Si su hijo abandona la iglesia, no pierda la esperanza, pero actúe con rapidez.

Hay una ventana de oportunidad para atraer a los jóvenes adultos de vuelta a la iglesia aún después de que han decidido abandonarla, dice la socióloga Melinda Lundquist Denton.

Christianity Today June 13, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Tuyon Vo / Annie Theby / Milo Bauman / Unsplash

Hace casi dos décadas, un pequeño grupo de sociólogos se embarcó en un proyecto de investigación longitudinal llamado Estudio Nacional de Juventud y Religión (NSYR, por sus siglas en inglés). En el estudio organizado por la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y la Universidad de Notre Dame, los investigadores del NSYR hicieron un seguimiento de la vida religiosa de jóvenes estadounidenses durante un período de 10 años, desde la adolescencia temprana hasta la etapa conocida como adultez emergente. Para fines de este estudio, los participantes se clasificaron en: protestantes, católicos, otras religiones y sin religión. Sus conclusiones se recogen en tres libros: Soul Searching, Souls in Transition y A Faith of Their Own.

La culminación de este gigantesco proyecto se encuentra en el libro Back Pocket God: Religion and Spirituality in the Lives of Emerging Adults (Dios de bolsillo: la religión y la espiritualidad en la vida de los adultos emergentes), del que son coautores Melinda Lundquist Denton, profesora asociada de Sociología de la Universidad de Texas en San Antonio, y Richard Flory, director de investigación y evaluación del Centro de Religión y Cultura Cívica de la Universidad del Sur de California.

CT habló con Lundquist Denton sobre el dramático descenso de la asistencia a la iglesia entre los adultos jóvenes y lo que esto significa para el discipulado que se lleva a cabo en hogares, aulas y santuarios.

(Haga clic aquí para leer en español la entrevista complementaria con Christian Smith, coautor de Handing Down the Faith).

Antes de entrar en detalles, me gustaría conocer su opinión. Al mirar hacia atrás en todos estos años de investigación, ¿cuál es su visión y sentimiento respecto al futuro de la iglesia?

En este proyecto no estudiamos las congregaciones ni las iglesias. Nos fijamos en los individuos y en su relación con las iglesias. Dicho esto, podemos decir que hemos aprendido algunas cosas sobre eso al conversar con esta sección transversal de jóvenes. A grandes rasgos, creo que si este grupo de jóvenes sirve como indicador, el compromiso permanente y de por vida con las organizaciones religiosas va a ser cada vez más precario con el tiempo. Creo que la iglesia va a batallar para lograr mantener a las generaciones futuras. No creo que eso sea una noticia para nadie.

No, no lo es. Pero lo has visto de cerca.

No creo que sea una cuestión de: “Oh, sólo es relevante para entender a esta generación”. Creo que las relaciones dentro de las instituciones están cambiando en su conjunto, y los adultos emergentes no ven a la iglesia avanzando a la par con el ritmo de sus vidas. Así que hay varios elementos que se entrelazan y de los que podríamos hablar.

Hablemos de lo que usted llama la categoría “comprometida” de los adultos emergentes. ¿Cómo se subdivide exactamente ese grupo?

En el aspecto religioso, hacemos una distinción entre dos grupos: las personas que están regularmente comprometidas y la religión forma parte de su vida, y las personas que solo están marginalmente vinculadas a la religión. Y entre los regularmente comprometidos, hay dos subgrupos. Hay un grupo muy pequeño para el cual la religión es lo que llamamos “el motor de su vida”. Es la fuerza motriz de sus vidas; todo lo que hacen está informado por su fe y es parte de lo que motiva sus elecciones de vida, sus carreras y sus decisiones educativas. Es un grupo muy pequeño de personas. Encontramos a algunos de ellos, pero no a muchos.

Melinda DentonIllustration by Mallory Rentsch / Source Images: Portrait Courtesy of
Melinda Denton

Pero luego tienes este grupo de jóvenes religiosos regularmente comprometidos para el que su fe es parte de un paquete más grande. No es que su fe dirija el resto de sus vidas, es que la fe complementa el resto de sus vidas. Se ve más o menos de esta forma: “Tengo un trabajo, una educación, una familia y una fe, y todo encaja en esta versión de una vida buena”.

