Lecturas devocionales de Adviento 2021 de Christianity Today

Todas las lecturas devocionales en preparación para la Navidad en un solo lugar.

Christianity Today November 25, 2021

Aquí encontrará todas nuestras lecturas devocionales que lo ayudarán a prepararse para la Navidad en esta temporada de Adviento.

Primera Semana: El regreso de Cristo y el reino eterno

Segunda Semana: Pecado y redención

Tercera semana de Adviento: Sacrificio y salvación

Cuarta semana de Adviento: Encarnación y Natividad

Epifanía

Para descargar nuestro devocional «El Evangelio de Adviento» completo, ingrese en este enlace.

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Theology

Cómo las Escrituras siguen sorprendiéndome

Cuando era niña, guardé la Palabra de Dios en mi corazón. Ahora, sale a la luz cuando menos lo espero.

Christianity Today November 20, 2021
Illustration by Rick Szuecs

Mi papá solía cantar por la casa todo el tiempo. Conoce unos ocho versos de cada canción pop alegre que se ha escrito desde finales de los 40. Cualquier parte que no se sabe, simplemente se la inventa. Conozco algunas de sus canciones inventadas mejor que las versiones reales.

Esas canciones todavía me vienen a la mente, y a veces se quedan pegadas a mi mente por largo tiempo cuando escucho la radio, cuando escucho una canción en un restaurante o cuando alguien dice una frase o un cliché que proviene de una canción. Tengo que sonreír cuando canto accidentalmente la versión mejorada de papá en lugar de la letra real.

Además del canto de mi papá, también memoricé muchos versículos de las Escrituras. Los escribí en fichas, los estudié en la escuela dominical y pensaba en ellos durante el día. Para mí, las palabras de la Biblia se volvieron como esas canciones que solía cantar mi papá.

Mi papá me enseñó a cantar. Mi mamá me enseñó las Escrituras fielmente y me invitó a memorizar algunos de sus pasajes favoritos. Ahora, las palabras están dentro de mí. No es de extrañar, entonces, que cuando veo un águila calva en un viaje al Oeste, las palabras del Salmo 103 me vengan a la mente. O que, cuando estoy descalza en la playa, medite en el Salmo 139, recordando cómo los millones de granos de arena son como el número de los pensamientos de Dios. O que, cuando conduzco por las montañas, reflexione en el Salmo 104:32 cuando dice que Dios toca los montes y los hace echar humo.

Incluso antes de que tengamos comprensión, tenemos imaginación. Cuando somos niños, hablamos acerca de la imaginación. Pero como adultos, cambiamos la imaginación por el pragmatismo. Adoptamos formas de pensar más racionales y concretas. Sin embargo, en la oración y la formación espiritual, la imaginación es esencial para que podamos crecer y avanzar hacia una conversación más cercana con Dios.

Las Escrituras dan vida a la teología, pero además de conceptos teológicos, también hay en ella poesía, sueños, parábolas y registros históricos. La Palabra de Dios es coherente y nos da una mejor visión de Dios, de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo.

Aprender y memorizar las Escrituras resultó ser la inversión más importante que pude haber hecho en mis primeros años. Lo celebro ahora, cuando es mucho más difícil aprender un idioma o memorizar un poema de Robert Frost. Estos días están llenos de responsabilidades y ruidosas distracciones. En estos días, mi mente es menos absorbente.

A cualquier edad, cuando permitimos que las Escrituras penetren en nuestros corazones y saturen nuestras raíces como el árbol del Salmo 1, somos alimentados por el nutrimento de la Palabra de Dios. No hay nada que sea más esencial para la vida, aun cuando parezca que tomar el tiempo para ello nos hace improductivos.

Hay veces que es inevitable recordar que nuestro vehículo necesita un cambio de aceite, o la pila de platos en el fregadero, o alguien a quien olvidamos llamar, o la hipoteca que hay que pagar. A veces tengo una libreta junto a mi Biblia en la que voy anotando cosas pendientes, de tal forma que anotar esos recordatorios me ayude a mantener las distracciones a raya. Otras veces, traigo esas mismas distracciones delante del Señor en oración, incluyendo así mis tareas diarias en mi conversación con el Espíritu de Dios.

Cuando nos sentamos con su Palabra, estamos creando un espacio para dejar que esas palabras reboten dentro de nosotros. Esto me recuerda al juguete de Fisher-Price Corn Popper que hace circular bolas de colores cuando un niño pequeño lo empuja, o una bola de nieve llena de confeti blanco que circula dentro del recipiente cuando se le agita.

Cuando las palabras de Dios circulan dentro de nosotros, estamos llenos de su vida; somos receptivos a su Espíritu cuando activa esas palabras dentro de nosotros, aplicando la verdad a las experiencias de nuestra vida diaria.

Muchas veces he recitado el Salmo 139 o el Salmo 23 cuando no podía dormir por la noche, primero cuando era niña, y muchos años después en períodos en los que padecí insomnio, cuando el mundo ya no se sentía como un lugar de paz. Luego de años de usar las Escrituras para ayudarme a dormir, en el 2002 escribí una canción llamada «Now and Then» [De vez en cuando], una paráfrasis accidental.

Quédate conmigo de vez en cuando.
De todos lados, atráeme
Cántame una canción
Para que pueda cerrar los ojos.
Antes de que yo naciera,
Todos los días registraron
Tus pensamientos como los granos de arena;
A través de las noches en que no pude cerrar los ojos
Y de la luz de la mañana,
«Como demandan tus días».

(«Now and Then» del álbum Gypsy Flat Road, 2001)

Para la última frase tomé prestada una línea del himno «Qué firmes cimientos». Es una doble referencia: hice eco de un himno antiguo de la misma forma en que ese himno hizo eco del texto de las Escrituras.

Cuando comencé a escribir canciones como vocación, las Escrituras y la imaginación fueron las herramientas que utilicé para ponerle letra a las melodías. Letras de himnos y frases de las Escrituras se derramaron en mis canciones desde mis primeras grabaciones, tales como «Sunday Morning» (Isaías 44), «Now and Then» (Salmo 139), «Gypsy Flat Road» (Isaías 55) y, con el paso del tiempo, comencé a hacerlo cada vez más literalmente hasta el día de hoy, cuando recientemente me he centrado más en escribir canciones cristianas específicamente para ser cantadas en la iglesia. Muchas de estas nuevas canciones están destinadas a ayudarnos a cantar las palabras directamente de la página.

Mirando hacia atrás, puedo ver que la infusión de las Escrituras en mi trabajo es tan central como importante. No es algo que me propuse hacer en mi música, ni sucede específicamente porque soy compositora. Las Escrituras son personales, pero nunca son privadas. La Palabra de Dios es nuestra, de nosotros juntos. Las Escrituras nos llenan hasta el borde y se derraman en nuestra vida diaria.

En cualquier lugar donde dediques tu vocación y trabajo, ya sea enseñando a estudiantes o trabajando en el departamento de finanzas, ya sea cuidando niños, haciendo jardinería, procesando hojas de cálculo de contabilidad o entregando el correo, todo tipo de trabajo es tocado por las palabras de Dios.

Recuerdo que alguna vez aprendí que el Espíritu Santo sacaría a la luz esas palabras que había memorizado en el momento en que las necesitara, ya fuera en la escuela o cuando tuviera miedo por la noche. Fue como plantar semillas. Mi mamá me ayudó con la memorización, sin embargo, confiaba en que el Espíritu Santo nutriría esas semillas y las haría fructíferas en mi vida.

Asistí a una escuela pública para mi educación primaria. Matemáticas no era mi materia favorita y, en segundo grado, tenía una maestra que me intimidaba. Me aterrorizaba cada vez que tenía que acercarme a su escritorio, tanto porque no estaba segura de mis habilidades matemáticas, como porque temía que ella me regañara por mi desempeño.

Recuerdo cómo pensaba en las promesas de las Escrituras cuando me inundaba el temor, consiguiendo así reunir el valor para caminar hacia su escritorio y tener una conversación. Si bien eso es algo pequeño para una niña pequeña, fue una práctica que me ayudó a crecer y de la que todavía saco provecho en la actualidad.

La primera canción que recuerdo haber escrito y compartido públicamente fue para mi graduación de octavo grado. Fue la primera vez que sentí la conexión entre escribir un diario, un himno del himnario y una canción compartida dentro de mi comunidad escolar. Más tarde, continué escribiendo canciones que me ayudaron a procesar eventos mundiales, experiencias humanas y cosas que experimenté de primera mano.

Mi mamá nos llevaba todos los domingos por la mañana a la iglesia en St. Louis, donde crecí. Siempre tenía pañuelos de papel en su bolso, mentas Tic Tac y un lápiz labial Clinique con estuche de rayas plateadas. Recuerdo los Himnarios de la Trinidad acomodados en fila junto a las Biblias en las bancas. Me sentaba a su lado, con los pies cruzados, y con ese libro de himnos abierto, estudiando detenidamente las palabras durante todos los momentos del servicio en los que permanecíamos sentados.

Estudiaba las líneas del pentagrama y me encantaba la poesía y la forma en que las palabras se movían en forma rítmica. Me gustaban también las palabras antiguas que no eran palabras de uso diario. Tenía curiosidad por saber qué significaban esas palabras.

De vuelta al piano, me sentaba con las manos en las teclas e inventaba mis propias melodías antes de poder siquiera leer las notas. Seguía las estrofas de esas canciones de la iglesia y de esta forma las hice mías.

Estas palabras antiguas me recordaban que había historias previas a la mía. Los himnos transmiten emociones, apuntan al cielo, aumentan nuestra esperanza y activan nuestra conciencia mutua —leerlos es una práctica muy útil en esta era de aislamiento—.

Los himnos eran para mí como testimonios armonizados de personas reales que veían a Dios obrando en el mundo: el mismo mundo. [En inglés, hay una frase que se traduce literalmente como «pararse sobre los hombros de alguien» y, en términos generales, se refiere al uso del conocimiento obtenido por alguien en el pasado a fin de elaborar sobre el mismo y conseguir un conocimiento aún mayor].

