Lee el Salmo 110
Una vez escuché a alguien decir que si uno pudiera entrar en un agujero negro y alcanzar el horizonte de un suceso, uno podría ver el pasado y el futuro simultáneamente. Por mucho que me he esforzado por comprender esto, todavía no lo consigo. Mis conocimientos en física son limitados; sin embargo, sí entiendo lo que significa contemplar mi pasado o tratar de vislumbrar mi futuro.
Por lo general, esto causa problemas. Mirar con frecuencia al pasado lleva al lamento, la vergüenza o la depresión con respecto a lo que pasó y no puede ser cambiado. Mirar al futuro a menudo lleva a la preocupación, temor o ansiedad sobre lo que puede suceder. La razón por la que pasa esto, me parece, es que mi mirada está enfocada solo en mí mismo. Por el contrario, Cristo nos llama a quitar los ojos de nosotros mismos y a mirarlo a Él. Durante la temporada de Adviento, recibimos la invitación a mirar hacia el pasado a lo que Cristo ya hizo, a la vez que miramos a la esperanza futura de lo que hará cuando regrese.
David tenía sus ojos fijos en Cristo cuando compuso el Salmo 110. En las primeras líneas, Dios le habla a alguien que David llama «mi Señor». En otras palabras, Dios está hablando con el Rey del rey David. Este Rey de reyes es nuestro Salvador, Jesucristo (Hechos 2:34–36). El salmo pinta un retrato de Cristo como el vencedor sobre los enemigos de Dios, como el gobernador de las naciones, poderoso, vibrante y justo. Y como si esta imagen no fuera magnífica en sí misma, el salmo le agrega otra capa: Cristo es también sacerdote según el orden de Melquisedec. El autor de la carta a los Hebreos explica por qué esto es tan significativo: «[Melquisedec] no tiene padre ni madre ni genealogía; no tiene comienzo ni fin, pero, a semejanza del Hijo de Dios, permanece como sacerdote para siempre» (Hebreos 7:3). Cristo es un sacerdote eterno que, a diferencia de los sacerdotes levitas del Antiguo Testamento, es un mediador perfecto y constante: un intercesor y defensor entre Dios y su pueblo.
En este poema, David nos invita a fijar nuestros pensamientos, afectos y deseos en una visión del rey sacerdote Jesucristo. Cuando miramos al pasado y contemplamos el nacimiento, vida, sufrimiento, crucifixión, resurrección y ascenso de Cristo, dejamos de ver nuestro lamento, vergüenza y depresión. Cristo es rey: Él tiene el poder para asegurarse de que no haya nada que hayamos experimentado o hecho que Dios no use para bien (Romanos 8:28). Cristo es nuestro sacerdote: toda nuestra culpa y vergüenza han sido resueltas en la cruz. Más que eso, Cristo conquistó la muerte y el Espíritu Santo que lo devolvió a la vida mora en nosotros y nos da vida nueva para el futuro. Nuestras preocupaciones, temores y ansiedades son puestos en la perspectiva correcta cuando miramos a Cristo y recordamos que así como Él vino una vez, volverá de nuevo para acabar con la maldad, hacer justicia y salvar a su pueblo.
Para un salmo repleto de imágenes de violencia —enemigos puestos por estrado, reyes aplastados y cadáveres amontonados en las naciones—, David culmina con un tono sorprendentemente pacífico. En medio del juicio a las naciones, el rey sacerdote se detiene para descansar un momento. La imagen final que David nos muestra es de Cristo haciendo una pausa para tomar agua fresca de un arroyo, para finalmente levantar su cabeza (v. 7). Su pausa indica que el fin de todas las cosas aún no está cerca. Permanecemos en nuestro tiempo presente —digamos, el horizonte del suceso— entre la primera y la segunda venida de Cristo. En lugar de contemplar obsesivamente nuestro pasado o futuro, a través de este salmo, Cristo nos invita a mirarlo a Él y encontrar perdón, identidad, paz, seguridad y esperanza en lo que Él hizo por nosotros en el pasado, y en lo que hará cuando regrese en el futuro para establecer su reino como sacerdote y rey, una vez y para siempre.
Andrew Menkis es profesor de teología. Su poesía y prosa han sido publicadas en Modern Reformation, Ekstasis, The Gospel Coalition y Core Christianity.