir la Palabra de forma explícita.

Al vivir bajo estas limitaciones, ¿cómo puedes compartir las Escrituras con los demás?

Cuando la gente nos pregunta acerca de nuestra fe o acerca de Jesús o la Biblia, seguimos el mandamiento de Pedro sobre estar listos para dar una respuesta. Nuestras clases de Evangelismo no se tratan sobre las Cuatro Leyes Espirituales. El mejor método de evangelización que utilizamos es el de estar llenos de las Escrituras. Es vivir de tal manera que haga que la gente pregunte acerca de tu fe, y que la Escritura emane de ti tan naturalmente que sea evidente que es tu lenguaje diario.

Cuénteme más sobre lo que significa para usted «estar lleno» de las Escrituras? ¿Cómo logra ser informada y moldeada por la Biblia de manera constante?

Necesito mi tiempo con Dios todos los días. A veces, estoy a solas con las Escrituras. En otras ocasiones, uso devocionales. Otras, me concentro en memorizar pasajes. La música cristiana me ayuda mucho, ya sea árabe u occidental; todos los géneros musicales abren mi espíritu para recibir la Palabra de Dios.

También aprendo mientras enseño. Saber que tengo que compartir, tanto de forma simple como profunda, me hace estudiar la Palabra más seriamente, con el fin de no equivocarme.

Soy una mejor versión de mí misma cuando estoy en la Palabra todos los días. Tomo mejores decisiones, soy más paciente con la gente, y soy menos sarcástica y cínica con la vida en general. Los días que vivo sin este maná, sé que no soy una buena representante de Cristo, ni para mis vecinos y familia, ni para mí misma.

¿Por qué es importante memorizar las Escrituras?

Nuestro contexto requiere esta disciplina espiritual. A nivel personal, es un consuelo saber que puedo recordar versículos, pasajes y capítulos enteros de memoria y «rumiarlos» como lo haría una vaca. Cuando interiorizo sus palabras, la presencia de Dios se vuelve real para mí.

A nivel nacional, hemos pasado por varios periodos de persecución. En las décadas de 1980 y 1990, el movimiento islámico fundamentalista era tan fuerte en el Alto Egipto, que la gente temía que sus iglesias fueran cerradas y sus Biblias arrebatadas. Su respuesta fue crear calendarios, y dividir los pasajes de las Escrituras para que una iglesia local memorizara toda la Biblia. Esto ocurrió cuando era niña y pensé: En verdad no puedo creer esto. No podía comprender ni entender aquel grado de memorización de la Biblia.

Pero en el 2013, cuando la Hermandad Musulmana controló la presidencia de Egipto, pude presenciar lo que de niña no pude creer. Fui a las aldeas y vi desde niños de 8 años hasta adultos de 80 años memorizando las Escrituras, y reuniéndose cada semana para recitar sus pasajes.

Después de vivir lejos de Egipto, ¿qué te llevó a regresar, especialmente durante el tiempo de la revolución?

Fue mi amor por Egipto y mi amor por la iglesia. No podía soportar la idea de que la desintegración sufrida en Palestina, Líbano, Irak, o en otros países del norte de Africa también le pudiera suceder a la iglesia en Egipto. Los líderes cristianos, que una vez fueron pilares en la iglesia, estaban desertando, tomando decisiones de vida con base en la desesperación y el miedo, sin escuchar al Espíritu de Dios. Les preguntaba: «¿Sabes que si esto viene de Dios?». Respondían que situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas. Lo comprendo. Pero, ¿no debería ser diferente para nosotros, los que llevamos el nombre de Cristo?

Egipto no progresará sin una iglesia fuerte. No es posible. Si la iglesia es la esperanza del mundo, entonces la iglesia egipcia es la esperanza de Egipto, pero no lo será sin líderes fuertes que puedan remplazar a aquellos que se fueron. Es por eso que estuve tan agradecida de que me ofrecieran el puesto en el seminario dos años después de haber llegado a Egipto. Fue completamente inesperado, ya que el seminario nunca había contratado a una profesora egipcia [mujer] para que se uniera a la facultad a tiempo completo.

Entonces, ¿cómo convergieron tanto tu amor por Egipto como tu amor por la Iglesia?

Además del seminario, me uní a equipos árabes de prensa cristiana, y así ayudé a llevar la Palabra de Dios de forma sencilla y clara a muchos hogares. En YouTube, abordé problemas relacionados con las mujeres, tales como la confianza en sí mismas, y el equilibrio de responsabilidades entre el trabajo y el hogar. En SAT-7, un canal cristiano de televisión por satélite, escribí y presenté un devocional diario para un programa similar a Good Morning America, donde plantaba una semilla de las Escrituras que podría quedarse con los espectadores el resto del día.

Durante la época de la revolución, la iglesia ya estaba empezando a salir de sus recintos para involucrarse en la cultura general. Se volvió más valiente en su divulgación. Nuestros púlpitos comenzaron a predicar con más audacia sobre nuestro papel como la sal y la luz al involucrar a nuestras comunidades locales. La Sociedad Bíblica también hizo un trabajo increíble al relacionar la historia de Nehemías cuando reconstruyó el muro con nuestro esfuerzo por reconstruir nuestra nación. Una de las exigencias de la revolución fue la justicia social. Este es un tema central en el Antiguo Testamento, y preparamos muchas aplicaciones al respecto para los revolucionarios. En las Escrituras, los Profetas dicen: Quiero que seas amable y justo con el huérfano, con la viuda y con el extraño.

En algunas partes de Oriente Medio, los cristianos enfrentan persecución. En Egipto hay discriminación y falta de igualdad ciudadana. ¿Cuál es el mensaje de la Biblia sobre la libertad y la justicia para la iglesia?

Para nosotros, la libertad y la justicia parecen objetivos casi imposibles. Sin embargo, son posibles si se logran a través del perdón. Seguimos el camino de Cristo que vemos en las Escrituras. Si perseguimos la libertad y la justicia como fines en sí mismos, podemos terminar siendo injustos con otra persona, o limitar su libertad. Pero el poder del perdón bíblico dice: Voy a quitar de mi libertad, y renunciar a algunos de mis derechos, para que alguien más pueda ser libre y tratado con justicia. Este sacrificio personal es lo que potencia el perdón.

¿Funcionará?

¿Ha funcionado la Cruz? En Sudáfrica, después del apartheid, la libertad y la justicia fueron el fruto de un proceso de honestidad, perdón y reconciliación. Como minorías en el Medio Oriente, debemos seguir el mismo camino. Las Escrituras nos recuerdan que la gracia engendra amor y el amor engendra perdón. Y cuando los cristianos imitan las enseñanzas de Cristo para relacionarse con «el otro», esto transforma vidas.

Traducido por Alexa Arzate

Editado por Livia Giselle Seidel

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