Así, mientras yo descubría verdades mayores a partir de las canciones de los escritores de los himnos, «parada sobre los hombros» de quienes me precedieron, absorbí sus letras y las usé como base para encontrar mi propio lugar en la historia.

Hay una visualización de esta herencia en el primer verso de una canción que escribí en 2001, poco después del 11 de septiembre, llamada «Age After Age».

Al borde del río, el poderoso Misisipi
Dos niños pasaban sus veranos a las orillas del dique.
Cuando las aguas rompieron y destrozaron la presa,
Fueron tragados por una ola de arena.
Sacaron al más joven de la mano
Porque estaba parado sobre los hombros de su hermano.

(«Age After Age», del álbum Best Laid Plans, 2004)

He venido cantando esta canción durante muchos años, y cuando escribí la letra por primera vez, recordé esta historia, esta imagen heroica de un niño salvando la vida de otro niño. Me ayudó a procesar la inmensa tragedia de ese septiembre.

Pero esta historia sobre los niños volvió a cobrar vida recientemente cuando alguien me escribió un correo electrónico preguntándome si conocía algún detalle histórico de esta historia, o si era solo folclore. Investigué al respecto, pero no pude encontrar información certera para responder a su pregunta. Esta persona no dejó de investigar acerca de la historia y, al cabo de unas semanas, me envió una pila de recortes de periódicos digitales fechados en abril de 1985.

Timothy Murphy y Darren Ellis eran dos de un total de cinco niños que jugaban en unos montículos de arena en St. Louis, cerca del río Misisipi, cuando la arena empapada por la lluvia se movió y, tras un derrumbe, enterró a los niños. Timothy quedó cubierto por la arena, pero levantó a su amigo Darren sobre sus hombros, salvando así su vida.

En algún lugar, cuando era niña, escuché esta historia y me la tomé muy en serio. Incluso recordaba detalles y descripciones con algunas de las mismas palabras que encontré en los artículos de noticias y que, a su vez, se reflejaban en la letra de las canciones. No fue una investigación deliberada, pero nuestros corazones tienen la capacidad de imprimir una historia, de guardar recuerdos mutuos para una comunidad, y de registrar estos recuerdos para las generaciones venideras.

De la misma manera, los himnos nos conectan con aquellos que nos han precedido, con aquellos sobre cuyos hombros nos levantamos. Desde allí, podemos ver más lejos y con más claridad de la que vemos por nosotros mismos. Jesús nos ha sostenido sobre sus hombros y nos ha resucitado por medio de su propia muerte. Él está con nosotros cuando la arena nos envuelve, y nos alza sobre sus hombros para que podamos respirar. Él nos levanta y escribe su canción de resurrección en nosotros, para que la cantemos siempre que la necesitemos.

Sandra McCracken es cantautora en Nashville. Este artículo está adaptado de su último libro, Send Out Your Light: The Illuminating Power of Scripture and Song (B&H).

Traducción por Sergio Salazar y Livia Giselle Seidel.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Theology

En realidad, Dios está haciendo algo antiguo

En la era de la autenticidad, no necesitamos nuevas palabras de parte de Dios; más bien, necesitamos repetir lo que Él ya ha dicho.

Christianity Today November 16, 2021
WikiMedia Commons / Edits by Christianity Today

Hace años, yo era parte del equipo editorial de una revista publicada por una organización cristiana conservadora. Debido a que el nombre de la organización estaba en la cabecera, la reputación de la misma estaba asociada con las ideas y los autores que aparecían dentro de sus páginas. Algunos de nuestros lectores también eran donantes que, de vez en cuando, se quejaban cuando el «pedigrí» de un autor o la naturaleza de las ideas expresadas no parecían estar en línea con la perspectiva teológica que distinguía a la organización.

El resultado era bastante predecible. Algunos de mis amigos bromeaban diciendo que nuestro lema debía ser: «La revista que no tienes que leer para saber lo que va a decir».

A los escritores, al igual que ocurre con compositores u otros artistas, se les regaña cuando se repiten mucho. Especialmente hoy en día, cuando se trata de expresión creativa, la novedad es valorada por encima de todo lo demás.

Sin embargo, enfocarse en exceso en la originalidad hace que perdamos de vista un principio básico de lo que posibilita la originalidad en primer lugar: concretamente, los fundamentos. Esa es la razón por la que los chelistas más destacados siguen practicando horas de escalas y otros ejercicios técnicos y la razón por la que Michael Jordan practicaba tiros libres hasta que podía encestarlos con los ojos cerrados. Solo por medio de la confianza que se construye a través de la repetición infinita los grandes intérpretes se sienten libres para improvisar melodías o para deslumbrar en la ofensiva de maneras que demuestran sus dones únicos e individuales.

En lo que respecta a la fe, la repetición también es una virtud. Esto es precisamente lo que las Escrituras demandan de la iglesia. En Primera de Corintios 1:10, el apóstol da un mandamiento: «Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito» (NVI).

En griego, la idea es que deberíamos «hacer todos lo mismo». Este lenguaje, sacado del ámbito político, no nos llama a hablar al unísono, sino que llama a la armonía a través de un acuerdo con la verdad. En la fe existen ciertos fundamentos, y nosotros hemos de trabajar juntos para interiorizarlos y reforzarlos si queremos que la iglesia ejerza su efecto en el mundo a mayor escala.

En una era que celebra la diversidad, eso podría parecer una desventaja. Sin embargo, difícilmente sería un nuevo correctivo. En Si Dios no escuchase (Cartas a Malcolm), C. S. Lewis se queja de que las iglesias en aquellos días estaban demasiado interesadas en la innovación. «Creo que, como legos, nuestro trabajo es tomar lo que nos es dado y sacar lo mejor de ello», dijo Lewis. «Y creo que [nuestra labor] nos resultaría mucho más fácil si aquello que se nos diera fuera siempre y en todo lugar la misma cosa».

Doctrinas de diseñador

Esta capacidad para decir las mismas cosas está en el núcleo de la noción bíblica de la unidad de la iglesia. Pero, para hacerlo, la iglesia primero debe escuchar las mismas cosas. Aunque es cierto que una buena enseñanza a veces imparte nueva información, a menudo consiste más en que se nos recuerde y se nos muestre cómo aplicar cosas que ya sabemos. La directriz de Pablo a Timoteo fue: «No dejes de recordarles esto» (2 Timoteo 2:14).

En la cultura contemporánea hemos llegado a ver la unidad como una emoción en vez de una convicción. Buscamos maneras de tener buenos sentimientos hacia todo el mundo. No obstante, cuando Pablo les dijo a los corintios que estuvieran de acuerdo unos con otros, no estaba escribiendo acerca de un sentimiento, sino más bien de una confesión. El llamado bíblico a la unidad es un llamado a estar en paz, sí, pero no paz a cualquier precio. Aquellas cosas en las que se espera que la iglesia esté de acuerdo ya están definidas: son cuestiones que tienen que ver con la verdad.

Cualquier llamado a la unidad basado en el acuerdo con la verdad es difícil de vender en estos días. La verdad ampliamente aceptada en la modernidad es que la gente puede cultivar su propia verdad. Aceptamos o rechazamos «verdades» basándonos en cómo nos sentimos con respecto a ellas. Si una nos hace sentir cómodos, la aceptamos; si no, la consideramos falsa.

Como resultado, ya no pensamos en términos de teología, sino de teologías. No celebramos «una sola fe» como lo dice Efesios 4:5. En cambio, hemos visto la fragmentación de la iglesia en innumerables teologías. En vez de apreciar la belleza de una fe común sostenida por personas de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, como se describe en Apocalipsis 7:9, la iglesia contemporánea ha invertido el énfasis: una teología para cada tribu, identidad sexual e interés político.

En consecuencia, nuestra celebración de la diversidad dentro de la iglesia está en peligro de desintegrarse en facciones, cada una con su versión de «fe de diseñador». En el esfuerzo por reconocer y celebrar la diversidad, la iglesia corre el riesgo de olvidarse de aquellas áreas cruciales en las que se le ha encomendado ser lo mismo.

Esta tendencia hacia una visión subjetiva e individual de la verdad fue lo que dio inicio a mi primera crisis de fe como recién convertido. Aunque crecí en el área de Detroit con valores judeocristianos nominales, nuestra familia no se identificaba con una denominación en particular. Cuando llegué a la fe a comienzos de la década de 1970, algunas enseñanzas cristianas me hacían sentir incómodo. Me disgustaba especialmente la doctrina de la iglesia sobre el infierno, así que decidí ignorarla. Acepté los mensajes bíblicos del amor de Dios, la esperanza de la cruz e incluso acepté considerarme un pecador. Pero deseché las enseñanzas sobre el castigo eterno. Mi visión era tan peculiar que, durante un breve tiempo, creí tanto en la salvación a través de la fe en Jesús como en la reencarnación.

Si se está preguntando cómo podía reconciliar estas visiones contrapuestas, la respuesta es que no lo hacía. Ni siquiera sentía la necesidad de hacerlo. En las primeras etapas de mi fe, mis perspectivas teológicas no se basaban en el fruto de una cuidadosa reflexión acerca de la verdad, sino que se encontraban más en una decisión emocional. Yo creía lo que me gustaba y rechazaba lo que no.

Sin embargo, cuanto más asistía a la iglesia, más escuchaba las predicaciones y más leía la Biblia por mi cuenta, más veía que Jesús hablaba una y otra vez de algunas de las cosas que yo quería rechazar. Me di cuenta de que, si iba a aceptar a Jesús, también tendría que aceptar todo lo que Él enseña. No tenía la libertad para escoger solo aquellas enseñanzas que eran de mi gusto.

