Lo más peligroso que hizo Lutero

Y otros hechos sobre la traducción de la Biblia que transformaron el mundo.

Christianity Today October 31, 2022
Sean Gallup / Getty Images

En los comienzos de la Reforma, la principal Biblia disponible era la Vulgata, la Biblia que Jerónimo había producido originalmente en latín en el año 380 d.C. Sin embargo, para la época de la Reforma había sufrido significativas corrupciones en su contenido. Incluía una traducción del Antiguo Testamento hebreo y del Nuevo Testamento griego, además de los libros Tobit, Judit, Sabiduría de Salomón, Sirácida, Baruc, algunas adiciones al Libro de Daniel y 1 y 2 de Macabeos.

La Biblia no era un libro con el que el público general estuviera familiarizado. No era un libro que la mayoría de los individuos o familias pudieran poseer en sus hogares. Había Biblias de púlpito —normalmente encadenadas al púlpito—, había manuscritos de Biblias en los monasterios, y había Biblias que poseían los reyes y miembros de la élite social. Pero la Biblia no era un libro que el pueblo pudiera poseer.

Más aún, era muy poco común encontrar una Biblia escrita en la lengua del pueblo. En la época de Lutero existían varias traducciones al alemán y una versión francesa publicada en 1473. Pero la Biblia en latín seguía siendo, por mucho, la principal disponible. La élite social que tenía acceso a una alta educación podía leer en latín, pero el residente promedio de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia o España solo conocía algunas palabras y frases en latín por lo que escuchaba en la misa. Y, de hecho, a menudo confundían lo poco que sabían. Si quiere hacerse una idea de la pobreza de la alfabetización bíblica en el público general en esta época, lea los Cuentos de Canterbury de Chaucer, escritos entre 1387 y 1400 en inglés medio. En los relatos de Chaucer abundan las confusiones y malentendidos sobre la Biblia.

La Vulgata latina fue la Biblia que Lutero estudió primero; sin embargo, pronto se dio cuenta de sus deficiencias a medida que profundizaba en el texto griego e iba descubriendo sus revolucionarias ideas. Esto llevó a Lutero a darse cuenta de algo más: si debía producirse un cambio verdadero, este no se conseguiría por medio del debate teológico exclusivo entre almas eruditas. La Biblia debía estar disponible en la lengua vernácula (en este caso, el alemán) y tenía que estar ampliamente disponible. Por esta razón, a mi parecer, lo más peligroso que Lutero hizo no fue clavar las 95 tesis en una puerta: fue traducir la Biblia al alemán común y fomentar su amplia difusión.

La «herejía» de Lutero

Para el año 1522, Lutero ya había traducido el Nuevo Testamento, y para 1534 ya había terminado la traducción de la Biblia completa, que incluía lo que hoy conocemos como libros apócrifos (aquellos libros adicionales del periodo intertestamentario del judaísmo). Lutero siguió revisando el texto hasta sus últimos años, puesto que era consciente de la magnitud del cambio que representaría esta Biblia traducida.

Lutero no tradujo la Biblia directamente de la Vulgata latina, y esto, para algunos, equivalía a una herejía. Lutero había aprendido griego de la manera habitual, en la escuela de latín de Magdeburgo, por lo que podía traducir obras griegas al latín. Existen historias, probablemente ciertas, de que Lutero hizo incursiones en las ciudades y pueblos cercanos solo para escuchar a la gente hablar a fin de que su traducción, en particular la del Nuevo Testamento, fuera lo más cercana posible al uso común contemporáneo de la lengua. Esta Biblia no sería de ni para la élite.

Philip Schaff, el gran historiador de la Iglesia, opinó: «El fruto más rico del ocio de Lutero en el [castillo] de Wartburg, y la obra más importante y útil de toda su vida, es la traducción del Nuevo Testamento, a través de la cual llevó la enseñanza y el ejemplo de Cristo y los apóstoles a las mentes y los corazones de los alemanes de forma vívida y real. (…) Hizo de la Biblia el libro del pueblo en la iglesia, la escuela y el hogar».

