Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Esta publicación es parte de una serie semanal de Her.meneutics titulada The Sex We Don’t Talk About [El sexo del que no hablamos], creada para presentar las perspectivas femeninas sobre aspectos del sexo y la sexualidad que puedan ser pasados por alto en la iglesia.
Durante el estreno de la temporada 6 de Downton Abbey, el ama de llaves la Sra. Hughes le dice en confidencia a su amiga la Sra. Patmore, la cocinera de la casa, que está preocupada con respecto a la intimidad en su inminente matrimonio. “Mírame,” dice, “Soy una mujer en el ocaso de la mediana edad.” La Sra. Hughes se pregunta si sería mejor dejar ese lado de su relación inactiva, viviendo con su futuro marido mayor que ella como “hermanos muy cariñosos.”
Al final del episodio, la pareja mayor tiene una conversación tierna sobre si sus cuerpos de edad avanzada serían deseables. El abrazo final de la pareja no deja lugar a dudas que ellos no vivirán como hermanos sino como marido y mujer.
Eso era 1925. Desde entonces, una completa revolución sexual ha tenido lugar. Sin embargo en nuestras charlas sobre el sexo, el tópico del sexo en la vejez sigue siendo una ocurrencia tardía incómoda.
En la corriente de libros cristianos que tratan sobre el matrimonio y la sexualidad, la intimidad en la mediana edad y en la vejez normalmente se menciona rápidamente al final del capítulo, si acaso. Cuando los pastores evangélicos decidieron hace años comenzar a hablar desde el púlpito sobre el sexo dentro del matrimonio, la dimensión de muchas de estas lecciones estaba muy limitada: Tenga más sexo. Tenga mejor sexo. Era como si intentaremos tomar nuestros ejemplos de la cultura popular sobre sexualizada y al mismo tiempo estuviéramos tratando de superarla.
Las iglesias locales—como el resto de la sociedad—han mantenido su mensaje sobre el sexo maduro…vaya, inmaduro. Nuestras lecciones se enfocan en los que están casados y bastante jóvenes. Los solteros desde hace mucho se han sentido marginados o ignorados en las charlas de la iglesia sobre la sexualidad. Los que se encuentran en la segunda parte de su vida a menudo se encuentran en la misma situación, relegados como eunucos hormonales o parejas que desde hace mucho se les pasó el tiempo sexual.
Cuando únicamente nos dirigimos a las parejas jóvenes, estamos hablando a un grupo cada vez más pequeño. Las estadísticas nos indican que, en promedio, las mujeres norteamericanas tienen 27 años de edad y los hombres 30 al momento de su primer matrimonio. Para el 2020, más del 35 por ciento de la población tendrá más de 50 años de edad. Además, más de la mitad de todos los adultos en el país son solteros.
A medida que la demográfica de los “de la tercera edad” crece en la población norteamericana y en nuestras iglesias, las pláticas sobre la sexualidad en la vejez será parte de discipulado continuo. Especialmente en contraste a la receta de la cultura de permanecer “sexy a los 70” y prevenir los efectos del envejecimiento con medicamentos que prometen mantenernos jóvenes (y vigorosos), nuestras comunidades pueden servir bien a sus miembros a través de hacer espacio donde podamos hablar francamente, en formas que honren a Dios, sobre los desafíos de envejecer. Temas como:
– Nuestros cuerpos que cambian: Desde sequedad vaginal hasta el peligro de la osteoporosis, la mediana edad pregona cambios psicológicos tan radicales como los de la adolescencia. ¿Qué nos dicen nuestros cuerpos envejecidos sobre nosotros mismos y sobre aquel que los hizo? ¿Cómo podemos aceptar los cambios sexuales que acompañan al proceso de envejecimiento para algunos en esta demográfica, incluso la atrofia vaginal y la impotencia? ¿Son los medicamentos la mejor solución para todos? ¿Cómo forma la enfermedad nuestra sexualidad al envejecer? Nuestra cultura celebra la juventud y la belleza. ¿Cómo podemos comenzar a crear una conversación contracultural en la iglesia sobre la belleza física que incluya el envejecimiento?