El gozo de los límites

Los cristianos, al igual que los artistas, inevitablemente operan dentro de la esfera de la tradición. Una de las conjeturas fundamentales de la doctrina cristiana es la de que esta no se origina en nosotros (1 Corintios 14:36; 2 Tesalonicenses 3:6). Nosotros creemos y enseñamos cosas que hemos recibido como legado. Pero esto no significa que no haya espacio para la creatividad o la originalidad. Aquí hay un paralelo con el trabajo de un músico, tanto en términos del peligro que supone la monotonía, como el de trabajar con materiales que existen dentro de un orden dado.

En su libro Resounding Truth: Christian Wisdom in the World of Music [Verdad que resuena: La sabiduría cristiana en el mundo de la música], Jeremy Begbie observa: «[A los músicos] no se les da una vocación de repetición idéntica, recreando el pasado». Begbie menciona la música improvisada para mostrar que puede existir una libertad considerable dentro de los límites dados y defiende que la iglesia debe hacer algo similar. «La iglesia necesita improvisar con imaginación, es decir, tener tan aprendidos estos textos y tradiciones escriturales que pueda (por fuerza de hábito, idealmente) actuar de modo que sea veraz con los textos y aun así involucrarse con el mundo tal cual es ahora, respondiendo de un modo fresco y fructífero a cualquier cosa que la vida nos envíe».

Begbie también invoca a Johann Sebastian Bach, quien escribió dentro de unas reglas específicas establecidas y desarrolló temas sencillos con una variedad extraordinaria. Begbie explica: «Una aria simple, como la que empieza las Variaciones Goldberg, o incluso el material de apertura aún más corto de la “Chacona” de la partita para violín en Re menor, renace repetidamente, en efecto, a través de unas variaciones elaboradas de manera sorprendente, pero sin dejar la impresión de que las posibilidades se han extinguido».

Del mismo modo los teólogos, los predicadores y los maestros son libres para realizar su trabajo dentro de un orden dado que podemos caracterizar como la consistencia de la verdad. Ellos deben reflejar la antigua verdad que ha sido revelada en las Escrituras y a su vez hablar hacia nuestro contexto presente, extendiendo sus implicaciones para el pueblo de Dios incluso en circunstancias muy lejanas a aquellas a las que se referían los escritores originales. Esta libertad permite diferencias de estilo e, incluso, una clase de personalidad que permite que la fe de todo el mundo se exprese de muchas maneras, de tal modo que podamos decir lo mismo, pero no siempre del mismo modo.

En resumen, la ortodoxia no es una camisa de fuerza, sino un regalo. La fe que se le entregó a la iglesia es una herencia, no una carga.

A menudo se encuentra un gran consuelo en lo familiar. Lo notamos siempre que releemos un libro que amamos, vemos una película clásica por décima vez o escuchamos nuestra música favorita. Pero el consuelo que obtenemos de la ortodoxia bíblica es más que una cuestión de estética o incluso del placer de revisitar lo familiar. La ortodoxia bíblica define la zona de seguridad para las creencias y las prácticas de la iglesia.

En 2006, los arquitectos paisajistas de la Universidad Estatal de Mississippi llevaron a cabo un sencillo estudio [enlaces en inglés] para determinar los efectos que tenían las cercas o vallas —a menudo consideradas un elemento restrictivo u opresivo en la vida de los niños— sobre los preescolares. Durante el recreo, los profesores llevaron a los niños a una zona de juegos de la localidad que no estaba cercada, donde los niños estuvieron intranquilos merodeando alrededor del profesor. Más tarde llevaron al mismo grupo a una zona de juegos similar a la primera, pero que incluía un límite vallado. Los niños se sintieron libres para explorar.

Los límites responsables son esenciales para la libertad y la creatividad. La repetición de la ortodoxia define los límites dentro de los cuales podemos expresar de forma única nuestra fe y practicarla. Solo cuando nuestra fe opera dentro de estos límites podemos hablar legítimamente de una perspectiva teológica culturalmente distintiva, o lo que Leonora Tubbs Tisdale, profesora de Yale, ha denominado «teología local».

Que diga ¿qué?

Si se supone que tenemos que seguir repitiendo lo mismo acerca de lo que la iglesia cree, ¿qué es exactamente lo que debemos decir? No tendría sentido negar que hay muchas diferencias doctrinales entre los cristianos. Algunas son menores; otras, no tanto. No obstante, en Segunda de Timoteo 1:13-14 Pablo da un mandato: «Con fe y amor en Cristo Jesús, sigue el ejemplo de la sana doctrina que de mí aprendiste. Con el poder del Espíritu Santo que vive en nosotros, cuida la preciosa enseñanza que se te ha confiado». Al menos, Pablo sentía que el corazón de la fe cristiana era suficientemente claro como para encargarle a Timoteo que lo preservara. Y, más aún, el estándar que el apóstol estableció para la ortodoxia fue aquel basado en su propia enseñanza.

Esto significa que podemos usar los resúmenes que hizo Pablo del núcleo de la doctrina cristiana para identificar lo que al final resulta elemental en esta «preciosa enseñanza».

Primero, es cristocéntrica. Lo que hace que la iglesia sea cristiana no es solo sus enseñanzas acerca de Dios y la moralidad, sino lo que tiene que decir acerca de la persona y la obra de Jesucristo. Es el Evangelio, o las «buenas nuevas» acerca de Jesucristo (Romanos 15:19; 2 Corintios 9:13; Filipenses 1:27). El resumen que Pablo hace de este mensaje descansa invariablemente en la encarnación de Cristo, su muerte redentora y su resurrección (1 Corintios 15:3-4). Segundo, es una promesa de perdón y transformación que llega como un don por la fe. La palabra para esto es gracia. Pablo vio claramente que cualquier concesión en este punto era una perversión de la verdad (Gálatas 1:6-7). Tercero, descansa en las implicaciones de la obra de Cristo para aquellos que creen. Esta es la promesa, no solo del perdón, sino de la vida nueva. En cierto sentido, este es el mensaje de todas las epístolas del Nuevo Testamento.

Es casi imposible orientar nuestras vidas hacia esta clase de enseñanza sin la institución de la iglesia y las reuniones de alabanza. Esto se debe a tres prácticas que han sido elementales en la formación y la preservación de la ortodoxia: la instrucción, el canto y la acción.

La Biblia claramente enfatiza la importancia primordial del ministerio educativo de la iglesia para transmitir la verdad a las siguientes generaciones. Pero también la iglesia tiene un rico legado dentro de las artes, sobre todo en su tradición cada vez más contracultural del canto comunitario. Debido al poder que ejerce la música sobre la mente y el corazón, es una herramienta muy útil para mucho más que la mercadotecnia o la determinación de nuestro estado de ánimo: la iglesia primitiva la veía como una forma de instrucción (Colosenses 3:16).

La iglesia también se apoya en las prácticas repetidas cuyo significado práctico y simbólico refuerza las verdades explícitas que la iglesia expresa en la enseñanza y la música. Algunas de esas tradiciones, como la observancia de la Santa Cena, son universales y están prescritas en las Escrituras. Otras son más personales y permiten a la congregación expresar la fe que es común a todos en su propio contexto único. Ya sea que se trate de recitar las oraciones programadas del oficio diario o incluir una invitación [a tomar una decisión de fe] al final de cada servicio, cada congregación observa su propio estilo de liturgia.

Estas liturgias, tanto las grandes como las pequeñas, permiten que la iglesia demuestre sus verdades más importantes. Como destaca James K. A. Smith, «no son solo cosas que hacemos», sino prácticas «que hacen algo por nosotros». Refuerzan lo que la iglesia enseña al convertirse en «hábitos del corazón» que dan forma al modo en que vivimos.

Restricciones que nos hacen libres

Parece paradójico defender que la ortodoxia —limitada por naturaleza— sea un camino hacia la exploración, la creatividad y la libertad. Normalmente pensamos en la libertad como lo opuesto. No obstante, Jaroslav Pelikan, historiador de la iglesia, observó que una de las características de una ortodoxia auténtica es la aceptación y la dependencia de una exploración libre y responsable.

En un discurso de 1966 en la Universidad de Valparaíso, Pelikan señaló el debate que surgió en el siglo IV y que dio como resultado la articulación de la doctrina de la Trinidad por parte de la iglesia. «Sin esa exploración, ni el credo de Nicea ni la teología de San Atanasio hubieran sido posibles», explicó. La ortodoxia invita al examen y a la investigación porque expresa la verdad. «La tradición ortodoxa, pues, no tiene ninguna razón para temer una exploración libre y responsable», afirmó. «Pero sí tiene razones para temer el sentimentalismo, la trivialización y la indiferencia».

La libertad que la ortodoxia ofrece es una libertad de restricción. En contraste, nuestra era es la era de gritos sin restricción. Es una recreación moderna del improductivo proyecto de Babel: voces por todos lados reclamando nuestra atención, nuestra lealtad y acción, a menudo contradiciéndose entre sí. Quienes hablan de la rúbrica de la libertad con la voz más alta a menudo emplean esa retórica para contradecir las simples enseñanzas de la Biblia.

La ortodoxia bíblica proporciona un filtro para saber qué voces ignorar. Nos muestra cuáles de las «nuevas» comprensiones acerca de la conducta personal, el deseo, la sexualidad y la moralidad no son más que viejas mentiras de la Serpiente con ropajes modernos.

Sin embargo, si todo lo que necesitáramos fueran límites, la ley de Moisés nunca habría dado paso al evangelio de Cristo. Los límites son un punto de partida esencial para la libertad, pero no son suficientes. Jesús advirtió que para ser verdaderamente libres necesitamos más. Necesitamos a aquel que está en el núcleo de toda la ortodoxia bíblica. La verdad en este sentido no es solo personal. Es una persona. Para aquellos que creen en Él, Jesús hizo esta promesa: «Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8:31-32).