Este acto de Lutero abrió la caja de Pandora en lo que respecta a las traducciones de la Biblia, y no hubo manera de cerrar la caja desde entonces. No hace falta decir que esto preocupó a los funcionarios de la iglesia de cualquier jerarquía porque esto significó que ya no tendrían un control estricto sobre la Palabra de Dios.

Precursores y seguidores

Sin embargo, muy poca gente ha hablado lo suficiente de aquellos que precedieron a Lutero en el esfuerzo de traducir la Biblia a la lengua vernácula. Por ejemplo, el equipo de John Wycliffe precedió a Lutero en unos 140 años con la traducción de la Biblia al inglés medio entre 1382 y 1395. Asimismo, Wycliffe no fue el único responsable de aquella traducción: se sabe que otros, como Nicolas de Hereford, produjeron parte de la traducción. La diferencia entre el trabajo del equipo de Wycliffe y el de Lutero es que no contó con crítica textual, ya que el equipo de Wycliffe había trabajado directamente a partir de la Vulgata latina.

Además, Wycliffe no solo incluyó lo que hoy conocemos como libros apócrifos, sino también 2 Esdras y la Epístola a los Laodicenses del siglo II.

Tal como sucedería con los esfuerzos de Lutero, la obra de Wycliffe no fue autorizada por ninguna autoridad eclesiástica o real, pero aun así se hizo enormemente popular. Y las consecuencias fueron graves. El rey Enrique IV y el arzobispo Thomas Arundel hicieron todo lo posible por suprimir la obra, y la Asamblea de Oxford de 1408 votó que no se podía realizar una nueva traducción de la Biblia sin una aprobación oficial. Sin embargo, Wycliffe había encendido una pequeña llama, y ya no sería posible apagar el fuego.

Quizá la historia más conmovedora de esta época sea la de William Tyndale. Tyndale vivió entre 1494 y 1536 y fue martirizado por haber traducido la Biblia al inglés. Tyndale, al igual que Lutero, tradujo directamente del hebreo y del griego, excepto (probablemente) para llevar a cabo referencias cruzadas y revisión. En realidad, solo terminó el Nuevo Testamento, y completó aproximadamente la mitad de su traducción del Antiguo Testamento antes de su muerte. Su obra fue la primera Biblia en inglés que fue producida en masa.

En un principio, Tyndale había solicitado permiso al obispo Tunstall de Londres para realizar esta obra, pero se le dijo que esto estaba prohibido, incluso que constituía una herejía, por lo que Tyndale viajó al continente para realizar el trabajo. Se imprimió una edición parcial en 1525 (solo tres años después de Lutero) en Colonia, Alemania, pero algunos espías delataron a Tyndale ante las autoridades e, irónicamente, huyó a Worms, la misma ciudad donde Lutero fue llevado ante una asamblea y juzgado. Desde aquella ciudad se publicó la edición completa del Nuevo Testamento de Tyndale en 1526.

Como el teólogo Alister McGrath señalaría más tarde, la versión del rey Jacobo (King James o KJV por sus siglas en inglés), también conocida como la «versión autorizada», de principios del siglo XVII (en varias ediciones, incluida la de 1611) no era una traducción original de la Biblia al inglés, sino una continuación bastante generalizada de la traducción de Tyndale con alguna ayuda de la Biblia de Ginebra y otras traducciones. Muchas de las frases memorables de la versión King James [como la versión inglesa de los siguientes versículos] —«con solo la piel de mis dientes» (Job 19:20), «¿soy yo acaso guarda de mi hermano?» (Génesis 4:9), «el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:41), «ley para sí mismos» (Romanos 2:14), entre otras—, son frases acuñadas por Tyndale [las citas en español fueron tomadas de la Reina Valera 1960]. Tenía un notable don para convertir porciones bíblicas en frases memorables.

Pero ni siquiera la versión autorizada King James Version fue la primera traducción autorizada de la Biblia al inglés. Esta distinción corresponde a la «Gran Biblia» de 1539, autorizada por el rey Enrique VIII. El rey quería que esta Biblia fuera leída en todas las iglesias anglicanas, y Miles Coverdale realizó la traducción. Coverdale se limitó a copiar la versión de Tyndale, eliminando algunas características objetables, y completó la traducción de Tyndale del Antiguo Testamento y también de los libros apócrifos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Coverdale utilizó la Vulgata y la traducción de Lutero para hacer esta traducción, es decir, no utilizó el original en hebreo o en griego.

