Theology

La pandemia por coronavirus exige el renacimiento del verdadero pentecostalismo

A pesar de los fracasos, la teología llena del Espíritu Santo puede mostrarnos cómo responder a la pandemia.

Christianity Today May 1, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Granger Wootz / Halfpoint / Getty Images / Tina Vanderlaan / Lightstock

No es necesariamente un secreto: muchos pentecostales han respondido a la pandemia actual de maneras que son tanto bizarras como preocupantes. Estas respuestas han eclipsado la cordura y la generosidad de muchos cristianos fieles y llenos del Espíritu, a la vez que han reforzado la idea de que la teología pentecostal es fatua y barata.

Esto es desafortunado porque el pentecostalismo tiene muchos dones que ofrecer. En su esencia, se trata de una doctrina mística y profética, que nos enseña a vivir vidas profundamente saturadas de oración. La teología pentecostal nos enseña que el ministerio debe comenzar y terminar en la oración. Nos enseña que debemos tener grandes expectativas sobre la obra de Dios en el mundo, y a la vez tener un profundo sentido de responsabilidad personal y comunitaria. Nos enseña a no temer lo nuevo ni idolatrar lo familiar, y que el poder divino detrás de Pentecostés es el amor de Dios revelado en la Cruz. Todas estas son verdades que la iglesia necesita en esta crisis actual.

Orar como haciendo jazz

Si sabes algo sobre el pentecostalismo, sabes de su estilo de oración. El teólogo de Harvard, Harvey Cox, lo comparó con el jazz debido a su divertida extemporaneidad y entusiasmo colaborativo. Los pentecostales creen que esta improvisación es una forma de mantener el ritmo con el Espíritu Santo. Es por eso que nuestras oraciones a menudo tienen el aroma de un avivamiento del pasado, en una carpa abierta por los costados e instalada en cualquier lugar, en cualquier momento, conforme a la guianza de Dios. La oración pentecostal se trata, en esencia, de una apertura radical a Dios, y está marcada por la disposición a ser sorprendida y a ser cambiada.

Esta apertura en la oración lleva a los pentecostales a improvisar también en otros ministerios. Cuando somos fieles a nuestro llamado, estamos dispuestos a abandonar las formas tradicionales de llevar a cabo nuestro ministerio, y a adaptarnos a las necesidades de aquellos a quienes estamos llamados a servir.

No consideramos a la iglesia un medio para un fin, ni tampoco un fin en sí misma. Por lo tanto, estamos dispuestos a olvidar formas familiares de hablar y a aprender nuevos idiomas, tanto literal como figurativamente, porque esperamos escuchar a Dios hablar de maneras que nunca podríamos haber anticipado. Esto es lo que realmente significa “hablar en lenguas”.

Siempre es difícil saber qué decir en tiempos de dolor y pérdida; pero cuando somos fieles a la sabiduría que hemos recibido, sabemos que lo que decimos a los demás debe ser moldeado ante todo por lo que nosotros le decimos a Dios en nombre de los demás. En otras palabras, el ministerio fiel siempre comienza y termina en la oración intercesora.

Aun cuando tratamos de dar buenas respuestas a las difíciles preguntas teológicas que surgen en este tiempo, nunca debemos olvidar que para que esas respuestas sean útiles, deben estar arraigadas en la oración. No se trata de una oración educada y confiada en sí misma, sino de una oración cruda e incansable, una oración que lamenta y protesta, que demanda e interroga, que suplica e invoca; una oración que es radical y confiadamente abierta a Dios delante de los demás, y abierta a los demás delante de Dios.

Creo que la iglesia necesita este tipo de apertura en medio de esta crisis. Necesitamos un “atrevimiento santo”, uno que no tenga nada que ver con vivir como si estuvieramos protegidos del daño; que no declare tener un “conocimiento secreto” sobre la voluntad de Dios, o que afirme tener poder sobre desastres y enfermedades, pero que tenga todo que ver con seguir al Espíritu Santo de Dios en las tinieblas, acompañando a los que están sufriendo y siendo Cristo para ellos.

Amar como Dios

El pentecostalismo, en su forma más pura, debe estar profundamente enfocado en la comunidad y en las misiones. Sabe que el amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo y que la oración no puede separarse de la acción. Como observó recientemente la teóloga Lucy Peppiatt, los pentecostales no sólo creen firmemente en la participación de Dios en todos los aspectos de la vida, sino que también creen —con la misma firmeza— en el llamado a que el pueblo de Dios participe en lo que Dios está haciendo en el mundo.

Contrario de lo que algunos podrían pensar, este es un tema constante en la teología pentecostal. Daniel Castelo, profesor de teología en la Universidad del Pacífico de Seattle, argumenta, por ejemplo, que la espiritualidad pentecostal es una forma de misticismo. Esto no es un misticismo de retiro espiritual, sino de mediación e intermediación. En su reciente libro, El Espíritu y el Bien Común, Daniela Augustine, profesora de teología en la Universidad de Birmingham, enfatiza el mismo punto: “El Espíritu Santo eleva la vida humana ‘Cristificada’ como el medio visible de la gracia invisible. … De hecho, la sanación de todo el cosmos comienza desde dentro de una humanidad santa y saturada por el Espíritu”.

Todo lo anterior para decir que los ministerios pentecostales están motivados por este doble deseo: comulgar profundamente con Dios, y ver a todos los demás atraídos a la misma comunión. Este misticismo es una fuente de renovación para la iglesia.

Dale Coulter, profesor de teología histórica en la Universidad Regent, ha demostrado cómo algo similar ya ha sucedido antes, después de la peste negra en la Edad Media. Argumenta que en la presente pandemia, una vez más “los pastores y sacerdotes necesitan convertirse en directores espirituales, guiando a sus rebaños, y a la vez volviéndose por dentro para encontrar al Dios crucificado”.

La teología pentecostal nos enseña a anhelar la edad en que todo el pueblo de Dios será profeta. Pero no pensamos en la profecía como una forma de magia. Creemos que la verdadera profecía no se trata tanto de predecir el futuro, sino más bien de ver cómo Dios nos ayuda a cuidar de nuestro prójimo de la forma en que más desesperadamente lo necesitan.

La verdadera profecía nos da una idea de lo que ha sucedido y lo que está sucediendo; lo que está verdaderamente bien y verdaderamente mal en el mundo, y, de esta forma, nos permite ver e invocar un futuro mejor.

Al entrar en comunión con la pasión de Cristo en la oración, nos encontraremos conmovidos con compasión por los demás, y desearemos actuar en consecuencia. El mismo Espíritu que nos lleva a volvernos, místicamente, hacia Cristo crucificado, nos llevará a dirigirnos, proféticamente, hacia aquellos por quienes Cristo se ofreció en sacrificio. Siguiendo al Espíritu de Dios, entraremos en la oscuridad en lugar de negarla, confiando en que la luz de Dios ya está emanando desde sus profundidades con todo su esplendor. Esto es lo que significa ser profético: proclamar vida sobre huesos secos.

Bendecir a los pobres

Como pentecostal y como teólogo pentecostal, siento la necesidad de ser honesto acerca de nuestros fracasos, pasados y presentes. Sé que hay preguntas difíciles sobre la integridad y los efectos de nuestras enseñanzas y prácticas. Y sé que este no es momento para la nostalgia o el idealismo.

Pero estoy convencido de que es el momento de volver a los caminos fieles que condujeron al surgimiento de la espiritualidad y la teología pentecostales en primer lugar. Tenemos que volver a sintonizarnos con el Dios que nos dice que es un mandamiento —no un sacrificio— amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, especialmente cuando ese prójimo no es como nosotros.

Lamentablemente, muchos pentecostales han olvidado la sabiduría de su propia tradición. En sus inicios, el pentecostalismo era un movimiento de los pobres y para los pobres. Los pobres siempre sufren peor en crisis como la que enfrentamos ahora. Por eso los pentecostales se encontraron en el centro de la epidemia de gripe española en 1918. Un siglo después, el pentecostalismo sigue siendo un movimiento de los pobres en la mayor parte del mundo.

Pero en los Estados Unidos, mucho ha cambiado. Muchos de nosotros ahora trabajamos alejados de los pobres, tanto geográfica como espiritualmente, y en gran medida estamos fuera de contacto con las necesidades materiales y espirituales de aquellos a quienes estamos llamados a servir primero. Ahora es el momento de hacer eso, y hacerlo bien. Y eso comienza con un regreso a las convicciones más profundas y verdaderas de nuestras madres y padres en la fe.

En el avivamiento en la calle Azusa, al comienzo del movimiento pentecostal, el pastor William Seymour lo dijo de esta manera: “El poder pentecostal, cuando lo resumes a su mínimo, es sólo más del amor de Dios. Si no trae más amor, es simplemente una falsificación. … El día de Pentecostés nos hace amar más a Jesús y amar más a nuestros hermanos. Nos lleva a todos a una familia común”.

Sé que hoy en día hay varias falsificaciones disponibles. Sé que hay mucho que los pentecostales han dicho que es ridículo y mucho que deberían haber dicho y no lo han hecho. Pero hay otro pentecostalismo, un pentecostalismo místico y profético, que es un don del Espíritu Santo. Y como muchos de los dones del Espíritu, se ofrece tal como lo necesitamos y de maneras que nunca podríamos haber imaginado. Este es precisamente el pentecostalismo que esta crisis exige.

Chris E. W. Green es profesor de teología en la Universidad Del Sureste (Southeastern University) y pastor en Sanctuary Church en Tulsa, Oklahoma. Su libro más reciente es Surprised by God.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Mantuve mi distancia de los ‘infieles’ hasta que uno de ellos oró por mi familia

Cómo un hijo del Golfo Pérsico se encontró con el Hijo de Dios en un nuevo y extraño lugar.

Christianity Today April 30, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Image: Christopher Ireland

Mi historia comienza en la región del Golfo Pérsico, donde mi tribu me crió como musulmán devoto. Cuando era niño, mi padre me despertaba a las 5 de la mañana para que pudiéramos asistir a la oración de la mañana en la mezquita. Todos los días, me sentaba con mis tíos para leer y estudiar el Corán. A los 10 años ya había memorizado la mayor parte del libro, puesto que los miembros de mi familia me premiaban con 100 dólares por cada capítulo que podía recitar.

Durante mi infancia y adolescencia realizaba mis oraciones obligatorias en la mezquita, e incluso me despertaba cada noche para orar durante una hora más. Estaba orgulloso de ser tan celoso de mi fe. Quería obtener las bendiciones y el favor de Dios, así como el aprecio de mi familia.

El primer punto de inflexión importante en mi vida ocurrió cuando mi familia se mudó a un país de habla inglesa. Odiaba ese lugar. Pasamos de ser ricos a tener que dividir un apartamento de dos habitaciones entre seis miembros de la familia. Casi nadie compartía nuestra fe o cultura. Recuerdo haber tenido una conversación con mi abuela, quien me advirtió: “Ten cuidado con los infieles, y no te hagas amigo ni te asocies con ellos; son una enfermedad para la sociedad”.

En la escuela, formé un grupo islámico que trabajó agresivamente para hacer que todos a nuestro alrededor se ajustaran a nuestra religión. Exigimos que la escuela sirviera comida halal exclusivamente. Durante el Ramadán, forzábamos a otros alumnos a orar con nosotros. En una ocasión, cuando otro estudiante criticó nuestro comportamiento, un amigo musulmán lo golpeó con la cabeza, rompiéndole la nariz. Todos estábamos asombrados de que uno de nosotros hubiera tenido el valor de castigar a este infiel por su falta de respeto.

Mientras tanto, yo oraba por la muerte y destrucción de judíos y cristianos, los “ateos” que eran impuros, iguales a los cerdos y los perros, y que no debían ser tocados. Hasta este momento nunca había conocido a un cristiano, pero supuse que odiaban a los musulmanes porque estaban celosos de la grandeza del Islam. Cuando un hombre cristiano dijo que quería visitar nuestro apartamento, nos opusimos fuertemente. Temíamos que su sola presencia contaminaría tanto nuestro hogar como nuestras almas.

El consuelo del Padre

Mi primera conversación con un cristiano fue con ese mismo hombre. Vino a nuestra casa trayendo regalos: ropa para nuestra familia y un auto para mi padre. Me habló con amor y bondad. Incluso pidió orar por nosotros. Inclinando la cabeza, dijo: “Padre en los cielos, oro por tus bendiciones sobre esta familia. Muéstrales tu amor, misericordia y gracia.” Me sorprendió mucho verlo orar de esta manera mientras que yo oraba por su castigo.

