La gloria de las cargas

Cuando la vida es demasiado difícil de soportar, nuestra necesidad de un Salvador se hace evidente.

Kitchen. Gouache sobre papel. 2020

Kitchen. Gouache sobre papel. 2020

Christianity Today March 30, 2024
Claire Waterman

Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.
—2 Corintios 12:9

¿Alguna vez has oído la trillada frase cristiana que dice: «Dios no te va a dar más de lo que puedas soportar»? No es que este aforismo no tenga algo de verdad. Las Escrituras dicen en 1 Corintios 10:13 que «Dios es fiel y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar». Pero la conocida frase yerra al poner el énfasis en lo que nosotros somos capaces de aguantar —con nuestras propias fuerzas y suficiencia—, en lugar de reconocer que Dios es quien proveerá cuando nosotros no podamos más.

Recuerdo las noches que pasé sobre el piso frío de mi cocina —mi cuerpo débil por meses transcurridos sin apetito, en mares de lágrimas, con las mejillas encendidas, y la sensación de estar sola en la noche, todas las noches—. Incluso durante esa temporada de quiebres inesperados, una y otra vez Jesús vino a mi encuentro en ese piso, mientras yo clamaba por reconciliación, redención y renuevo. Él escuchó cada oración, ya fueran palabras o balbuceos, y vio mi debilidad completamente al descubierto. Cada minuto se sentía como una maratón. Pero con cada aliento, Jesús me invitó a su gracia suficiente, con la que fortaleció mi debilidad con su poder perfecto. En mi propia vida sentí lo que el Señor le dijo al apóstol Pablo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).

Tocar fondo fue precisamente lo que creó espacio en mí para que Dios entrara y me lavara con su misericordia, y me revistiera con su fuerza. Mi debilidad absoluta se convirtió en la morada donde su gloria podía habitar. Y como dijo Pablo: «Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo» (v. 9).

Como un ser humano falible que ha pasado por las penas que otros quizás no estén dispuestos a compartir públicamente, en lo profundo de mi ser tengo la certeza de que Dios no nos creó para que carguemos solos con el peso de las dificultades de la vida. Si Dios realmente nos diera solo lo que podemos soportar, no habría necesidad de un salvador más allá de nosotros mismos, y la sangrienta muerte de Jesús habría sido innecesaria. El peso del dolor de este mundo descansaría plenamente sobre nuestros hombros al navegar por una relación rota que quizás no se pueda reconciliar, al llevar la carga de una enfermedad que nunca imaginamos tener, o cualquier otro suceso desconocido que se nos presente.

Antes bien, si pasamos por dificultades que exceden nuestras fuerzas, la sangre de Jesús es el regalo más grande e inmerecido que podamos recibir jamás. Nuestra completa incapacidad de salvarnos a nosotros mismos resalta la realidad de nuestra absoluta necesidad de un salvador.

Al tener a Jesús como nuestro Salvador, podemos tener gran consuelo en saber que su corazón es tierno hacia nuestro dolor porque Él también sufrió aflicciones inimaginables. Su inocencia es la prueba de que Él es el único digno de ser el Cordero ofrecido en sacrificio por nuestros pecados. Es una verdad poderosa que el inocente tuvo que llevar el peso y el castigo de cada pecado, y es precisamente por esta razón que debemos creerle a Cristo cuando dice que su gracia es suficiente. La gloria de Dios brilla con más fuerza cuando dejamos que nuestras debilidades proclamen su infinita gracia, poder y fuerza.

Aun con su fuerza soberana, Cristo no reconcilió ni redimió ni renovó las circunstancias por las que oré con tanto anhelo alguna vez en el piso de mi cocina. En cambio, lo que yo pensaba que era firme, eventualmente se convirtió en polvo. Y aun así, descubrí que había sido liberada: liberada de la expectativa de una vida en mis términos en la que el sufrimiento tenía que ser contenido y las relaciones protegidas. En el extremo opuesto a la autodependencia, encontré reposo en mi relación con Cristo; encontré reconciliación, redención y renuevo en Él, y no en mis circunstancias.

Que nuestra debilidad —ya sea en oscuras noches en el piso de la cocina o en cualquier otro lugar donde nuestra falibilidad sea imposible de negar— sea un testimonio de la fortaleza de Cristo, nuestro Salvador, quien habita en las profundidades y en las alturas. Que confiemos en su suficiencia, porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes.

Reflexiona



1. ¿Hubo algún momento o temporada en tu vida cuando sentiste que llegaste al final de tus fuerzas (en lo físico, mental o espiritual), pero Jesús te encontró en su gracia, poder y fortaleza? Comparte brevemente sobre esta experiencia y lo que te enseñó sobre el carácter de Jesús.

2. A la luz del evangelio, ¿cómo puedes responder de forma intencional en medio de tus debilidades y pruebas?

Kaitlyn Rose Leventhal es una artista profesional de pintura abstracta, y vive en Columbia Británica, Canadá, con su esposo y su perro.

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Cuando todo se vuelve frío

Sin muerte, no hay resurrección.

Interior With Crucifx and Nothing Special. 56 x 70

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Christianity Today March 29, 2024
Joel Sheesley

Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde toda la tierra quedó en oscuridad. A las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: «Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». —Marcos 15:33-34

Es difícil creer y esperar cuando todo lo que tocas está frío. He estado orando sobre una situación en particular durante más de tres años. Hace poco llegué al punto donde siento que necesito ver algo de movimiento. Pero todo sigue frío.

El movimiento produce calor. Intenta trotar en el mismo lugar por unos minutos y comenzarás a sentir que tu temperatura se eleva. Tu corazón comienza a latir más fuerte. Tu cuerpo se activa. Pero, ¿cómo puedes orar cuando tus manos se enfrían? ¿Cómo puede uno aferrarse a la esperanza cuando todo lo que nos rodea se detiene?

No sé en qué aspecto de tu vida necesitas ver movimiento o qué es lo que produce ansiedad en tu corazón. No sé si te despiertas a media noche porque tu cuerpo está procesando aquello que no tuvo tiempo de afrontar durante el día. No sé si has estado esperando por tres años o diez. Pero te diré lo que me he estado repitiendo a mí misma: entrégate a la realidad de la Pascua.

A lo largo del ministerio de Jesús, los discípulos presenciaron mucho movimiento: los ciegos veían, los cojos andaban, los enfermos eran sanados. Las enseñanzas de Jesús atraían a multitudes y producían conversiones. Pasaron tantas cosas en ellos y alrededor de ellos durante esos tres años, que seguramente sintieron el calor de ese movimiento de muchas maneras. Sin embargo, un día, todo se quedó quieto. Un Viernes Santo, todo se volvió frío.

El Viernes Santo es el día que recordamos la santidad de Cristo en su muerte, con la que abrió un camino para nuestra salvación. En ese día hay asombro aun cuando todo está quieto. Dios obra incluso cuando el corazón no late. Dios puede moverse aun cuando todo alrededor parece estar quieto y sin vida.

Hoy en día, el Viernes Santo es un símbolo de esperanza para todo el mundo. Pero una vez fue el día en que los discípulos no sabían que habría resurrección. A veces nos olvidamos de eso: nos olvidamos de que cuando ellos vieron a Jesús clavado en la cruz, lo hicieron sin entender el propósito del Calvario.

