El 5 de mayo, los panameños votarán para elegir a su nuevo presidente. El resultado de estas elecciones puede tener consecuencias para mucho más que sus 4.4 millones de residentes: podría cambiar la realidad migratoria de los cientos de miles de personas procedentes de Sudamérica, Asia y África que pasan por el país centroamericano en su camino a Estados Unidos.
Lidera las encuestas José Raúl Mulino, candidato de Realizando Metas, un partido populista de derecha fundado por el expresidente Ricardo Martinelli, quien recientemente fue sentenciado por lavado de dinero. Mulino ha prometido cerrar el paso en el Tapón del Darién, una densa zona selvática que los inmigrantes deben atravesar para entrar en Panamá tras cruzar la frontera con Colombia.
«Vamos a cerrar el Darién y vamos a repatriar a cada una de estas personas, respetando sus derechos humanos», declaró Raúl Mulino en abril.
Para muchos panameños, antes de 2022 no había crisis migratoria. Después de pasar por el Tapón del Darién, los migrantes atravesaban el país en autobuses del gobierno hasta la frontera con Costa Rica. Pero después de que un cambio en la política migratoria estadounidense enviara a muchos de vuelta a Centroamérica hace un par de años, cientos se han trasladado desde entonces a la Ciudad de Panamá y a un puñado de pequeñas ciudades. Los residentes han empezado a acusarlos de la delincuencia y de saturar sus sistemas de saneamiento.
Aunque los evangélicos se han mantenido en gran medida al margen, muchos líderes dicen que deberían haber hecho más.
«La iglesia no ve el problema de los refugiados como un problema propio», afirma el misionero panameño Robert Bruneau, líder regional de United World Mission. «Creen que es algo que debe hacer el Estado y no son conscientes de la gran oportunidad que tienen de servir con gracia y honor a un portador de la imagen de Dios».
Un viaje traicionero
Con su terreno rural montañoso y el control que ejercen desde hace tiempo las pandillas colombianas, el Tapón del Darién es uno de los pasos más traicioneros del arduo viaje que emprenden los migrantes que se dirigen al norte. Pocas comunidades habitan sus pantanos y selvas, lo que hace que sea una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo.
Los inmigrantes comenzaron a atravesar la región en la década de 1990, cuando los ciudadanos colombianos empezaron a utilizar la selva para escapar de los grupos guerrilleros y huir hacia Panamá u otros destinos. En la década de 2000, los venezolanos comenzaron a atravesar Centroamérica y el Tapón del Darién en busca de refugio en Estados Unidos a través de la frontera con México. Desde 2014, más de 7 millones han salido del país. Hoy en día, migrantes de lugares tan diversos como Eritrea, Kirguistán, Haití, Nepal y China (que primero vuelan a Colombia o Brasil) usan la misma peligrosa ruta.
En 2011, menos de 300 migrantes cruzaron la frontera entre Colombia y Panamá de forma irregular. El año pasado, la cifra aumentó a 520 000. Tan solo entre enero y abril de este año, más de 135 000 migrantes irregulares han entrado en Panamá. Además, unos 120 000 niños cruzaron el Tapón del Darién el año pasado, muchos sin el acompañamiento de un adulto, y aproximadamente la mitad del total siendo menores de cinco años.
Los supervivientes que logran atravesar la selva llegan a campamentos establecidos por el gobierno panameño, a menudo con problemas de salud debidos al esfuerzo extremo, la desnutrición o enfermedades transmitidas por mosquitos o agua contaminada.
World Vision es una de las pocas organizaciones cristianas que atienden a los migrantes que pasan por el Tapón del Darién y trabaja con las iglesias para proporcionar alimentos, ropa, seguridad y orientación jurídica a quienes atraviesan la región.
«[Estas personas] no emigran por elección», dijo a CT Mishelle Mitchell, portavoz de World Vision para América Latina y el Caribe. «Huyen del hambre, la guerra y la pobreza, y merecen el derecho a ser respetados».