Por esta y otras razones, muchos de los movimientos protestantes que estaban surgiendo en el continente y en Gran Bretaña no estaban satisfechos con la Gran Biblia de Coverdale. En cambio, la Biblia de Ginebra tenía un lenguaje más vívido y vigoroso, y se hizo rápidamente más popular que la gran Biblia. Fue la Biblia elegida por William Shakespeare, Oliver Cromwell, John Bunyan, John Donne, y por los peregrinos cuando llegaron a Nueva Inglaterra. Fue esta Biblia, y no la King James Version, la que los acompañó en el barco Mayflower.

Por su parte, la Biblia de Ginebra se hizo popular no solo porque fue producida en masa para el público general, sino también porque tenía anotaciones, guías de estudio, referencias cruzadas con versículos relevantes en otras partes de la Biblia, e introducciones a cada libro que resumían su contenido, y contaba con mapas, tablas, ilustraciones e incluso índices. En resumen, fue la primera Biblia de estudio en inglés y, vale la pena destacar, precedió a la King James Version por medio siglo. No es de extrañar que, al ser una Biblia producida bajo los auspicios de la Biblia de Ginebra de Juan Calvino, sus notas fueran de contenido calvinista y de carácter disidente (en desacuerdo con la Iglesia de Inglaterra). Esa fue una de las razones por las que los reyes de Inglaterra produjeron «la versión autorizada». Necesitaban una Biblia que no cuestionara Dieu et mon droit (que significa «Dios y mi derecho», el lema del monarca que sugería su soberanía).

¿Qué pasa con los apócrifos?

Vale la pena destacar que la Biblia de Ginebra fue la primera cuya traducción al inglés del Antiguo Testamento fue hecha en su totalidad a partir del texto hebreo. Al igual que sus predecesoras, incluía los libros apócrifos. De hecho, la King James Version de 1611 también incluía los libros apócrifos, incluidos Susana, Bel y el Dragón (ambos añadidos a Daniel) y la Oración de Manasés.

En resumen, ninguna de las principales traducciones de la Biblia surgidas durante las Reformas alemana, suiza o inglesa produjeron una Biblia de solo 66 libros. Es cierto que más allá de los 66 libros, los otros siete (o más) eran considerados deuterocanónicos (de ahí el término apócrifo), pero aun así se consideraba que tenían cierta autoridad.

Entonces, ¿cuándo y dónde aparece la Biblia protestante de 66 libros? Esta práctica no se estandarizó sino hasta el año 1825, cuando la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera básicamente lanzó el guante al aire y dijo: «Estos 66 libros y solo estos». Pero esta no era la Biblia de Lutero, Calvino, Knox, o incluso de los Wesley, que utilizaban la versión autorizada. Los protestantes habían considerado durante mucho tiempo los libros adicionales como, en el mejor de los casos, deuterocanónicos. Algunos incluso los habían llamado «no canónicos», y había algunos precedentes de impresión de una Biblia que no contenía estos libros. Por ejemplo, había una edición minoritaria de la gran Biblia posterior a 1549 que no incluía los libros apócrifos, y una edición de 1575 de la Biblia del Obispo que también excluía estos libros. Las ediciones de 1599 y 1640 de la Biblia de Ginebra también los dejaron fuera. De cualquier modo, estos libros no habían sido considerados como canónicos por muchos protestantes.

El acto más influyente de Lutero

Lutero no podría haber imaginado en 1517 que su acto más influyente durante la Reforma alemana —el acto que transformaría innumerables vidas y impulsaría en mayor medida al movimiento protestante incipiente—, no serían sus comentarios sobre Gálatas o Romanos, ni sus tratados teológicos como «La esclavitud de la voluntad», ni su insistencia en la justificación por gracia y únicamente a través de la fe. En realidad, la mayor roca que lanzó al estanque eclesiástico, y que produjo no solo la mayor cantidad de ondas sino verdaderas olas, fue su producción de la Biblia de Lutero. No obstante, no fue un pionero solitario. Él y William Tyndale merecen el mismo reconocimiento como los verdaderos pioneros de la producción de traducciones de la Biblia desde la lengua original al lenguaje de la gente común, para que pudieran leerla, estudiarla, aprenderla y ser movidos y formados por ella. La Biblia del pueblo, por el pueblo y especialmente para el pueblo no había existido realmente antes de Lutero y Tyndale.