En 1 Pedro 1:24-25 leemos: «“… todo mortal es como la hierba y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre”. Y este es el mensaje de las buenas noticias que se les ha anunciado a ustedes». Si todo lo que puedes ver hoy es hierba seca, pregúntate si acaso debes sentarte y esperar, como lo hicieron los discípulos. ¿Qué pasaría si hoy fijaras tu mirada en la aflicción del Cordero? ¿Qué pasaría si hoy nos entregáramos al silencio del sábado? ¿Qué pasaría si hoy no nos apresuráramos a saltar a la alegría de pensar que los seguidores de Dios no tenían idea de lo que sucedería en la mañana del domingo? ¿Qué pasaría si hoy nos entregáramos a la aflicción santa del Viernes?

Sin muerte, no hay resurrección. Sin la noche del Viernes, no hay mañana del Domingo. Sin Aquel que redimió, no hay redención. Confiemos en los planes del cielo.

Quizás, al igual que yo, también estás mirando cómo caen los granos de arena a través del cristal del reloj, y ciertamente no es alentador observar cómo se esparcen mientras siguen cayendo. Entrega tus emociones a la verdad de la Pascua. Deja que el Viernes Santo sea Viernes Santo. Que la muerte se sienta como muerte, y que el aire sea incómodamente frío.

Ya nos encontraremos el domingo por la mañana.

Reflexiona



1. ¿De qué manera te aferras a la esperanza cuando todo a tu alrededor se queda quieto?

2. ¿En qué te hace pensar el simbolismo en la Pascua y de qué manera puedes aplicarlo en tu propia vida?

La Dra. Heather Thompson Day es una conferencista interdenominacional, autora de éxitos de ventas de la Asociación de Editoriales Cristianas Evangélicas (ECPA, por sus siglas en inglés), y presentadora de Viral Jesus, un pódcast de Christianity Today.

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Una cena difícil de olvidar

La esperanza y la ansiedad presentes en la última cena de Pascua de Jesús.

Come to the Table. Óleo sobre lino. 56 x 83”. 2014

Come to the Table. Óleo sobre lino. 56 x 83”. 2014

Christianity Today March 28, 2024
Kari Dunham

Al anochecer, llegó Jesús con los doce. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar».
—Marcos 14:17-18

¿Puedes recordar qué comiste ayer? Quizás fue una rodaja de pan en el desayuno o un sándwich en el almuerzo; sea lo que sea que hayas comido, seguramente ese alimento solo sirvió como una pausa para cambiar a la siguiente actividad de tu rutina. Mientras que la mayoría de las comidas representan una obligación rutinaria para llenar nuestro estómago, algunas comidas nos hacen reducir la velocidad y alimentan nuestras almas.

El recuerdo de una comida del 20 de noviembre de 1993 sigue alimentando mi alma hasta hoy. Era una noche fresca en la que lloviznaba, típica para esa época del año en Vancouver. Al final de un día cuidadosamente planeado para mejorar mis probabilidades de éxito, le propuse matrimonio a mi novia Toni. Después de que aceptara, celebramos con un delicioso plato de salmón. La comida nos dio la oportunidad de recordar cómo y por qué nos enamoramos. Fue un momento para tomar decisiones y compartir promesas.

En la intimidad de una velada con amigos queridos, Jesús organizó una comida de significado eterno. El relato de Marcos sobre la Cena del Señor sitúa la escena «el primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba a sacrificar el cordero de la Pascua» (Marcos 14:12). La cena pascual conmemoraba la gran liberación de Israel de su esclavitud en Egipto. Con el tiempo, esta fiesta de conmemoración se convirtió en una de anticipación, despertando en el pueblo un anhelo por la liberación de la opresión romana. El acto de sacrificar el cordero pascual se realizaba cada año en el templo, pero su significado pronto se presentaría de una forma nueva durante la Cena del Señor.

La narración, sin embargo, pasa de la anticipación a la ansiedad. Jesús interrumpió la conversación de la cena diciendo: «Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar» (v. 18). Cualquier conversación agradable que se haya estado compartiendo a la mesa se habría detenido de golpe. Con esta cruda proclamación, la paz que simbolizaba una cena juntos quedó subvertida. Las comidas en comunión proporcionaban un tiempo y un lugar donde se ratificaban pactos, se profundizaban amistades, y donde incluso los enemigos podían dejar a un lado sus armas. Si cualquier forma de traición es mala, una traición en el contexto de semejante hospitalidad habría sido espantosa.

Mientras los discípulos procesaban sus palabras, «Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a ellos, diciéndoles: “Tomen; esto es mi cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias, se la pasó a ellos y todos bebieron de ella. “Esto es mi sangre del pacto que es derramada por muchos”, dijo» (vv. 22-24).

Normalmente, la bendición y la partición del pan habrían dado paso al siguiente plato de la cena; sería algo similar a dar las gracias y pasar el pan de pita. Sin embargo, las palabras de Cristo en el contexto de esta cena de Pascua, llena de anticipación sobre la redención y ansiedad personal, ritualizaron algo esencial sobre Dios, tanto para los discípulos sentados a la mesa, como para todos los que vinieron después de ellos. El fruto de la salvación se produjo en ese horrible madero, la vieja y áspera cruz donde sería colgado el cuerpo maltratado de Cristo. Y así, nosotros proclamamos «la muerte del Señor hasta que él venga» (1 Corintios 11:26).

Ciertamente, Jesús acalló el viento y las olas, y llamó a Lázaro de la tumba. Cuando regrese, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es Señor (Filipenses 2:10-11). Tales visiones del poder divino infunden asombro y adoración. Pero Jesús se dio a sí mismo como un Salvador quebrantado y maltratado, a quien recordamos en la hospitalidad de la cena, y que fue vulnerable a la traición incluso en medio de la bendición. Podemos acudir a Él con sinceridad y sin miedo a nuestras propias heridas. Por sus heridas fuimos sanados, y por su sangre somos hechos plenos. En la Cena del Señor, cada vez que tomamos el pan y bebemos de la copa, nos detenemos para saborear el regalo divino del gozo que recibimos a través del sufrimiento de nuestro Salvador.

Reflexiona



1. Piensa en una comida memorable de tu vida. ¿Qué la hizo significativa y cómo te impactó emocional o espiritualmente?

2. ¿Cómo simboliza la Cena del Señor los aspectos esenciales de Dios y la obra redentora del sacrificio de Cristo?

Walter Kim es el presidente de la National Association of Evangelicals. Anteriormente fue pastor y capellán universitario.

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Siete pruebas, dos peligros y un libro que pasamos por alto

Los líderes de la iglesia se preocupan demasiado por los números y muy poco por Números.

Christianity Today March 27, 2024
Fuentes: Wikimedia Commons / Getty / Halfpoint Images

Es ampliamente reconocido que los pastores están demasiado interesados en los números. Ya sea que se trate de edificios, presupuestos, bautismos o el número de asistentes, si es algo que se puede medir, los líderes de la iglesia lo contabilizan. Muchos definen su éxito en función de aquellas cifras (o al menos lo hacían hasta que la pandemia hizo que esta práctica dejara de ser tan reconfortante).

