La semana pasada, el gobierno argentino atribuyó las causas del incendio que ha consumido más de 2000 hectáreas de un parque nacional de la Patagonia a un incendio provocado por un grupo indígena armado conocido como Resistencia Ancestral Mapuche (RAM).
Los mapuches, una comunidad indígena que ha vivido durante generaciones en un territorio que ahora pertenece a Argentina y Chile, llevan mucho tiempo enfrentados a gobiernos y empresas, casi siempre a causa de conflictos por derechos sobre la tierra, preocupaciones medioambientales y el temor a la asimilación forzosa.
A pesar de la presencia de cristianos mapuches, durante varios años, algunos de los miembros de grupos como Weichán Auca Mapu (WAM) y la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM) atacaron numerosas iglesias. Más de 80 congregaciones fueron incendiadas, mientras que los gobiernos enfrentaron dificultades para detener y procesar a los atacantes.
Pero tras varios años intensos de terror, parece que la situación ha venido mejorando poco a poco.
«Seguiremos dando testimonio del Evangelio», dijo en 2017 Abelino Apeleo, obispo anglicano en la Araucanía y también de etnia mapuche, en el punto álgido del conflicto. «Tenemos que aplicar las enseñanzas de Jesús: perdonar, tener misericordia y amar a nuestros enemigos. En algún momento pueden necesitar nuestra ayuda, y nosotros estaremos ahí para ellos».
¿Oraciones respondidas?
En 2016, Elías Fuentealba presenció cómo miembros del grupo WAM incendiaban la pequeña iglesia pentecostal que pastoreaba en Niágara, ciudad de la zona sur de la Araucanía.
«El día del incendio, nos reunimos y oramos afuera de la iglesia: “Señor, tú das y tú quitas. Bendito sea tu nombre”», dijo Fuentealba a CT. «Cuando terminamos de orar, la policía nos dijo que por ahí cerca habían capturado a algunos sospechosos del crimen».
Los cinco pistoleros fueron acusados de ser miembros de WAM. En ese momento, el grupo ya había reconocido la autoría de varios ataques incendiarios contra iglesias y escuelas católicas y evangélicas en la región de la Araucanía. Los ataques de WAM contra iglesias solían ir acompañados de exigencias, si bien se trataba de peticiones que la mayoría de las congregaciones eran incapaces de resolver, tales como la liberación de presos mapuches o la devolución de tierras mapuches que el gobierno chileno se había anexionado en el siglo XIX.
La detención de los sospechosos de Niágara fue la única intervención de este tipo en todos los casos de incendios provocados en iglesias, y estas acciones animaron inicialmente al rebaño de Fuentealba. Pero el gobierno no procesó con la dureza que Fuentealba había deseado: retiró los cargos de terrorismo y condenó solo a dos de los cinco detenidos inicialmente a diez años de cárcel por «incendio común».
En 2021, tras cumplir solo dos años de prisión, se les concedió la libertad condicional anticipada.
«Somos ciudadanos respetuosos de la ley, pero es duro darse cuenta que el Gobierno se juntó solo con los responsables, y la justicia no funciona para nosotros que somos las víctimas», dijo Fuentealba, quien añadió que él y algunos miembros de la iglesia fueron amenazados e intimidados durante el juicio.
‘Porque viene del extranjero’
De las 16 regiones del país, la Araucanía, en el sur de Chile, tiene el mayor porcentaje de mapuches (una cuarta parte de todas las personas mayores de 14 años). Durante más de 300 años, los mapuches controlaron la ribera sur del segundo río más grande del país, el Biobío, que atraviesa la región. A excepción de unas cuantas misiones franciscanas que tuvieron gran aceptación por parte de los indígenas durante el periodo del dominio español de esa zona, los mapuches comenzaron a resistirse contra la colonización occidental cuando Chile obtuvo su independencia en 1818. Cuando el nuevo gobierno buscó tener un control más centralizado, empezó a asimilar por la fuerza y a desplazar a muchos miembros de las comunidades indígenas.
Aunque la mayoría de los mapuches se convirtieron al catolicismo en el pasado, hoy los evangélicos representan el 35 % de la población de la Araucanía, en gran parte debido a los esfuerzos de los misioneros anglicanos y metodistas del siglo XIX, quienes llevaron asistencia médica y sanitaria, educación y el evangelio a las comunidades indígenas. Muchos también se convirtieron a raíz del movimiento pentecostal chileno de principios del siglo XX.
Aunque la mayoría de los mapuches viven pacíficamente entre los chilenos no indígenas, WAM y CAM han protagonizado distintas protestas con respecto a la ocupación de tierras, tales como bloqueos de carreteras, ataques a empresas forestales y quema de maquinaria. Sin embargo, en 2016, comenzaron a atacar iglesias, las cuales, más allá de sus fines religiosos, también servían a menudo como escuelas, lugares de reunión y refugio para quienes huían de las catástrofes naturales. Muchas pertenecían a los sectores más pobres de la región más pobre de Chile y a ellas acudían los propios mapuches.
«Lo que quieren es el control territorial», dijo a CT Patricio Santibáñez, presidente de la asociación Multigremial de la Araucanía. «No quieren que los niños vayan a la escuela, así que queman las escuelas. No quieren que la gente vaya a la iglesia, así que queman las iglesias. Es para someter a la población de esa zona».
El Instituto para la Economía y la Paz situó a Chile en el puesto 17 de su Índice Global de Terrorismo 2023.