Con el tiempo, formé amistades con cristianos, pero los cuestionaba sin descanso sobre su fe, con la esperanza de exponer su cristianismo como irracional. Pero a pesar de mis esfuerzos, no lograba disuadirlos de confiar en Cristo. Parte de mí admiraba su reverencia por Dios, pero seguía viendo el cristianismo como una religión de confusión y fábulas.

Mis amigos cristianos sabían que me estaba resultando difícil adaptarme a mi nueva vida, que extrañaba a mi familia y a mi antigua comunidad. Me invitaron a un servicio de su iglesia para orar y apoyarme. Al principio me negué, pero finalmente acepté ir. Al entrar en la iglesia experimenté una extraña sensación: Cuando la gente comenzó a alabar a Dios, sentí una oleada abrumadora de emoción y caí de rodillas. Me sentía indefenso y débil, pero también sentía como si alguien me estuviera asegurando que todo saldría bien. No entendía lo que estaba pasando, pero mis amigos estaban seguros de que esta sensación de consuelo había venido de Dios.

Después del servicio, recibí una Biblia y un formulario de contacto. Tenía miedo de proporcionar cualquier detalle, porque sabía que mi familia podría desconocerme si alguno de ellos descrubiese que había visitado una iglesia. Decidí tomar la Biblia y llenar el formulario con información falsa. Días después, comencé a leer el Nuevo Testamento y me enamoré del carácter de Jesús. Como musulmán, sabía de Jesús, pero no estaba familiarizado con los milagros que había realizado, ni con las afirmaciones que había hecho sobre su condición de ser el Hijo de Dios.

En cuestión de meses, había leído la Biblia en su totalidad. Después la leí unas cuantas veces más. Cuanto más leía, más veía a Dios como mi verdadero y amoroso Padre. La Palabra de Dios hablaba a todas las situaciones difíciles de mi vida, a mis muchos temores y ansiedades. Sabía que cada vez que abriera la Biblia, sentiría el consuelo de Dios.

Un día subí a mi habitación, cerré la puerta, caí sobre mi rostro y oré a Dios. Le dije que pondría mi confianza en Cristo como Señor y Salvador. Quería compartir esta decisión con mi familia, pero me aterrorizaban las repercusiones. Recuerdo haber llamado a mi tía favorita —quien era como una madre para mí. Le pregunté: “Si yo creyera en Cristo, ¿qué pensarías?” Ella respondió: “Se te darían tres oportunidades de regresar al Islam o ser ejecutado”. Después de esa conversación, decidí mantener mi fe oculta.

Empecé a despertarme todos los domingos por la mañana para asistir a la Iglesia, pero mi familia notó estas extrañas ausencias. También se dieron cuenta de que no había estado rezando o leyendo mi Corán. Cuando mi madre y mis hermanos encontraron mi Biblia, tenían pruebas de que me había convertido en cristiano. Una noche, alrededor de las 2 a.m., recibí una llamada de mi abuelo, el jefe de nuestra tribu. Mientras hablábamos de mi fe, se enojó cada vez más, y gritó: “¡Ya no eres parte de la familia! ¡Cambia tu nombre, estás muerto para nosotros!”

Le envié una imagen de la Cruz y un pasaje del Sermón del Monte: El mandato de Jesús: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5:44). Pero esto no pareció tener poder contra su ira. Mi tío me llamó con una advertencia: “Reúne a tu familia, empaquen sus maletas y múdense de la casa”, dijo, “porque tu abuelo va a contactar grupos terroristas, y si te encuentran, matarán a cada persona en la casa”.

Soltar el orgullo

Mi familia me desconoció, y yo decidí desconocerlos también. Mi orgullo por mi nueva fe me hizo aislarme. Por lo que a mí concernía, ellos representaban el Islam y el pecado, mientras que yo representaba a Cristo y a la justicia.

Mirando hacia atrás, puedo ver que el espíritu jactancioso que había desarrollado como musulmán se había trasladado a mi nuevo cristianismo. Incluso cuando intentaba defender las doctrinas bíblicas y explicar la naturaleza de la Trinidad, lo hacía principalmente para demostrar mi superioridad espiritual. Necesitaba soltar mi orgullo para poder amar a mi familia musulmana y a mi comunidad. Me hacía falta entender que no estaba abandonando a Cristo al participar en sus eventos y celebraciones.

En 1 Corintios, Pablo escribe: “Entre los judíos me volví judío, a fin de ganarlos a ellos… Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles” (9:20, 22). De su ejemplo aprendí que puedo conservar mis tradiciones y honrar a mis ancianos, y seguir siendo un seguidor de Cristo, adaptándome a la cultura árabe para alcanzar para Cristo a los que están dentro de ella. Adoptar esta mentalidad ha mejorado mi relación con mi familia, algunos de los cuales ahora han escuchado el Evangelio con corazones cálidos.

Hoy trabajo para un ministerio que comparte el amor de Dios con los musulmanes, presentando a Cristo de una manera que conecta con su origen cultural y les habla de temas que son de gran importancia para ellos: vergüenza y honor. Al igual que Pablo, “Todo esto lo hago por causa del evangelio, para participar de sus frutos” (1 Cor. 9:23).

Zaine Abd Al-Qays (un seudónimo utilizado por razones de seguridad) es el fundador de Al Haqq Ministries.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

Asumí que la ciencia tenía todas las respuestas. Entonces empecé a hacer preguntas inconvenientes.

Mi viaje del dogma ateísta a la fe Cristiana fue pavimentado con sorpresas intelectuales y espirituales.

Christianity Today April 29, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Image: Stephen Voss

Tuve una infancia inusual para un estadounidense. Los miembros de mi familia extendida eran organizadores sindicales y radicales de izquierda, y mis padres incluso habían sido miembros del Partido Comunista Americano. Mi adoctrinamiento en los dogmas del comunismo y el ateísmo fue profundo y duradero. Al mismo tiempo, mi padre me enseñó a amar la ciencia y la razón, y me enseñó la importancia de hacer preguntas. Estos dones, junto con mi entrenamiento en pensamiento e investigación científica, eventualmente abrieron la celda de la prisión que mantuvo cautiva mi alma durante esos primeros años.

Liberarme fue un proceso lento, similar a tratar de raspar la puerta de un calabozo con una cuchara sin filo. Cuando era joven, mi curiosidad me llevó a hacer preguntas. Vi contradicciones en algunos aspectos de lo que me habían enseñado. Si los humanos fueran un producto ciego del azar evolutivo, sin un propósito o significado especial, entonces, ¿cómo podrían tener sentido los objetivos establecidos del socialismo: promover la dignidad y el valor humano? Y si la religión, particularmente el Cristianismo, fue realmente un mal histórico tan terrible, ¿por qué tantos miembros del clero cristiano participaron en el movimiento para conseguir derechos civiles?

Cuando estudié ciencias y comencé mi carrera de investigación en bioquímica y biología molecular, formé un apego apasionado a una vida de conocimiento arraigada en la cosmovisión científica. Encontré consuelo y alegría en la belleza, la complejidad y la sabiduría de la descripción científica de la realidad. Pero también comencé a preguntarme si podría haber algo más en la existencia humana que la ciencia y la razón pura.

Descubrimientos sorprendentes

En este punto, la cuestión de la fe estaba fuera de la mesa. Sabía que la evolución era verdadera y que la Biblia (que en realidad no había leído) era falsa. Sabía que un dios sobrenatural que vivía en el cielo era un cuento de hadas. Sabía que la ciencia tenía las llaves para desbloquear todos los misterios. ¿O las tenía?

Me molestó saber que, según la ciencia, algunas cosas son realmente desconocidas. Es imposible saber, por ejemplo, la posición y la velocidad de un electrón simultáneamente. Esta es una característica crítica de la mecánica cuántica, a pesar de que tiene poco sentido racional. Si el principio de incertidumbre es verdadero (y debe serlo, ya que tanta tecnología moderna se basa en él), entonces, ¿qué tan válida es la idea de un mundo puramente determinista y predecible?

También comencé a contemplar otras preguntas. ¿De dónde vino el universo? ¿Cómo comenzó la vida? ¿Qué significa ser un ser humano? ¿Cuál es la fuente de nuestra creatividad: del arte, la poesía, la música y el humor? Quizás, pensé, la ciencia no puede decirnos todo.

Ahora comenzaba a preguntarme seriamente sobre todo el tema de la religión. Conocí cristianos que eran inteligentes y de mentalidad científica, y por primera vez asistí a un servicio religioso. Me sorprendió lo que encontré. Nadie me miró con sospecha, y no escuché ninguna condenación atronadora de los pecadores. El pastor habló sobre el poder del amor. La gente a mi lado me estrechó la mano y me deseó paz. Todo era bastante hermoso, y decidí regresar.

Luego leí los Evangelios y tuve otra conmoción: los encontré hermosos e inspiradores. Por lo que pude ver, llevaban el halo de la verdad. Y el Libro de los Hechos me golpeó como verdadera Historia, en absoluto como un relato ficticio inventado para esclavizar a las masas: el tipo de lectura que mi educación marxista me habría condicionado a afirmar.

La puerta de la celda de mi prisión se estaba abriendo, y yo estaba allí mirando hacia un mundo nuevo, el mundo de la fe. Sin embargo, tenía miedo de irme por completo. ¿Y si estaba siendo engañado, guiado hacia una trampa? Permanecí atrapado en ese lugar de indecisión durante varios años. Y luego el Espíritu Santo me llevó al umbral.

Sucedió un día mientras viajaba solo en la autopista de Pennsylvania, en la parte rural en medio del estado, con un largo camino por recorrer. Al encender la radio, escuché la voz inconfundible de un predicador cristiano evangélico, del tipo que solía burlarme y evitar. Pero este predicador era realmente bueno. No tengo idea de lo que estaba diciendo, pero su voz e inflexión eran fascinantes y escuché durante unos minutos antes de apagar la radio. Conduciendo en silencio por un tiempo, comencé a preguntarme cómo sonaría yo si alguna vez intentara predicar —después de todo, siempre me gustó hablar. Me reí un poco, pensando en lo que podría decir. Lo primero que me vino a la mente fue algo sobre la ciencia: cómo, si hubiera un Dios, podría haber usado la ciencia para crear el mundo.

Y entonces sucedió algo. Sentí un escalofrío que subía y bajaba por mi espalda y pude oírme hablar en mi mente, predicando, de hecho. Pude ver una audiencia frente a mí, personas en un estadio al aire libre, vestidas con ropa de verano. Dirigí el auto hacia el carril derecho y disminuí la velocidad. No fue una visión exactamente, pero fue intensa. Sabía que no estaba inventando las palabras, estaba escuchando tanto como la audiencia.

Hablé sobre saber que Jesús me ama. Con una voz llena de emoción apasionada, le aseguré a la multitud que cualesquiera que fueran sus pecados, no eran peores que los míos, y que gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, todos podríamos ser salvos. Expliqué que el amor de Dios es más poderoso que cualquier otro tipo de amor y que cualquiera puede tenerlo sin merecerlo.

En algún momento durante esta experiencia, me detuve en el arcén de la carretera, donde me senté al volante llorando por un tiempo. Nunca había considerado las cosas que «yo» había estado diciendo. Algunos de los conceptos no me eran familiares. La única explicación que pude entender fue que el Espíritu Santo había entrado en mi vida de manera dramática. «Gracias, Señor», dije en voz alta entre sollozos. «Creo y soy salvo. Gracias, Señor Jesucristo».

Alegría y liberación

Cuando recuperé la compostura, percibí un gran sentimiento de alegría y liberación. No tenía más dudas, ni rastro de vacilación: había cruzado, pisando sobre las ruinas de la celda de mi prisión hacia mi nueva vida de fe. Desde ese día en adelante, he dedicado mi vida al alegre servicio de nuestro Señor.

Hoy, soy un miembro activo de mi iglesia y he servido como líder durante varios años. Soy miembro de la Afiliación Científica Americana (American Scientific Affiliation), la organización más grande de cristianos en las ciencias, y vicepresidente de su capítulo metropolitano en Washington, DC. También sirvo como editor en jefe de la revista en línea de la ASA «Dios y la Naturaleza» («God and Nature»). Ayudo a mi esposa, que es codirectora de una organización benéfica local que distribuye alimentos a los necesitados. Soy un evangelista activo en línea.