Sin embargo, no es tan sabido que los pastores no están lo suficientemente interesados en Números. En docenas de conferencias sobre liderazgo en los últimos 15 años, solo he oído referencias a dos pasajes en este libro: la bendición de Aarón (Números 6) y la audacia de Josué y Caleb (Números 14). Aparte de esto, no hay nada más.

Esto no es un problema en sí mismo. Sin embargo, el Libro de Números es una mina de oro de sabiduría pastoral, que quizás tenga más cosas que ofrecer a los líderes de la iglesia hoy en día que cualquier otro libro del Antiguo Testamento aparte de Primera y Segunda de Samuel. Para los pastores en particular, merece la pena estudiarlo detenidamente. Lo digo por tres razones.

Una es tipológica. Desde la perspectiva de los apóstoles, el periodo de Israel en el desierto es un reflejo de donde la condición actual de la iglesia (1 Corintios 10; Hebreos 3-4; Judas). Es decir, hemos sido rescatados de la esclavitud, redimidos por medio del sacrificio y pasado por el bautismo en agua, pero todavía no hemos llegado a la tierra que mana leche y miel. No solo tenemos todas las bendiciones que se encuentran en Números —la presencia, la provisión y las promesas de Dios—, sino que también nos enfrentamos a problemas similares: quejas, orgullo, idolatría, inmoralidad, oposición y muerte.

Otro beneficio es ilustrativo. Aparte de David, ningún otro líder de las Escrituras nos es presentado como Moisés, con su vida interior expuesta, sus defectos, miedos, fracasos y frustraciones y las rivalidades dentro de su familia puestos al descubierto. Si David nos muestra las luchas de la espera y las tentaciones del dinero, el sexo y el poder, Moisés nos muestra los desafíos mundanos de la vida ordinaria de la congregación: las discusiones sobre la toma de decisiones y la sucesión del liderazgo; los mejores momentos de la bendición, la victoria y la provisión milagrosa al igual que el tedio cotidiano de la resolución de conflictos, los lamentos y el pecado.

Pero quizá el rasgo más llamativo de Números —en lo que respecta al ministerio pastoral— es la forma en que advierte acerca de los peligros opuestos en ambos extremos de lo que podríamos llamar el espectro de la confianza. A lo largo de la historia de Israel, y también de la historia de la Iglesia, el pueblo de Dios ha tendido a oscilar entre el exceso de confianza (orgullo, arrogancia, prepotencia) y la falta de confianza (incredulidad, temor, miedo). Las generaciones suelen oscilar de un extremo a otro, puesto que los jóvenes ven los defectos de sus antecesores y reaccionan de forma exagerada. Nuestra generación actualmente es testigo de este tipo de oscilación impulsada por ejemplos muy destacados de liderazgo abusivo y autoritario.

El Libro de Números pone de manifiesto ambos peligros de una manera notablemente compleja. Los estudiosos identifican siete grandes pruebas en Números. En la primera y la séptima, Israel se queja de sus desgracias (11:1-3; 21:4-9). En la segunda y la sexta, muestran falta de fe en que Dios les proporcionará alimentos (11:4-34) y agua (20:2-13). En la tercera y la quinta, desafían el liderazgo de Moisés, tanto por parte de Miriam y Aarón (12:1-16) como de Coré, Datán y Abirán (16:1-17:13). Y en la cuarta y principal prueba, Israel no logra entrar en la tierra prometida a causa de su incredulidad (13:1-14:38).

Cuando lo resumimos de esta manera, los dos peligros se pueden distinguir claramente. En la segunda, cuarta y sexta pruebas, el problema es la falta de confianza: la duda, la incredulidad, el temor y el miedo. En la tercera y la quinta, el problema es el exceso de confianza: el desafío, el orgullo, la arrogancia y el deseo de poder. La forma en que la narración va y vuelve de un extremo al otro sugiere que ambos peligros estarán presentes en Israel, y en la iglesia, en el futuro.

Esto representa una advertencia para los pastores: al momento de confrontar la incredulidad y el miedo, no se debe corregir desmesuradamente ni actuar como opresores autoritarios; al momento de responder a estos opresores autoritarios, no se debe corregir de una forma excesiva que pueda llevar al miedo o a la incredulidad. Las Escrituras, sin embargo, no tienen una postura fatalista como si estuviéramos condenados para siempre a oscilar entre dos extremos dañinos. En Lucas 4:1-13, Jesús mismo soportó las pruebas centrales que se mencionan en Números. Fue tentado a no confiar en la provisión de Dios en el desierto, a realizar milagros solo para presumir de su poder, y a tomar el poder y la autoridad antes de tiempo. Aun así, desafió al Tentador, y en su posición de líder se condujo con una fe humilde, sin miedo ni orgullo. En su gracia y por su Espíritu, nosotros también podemos hacer lo mismo.

Andrew Wilson es pastor de enseñanza en King's Church en Londres, Inglaterra, y es autor de God of All Things. Síguelo en Twitter @AJWTheology.

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La fantasía fatal

La traición de Judas revela el corazón de una esperanza mal orientada.

Death Is Vast As a Planet At Night. Óleo sobre lienzo. 20 x 25”. 2009

Death Is Vast As a Planet At Night. Óleo sobre lienzo. 20 x 25”. 2009

Christianity Today March 27, 2024
Catherine Prescott

Uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a los jefes de los sacerdotes. «¿Cuánto me dan y yo les entrego a Jesús?», propuso. Decidieron pagarle treinta monedas de plata. —Mateo 26:14-15

«Podemos notar… que Él [Jesús] no fue visto nunca como un mero maestro moral. No produjo esa impresión sobre ninguna de las personas con las que se encontró. Produjo básicamente tres impresiones: odio, terror o adoración. Pero no hay el menor rastro de gente que expresara vaga aprobación». C.S. Lewis, Dios en el banquillo

No tenemos la opción de elegir qué versión de Jesús queremos adorar. Amamos su persona real y verdadera como es. Cualquier cambio o diferencia equivale a idolatría. Cualquier cambio o diferencia representa una fantasía. Cualquier cambio o diferencia siempre será inferior a aquello por lo que Jesús murió para darnos como herencia.

Hubo un hombre que siguió a Jesús, y fue contado como uno de sus discípulos. Fue enviado junto con otros para realizar obras que solo podían ser hechas por el poder de Jesús, y tenía la responsabilidad de administrar los recursos empleados para su ministerio. Sin embargo, en algún punto de aquellos tres años que caminó con el Mesías, cedió ante el mal de la decepción. Su vida, que llegó a su fin en Acéldama, o «campo de sangre» (Hechos 1:19), revela las limitaciones de nuestra perspectiva humana en contraste con la invitación de Jesús a confiar plenamente en él.

Alejémonos un poco de la conocida fatalidad de su historia, y observemos el entorno que, al parecer, lo rodeaba. ¿Cómo es que una vida que estuvo tan cerca de la Fuente de toda esperanza, belleza y gozo llegó a terminar con tanta angustia y desesperanza? ¿Será que el veneno de la comparación amargó su corazón? ¿Será que su imaginación fue cautivada por la ilusión de un rey heroico que derrocaría a un imperio opresivo? ¿O quizás vio una desconcertante contradicción en la inesperada respuesta de Jesús en defensa de María de Betania después de que ungiera sus pies con un aceite costoso?

