La primera vez que la palabra «gloria» captó realmente mi atención fue un caluroso domingo por la mañana en una iglesia predominantemente de raza negra en Atlanta, Georgia. Yo era el joven predicador invitado y, mientras hablaba, desde la última fila de bancos se elevaba repetidamente la proclamación «¡Gloria!», con una rica cadencia y una innegable autoridad espiritual. El audaz grupo de mujeres del fondo sintonizaba algo que yo, recién graduado del seminario, no lograba percibir. Mientras hablaba a su amada iglesia, yo estaba más centrado en conectar intelectualmente los puntos de mi texto y en transmitir mi conocimiento de las Escrituras que en la realidad de esta «gloria» que ellas tan bellamente proclamaban.
En aquel momento, la palabra «gloria» no era parte de mis pensamientos ni de mis conversaciones. El concepto me parecía vago e incluso me incomodaba un poco. Pero aquel día supe que necesitaba saber lo que sabían aquellas mujeres. Hablé con ellas después del servicio de culto, y me quedó muy claro que no estaban gritando palabras religiosas rituales para despertar emociones, sino que habían vivido la reunión de los santos y la predicación de la Palabra como una participación en la gloria divina y como una comunión con el Espíritu Santo.
Su fe vibrante me recordó que nos convertimos en lo que contemplamos. A medida que fijamos nuestros ojos en Jesús y experimentamos la presencia y el poder de Dios en nuestras vidas, comprendemos y reflejamos cada vez más la gloria. Por otro lado, la mayor esclavitud se produce cuando fijamos nuestros ojos en nosotros mismos o en los ídolos que nos rodean. Jesús abrió el camino para que el Espíritu pudiera morar en nosotros, y para que pudiéramos ser libres de la esclavitud del pecado y contemplar la gloria del Señor. Su llegada quita el velo que cubría nuestros corazones y ofrece tanto la bendición de contemplar su gloria como la de ser transformados a su semejanza con más y más gloria (2 Corintios 3:17-18).
Aquella mañana de domingo de hace muchos años, era evidente para mí y para los presentes que yo estaba fuera de mi zona de confort. Mientras expresaba mis propios desafíos después del servicio, una mujer declaró: «¡Él te sacará adelante!». A lo largo del camino de la vida y de mi vocación pastoral he necesitado recordar esas palabras de aliento para fijar mis ojos en Jesús.
Esas mujeres fueron para mí como los ángeles que proclamaron «¡Gloria a Dios en las alturas!» (Lucas 2:13-14), declarando la gloria del Señor y señalándome la presencia, el poder y la paz de mi Salvador. Ojalá formaran parte de mi iglesia cada domingo, ayudándome a contemplar a Jesús, que vino para que todos pudiéramos llegar a ser como Él.
Steve Woodrow ha sido el pastor de enseñanza y dirección en Crossroads Church Aspen, Colorado, durante los últimos 23 años.