La liberación que Jesús promete implica más que una lista de verdades que afirmar. Es perdón, emancipación de la esclavitud del pecado y la capacidad de vivir una nueva vida. Es tener un lugar permanente en la casa de Dios. «Si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres» (Juan 8:35-36). Esta es la libertad de la que hablaba G. K. Chesterton cuando señaló: «Es solo desde que conocí la ortodoxia que he conocido la emancipación mental». Pero Chesterton continuó señalando que, debido a que esta ortodoxia se encarnó en la persona de Jesús, esto también le concedió un don más grande: el gozo. Tal y como Chesterton lo expone, «el gozo, que es la pequeña publicidad del pagano, es el gigantesco secreto del cristiano».

Las diferencias teológicas, las facciones culturales y los desacuerdos no son algo peculiar de la iglesia del siglo XXI. La iglesia ha batallado con estas cosas desde sus comienzos. Pero esta historia no debería hacernos sentir satisfechos. Si nos tomamos en serio las advertencias del apóstol Pablo, el mayor riesgo al que nos enfrentamos hoy no es a la amenaza que representa el mundo incrédulo, sino a aquel que se alza desde nuestra propia falta de vigilancia en el área de la doctrina (Hechos 20:29-31; 1 Timoteo 4:1).

La iglesia no necesita suprimir su diversidad innata para ser veraz con respecto a la fe. Las Escrituras dejan claro que ambas cosas pueden coexistir. Pero Judas 1:3 también deja claro que, para ser fieles a su mensaje, la iglesia debe luchar por la fe «que Dios ha confiado una vez y para siempre a su pueblo santo» (NTV). Hace mucho que lo sabemos. Lo que no esperábamos era tener que luchar con nosotros mismos.

John Koessler es profesor emérito del Instituto Bíblico Moody. Su último libro es Dangerous Virtues: How to Follow Jesus When Evil Masquerades as Good.

Traducción por Noa Alarcón

Edición por Livia Giselle Seidel

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La verdadera esperanza

Una lectura de Adviento para el 15 de diciembre.

Christianity Today November 15, 2021

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Tercera semana de Adviento: Sacrificio y salvación


En el Antiguo Testamento Dios habló a través de los profetas utilizando palabras e imágenes poéticas para describir la esperanza de la salvación. Esta semana, observamos las profecías que apuntan al Mesías: el siervo, la luz, la promesa que el pueblo de Dios anhelaba.

Lea Isaías 42:1-7

A veces olvidamos que somos fabricantes de ídolos. Nos aferramos a los ídolos del poder, la riqueza, el orgullo, los demás, las instituciones, la desinformación, la tradición, etc. Y a veces también olvidamos que Dios no se calla ante la idolatría y la maldad. Expone sus promesas vacías y revela a Cristo como el remedio para nuestras tendencias idólatras.

En Isaías 42, Dios responde a la idolatría vacía y a los insignificantes dioses falsos —a los que se había dirigido en el capítulo anterior— anunciando la llegada de su Siervo en quien se deleita, y a quien eligió, y en quien habita su Espíritu. Mientras que los ídolos son débiles e impotentes, el siervo fiel prometido por Dios hará justicia en todo el mundo. No hollará a los vulnerables ni se jactará con orgullo. Por el contrario, mostrará su tierna compasión hacia aquellos que son débiles, que están heridos o cuya fe está tambaleando.

En nuestro mundo actual ocurren tantas cosas que nos hacen preguntarnos dónde está Dios cuando la atracción de los ídolos engaña incluso a los más fieles de entre nosotros, cuando la injusticia envuelve nuestro mundo como una niebla oscura, y cuando los débiles apenas pueden respirar porque sus gritos clamando por alivio los han extenuado. Este pasaje nos recuerda que el siervo prometido tomará un día todo lo que está mal en el mundo y lo arreglará. Él ha sido elegido por Dios para hacer justicia con humildad y amor. Ha sido llamado por Dios para ser un pacto para su pueblo, el mediador intachable para llevar el mensaje y cumplir la voluntad de Dios.

En Mateo 12:15-21, después de que Jesús había sanado a muchas personas que formaban parte de una gran multitud que le seguía, la Palabra nos dice que «esto fue para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías» (NVI) en Isaías 42:1-4. Todas las promesas de Dios residen en Jesús y tienen su cumplimiento en Él (Mateo 5:17; 2 Corintios 1:20). Jesús encarna la verdad, la justicia, la rectitud, la fidelidad, la humildad, la mansedumbre y todo el fruto del Espíritu. Y para todos los que lo llamamos «Señor», a través de nuestra unión con Él, nuestras vidas deben reflejar lo mismo, aunque sea imperfectamente. Porque solo Jesús tiene el poder de sacar a las naciones de las tinieblas y llevarlas a su maravillosa luz. Solo Jesús puede liberar a los prisioneros del pecado y las tinieblas.

Al reflexionar en esta temporada de Adviento sobre la fidelidad de Dios al enviar a su siervo, recordemos que, si bien la justicia fue cumplida en última instancia en la cruz, esta justicia es también una realidad futura que anhelamos mientras esperamos la Segunda Venida.

Kristie Anyabwile es editora de His Testimonies, My Heritage (publicado en español como Sus testimonios, mi porción) y autora de Literarily: How Understanding Bible Genres Transforms Bible Study (marzo de 2022).

Reflexione sobre Isaías 42:1-7. (Opcional: lea también Isaías 41)


¿Qué le llama la atención de esta descripción del siervo de Dios? ¿Cómo cumple Jesús estas promesas y cómo las cumplirá? Confiese en oración las formas en que ha puesto su esperanza en los ídolos contemporáneos. Pídale a Dios que le ayude a poner toda su esperanza en Él.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Theology

El catecismo de la persona soltera

21 preguntas y respuestas para ayudar a los cristianos no casados a desarrollar una teología de la soltería.

Christianity Today November 11, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Emma Bauso / Pexels

Soy una afroamericana de 38 años que tuvo su primer (y último) beso apenas unos días después de cumplir los 34. Y no estoy sola. Con los años, algunos amigos me han confiado la soledad, las penas y las dudas que plagan su soltería.

Desarrollar un catecismo me ha animado a meditar en la bondad de Dios —y en su Palabra— tanto en los días tristes como en los días felices. Mi esperanza es que estos principios se puedan leer como el brazo de Dios extendido sobre un hombro caído y, para los que se sienten sobrecargados, como un abrazo de apoyo y consuelo.

Sección 1: La soberanía de Dios sobre mi estado civil

1. ¿Cuál es el objetivo principal de mi soltería?

Que mi alma esté tan consumida por el deleite de amar y ser amada por Dios, y tan hipnotizada por su singular suficiencia para saciar mi profunda sed de amor, aceptación, pertenencia y significado, de tal forma que testifique ante el mundo las excelencias preeminentes de Dios como Señor, amante y amigo.

Salmo 27:4; 63:3; 73:25–26; Isaías 29:13; 54:5–6; Jeremías 29:13; Salmo 37:4

2. ¿Cuál es nuestra única recompensa en la soltería o en el matrimonio?

Que podamos conocer mejor a Cristo. No tengo otra recompensa. La libertad de la soltería y la intimidad del matrimonio no son más que restos y desechos sin su supremacía sobre ellos. Ambos estados florecen o trastabillan en la medida en que podemos conocer a Cristo a través de ellos.

Salmo 16; Filipenses 3:7–11

3. ¿Cuál es nuestro llamado seguro?

Bienaventurados somos de ser llamados a aquello que también satisface nuestro deseo más profundo; de no tener otros dioses delante de Dios y de amarlo con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas. Bienaventurados somos de no tener otra lealtad sino lealtad hacia el Altísimo; de no buscar otro fin para nuestras acciones más que hacer visible su gloria; de no tener mayor afecto que aquel que es por Cristo, quien es nuestra vida. Sean cuales sean nuestras circunstancias, todos tenemos que cumplir con este llamado a través de nuestro conocimiento de Él, quien nos ha llamado por su propia gloria y bondad.

Y el segundo llamado es similar a este: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Éxodo 20:3; Mateo 22:39; Lucas 10:27; 1 Corintios 10:31; 1 Pedro 1:6–7; 2 Pedro 1:3; Colosenses 3:4; Mateo 5:16

4. ¿Qué ocurre cuando convertimos el matrimonio en un ídolo?

Hemos sido dominados por nuestro deseo de tener un matrimonio cuando no podemos concebir ningún bien aparte de obtenerlo, si estamos dispuestos a ir deliberadamente en contra de la voluntad de Dios para asegurárnoslo, o si usamos el matrimonio o la búsqueda de él para que sirva para nuestra gloria en vez de la suya. Al hacerlo, afligimos a nuestro Amado, que es celoso de nuestros corazones, y nos exponemos a una decepción innecesaria, porque las penas se multiplican para aquellos que siguen a otros dioses. Pero una de las mayores misericordias que Dios puede tener hacia nosotros es enseñarnos la diferencia entre Dios y todo lo que no es Dios y, así, hacernos conocedores de lo divino con un sabor de lo eterno.

Salmo 96:7; Isaías 41; 44:9; 57; Jeremías 8:19; Salmo 16:3; Lucas 12:7; Santiago 1:14; 1 Corintios 6:12

5. ¿Cómo puedo crecer sin una pareja?

La belleza de la salvación y del crecimiento es que ambos dependen de un solo hombre y nada más: Cristo. Tenerlo a Él es tener todo lo que necesitamos. Y yo, como parte de su iglesia, estoy comprometida con Aquel que pagó mi dote a un precio desorbitado para que yo fuera hecha santa y fuera limpiada por su palabra. Su celo y su compromiso con mi crecimiento van mucho más allá de los míos propios, y su amor no deja ningún instrumento sin uso —incluyendo la soltería— a fin de hacer que me presente ante Él gloriosa, sin mancha ni tacha.

Gálatas 3:3; Efesios 5:27

Sección 2: La soberanía de Dios sobre mi autoestima

6. ¿Cuál es mi verdadero valor?