Las fantasías nos atan a una percepción falsa de las cosas, y terminan ocupando el espacio que le corresponde a la fe y a la esperanza. Cuando las cosas no suceden como esperamos, nos vemos envueltos en un remolino de desilusión y decepción. Queremos echarle la culpa a alguien. Pero aunque puede ser tentador culpar a Dios por no producir el bien que imaginamos, si captamos un destello de verdad en el espejo, en realidad somos nosotros los que cedimos a la seductora atracción de la ilusión.

Cuando fue confrontado con la realidad de quién es Jesús, la lealtad de Judas a sus propios objetivos terminó cegándolo y privándolo de la historia que podría haber vivido. Jesús no llena nuestros casilleros: más bien, muchas veces destruye nuestras expectativas. Su reino está fundado en la verdad y la gracia, no en cumplir aquello que esperamos. En cada uno de sus pasos y decisiones, Él tiene en mente un plan, una razón y un objetivo.

La tristeza, el sufrimiento, la confusión, las expectativas no realizadas y las oraciones no contestadas suelen revelar los rincones más profundos de nuestro corazón. ¿Amamos a Jesús por quien Él es en realidad? ¿O amamos la fantasía que creamos de Él?

Jesús sí es el Rey que derrocó a un imperio opresivo, pero contrario a las expectativas de Judas, no se trataba del Imperio romano, sino del imperio del pecado, el odio y la muerte. Jesús no nos decepciona. Él es el Rey que hace añicos nuestros sueños más emocionantes para revelar a cambio una historia rica en posibilidades, fe y gozo.

La historia de Judas nos muestra la dolorosa realidad de la falsa promesa de la carne y de nuestro deseo por las ganancias de este mundo. Pero también levantamos nuestra mirada de la ilusión que creamos para nosotros mismos, y miramos a Aquel cuya vida produce en nosotros el deseo por cosas más profundas, más hermosas, más auténticas y más duraderas de lo que nuestras mentes pueden entender.

Cuando nuestras fantasías se rompen y nos sentimos expuestos, podemos alejarnos decepcionados, o podemos acercarnos vulnerables a Jesús, y dar lugar a que su naturaleza eterna destruya nuestra invención y sea nuestra verdadera esperanza de vida y resurrección.

Reflexiona



1. Piensa en verdades sobre Jesús que has identificado como difíciles de aceptar o con las que es difícil coincidir. ¿Cuáles fueron los aspectos de su persona con los que has tenido mayor dificultad?

2. Intenta imaginar cómo tu vida sería transformada si amaras a Jesús con todo tu corazón tal como Él es. ¿De qué maneras amarlo y aceptarlo de forma auténtica transformaría tus experiencias cotidianas y tu perspectiva?

Eniola Abioye vive en California y es misionera, cantautora y poeta, y ha colaborado con grupos como Upper Room, Bethel y Maverick City.

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El gaucho se robó la Pascua en Uruguay

Hace más de 100 años, el país más laico de América Latina abolió las fiestas cristianas. Desde entonces, los líderes de las iglesias locales han luchado por recuperarlas.

Durante Semana Santa, cada año se celebra un rodeo en Uruguay.

Durante Semana Santa, cada año se celebra un rodeo en Uruguay.

Christianity Today March 26, 2024
Xanfoto / Getty

Esta semana, millones de latinoamericanos asisten a diversos servicios religiosos para celebrar el Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección.

En Uruguay, van al rodeo.

Mientras sus vecinos de habla hispana y portuguesa conmemoran la muerte y resurrección de Cristo, los habitantes de este país de 3.3 millones de habitantes celebran la Semana Criolla, una serie de festivales en honor de la herencia gaucha del país. Muchos asisten a ver «la jineteada», el deporte nacional uruguayo, en la que los jinetes intentan aferrarse al lomo de un caballo indómito. Muy pocas de las actividades, que también incluyen música y bailes tradicionales, reconocen el calendario cristiano —excepto cuando se trata de comer asado criollo—.

Los vendedores ofrecen asado criollo durante toda la semana, excepto el jueves y el viernes: un guiño a la herencia católica del país.

«Es una de nuestras muchas idiosincrasias», dice Karina T., antropóloga de Montevideo. (CT solo usa la inicial de su apellido debido a la sensibilidad de su ministerio con los musulmanes). «Si le preguntas a alguien por qué come pescado en esos días, probablemente va a decir que es algo que los abuelos hacían. Pocos van a decir algo sobre religión. No lo saben».

Esta ignorancia es en cierto modo intencionada.

Uruguay fue uno de los primeros países del hemisferio occidental en separar constitucionalmente la Iglesia del Estado, y en ningún lugar es más evidente el laicismo que en el cambio de nombre de las fiestas cristianas. En 1919, el gobierno cambió jurídicamente el nombre del festejo del 25 de diciembre a «Fiesta de la Familia» y la Semana Santa por la «Semana de Turismo» (durante la cual la capital celebra la Semana Criolla).

El 6 de enero, conocido en otros lugares como Día de Reyes, pasó a ser el «Día de los Niños», y el 8 de diciembre, cuando los católicos celebran la Fiesta de la Inmaculada Concepción, se convirtió en el «Día de las Playas».

La intención de los legisladores uruguayos era «absorber» las fiestas cristianas y sacar a Cristo de las celebraciones. A excepción de la Navidad (cuando los cristianos organizan eventos al aire libre e intentan evangelizar más directamente a los no creyentes), el gobierno ha conseguido su objetivo en gran medida, afirma Marcelo Piriz, pastor de la Comunidad Vida Nueva de Montevideo. Él cree que la Navidad es el «Día D para las iglesias».

En cambio, muchas iglesias tienen dificultades con la Pascua y la Semana Santa. Aunque algunas congregaciones pueden organizar programas especiales, su alcance es limitado, a menudo debido a que se trata de iglesias pequeñas.

«El número promedio de miembros de una iglesia es de unas 50 personas. Una congregación de 100 personas sería una iglesia pequeña en otras partes de Latinoamérica, pero aquí es grande», afirma Facundo Luzardo, pastor bautista de la Iglesia Bautista Adulam de Las Piedras y profesor del Seminario Bíblico del Uruguay.

Estas cifras pueden reducirse aún más cuando la gente atiende al llamado de la «Semana del Turismo».

«Lo mismo sucede en la iglesia, muchos de los miembros prefieren otras actividades», dijo Piriz. «Pueden ir al campo, o los padres pueden ir a enseñar a sus hijos a pescar, por ejemplo».

En efecto, la desconexión entre Uruguay y el cristianismo se remonta a mucho tiempo atrás.

Hasta finales del siglo XIX, el país estaba escasamente poblado. «Ni siquiera los indígenas, los charrúas, tenían un sistema de creencias», afirma Pedro Lapadjian, pastor de la iglesia Esperanza en la Ciudad de Montevideo y autor de dos libros sobre la historia de los evangélicos en Uruguay.

La presencia de los católicos romanos, aparentemente omnipresentes en toda América Latina, llegó más tarde a la región. El primer obispo se instaló en 1878, más de 250 años después de que un obispo se instalara en la vecina Buenos Aires.