Nadie los ve, nadie los oye
Tras recuperarse en los campamentos, el gobierno ofrece a los migrantes dos formas de continuar su viaje: por unos 40 dólares estadounidenses, pueden viajar en autobuses privados hasta la frontera con Costa Rica; por 80 o 90 dólares pueden llegar hasta la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. El viaje, que dura menos de un día, evita que los migrantes viajen a pie, algo habitual en la mayoría de los países centroamericanos. También los mantiene en gran medida fuera de la vista y de la conciencia colectiva, dice Gustavo Gumbs, un pastor evangélico que comenzó a trabajar con migrantes hace casi una década.
«La iglesia no había despertado al problema de los refugiados», afirma. «Incluso hoy hay quienes no son conscientes de los migrantes o no se movilizan para ayudarlos».
Los evangélicos representan el 22 % de la población del país, frente al 65 % de los católicos. Pero más de una docena de organizaciones católicas trabajan en la región del Darién, lideradas por Cáritas, el brazo internacional del Vaticano para los derechos humanos, la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible.
En una carta de marzo este año, el papa Francisco se dirigió a un grupo de migrantes que se reunieron con obispos y autoridades locales en Lajas Blancas, una ciudad cercana al Tapón del Darién, buscando encontrar un terreno común con ellos como hijo de migrantes italianos que fueron a Argentina «en busca de un mejor porvenir».
«Hermanos y hermanas migrantes, no se olviden nunca de su dignidad humana», escribió. «No tengan miedo de mirar a los demás a los ojos, porque ustedes no son un descarte, sino que también forman parte de la familia humana y de la familia de los hijos de Dios».
Gumbs creó la Fundación de Asistencia a Migrantes (FAM) cuando sintió que tenía la responsabilidad cristiana de ayudar a quienes veía que estaban en necesidad en Ciudad de Panamá.
«Tuvimos una explosión en el número de migrantes», dijo. «El gobierno admitió que no podía atender a todos».
En 2016, comenzó a recolectar de las iglesias donaciones de alimentos, ropa y artículos de higiene para llevar a los migrantes en Darién. Actualmente, más de 100 voluntarios viajan todos los días a la región para ayudar a los migrantes.
Durante años, los campamentos y el sistema de autobuses de Panamá hicieron que pocos migrantes interactuaran con la población local. Sin embargo, en 2022, los migrantes empezaron a regresar a otros países latinoamericanos tras el cambio en la política estadounidense. Muchos de ellos llegaron a Ciudad de Panamá.
«De repente, teníamos diez mil personas que alimentar», dijo Gumbs, quien recolectó comida de las iglesias y donaciones de otros cristianos para pagar los boletos de avión de los migrantes que regresaban a casa.
«Por primera vez en muchos años, todas las denominaciones se unieron para hacer algo juntas en Panamá», afirmó.
El éxito de la iniciativa llevó al gobierno panameño a reconocer los esfuerzos de la FAM, que ahora participa en debates sobre migración con organizaciones reconocidas internacionalmente, como ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) y la Cruz Roja.
«Como dice Mateo 5:16, aunque no sean creyentes, dan gracias a Dios cuando ven las buenas obras que hacemos», dijo.
Aun así, los cristianos panameños saben que la suma de sus esfuerzos ha sido modesta.
«Somos un país pequeño. Lo que podemos hacer es insuficiente; es como intentar detener una hemorragia con una curita», dijo Roderick Burgos, líder evangélico de servicios sociales.
Para los panameños, la afluencia de inmigrantes es incómoda. Las ciudades cercanas a la frontera con Colombia, que antes eran pueblos tranquilos, se han convertido en centros de refugiados que esperan los autobuses. Los lugareños suelen cobrar a los migrantes tres o cuatro veces más por la comida, dice Gumbs. A pesar de que Darién alberga numerosas especies en peligro de extinción, como jaguares, guacamayos y tapires, la basura procedente de la circulación de personas está por todas partes, lo cual amenaza aún más a los animales y su hábitat.
