Ideas

En Daniel, la escritura en la pared es tan clara como misteriosa

Columnist; Contributor

La advertencia de cuatro palabras es sencilla en apariencia. Pero, bajo la superficie, se esconden varias capas de significado.

Detalle de El festín de Belsasar de Rembrandt.

Detalle de El festín de Belsasar de Rembrandt.

Christianity Today November 19, 2024
Wikimedia Commons / Editado por CT

Una de las historias más conocidas de las Escrituras es también una de las más desconcertantes. Casi todo el mundo en Occidente ha oído el modismo «la escritura en la pared», ya sea que hayan leído el libro de Daniel o no.

Mucha gente utiliza la frase en el lenguaje común. Los visitantes de la Galería Nacional de Londres pueden contemplar el cuadro de Rembrandt, El festín de Belsasar, con su representación de un rey aterrorizado y una escritura milagrosa. Muchos habrán escuchado el tema musical «Writing’s on the Wall» de Sam Smith, canción que da título a una reciente película de James Bond, o el álbum de la banda Destiny’s Child con un nombre casi idéntico. Yo he visto las palabras Mene, Mene, Téquel, Parsin (Daniel 5:25, NVI) citadas en todo tipo de lugares extraños, incluido un libro de marketing de superventas.

A primera vista, la historia es bastante sencilla. Cuatro enigmáticas palabras de escritura divina aparecen mientras el rey babilonio Belsasar celebra un banquete con vasos robados del templo de Jerusalén, y Daniel llega a la escena para explicar lo que significan las palabras: Belsasar está a punto de ser derrocado por los medos y los persas.

Sin embargo, el significado de la escritura —como el Libro de Daniel en su conjunto— es complejo y misterioso, lleno de juegos de palabras, números y cambios de lenguaje. Interpretarlo requiere una combinación de comprensión y espiritualidad, como señala la reina que aparece en este capítulo (vv.10-11). Podríamos llamarlo «hermenéutica daniélica».

Podemos empezar por el nivel más literal. Cada palabra es un término de peso y medida en arameo. Téquel es un siclo, una moneda de plata de unos diez gramos que servía como unidad monetaria básica en Israel. Mene es una mina, familiar para los lectores del Evangelio de Lucas, que valía 60 siclos en Babilonia. Y peres («mitad») es probablemente media mina, que pesa 30 siclos. Si leemos estas palabras como sustantivos, obtenemos medidas de peso, que suman 91 siclos.

Como era de esperar, Belsasar se aterroriza por la escritura y queda perplejo ante su posible significado. ¿Cuál es el significado de las cifras numéricas que aparecen en las palabras? (Volveremos sobre ello más adelante).

Sin embargo, Daniel interpreta las palabras no solo como sustantivos, sino como verbos. «Mene: Dios ha contado [menah] los días de su reino y les ha puesto un límite. Téquel: Ha sido puesto en la balanza [teqal] y no pesa lo que debería pesar. Peres: Tu reino ha sido dividido [peras] y entregado a medos y persas [paras]» (vv. 26-28).

Las dos primeras palabras tienen un doble significado: un peso numérico y una advertencia de juicio. La última palabra tiene un triple significado: un peso, una advertencia y una predicción específica de que los medos y los persas (paras) heredarán el reino (cosa que no tardarían en hacer). Un cuarto significado de esta palabra final —que el reino de los persas (paras) será a su vez dividido (peras) con los medos— se cierne en el trasfondo.

Después de pasar de los sustantivos a los verbos, el siguiente elemento a considerar son los números. Recordemos que el peso combinado de las medidas, por algún motivo, es de 91 siclos. Pues bien, en la interpretación de Daniel hay 91 palabras arameas. Y basándonos en la costumbre hebrea de asignar valores numéricos a las letras, Elohim, la palabra hebrea para Dios, arroja una cifra de 91. 

Es poco probable que se trate de una coincidencia. Esto sugiere que en el pasaje hay un juego de números combinado con un juego de palabras. En el libro de Daniel en su conjunto, números como 3 1⁄2, 7, 70 y 2300 desempeñan papeles significativos en las enigmáticas profecías del libro. Teniendo en cuenta estos patrones simbólicos, también podríamos considerar una posible conexión entre un siclo, dos minas y media mina y «un tiempo, tiempos y medio tiempo», una frase misteriosa que aparece dos veces en los últimos capítulos de Daniel (7:25; 12:7).

Una capa más del enigma puede ser un trozo de antiguo sarcasmo arameo, dirigido directamente al propio Belsasar. En el sueño de Daniel 2, Nabucodonosor era el gran rey de Babilonia, representado por una cabeza de oro, y Ciro el Grande era el gran rey de Persia, representado por una cabeza de plata. Pero no se menciona a Belsasar, que se interponía entre estos gigantes y era una figura muy menor en comparación.

La escritura en la pared dice lo mismo. Hay un rey «mina» de peso (Nabucodonosor de 60 shekel), y un rey «media-mina» de bastante peso (Ciro de 30 shekel). Pero entre ellos hay un peso pluma de un shekel que estará muerto al final de la noche. Como le dice Daniel a Belsasar, «usted… no se humilló… Por el contrario, se ha opuesto al Señor del cielo» (5:22-23). Y todos sabemos lo que les ocurre a los reyes que hacen eso.

A veces, leer las Escrituras es como ver una película de Christopher Nolan. Cuando ves por primera vez la película El gran truco [The Prestige] o lees el Libro de Daniel, captas la idea principal, pero los detalles más sutiles y los significados triples se te escapan. Sin embargo, cuando sigues mirando, encuentras todo tipo de sabiduría y creatividad acechando bajo la superficie, que refuerzan el punto principal e iluminan su significado. El capítulo cinco de Daniel plantea a los lectores la pregunta que constituye el núcleo de la hermenéutica daniélica: ¿Estás observando atentamente?

Andrew Wilson es pastor en la iglesia King’s Church de Londres y autor de Remaking the World: How 1776 Created the Post-Christian West.

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