Abro mi Biblia en 1 Pedro 2:8: «… una piedra de tropiezo y una roca que hace caer». Cuando digo «abro», quiero decir que saco mi teléfono, presiono el ícono de la Biblia y escribo el versículo en una barra de búsqueda.
Si presiono de nuevo sobre el texto, puedo subrayar la frase. Puedo resaltarla, e incluso recortarla y guardarla en otro archivo para reflexionar sobre ella en otro momento, aislada de su contexto. En mi aplicación de la Biblia, también hay un pequeño recuadro gris que parece una burbuja de diálogo de un cómic, y si lo toco, se abre para mostrarme una referencia: Isaías 8:14. No tiene un hipervínculo que dirija a ese versículo, así que en lugar de saltar al profeta, la tecnología que tengo en la mano me anima a cerrar el recuadro y seguir leyendo 1 Pedro: «Tropiezan al desobedecer la palabra».
A medida que entramos en la tercera década de lo que el crítico literario Sven Birkerts ha llamado «leer en una era electrónica» y la alfabetización bíblica alcanza nuevas cifras bajas [enlaces en inglés], ¿qué impacto tiene esta herramienta en nuestra práctica de lectura de la Biblia? ¿Cómo influye en nuestras interpretaciones de las Escrituras?
Existe un largo debate sobre la interpretación correcta de la sola Scriptura. Pero ningún heredero de la Reforma la ha interpretado en el sentido de que debamos leer las Escrituras sin ninguna ayuda externa. Los protestantes, de hecho, han adoptado innovaciones a lo largo de la historia que han buscado aumentar la interacción con las Escrituras, así como la comprensión de las mismas, que van desde traducciones en lenguaje cotidiano hasta Biblias de estudio, comentarios, ediciones ilustradas y compendios, por no mencionar las aplicaciones de teléfonos inteligentes.
Sin embargo, no hace falta albergar sospechas profundas con respecto al progreso para cuestionarse si las herramientas que utilizamos para leer la Biblia podrían, de alguna manera, modificar nuestra forma de leer. Y si afirmamos que produce un cambio, ¿es para bien o para mal?
Mi propia investigación sobre la historia del dispensacionalismo sugiere que, en ocasiones, nuestras herramientas de lectura de la Biblia han llegado a cambiar nuestra lectura hasta tal punto que incluso han cambiado lo que significa leer la Biblia literalmente.
Ha habido una variedad de puntos de vista cristianos que intentan describir cómo sería tomar un enfoque literal de las Escrituras. Literal puede referirse a un énfasis en la inerrancia de la Biblia, a creencias sobre la historicidad de ciertos pasajes, a una comprensión particular del cumplimiento de las profecías (que no sería precisamente literal, sino simbólico), o bien, a la opinión de que un pasaje debe ser leído de la forma más clara posible y por eso es importante entender los géneros [literarios] y la forma en que el texto fue recibido originalmente. Para los dispensacionalistas, la lectura literal se basaba en las «cadenas de palabras», es decir, en conectar los versículos a través de «eslabones» del uso de las palabras y darle a las palabras clave —tales como piedra en el versículo mencionado anteriormente— el mismo tratamiento en cualquier pasaje de la Biblia donde sean usadas. Esta forma de abordar el texto no se habría popularizado sin el desarrollo de las concordancias.
Si nos remitimos a la historia, las concordancias bíblicas se remontan al siglo XIII, cuando 300 monjes dominicos bajo la dirección de Hugo de Saint-Cher elaboraron un índice alfabético que seleccionaba las palabras que consideraban más importantes de la Biblia Vulgata en latín. Aunque fue una poderosa herramienta de lectura para los biblistas, su concordancia era rudimentaria en comparación con los estándares actuales. Las concordancias medievales que se publicaron posteriormente enumeraron cada aparición de una mayor cantidad de palabras.