En el camino, hice muchos descubrimientos. Aprendí sobre el poder de la Biblia como una guía de Dios a las preguntas centrales de nuestra existencia. Aprendí que el verdadero propósito de la ciencia es describir cómo son las cosas, no involucrarse en especulaciones fuera de lugar sobre por qué el mundo es como es. Aprendí que las burlas ateas modernas sobre la falta de propósito y la falta de sentido del universo y de nuestra propia existencia no solo son falsas, sino destructivas. Lo más importante, aprendí que nada de lo que he aprendido vino por mi propio mérito, sino sólo por la gracia de nuestro Señor, cuyo amor y misericordia están más allá de la comprensión.

Sy Garte es un bioquímico que ha enseñado en la Universidad de Nueva York, la Universidad de Pittsburgh y la Universidad de Rutgers. Es autor del libro The Works of His Hands: A Scientist’s Journey from Atheism to Faith (Kregel Publications).

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

Luchar contra la ansiedad con el Antiguo Testamento

Las antiguas Escrituras son una sorprendente fuente de apoyo en nuestra lucha contra el estrés.

Christianity Today April 23, 2020
Illustration by Matt Chinworth

Este es el tercero de una serie de seis ensayos de una sección transversal, en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

Por estadística, soy miembro de la «generación Y» o «generación del milenio». Apodada «la generación ansiosa», la mayoría de nosotros vivimos estresados, y experimentamos ansiedad a niveles que llegan a afectar nuestro trabajo al doble que la tasa promedio. Somos los líderes de la crisis de salud mental en un mundo donde muchos piensan que los trastornos de ansiedad están en aumento en general.

Hasta hace poco, yo no me consideraba una persona ansiosa. Luego, en tan solo un año, terminé de escribir mi tesis doctoral en Inglaterra, trabajé varios empleos a tiempo parcial para pagar las cuentas, me rompí el Ligamento Colateral Medial de la rodilla (con mi esposa en la semana 36 de embarazo), me convertí en padre por primera vez, encontré un trabajo académico, conseguí una visa de trabajo, me mudé al otro lado del Atlántico, encontré un lugar dónde vivir, completé mi primer periodo de enseñanza y defendí mi tesis doctoral. De ninguna manera digo que todo esto fue malo, ni que fue el fin del mundo —de hecho, algunas cosas fueron muy buenas—. Pero al final de todo, terminé agotado y ansioso.

Mi historia no es única. Los lugares de trabajo son cada vez más móviles, lo que crea un riesgo inminente de caer en el aislamiento y de trabajar en exceso. A los jóvenes se les dice que pueden ir a cualquier parte y que pueden hacer cualquier cosa, pero su salud mental está pagando el precio. Y eso por no decir nada de problemas de mayor peso como las adicciones, el abuso, las enfermedades crónicas, la falta de empleo, la falta de vivienda y una serie de otros problemas que afligen a tantos hoy en día. Una próspera industria del bienestar se ha levantado en respuesta, ofreciendo terapeutas por Instagram, perros de bienestar y juguetes para aliviar el estrés. Como cristiano, puedes sentir tensión, incluso culpa, cuando un médico o un libro de autoayuda mejora tu salud mental más que una lectura de la Biblia.

Como alguien que ha buscado ayuda profesional para la ansiedad, puedo decir que mi propia recuperación siempre ha estado arraigada en la Biblia, especialmente en un pasaje del Antiguo Testamento: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10, NVI). Si nos dejamos llevar por la sabiduría de los medios de comunicación, o incluso de algunos líderes cristianos, mi liberación no debería haber ocurrido de esta manera —no con la ayuda de ese Antiguo Testamento seco y polvoriento—. Pero mientras que otros deciden comprar un ataúd y recitar un réquiem para los textos del «Primer Testamento», yo los encuentro rebosantes de vida.

Afortunadamente, no soy el único. Muchas de nuestras canciones de adoración más terapéuticas están repletas de referencias del Antiguo Testamento, incluyendo «Raise a Hallelujah» y «Blessed Be Your Name». El galardonado libro de Fleming Rutledge, La Crucifixión, señala cómo, históricamente, las comunidades que han soportado generaciones de marginación encuentran consuelo en las historias de exilio y liberación del Antiguo Testamento. Esto se puede observar, por ejemplo, en el discurso «Tengo un sueño» de Martin Luther King Jr., en el que King emplea temas del Antiguo Testamento, incluyendo una alusión al Salmo 30, para consolar a su ansiosa audiencia.

Los textos de la Biblia, especialmente los del Antiguo Testamento, fueron escritos mucho antes de nuestra crisis de salud mental, pero eso no significa que son irrelevantes para nuestras preocupaciones. Tampoco son simplemente una «historia de fondo» para el Nuevo Testamento. De hecho, al contar las historias de varios individuos y sus experiencias más difíciles, el Antiguo Testamento resulta no ser tan antiguo en la práctica, y nos ofrece una forma especial de terapia grupal.

Aprender de la experiencia

La relevancia del Antiguo Testamento para abordar la ansiedad comienza con su composición. Es producto del trabajo de docenas de autores a lo largo de todo un milenio, de tal forma que incluye un número abrumador de eventos traumáticos: desde el asesinato de Abel y la opresión de Israel en Egipto, a la violación de Tamar y el exilio de Babilonia, por nombrar solo algunos. Esto lo diferencia del Nuevo Testamento, el cual está tan concentrado y se terminó de escribir tan rápidamente, que no se registran en él acontecimientos similares del primer siglo, tales como la destrucción del Templo de Jerusalén o la erupción que niveló Pompeya y pudo haber matado a docenas de los primeros cristianos.

Imagine que está parado cerca del sitio del World Trade Center en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. ¿Qué pensamientos y sentimientos experimentaría? Casi todos los estadounidenses que estaban vivos durante los ataques, recuerdan dónde estaban ese fatídico día, y lo que sintieron al ver las noticias mostrando repetidamente el colapso de los edificios. Las experiencias que sustentan los textos del Antiguo Testamento no son muy diferentes. Al menos un acontecimiento perturbador para la sociedad en general está detrás de casi todos los escritos del Antiguo Testamento —un desastre natural, una invasión militar, el exilio nacional o un escándalo político—.

No es de extrañar, entonces, que el Antiguo Testamento esté más saturado de las famosas frases «¡No temas!», en comparación con el Nuevo Testamento. Estos documentos destilan la sabiduría de siglos, llevándonos al consejo de los ancianos mayores y de los eruditos más sabios para aprender lo que realmente significa confiar en Dios.

Mostrando solidaridad

Una de las formas en que el Antiguo Testamento brinda consuelo a las personas con ansiedad es el uso de dos géneros literarios muy agradables: El primero, es la narrativa histórica, que se encuentra en libros como Génesis o Josué. A diferencia de algunos perfiles de redes sociales que están cuidadosamente diseñados para presentar solo el lado más exitoso y emocionante de una persona, estas narrativas revelan una imagen más honesta y completa. Los personajes se presentan con logros y fragilidades. Está Moisés, el orador asustado (Éxodo 4:10); Acaz, el monarca desesperado (2 Reyes 16:7); y Noemí, la suegra llena de amargura (Rut 1:20–21). Estos personajes retiran el estigma de la ansiedad y nos recuerdan que Dios obra a través de personas quebrantadas.

Los Salmos son parte de un segundo género literario, el cual complementa las narraciones con singular belleza. Los Salmos nos ofrecen algo así como fotografías instantáneas de individuos respondiendo a la ansiedad. En lugar de un resumen comprimido y ordenado para compartir en retrospectiva, la pregunta penetrante de David: «¿Hasta cuándo, Señor?» (Salmos 13:1) nos invita a sentir su sufrimiento, y nos permite suplicar a Dios que ponga fin también a nuestro sufrimiento. Asaf expresa lo inexpresable cuando dice que Dios solo le ha dado «pan de lágrimas» (Salmos 80:5). Lo más importante es que este grupo de voces humanas ofrece soluciones teológicas: «El Señor está conmigo y no tendré miedo. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?» (Salmos 118:6). El consuelo de los Salmos se siente especialmente al recordar que son canciones creadas, precisamente, para ser cantadas y que son la Palabra inspirada de Dios. Esto significa, como señaló Juan Calvino, que cuando cantamos los Salmos durante nuestras pruebas, es como si el Espíritu de Dios estuviera cantando a través de nosotros.

Por supuesto, los textos del Antiguo Testamento no siempre parecen un buen recurso para luchar contra la ansiedad. Hay momentos en que se sienten como un puñetazo literario. Como la profecía de Miqueas sobre el juicio que vendría sobre el pueblo de Israel (Miqueas 2:3–5), o historias de pruebas severas, tales como el casi sacrificio de Isaac por parte de Abraham (Génesis 22:1–18). Lejos de consolarnos, a veces parece que estos textos solo aumentan nuestra ansiedad. Pero si los leemos de cerca, encontramos que cada historia es una historia de redención porque la ansiedad es momentánea y siempre es útil para acercarnos a Dios en la fe y la esperanza. Nunca es la intención de un autor bíblico burlarse constantemente de los temores de un creyente o de quitarle la fe en un Dios bueno.

Planteando la pregunta existencial

Después de compartir historias y ofrecer tranquilidad, los textos del Antiguo Testamento a menudo representan un reto: ¿Pondrás en práctica la fe que profesas? Puede parecer trillado, pero es exactamente lo que necesitamos escuchar si la ansiedad es al menos en parte algo que podemos controlar o un hábito de la mente que se puede contrarrestar. Cuando estaba visitando a un profesional de consejería psicológica basada en la fuerza interna, este era el tema que él discutía conmigo constantemente. «¿No es tu Dios uno de amor y cuidado infinitos? ¿Cómo se relaciona eso con tu ansiedad?». Es un tanto perturbador tener a alguien que no es cristiano presionándote sobre la desconexión entre la fe que profesas y tu práctica de la misma, pero tenía razón. Sientes que solo puedes decir la oración de la serenidad hasta que la línea «… Dame valentía para cambiar las cosas que puedo» se convierte menos en una declaración y más en un imperativo.

El Antiguo Testamento encaja muy bien en este movimiento que nos desplaza de la comodidad al mandamiento. Josué les dice a los israelitas que entren en Canaán con valor (Josué 1:18). El libro de Proverbios contrasta los inicuos a diferencia de los piadosos con base en cómo se relacionan con el miedo y la ansiedad: «Los perversos huyen aun cuando nadie los persigue, pero los justos son tan valientes como el león». (28:1, NTV). En Isaías, el profeta desafía a Acaz con el mensaje del Señor cuando él estaba preocupado por la amenaza de la invasión militar: «Si ustedes no creen en mí, no permanecerán firmes» (7:9, NVI).

Crucialmente, estos mandamientos no son emitidos por un Dios que señala con el dedo y se aleja mientras somos arrojados a los terrores de la vida. Este Dios siempre está presente y, aun al momento de darnos mandamientos, Él ya está caminando con nosotros, guiándonos por caminos que no podemos recorrer por nosotros mismos. Este es el mensaje del Salmo 23:4, en el que algunas traducciones dicen: «Aun si voy por valles tenebrosos, no temeré peligro alguno porque tú estás a mi lado». Esta traducción nos ayuda a ver que Dios camina con nosotros, no solo cuando nos acercamos a la muerte, sino en todos los momentos oscuros de nuestra vida. Él siempre está ahí.

Cuando este Dios siempre presente nos pide ser audaces y valientes, encontramos un paradigma sorprendente para lidiar con la ansiedad. La vida de fe es difícil y requiere confiar en Dios más allá de lo que el ojo puede ver. Pero una vida de incredulidad es aún más difícil porque se rinde ante el miedo y pierde de vista a Dios en el pánico subsiguiente. De cualquier manera, este no es el caso de las dudas que rodean nuestra fe. La duda es útil en tanto que es una herramienta para cuestionar nuestros temores, pero es la ansiedad misma la que socava nuestra fe. Nuestro reto como creyentes que sufrimos ansiedad es ver y apreciar la contradicción que existe entre nuestros sentimientos de ansiedad y el poder del Dios que nos ama. Con la ayuda de otras técnicas, y posiblemente medicamentos, luchamos contra la ansiedad simplemente creyendo en Dios.

