¿Cómo pueden los cristianos ganar mayor respeto y credibilidad en la comunidad científica?
Para la investigadora en ciencias sociales Lorena Brondani, el primer paso para que los cristianos sean escuchados en la ciencia es producir investigación y trabajos académicos de primer nivel. «Así, cuando en la conversación salga el tema de Dios, te escucharán, porque te habrás convertido en una voz confiable en tu ámbito», dice.
Puede parecer obvio, pero no lo es, especialmente en América Latina. Hoy en día, en los países de habla inglesa existe amplia literatura y todo un campo académico de estudio en torno a la relación entre la ciencia y la fe. No obstante, no puede decirse lo mismo de América Latina, donde la mayoría de las universidades tienen un marcado carácter secular, y muchos cristianos las siguen viendo con recelo por ser el espacio donde muchos jóvenes se han alejado de la fe.
«En muchas iglesias, el trabajo académico puede sentirse como un área gris en la que la fe corre peligro», dice Brondani, quien actualmente busca obtener su grado de doctorado en Comunicación Social de la Universidad Austral de Buenos Aires en materia de Ciencia y Religión.
Recientemente, Brondani publicó su libro Auténticas: Diálogos con mujeres académicas, seguidoras de Jesucristo. El libro se centra en seis académicas latinoamericanas que, como Brondani, están profundamente comprometidas tanto con su investigación como con su fe. Recientemente, Brondani conversó con Christianity Today sobre los retos, logros y áreas de oportunidad que emergen al vincular estas dos esferas.
Esta entrevista ha sido editada y recortada por motivos de claridad.
¿Por qué decidiste escribir sobre las mujeres cristianas en el mundo académico?
Había leído muchas biografías sobre académicos cristianos, pero siempre me llamó la atención que la mayoría eran de Estados Unidos o Europa, no de América Latina, y que el material que encontraba solo estaba disponible en inglés. Así que en parte quería hacer algo para cambiar esta realidad.
Por otra parte, en el libro busco hacer una invitación a ver la universidad como campo misionero, y a ver el trabajo académico como un ministerio en el que podemos ser testigos de Cristo. Uno de mis objetivos es mostrar que tanto enseñar en un entorno universitario como hacer investigación contribuyen al reino de Dios, porque la universidad es un lugar donde se forma el pensamiento.
Trabajar en este campo como creyente en América Latina puede ser a veces muy desafiante, pero es un espacio estratégico, así que debemos perseverar. Es muy importante ser un buen académico, un buen profesor y un buen investigador dentro de nuestras áreas de estudio. Así, cuando en la conversación salga el tema de Dios, te escucharán, porque te habrás convertido en una voz confiable en tu ámbito.
Este libro también se centra de manera especial en las mujeres. Las seis mujeres que entrevisté comparten sus testimonios de lo que significa ser académica y cristiana en universidades laicas, tanto públicas como privadas, a nivel de posgrado en Argentina. Se trata de un ámbito donde hay muy pocas mujeres evangélicas.
¿Qué les dirías a los cristianos que intentan disuadir a otros cristianos de elegir una carrera académica porque no creen que sea un ambiente que tenga que ver con Dios?
El debate entre ciencia y religión tiene al menos dos mil años. De hecho, ahora existe toda una disciplina académica en torno a este tema. La Universidad Austral, donde estoy ahora, ofrece estudios especializados en la materia. También hay todo un campo académico dedicado a este tema en Estados Unidos, con destacados investigadores como Francis Collins en BioLogos.
En muchas iglesias quizá se tenga la impresión de que las universidades son lugares donde la fe está en peligro. Pero a medida que he ido avanzando en mis propios estudios, cada vez puedo entender más que la ciencia y la religión no se oponen. No debemos ver la universidad como un lugar donde Dios está ausente, o al que hay que llevar a Dios. Tenemos que compartir el Evangelio con otras personas ahí, por supuesto, pero por otra parte, también es cierto que la universidad es un ámbito donde Dios ya está presente, porque Él creó el conocimiento.
La pregunta que debemos hacernos es si la universidad está o no sujeta a la cruz de Cristo, si está o no sujeta a la gracia y a la redención. Por eso es clave que los creyentes veamos nuestro trabajo en la universidad o en otras instituciones académicas, ya sea enseñando o investigando, como un campo de misión; que veamos el trabajo académico como un servicio al reino de Dios.