He sido hecha a imagen de Dios, redimida por la perfecta sangre de Cristo, y soy el lugar donde actualmente reside el Espíritu Santo de Dios. Fui adoptada por la Familia más Real de todas las familias reales, fui buscada y traída de vuelta al rebaño por el Buen Pastor, y disfruto de la compañía del Espíritu de consuelo, libertad y verdad. Puede que otros me rechacen, pero aun así he sido elegida y soy preciosa a los ojos de Dios, coheredera con Cristo, quien reina sobre la vida y la muerte. Estoy coronada con gloria y honor, y soy sostenida como una diadema real en la palma de mi Dios.

Génesis 1:26; Efesios 1:5–7; 1 Corintios 3:16; 6:19–20; Lucas 15:4; Salmo 8:5; Romanos 8:17; Juan 14:16; 2 Corintios 3:17; Juan 16:13; Isaías 62:3–5

7. ¿Alguien me ve?

Cuando lloramos con el alma agotada «¡Hazme caso! ¡Mírame! ¡Ámame!», Dios se inclina hacia nosotros, nos cubre con su manto, nos acerca a Él y nos susurra con ternura: «Lo hago, querida mía, lo hago. Yo soy El Roi, el Dios que ve. Mis ojos están abiertos día y noche sobre ti, porque he puesto mi nombre sobre ti». Pero a menudo sucede que nosotros, después de haber recuperado el aliento sentados en su regazo, nos damos la vuelta para buscar la afirmación del mundo, como un niño que persigue las burbujas, mientras nos perdemos la dicha de escuchar su llamado a nuestras espaldas: «¡Hazme caso! ¡Mírame! ¡Ámame!».

Salmo 18:35; Ezequiel 16:8; Salmo 34:18; Oseas 2:14; Génesis 16:13–14; 22; 29:32; 31:42; 2 Crónicas 6:20; Salmo 11:4

8. ¿Por qué no he sido elegida?

No se debe a que sea deficiente, sino a que la sabiduría íntima y trascendente del Dador de todo don bueno y perfecto encontró que esto era lo mejor para mí. Puedo confiar en que Aquel que conoce el número tanto de las estrellas en el cielo como de los cabellos de mi cabeza, y ante el cual todos mis anhelos yacen abiertos a plena luz, me concede una porción placentera. Porque yo he confiado mi ser a Aquel que me eligió a mí primero y mejor, y cuyo libro contiene todos mis días.

1 Pedro 2:9; Deuteronomio 7:6; Salmo 33:12; Hageo 2:33; Colosenses 3:12; 1 Tesalonicenses 1:4; Apocalipsis 17:14; Efesios 1:4; Salmo 38:9; Santiago 1:17; Salmo 139:16

9. ¿Soy digna de ser amada?

El matrimonio no es el único contexto en el que uno es amado, así que no es sabio fusionar la idea de ser amado con la de estar casado. El amor de los humanos nunca nos hace dignos: es periférico en el mejor de los casos. Pero en Cristo podemos entender el orden correcto del amor y la dignidad: no somos dignos de ser amados, sino que somos dignos porque somos amados. La dignidad es un privilegio inalienable y una realidad irrefutable que se nos ha conferido en Cristo. ¿En dónde más podemos encontrar un amor emancipador como este?

Romanos 5:5–8; 1 Juan 3:1; Gálatas 4:7; Romanos 8:30; Efesios 2:3, 8; Deuteronomio 7:6–9; 1 Corintios 1:26–30; Salmo 8:4

10. ¿Qué es la alabanza que proviene del ser humano?

Una trampa y un engaño. Nosotros mismos somos testigos de que, como seres finitos, volubles y cortos de vista, a menudo alabamos de forma incorrecta: alabamos de más aquello que no merece la pena, alabamos de menos lo que es realmente digno y alabamos superficialmente: distrayéndonos por lo externo y perdiéndonos la sustancia.

Gálatas 1:10; Proverbios 29:25; 1 Samuel 16:7

11. ¿Qué es lo que me hace una persona completa?

Solo la asombrosa cruz de Cristo.

Sección 3: La soberanía de Dios sobre mi dolor

12. ¿Cuánto más, oh Señor?

Si sufro otro tiroteo de preguntas en Navidad de parte de mis bien intencionados familiares; si soy la última soltera que queda entre mis amigos; si debo desechar mis esperanzas de tener un hijo, o si mi anhelo de tenerlo golpea mi fe hasta el límite, que Yahvé avive mi corazón para regocijarme del todo en Él aun desde el valle. Él se levantará para calmar mi dolor crónico, para eliminar mi sensación de vergüenza, y para ser mi paciente camarada en la batalla. Benditos aquellos que esperan en Él. Mientras el día y la noche sigan su curso, las misericordias necesarias para cada día me saludarán de nuevo cada mañana.

Salmo 13; 119:22–23; Isaías 54:1; Habacuc 3:18; Jeremías 33:20; Lamentaciones 3:22–23; Isaías 30:18

13. ¿Qué poder tenemos frente a los pensamientos de desesperanza?

Que el Dios que escucha cada uno de mis gritos de aflicción y discierne mis pensamientos desde lejos ha provisto consuelo para los asaltos que provienen no solo desde fuera, sino también desde dentro. Porque Él desea la verdad en los lugares más íntimos, y que yo conozca su descanso, Él me ha empoderado divinamente para tomar cautivo cada pensamiento rebelde, que niega la esperanza, distorsiona la verdad y oscurece a Dios, y traerlo a la obediencia de Cristo por medio del Espíritu que habita en mí, y quien me guiará a toda la verdad.

Salmo 51:6; 139:2; 2 Corintios 10:5; Salmo 94:11; Juan 16:13; Efesios 6:16

14. ¿Le importa a Dios mi dolor?

Difícilmente se menciona en las Escrituras alguna aflicción que Dios no vea o escuche de cerca. En realidad, Él conoce nuestro dolor aun antes de que nuestras vidas pasen siquiera por ese marco. Antes de que llamemos, Él responde; en medio de nuestro clamor, Él inclina su oído. Es imposible que Dios no se sienta conmovido por nuestras heridas, porque son suyas. Él llevó nuestro dolor y soportó nuestra pena antes de que nosotros supiéramos siquiera que teníamos necesidad. Barramos cuidadosamente los escombros de los demás apegos de nuestro corazón para que esté despejado el camino para que Él pueda venir rápidamente en nuestra ayuda para liberarnos de la desesperanza y la duda.

Isaías 65:24

15. ¿Qué poder tiene el pecado sobre nosotros?

Ninguno, excepto aquel que nosotros le concedemos a través de la desconfianza en el carácter y las promesas de Dios. El vencedor sobre el pecado ha llegado, y en Cristo somos nuevas criaturas. Lo viejo ha pasado. El pecado ya no es nuestro señor.

Romanos 8; Santiago 1:14

16: ¿Qué he de hacer con mis deseos incumplidos?

La invitación a depositar nuestras preocupaciones en el Señor no tiene fecha de caducidad. Así pues, no nos cansemos de traerlas a sus pies. Si somos pacientes con un amigo nuestro que nos pide oración una y otra vez, cuánto más paciente será el Señor que soporta nuestras cargas junto con nosotros.

1 Pedro 5:7; Filipenses 4:6–7; Lucas 11:7–8; Salmo 5:3

17: ¿Dónde está mi bendición?

Cristo murió para que nuestro vacío fuera llenado, para que nuestros ojos pudieran ver, para que nuestras mentes se pudieran iluminar, para que pudiéramos hallarlo glorioso, para que nuestros corazones se ablandaran, y para que el amor por Él pudiera palpitar por todo nuestro ser. Nuestra bendición se encuentra en un espíritu pobre, en el duelo, en la mansedumbre, en el hambre y la sed de justicia; en la muestra de misericordia, en un corazón puro, en ser pacificadores, y en soportar dificultades por honor a Cristo. Si no podemos encontrar bendición ahí, no la encontraremos en ningún otro sitio, porque, aunque Dios nos haya dado todas las cosas para que las disfrutemos, todas ellas se estropearán en nuestra boca si nuestros corazones no están llenos de Él en primer lugar.

Mateo 5:3–11; 1 Timoteo 6:17; Números 11

Sección 4: La soberanía de Dios sobre mi futuro

18. ¿En qué podemos poner la esperanza para nuestro futuro?

En el Señor quien, al ver todos los días de mi vida antes de que cada uno de ellos llegue a ser, dirige mis pasos para que sus buenos propósitos prevalezcan. Él ha afirmado mi suerte. Al igual que proveyó maná para los israelitas en el desierto, también proveerá para mí el pan diario. Ya sea que me case o no, Cristo me ha prometido una vida de abundancia, y su palabra no regresa a Él vacía.

Salmo 71:3; Proverbios 16:9; 19:21; Isaías 55:11

19. ¿Qué puedo agradecer mientras espero?

Dios llevó a Israel por el desierto como un padre lleva a su hijo después de escuchar su clamor por misericordia, y los liberó de la opresión de Egipto con mano poderosa y brazo extendido, y con grandes señales y maravillas. Los guió a salvo con una nube de día y con luz de fuego en la noche. El Señor convirtió las aguas amargas de Meribá en agua dulce para calmar su sed. Para su hambre, ordenó a los cielos que abrieran sus puertas e hicieran caer para ellos el maná que habían de comer, dándoles pan del cielo. Comieron pan de ángeles. Y lloraron porque no había carne, diciendo: «¡No vemos nada que no sea este maná!».

Números 11:6; 14:11; Deuteronomio 1:31; 26:8; Éxodo 20:2; Salmo 78:14, 23–25

20. ¿Realmente puede ser bueno el plan de Dios para mí si no incluye el matrimonio?