Este desafío ha sido impactante para mí personalmente. Soy muy bueno controlando mi vida. Puedo anticipar demandas, gestionar proyectos y perseverar. Planeo mis días a la hora (a veces incluso más detallados que eso), y trabajo con otros, ya sea mi esposa o compañeros de trabajo, para asegurarme de que estoy cubriendo mis responsabilidades en casa y en el trabajo. Pero en mis momentos más oscuros, especialmente cuando estoy cansado, me preocupo por cosas que nunca podría controlar. Me preocupan los accidentes aéreos, el cáncer — e incluso las interacciones con extraños—.

Si no los atiendo, estos pensamientos se convierten en el ruido de fondo de mi vida. Así que hay gracia en escuchar y saber que mi ansiedad está creando ilusiones, o en las palabras de Martín Lutero —un teólogo que luchó con ansiedad extraordinaria— «la ansiedad es todo lo que Satanás puede hacernos ahora, porque “Torre inexpugnable es el nombre del Señor; a ella corren los justos y se ponen a salvo” (Proverbios 18:10)».

Terapia Trinitaria

A medida que el Antiguo Testamento reúne una multitud de personajes, desde profetas hasta reyes, para reflexionar sobre su lucha con la fe y la ansiedad, todavía hay una sensación de insuficiencia. Su consejo humano solo abarca hasta cierto punto, así que todos ellos nos invitan a buscar el consejo de Dios mismo. Dios respalda a Moisés con plagas; Isaías entrega la palabra del Señor a Acaz; Noemí recibe una respuesta a sus oraciones. Estas voces humanas apuntan a una solución divina. Aun así, Job clama: «Si tan solo hubiera alguien que mediara entre nosotros, alguien que nos reúna» (Job 9:33) [Traducción literal de NIV en inglés].

Aquí es donde el Nuevo Testamento entra en la lucha. Se centra en el cataclismo más grande de la historia —la muerte del Hijo de Dios— y en cómo las grandes crisis del Antiguo Testamento encuentran su resolución en Él. Pero el Nuevo Testamento nunca abandona el modelo de redención del Antiguo Testamento, especialmente el consuelo de un Dios que camina con nosotros en «un valle de profundas tinieblas». La encarnación de Jesús en esa profética noche en Belén permite a Dios entrar más plenamente en nuestro sufrimiento, incluso en nuestra enfermedad mental.

Cuando Jesús llega a Getsemaní, dice «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Mateo 26:38, LBLA). Esta expresión se deriva del término griego lýp, posiblemente la emoción más temida en la antigüedad. Algunos eruditos sugieren que es el equivalente a nuestra noción de depresión. Era tan problemático que los estoicos, filósofos griegos famosos por tratar de evitar emociones negativas, creían que no había cura para ello. Era un estado mental irremediable.

Mientras este desesperado Dios-hombre cuelga en la cruz, se vuelve al Antiguo Testamento: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46; Salmo 22:1). Aquí entramos en el misterio del Dios trino. Mientras Jesús expresa su angustia de muerte, no podemos saber con certeza lo que el Espíritu le dijo. Pero probablemente tuvo que ver con el final del Salmo que recitaba: «Proclamarán su justicia, declarando a un pueblo aún no nacido: ¡Lo ha hecho!» (v. 31) [Traducción literal de NIV en inglés].

La nota final de esperanza y expectativa en el Salmo 22 presagia la resurrección de Jesús, y es un acontecimiento que tiene muchas más implicaciones de las que podemos imaginar. Si Jesús pudo ir a los lugares más oscuros de la mente humana en Getsemaní y emerger resucitado y reivindicado, nosotros también, por fe en Él, seremos elevados a una nueva vida y a una nueva psicología. Esta realidad es una fuente incomparable de ánimo para todos los que sufrimos ansiedad.

Para mí, la ansiedad siempre ha sido una sensación de fatalidad inminente. Es difícil de sacudir, y el desastre parece inevitable. No hay sesión de consejería psicológica, ni consejo sabio que la desvíe por completo. Pero en la terapia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, existe la promesa de que nuestra ansiedad terminará con el tiempo, y esta perspectiva nos ayuda a soportar nuestras vidas a menudo ansiosas. Mejor aún, la promesa prevé la libertad total de la ansiedad y de todas las enfermedades mentales cuando recibamos nuevos cuerpos y nos levantemos para celebrar la victoria de Cristo con mentes que solo conocen el «amor perfecto» de Dios, que «echa fuera todo temor» (1 Juan 4:18).

B.G. White es profesor asistente de estudios bíblicos en The King's College en Nueva York y miembro del Centro de Teólogos Pastores.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Theology

Sobrevivir a COVID-19 en España enfocó mi fe

Seis lecciones para las iglesias del presidente de la Alianza Evangélica Española.

Christianity Today April 21, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Courtesy of Iglesia Buenas Noticias Lugo / Wikimedia Commons/ De an Sun / Unsplash

España está pasando por la peor crisis que recordamos desde que este país se convirtió en una democracia moderna hace 40 años.

El coronavirus ha matado a más de 21.000 personas y ha contagiado a por lo menos 200.000, aunque muchos más de nuestros 46 millones de habitantes podrían estar infectados, tal como reconoce el propio gobierno. Las comunidades evangélicas no hemos estado al margen de esta epidemia, y entre los afectados me encuentro yo mismo.

Soy pastor de una iglesia de unas 350 personas en una pequeña ciudad en la costa atlántica, y sirvo también en mi denominación y como presidente de la Alianza Evangélica Española. Pero todo paró en seco cuando me contagié con el COVID-19.

Cuando, tras 21 días de lucha contra la enfermedad, recibí el alta médica, mi agradecimiento y alegría fueron enormes. Soy muy consciente que otros, incluso más jóvenes y fuertes que yo, han perdido la vida por esta enfermedad.

Como país aún estamos sufriendo mucho y nos dirigimos hacia un futuro incierto. En mi propia familia aún tenemos personas que están luchando con el virus. Pero estas son algunas primeras reflexiones que hago en base a lo experimentado hasta ahora en España.

1. RECORDEMOS QUE NO SOMOS ‘SUPERHOMBRES’

La primera conclusión es para aquellos que, como yo, se encuentran en el liderazgo cristiano. La lección más evidente al recuperar la salud ha sido recordar que no soy (ni debo ser) un “superhombre”. Vivimos en el mismo mundo que los demás, tenemos los mismos conflictos, los mismos riesgos, somos vulnerables, y justamente eso es lo que nos capacita para el liderazgo. Un liderazgo de superhombre, el de aquel que parece ajeno (o por encima) del sufrimiento, nunca podrá producir discípulos pero sólo admiradores o adoradores. Este tiempo de sufrimiento y lucha con la enfermedad, me ha recordado una vez más que el Padre ya envió un Salvador—y ese no soy yo.

Además, caer enfermo me mostró nuevamente la importancia de pertenecer a una comunidad. Tras saberse mi infección, hubo una reacción inmediata de oración de mi iglesia local, pero también de la iglesia en España y en otras partes del mundo. Mensajes de ánimo, oraciones de fe y amor de muchos amigos e incluso desconocidos, fueron dosis de aliento en las horas difíciles.

En estos días, comprobé muy claramente la verdad de la Palabra de que somos un cuerpo, uno solo. Tenemos una fe común y somos una familia. Todo esto no es algo teórico o abstracto ni una quimera que algún día alcanzaremos, sino una realidad palpable. Es así como aquellos que estamos sufriendo somos sostenidos en la prueba.

2. APROVECHEMOS EL SHOCK PARA REFLEXIONAR SOBRE NUESTRA VIDA

Cuando uno está involucrado en una iglesia en crecimiento, con proyectos sociales, plantación de iglesias, etc., la enfermedad inesperada llega como un “parón” obligado que detiene muchas cosas. Inicialmente, es un shock, y después vienen otras fases como la ira, la negociación y, finalmente, la aceptación.

La enfermedad provoca un proceso personal que, si todo va bien, puede durar unas horas o unos días. Al principio tuve momentos de dudas, de preguntarme cuál era el propósito de todo esto. Pero al aceptar mi situación, aprendí dos lecciones.

La primera fue una profunda reflexión de que Dios ha cuidado y cuida de mí. Durante unos días en los que estuve realmente mal, me planteé la posibilidad de la muerte como algo posible. ¿Qué evaluación hacía de mi vida? En lo ministerial y profesional, en las metas realizadas en la vida, estaba en paz. Había hecho lo que había podido en el tiempo que Dios me había dado. Pero el dolor apareció cuando pensé en mis hijos, en que no iba a poder ver y vivir cómo ellos alcanzarían sus propias metas y sueños. Sin embargo, ahí estaba la quieta paz de que Dios cuidaría de mi esposa y mis hijos si yo faltase.

Lo segundo que aprendí en mi proceso con el COVID-19, es a identificarme con el dolor de tantas personas que están pasando el mismo padecimiento. Es inestimable lo que la enfermedad puede aportar al alma si uno está abierto a que Dios te ensanche el corazón durante el proceso. Creo firmemente que Dios es poderoso para sanarme, así como lo fue para salvarme. Además, no creo que la enfermedad sea un castigo enviado por el Señor. Pero mientras esperaba en fe Su sanidad (directa o a través de los medios sanitarios) pude aprender que otros están sufriendo también, que puedo compadecerme con ellos y que en todo ello Dios sigue siendo Señor, pase lo que pase.

3. NO JUGUEMOS CON UNA TEOLOGÍA TRIUNFALISTA

Si en algo puede servir esta tribuna, es para pedirles a nuestros hermanos del continente americano que aprendan de nuestros errores. Desgraciadamente Estados Unidos ya lo está comprobando y esperemos que en los países hermanos de Hispanoamérica mantengan y amplíen las medidas iniciales que han tomado.

Vimos la crisis en China, y dijimos: “Es en China, queda muy lejos”. Y no nos preparamos. Después llegó a Italia, y dijimos: “Es Italia, a España no llegará”. De hecho, algunos aficionados al fútbol incluso viajaron a la zona de mayor contagio de nuestro país vecino a ver un partido de Champions League, una competición que como todo lo demás, ha sido cancelada y es ahora irrelevante.

Días después, el COVID-19 llegó a Madrid, y los que vivimos en otra parte del país dijimos nuevamente: “Eso es en la capital, nosotros estamos a salvo”, y no fuimos prudentes. Finalmente llegó a nuestra ciudad, y a nuestras propias familias. Fuimos lentos en la reacción y pagamos las consecuencias. Por favor, aprendan de nuestros errores y tomen bien en serio esta pandemia.

Las iglesias tienen un papel fundamental a la hora de responder con sabiduría a esta situación. El problema mayor está en una teología débil que enseña que la prudencia está en contra de la fe, una teología triunfalista que enseña que somos inmunes al virus por la fe. Algo así como que no tenemos que seguir las recomendaciones de las autoridades porque Dios ya nos protegerá. Es un craso error, que tendrá consecuencias nefastas, y los pastores que predican estas cosas tendrán que rendir cuentas a Dios y a los hombres por su enseñanza.

4. PREPARÉMONOS PARA ACOMPAÑAR A OTROS EN DUELOS DIFÍCILES

En España hemos visto centros de salud desbordados en los que los sanitarios definían como un “ambiente de guerra”. Enfermeros y médicos cristianos nos contaban sus ganas de llorar al llegar a casa al darse cuenta de la falta de recursos humanos, protección, camas de UCI, etc. Y sobre todo, conscientes del duro impacto emocional que esta epidemia dejará en nuestra sociedad en los próximos años.

También en nuestras iglesias hemos tenido que despedir atropelladamente a muchos. La mayoría de nuestros hermanos que han fallecido, eran padres o abuelos de una generación que luchó por levantar nuestras comunidades. Muchos han marchado sin poder decirles un último adiós, solos en una habitación, despidiéndose por teléfono. Aunque compartimos una esperanza más allá de la muerte, la forma en la que se fueron dejará heridas.

Tendremos que reaprender a acompañar en el proceso de duelo a muchas personas, sean creyentes o no. Uno de los asuntos que más tendremos que trabajar es lo relacionado con la culpa y la rabia interior por no poder acompañar a su ser querido en los últimos momentos de la enfermedad. Muchos no pudieron ir al hospital, y no van a ver nunca el cuerpo, ni siquiera el ataúd. Hay familiares que no están pudiendo encajar de forma definitiva la pérdida, la ausencia.