Una de las cosas que he estado aprendiendo en los últimos años es ese versículo que nos llama a amar a Dios con toda nuestra mente. Siempre hablamos de «amar a Dios con todo tu corazón y con todas tus fuerzas», pero a veces olvidamos que también hemos sido llamados a amar a Dios con nuestras mentes. Esto significa que estamos llamados a pensar desde la fe. El Evangelio es esencialmente transformador, y si tenemos una mentalidad cristocéntrica y bíblica, podemos llevarlo a cualquier terreno. Una vez que lo hacemos, Dios es el que entra y fluye; nosotros somos simplemente los vasos, los canales.
Un versículo que me ayudó a romper mis propios prejuicios al pensar en la fe dentro de la academia fue 1 Corintios 9:22, cuando Pablo dice: «Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles» (NVI). Mi primer reto fue decir, parafraseando a Pablo: «Entre los intelectuales, me hice intelectual, para ganar a los intelectuales». Así pues, hay que hacer ciencia, hay que producir conocimientos y estar a la altura de poder hablar en el lenguaje que hablan los intelectuales, y eso requiere un llamado. Y cuando Dios llama, Dios provee.
¿Cómo animarías a los jóvenes a buscar una carrera en el mundo académico?
Los cristianos a veces nos sentimos cómodos sirviendo en el ámbito eclesiástico porque nos sentimos protegidos. Pero tenemos que estar presentes en otros ámbitos como la política, los medios de comunicación y el mundo empresarial. Para ello, necesitamos descubrir qué talentos y dones nos ha dado Dios a cada uno de nosotros. Independientemente del camino que queramos seguir, esta elección tiene que hacerse a la luz de un llamado, a la luz de las Escrituras y a la luz de la revelación de Dios para la vida de cada uno de nosotros.
En el libro abordas los temas de la soltería, el divorcio y la maternidad, y las perspectivas tan diferentes con las que se entienden en los ámbitos académico y eclesiástico. ¿Por qué crees que es importante hablar de ello?
Me parece que el tema de la soltería y la Iglesia debe abordarse desde diversas perspectivas. Hay muchas personas que son solteras por elección, y muchas otras que, por el contrario, no quieren seguir siéndolo y están sufriendo.
Creo que si se toma una decisión, debe ser una decisión consciente, pero no creo que sea bíblico seguir el mandato que prevalece en nuestra cultura con respecto a casarse y tener hijos a cierta edad. Casarse o no casarse, tener hijos o adoptarlos, son decisiones que siempre hay que meditar y sobre las que hay que orar profundamente.
De hecho, en algún momento yo misma me pregunté si mi llamado era forjar una carrera académica o si quería tener hijos, como si se tratara de una decisión excluyente. Me sentía culpable y me reprochaba no haber elegido ser madre porque trabajaba mucho. En el libro realmente quería explorar cómo una vocación académica es compatible con la fe cristiana y la maternidad, especialmente teniendo en cuenta que la edad en la que las mujeres pueden construir sus carreras coincide con la edad reproductiva, entre los 25 y los 44 años.
He llegado a comprender que en el matrimonio y la familia hay temporadas en las que debemos apoyarnos mutuamente. Durante un tiempo, mi esposo me apoyó y se ocupó del hogar para que yo pudiera dedicarme a estudiar. Creo que es un milagro que hoy tenga las tres cosas: investigación, familia y maternidad. Dios me mostró esta visión integral de que nuestro hacer no está separado de nuestro ser y pensar.
¿Crees que es necesario que las iglesias comprendan mejor los dones que Dios le ha dado a las mujeres investigadoras? ¿Cómo crees que podría suceder esto?
Creo que la invitación del libro va en sentido contrario: necesitamos partir de las historias personales. A veces decimos «la iglesia». Pero cuando decimos «la iglesia», yo pienso en mi iglesia, vos pensás en la tuya, y la realidad es que son iglesias diferentes. Así que la respuesta será diferente según el contexto.
Estamos hablando de iglesias evangélicas, pero estas iglesias son muy ricas y variadas según el contexto y la realidad a la que responden.
Es muy valioso cuando los pastores pastorean a su rebaño, siendo pacientes y caminando con ellos. Creo que estos líderes deben escuchar a hombres y mujeres, conocerlos y respetar sus llamados individuales. Debemos evitar la visión que pretende forzar a las mujeres a tener un ministerio en la maternidad o dentro de la iglesia. Estos argumentos han hecho que muchas mujeres se sientan culpables.
He descubierto que es posible conciliar el matrimonio, la maternidad y una carrera como académica, pero es necesario contar con un equipo de apoyo. No se trata de ser una mujer maravilla ni de pretender poder hacerlo todo. Se trata más bien de escuchar la voz de Dios para identificar nuestro llamado y ser fieles al poner en práctica los talentos específicos que Dios nos ha dado.