Con la Reforma, surgió la demanda de obras similares en lenguas vernáculas. La primera concordancia del Nuevo Testamento en lengua inglesa apareció en la década de 1530, aunque no fue muy útil antes de que la publicación de la Biblia del rey Jacobo (King James Version o KJV, por sus siglas en inglés) en la década de 1600 hiciera que las Escrituras estuvieran ampliamente disponibles.
La KJV obtuvo una excelente concordancia en 1737, cuando Alexander Cruden, librero y erudito que tendía a recluirse, terminó de catalogar más de 77 000 palabras. Esta tarea le llevó 26 años y varias visitas a una institución psiquiátrica, pero finalmente terminó y publicó su exhaustiva obra maestra: la Concordancia de Cruden, misma que se sigue imprimiendo hasta la fecha.
La herramienta de Cruden para la lectura de la Biblia a menudo era usada a la par de otras nuevas herramientas, como la Biblia Políglota de Bagster, que ofrecía a los lectores 60 000 referencias cruzadas en varios idiomas impresas una al lado de la otra, y nuevos comentarios, como el Comentario a la Biblia Completa de Thomas Scott. Con todo esto, para el siglo XIX los lectores de la KJV disponían de un sinnúmero de herramientas que les ayudaban a entender la Biblia de maneras nuevas.
La aparición de estas nuevas y poderosas herramientas hizo posible que los lectores habituales pudieran, por primera vez, hacer referencias cruzadas con cualquier palabra de la Biblia. La piedra de 1 Pedro podía relacionarse con la que Moisés golpeó en Éxodo 17:6, la que Daniel describió como cortada «no por manos humanas» (NTV) en Daniel 2:34, y la que Jesús menciona que haría polvo a aquel sobre el que caiga en Mateo 21:44 (NVI). Las referencias cruzadas crearon un nuevo contexto interpretativo, que podía ser muy personal o comunitario, dependiendo de cómo se utilizaran esas herramientas de lectura.
En Estados Unidos, este enfoque de las Escrituras llegó a denominarse «Método de Lectura de la Biblia». Extendió al público más amplio lo que normalmente era el área de estudio de eruditos o pastores bien formados. Los lectores podían seleccionar una palabra clave en inglés para estudiarla y luego examinar todos los usos de esa palabra, y extrapolar el significado de un texto a partir de los ejemplos recopilados.
A menudo, la gente estudiaba de esta forma en grupos, lo cual fomentaba un estudio bíblico intensivo que alimentaba las reflexiones teológicas. Por ejemplo, un grupo podía examinar la palabra esperar en el Salmo 27:14 (NTV), y relacionarla con la súplica de Jacob en Génesis 49:18, luego conectarla con la esperanza escatológica de Pablo en Romanos 8:19, donde «la creación espera» (NTV); y después discutir sobre cómo esperar la liberación de Dios es un tema profundo que recorre la Biblia de principio a fin. El contexto y la narración bíblicos podían determinar quién está siendo liberado por Dios en cada pasaje, y qué características tenía esa liberación, pero al mismo tiempo, estas interpretaciones estaban condicionadas por las circunstancias personales de los lectores y sus propias presuposiciones culturales.
La Biblia de Referencia Scofield fue un pilar fundamental para millones de cristianos inmersos en el Método de Lectura de la Biblia. Esta versión fue muy popular y se distribuyó ampliamente entre algunos cristianos. Cyrus I. Scofield, ministro estrechamente relacionado con Dwight L. Moody, incluyó en su Biblia de referencia extensas notas a pie de página en las que explicaba su teología, que se basaba en un intrincado sistema de referencias cruzadas y concordancias que ocupaban una columna en el centro de cada página de la Biblia. La editorial Oxford University Press publicó la Biblia de Scofield por primera vez en 1909, y sigue imprimiéndose en la actualidad. Además de los comentarios en cada página, Scofield incluyó un índice de concordancias de más de 150 páginas e instrucciones para enseñar a los lectores a construir cadenas de palabras. Explicaba que las cadenas de palabras «conducirían al lector desde la primera mención clara de una gran verdad hasta la última». Y en caso de que el lector no lo entendiera, un resumen de Scofield consolidaría el significado en esa última referencia.