Estas semanas, las autoridades están pidiendo a las familias que autoricen la incineración de su ser querido: reciben una llamada en la que explican cómo acceder a las cenizas a posteriori, y al parte de defunción. Es como si estas personas desaparecieran de nuestra vida, sin más.

¿Cómo elaborar un duelo sin un ritual funerario, una ceremonia de la que poder participar? Tenemos que preparar a la gente para llevar a cabo un duelo a distancia, y estamos trabajando ya para preparar una guía sobre el duelo en estos tiempos extraños.

5. VOLVAMOS A LO ESENCIAL: LA COMUNIDAD

Casi toda Europa ha suspendido las actividades que reúnen a personas en lugares físicos, y no tenemos un horizonte de cuándo los gobiernos permitirán que se reanude la actividad en los lugares de culto.

Esto pone a prueba nuestra forma de ser iglesia. Aquellas iglesias que tienen una buena estructura de grupos pequeños tienen resuelto el concepto de comunidad, así como el cuidado pastoral y la labor misionera. Y es evidente que los recursos tecnológicos y herramientas de comunicación al alcance de todos en internet son una bendición estas semanas para tener un comunicación múltiple y fluida.

Pero el liderazgo cristiano debe aprovechar esta crisis para repensar la iglesia desde una óptica comunitaria. Cristo es el centro, no lo es el culto, la reunión dominical. En la nueva etapa postcrisis será fundamental volver a una estructura celular de la iglesia que enfatice el compromiso personal y ponga fin al consumismo religioso que nos ha acompañado durante décadas.

Las prioridades que surgen ahora son claras. Primeramente, en la línea de lo que dice Gálatas 6:10, debemos “hacer el bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe”. Hay que estar muy atentos a que ningún hermano en la fe pase necesidad, sea esta económica, anímica o social. A continuación, ampliemos esta acción al barrio y la ciudad en la que vivimos.

Es tiempo, también, de mantener la pastoral en todos los aspectos. Esto incluye, por cierto, el cuidado de niños, jóvenes, matrimonios, así como la adoración. En nuestra iglesia local, hemos celebrado el Domingo de Pascua una #santacenaibnlugo, en la que todos los hermanos participábamos de la Santa Cena desde nuestras casas, y compartíamos una foto con este hashtag.

Siempre hemos predicado aquello de que la iglesia no es un edificio ni un lugar concreto, sino las personas. Esta crisis será el crisol para probar esa afirmación: el COVID-19 probará nuestra teología y nuestras estructuras eclesiales.

6. SEAMOS, AHORA MÁS QUE NUNCA, IGLESIAS VIVAS Y ACTIVAS

Estamos en un mundo que está en quebranto, necesitado de que asumamos nuestro papel como luz y sal, para que a través de nuestro testimonio acaben dando gloria a Dios.

Dejadme terminar con una muestra de la iglesia que pastoreo. La nuestra no es una comunidad muy grande, y estamos en una ciudad de contexto rural de unos 100.000 habitantes. Uno podría pensar que somos débiles y pequeños para afrontar el enorme desafío de esta epidemia. Por si fuera poco, la suspensión de la actividad ha reducido mucho las entradas económicas de la iglesia.

Sin embargo, hemos podido multiplicar considerablemente la ayuda social con el fin de paliar los efectos de la crisis en las familias de nuestro entorno.

Intentamos aplicar Mateo 5:16, “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

En nuestro caso, ha significado desarrollar un plan de acción con tres ejes. El primero es la ayuda social de emergencia, proveyendo económicamente a las familias más necesitadas. El segundo eje es el programa de reparto de alimentos. Entregamos 3 toneladas de productos frescos cada quince días; además de 72 toneladas de alimentos no perecederos. Gracias a la red tejida en los últimos años, podemos alcanzar con esta ayuda a 900 familias (unas 3.000 personas).

Por último, hay un eje nuevo de trabajo, el de la confección de material sanitario. Esto funciona gracias a nueve miembros de nuestra iglesia que cosen batas, gorros y calzas para usar en centros de salud. Lo hacen con materia prima fácil de conseguir: bolsas de plástico. Ya hemos entregado muchas en centros de salud y residencias de ancianos, donde tenían escasos recursos o ningún material. La repercusión en los medios de comunicación ha sido grande desde el principio, lo cual ha aumentado el número de pedidos de material. El personal médico y de enfermería se ha mostrado muy agradecido y nos ha felicitado por un trabajo que consideran de calidad. Prevemos poder confeccionar 2.000 batas, 2.400 gorros y 2.100 calzas en las próximas semanas.

Esperamos poder poner punto y final a este programa en cuanto lleguen los recursos que el gobierno está gestionando. Mientras tanto, seguimos sirviendo a la comunidad.

Es verdad que estamos confinados, pero el Espíritu Santo no está confinado, y como cristianos seguimos participando de la vida de la sociedad que nos rodea en medio de la crisis. Es tiempo de mostrar que “la iglesia sigue viva y activa”. Este es el lema que nos mantendrá a los miembros de nuestra iglesia local enfocados en las semanas por delante.

Marcos Zapata es pastor de la Iglesia Buenas Noticias en Lugo, España, y presidente de la Alianza Evangélica Española.

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Books

Lo que los académicos escépticos admiten acerca de las apariciones de Jesús después de la Resurrección

La evidencia histórica es clara: Aquellos que dijeron verlo resucitado deben haber visto algo.

Christianity Today April 20, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: ZU_09 / Getty Images / Annie Spratt / Unsplash

El 26 de junio de 2000, ABC emitió un documental llamado La búsqueda de Jesús (The Search for Jesus). El principal presentador de noticias de la cadena, Peter Jennings, entrevistó a eruditos del Cristianismo primitivo (liberales y conservadores) acerca de lo que podemos saber históricamente acerca de la vida, muerte, y resurrección de Jesús. La serie terminó con una sorprendente declaración de la académica del Nuevo Testamento Paula Fredriksen, quien no es cristiana.

The Bedrock of Christianity: The Unalterable Facts of Jesus' Death and Resurrection

Comentando sobre las apariciones posteriores a la Resurrección de Jesús, Fredriksen dijo:

Sé que, en sus propios términos, lo que vieron fue a Jesús resucitado. Eso es lo que dicen; y luego, toda la evidencia histórica posterior que tenemos da testimonio de su convicción de que eso es lo que vieron. No estoy diciendo que realmente vieron al Jesús resucitado. Yo no estaba allí. Yo no sé lo que vieron. Pero sí sé, como historiadora, que deben haber visto algo.

Ella está admitiendo, en otras palabras, que la mejor evidencia histórica disponible confirma que seguidores de Jesús como María Magdalena, su hermano Jacobo [también conocido como Santiago en la lengua española], Pedro y sus otros discípulos, e incluso un enemigo (Pablo) estaban absolutamente convencidos de que Jesús, el hombre que había sido crucificado, se les apareció vivo, resucitado de entre los muertos.

Fredriksen no es la única en suponer que estos seguidores deben haber visto algo. Prácticamente todos los estudiosos de la Biblia en todo el mundo occidental, independientemente de sus antecedentes religiosos, están de acuerdo en que los primeros seguidores de Jesús creían con certeza que se les había aparecido vivo. Esto fue lo que dio inicio a la religión más grande del mundo. Como resultado de estas apariciones, pescadores judíos comenzaron a proclamar a las multitudes en Jerusalén que «A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos» (Hechos 2:32 NVI). Dos mil años después, el mensaje de la muerte y resurrección de Jesús es proclamado por miles de millones de cristianos en casi todas las naciones y en casi todos los idiomas del planeta tierra.

¿Qué vieron todos estos testigos?

Una confesión fundamental

Según la fuente más antigua que tenemos registrada de la muerte y resurrección de Jesús, una perla oculta que se encuentra dentro de 1 Corintios 15, Jesús se apareció a varios individuos y grupos, y al menos a un enemigo. Esta tradición de credo, según prácticamente todos los eruditos, data de cinco años alrededor de la muerte de Jesús. A través de esta fuente, podemos volver a los primeros años del movimiento cristiano en Jerusalén, a la confesión fundamental de los primeros seguidores de Jesús.

Esto es lo que Pablo dice en Primera de Corintios 15:3–8:

Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Jacobo, más tarde a todos los apóstoles, y, por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí.

Este catálogo de apariciones de resurrección no tiene parangón en el Nuevo Testamento, incluso en toda la literatura antigua. De esta lista aprendemos que Jesús se apareció a tres individuos: Cefas (Pedro), su discípulo principal; Jacobo, su hermano; y Pablo, su antiguo enemigo. Y también aprendemos que se apareció a tres grupos: los Doce (discípulos, menos Judas); a más de 500 de sus primeros seguidores; y a todos los apóstoles.

Decir que Jesús se apareció a más de 500 hombres y mujeres al mismo tiempo es una afirmación verdaderamente notable. Pablo audazmente pone su credibilidad en juego cuando menciona que la mayoría de ellos todavía están vivos. Después de todo, esencialmente está invitando a los miembros de la iglesia en Corinto a viajar a Jerusalén y hablar con estos testigos, investigando por sí mismos cómo fue ver al Jesús resucitado. Podemos ver, entonces, que el testimonio sólido de testigos que vieron a Jesús resucitado estaba fácilmente disponible en las décadas posteriores a su resurrección. Como G. K. Chesterton observó en El Hombre Eterno (The Everlasting Man): «Este es el tipo de verdad que es difícil de explicar porque es un hecho; pero es un hecho al que podemos llamar testigos».

María Magdalena también pertenece a la lista de testigos oculares clave, ya que ella también estaba disponible para ser interrogada acerca de su experiencia con Jesús resucitado. Como escribe el agnóstico erudito del Nuevo Testamento Bart D. Ehrman en How Jesus Became God, es «significativo que María Magdalena goce de tal protagonismo en todas las narraciones de la resurrección del Evangelio, a pesar de que está prácticamente ausente en cualquier otro lugar de los Evangelios. Ella es mencionada en un solo pasaje de todo el Nuevo Testamento en relación con Jesús durante su ministerio público (Lucas 8:1–3), y sin embargo ella es siempre la primera en anunciar que Jesús ha resucitado. ¿Por qué es esto? Una explicación plausible es que ella también tuvo una visión de Jesús después de que él murió». A María Magdalena se le dio el alto honor de ser no sólo la primera en ver a Jesús resucitado, sino la primera persona en la historia en proclamar: «¡He visto al Señor!» (Juan 20:18).

Sea lo que sea que estos testigos vieron, transformó sus vidas hasta el punto de estar dispuestos a sufrir y morir por ello. En Segunda de Corintios 11:23–33, Pablo relata el sufrimiento que enfrentó casi a diario por su convicción de que Jesús se le apareció. Fue golpeado, encarcelado, apedreado, padeció hambre, naufragó, y diariamente se encontraba en peligro de todo tipo de maldad en sus viajes por todo el Imperio Romano.

También poseemos fuertes pruebas históricas de que ciertos testigos oculares clave fueron martirizados por su fe. Pedro, por ejemplo, fue crucificado. Jacobo fue apedreado. Pablo fue decapitado. Sea lo que sea que hayan visto, valió la pena dar sus vidas por ello. Sellaron sus testimonios con su propia sangre.

La varita mágica de la «Histeria en Masa»

Con el fin de dar una explicación a estas apariciones de la Resurrección, algunos eruditos han especulado que los testigos oculares simplemente estaban alucinando.

En su excelente libro Resurrecting Jesus, el erudito del Nuevo Testamento Dale Allison examina la literatura y los estudios científicos disponibles sobre las alucinaciones. En casos documentados, concluye, hay cuatro cosas que no suceden (o rara vez suceden). En primer lugar, las alucinaciones rara vez son vistas por múltiples individuos y grupos durante un largo período de tiempo. En segundo lugar, las alucinaciones rara vez son vistas por grupos grandes de personas, especialmente grupos de más de ocho. Tercero, las alucinaciones nunca han llevado a la afirmación de que una persona muerta ha resucitado. Y en cuarto lugar, las alucinaciones no involucran al enemigo de la persona. (También podríamos añadir el hecho de que las alucinaciones normalmente no se caracterizan por iniciar movimientos globales o religiones mundiales).

Sin embargo, en el caso de las apariciones de la resurrección de Jesús, cada una de estas circunstancias raras, o aparentemente imposibles, ha sucedido.