Aunque muchos uruguayos proceden de países con una fuerte presencia católica, como España, Italia y Francia, «muchos de los inmigrantes que recibimos en el país no tenían creencias firmes, o eran influenciados por las tendencias liberales o masónicas de la Europa del siglo XIX. Incluso muchos de los protestantes», afirma Lapadjian. «Los intelectuales buscaban sus puntos de referencia en la Francia revolucionaria».

Con el tiempo, el gobierno empezó a retirar los símbolos religiosos de la vida pública. El Estado se hizo cargo de cementerios gestionados anteriormente por la Iglesia católica y retiró cruces de escuelas y hospitales.

En 1907, Uruguay fue el primer país de América Latina en legalizar el divorcio. El país legalizó la eutanasia en 2009, y el matrimonio entre personas del mismo sexo y la producción y venta de cannabis en 2013. El aborto, por su parte, fue primero despenalizado en la década de 1930 y finalmente legalizado en 2012.

El protestantismo apareció en Uruguay a principios del siglo XIX gracias a los anglicanos, si bien centraron su ministerio principalmente entre las familias británicas que vivían en Montevideo. Luego llegaron los misioneros: primero los metodistas en 1835, luego los luteranos en 1846 y los presbiterianos en 1849. En la segunda mitad del siglo XIX desembarcaron nuevos grupos, pero su llegada coincidió con la creciente secularización del nuevo país soberano (Uruguay se independizó en 1825).

Actualmente, los evangélicos representan el 8.1 % de la población, según una encuesta de Latinobarómetro de 2021, frente al 4.6 % de 2019. Sin embargo, el 38 % de los uruguayos se definen como ateos o agnósticos.

Estas realidades demográficas determinan la forma en que los líderes evangélicos predican y llegan a sus comunidades. Cuando Lapadjian viaja para hablar en Chile, Bolivia o Colombia, suele bromear: «Voy a América Latina».

«Cuando predicas en América Latina, las personas ya tienen un conocimiento de Dios, de Cristo. Hay algo en común», dice. «Cuando predicas en un país laico, primero tienes que luchar para demostrar la existencia de Dios».

Luzardo define su patria como «un país agnóstico». Él dice que existe cierta curiosidad pública por religiones como el hinduismo o el budismo, pero la mayoría se muestra apática cuando se trata del cristianismo.

«Un uruguayo va a ser muy educado, va a escucharte. Pero no va a mostrar interés», dice Karina T.

Aunque los cristianos uruguayos participan en muchas de las festividades de la Semana Criolla, también encuentran formas de celebrar la Semana Santa.

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En la iglesia Comunidad Vida Nueva, Piriz organiza una pijamada para el grupo de jóvenes el Domingo de Ramos y lleva a los jóvenes a acampar. Algunos predicadores invitados ofrecen sus enseñanzas en servicios especiales el jueves, viernes, sábado y domingo.

Los niños que reciben comidas en el comedor comunitario recibirán huevos de Pascua. Se espera que en cada reunión haya unas 120 personas, el doble de la asistencia habitual a los servicios regulares. «En estas celebraciones, el reto es superar lo que somos», dijo Piriz, esperando que en los servicios haya más visitantes que miembros.

En la iglesia Esperanza en la Ciudad, la predicación de Lapadjian previa a la Semana Santa llamó a sus miembros a adoptar el lema «¡Vamos por Más!» y a servir a su comunidad. La iniciativa incluyó un llamado a donar al banco nacional de sangre, que perdió parte de sus reservas en enero cuando su edificio quedó parcialmente destruido por un incendio.

«La Pascua es donación de sangre, porque la sangre de Jesucristo fue derramada para el perdón de nuestros pecados», dijo.

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History

Leyendo la Biblia entre mujeres

Caricaturizar a Rajab y otros personajes femeninos de las Escrituras a menudo deja de lado su contribución.

Christianity Today March 26, 2024
Ilustración de CT / Fuente Imágenes: Wikimedia Commons / Unsplash

Hace varios años, me invitaron a escribir las notas para una nueva Biblia de estudio para mujeres. El proyecto fue inesperado y me pareció inusual, porque yo nunca había leído una Biblia de estudio para mujeres y era escéptica acerca de la necesidad de una. ¿Por qué no podemos todos leer la misma Biblia? Pero después de orar acerca de la oferta, me sentí impulsada a aceptar, con la esperanza de poder ofrecer algo de valor a las mujeres que adquirieran la Biblia. ¡No tenía idea de cuán transformador terminaría siendo el proyecto para mí!

En mis cuatro décadas trabajando en escuelas cristianas, iglesias y otros ministerios (y con tres títulos académicos en estudios bíblicos), nadie me había pedido nunca que leyera la Biblia como mujer y para mujeres. Nunca me había acercado a la Biblia preguntando: ¿Qué se van a preguntar las mujeres cuando lean esto? ¿Qué les va a molestar? ¿Qué captará su atención?

Debido a que mis pastores y profesores de teología eran todos hombres, y la mayoría de los libros que leí sobre la Biblia fueron escritos por hombres, aprendí a leer las Escrituras genéricamente, ignorándome a mí misma tanto como fuera posible para poder ver el mundo a través de sus ojos. Algunos de mis profesores consideraron la difícil situación de las mujeres o los roles de las mujeres, pero ninguno de ellos tenía experiencias de carne y hueso que les ayudaran a adentrarse en las historias bíblicas de mujeres. Esto no era su culpa y no hizo que sus enseñanzas fueran irrelevantes, pero sí hizo que mi comprensión de las Escrituras fuera incompleta.

Mientras releía el Antiguo y el Nuevo Testamento, centrándome tanto en las mujeres del texto como en las mujeres que lo leerían, muchas historias bíblicas cobraron vida para mí de una manera completamente nueva. Me vi obligada a luchar con pasajes difíciles que parecían difíciles para las mujeres. Pero mientras luchaba con estas historias con la ayuda de otros, descubrí ideas profundas sobre la bondad de Dios.

Leer a nombre de las mujeres también me sensibilizó sobre los personajes femeninos de las Escrituras que con demasiada frecuencia son marginados o caricaturizados con etiquetas unidimensionales como prostituta, hermana, seductora, viuda. Estas representaciones no son solo inexactas en ocasiones, sino que a menudo pueden distraer la atención de facetas más importantes de su carácter, como su coraje, lealtad, creatividad y determinación, así como de su contribución vital al plan de redención de Dios esbozado en la narrativa bíblica.

Uno de esos personajes es Rajab, a cuyo nombre nos apresuramos a agregar, la prostituta. La historia de Rajab a veces se reduce a una conclusión trillada: Dios está dispuesto a utilizar incluso a los pecadores más viles para lograr sus propósitos, ¡incluso a las prostitutas extranjeras! Sin embargo, su personaje aporta mucho más significado a la historia de Israel.

Rajab era ciudadana de Canaán, uno de los pueblos «enemigos» que ocupaban la Tierra Prometida a quienes Jehová [Yahvé] mencionó en su promesa al pueblo de Israel: «haré que tus enemigos te tengan miedo, se turben y huyan de ti» (Éxodo 23:27). El plan de Dios implicaba desmantelar el culto cananeo a Baal y otros dioses, de una forma u otra. Deberíamos encontrar sorprendente, entonces, que la primera conversación registrada con un cananeo en el libro termine con una promesa por parte de Dios de protegerla a ella y a su familia.

