Profecía es decir lo que Dios dice, cosa que a menudo tiene más que ver con la proclamación que con la predicción.
En ocasiones, sin embargo, las profecías sí predicen el futuro. A finales de octubre Pat Robertson declaró haber escuchado de parte del Señor: «Sin lugar a dudas, Trump va a ganar las elecciones». Hay que darle crédito a Robertson en que Trump hizo un papel mucho mejor de lo que se esperaba. Si tomamos en consideración los 70 millones de votos que obtuvo Donald Trump, el segundo resultado más alto de la historia de los Estados Unidos, según se señala, podríamos pensar que, de hecho, Robertson sí escuchó algo. ¿Pero tenía toda la verdad?
En algunas elecciones, las profecías son más que adivinanzas a cara o cruz. En 2016, Jeremiah Johnson, pastor y profeta, predijo con exactitud el primer mandato de Trump antes incluso de que se hubiera alzado como líder en las primarias republicanas. Robertson no fue el único en ver otra victoria para el presidente en 2020. La mayoría de las profecías públicas, incluyendo las de Johnson, se postulaban a favor de Trump, mencionando en ocasiones unas elecciones reñidas.
Sin embargo, incluso algunos que votaron por Trump sintieron como si Dios estuviera diciendo que Biden ganaría esta vez. Ron Cantor, líder de judíos mesiánicos residente en Israel, dijo que escuchó dos veces de parte de Dios que Biden ganaría debido a cómo idolatra la iglesia a Trump. Les dijo a sus seguidores: «Aunque ocurriera un milagro y [Trump] fuera realmente reelegido, cosa que parece menos probable a cada hora que pasa, probando que los otros profetas tienen razón, la advertencia al respecto sigue siendo la misma».
Si los resultados electorales se mantienen a pesar de los recuentos y las impugnaciones en los tribunales, ¿quiere decir que todos los que predijeron la victoria de Trump son falsos profetas?
Los errores en la profecía no convierten en falso profeta al que se equivoca, del mismo modo que los errores en la enseñanza no convierten en un falso maestro al que se equivoca. Pero los falsos profetas existen: incluso los cesacionistas, quienes no creen que el don genuino de profecía sea para la actualidad, coinciden en esto.
Ya sea que provengan o no de falsos profetas, las profecías erróneas ampliamente divulgadas corren el gran riesgo de deshonrar el nombre de Dios, y se deben tratar con seriedad. Aquellos ya propensos a burlarse de los cristianos pueden encontrar más fundamentos para el ridículo. Deuteronomio 18 nos advierte contra las profecías erróneas que, sin embargo, se profieren «con presunción»; la palabra hebrea suele implicar una rebelión insolente (como en Deuteronomio 1:43 y 17:13).
«Si lo que el profeta proclame en nombre del Señor no se cumple ni se realiza, será señal de que su mensaje no proviene del Señor», se lee en Deuteronomio 18:22. «Ese profeta habrá hablado con presunción. No le temas».
Escuchar de parte de Dios
Aun así, la verdadera profecía puede ser más confusa de lo que a muchos nos gustaría. En la Biblia a menudo los verdaderos profetas actúan de formas que otras personas consideran excéntricas (Jeremías 19:10; Hechos 21:11), y solía ocurrir que sus contemporáneos les tachasen de ser mentalmente inestables (2 Reyes 9:11; Jeremías 29:26; Juan 10:20).
En contraste con las profecías acerca de los propósitos de Dios a largo plazo, la mayoría de las profecías de la Biblia acerca de sus propósitos a corto plazo son condicionales, ya sea que se manifiesten o no de ese modo. De ahí que la afirmación de Jonás de «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» (Jonás 3:4) no se cumpliera en la generación de Jonás, porque Nínive se arrepintió.
Jeremías explica este proceso con claridad: «En un momento puedo hablar de arrancar, derribar y destruir a una nación o a un reino; pero, si la nación de la cual hablé se arrepiente de su maldad, también yo me arrepentiré del castigo que había pensado infligirles. En otro momento puedo hablar de construir y plantar a una nación o a un reino. Pero, si esa nación hace lo malo ante mis ojos y no me obedece, me arrepentiré del bien que había pensado hacerles» (Jeremías 18:7-10). Las perspectivas de cómo funciona la profecía condicional varían. Mi opinión es que Dios conoce de antemano las decisiones humanas o los resultados finales, pero también deja espacio para las personas limitadas por el tiempo dentro del tiempo.
