Es muy duro para nosotros, los norteamericanos, imaginarnos a María y a José caminando fatigosamente hacia Belén en medio de, tal y como describió Christina Rosetti, «el pleno invierno más desolador», rodeados de «nieve, nieve y más nieve». Para nosotros, la Navidad y diciembre son inseparables. Pero durante los tres primeros siglos del cristianismo la Navidad no se celebró en diciembre… ni en ningún otro momento del calendario.
Si acaso se celebraba, el nacimiento de Cristo normalmente se agrupaba con el día de la Epifanía (el 6 de enero), una de las primeras fiestas establecidas de la iglesia. Algunos líderes incluso se oponían a la idea de celebrar el nacimiento de Jesús. Orígenes de Alejandría [enlaces en inglés] (c. 185 d.C. – c. 254 d.C.) predicó que estaba mal honrar a Cristo del mismo modo que se honraba al faraón o a Herodes. Los cumpleaños eran para dioses paganos.
No todos los contemporáneos de Orígenes estaban de acuerdo en que no se debía celebrar el nacimiento de Cristo, y algunos comenzaron a especular sobre la fecha (los registros reales, por lo visto, llevaban mucho tiempo perdidos). Clemente de Alejandría (c. 150 d.C. – c. 215 d.C.) sentía preferencia por el 20 de mayo, pero señaló que otros habían defendido el 18 o 19 de abril, y algunos otros el 28 de mayo. Hipólito (c. 170 d.C. – c. 236 d.C.) abogaba por el 2 de enero. El 17 y el 20 de noviembre, así como el 25 de marzo también tenían seguidores. Un tratado latino escrito alrededor del 243 d.C. afirmaba que el 21 de marzo sería la fecha idónea porque se creía que era la fecha en la que Dios había creado el sol. Policarpo (c. 69 d.C. – c. 155 d.C.) había seguido una línea de razonamiento similar para llegar a la conclusión de que el nacimiento y el bautismo de Cristo posiblemente habían tenido lugar en miércoles, puesto que el sol fue creado en el cuarto día.
La elección final del 25 de diciembre, realizada quizá tan temprano en la historia como el año 273 d.C., refleja una convergencia, tanto de la preocupación de Orígenes sobre los dioses paganos, como de la identificación del hijo de Dios como el sol celestial de parte de la iglesia. El 25 de diciembre ya se celebraban otros dos festivos relacionados: natalis solis invicti (el «nacimiento del sol invicto» romano) y el nacimiento de Mitras, el «sol de justicia» persa cuya adoración era muy popular entre los soldados romanos. El solsticio de invierno, otra celebración relacionada con el sol, caía unos cuantos días antes. Viendo que los paganos ya estaban exaltando a deidades con ciertos paralelos con la deidad real, los líderes de la iglesia decidieron tomar control sobre la fecha e introducir un nuevo día festivo.
Los cristianos occidentales celebraron la Navidad por primera vez el 25 de diciembre de 336 d.C. después de que el emperador Constantino declarara el cristianismo la religión oficial del imperio. Los cristianos orientales, sin embargo, mantuvieron el 6 de enero como la fecha del nacimiento y el bautismo de Jesús. La mayoría de los orientales finalmente adoptaron el 25 de diciembre, celebrando el nacimiento de Cristo antes y su bautismo en una fecha posterior, pero la iglesia armenia sigue celebrando su nacimiento el 6 de enero. La iglesia occidental celebra la Epifanía el 6 de enero, pero como el día de la llegada de los sabios de Oriente —los Reyes Magos—, en vez de la fecha del bautismo de Cristo.
En el siglo XVI se le añadió otro giro, cuando el papa Gregorio legalizó otro calendario que fue adoptado de manera desigual. Los ortodoxos orientales y algunos protestantes mantuvieron el calendario juliano, lo que significó que celebraban la Navidad 13 días antes que sus homólogos gregorianos. La mayoría —pero no todo— el mundo cristiano ahora está de acuerdo con el calendario gregoriano y la fecha del 25 de diciembre.
Los orígenes paganos de la fecha de Navidad, así como los orígenes paganos de muchas de las costumbres navideñas (los regalos y la celebración de la Saturnalia romana; las decoraciones con ramas o árboles de hoja perenne, las luces y la caridad del nuevo año romano; los troncos de Navidad y otras comidas de los festivos teutónicos) siempre han alimentado argumentos contra esta festividad. «Solo es paganismo envuelto con un moño cristiano», dicen los detractores. Pero, aunque el postrarse ante la mundanalidad siempre debe ser una preocupación para los cristianos, la iglesia generalmente ha visto los esfuerzos por reformar la cultura —incluyendo las festividades— de manera positiva. Como afirmaba un teólogo en 320 d.C.: «Nosotros hacemos santo este día, no como los paganos que celebraban el nacimiento del sol, sino porque celebramos a Aquel que lo creó».
Traducción por Noa Alarcón.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.