En 2020, las autoridades panameñas culparon a los migrantes de haber provocado incendios en albergues en La Peñita, cerca de la frontera con Colombia, y en Lajas Blancas, junto a la frontera con Costa Rica. En marzo de este año, 44 migrantes fueron detenidos tras una pelea que dañó parte de un centro de asistencia en San Vicente.
«La población en general está muy molesta [por el paso de tanta gente por el Darién]», dijo Jocabed Solano Miselis, misionera sirviendo a los pueblos indígenas de Panamá. «No es xenofobia, es el agotamiento de los recursos locales».
Una nueva situación
La migración no será un tema prioritario para la mayoría de los votantes evangélicos panameños, la mayoría de los cuales ven una conexión más fuerte entre su fe y una agenda socialmente conservadora. Estas convicciones han llevado a un número creciente de ellos a presentarse como candidatos a la Asamblea Nacional de Panamá y al gobierno municipal.
«Durante muchos años, las iglesias y los cristianos se mantuvieron alejados de la política, buscaron servir como intercesores», dijo el pastor César Forero del Centro de Restauración Familiar Nueva Vida en Ciudad de Panamá.
Sin embargo, en 2014, el gobierno anunció una nueva ley de educación sexual, y los evangélicos creyeron que abriría la puerta para que las escuelas enseñaran mensajes relacionados con la agenda LGBT. En el transcurso de dos años, se formaron grupos de presión y los evangélicos se unieron a los católicos para organizarse en oposición.
«Pensé que si no había unas 10 000 personas en una marcha, la ley se aprobaría», afirmó Burgos. «Tuvimos cerca de 300 000 manifestantes».
Después de que el gobierno diera marcha atrás en 2016, los cristianos panameños descubrieron una fuerza política que nunca antes habían imaginado. En las últimas elecciones generales de 2019, los candidatos empezaron a identificarse públicamente como evangélicos.
Ahora, en 2024, «muchos de los aspirantes están proponiendo políticas a favor de la familia», dijo Forero. Esto incluye tratar de introducir la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo y abogar contra temas como el aborto y la eutanasia, ninguno de los cuales es legal en Panamá, y actualmente no hay propuestas que traten de legalizarlos.
En este sentido, Panamá ya cuenta con una de las legislaciones socialmente más conservadoras de América Latina. En febrero de este año, la Corte Suprema confirmó una decisión que afirmó que el matrimonio es entre un hombre y una mujer. En abril de este año, una coalición de organizaciones LGBTQ le pidió a los candidatos que firmaran un compromiso para ampliar los derechos de su comunidad, incluyendo el apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo. Siete de los ocho candidatos presidenciales se negaron a firmar el documento.
En la semana previa a las elecciones, la Alianza Evangélica de Panamá convocó un día de ayuno y oración el 1.º de mayo y pidió a los cristianos que juzgaran a los candidatos según varios criterios, entre ellos el temor a Dios, el historial de transparencia, la postura provida, la defensa de la familia tradicional, las soluciones concretas a cuestiones como la educación y el sistema de salud, la lucha contra la corrupción y el deseo de construir un país mejor. La corrupción, y los delitos relacionados con ella, parecen ser una de las principales preocupaciones de los votantes. El año pasado, el expresidente Martinelli, mentor del actual candidato Mulino, fue condenado a diez años de prisión por lavado de dinero.
En general, los evangélicos latinoamericanos suelen votar por candidatos de derecha, pero las encuestas públicas panameñas no incluyen una pregunta de afiliación religiosa, por lo que no está claro qué candidato recibirá más apoyo de los creyentes.
Sin embargo, para los cientos de miles de personas que cruzan la selva a pie, hay decisiones que son más urgentes, y los resultados de las urnas pueden marcar la diferencia.
«Creemos en la justicia de Dios, y la justicia tiene que ver con la dignidad de las personas, tanto de los ciudadanos como de los inmigrantes», dijo Solano Miselis.