Del mismo modo, en ocasiones Dios aplaza los resultados prometidos. Elías profetizó la destrucción de la estirpe de Acab (1 Reyes 21:20-24). Aun así, después de que Acab se humillara, Dios le dijo a Elías en privado: «Por cuanto se ha humillado, no enviaré esta desgracia mientras él viva, sino que la enviaré a su familia durante el reinado de su hijo» (21:29). Igualmente, Dios le encargó a Elías tres tareas (1 Reyes 19:15-16). Elías cumplió directamente una, llamar a Eliseo. Las otras dos las realizaron Eliseo y otro profeta a quién él a su vez encomendó. La mayor parte de la misión la cumplieron otras personas.
A menudo, las profecías bíblicas indican más acerca del qué que del cuándo. Por ejemplo, los dos primeros capítulos de Joel describen una inminente invasión de langostas relacionada con el día del Señor, el tiempo de Dios para el juicio. Sin embargo, el último capítulo parece describir una invasión real en el día definitivo del juicio de Dios (3:9-17, en especial el versículo 14). Esto quiere decir que, en las profecías, los sucesos cercanos pueden augurar otros posteriores, sin molestarse en especificar el tiempo intermedio. Los cristianos ven las profecías del Antiguo Testamento acerca de la venida del Mesías de este modo: nadie reconoció con antelación que Jesús vendría dos veces.
Pero ¿han sido condicionales la mayoría de las profecías acerca de las elecciones en los Estados Unidos? ¿O simplemente estaban equivocadas? Después de todo, cualquiera puede decir: «El resultado de las elecciones será tal y cual… siempre que haya suficientes personas votando por fulano o mengano». (Conociendo las probabilidades en contra de Trump, sin embargo, las profecías acerca de su reelección eran bastante osadas).
Escuchar nuestros propios ecos
Sin embargo, incluso las personas fieles a Dios a veces pueden malinterpretar lo que escuchan. No todo el mundo escucha a Dios con tanta claridad como Moisés, cara a cara (Números 12:6-8). Natán tuvo que corregir la certeza que le había dado a David después de que el Señor le habló (2 Samuel 7:3-5). Incluso profetas de la corte cercanos a Dios como Natán pueden realizar afirmaciones erróneas en tiempos favorables.
Este problema, sin embargo, no se limita a los profetas de la corte. Cuando Juan el Bautista escuchó que Jesús estaba sanando gente, se cuestionó acerca de su identidad (Mateo 11:2-3; Lucas 7:18-20). Probablemente Juan lo hizo porque antes había escuchado de parte de Dios que aquel que vendría bautizaría en el Espíritu y en fuego (Mateo 3:11; Lucas 3:16). Hasta donde Juan podía ver, Jesús no estaba bautizando a nadie en fuego. Lo que Juan había escuchado de parte de Dios era correcto, pero la conclusión de Juan estaba equivocada porque, al igual que todos los profetas, solamente tenía una parte de una imagen mucho más grande.
No solo todas las profecías son parciales, sino, lo que es más peligroso, a veces podemos confundir nuestra interpretación errónea con el mensaje de Dios. Algunos recordaremos tiempos en los que oramos por el cónyuge adecuado o un trabajo; cuanto más implicados estamos emocional y personalmente en una decisión, más difícil resulta a menudo pensar y escuchar con claridad.
Por esa razón quizá Lucas evita llamar «profecía» al discurso guiado por el Espíritu en Hechos 21:4. Los amigos de Pablo le dijeron «a través del Espíritu» que no fuera a Jerusalén. No obstante, Dios mismo ya le había dicho a Pablo que sí fuera a Jerusalén (el significado probable de Hechos 19:21). Los amigos de Pablo escucharon correctamente que él sufriría en Jerusalén (20:23; 21:11) pero concluyeron erróneamente a partir de esta información que no debía ir allí (21:12-14; ver también 2 Reyes 2:3-5, 16-18). La subjetividad es a menudo problemática, pero mientras necesitemos sabiduría de parte de Dios tendremos que vivir con cierta subjetividad.
Este es el caso porque toda profecía es «imperfecta», igual que como maestros «conocemos (…) de manera imperfecta» (1 Corintios 13:9). Hasta que Jesús regrese, nuestro conocimiento seguirá siendo limitado y parcial (vv. 9-12). Decir que todas las profecías que forman parte de la Biblia son perfectas no significa que ninguno de los siervos de Dios haya expresado nunca profecías imperfectas. Por eso Pablo insiste en que cada profecía debe ser evaluada (1 Corintios 14:29). Nos advierte de no apagar el Espíritu ni despreciar las profecías; en cambio, debemos someter todo a prueba, aferrándonos a lo bueno y evitando toda clase de mal (1 Tesalonicenses 5:19-22).