«Para medir la gravedad del conflicto en esta zona, estamos hablando de al menos 25 actos delictivos de alta gravedad al mes. A veces hemos llegado casi a 60», dijo Santibáñez.
Muchos mapuches creen que son los legítimos propietarios de las tierras que ahora pertenecen a empresas y al gobierno. También están resentidos por lo que consideran una implacable infiltración de la cultura extranjera, que ha coincidido con el declive de la identidad mapuche tradicional.
Según los líderes comunitarios, muchas de estas tensiones llegaron a su punto álgido en 2015, cuando el gobierno desalojó por la fuerza a una comunidad mapuche que ocupaba tierras pertenecientes a un monasterio católico cerca del lago Budi. En represalia, «[los radicales] empezaron a decir: ¡Vamos a quemar todas las iglesias!», dijo Fuentealba. «Pero también hay una cuestión más profunda, y es que a veces se considera a los cristianos evangélicos como enemigos de la cultura mapuche tradicional».
Los líderes cristianos a menudo prohibían a los mapuches conversos participar en prácticas o ceremonias religiosas indígenas, y condenaban abiertamente los aspectos culturales que sentían que respaldaban el ocultismo o se oponían a la Biblia. Aunque estas medidas pretendían ayudar a los nuevos cristianos a crecer en su fe, muchos mapuches que se aferraban a sus creencias tradicionales consideraban que estas restricciones dividían a la comunidad y apartaban a los cristianos mapuches de su herencia cultural.
Para los grupos mapuches radicales, todo lo que procede del exterior es una «invasión» a su cultura, religión y territorio, afirma Joel Millanguir, cristiano mapuche que ejerce como obispo anglicano de la Araucanía.
«Ven el evangelio como una intrusión; y como viene del extranjero, lo rechazan», dijo. «Quienes llevan a cabo estos ataques son una nueva generación de líderes mapuches que desconocen la gran labor que las iglesias han realizado en esta zona».
Esta polarización ha dificultado a los cristianos mapuches tanto la práctica de su fe como la participación en su cultura.
«Las iglesias están asentadas en comunidades mapuches donde operan grupos terroristas», afirma Stephan Schubert, evangélico y miembro de la Cámara de Diputados de Chile cuyo distrito representa a parte de la Araucanía. «Esto ha contenido parte de la violencia más extrema, pero plantea un desafío para quienes son cristianos evangélicos, porque no participan en algunas de sus prácticas paganas».
Sin embargo, no toda la animadversión hacia los cristianos es injustificada, dijo Omar Cortés, expastor protestante que ahora dirige la Oficina Nacional de Asuntos Religiosos.
Las organizaciones cristianas tienen una «carga de colonización» y una «historia de demonización» de la espiritualidad mapuche.
«Los grupos radicalizados que buscan llamar más la atención hacia sus demandas recurren a atacar iglesias», explicó.
‘Cara a cara’
Actualmente, Santibáñez ve un paralelismo entre la situación de su país y la de otros países de América Latina.
«Encuentro similitudes con lo que ocurrió en Colombia, con las FARC. En el aspecto ideológico, también se parece al extremismo de Sendero Luminoso en Perú. Pero, finalmente, se mezcla con el crimen organizado como el narcotráfico, el robo de madera, el tráfico de animales y el robo de vehículos», dijo Santibáñez.
En respuesta a estos ataques, el gobierno federal ha decretado el estado de emergencia en la Araucanía y ha enviado soldados para vigilar las carreteras principales. Santibáñez señala que, en los últimos años, los delitos de usurpación de tierras han disminuido significativamente.
«Pero no los ataques armados ni los incendios provocados», afirma.
No obstante, Chile nunca ha aparecido en la Lista Mundial de la Persecución de Puertas Abiertas, que identifica a los principales países en los que es más difícil ser cristiano. Y en los últimos años, aunque las protestas y la violencia han continuado en términos generales, los ataques contra iglesias se han hecho mucho menos frecuentes, gracias a la mediación de líderes cristianos. El último ataque incendiario contra una iglesia en la Araucanía se produjo en agosto del año pasado, cuando un grupo provocó un incendio que destruyó numerosas partes de una localidad.
Sin embargo, a pesar de la disminución general de los ataques, «muy pocas personas han sido detenidas y condenadas», afirmó Millanguir, el obispo anglicano.
A Schubert le gustaría que el Congreso Nacional chileno asignara más recursos a la seguridad en la Araucanía.
«Nos enfrentamos a una violación del derecho humano a la libertad religiosa», afirmó. «Y el Estado chileno no ha hecho casi nada para impedirlo».
Los fondos del presupuesto nacional asignados a las regiones para atender a las víctimas del terrorismo podrían utilizarse para reconstruir iglesias, afirma Cortés, de la Oficina Nacional de Asuntos Religiosos. Pero eso no sucedió en el caso de la iglesia pentecostal de Fuentealba en Niágara, la cual tuvo que recurrir a los fondos de los miembros de la comunidad y de organizaciones cristianas internacionales para su reconstrucción, misma que intentó hacer lo antes posible.
«Nos aseguramos de que nuestro nuevo edificio estuviera totalmente construido con materiales sólidos y a prueba de fuego», le dijo Fuentealba a CT.
Y a pesar del terror al que se enfrentaron en 2016, afirma que su congregación no se ha atemorizado por la violencia.
«No sentimos odio contra ellos», dijo, refiriéndose a los atacantes mapuches. «Queremos que ellos se conviertan. Y algún día hablarles de Cristo cara a cara».
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.