En su aplicación más sofisticada, la lectura de la Biblia con la ayuda de concordancias permitía a la gente experimentar la unidad de las Escrituras. Como explicó otro escritor dispensacionalista de principios del siglo XX, Isaac Massey Haldeman, «un estudio inteligente y satisfactorio de la Biblia» requiere una concordancia para percatarse de la «unidad de diseño» que insufla a los 66 libros. Las concordancias permitían a los lectores laicos experimentar la unidad de las Escrituras, aun cuando restaran importancia o dejaran de lado el contexto histórico, la autoría humana, las lenguas originales, los detalles lingüísticos y, a menudo, la narrativa misma.
Algunos cristianos conservadores, como R. A. Torrey, colega de Moody, llamaron al Método de Lectura de la Biblia el enfoque «científico» de las Escrituras. Haldeman describió las concordancias y las referencias cruzadas como «instrumentos» y «herramientas» que, si se utilizaban correctamente, producían resultados repetibles.
Hoy en día no es común pensar que los autodenominados fundamentalistas pregonen la ciencia, pero los estadounidenses de principios del siglo XX abrazaban la ciencia como el árbitro definitivo de la verdad en todas las áreas de la vida. A medida que la creciente crítica de la bíblica parecía socavar la autoridad de las Escrituras en el mundo académico, este marco interpretativo basado en la concordancia se desplegó para apuntalarla científicamente.
Uno podría haber esperado que los fundamentalistas que buscaban leer la Biblia de forma literal se enfocaran más en cómo los primeros cristianos recibieron y aprendieron las Escrituras en su contexto; sin embargo, la herramienta que utilizaron para su lectura de la Biblia los empujó, en cambio, en esta otra dirección «científica».
También preparó el terreno para un nuevo movimiento teológico que llegó a conocerse como «dispensacionalismo». Este se desarrolló a partir de las enseñanzas de los Hermanos Exclusivistas, en concreto del líder angloirlandés John Nelson Darby, quien enseñaba que la humanidad estaba dividida en tres partes: Israel, la iglesia y las naciones. Las naciones no tenían un pacto con Dios, pero la iglesia e Israel sí, por lo que las Escrituras debían «dividirse correctamente» en las partes que se dirigen a Israel y las partes que se dirigen a los cristianos.
Para Darby, lo que hacía que «cada pasaje bíblico encajara en su lugar» era la «comprensión espiritual recibida por parte del Espíritu Santo de las cosas del cielo y nuestra conexión con ellas, y de las cosas de la tierra y nuestra separación de ellas».
Ese enfoque de la Biblia se centraba a menudo en la profecía, un género de las Escrituras que Darby no creía que estuviera dirigido a sus lectores originales, sino que estaba orientado al futuro, y que predecía acontecimientos que aún no habían sucedido en la historia humana, en su mayoría relacionados con Israel. Según este enfoque, para entender las Escrituras es necesario saber cómo una piedra puede ser un cimiento (Efesios 2:20), una piedra de tropiezo (Romanos 9:32-33) y algo que caería sobre la gente y la haría polvo (Mateo 21:44), y cómo todo eso se refería tanto a Jesús, como a una secuencia de acontecimientos (literales o simbólicos) que le iban a suceder a Israel.
Darby promovió las concordancias, pero era muy estricto a la hora de mantener separado el significado «terrenal» del «celestial» de determinados versículos. Esto complicaba el Método de Lectura de la Biblia que estaba en boga entre los cristianos estadounidenses más deseosos de adoptar las enseñanzas de Darby.