Allison resume las implicaciones de forma contundente: «Estos parecen ser los hechos, y plantean la cuestión de cómo debemos explicarlos. Los apologistas de la fe dicen que, dados los informes, los avistamientos de Jesús deben haber sido objetivos. Una persona puede alucinar, ¿pero doce al mismo tiempo? ¿Y docenas durante un largo período de tiempo? Estas son preguntas legítimas, y agitar la varita mágica de la “histeria masiva” no hará que desaparezcan».

Agnosticismo cauteloso

La única otra respuesta dada por eruditos respetables que luchan con este sólido registro histórico es alguna variación de «No lo sé». Al igual que Fredriksen, el renombrado erudito del Nuevo Testamento E. P. Sanders también representa este enfoque agnóstico cauteloso cuando escribe, en La Figura Histórica de Jesús (The Historical Figure of Jesus): «Que los seguidores de Jesús (y más tarde Pablo) tuvieron experiencias de resurrección es, a mi juicio, un hecho. Cuál fue la realidad que dio lugar a las experiencias, la desconozco».

Jordan Peterson, el popular profesor de psicología de la Universidad de Toronto, también pertenece a esta categoría. No afirma ni rechaza la historicidad de la Resurrección de Jesús. Cuando se le preguntó directamente si Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, Peterson respondió: «Necesito pensar en eso durante unos tres años más antes de aventurarme a dar una respuesta que vaya más allá de lo que ya he dicho».

La postura del agnóstico cauteloso es respetable. Ni siquiera los apóstoles originales creyeron en el relato de la Resurrección cuando las mujeres les dijeron por primera vez (Lucas 24:8–11). Sin embargo, si alguien como Peterson, con la mente y el corazón abiertos, sigue la evidencia a donde ésta conduce, estoy convencido de que se encontrará a los pies de Jesús resucitado, proclamando con Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20:28).

Convenciendo a Horacio

La extraordinaria naturaleza de la resurrección de Jesús me recuerda mi escena favorita en Hamlet de Shakespeare. La obra comienza con las apariciones «extrañamente prodigiosas» del padre muerto de Hamlet a Bernardo y Marcelo y más tarde al amigo de Hamlet, Horacio. Horacio es el escéptico del grupo, y Hamlet desafía su incredulidad de lo sobrenatural en este intercambio:

Horacio: ¡Oh! Dios de la luz y de las tinieblas, ¡qué extraño prodigio es éste!

Hamlet: Por eso como a un extraño debéis hospedarle y tenerle oculto. Ello es, Horacio, que en el cielo y en la tierra hay más de lo que puede soñar tu filosofía. [Shakespeare, Hamlet, trad. al español por Leandro Fernández de Moratin, 1825]

Shakespeare habla a través de Hamlet, diciéndonos que esperemos lo inesperado. Que le demos la bienvenida a lo extraño y extraordinario. Es realmente un extraño prodigio que el fantasma del padre de Hamlet se esté apareciendo a la gente, pero no lo rechacemos solo por esa razón. Su filosofía debería ser lo suficientemente amplia para lo sobrenatural. Más cosas están sucediendo en nuestro maravilloso mundo (y más allá) de lo que usted puede imaginar. Si su filosofía no es lo suficientemente amplia y abierta como para incluir lo milagroso y lo extraordinario, entonces necesita una nueva filosofía.

Debemos estar abiertos a afirmaciones milagrosas del mundo antiguo y en los tiempos modernos. Nuestras filosofías deberían dejar espacio para lo inesperado, extraño y extraordinario. Sin embargo, la pregunta más importante para hacer de cualquier afirmación milagrosa es «¿Cuál es la evidencia?».

Hemos visto que, incluso desde la perspectiva de los eruditos más escépticos, el peso del registro histórico atestigua que una serie de individuos y grupos creían con certeza haber visto a Jesús resucitado. Todas las pruebas que tenemos sugieren que sus testigos oculares eran dignos de confianza y honestos. ¿Por qué no creerles?

Y si eso no convence a nuestros Horacios modernos, entonces podemos ir más allá, convocando a los Doce y a los más de 500 que vieron al Mesías resucitado.

Incluso podemos ir más allá del marco temporal del primer siglo, explorando cómo la creencia en la Resurrección sentó las bases de toda la civilización occidental, inspirando algunas de las mayores muestras de arte, literatura, música, cine, filosofía, moral y ética que el mundo haya visto jamás. ¿Todo esto se basa en una mentira?

Y si todo eso todavía no es suficiente, entonces que nuestros Horacios contemplen a los miles de millones en todo el mundo que hoy están dispuestos a testificar cómo el Cristo viviente ha transformado sus vidas. Estos incluyen gigantes intelectuales que se han convertido al cristianismo de todas las religiones del mundo (o del ateísmo y el agnosticismo). En Cristo, han encontrado todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento.

El Domingo de Resurrección, estos miles de millones proclamaban el mismo mensaje que los apóstoles proclamaron en el Día de Pentecostés: «A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos».

Ahora más que nunca, en este mundo oscuro y plagado, su familia, amigos y vecinos están buscando esperanza. El Cristo viviente es la única esperanza para todos nosotros. Antes de que la Pascua se desvanezca en las prisas de la vida cotidiana, pregúntele a su vecino: ¿Qué (o a quién) vieron todos esos testigos?

Vieron la esperanza encarnada, la nueva creación, la vida en su plenitud, Dios en la carne.

¡Esto es verdaderamente un extraño prodigio! Anime a sus amigos escépticos a no detenerse en «No lo sé». A darle la bienvenida a Jesús resucitado.

Justin Bass es profesor del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Evangélico de Jordania en Amán, Jordania. Es el autor de The Bedrock of Christianity: The Unalterable Facts of Jesus's Death and Resurrection (Lexham Press) y The Battle for the Keys: Revelation 1:18 y Christ's Descent into the Underworld (Wipf and Stock).

Traducido por Livia Giselle Seidel.

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Theology

La esperanza de la Resurrección se extiende más allá del domingo de Pascua

Incluso cuando la muerte se avecina, las Buenas Nuevas permanecen.

Christianity Today April 16, 2020
Buda Mendes / Getty Images

Mientras la pandemia COVID-19 trajo sufrimiento y muerte a tantos alrededor del mundo en las últimas semanas, los cristianos anticipaban ansiosamente el Domingo de Pascua con su promesa de una nueva vida.

Ahora que la celebración ya ha pasado, los cristianos podrían verse tentados a cambiar de tema. Con la amplitud del sufrimiento en todo el mundo, y las proyecciones advirtiendo que lo peor no ha terminado, sería fácil dejar de lado cualquier alegría y esperanza de Pascua. Pero la resurrección de Jesús no está reservada para un solo domingo. Puede que la Pascua haya pasado, pero la esperanza de la resurrección es nueva cada mañana porque Jesús ha resucitado físicamente de entre los muertos.

Jesús murió por nuestros pecados, se levantó físicamente de entre los muertos, y se apareció a muchos testigos como se relata en los Evangelios y a través de las Epístolas. En el Nuevo Testamento, la palabra esperanza significa una expectativa confiada de que Dios ha cumplido y cumplirá sus promesas de redención para su pueblo y para el mundo en Su Hijo, Jesucristo.

Los cristianos especialmente necesitan recordar esta palabra en tiempos de sufrimiento. Como el mismo Pablo lo atestigua, porque hemos sido justificados por la fe en Jesucristo, tenemos paz con Dios y esperanza en Dios cuando sufrimos (Rom. 5:1–5 NVI). Esta esperanza "no nos defrauda" (v. 5).

Entiendo que puede ser difícil mantener la Resurrección en primer plano cuando la muerte nos amenaza a nosotros mismos, a nuestras comunidades y a quienes amamos.

En 2018, mi amada tía, quien me crió como si fuera su propio hijo, murió una muerte horrible. Fue la culminación de una larga y dolorosa batalla con múltiples enfermedades, y la esperanza parecía desesperanza.

Al cuidarla en esas últimas semanas, a menudo sentí que la esperanza de la resurrección de Jesús era una verdad bíblica y teológica que yo afirmaba intelectualmente, pero que no me estaba sosteniendo en esas circunstancias. Parecía imposible hacer otra cosa que caer en la desesperanza en esas habitaciones de hospital cuando mi tía elevaba a Dios su clamor por ayuda mientras sufría, o en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) cuando estaba en coma, o en el hospicio, cuando la vi pasar lentamente de esta vida a la siguiente un par de semanas antes de Navidad.

Esta pandemia nos recuerda a todos que la vida es incierta, frágil y demasiado corta. Junto con el resto de la creación, los cristianos debemos gritar con gemidos agonizantes, con quebrantamiento, con decepciones y temores, mientras anhelamos que cesen las infecciones, las enfermedades, el sufrimiento y la muerte. Sabemos que no es así como las cosas deberían ser (Rom. 8:18).

Lamentamos la situación actual del mundo. Sin embargo, no renunciamos a la alegría del Domingo de Resurrección, con sus himnos triunfantes proclamando un Salvador resucitado. Nuestras lágrimas brotan de corazones con lamento esperanzado. Esperamos ansiosamente a que Dios, en Cristo, efectúe la redención de la creación de su esclavitud al pecado, la enfermedad, la muerte y el sufrimiento, mientras trabajamos y anhelamos el florecimiento de todos los portadores de la imagen [de Cristo] en este tiempo (Rom. 8:19–21, Gal. 6:10).

Todavía podemos tener esperanza en medio de una pandemia, e incluso celebrar mientras nos lamentamos, porque creemos en un Dios que probó que la enfermedad y la muerte no tienen la última palabra (1 Cor. 15).

Incluso ahora mismo, Dios está actuando en nuestro favor porque Jesús ha resucitado de entre los muertos. El Espíritu acompaña los gemidos de lamento de la creación con oraciones de gemidos que no pueden expresarse con palabras mientras nos ayuda y ora por nosotros cuando no sabemos qué pedir porque nuestro sufrimiento actual es insoportable (Rom. 8:26–27). Las oraciones del Espíritu garantizan que Dios hará que nuestro sufrimiento sea para nuestro bien debido a su obra redentora en Jesucristo (Rom. 8:28–30).

Hace poco más de un año, cuando mi tía estaba en la UCI—esas alas de hospital ahora llenas de frágiles pacientes luchando contra el Coronavirus—el Señor le mostró a nuestra familia la esperanza de la resurrección de Jesús. Antes de que mi tía muriera, después de 22 años de orar por ella y de compartir el evangelio con ella, tuve el privilegio de guiarla a la fe en Jesucristo.

Y Dios ha continuado su obra. Un año más tarde, tuve el privilegio de guiar a mi madre (su hermana) a la fe en Jesucristo, y luego a mi hijo de 11 años. No conozco el propósito del sufrimiento y la muerte de mi tía a la edad de 59 años, y todavía lamento su muerte. Pero debido a la muerte y resurrección de Jesús, mi familia tiene esperanza.

El sufrimiento que inevitablemente acompaña a esta pandemia—la muerte, la enfermedad, el miedo, la pérdida, el aislamiento y las dificultades financieras—será difícil de soportar. Parecerá abrumador e inexplicable. Y sin embargo, es incomparable a la gloria que Dios revelará en nosotros cuando libere toda la creación de su esclavitud al pecado (Rom. 8:18).

Incluso durante este tiempo inexplicable de sufrimiento como nunca antes habíamos visto, cuando la muerte parece abarcar el mundo entero y acechar incluso junto a nosotros, los cristianos debemos recordar que somos más que vencedores a través de Cristo, quien nos amó (Rom. 8:31–39). Estamos unidos al amor de Dios en Jesucristo por la fe, porque murió por nuestros pecados, se levantó de entre los muertos y está sentado a la diestra de Dios reinando en la victoria triunfal sobre el poder del pecado y la muerte (Col. 1–2).

Y así como reina, Jesús también ora por nosotros en anticipación de aquel gran día en que sus redimidos reinarán con él en la tierra en un mundo glorificado (Ap. 19:1–22:21).

Mientras tanto, vivimos con la esperanza de la Resurrección, y practicamos una ética del amor que nos obliga a amar bien y sabiamente a nuestros vecinos y a buscar el bien común de todas las personas, aun cuando eso signifique que debemos practicar el distanciamiento social y permanecer en casa. Soñamos con nuevas maneras de compartir el mensaje de la salvación de Dios—y mostrar el amor de Cristo—con nuestra familia y vecinos, para quienes el Domingo de Pascua fue solo otro día en el calendario. A medida que crece el sufrimiento que nos rodea, oramos para que el Evangelio y el reino de Dios continúen avanzando.