Ciertas enseñanzas populares han hecho que las profecías contemporáneas sean aún más problemáticas. Creo que el exceso de enseñanzas sobre la «confesión positiva» ha introducido una gran fuente de errores potenciales en la profecía. Incluso en muchos círculos donde hoy se repudia la teología del «decláralo y reclámalo» se enzarzan ahora en «declaraciones proféticas». Algunas de estas declaraciones se supone que son afirmaciones de fe. Después de todo, Jesús nos invita incluso a dar órdenes a las montañas a través de nuestra fe (Marcos 11:23). Pero la fe solo puede llegar a ser tan buena como lo es su objeto, que Jesús especifica en los versículos anteriores que es Dios (v. 22). Las «declaraciones proféticas» están vacías a menos que se autoricen y se dirijan por Dios. Como dice Lamentaciones: «¿Quién puede anunciar algo y hacerlo realidad sin que el Señor dé la orden?» (Lamentaciones 3:37).
Escuchar cosas diferentes
Las personas importantes que aseguran hablar por Dios no siempre tienen razón, pero eso no significa que Dios no hable. En 2008 un ministro etíope que no sabía nada de mí profetizó con exactitud acerca de mi hijo, y que yo estaba escribiendo dos grandes libros. Lo que me confundió fue que dijo que mi segundo libro sería más largo que el primero. Yo esperaba que mi comentario al libro de Hechos saliera primero; al final superó las cuatro mil páginas. Aunque me impresionó en parte, pensé que Mesfin se equivocaba acerca de un libro más grande. Sin embargo, mi libro sobre milagros, que solamente tenía 1100 páginas, terminó saliendo antes que mi comentario de Hechos. Mesfin tuvo razón, y yo me equivoqué.
Este año muchos cristianos han escuchado a líderes profetizar que Trump ganaría de nuevo las elecciones. Algunos, como Jeremiah Johnson, han seguido afirmando que su profecía resultaría cierta al final. Otros, como Kris Vallotton, se han disculpado públicamente. Por ahora, muchos decidirán que la profecía era contingente, fuera de tiempo o, más probablemente, equivocada.
Aunque no he sido de los que han apoyado a Trump, sí soy de los que quieren ver probadas como ciertas las profecías divinas y puedo entender la decepción.
Yo no soy profeta, pero mis propios sueños me generan dudas. Por ejemplo, en marzo de 2016, ocho meses antes de las elecciones, soñé que Trump podría ser como el Jehú bíblico (2 Reyes 10:28-31) y necesitaba arrepentimiento. En mayo de 2016 soñé que Dios estaba furioso por el (futuro) maltrato de Trump a los niños refugiados. Más tarde soñé que sus palabras provocaban disturbios raciales. Después de las elecciones de 2016, escribí en mi diario: «Me preguntó por qué, si yo he tenido estas pesadillas acerca de él, muchos otros no están viendo lo mismo». Al año siguiente soñé que estaba advirtiendo a los partidarios de Trump acerca de una inminente reacción violenta: «Sembraron vientos y cosecharán tempestades» (Oseas 8:7).
No fui capaz de quitarme de encima esos sueños, aunque mucha gente a la que yo respetaba apoyaba al presidente, y por razones que podía comprender. A veces mi perspectiva vaciló, puesto que soy provida y aprecio el respeto del presidente hacia los evangélicos. En agosto de este año soñé que Trump perdía las elecciones de 2020. Solo fue un sueño. Tengo toda clase de sueños, y aunque algunos parecen más significativos, no siempre estoy seguro de cómo interpretarlos. Probablemente muchos están influidos por leer las noticias de la BBC antes de irme a dormir. Los sueños, al menos, me motivan a orar.
Las perspectivas difieren, y cada uno de nosotros tiene solamente una parte de una imagen más grande. Podemos estar seguros de algo: el Señor sigue teniendo el control de la historia, y podemos vivir por su Palabra certera en las Escrituras, sin importar lo que ocurra.
Si, en contra de todo pronóstico, de repente Trump sí se convierte en presidente, las profecías atraerán la atención del público a la obra de Dios. De otro modo, puede ser que Dios está llamando la atención hacia la necesidad de hacer limpieza en muchos círculos carismáticos. El ánimo del Espíritu no siempre se traduce en las palabras que queremos escuchar; las «declaraciones proféticas» pueden ensordecernos para no escuchar lo que Dios está diciendo realmente; y depender de lo que otros dicen que Dios ha dicho puede ser un asunto bastante arriesgado (ver 1 Reyes 13:11-32).
Como cristiano carismático que soy, me gusta ver que las profecías se hacen realidad. Pero hay que evaluarlas. Siempre que sea posible, antes de hacerlas públicas. Y, cuando sea necesario, después.
Craig Keener es profesor de Estudios Bíblicos con la cátedra F. M. Y Ada Thompson en el Seminario Teológico de Asbury. Es autor de Christobiography: Memories, History, and the Reliability of the Gospels, que ganó en 2020 el CT Book Award.
Traducido por Noa Alarcón
Edición en español por Livia Giselle Seidel