Tim Keller, pastor de la ciudad de Nueva York que ministró principalmente a jóvenes profesionales urbanos y se convirtió en un ejemplo destacado de cómo un ministerio no beligerante y lleno de gracia es capaz de ganar una audiencia para el evangelio incluso en lugares improbables, falleció a los 72 años —tres años después de que se le diagnosticara cáncer de páncreas—.
Keller fundó y amplió una congregación evangélica reformada en Manhattan, lanzó una red de plantación de iglesias, cofundó The Gospel Coalition [Coalición por el Evangelio] y escribió varios libros de superventas sobre Dios, el evangelio y la vida cristiana.
Dondequiera que iba, predicaba sobre el pecado y la gracia.
«El Evangelio consiste en esto», dijo Keller una y otra vez: «Somos más pecadores y llenos de faltas de lo que jamás nos atrevimos a creer, pero al mismo tiempo somos más amados y aceptados en Jesucristo de lo que jamás nos atrevimos a esperar» [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].
Keller fue acusado con frecuencia —sobre todo en los últimos años— de acomodarse a la cultura. Rechazaba el antagonismo de la guerra cultural y la evangelización llevada a cabo con el enfoque de «irritar a los liberales». Con frecuencia fue acusado de poner demasiado énfasis en la «relevancia», y de diluir o incluso traicionar la verdad del cristianismo, motivado por un deseo inapropiado de ser aceptado socialmente.
Sin embargo, la idolatría fue un tema frecuente en sus prédicas y enseñanzas. Keller sostenía que los seres humanos son pecadores caídos y lo saben, pero no han comprendido que, en realidad, solo Jesús puede arreglar su situación y solo la gracia de Dios puede satisfacer sus anhelos más profundos.
En su iglesia de Manhattan, Keller le dijo a las élites culturales del país que adoraban a dioses falsos.
«Queremos sentirnos bellos. Queremos sentirnos amados. Queremos sentirnos importantes», predicó en 2009, «y por eso trabajamos tan duro, y ese es el origen del mal».
Keller le explicó a la revista New York que se trataba, en cierto modo, de un mensaje anticuado sobre el pecado. Pero muchas personas, cuando escuchan la palabra «pecado», solo piensan en cosas como el sexo, las drogas y quizá el robo. Sin embargo, la creativa clase moderna a la que intentaba alcanzar se veía acosada por muchos pecados más perniciosos que pugnaban por ocupar el lugar del amor de Dios en sus vidas.
La misión de la «relevancia» era identificar los ídolos que se apoderaban del alma de las personas. Y luego, decirle a esas mismas personas que podían ser libres.
La gente de Manhattan «había vivido toda su vida con padres, maestros de música, entrenadores, profesores y jefes que les decían que hicieran las cosas de una mejor manera, que fueran mejores, que se esforzaran más», reflexionó Keller en 2021. «Escuchar que Él [Dios] mismo había satisfecho esas exigencias de justicia y rectitud mediante la vida y la muerte de Jesús, y que ahora no quedaba ninguna condena para quien confiara en esa justicia, fue un mensaje asombrosamente liberador».
El propio Keller escuchó este mensaje cuando era estudiante universitario en Bucknell. Nació en septiembre de 1950, en Allentown, Pensilvania, hijo de William y Louise Clemente Keller. La familia asistía a una iglesia luterana. El joven Timothy asistió a clases de confirmación durante dos años, pero aprendió principalmente que la religión consistía en ser amable.
En 1968 comenzó sus estudios universitarios y se unió a la InterVarsity Christian Fellowship, en parte porque los cristianos parecían preocuparse por el movimiento de los derechos civiles. Pronto se convenció de que el cristianismo era verdadero y devoró las obras de los evangélicos británicos, especialmente John Stott, F. F. Bruce y C. S. Lewis.
En años posteriores, con frecuencia se refirió a Lewis como su santo patrón y citó sus argumentos para creer en Dios.
Tras concluir sus estudios de licenciatura en 1972, Keller fue al Seminario Teológico Gordon-Conwell. Allí conoció a una estudiante llamada Kathy Kristy, quien llegó a la fe leyendo a Lewis y mantuvo correspondencia con él hasta que Lewis murió cuando ella tenía 13 años. Keller y Kristy se enamoraron y se casaron justo antes de su graduación en 1975.
Keller se ordenó en la Iglesia Presbiteriana de América (PCA, por sus siglas en inglés), una denominación con unas 300 congregaciones que se había fundado dos años antes en Birmingham, Alabama. Aceptó la invitación a servir en una iglesia de Hopewell (Virginia), localidad situada al sur de Richmond, justo entre una prisión federal y el río James, mismo que había sido contaminado por el insecticida Kepone fabricado en Hopewell.
Como pastor novato a los 24 años de edad, Keller aprendió de sus errores.