– Nuestros nidos vacíos: Los hijos dejan el hogar más o menos en el tiempo en nuestras vidas cuando ya no tenemos que preocuparnos sobre el embarazo. Esta nueva libertad puede ser un tiempo de gran reconexión física y de diversión para las parejas. Sin embargo también pueden surgir problemas profundos latentes en el matrimonio. El índice de divorcio entre las personas mayores de los 50 ha ido en aumento por décadas, y he visto algunas amistades casadas distanciarse y separarse cuando alcanzan la mediana edad. ¿Qué podemos hacer en la iglesia para apoyar a las parejas que enfrentan una de las transiciones más grandes en sus vidas?
– Nuestras responsabilidades de proveer cuidados: Nuestras necesidades diarias o demandas de salud pueden cambiar nuestros roles en la familia, los hijos haciendo el papel de padres para los padres ancianos, o el cónyuge convirtiéndose en un proveedor de cuidados. Puede ser difícil dejar la independencia, o ver la dinámica de nuestras relaciones cambiar tan dramáticamente. ¿Cómo podemos confortar a los que reciben el cuidado a la vez que se acostumbran a nuevos ritmos? ¿Cómo podemos alentar al que provee cuidados a que no se sienta abrumado por las necesidades de los padres o del cónyuge y que también encuentre tiempo para el cuidado personal?
– Nuestra nueva pareja: Los adultos mayores que están solteros, divorciados, o viudos todavía anhelan intimidad, y muchos andan noviando de nuevo. Las relaciones traen distintos desafíos y tentaciones en los 60 que cuando tenían 20 años. ¿Cómo apoyamos esos asuntos desde la intimidad sexual hasta las finanzas y cómo unir las amistades de toda la vida y la familia?
No hay límite de edad en las promesas de Jesús de vida abundante—y su promesa abarca todas las áreas de nuestras vidas, a través de cada etapa de la vida, para la gloria de Dios. Las Sagradas Escrituras presentan un retrato prometedor y vivificante para los que estamos en la mediana edad o que ya la pasamos. Tanto Sara y Abraham, como Elisabet y Zacarías, parejas infértiles de mucho tiempo y de edad avanzada, concibieron hijos como un milagro de y testimonio a Dios—un milagro que aconteció a estas dos parejas ancianas en el contexto de la intimidad.
La congregación dedicada a la madurez espiritual honrará el desarrollo y el anhelo de intimidad que todos tenemos en cada estación de nuestra vida. El autor de Eclesiastés señala a una relación marital amorosa y de toda la vida para que nos ayude a enfrentar los desafíos de la vida (9:9). Pablo honra la soltería como un medio de servicio enfocado a Dios, pero también ofreció estímulo a las parejas en cómo honrar a Dios y el uno al otro a través de cultivar su relación física continua (1Cor. 7).
En sus libros para solteros, Are You Waiting For “The One”?: Cultivating Realistic, Positive Expectations for Christian Marriage [¿Estás esperando al compañero “ideal”?: Cultivar expectativas realistas y positivas para el matrimonio Cristiano], los autores Margaret Kim Peterson y Dwight Peterson nos recuerdan cómo se ven dichas expectativas:
Tal vez lo que los cristianos contemporáneos necesitan es menos romance y más amor – y queremos decir verdadero amor, no “amor perfecto.” El verdadero amor es unitivo y desarrolla un sentido de comunidad; entreteje a las personas en redes familiares y de la iglesia de cuidado mutuo y dependencia los unos a los otros y en Dios. Los esposos y esposas, vecinos y amigos, hijos y nietos, viudas y huérfanos, todos son adoptados a la casa de la iglesia e invitados a amar y cuidar por otros en maneras que ciertamente incluyen la estructura del matrimonio, pero también incluye una variedad de otras relaciones humanas—todas involucran una conexión verdadera, intimidad verdadera, un disfrutar verdadero de otras personas y una participación verdadera en la obra redentora de Dios en el mundo.
Puede que esta descripción se haya escrito con los solteros en mente, pero supongo que es el tipo de amor que resultaría familiar a la Sra. Hughes y al Sr. Carson de Downton. Que sea el tipo de amor que nos libre para celebrar nuestra hermosa humanidad según vamos envejeciendo.