Hoy en día, por hablar solo del inglés, existen más de 900 traducciones o paráfrasis del Nuevo Testamento, ya sea completo o parcial. ¡Novecientas! Ninguno de los padres reformadores podría haber imaginado esto, ni tampoco podrían haber imaginado que muchas personas podrían tener Biblias no solo en los púlpitos y bancos en las iglesias, sino que también podrían tener sus propias Biblias en sus hogares. El genio que salió de la botella al principio de la Reforma alemana resultó ser el Espíritu Santo, quien hace nuevas todas las cosas. Esto incluye la aparición constante de traducciones nuevas de la Biblia, a medida que nos acercamos más y más al texto original inspirado del Antiguo y del Nuevo Testamento, y a medida que descubrimos más manuscritos, y realizamos el arduo trabajo de la crítica textual y producimos traducciones basadas en nuestros primeros y mejores testigos de los textos bíblicos en hebreo, arameo y griego.

Cuando se produjo la Biblia de Lutero, basada en el trabajo de Erasmo sobre el Nuevo Testamento griego, solo había un puñado de manuscritos griegos que Erasmo pudo consultar, y no eran tan antiguos. Cuando se produjo la versión del rey Jacobo en 1611, existía el mismo problema tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento.

Hoy en día, tenemos más de 5000 manuscritos del Nuevo Testamento griego, la mayoría de los cuales han sido desenterrados en los últimos 150 años, y algunos de los cuales se remontan a los siglos II y III d.C. También tenemos los descubrimientos del mar Muerto y de otros lugares que nos proporcionan manuscritos mil años más cercanos a los textos originales del Antiguo Testamento en comparación con el texto masorético (la base tradicional del texto del Antiguo Testamento), y que nos llevan más cerca de lo que estábamos en el año 1900. En la era moderna, Dios, en su providencia, nos está atrayendo más cerca de sí mismo al llevarnos más cerca del texto original inspirado por Él mismo.

El clamor sola Scriptura puede resonar hoy con un sonido menos hueco que en el pasado, porque hoy sabemos que las decisiones tomadas por los líderes de la Iglesia en el siglo IV de reconocer los 27 libros del Nuevo Testamento y los 39 libros del Antiguo (más unos pocos), fueron las decisiones correctas. El canon fue concluido cuando se reconoció que lo que necesitábamos en nuestras Biblias eran los libros escritos por los testigos oculares originales —o bien, sus colaboradores y colegas en el caso del Nuevo Testamento—, y los escritos en el contexto de la transmisión de las tradiciones judías sagradas de la ley, los profetas y los escritos que se remontan a Moisés, los autores de las Crónicas y los grandes profetas de la antigüedad.

Así pues, por un lado, debemos los manuscritos originales a los antiguos dignatarios que escribieron entre los tiempos de Moisés y Juan de Patmos, pero por el otro, debemos nuestras Biblias escritas en lengua vernácula a nuestros antepasados protestantes: Lutero, Tyndale, Calvino y otros. Tal vez ahora, al celebrar más de 500 años de la Reforma alemana, sea el momento de reconocer que sin el movimiento protestante no tendríamos Biblias en manos de tantos cristianos, ni en tantas lenguas. La labor de llevar la Biblia al pueblo iniciada por Lutero, Tyndale y Wycliffe aún no ha terminado. Todavía hay lugares donde las Biblias son ilegales o donde no existe ni una traducción en el idioma local. Pero gracias a Dios, el trabajo puede continuar porque la declaración semper reformanda sigue resonando hoy en día.

Ben Witherington III es profesor de interpretación del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico de Asbury. Es autor de muchos libros, entre ellos, A Week in the Fall of Jerusalem (IVP Academic).

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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