La religión es importante en la medida en que es una parte importante de este paquete más grande de sus vidas. Se ha convertido en algo más rutinario. Así que están dispuestos a mantener su compromiso. Van a la iglesia con regularidad y la fe forma parte de su identidad. Pero es una sensación diferente en cuanto al papel que esa fe tiene en relación con el resto de su vida.

Pero en las encuestas, ambos grupos aparecen como comprometidos religiosamente. Todos van a la iglesia con cierta regularidad, todos creen en Dios. Parecen iguales en las encuestas, pero es en nuestras entrevistas donde realmente escuchamos esta diferencia entre los comprometidos rutinarios con la religión como uno de los muchos aspectos de sus vidas, y los altamente comprometidos para quienes la religión es realmente la fuerza motriz de sus vidas. Consideramos que era importante hacer esa distinción; aunque a partir de los datos de la encuesta aparezcan en el mismo grupo, realmente hay una distinción.

Gran parte de su libro Back Pocket God se centra en aquellos que no han abandonado la fe y que, de hecho, podrían estar aumentando su nivel de compromiso. Háblenos un poco de lo que usted llama la “categoría alta estable”.

Hay un grupo de jóvenes que son religiosos o están comprometidos con su fe, siguen asistiendo regularmente a la iglesia y para los cuales la fe forma parte de su identidad. Y ese grupo parece ser estable a lo largo del tiempo.

Cuando decimos que su compromiso va en aumento, hay dos explicaciones para ello. La primera es lo que llamamos “desgaste”, es decir, la eliminación gradual de aquellos que formaban parte de este grupo al comienzo del estudio, pero que estaban menos comprometidos con su religión desde el principio. Así que, como grupo, parecen más religiosos porque se ha extraído a los individuos menos religiosos de ese grupo. Eso es sin duda parte de lo que ocurre, que el grupo en sí puede ser más pequeño, pero es porque se trata del núcleo comprometido.

También parece haber evidencia de que los que permanecen en ese núcleo comprometido se vuelven más comprometidos. A medida que pasan de la adolescencia a la edad adulta —y ese era precisamente el título del segundo libro: Una fe propia— tienen que pasar por este proceso de hacer suya esta fe. Deben preguntarse: “¿La mantengo o no?” Así que, con el tiempo, esa religión se va integrando en sus vidas.

Así que, debido a estas dos cosas, cuando comparamos a los protestantes evangélicos comprometidos de la cuarta ola (la última fase del estudio) con los protestantes evangélicos comprometidos de la primera ola (la primera fase del estudio), vemos ligeros aumentos en aspectos como la importancia de la fe y la creencia en Dios y ese tipo de cosas.

Parece que hay una especie de vacío en la parte de en medio del espectro. Así que cuando los cristianos nominales se van, los que permanecen en la iglesia están en el extremo superior del compromiso religioso.

Sí. Diré que no quiero exagerar esa historia, en cierto sentido, pero creo que es cierto. Yo no diría que eso significa que esas personas son apasionadas en su fe. Hay algunos, pero creo que el estándar ha bajado para todos.

Siguen en la parte de hasta arriba. Los que no se han ido están comprometidos. Dentro de ese grupo, hay un pequeño segmento para el que la fe es la fuerza motriz de sus vidas, y siguen profundizando en ella y por lo tanto se está convirtiendo cada vez más en un foco de atención para ellos.

Pero para la mayoría de las personas que permanecen en la iglesia, hay un aspecto instrumental en su compromiso religioso. El compromiso puede estar impulsado por el fervor religioso, pero más a menudo parece ser impulsado por la idea de “Esta es la vida que quiero vivir” o “La fe facilita la vida que he elegido”. Para algunos, forma parte de un paquete de vida más amplio. Es muy similar a la idea del “sueño americano”, y la religión es solo una parte del paquete. Pero dicho esto, están comprometidos con su fe debido a que están comprometidos con ese paquete.

Hay algo de pragmatismo en ello. Y el estándar es más bajo, así que los que están en el extremo estable alto siguen operando en un nivel más bajo que lo que habríamos esperado hace 20 o 30 años. ¿Cierto?