Josué a menudo tiene mala reputación por representar a un Dios violento que tiene sed de sangre cananea; no obstante, la historia de Rajab nos recuerda que no debemos leer el libro de manera absoluta. Para dimensionar correctamente nuestras expectativas, comencemos con las instrucciones específicas de Dios sobre qué debían hacer exactamente los israelitas cuando entraran a la tierra: «Derribarás sus altares, harás pedazos sus piedras sagradas y sus imágenes de la diosa Aserá y prenderás fuego a sus ídolos» (Deuteronomio 7:5). No encontrarás sangre en estos versículos, ya que la destrucción que Dios instruye no está dirigida contra las personas, sino contra las piedras que adoraban.

En cuanto a los propios cananeos, a los israelitas se les prohibió casarse con ellos o hacer tratos con ellos. La razón de esta prohibición no fue racial sino religiosa: «porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses» (v. 4). Ese pueblo estaba herem, o «fuera del alcance» de los israelitas. El plan A de Dios era expulsar a los cananeos de la tierra (lo cual no sería posible si estuvieran muertos). Sí, hubo cananeos que murieron cuando los israelitas entraron en la tierra, pero matarlos no era el objetivo: desmantelar su adoración pagana y preservar la fidelidad de los israelitas sí lo era.

En la película de DreamWorks de 2010 Cómo entrenar a tu dragón, una aldea vikinga invierte una enorme cantidad de energía para defenderse y protegerse contra los ataques de los dragones. Sus hijos incluso aprenden a matar dragones en la escuela. Pero cuando un muchacho del pueblo (acertadamente llamado Hipo) se encuentra con un dragón herido (un «Furia Nocturna» al que llama Chimuelo), no lo mata, sino que se hace su amigo e incluso construye una prótesis para su cola a fin de ayudarlo a volar nuevamente. El comportamiento de Hipo es considerado imprudente e incluso es acusado de traición contra su pueblo. Domar dragones no era el plan. Tampoco lo era «domesticar» a los cananeos.

Entonces, ¿por qué se libró Rajab de la destrucción que vendría en la batalla de Jericó?

Comencemos por el principio de la historia, cuando Josué envió dos espías a explorar a Jericó y sus alrededores antes del ataque (Josué 2:1). Irónicamente, dadas las instrucciones de Dios de no tener relaciones sexuales con los cananeos, estos espías se refugiaron en la casa de una prostituta llamada Rajab. Es posible que una casa de mala reputación haya sido el único establecimiento de la ciudad donde los visitantes podían rentar una habitación, o quizás era el lugar más seguro para pasar desapercibido y evitar la atención indebida.

De cualquier manera, el rey los descubrió y exigió a Rajab que entregara a los espías. Ella, en cambio, los escondió y mintió para protegerlos, enviando a los hombres del rey en una búsqueda inútil. A cambio de su seguridad, los espías le prometieron a Rajab que ella y su familia se salvarían en la batalla inminente. Pero la pregunta aquí es, ¿los espías israelitas ignoraron flagrantemente las instrucciones de Dios con respecto a los cananeos? ¿O es Rajab un caso especial?

El factor clave a considerar es la lealtad de Rajab a Jehová e Israel en lugar de al rey de Jericó. Su soliloquio a los espías es una de las declaraciones de fe más poderosas que salen de labios de un extranjero en toda la Biblia hebrea: «Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra», les dijo. «Por eso un gran terror ante ustedes ha caído sobre nosotros; todos los habitantes del país han perdido el ánimo a causa de ustedes. Tenemos noticias de cómo el Señor secó las aguas del mar Rojo para que ustedes pasaran, después de haber salido de Egipto» (Josué 2:9-10).

Rajab contó las victorias de Israel sobre Sijón y Og, los reyes amorreos que se negaron a dejarlos pasar pacíficamente en su camino hacia la Tierra Prometida. Ella concluyó: «Por eso estamos todos tan amedrentados y descorazonados frente a ustedes. Yo sé que el Señor su Dios es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra» (v. 11).

El testimonio de Rajab es inequívoco: reconoce a Jehová como la deidad suprema. Sus palabras hacen eco del cántico de Moisés y Miriam en Éxodo 15, que anunciaba:

Las naciones temblarán al escucharlo; la angustia dominará a los filisteos. Los jefes edomitas se llenarán de terror; temblarán de miedo los jefes de Moab. Los cananeos perderán el ánimo, pues caerá sobre ellos pavor y espanto. (vv. 14-16)

Para todos los efectos, Rajab ya no es cananea. Ella ha declarado lealtad al Dios de Israel. Salvar a Rajab se alinea con la promesa de Dios a Abraham en Génesis 12:3: «Bendeciré a los que te bendigan».

Volviendo a la ilustración de nuestra película, Rajab es el dragón desdentado, y los espías son el Hipo en el plan de Israel para expulsar a los cananeos. Pero el escritor del Libro de Josué no considera que el comportamiento de los espías sea problemático. De hecho, muestra a Rajab como una heroína y los israelitas, a cambio, le salvan la vida. Y sabemos que la historia de Rajab termina, con un «felices para siempre» porque se casa con un miembro de la comunidad israelita. Curiosamente, Salmón, el marido de Rajab, era nieto de cuarta generación de una mujer cananea, lo que podría haber influenciado su perspectiva sobre los «extranjeros».

Más tarde, Rajab y Salmón tuvieron un hijo, Booz, que se convirtió en bisabuelo del rey David después de casarse con Rut, una viuda moabita, otra extranjera «fuera de alcance» que se convirtió en israelita (ver Rut 4:18-22; Mateo 1:2-6). A través de su lealtad al Dios de Israel, estas mujeres se vuelven no solo periféricas en la historia de Israel sino centrales en ella. Rajab, al igual que Tamar, Miriam, Séfora y tantas otras, no son solo accesorios sino instrumentos primarios en el plan de Dios para la redención tal como se narra en las Escrituras.

Al igual que Tamar la cananea (Génesis 38), Jael la quenita (Jueces 4) y Rut la moabita (Rut 1–4), Rajab se convierte en un modelo de fe y una aliada del pueblo de Dios. Al salvar a los espías israelitas, humaniza al «otro» y participa en la realización del plan divino de Jehová. Rajab es un brillante ejemplo de aquello que es posible: un mundo en el que aquellos destinados a la destrucción pueden unirse al pueblo de Israel en su adoración al único Dios verdadero.

Quizás no debería sorprendernos, entonces, que Rajab aparezca en el Evangelio de Mateo como una antepasada de Jesús, quien también eligió salvar y «domesticar» a aquellos que alguna vez fuimos enemigos de Dios, aunque nosotros también estábamos destinados a la destrucción.

Carmen Joy Imes es profesora asociada de Antiguo Testamento en la Universidad de Biola. Contribuyó con notas a dos Biblias de estudio para mujeres, la primera de las cuales se publicará el 7 de mayo de 2024. Every Woman's Bible (NLT), Tyndale House Publishers.

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El Antiguo Testamento predice la Crucifixión. Pero, ¿qué hay de la Resurrección?