Es bueno dar gracias cuando Dios responde con un a una oración, y es encomiable confiar cuando Dios nos hace esperar; pero lo que evidencia más claramente el triunfo de la presencia del Altísimo en nuestro corazón es cuando hacemos sacrificio de alabanza frente a un no. La confesión más pura que podemos hacer es la de que Él no fue hecho para nosotros, sino nosotros para Él. Lo alabamos cuando para el mundo nuestras copas están vacías, aunque sabemos que en realidad están rebosando. Él es nuestra gran recompensa y ha prometido que nunca dejará de hacernos bien.

Génesis 15:1; Isaías 45:9; Jeremías 32:40; 1 Corintios 2:9; Mateo 7:11

21. ¿Puedo sobrevivir a esto?

El Señor sabe cómo rescatar al justo del juicio y, después de un tiempo, Él me restaurará y me fortalecerá. Cuando sea tentada, Él puede redirigir mi camino. Cuando me sienta agotada, Él puede refrescar mi alma. Cuando mi corazón esté roto, Él puede traer puntos de sutura y aliviar mis heridas. Aunque puede que no cambie mis circunstancias, Él fortalecerá mis manos. A la soltería se sobrevive un día a la vez; el mañana traerá sus propios males. Hoy, aquí, en medio de mis deseos, puedo brindar por Dios, la alegría de mi corazón.

Porque Él vive, triunfaré mañana
Porque Él vive, ya no hay temor
Porque yo sé que el futuro es suyo
La vida vale más y más solo por Él.

2 Crónicas 16:9; Hebreos 11:6; Nehemías 6:9; 9:19–21; Mateo 6:13; Jeremías 31:25; 2 Samuel 22:17–20; Hebreos 2:18; 1 Pedro 5:10; Isaías 65:14; 2 Corintios 4:9; Colosenses 1:11; Isaías 40:29

Alicia Akins es escritora y estudiante del Seminario Teológico Reformado. Es la autora del próximo libro Invitations to Abundance (Harvest House Publishers). La versión original de este catecismo fue publicada anteriormente en el blog personal de la autora, Feet Cry Mercy.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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10 países donde los cristianos perseguidos necesitan sus oraciones

Un recurso para el Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida.

El Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida

El Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida

Christianity Today November 6, 2021
Mallory Rentsch / Christianity Today

«Bienaventurados los que son perseguidos… »; sin embargo, ellos necesitan nuestras oraciones.

«La Biblia nos dice que debemos orar por los que son maltratados como si nosotros mismos lo fuéramos (Hebreos 13:3) y que si un miembro del grupo sufre, todos sufrimos (1 Corintios 12:26)», dijo la Alianza Evangélica Mundial (AEM).

Desde hace más de dos décadas, la AEM organiza el Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida (IDOP, por sus siglas en inglés). Anualmente, el IDOP se celebra el primer o el segundo domingo de noviembre.

Este recurso ha sido creado por la AEM «a modo de ayuda para orar de manera informada por nuestros hermanos y hermanas en Cristo que sufren persecución por su fe en diferentes partes del mundo»:

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10 países en el punto de mira

India:

La India, uno de los países más poblados del mundo, alberga a más de 65 millones de cristianos. El nacionalismo hindú es el principal impulsor de la persecución de cristianos en el país. En muchos estados, la conversión es un delito punible. Además, aquellos que se convierten al cristianismo se enfrentan a la presión de sus familias para que se retracten de su fe. Los líderes cristianos y las iglesias han seguido sufriendo ataques violentos e intimidaciones por parte de grupos extremistas hindúes, que los consideran seguidores de una fe extranjera. Las mujeres cristianas dalit son particular y extremadamente vulnerables a la persecución debido a su condición de género y de clase.

Nigeria:

Casi el 50% de los 200 millones de habitantes de Nigeria son cristianos. El principal impulsor de la persecución en el país es el extremismo islámico. Las comunidades cristianas se enfrentan a ataques violentos por parte de grupos extremistas islámicos como Boko Haram y los Fulani, especialmente en las zonas del norte y el cinturón en la zona central del país. Según Puertas Abiertas, en Nigeria son asesinados más cristianos que en cualquier otro país. Las niñas cristianas, en particular, se enfrentan a la amenaza del secuestro y el matrimonio forzado.

Nepal:

Hasta 1990, Nepal era el único reino hindú del mundo. El principal impulsor de la persecución en el país es el extremismo hindú. Aquellos que se convierten del islam al cristianismo se enfrentan a la persecución de sus familiares y allegados. Según la ley, la conversión está prohibida en Nepal. Los líderes cristianos a menudo enfrentan acoso y con frecuencia son detenidos por parte de las autoridades por dedicarse a la evangelización. Asimismo, las organizaciones y ministerios cristianos encuentran dificultades a la hora de solicitar el reconocimiento legal y el registro ante el gobierno.

Somalia:

La mayoría de los 16 millones de habitantes de Somalia son musulmanes. Sin embargo, se desconoce el número exacto de cristianos. En Somalia, la religión del Estado es el islam. Además, los cristianos tienen enormes dificultades para revelar su identidad en público. Los conversos, por su parte, se enfrentan a una intensa presión por parte de sus familiares y allegados, quienes buscan obligarlos a retractarse de su fe. Además, los cristianos también se enfrentan a ataques violentos por parte de grupos extremistas como Al Shabaab.

Myanmar:

Myanmar es el hogar de más de cuatro millones de cristianos. El nacionalismo budista es el principal impulsor de la persecución en el país. En los estados afectados por el conflicto y con una gran población cristiana, las iglesias se enfrentan a restricciones y discriminación por parte de las autoridades, así como a ataques por parte de los militares. Además, los cristianos conversos se enfrentan a la oposición de sus familias, quienes buscan obligarlos a retractarse de su fe. Por si fuera poco, la ley regula la conversión religiosa, misma que conlleva un amplio proceso de aprobación.

Afganistán:

Los cristianos sufren una intensa persecución en Afganistán. Por ejemplo, la apostasía es un delito castigado con la muerte en el país, en cumplimiento de la ley islámica. Los cristianos, por tanto, no revelan su fe en público. Además, no hay espacio para ninguna forma de expresión cristiana en el país, ya que grupos como los talibanes mantienen un enfoque radical del islam.

Pakistán:

De los 200 millones de habitantes de Pakistán, unos cuatro millones se identifican como cristianos. Más del 95% de la población del país es musulmana. El extremismo islámico es la principal fuente de persecución en el país. En particular, aquellos que se convierten del islam al cristianismo se enfrentan a una gran amenaza de persecución. Las niñas cristianas también corren el riesgo de ser secuestradas y obligadas a casarse. Además, las leyes sobre la blasfemia en Pakistán son una herramienta de opresión en manos de los extremistas, quienes las utilizan para atacar a los cristianos. Además, las iglesias se enfrentan a la amenaza de ataques y los cristianos sufren una fuerte discriminación en la sociedad, especialmente en relación con el empleo.

Argelia:

Menos del 1% de la población argelina se identifica como cristiana. El principal impulsor de la persecución en el país es el extremismo islámico. Quienes se convierten del islam al cristianismo se enfrentan a un mayor riesgo de persecución, especialmente por parte de sus padres, familias y la comunidad en general. En el pasado, las autoridades estatales también han cerrado por la fuerza muchas iglesias. Además, el ordenamiento jurídico contiene leyes que regulan cualquier culto no musulmán e incluye estipulaciones legales que prohíben cualquier cosa que «sacuda la fe de un musulmán» o que pueda utilizarse como «medio de seducción con la intención de convertir a un musulmán a otra religión».

Irán:

Hay unos 800 000 cristianos en Irán. Esto representa menos del 1% de la población total. Los cristianos conversos corren un gran riesgo de ser perseguidos por sus familias y comunidades. Además, las autoridades realizan periódicamente redadas en iglesias clandestinas y detienen a sus líderes. Decenas de líderes cristianos siguen siendo encarcelados por su fe. El gobierno suele ver el cristianismo como una amenaza para el dominio islámico en el país.

Eritrea:

Más del 60% de la población de Eritrea se identifica como cristiana. Sin embargo, los cristianos evangélicos o pertenecientes a iglesias no tradicionales se enfrentan a una dura persecución por parte del Estado. Muchos de los cristianos que son detenidos en el país enfrentan el encarcelamiento en condiciones inhumanas. Además, los cristianos conversos sufren acoso e intensas presiones de sus familias para que se retracten de su fe. Los líderes eclesiásticos también se quejan de que las autoridades vigilan intensamente sus actividades, hacen redadas en las iglesias y confiscan material cristiano.

¿Deberían los cristianos participar en las celebraciones del Día de los Muertos?

La celebración mexicana está más presente que nunca. Tres evangélicos que han vivido de cerca el Día de los Muertos opinan.

Christianity Today November 1, 2021
Maogg / Getty Images

El Día de los Muertos es una fiesta mexicana que también se celebra en muchas comunidades estadounidenses. Tiene sus raíces tanto en las celebraciones católicas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, así como en creencias indígenas mexicanas sobre los muertos.

Según la antigua religión de México, las tradiciones del Día de los Muertos (o Día de Muertos) ayudan a los espíritus de los difuntos a regresar a sus familias, los mantienen felices y previenen las dificultades que los muertos podrían infligir a los vivos. Las celebraciones varían según la región, pero tienen mucho en común: altares con ofrendas a los familiares difuntos, caramelos en forma de calavera, caléndulas (conocidas en México como «flores de cempasúchil»), incienso, veladoras y comida; cementerios a la luz de las velas; adornos de papel picado y calaveritas por doquier.

CT preguntó a algunos cristianos que sirven en el ministerio en lugares donde se celebra el Día de los Muertos: «¿Pueden los cristianos participar en esta celebración en buena conciencia? Si es así, ¿cómo?».

Sally Isáis (Ciudad de México, México): Los cristianos no deberían participar en absoluto, dada la naturaleza de la festividad.

Cada año, a finales de octubre y antes del Día de los Muertos, mis padres recibían una nota de mi escuela en la Ciudad de México que decía: «Si su hija no trae su parte para la ofrenda del salón, reprobará la clase de civismo».