El Domingo de Pascua ya vino y se fue, y lo que está por venir es desconocido incluso para los mejores pronosticadores, estadísticos y científicos. Pero la verdad de la Resurrección no ha cambiado, y nuestra esperanza en Jesús todavía es segura porque !Él ha resucitado de entre los muertos!

Jarvis J. Williams es profesor asociado de interpretación del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Bautista del Sur (The Southern Baptist Theological Seminary) en Louisville, Kentucky. Es autor de numerosos libros, incluyendo un comentario reciente del libro de Gálatas.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

20 Oraciones más mientras nos acercamos al pico de la pandemia

Pedir a Dios sigue siendo la forma más poderosa de responder en medio de la crisis.

Christianity Today April 15, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: The New York Public Library / Igor Rodrigues / CDC / Unsplash

[Nota del editor: CT tiene más de 50 artículos traducidos al español.]

La semana pasada, paramédicos vinieron por mi vecino anciano al otro lado de la calle, mientras mis hijos y yo mirábamos impotentemente desde la ventana. Se pusieron mascarillas y se ataron mutuamente largas batas azules. "¿Por qué el camión de bomberos también está aquí?", preguntó mi hijo.

"Creo que siempre viene cuando se llama a una ambulancia", le dije, tratando de ser útil, cuando en realidad me sentí inútil.

Con más de la mitad del mundo bajo la orden de permanecer en casa, muchos estamos experimentando esta sensación de impotencia frente al sufrimiento de otras personas. En condiciones normales, habría comida que preparar y visitas al hospital por hacer. Pero estos no son días normales.

Sin embargo, no somos impotentes. Todo lo contrario. Una de las cosas más efectivas que podemos hacer por nuestros vecinos de todo el mundo es arrodillarnos y buscar a Dios, la fuente de la ayuda misma.

Escribí “20 Oraciones Para Orar Durante Esta Pandemia” para recordarnos que Dios es quien dice ser: "¡Vean ahora que yo soy único! No hay otro Dios fuera de mí." (Deut. 32:39 NVI)

En las semanas posteriores a la publicación de ese artículo, personas de todo el mundo han estado leyendo, orando (presumiblemente) y compartiendo esas oraciones en gran número. Dicho gran número rinde homenaje a cómo la iglesia se está uniendo durante la crisis.

A medida que continuamos uniendo las manos a través de la distancia, aquí hay 20 oraciones más por nuestro prójimo en todas partes:

1. Por la iglesia, luchando con fe en medio del sufrimiento global: Dios, creemos en tu voluntad de sanar y en tu poder para hacerlo. Ayuda a nuestra incredulidad.

2. Por aquellos que se han convertido a la fe en Jesús por primera vez durante esta pandemia: Dios, ayuda a nuestros nuevos hermanos y hermanas a crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Salvador.

3. Por aquellos que aún no conocen a Jesús pero cuyos corazones se encuentran agitados por curiosidades espirituales y anhelos eternos: Dios, en tu bondad, lleva a muchos al arrepentimiento y a la fe obediente en tu Hijo.

4. Por los socorristas y los trabajadores del cuidado de la salud, especialmente en los epicentros de la infección: Dios, refuerza sus filas y fortalécelos con energía sobrenatural.

5. Por las empresas con la capacidad (y el mandato) de fabricar los tan necesarios equipos de protección para nuestros trabajadores del cuidado de la salud: Dios, establece el trabajo de sus manos.

6. Por los trabajadores de tránsito, los policías y otros servidores públicos que trabajan incansablemente, a menudo sin la protección adecuada: Dios, dales resistencia todos los días y líbralos de la enfermedad.

7. Por hogares de ancianos, centros de rehabilitación y otros centros de cuidado de largo plazo: Dios, alienta a los residentes que se sienten solos y fortalece al personal que los ayuda. Prevén una mayor propagación de la infección y consuela a las familias que no pueden visitar a sus seres queridos.

8. Por los encarcelados, que son particularmente vulnerables a la propagación de este virus: Dios, da sabiduría a los funcionarios de las prisiones. Protege a los reclusos y al personal, tanto de la violencia, como de la enfermedad. Líbralos a todos del miedo.

9. Por las mujeres y los niños en situaciones abusivas: Dios, restringe a aquéllos que hacen daño. Proporciona protección y rescate a las víctimas y consuélalos en su vulnerabilidad.

10. Por los países del mundo en desarrollo: Dios, contén la propagación de la infección en las ciudades más densamente pobladas y pobres de nuestro mundo. Libra de este mal a aquellos países que ya están agobiados por enfermedades y mala salud crónica.

11. Por los asiático-americanos en los Estados Unidos, los africanos en China y otras personas de todo el mundo sometidos al racismo relacionado con el COVID: Dios, confronta este mal con tu pronta justicia y libra a nuestros hermanos y hermanas de la crueldad.

12. Por todos los que están ansiosos por el futuro económico —por cómo pagarán por su vivienda, comida y medicinas esenciales: Dios, conéctalos con fuentes de ayuda a través de la iglesia, el gobierno y la comunidad. Ayúdalos a mirar hacia ti en busca de provisión.

13. Por las iglesias pequeñas sin reservas de dinero: Dios, mantén sus puertas abiertas e insta a tu pueblo a dar generosamente.

14. Por los educadores, obligados a adaptar planes de estudio al aprendizaje en línea, y por los estudiantes, obligados a ejercer más autonomía: Dios, haz de los hogares un lugar de curiosidad, investigación y estudio. Brinda ayuda especial a los niños sin acceso regular a internet y otras herramientas digitales.

15. Por aquellos decepcionados por la cancelación de celebraciones como graduaciones, bodas o baby showers: Dios, consuélalos en sus decepciones, y haz posible que se reúnan de nuevo con amigos y familiares.

16. Por las madres embarazadas, que se enfrentan al panorama de una labor de parto sin el equipo de apoyo que habían planeado: Dios, líbralas del miedo y llénalas de alegría mientras presencian el milagro de una nueva vida.

17. Por las mujeres que se enfrentan a un embarazo inesperado en estos tiempos de crisis económica: Dios, ayúdalas a encontrar el apoyo práctico y emocional que necesitan para evitar que busquen abortos.

18. Por las iglesias, los ministerios y otras organizaciones cristianas que realizan evangelismo y discipulado en línea: Dios, bendice nuestros esfuerzos digitales imperfectos y continúa avanzando el reino de Jesús a través de tu pueblo.

19. Por los que mueren solos en los hospitales y por sus seres queridos: Dios, acércate a ellos y, por tu misericordia, permíteles tener un encuentro con Cristo, el amigo que nunca se va y nunca abandona.

20. Por los que participan en la política a todos los niveles: Dios, ayuda a nuestros líderes a trabajar en colaboración y a comunicarse de manera eficiente, dejando de lado el interés personal por el bien común.

Dios, reconocemos que Tú hablaste y el mundo fue creado, y que, asímismo, Tú sostienes todas las cosas con tu Palabra. Confiamos en tu sabiduría, poder y bondad. Ayúdanos en cada oportunidad a amar como tú amas y a servir como tú sirves. Danos valor para hablar de nuestra esperanza en Jesús, que sufrió por nosotros, resucitó de entre los muertos y viene de nuevo. Amén.

Jen Pollock Michel es la autora de Teach Us to Want, Keeping Place y Surprised by Paradox. Vive con su marido y sus cinco hijos en Toronto.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

Ni siquiera las puertas de una pandemia infernal prevalecerán sobre la iglesia de Dios

Las Escrituras no prometen riqueza ni salud. Ni siquiera la vida. Entonces, ¿qué prometen?

Christianity Today April 9, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Patrick Wittke/ Unsplash

Mi abuelo era predicador en Beaverdam, una iglesia bautista negra en Alabama. Periódicamente, cuando su ministerio lo separaba del púlpito, el pastor asociado tomaba su lugar. La broma en mi familia era que cada vez que el pastor asociado predicaba, elegía el mismo texto: Ezequiel y el valle de huesos secos (Ezequiel 37:1–14). En el pasaje, el Espíritu lleva al profeta a un lugar donde los restos de los muertos están esparcidos. Dios manda a Ezequiel a profetizar sobre ellos, y cuando lo hace, los huesos se vuelven a cubrir de carne y resucitan.

Según mi madre, el pastor asociado predicó sobre este pasaje durante siete años consecutivos. Cada vez que empezaba con "esos huesos", ella y yo nos mirábamos con una sonrisa bien conocida, mientras ahogabamos una risita. No obstante, cuando miro hacia atrás ahora, su decisión de volver a visitar esta historia una y otra vez no parece poco reflexiva o humorística. Parece prudente. Tal vez la visión de Ezequiel sea la respuesta a la pregunta más importante que podemos hacer, especialmente en este momento presente. ¿Qué hará Dios frente a obstáculos aparentemente insuperables? ¿Qué hará en un mundo rodeado de muerte?

En estos momentos, el mundo entero está convulsionando con la muerte, la enfermedad y el colapso económico. COVID-19 se ha llevado la vida de demasiados, y cierto miedo persiste mientras esperamos a que el virus se abra paso hacia nuestras comunidades. No nos queda mucho por hacer sino seguir el consejo de los profesionales, dar a los necesitados y orar por ellos, actualizar nuestras fuentes de noticias y redes sociales, y esperar los resultados de las pruebas junto con nuestros amigos, familiares y vecinos.

La sombría temporada de Cuaresma parece perfectamente adecuada para este momento. Este es un tiempo de lamento nacional. Pero mientras nos acercamos a la Pascua, ¿nos deberíámos atrever a decir más? ¿Nos deberíamos atrever a hablar de alegría y resurrección en un mundo que siente como si estuviera a la sombra de la muerte?

Si los profetas del Antiguo Testamento tienen algo que enseñarnos, es que precisamente en los momentos más oscuros de nuestra historia, necesitamos una esperanza divinamente inspirada y recién articulada.

Eso encontramos en el libro de Ezequiel. El profeta es parte del primer grupo que sale de Jerusalén después de que los babilonios toman la ciudad. Él vive con personas que han sufrido traumas profundos y han perdido a sus seres queridos por el asedio, y ahora su futuro está en manos de los mismos gobernantes extranjeros que destruyeron sus vidas. Gran parte de Ezequiel es un lamento por el pecado de Israel, que condujo al exilio, pero el libro también contiene pasajes que miran a la futura restauración de Israel por parte de Dios después de que el período de prueba haya terminado.

El más famoso de estos pasajes de restauración es la narrativa de los huesos secos en el capítulo 37. El punto de la historia es bastante claro: así como parecía imposible que cosas muertas resucitaran, también parecía imposible que Israel fuera restaurado. Pero Dios cumplió su promesa a los israelitas.

Por supuesto, tenemos que tener cuidado de no aplicar mal la historia de Israel a nuestra propia experiencia; sin embargo, nosotros, como cristianos, sabemos que la visión de los huesos secos no es meramente metafórica y que la fidelidad de Dios sí llama cosas muertas a la vida. Los israelitas sabían que la capacidad de Dios para salvarlos no tenía límites, por muy grave que fuera la situación. Cuanto más profundo el problema, mayor la gloria de la obra redentora de Dios. Para Ezequiel, entonces, el profundo sufrimiento humano tuvo un encuentro con las promesas de Dios, y el resultado fue una visión del futuro que permanece con nosotros hoy: huesos secos que cobran vida.

Del mismo modo, en la tradición de la iglesia negra, los espirituales y los himnos que miran a un mejor futuro tienen poder precisamente porque fueron escritos cuando aún no éramos libres. Esas canciones eran una profecía, escrita en la sangre de nuestros antepasados y antepasadas, declarando que Dios tenía un futuro mejor para nosotros. Tal vez no ahora, pero algún día.

Parece, entonces, que el apogeo de la pandemia COVID-19 es precisamente el momento de hablar de la esperanza arraigada en las promesas de Dios. Estas promesas no se tratan de la economía estadounidense. Dios no ha hecho ninguna garantía en ese sentido. Él tampoco ha garantizado que todos sobreviviremos. No lo haremos. Entonces, ¿qué ha prometido? Que ni siquiera las puertas del infierno prevalecerán sobre la Iglesia. (Mateo 16:18)

No sé qué nos depara el futuro del cristianismo en las semanas y meses venideros. Pero sí sé, sin embargo, que la iglesia no será vencida por un virus. Sé que este no es el final, y sé que de hecho adoraremos juntos de nuevo.