Incluso antes de la venida de Cristo, el mensaje del «tercer día» recorre las Escrituras.

Christianity Today March 26, 2024
Ilustración de Christianity Today / Fuente de imágenes: WikiArt / Getty

Si te pidieran que resumieras el Evangelio en una frase, ¿qué pasaje elegirías? Supongo que en cualquier lista de candidatos tendría que figurar 1 Corintios 15:3-5.

El evangelio, dice Pablo en esos versículos emblemáticos, es «que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y luego a los doce» (NVI). Fundamentalmente, el Evangelio es la vida, muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo en cumplimiento de las Escrituras. Es más que eso, sin duda, pero no menos.

Sin embargo, hay un problema. Es relativamente fácil identificar los pasajes que anuncian el sufrimiento y la muerte de Cristo por los pecados. Los cuatro Evangelios invocan un gran número de ellos, al igual que el Salmo 22, Isaías 53 y Zacarías 12:10-14. Pero, ¿qué tenía Pablo en mente cuando dijo que Jesús «resucitó al tercer día según las Escrituras»? ¿Hay algún versículo oculto en algún lugar de la Biblia hebrea que lo prediga?

Incluso mi Biblia de estudio se queda perpleja. Si bien normalmente rebosa en referencias cruzadas, el único texto del Antiguo Testamento que sugiere aquí es Oseas 6:2 («Después de dos días nos dará vida nuevamente; al tercer día nos levantará»), que parece estar hablando de Israel en su conjunto. Hay textos probatorios claros de la Crucifixión, como Isaías 53, pero ningún equivalente de la Resurrección, y mucho menos de la resurrección al tercer día.

Sin embargo, esto no se debe a que la idea de resucitar al tercer día no aparezca en ninguna parte de las Escrituras; de hecho, está en todas partes en las Escrituras, y aprender a identificarla puede enseñarnos a leer la Biblia con más atención, lo que, la mayoría de las veces, significa escuchar estribillos y ecos en una sinfonía, en lugar de buscar frases en Google para encontrar una coincidencia exacta.

En las Escrituras, el primer ejemplo de vida que surge de la tierra al tercer día aparece en el capítulo inicial del Génesis. En el tercer día de la creación, la tierra hace brotar plantas y árboles frutales, y éstos llevan semilla «según su especie» (Génesis 1:12), con capacidad para seguir produciendo vida en las generaciones siguientes.

A partir de ese momento, una «semilla» que resurge para dar vida en el tercer día se convierte en una pauta. A Isaac, el hijo destinado a la muerte en el monte Moriah, le es concedida la vida en el tercer día (Génesis 22:1-14, ver v.4). Lo mismo sucede con el rey Ezequías (2 Reyes 20:5). También con Jonás (Jonás 1:17). Los hermanos de José son liberados de la amenaza de muerte al tercer día (Génesis 42:18), al igual que el copero del Faraón (40:20-21). El pueblo de Israel, casi muerto de sed en el desierto, encuentra agua vivificante al tercer día (Éxodo 15:22-25). Y al llegar al Sinaí, Dios manda a Moisés a decirle al pueblo «que se preparen para el tercer día, porque en ese mismo día yo, el Señor, descenderé sobre el monte Sinaí, a la vista de todo el pueblo» (Éxodo 19:11). Cuando el pueblo judío había sido condenado a muerte, la reina Ester entra en presencia del rey al tercer día, él decide perdonarle la vida a ella, y consigue sacar a su nación de muerte a vida (Ester 5:1).

Así pues, cuando Oseas habla de que Israel resucitará al tercer día, Él no está sacando un número al azar de la nada. Él está reflejando un tema bien establecido que tiene su origen en el primer capítulo de la Biblia. Como dice Oseas:

¡Vengan, volvámonos al Señor!
Él nos ha despedazado,
pero nos sanará;
nos ha herido,
pero nos vendará.
Después de dos días nos dará vida nuevamente;
al tercer día nos levantará,
y así viviremos en su presencia. (Oseas 6:1-2)

Esto es exactamente lo que ocurrió el Domingo de Resurrección. Él no solo resucitó, sino que resucitó al tercer día, de acuerdo con las Escrituras. Él es el árbol frutal capaz de dar nueva vida según su especie. Él es el Hijo único, destinado a la muerte y devuelto a su Padre con vida tras haber demostrado lo profundo que es el amor del Padre. Él es el nuevo Jonás, vomitado de las profundidades al cabo de tres días para predicar el perdón a los gentiles. Él es la nueva Ester, que da un vuelco a la suerte de su pueblo intercediendo en la sala del trono celestial, encontrando el favor del Rey, conquistando a sus enemigos y, en última instancia, dándoles descanso.

Al tercer día, prometió Oseas, Dios nos restaurará para que podamos vivir en su presencia. Él ya lo ha hecho. Así que, ahora, podemos.

Andrew Wilson es pastor de enseñanza bíblica en la King’s Church de Londres y autor de Remaking the World.

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La adoración exagerada

La gracia para dar cuando la generosidad parece absurda.

Offertory. Acrílico sobre lienzo. 32 x 26"

Offertory. Acrílico sobre lienzo. 32 x 26"

Christianity Today March 26, 2024
Susan Savage

Ella hizo lo que pudo. Ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura. Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo. —Marcos 14:8-9

Si hay algo que me encanta es dar o recibir un regalo inesperado. Recientemente, cada vez que recibía a un invitado en casa, cuando nos despedíamos, le regalaba cosas que he apreciado mucho, como teteras, ropa e incluso algunas de mis joyas. He sentido la emoción y la libertad que se encuentran en el acto de regalar cuando se trata de cosas con un valor real. Pero esta forma de dar tan extravagante e inesperada rara vez procede de una generosidad natural. Hay una gracia sobrenatural en acción, como la gracia que vemos en la historia de la mujer con su frasco de alabastro (Marcos 14:3-9).

Sé que es un fruto de la gracia porque he pasado la mayor parte de mi vida con una mentalidad de escasez: la idea de que no hay suficiente para todos, y que sería mejor ahorrar lo poco que tengo. Cuando leo el relato de la mujer que ungió a Jesús en los días previos a su crucifixión, mi espíritu resuena con un fuerte «¡sí!» y seco mis lágrimas asombrada por este acto trascendental de adoración. Pero confieso —y me estremezco al hacerlo— que mi carne sigue teniendo la misma respuesta que los que estaban en la sala y comienzo a juzgar la extravagancia de la mujer.

Cristo defiende a la mujer frente a las críticas de su despilfarro y comportamiento indecoroso explicándole a sus discípulos que ella lo ha preparado para la sepultura (v. 8). También les dice que su acto de devoción y sacrificio servirá para siempre como señal de las Buenas Nuevas, y que ella será recordada cada vez que se proclame el evangelio en todo el mundo (v. 9). La mujer que ungió a Jesús vació lo que podría haber sido su posesión más preciada y derramó su tesoro en honor del Dios encarnado. Ungió al Verbo antes de su sepultura, y creó así un recordatorio tangible de Jesús como el Ungido: el Mesías esperado por mucho tiempo (Isaías 61:1-3).