Mi madre decía: «Lo siento, pero como cristianos evangélicos, no podemos ser parte de esta celebración, aunque eso signifique que Sally no apruebe el curso». Entonces le preguntaba a la profesora si había alguna forma de que yo pudiera compensar mi falta de participación. Algunos años simplemente no aprobaba el curso; otros, se me permitía presentar algún otro proyecto. A mis compañeros siempre les molestaba que no colaborara en la decoración del altar del Día de Muertos de la clase. Mis hijos tuvieron experiencias similares en las escuelas de la Ciudad de México.

Algunas personas ven el Día de los Muertos simplemente como una forma de arte cultural mexicana y una celebración familiar colorida, decorativa y dramática. Incluso algo romántica. Sin embargo, hay un lado espiritual oscuro en la festividad que ha venido creciendo constantemente y se ha vuelto más evidente y desenfrenado.

Al igual que otros evangélicos en México, creo que el Día de los Muertos consiste en honrar a la muerte —no solo a los muertos— y en participar (consciente o inconscientemente) en prácticas ocultas que Dios le prohíbe a su pueblo (Deuteronomio 18:10-14).

Pedí a otros líderes evangélicos mexicanos que opinaran, y fueron consistentes en su visión al respecto. No he encontrado a ningún cristiano evangélico en México que participe activamente en esta tradición en la que nuestra cultura, como la del profeta Daniel, nos empuja a comprometer nuestra adoración al único Dios verdadero.

«Bajo ninguna circunstancia un creyente verdaderamente nacido de nuevo debe celebrar el Día de los Muertos», dice Victoriano Báez Camargo, líder pastoral y exdirector de la Sociedad Bíblica Mexicana.

El pastor Cirilo Cruz, presidente de la Fraternidad Nacional Evangélica de México, afirma: «Todo altar de muertos tiene ídolos. Daniel decidió no contaminarse con las cosas que se les ofrecían».

Gilberto Rocha y su esposa, Clara, pastores de la megaiglesia Calacoaya, dicen que la normalización del Día de los Muertos no debe ser un factor que cambie nuestra opinión: «Nuestra base debe ser la Palabra de Dios y no la cultura o lo que está de moda».

«Nuestra participación durante estos días debe ser de testimonio», dice Cruz. Muchas iglesias evangélicas celebran reuniones de oración que duran toda la noche y realizan esfuerzos de evangelización durante estos días especialmente oscuros.

En el centro de las objeciones de muchos cristianos mexicanos con respecto al Día de Los Muertos está su celebración de la muerte. «Esta celebración es en realidad el culto a la muerte. Jesús nos enseñó a celebrar la vida y que la muerte no tiene la victoria», dice Camargo.

Los Rocha señalan que «las Escrituras son muy claras con respecto a la muerte: es el último enemigo que será destruido (1 Corintios 15:26). No podemos celebrar a nuestro enemigo. Debemos elegir entre la vida (una bendición) y la muerte (una maldición)».

«La única muerte que celebramos los cristianos es la de nuestro Salvador y la vida que su sacrificio nos ha proporcionado. Celebramos a Jesús, el Pan de Vida, no a los muertos. Participamos en la mesa de Cristo, no en la de los demonios» afirma la pastora Edna Porras.

Los creyentes no deben participar en el Día de los Muertos. Hacerlo es jugar con fuego. Durante los días de la celebración del Día de los Muertos, los cristianos aprovechamos para celebrar y compartir la vida que Jesucristo —quien venció a la muerte— nos ofrece.

Sally Isáis es directora de Milamex, un ministerio sin fines de lucro que guía y empodera a los mexicanos en su llamado a caminar junto a la Iglesia y servir a Cristo en todas las áreas de la vida.

Heidi Carlson (San Diego, California): Los cristianos deben evitar el culto a los ancestros, pero podemos llorar con los que lloran.

No nací en una familia que participara en los rituales del Día de los Muertos. Así que, cuando me di cuenta de que tenía que preparar a mis hijos para las festividades en nuestro barrio de San Diego, el contexto en el que me basé principalmente fue mi crianza en África.

En nuestra comunidad de Sherman Heights, en San Diego, se celebran las festividades del Día de los Muertos más tradicionales de la región, en las que el centro comunitario local alberga una sala de altares y los residentes participan en una procesión a la luz de las velas. La gente monta altares en sus patios delanteros con velas, ofrendas y fotos. Estos altares, cuidadosamente elaborados, son más frecuentes en nuestros paseos nocturnos que las telarañas falsas u otras decoraciones de Halloween.

En Mozambique, donde crecí, el culto a los ancestros desempeñaba un papel importante en la vida de la gente. En el culto a los antepasados [enlace en inglés], no se honra simplemente a los muertos; el objetivo es apaciguar sus almas, ya que pueden mejorar o empeorar la vida de los vivos. Los antepasados son venerados como entidades espirituales que se comunican con su familia en la tierra y actúan como mediadores ante un dios lejano. Son una presencia en la vida cotidiana. El miedo es un tema común en el culto a los antepasados.

Para la gente de todo el mundo, honrar a los antepasados puede convertirse en una religión llena de miedo. En las culturas en las que la veneración de los antepasados forma parte integral de la identidad cultural, los cristianos que no participan en los rituales a menudo se arriesgan a ser perseguidos. Su aparente falta de veneración a los antepasados puede traer vergüenza y mala fortuna a la familia. Es un aparente rechazo de su identidad cultural.

Teniendo esto en cuenta, mi instinto siempre fue permanecer alejada y no participar en ningún evento del Día de los Muertos en nuestro barrio. Pensé que estar presente en los eventos podría representar un conflicto en mi testimonio cristiano, pues hay quienes podrían pensar que apoyo tácitamente el culto a los ancestros si participo en esas actividades. Pero las personas que hacían estas celebraciones eran nuestros vecinos, nuestra comunidad. ¿Cuál era nuestra vocación en este contexto?

Una vez, durante un paseo nocturno, nos encontramos con un vecino sentado en el pórtico de su casa, preparando cuidadosamente un altar. Sus escalones delanteros estaban revestidos con un hermoso arreglo de flores y velas, intercalado con fotos familiares enmarcadas. Él nunca había hecho un altar, pero su padre había fallecido el año anterior, así que este año quería recordarlo. Con alegría, señaló fotos y compartió recuerdos. Para este vecino, el altar funcionaba como un monumento conmemorativo.

Me enteré de que para muchos residentes, el Día de los Muertos es una fiesta de recuerdo. Compartir historias y el acto de recuerdo comunitario puede ser un evento significativo. El Día de los Muertos en Sherman Heights es también un festival que celebra la herencia cultural.

La secularización y la comercialización han hecho que se pierda de vista su conexión con el ocultismo y el culto a los antepasados, del mismo modo que muchos de los que celebran Halloween no participan en un ritual pagano.

Sin embargo, no se puede negar el fuerte componente espiritual del Día de los Muertos. Algunas personas, incluso las que asisten a la iglesia, oran a sus familiares muertos y dejan ofrendas de comida, por temor a lo que ocurrirá si no lo hacen.

Mezclar el cristianismo con otras prácticas y llegar a creer que seremos salvos por las obras puede ser un sincretismo evidente cuando juzgamos a los demás. Pero hay formas en las que también puedo ser sincretista, confiando en Jesús y en otra cosa, que no son tan diferentes espiritualmente de una ofrenda a un familiar muerto.

No importa en qué lugar del espectro se encuentren quienes celebran el Día de Muertos o cómo lo celebren sus vecinos y su comunidad, esta no es una fiesta a la que se deba temer. Cuando veo la calavera sonriente, pienso en las palabras de Pablo: «“¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15:55-57, NVI).

Cuando el vecindario se engalana con calaveras de azúcar, velas y macetas de caléndulas, me involucro, preguntando a mis vecinos sobre los familiares queridos fallecidos y compartiendo la alegría de sus recuerdos.

Y quizás tenga la oportunidad de compartir con ellos la alegría y la seguridad que tenemos nosotros porque servimos al Dios de los vivos, no de los muertos; el Dios que nos acoge, no por los rituales que realizamos, sino por la obra que Él hizo en la cruz.

Heidi Carlson es una escritora que ahora vive en el Reino de Bahrein con su marido y sus cuatro hijos.

Alexia Salvatierra (Pasadena, California): Este es un tema en el que los cristianos podemos estar en desacuerdo, siempre y cuando pongamos la salud espiritual de nuestros vecinos en primer lugar.

Pablo tuvo que enseñar a la iglesia primitiva más de una cuestión moralmente espinosa. En lugar de presentar una lista de lo que se debe y no se debe hacer, el apóstol planteó un principio teológico más fundamental: ¿Cómo afectará esta elección a tu prójimo?

«“Todo está permitido”, pero no todo es provechoso. “Todo está permitido”, pero no todo es constructivo. Que nadie busque sus propios intereses, sino los del prójimo» (1 Corintios 10:23-24).

Como luterana, entiendo las fiestas de la iglesia como recordatorios físicos de principios espirituales: útiles para las personas con cuerpo, para quienes el aprendizaje se refuerza con la experiencia física. El Día de Todos los Santos —una de las tradiciones de las que procede el Día de los Muertos— es un vehículo para transmitir el mensaje bíblico de que el cuerpo de Cristo es a la vez terrenal y celestial, proporcionando un momento de tranquilidad, un sentido de apoyo y un regalo de perspectiva.

Por supuesto, el Día de los Muertos no es el Día de Todos los Santos. Para algunos, es una forma de culto a los ancestros o una excusa para una fiesta de borrachera. Para otros, es un momento para recordar a los seres queridos y valorar el regalo de la familia.

Yo nací en Los Ángeles, en el seno de una familia que procedía de la tradición socialista y antieclesiástica de México, que consideraba que dicha fiesta fomentaba la superstición. Finalmente me convertí al cristianismo con el Jesus movement de los años 70.