En términos de participación en la religión organizada, sin duda alguna las expectativas son más bajas para este grupo. Creo que comparativamente también. Hoy no existe la expectativa de que la gente esté en la iglesia cada vez que se abren las puertas, ni tampoco de ser muy activo en una congregación religiosa. Ese tipo de cosas.

Acabo de leer una cita del libro que dice: “Los informes de no asistir nunca a servicios religiosos han aumentado 33 puntos porcentuales en diez años, pasando del 18 % de la muestra en 2003 al 51 % de la muestra en 2013”. Eso es una notable caída en la asistencia a la iglesia.

Es correcto. Cuando miramos a todos los demás indicadores, no hay ese nivel de cambio. Es en la asistencia donde vemos el mayor cambio. Incluso yo, que he seguido este estudio de principio a fin, cuando vi ese 51 %, lo volví a calcular porque estaba segura de que no era correcto. Pensé: “Es enorme”. El 51 % de nuestra muestra nunca asiste a servicios religiosos. Eso significa que, básicamente, la mitad de todos estos jóvenes nunca han puesto un pie dentro de una congregación religiosa. Lo que por un lado no es tan sorprendente, pero es un cambio enorme, del 18 % al 51 % en diez años. Es dramático.

Es realmente dramático. Refleja el vaciamiento de la parte de en medio del que hablaba, pero desde el otro extremo del espectro.

Sí, hay un gran aumento de los que nunca asisten, y esos que nunca asisten provienen de las categorías de asistentes esporádicos. Los asistentes semanales se redujeron casi a la mitad, pero el mayor cambio se produjo entre los que nunca asisten.

A lo largo de los diez años de este estudio, se ha visto una correlación entre la asistencia a la iglesia y la importancia de la fe en la vida diaria.

Sí, hay una relación entre ambas cosas, si bien no son totalmente independientes la una de la otra. Y creo que es un tanto deshonesto pensar: “Está bien, esta generación puede alejarse de la religión organizada, pero seguirá teniendo esta vibrante vida espiritual interna”. No es así. Eso no está sucediendo. Puede que en las encuestas digan que Dios es importante para ellos, pero en la práctica diaria, formar parte de una comunidad religiosa es importante para desarrollar una vida espiritual cultivada.

Las prácticas y las perspectivas van juntas.

¿Qué significa esto para los líderes de opinión, los padres y los pastores?

Bueno, tal vez tengamos que reimaginar cómo debería verse la participación en la iglesia. Creo que nos estamos moviendo hacia la postura de “Si construyes un templo, ellos vendrán”. Pero eso no es verdad. Los jóvenes no están asistiendo. Y eso es importante.

La otra cara de la moneda es que hay una ventana de oportunidad. No se oponen a involucrarse, no se oponen a la fe y no se oponen a la religión. Hay escepticismo sobre la iglesia, pero no hay mucha animosidad hacia la iglesia. Así que lo que dijimos cuando eran jóvenes fue: “No renuncies a involucrarlos: ellos están dispuestos a comprometerse”.

No se trata de un grupo de jóvenes que ha dicho: “¿La iglesia? No quiero tener nada que ver con ella”. Más bien es que no está en la parte superior de su lista de prioridades. Por lo tanto, incluso cuando no están asistiendo o no están realmente comprometidos, hay una oportunidad de que vuelvan a involucrarse a ese nivel.

Lo que vemos es que la gente está pasando a la categoría de “no asistir nunca” o “no ser religioso en absoluto”, pero eso no ocurre de la noche a la mañana. Por lo tanto, hay un intervalo de tiempo en el que ya no participan regularmente, pero siguen estando abiertos a la religión.

Los adultos emergentes que has estudiado pueden declarar una lealtad a la fe, pero ¿pueden argumentar acerca de creencias doctrinales específicas?

En realidad no, pero para ser justos, los adultos tampoco pueden hacerlo.

Es cierto.

Hemos dicho desde el principio: “Aquí están todos nuestros hallazgos, pero por favor, noten que no estamos tratando de juzgar a este grupo de personas”. No creemos que sean los únicos que carecen de capacidad argumentativa. Ellos simplemente son el grupo de edad que estudiamos.