Puedo imaginarme que Jesús todavía estaría sutilmente perfumado con aquel aceite cuando fue llevado ante Pilato. Seguramente todavía tenía el dulce aroma amaderado del nardo en el cabello y en la barba como una unción persistente. Me pregunto si, mientras Jesús cargaba su cruz, los espectadores percibieron la fragancia, más allá del olor a sudor y sangre. Quizá notaban una dulzura en el aire mientras Cristo ascendía al Gólgota. Me pregunto si los hombres clavados en sus propias cruces a ambos lados de Jesús percibieron el aroma.

En el judaísmo antiguo, la señal de la unción estaba reservada en gran medida a los reyes. El osado acto de esta mujer no solo reconocía a Cristo como Rey de Reyes y Señor de Señores, sino que también prefiguraba lo que Cristo haría dos días más tarde, cuando se derramó de forma total, amorosa y aparentemente insensata en la cruz. Cuando se entregó como sacrificio, Jesús logró lo que nunca podríamos haber hecho por nosotros mismos. Lo que a veces puede parecernos una insensatez, es en realidad una muestra de fidelidad, y lo que nos parece un derroche, es adoración.

Mi generosidad es más una disciplina espiritual que una virtud. No puedo presumir de mi dadivosidad, puesto que el acto de dar a otros es opuesto a la voluntad de mi carne. Dios, en su bondad, me invita a dar generosamente y me da el poder de su Espíritu para hacerlo. Me he dado cuenta de que, al enseñarme a dar cosas materiales, está sanando una parte de mí que aún cree que no habrá suficiente. Así que me jacto de esta debilidad, y me regocijo aunque a veces siga oyendo las voces dirigidas a la mujer de Betania:

«¿Cómo te atreves a hacer eso?».

«Esto es una irresponsabilidad. Eres una irresponsable».

«Estás regalando algo que no puedes permitirte. ¿Y para qué?»

Luego llega Jesús, mi defensor: «Ella ha hecho una obra hermosa conmigo … Ella hizo lo que pudo». Y esas voces guardan silencio.

Reflexiona



1. ¿Cuál sería tu respuesta sincera a la generosidad escandalosa de la mujer que ungió a Jesús? ¿A quién te parecerías más en la sala?

2. ¿De qué forma ser generosos en abundancia desafía nuestros instintos de autopreservación económica o social?

Hannah Weidmann es cofundadora de Everyday Heirloom Co., una marca dedicada a embellecer a las mujeres como amadas de Dios a través de métodos atemporales de manualidades y narración de historias.

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Un poder hecho posible mediante el sacrificio

El mensaje del Domingo de Ramos sobre el asno, el león y el cordero.

Hall. Óleo sobre papel. 2018

Hall. Óleo sobre papel. 2018

Christianity Today March 24, 2024
Claire Waterman

Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. —Apocalipsis 5:8

Para entender mejor el marcado contraste presente en el Domingo de Ramos —Jesús, el Rey, yendo por las calles de Jerusalén montado en un humilde burro— recurriremos al libro de Apocalipsis. En el capítulo 5, Juan describe una dramática escena en la que Dios presenta un libro que no puede ser abierto porque nadie es digno de abrirlo. El apóstol se siente abrumado por la impotencia de la situación y la imposibilidad de romper los siete sellos. Entonces un anciano le dice a Juan que deje de llorar: «el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos» (v. 5, LBLA).

Puedo imaginarme al anciano haciendo esta declaración con voz de estruendo y señalando hacia el trono, y a todos los presentes en el cielo esperando ver a un león rugiente y llameante, irrumpiendo con un despliegue de tremendo poder. Imagino ojos que miran a un lado y a otro, brillantes y expectantes, al principio ignorantes de la criatura que se ha adelantado desde el trono. Entonces ven al que es digno, no como un león, sino como un cordero sacrificado, degollado, con sangre cayendo por su pecho, tiñendo la pura y blanca lana de un rojo carmesí intenso.

Lo correcto habría sido que Jesús se mostrara como el León de la tribu de Judá, en concordancia con la forma en que el anciano había anunciado su venida, sin embargo, no lo hace. Aparece como una de las criaturas menos amenazadoras de la tierra. Accesible. Humilde. Manso.

Este concepto del poder demostrado a través de la moderación y el sacrificio se extiende a través de las páginas de las Escrituras. Jesucristo revela continuamente su majestad en la humildad: el Rey de Reyes hizo su entrada en el mundo, no en un palacio, sino en un establo que apestaba a desechos animales. No manifestó su gloria primero a Herodes el Grande, sino a unos humildes pastores. No eligió ser el mentor de los miembros de la élite académica, sino de personas comunes. No se unió a las altas esferas de la sociedad, sino a los desvalidos, a fin de mostrarle a sus perplejos discípulos la naturaleza de un reino al revés.

Este es el Mesías que entra en Jerusalén montado en un burro y observa a los que tienden palmas delante de Él. No se dirige a los salones del poder para derrocar a Roma y satisfacer las expectativas de victoria militar de la multitud, sino al templo, el centro del culto judío, para confrontar nociones equivocadas de lo que significa servir a Dios. Jesús no sucumbió a los elogios de la multitud ni buscó un trono terrenal. Por el contrario, encontró su trono en un instrumento romano de tortura y ejecución, en obediencia al Padre, para que nosotros pudiéramos ser limpiados y reconciliados con Dios.

Jesús encarnó la intención original de Dios presentada en los capítulos 1 y 2 del Génesis: que la humanidad ejerciera dominio sobre la tierra a fin de dar vida, como un jardinero se esfuerza por cultivar la fecundidad y la belleza a través de sus esfuerzos. Adán y Eva fracasaron en esta tarea, por lo que era necesario que surgiera un nuevo tipo de ser humano: uno que aplastara la cabeza de la Serpiente, pero que también resultara magullado en el proceso. Jesús fue un siervo sufriente; un león que también era un cordero. Es el Dios de incomparable autoridad que se pondría el vestido de un siervo y lavaría los pies de quienes un día lo abandonarían. Uno que cabalgaría hacia Jerusalén en la semana de su ejecución para escuchar la aclamación de una multitud, para días después enfrentarse a otra que exigiría su crucifixión. Le vemos llorar sobre la multitud inmediatamente después de su entrada triunfal, preocupado por los que le rodeaban, aun cuando su propia vida corría peligro (Lucas 19:41). Jesús estaba completamente seguro en el afecto y la provisión del Padre. Veía más allá del velo de la muerte hacia la Resurrección, y por eso fue capaz de soportar la traición, la flagelación y el horror de la cruz.

Como seres humanos imperfectos, atraídos por el aplauso y temerosos del dolor, a menudo intentamos encarnar el poder del león; sin embargo, somos seguidores de un león que se hizo cordero. Que este Domingo de Ramos sigamos los pasos de nuestro maestro, recorriendo el camino del sacrificio de la cruz para que otros puedan encontrar la vida que se encuentra en la sangre de nuestro Salvador.

Reflexiona



1. Aunque era poderoso, ¿por qué Jesús eligió ser humilde al servir a los demás?

2. ¿Estoy utilizando mis recursos, capacidades e influencia para servir a los demás? Si no es así, ¿cómo puedo dar un paso práctico esta semana para usar el poder para servir?

Mick Murray ha trabajado en el ministerio pastoral durante más de 15 años con Antioch Community Church en Waco, Texas.

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