«Así como le pasa a todo el mundo», declaró a la revista World, «… mis sermones eran demasiado largos, mis acercamientos pastorales con algunas personas no funcionaban; a veces era demasiado directo y otras no lo bastante [directo]. Puse en marcha nuevos programas que nadie quería. Pero como la congregación era tan comprensiva y cariñosa, pude cometer esos errores sin que nadie me atacara por ellos».
Keller aprendió a acortar sus sermones y a no lanzar programas no deseados. Y lo que es más importante, descubrió cómo fundamentar su trabajo pastoral en la confianza.
«Aprendí… a no construir un ministerio sobre el carisma del liderazgo (¡que de todas formas no tenía!) o la habilidad para predicar (que al principio no era tanta), sino sobre el amor pastoral a la gente y el arrepentimiento cuando me equivocaba», dijo. «En un pueblo pequeño, la gente te seguirá si confía en ti —en tu carácter— personalmente, y esa confianza tiene que construirse dentro de las relaciones personales».
Al cabo de nueve años, Keller abandonó Virginia y regresó a Pensilvania. Enseñó teología práctica en el Seminario Teológico de Westminster, centrándose especialmente en el tema de su tesis doctoral: el ministerio de los diáconos.
También empezó a trabajar para la PCA, ayudando en los esfuerzos de plantación de iglesias de la denominación. Sin embargo, cuando intentó reclutar a alguien para fundar una iglesia en Nueva York en 1989, fracasó.
Todas las personas a las que se dirigió lo rechazaron. Dijeron que era una mala idea.
«Casi todo el mundo me dijo que era una tontería», recordó Keller más tarde. «Manhattan era la tierra de los escépticos, los críticos y los cínicos. Y la clase media —el mercado convencional para una iglesia— huía de la ciudad a causa de la delincuencia y el aumento en el costo de vida».
Por supuesto, no todos podían permitirse huir. La huida de los blancos dejó atrás muchas iglesias urbanas vibrantes, que atendían a comunidades afroamericanas, asiático-americanas y latinas. La ciudad también atrajo a jóvenes blancos —ambiciosos, muy educados, aspirantes a líderes mundiales— que eran menos propensos que los demás a ir a la iglesia o a creer que el cristianismo tenía algo que ofrecer.
Keller y su esposa plantaron la Redeemer Presbyterian Church [Iglesia Presbiteriana Redentor] en Manhattan y empezaron a enfocarse en estos jóvenes.
Keller reflexionó sobre su propia experiencia de mudarse a Nueva York a los 40 años, y pensó en cuántos jóvenes habían tenido esa misma experiencia, provenientes de todo el país.
«En primer lugar, te sientes bombardeado por gente que es como tú, solo que mejor», dijo. «Puedes ser el mejor violinista de Hot Coffee en Texas, y te bajas del tren en Penn Station y, para tu horror, hay alguien ahí fuera pidiendo limosna, tocando el violín. Y es mejor que tú. Y eso te hace profundizar y practicar, practicar y practicar».
La segunda cosa que les ocurre a los recién llegados a Nueva York, dijo Keller, es que se ven golpeados por un tipo de diversidad que nunca podrían experimentar fuera de una gran metrópolis. Los recién llegados están rodeados cada día de personas que no piensan como ellos.
«Eso hace que, o bien te plantees lo que quieres hacer de mucho mejor forma de lo que lo habrías hecho antes», dijo, «o bien te hace incorporar nuevas ideas».
En la iglesia, Keller hizo ambas cosas. El núcleo de su misión y mensaje eran los mismos que en Hopewell, pero él y el personal también trabajaron para trasladarlos a un contexto diferente. Su directriz principal era «La iglesia de siempre no funcionará» y se repetían una y otra vez: «Los precedentes no significan nada».
La iglesia tuvo cierto éxito en su primera década. A finales de 1989, había una asistencia regular de unos 250 fieles. En otoño de 1990, la iglesia atraía a 600 personas, entre ellas algunos no creyentes que solo estaban interesados por lo que Keller tenía que decir.
El momento dramático que llevó a la iglesia Redeemer a la atención nacional se produjo después de que los atentados terroristas de 2001 destruyeran el World Trade Center.
El domingo siguiente a los atentados, más de 5000 personas acudieron a la iglesia. No cupieron todos, así que Keller prometió celebrar un segundo servicio. Cientos de personas volvieron. Para cuando la ciudad había vuelto a algo parecido a la normalidad, aproximadamente 800 personas se habían sumado a la asistencia semanal de Redeemer.
Keller y el personal de Redeemer empezaron a ayudar a otras personas que querían plantar iglesias en entornos urbanos. Para 2006, Redeemer tenía 16 congregaciones filiales dentro de la PCA y había ayudado a otras 50 iglesias de muchas denominaciones a establecerse en Nueva York.
Keller también asesoró a pastores urbanos desde Boston y Washington D.C., hasta Londres y Ámsterdam, sobre cómo contextualizar el evangelio en sus ciudades.