En la primera ronda del estudio, recibimos respuesta de la gente diciendo: “Bueno, tienen entre 13 y 17 años, por supuesto que no pueden presentar argumentos acerca de su fe”. Pero no parece tratarse de capacidad cognitiva. No parece ser por la edad. A medida que crecen, no se vuelven más elocuentes sobre su fe.

No parece que consideren como algo importante tener la capacidad de presentar argumentos para sustentar su fe. Sus respuestas son lo suficientemente buenas para ellos. Cada pocos años nos acercamos los jóvenes y les pedimos que expliquen su fe, pero aparte de eso, nadie les pide que presenten argumentos. Así que la capacidad de sustentar la fe con argumentos es algo que no hemos visto cambiar significativamente con el tiempo.

Teniendo en cuenta esta incapacidad para presentar argumentos doctrinales, ¿qué medidas compensatorias recomienda, si es que hay alguna?

En parte depende del contexto. No sé si la solución es diferente a lo que decíamos hace diez años, que es que esto es como una segunda lengua y se aprende por inmersión. Así que si no forma parte de lo que ocurre en nuestras congregaciones, y de lo que ocurre en nuestros hogares, con sus padres, si no están escuchando este idioma de forma regular, entonces no es algo que se pueda enseñar simplemente en una clase de catecismo o como algo independiente.

Es necesario formar parte de la cultura del grupo religioso para que lo puedan aprender. No estoy seguro de que sea efectivo decir: “Hagamos una capacitación o demos clases adicionales, o algo parecido”. Creo que tiene que formar parte de la cultura de la tradición religiosa. Y por cultura, me refiero a la cultura de la iglesia, pero también a la de la familia: la forma en que los padres hablan acerca de su fe.

Su colega Christian Smith acuñó este concepto, ahora bien conocido, de “deísmo terapéutico moralista”. ¿Cree que el concepto es más conocido ahora que hace diez años?

Lo vemos en la cuarta ola del estudio. De hecho, lo llamamos “deísmo terapéutico moralista 2.0”. En su concepción original, la idea es que Dios es como un mayordomo: hay un ser divino ahí afuera, y cuando lo necesito puedo tocar el timbre y llamar a sus servicios, y el objetivo de la vida es ser feliz. Pero ahora ha habido un cambio. La parte del deísmo se ha reducido un poco, y a eso se refiere el título del libro. Pasamos de Dios como mayordomo divino a Dios en mi bolsillo trasero, y el papel de Dios se ha vuelto aún más comprometido.

Así que creo que esos impulsos siguen ahí, con el papel de Dios reducido aún más a “solo cuando lo necesito”, o “cuando me es útil”. Es una perspectiva mucho más instrumental. Pero no creo que el cambio sea dramático; creo que es sólo una transformación de ese concepto original.

¿Y qué hay de la relación adyacente entre la iglesia y la plaza pública, entre la fe y la práctica de la fe en la política?

Cuando oigo a los adultos jóvenes hablar de la religión organizada y de la iglesia, les oigo decir: “Bueno, están como fuera de juego en todas estas cuestiones que son importantes para mí”. Y en ese bajo nivel en el que están comprometidos, no veo realmente que la religión los haga diferentes. En algunos casos, los empeora. Puedo ser una buena persona, puedo amar a mi prójimo, puedo ser hospitalario y puedo aceptar a otras personas. Puedo hacer todo esto sin religión”.

Así pues, existe la sensación de que la religión está fuera de contacto, o cuando menos no es realmente distinta. La cuestión es: ¿Cómo podemos abordar esos temas que son importantes para ellos de una manera distintiva, pero no que no los empuje hacia el aislamiento?

Es un gran enigma que los líderes de la iglesia y los padres deben analizar.

Sí. Tenemos que enfrentarnos a dos preguntas difíciles: ¿Qué puede ofrecer la iglesia que los adultos emergentes no puedan conseguir en ningún otro sitio? ¿Y cómo pueden tomar lo que la iglesia tiene que ofrecer sin que los separe del mundo en el que quieren participar?

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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