Los estadounidenses que no estaban inmersos en los mismos supuestos de los Hermanos Exclusivistas insistían en que las distinciones de Darby podían descubrirse a partir del propio Método de Lectura de la Biblia. Tal como James Brooks, uno de los divulgadores estadounidenses más importantes de Darby, quien aseguró a los lectores: «El lenguaje usado en la profecía es tan simple y tan fácil de entender como cualquier otra parte de las Escrituras». Las concordancias, que catalogaban palabras y no significados, contribuían a hacer que eso pareciera cierto.
La subsiguiente historia del desarrollo del dispensacionalismo —en gran parte desarrollada en el contexto estadounidense— muestra cómo los lectores posteriores intentaron basar las enseñanzas de Darby en una lectura simple del texto para alinearlas más con el Método de Lectura de la Biblia. Pero la lectura «simple» no parece tan simple, por supuesto, sin la tecnología que animó a la gente a leer de esa manera.
Después de varias generaciones de eruditos externos que fueron minando el dispensacionalismo, y de que el dispensacionalismo popular —como las novelas de la serie Dejados atrás— haya socavado su credibilidad, ese forma de estudiar la Biblia ha ido perdiendo aprobación. El dispensacionalismo está en declive, y el Método de Lectura de la Biblia actualmente no suele enseñarse en seminarios o universidades cristianas.
Sin embargo, los instintos de lectura popularizados por el Método de Lectura de la Biblia aún persisten, y tienen un poderoso efecto en quienes los practican. Todavía hace que los lectores sientan como si las Escrituras se abrieran, como si vieran por primera vez en las oscuridades de la Biblia y no hubiera necesidad de lenguaje especializado ni de una formación histórica. Con un poco de práctica y una concordancia, cualquier lector puede hacerlo por sí mismo, e incluso puede afirmar que esta es la forma de leer la Biblia literalmente.
Y las concordancias todavía existen, por supuesto. Son herramientas valiosas que a menudo damos por sentadas. Pueden ser increíblemente útiles para leer la Biblia cuando se usan correctamente. Han sido sustituidas en gran medida por herramientas más eficaces para los lectores habituales de la Biblia. Puedo hacer una búsqueda de palabras en mi aplicación o tal vez hacer clic en un enlace que me lleva de una parte de la Biblia a otra.
Esta forma de concebir la Biblia —como un texto que contiene hipervínculos— entusiasma al popular psicólogo canadiense Jordan Peterson. En una de sus conferencias sobre la Biblia en YouTube, compartió un gráfico creado por el científico informático Chris Harrison que mostraba las más de 65 000 referencias cruzadas de las Escrituras. Peterson se maravillaba de que, si uno siguiera cada una de esas referencias, «viajaría a través de ellas para siempre. Nunca llegaría al final». Sin embargo, las ideas e interpretaciones derivadas de ese viaje dependerán por completo del camino que uno elija tomar. Esta variedad infinita es atractiva para Peterson, pero debería resultar menos atrayente para los cristianos comprometidos con la unidad y la coherencia de las Escrituras.
En este tiempo de herramientas digitales ilimitadas para extraer nuevos significados de las Escrituras, deberíamos ser cautos sobre la forma en que nuestra tecnología de lectura moldea y da nueva forma al contexto del texto. Ciertamente no leemos el texto de las Escrituras por sí solo, y las herramientas que elegimos como acompañamiento pueden moldear y deformar nuestra lectura de la Biblia. Pueden hacernos creer que estamos leyendo de forma sencilla y literal cuando en realidad, con un poco de distancia crítica, más bien se trata de un proceso por medio del cual rompemos y rehacemos los contextos para adaptarlos a nuestros sistemas.
No creo que eso sea lo que ocurre cuando abro mi aplicación de la Biblia. La tecnología parece más neutral que eso. Pero la historia sugiere que es algo por lo que deberíamos preocuparnos.
Daniel G. Hummel es autor de The Rise and Fall of Dispensationalism: How the Evangelical Battle Over the End Times Shaped a Nation (Eerdmans).
Traducción por Sofía Castillo.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.