Pero, ¿es posible decir aún más? ¿Es posible decir, como Ezequiel, que el intenso dolor de esta temporada puede conducir a una visión más grande de un pueblo revitalizado de Dios? ¿Es posible decir que al final de todo esto, no simplemente reanudaremos nuestro trabajo, sino que ampliaremos y creceremos la iglesia con confianza renovada en la providencia de Dios? Estoy ansioso de ver qué tipo de iglesia emerge de esta prueba. Ruego que sea gloriosa.

Esta esperanza de transformación de la iglesia es fundamental para el reino, pero la promesa más central para los cristianos es la derrota de la muerte por parte de Dios. Las palabras de Jesús en el aposento alto llegaron durante un tiempo oscuro en la vida de sus discípulos. Él sabía que el tiempo de su pasión se acercaba y que las cosas empeorarían antes de mejorar. Les dijo: "Ciertamente les aseguro que ustedes llorarán de dolor, mientras que el mundo se alegrará. Se pondrán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría." (Juan 16:20 NVI) No les estaba prometiendo que no llorarían. Les estaba prometiendo alegría al otro lado de su luto.

¿Cuál era la fuente de esta alegría venidera? Su propia resurrección. Entonces, ¿qué es lo que da esperanza a la Iglesia en medio de esta pandemia? La resurrección de los muertos y la vida eterna. Es la promesa de Dios, escrita en la sangre de su Hijo, que Él nos ama con un amor más fuerte que la muerte y que al final, Él nos llamará de la tumba para verlo como un amigo y no como un enemigo.

La celebración de la Pascua nos dice lo que está al otro lado de COVID-19 y al otro lado de todas nuestras pruebas: la vida con Dios. Este mensaje es necesario no porque estemos tropezando hacia el Domingo de Pascua como un pueblo de Dios disperso y asediado. Es necesario porque la verdad del Evangelio brilla más radiantemente en tiempos oscuros. "Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla". (Juan 1:5)

Esta Pascua, no importa si no podemos estar juntos en nuestras iglesias locales. Todavía podemos gritar como un solo pueblo, "¡Aleluya, Cristo ha resucitado!" Dios escucha nuestros gritos triunfantes, no importa cuán obstaculizados estén por los temores del desempleo, la enfermedad y la muerte. Satanás y los poderes del mal también los oyen y tiemblan.

Incluso si estamos encadenados a nuestros hogares, el Evangelio permanece libre y continúa haciendo su obra. Nada, ni siquiera una pandemia, puede cambiar eso.

Esau McCaulley es un sacerdote en la Iglesia Anglicana en América del Norte y profesor asistente de Nuevo Testamento en Wheaton College. Es el autor del próximo libro Reading While Black: African American Biblical Interpretation as an Exercise in Hope (IVP Academic).

Traducido por Livia Giselle Seidel

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Theology

20 Oraciones para esta pandemia

Así como la COVID-19 ha puesto al mundo en crisis, también nos invita a ponernos de rodillas.

Christianity Today April 9, 2020
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Diana Simumpande / Unsplash / The New York Public Library

Nota del editor: CT tiene más de 250 artículos traducidos al español, incluyendo los 50 países donde es más difícil ser cristiano en 2022.

En los últimos meses, la COVID-19 se convirtió en una pandemia mundial y los países se vieron obligados a tomar medidas radicales para frenar la propagación de la infección. Me gustaría poder decir que mi primer impulso ha sido orar, pero probablemente sería más honesto decir que he estado al pendiente de las noticias y de mis redes sociales más que nunca.

La crisis es tan grande y tangible que nos hace sentir impotentes. Pero tal vez cuando más débiles nos sentimos es cuando es más fácil reconocer nuestra necesidad de orar. La oración es la forma en que demostramos nuestra creencia y confianza en que Dios tiene el mundo entero en sus manos. “En toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” (Fil. 4:6-7, NVI) La oración no debe ser nunca el último recurso del pueblo de Dios; por el contrario, debe ser nuestro primer punto de acción.

Con esto en mente, he reunido una lista de 20 ideas acerca de cómo podemos orar durante esta pandemia. Cada uno de los puntos aborda las necesidades de una comunidad específica. Tengo la fortuna de ser parte de una iglesia con muchos profesionales médicos, algunos de los cuales me dieron consejos sobre la mejor manera de orar por ellos en este tiempo. He incluido sus recomendaciones aquí. También he tratado de pensar ampliamente en las diversas formas en las que todos nos vemos afectados por la crisis actual.

No pretendo decir que esta lista incluye todas las posibles necesidades de oración para la difícil temporada por la que estamos pasando, pero es un buen lugar para comenzar. Mi esperanza es que nos pueda ayudar a encontrar palabras al orar juntos como el cuerpo de la iglesia de Cristo. Creemos que hay un Dios que inclina su oído para escuchar, y por eso oramos:

Altísimo Dios, nuestro Padre eterno en los cielos. ¡Bendecimos tu Santo nombre! Confesamos que tu hijo Jesucristo pagó por nuestros pecados en la Cruz, y que es sólo por su sacrificio que hoy podemos acercarnos a ti en oración. En Su nombre y confiando en tu gran amor y misericordia, presentamos estas oraciones delante de ti:

1. Por los enfermos e infectados: Dios, oramos por su sanidad. Te rogamos que los ayudes, y que sostengas sus cuerpos y espíritus. Te pedimos que se acerquen a ti y busquen tu rostro. Te suplicamos que, conforme a tu infinita bondad y misericordia, detengas la propagación de la infección.

2. Intercedemos por nuestras poblaciones vulnerables: Dios, protege a nuestros ancianos y a los que sufren de enfermedades crónicas. Líbralos de esta infección. Te pedimos provisión para los pobres, especialmente para aquellos que no cuentan con seguro médico.

3. Te pedimos también por los jóvenes y los fuertes: Dios, dales la precaución necesaria para evitar que propaguen involuntariamente esta enfermedad. Inspíralos a ayudar.

4. Padre, te rogamos por todos nuestros gobiernos a nivel local, estatal y nacional: Dios, ayuda a nuestros funcionarios a tomar decisiones sabias mientras asignan los recursos necesarios para combatir esta pandemia.

5. Oramos por nuestra comunidad científica. Por los que llevan la carga de estudiar esta enfermedad, desarrollar medicamentos y comunicar información veraz y útil para todos nosotros: Dios, dales conocimiento, sabiduría y una voz persuasiva.

6. Señor, te pedimos por los medios de comunicación: Dios, ayúdalos a proporcionar información actualizada y veraz, y a comunicarse con la seriedad apropiada sin causar pánico.

7. Oramos por nosotros mismos, que somos consumidores de medios de comunicación y buscamos estar bien informados: Dios, ayúdanos a encontrar la información más útil para aprender a proteger a nuestras familias y a nuestras comunidades. Te suplicamos que nos ayudes a vencer la ansiedad y el pánico, y que nos des la fuerza para seguir las recomendaciones de seguridad, aún cuando ello implique un sacrificio personal.

8. Padre, intercedemos por aquellos con problemas de salud mental que se sienten solos, ansiosos e indefensos: Dios, ayúdales a sentir tu presencia donde quiera que estén, y a encontrar en ti paz y consuelo.

9. Señor, te suplicamos por las personas sin hogar y por aquellos que se encuentran en refugios, quienes están pasando por pruebas muy duras en este tiempo: Dios, dales sabiduría para que, en la medida de lo posible, mantengan el distanciamiento social. Por favor protégelos de las enfermedades y provee para sus necesidades. Ayuda a nuestros gobiernos para que puedan proporcionar refugios de aislamiento en todas las ciudades.

10. Por los viajeros internacionales atrapados en países extranjeros: Dios, ayúdalos a regresar a casa de forma segura y rápida.

11. Señor, intercedemos por nuestros hermanos misioneros cristianos en todo el mundo, especialmente aquellos que se encuentran en zonas con altas tasas de infección: Dios, ayúdales a llevar tu evangelio y a compartir palabras de esperanza. Equípalos para amar y servir a los que les rodean, y a hacerlo con gozo en el corazón.

12. Te pedimos por los trabajadores que están enfrentando despidos y dificultades financieras: Dios, por favor llénalos de tu paz y líbralos del pánico y la angustia. Inspira a tu iglesia a ayudar generosamente en estos tiempos de gran necesidad.

13. Por las familias con niños pequeños en casa: Dios, ayuda a las madres y a los padres a estar unidos en el cuidado de sus hijos. Dales paciencia y creatividad. Te suplicamos Padre, protege a todos los niños del abuso y el maltrato. Te pedimos especialmente por las madres y padres solteros, ayuda a otros a ver su necesidad y a extenderles una mano de ayuda.

14. Oramos por los padres de familia que no pueden quedarse en casa, pero deben encontrar cuidado para sus hijos: Abre puertas para que encuentren lugares seguros para sus pequeños.

15. Señor, intercedemos por aquellos que necesitan terapias y tratamientos médicos regularmente y que por ahora deben posponerse: Dios, por favor preserva su salud y ayúdalos a mantenerse pacientes y positivos.

16. Te pedimos por los líderes empresariales que toman decisiones difíciles que afectan la vida de sus empleados: Dios, dales sabiduría a estos hombres y mujeres. Toca sus corazones y ayúdalos a ser líderes dispuestos a sacrificarse por el bien de otros.

17. Señor, te rogamos por tu iglesia y por los pastores y líderes que se enfrentan a los desafíos del distanciamiento social: Dios, ayúdalos a imaginar creativamente cómo pastorear a tu pueblo, y a seguir predicando tu amor y tu evangelio en sus ciudades.

18. Padre, te pedimos por todos los estudiantes. Sabemos que están pasando por tiempos de incertidumbre, teniendo que aprender nuevas formas de estudio. Para muchos, los procesos de admisión al siguiente ciclo escolar han sido suspendidos; para otros, su graduación es incierta. Dios, ayúdales a ver que aunque no tengan certidumbre en estos aspectos, pueden poner toda su confianza en ti. Muéstrales que eres Tú quien sostienes sus vidas.

19. Te pedimos por todos nuestros hermanos cristianos en cada barrio, comunidad y ciudad: Que tu Espíritu Santo nos inspire a orar, a dar, a amar, a servir y a proclamar el Evangelio, para que el nombre de Jesucristo sea glorificado en todo el mundo.

20. Padre celestial, queremos hacer una oración especial por todos los trabajadores del cuidado de la salud. Te agradecemos por su llamado a una vocación que busca el servicio a los demás. Especialmente, te pedimos:

  • Dios, protege y preserva su salud. Mantén a sus familias seguras y saludables.
  • Dios, ayúdales a estar bien informados sobre el diagnóstico y tratamiento de esta enfermedad, así como sobre las medidas de seguridad que deben seguir por su propio bien y por el bien de todos.
  • Dios, ayúdalos a mantener una mentalidad clara y positiva en medio del pánico y las circunstancias difíciles que los rodean.
  • Dios, líbralos de la ansiedad y la preocupación por sus propios seres queridos. Llena sus corazones de paz.
  • Dios, dales compasión por cada paciente bajo su cuidado.
  • Dios, te suplicamos que proveas para ellos financieramente, especialmente si se enferman y son incapaces de trabajar.
  • Dios, ayuda a los cristianos en el cuidado de la salud a exhibir una paz extraordinaria. Ayúdalos a brillar con tu luz divina, para que muchos pregunten sobre la razón de su esperanza. Dales oportunidades de predicar el Evangelio, y también dales las palabras correctas para hablar en cada oportunidad.

Altísimo Dios, sabemos que eres bueno, y que todo lo que haces en tu infinita sabiduría es siempre para bien. Enséñanos a ser tu pueblo fiel en estos tiempos de crisis global. Ayúdanos a seguir los pasos de nuestro fiel pastor, Jesús, que entregó su vida por amor. Glorifica Su nombre mientras nos bendices con todo lo que necesitamos para hacer tu voluntad. En nombre de Jesús, Amén.

Jen Pollock Michel es la autora de Teach Us to Want, Keeping Place y Surprised by Paradox. Vive con su marido y sus cinco hijos en Toronto. Esta pieza fue adaptada de su reciente blog.

Traducido y adaptado por Livia Giselle Seidel

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