Unos años más tarde, Keller publicó una obra de apologética: The Reason for God [La razón de Dios]. El libro se tomaba en serio las dudas sobre Dios, pero pretendía mostrar a los escépticos sus propios «saltos de fe» y exponer los caminos que los cristianos han seguido históricamente para llegar al otro lado de la duda.
Keller se enfrentó a los críticos de la fe más populares del momento, los llamados New Atheists [Nuevos Ateos], y recurrió a una amplia gama de pensadores para defender las razones racionales de la fe, entre ellos C. S. Lewis y el teólogo N. T. Wright, pero también el filósofo Søren Kierkegaard, el sociólogo Rodney Stark y las escritoras Flannery O'Connor y Anne Rice.
The Reason for God alcanzó la séptima posición en la lista de libros de superventas del New York Times y le ganó a Keller una audiencia en algunos de los espacios culturales más elitistas del momento. Dio una charla sobre la fe en Google y fue entrevistado en Big Think, un nuevo sitio web que recopilaba conversaciones con «las mentes más brillantes y las ideas más audaces de nuestro tiempo».
Keller se convirtió, en su momento, en un modelo de involucramiento con la cultura para muchos evangélicos. Su enfoque era especialmente popular entre quienes sentían que las guerras culturales, tales como una fuerte identificación con los suburbios, la movilización política de las iglesias y una fuerte corriente de antintelectualismo, habían dañado su testimonio cristiano.
«Dentro de cincuenta años», escribió un editor de CT, «si los cristianos evangélicos son ampliamente conocidos por su amor a las ciudades, su compromiso con la misericordia y la justicia, y su amor al prójimo, Tim Keller será recordado como un pionero entre los nuevos cristianos urbanos».
Sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo con esta visión. El profesor del Grove City College, Carl Trueman, por ejemplo, disentía con respecto al amor de Keller por las ciudades y su optimismo de poder alcanzar a sus habitantes.
«Para mí, las ciudades son un mal necesario cuyo único propósito es proporcionar a los chicos de campo como yo un lugar donde ir al teatro de vez en cuando», escribió Trueman. «Y definitivamente no soy un optimista de la transformación como él; créeme, las cosas van a empeorar antes de que, bueno, empeoren aún más».
Keller también se enfrentó a críticas menos amistosas. Algunos lo tacharon de marxista. Incluso, de ser «un marxista de alto perfil que es particularmente eficaz rempaquetando el marxismo para un público cristiano».
Cuando Keller argumentó que los cristianos ortodoxos no debían abrazar a un partido político en el sistema bipartidista estadounidense, algunos dijeron que había malinterpretado profundamente la forma en que la cultura había cambiado. El enfoque «no beligerante y lleno de gracia» no funcionaría en un mundo que ya era profundamente hostil a la verdad cristiana, argumentaron.
James R. Wood, editor de First Things, estaba tan comprometido con Keller que le regaló a sus padrinos de boda un ejemplar del último libro de Keller. Cuando él y su esposa compraron un perro, le pusieron el nombre del pastor neoyorquino.
Pero algo cambió para él en las elecciones de 2016.
«Al observar cómo cambiaba la actitud de la cultura que nos rodeaba», escribió Wood, «dejé de confiar en que el estilo de evangelización que había aprendido de Keller sería guía suficiente para ese momento cultural y político. Muchos antiguos fans como yo están llegando a conclusiones similares. El deseo evangelístico de minimizar la ofensa para conseguir que se escuche el evangelio puede oscurecer lo que requiere nuestro momento político».
Keller respondió a algunas de las críticas que recibió a lo largo de los años, pero en general parecía imperturbable. Siguió pastoreando su congregación de Manhattan hasta que dejó el cargo a los 66 años.
Siguió trabajando con su red de plantación de iglesias, City to City, dando charlas y escribiendo.
En 2020, Keller anunció que había sido diagnosticado con cáncer de páncreas. Mientras se sometía a tratamientos exhaustivos, Keller, siempre pastor, siguió hablando y escribiendo sobre Dios, el evangelio y la vida cristiana. Siempre que tenía ocasión, volvía a señalar a la gente hacia el pecado y la gracia.
Volvió a pedirle a la gente que considerara cómo sus anhelos más profundos en la vida y en la muerte parecían apuntarles a Cristo.
«Si la resurrección de Jesucristo ocurrió realmente», dijo Keller al New York Times, «entonces, en última instancia, Dios va a arreglarlo todo. El sufrimiento desaparecerá. El mal desaparecerá. La muerte desaparecerá. El envejecimiento desaparecerá. El cáncer de páncreas desaparecerá. Ahora bien, si la resurrección de Jesucristo no ocurrió, entonces supongo que se acabaron las apuestas. Pero si realmente ocurrió, entonces hay toda la esperanza del mundo».
A Keller le sobreviven su esposa, Kathy, y sus tres hijos, David, Michael y Jonathan.
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.