Me uní a iglesias evangélicas de habla hispana que consideraban que la fiesta promovía una peligrosa distorsión de la vida después de la muerte, que distraía a la gente de las consecuencias eternas de aceptar o rechazar a Jesús como Señor y Salvador, y que fomentaba creencias paganas.

Cuando me convertí en pastora luterana, me encontré con un debate entre pastores que compartían la perspectiva anterior y otros que pensaban que la fiesta era una práctica cultural positiva por su énfasis en el valor de la familia y el respeto a los mayores, resaltando incluso su utilidad como herramienta de enseñanza.

¿Cómo deben responder los cristianos? ¿Participamos en los mejores aspectos de la fiesta e ignoramos los peores? ¿Nos ausentamos y la denunciamos? En el contexto luterano hispano, así como en la comunidad del Centro Latino del Seminario Teológico Fuller, podemos encontrar ambas perspectivas.

En última instancia, se trata de una cuestión de evangelismo: ¿Cómo podemos proclamar el Evangelio con palabras y hechos para que el amor de Cristo y el camino de Cristo sean experimentados y nombrados?

Por ejemplo, Martín Lutero utilizó la melodía de una famosa canción alemana para su himno característico «Una fortaleza poderosa es nuestro Dios», porque quería comunicar el concepto de Emanuel —Dios con nosotros— en medio de nuestras vidas, en cada rincón humano oscuro que necesita su misericordia y su luz.

A veces, en el Libro de los Hechos, Pablo señaló la presencia de Dios en lo familiar y lo utilizó como señal para llevar a la gente al conocimiento salvador de Cristo. Otras veces, denunció el culto a los ídolos y las prácticas culturales pecaminosas.

En todas las culturas que conozco bien, la gente honra la memoria de sus familiares muertos. No puedo imaginar por qué consideraríamos eso en sí mismo como un pecado. En cuanto a los altares o santuarios del Día de los Muertos, construir un santuario es pecaminoso o no dependiendo de a quién se esté adorando allí. Si se adora a un ídolo, entonces es un pecado. Si se adora a Dios, no lo es.

Sin embargo, en el contexto latinoamericano, un cristiano tendría que hacer un trabajo intencional para aclarar que la imagen de un familiar en un santuario del Día de los Muertos no estaba siendo tratada como un ídolo.

Es posible utilizar el Día de los Muertos como una ocasión para predicar sobre la familia terrenal y la celestial, para hablar de la vida eterna, para preguntar qué se necesita para reírse de verdad de la muerte, y tal vez incluso para hacer todo eso en la mesa en la que celebran los «recaudadores de impuestos y pecadores» (Marcos 2:15-16).

También es posible utilizar el Día de los Muertos para hablar de cómo separarse del mundo y buscar una vida de pureza y fidelidad, encarnando la Palabra en la negativa a participar.

Participar o no en la fiesta es una cuestión de discernimiento en el contexto, utilizando el principio rector del amor al prójimo. Este es un ejemplo de lo que Martín Lutero llamó adiaphora, un tema sobre el que los cristianos fieles pueden estar en desacuerdo sin romper la unidad por la que Jesús oró.

Alexia Salvatierra es decana académica del Centro Latino del Seminario Teológico Fuller y pastora ordenada desde 1988.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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Las bancas vacías en las iglesias representan una crisis de salud pública en Estados Unidos

Los estadounidenses están abandonando la iglesia. Nuestras mentes y cuerpos pagarán el precio.

Christianity Today October 31, 2021
Illustration by Ryan Johnson

El reverendo William Glass es un sacerdote y teólogo anglicano, habla cinco idiomas con fluidez y posee un currículum impresionante en mercadotecnia. Sin embargo, su historia no es una de privilegios. Para Glass, la iglesia le salvó la vida.

Glass creció en una situación desesperada en un barrio muy pobre de Florida. Su familia iba a la iglesia quizás una vez al año, pero su trasfondo religioso era, en sus propias palabras, «alcohólico sureño». Su padre estaba ausente la mayor parte del tiempo, y cuando no, era abusivo. Cuando Glass era pequeño no tenía amigos cercanos, y cuando asistía a la escuela, era un tormento. Durante la pubertad comenzó a aliviar su estrés con drogas y alcohol.

Un día Glass fue de visita a una reunión de jóvenes presbiterianos para «impresionar a una chica». No cambió todo de la noche a la mañana: siguió teniendo una vida difícil, incluido una breve temporada en la que no tenía donde vivir. Pero Glass también tenía amigos en varias iglesias que lo cuidaron durante sus tiempos de crisis, lo ayudaron a mantenerse conectado y le mostraron otra forma de vivir.

Desde la perspectiva de Glass, la iglesia le ofreció «capital social y relacional», que escaseaba en las comunidades fragmentadas a las que pertenecía. «Los lazos que formé en la iglesia», dice, «para mí significaron que, cuando las cosas empeoraban, había algo más que hacer además de la próxima mala situación».

El caso de Glass puede ser dramático, pero ilustra un patrón documentado en nuestra sociedad: las personas mejoran su vida social y personal, y a veces incluso literalmente salvan sus vidas, cuando van a la iglesia con frecuencia.

En el 2019, Gallup informó [todos los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés] que solo el 36 por ciento de los estadounidenses ven la religión organizada con «mucha confianza», en comparación con el 68 por ciento reportado en 1975. Los autores del estudio especulan que esta tendencia ha sido causada, en parte, por las fallas morales y los crímenes altamente publicitados de diversas instituciones y líderes religiosos.

Esta disminución de la confianza en las iglesias ha estado acompañada de importantes bajas, tanto en las cifras de membresía, como en las de la asistencia a la iglesia. El grupo Barna descubrió que hace 10 años, en el 2011, el 43 por ciento de los estadounidenses dijeron que iban a la iglesia todas las semanas. Para febrero del 2020, eso había caído 14 puntos porcentuales al 29 por ciento.

Sin embargo, cuando los estadounidenses describen las razones por las que rara vez o nunca asisten a la iglesia, los escándalos no aparecen entre las principales causas. En cambio, las personas que se consideran cristianos tienen más probabilidades de decir que practican su fe de otras formas (44 por ciento) o que hay algo que no les gusta en los servicios grupales (38 por ciento).

Ya sea que haya indignación o no, la experiencia más común de los cristianos que no van a la iglesia parece ser menos una elección deliberada y más una sustitución de hábitos. Dicho de otra manera, una gran parte de los cristianos están optando por hacerlo solos, trasladando su fe a lugares tan privados que ni siquiera la iglesia puede ingresar.

Obviamente, esta tendencia reduce la asistencia y la membresía en las iglesias. Pero menos obvio hasta hace poco es el hecho de que también está perjudicando el bienestar de quienes han dejado de asistir. Un considerable grupo de investigaciones desarrolladas durante las últimas dos décadas sugiere que la historia de Glass es un poderoso ejemplo de una realidad más amplia: la participación religiosa promueve fuertemente la salud y el bienestar.

Esto significa que el creciente descontento de los estadounidenses con la religión organizada no es solo una mala noticia para las iglesias: también representa una crisis de salud pública, una que se ha ignorado en gran medida, pero cuyos efectos probablemente aumentarán en los próximos años.

Por supuesto, el objetivo del evangelio no es bajar la presión arterial, sino conocer y amar a Dios de la misma forma en que Él nos conoce y nos ama. Tenemos que distinguir entre el florecimiento imperfecto que es posible en esta vida, y la felicidad y alegría perfectas que se completarán en la vida venidera.

Es difícil encontrar grandes conjuntos de datos para estudiar la vida en el cielo, pero sí podemos estudiar la versión imperfecta de la felicidad que tenemos aquí en la tierra: los aspectos de la salud, el bienestar y la integridad que pertenecen a esta vida, y las formas en que las comunidades religiosas contribuyen a ellos. Y estos también son valiosos para Dios.

Entonces, ¿cuáles son los beneficios para la salud pública de asistir a la iglesia? Considere cómo parece afectar a los profesionales de la salud. Algunas de mis investigaciones (Tyler) examinaron sus comportamientos a lo largo de más de una década y media utilizando datos del Estudio de salud de las enfermeras, que estudió y dio seguimiento a más de 70 000 participantes.

Los trabajadores de servicios médicos que dijeron que asistían a servicios religiosos con frecuencia (dada la composición religiosa de Estados Unidos, estos eran principalmente en iglesias cristianas de una u otra denominación) tenían un 29 por ciento menos probabilidades de caer en depresión, alrededor de un 50 por ciento menos probabilidades de divorciarse y cinco veces menos probabilidades de suicidarse que los que nunca asistieron.

Y, quizás el hallazgo más sorprendente de todos, los profesionales de la salud que asistían a los servicios religiosos semanalmente tenían un 33 por ciento menos probabilidades de morir durante un período de seguimiento de 16 años que las personas que nunca asistieron. Estos efectos son de una magnitud lo suficientemente grande como para marcar una diferencia práctica y no solo una diferencia estadística.

Una crianza religiosa también afecta profundamente la salud y el bienestar de por vida. Descubrimos que la asistencia regular a los servicios religiosos ayuda a proteger a los niños de los «tres grandes» peligros de la adolescencia: la depresión, el abuso de sustancias y la actividad sexual prematura. Las personas que asistieron a la iglesia cuando eran niños también tienen más probabilidades de crecer felices, de perdonar, de tener un sentido de misión y propósito, y de ofrecer servicios voluntarios.

Uno de mis estudios más recientes (Tyler) sobre profesionales de la salud indica que los asistentes a servicios religiosos tuvieron muchas menos «muertes por desesperanza» (muertes por suicidio, sobredosis de drogas o alcohol) que las personas que nunca asistieron a dichos servicios, lo que redujo esas muertes 68 por ciento para las mujeres y 33 por ciento para los hombres en el estudio.

Nuestros hallazgos no son únicos. Varios estudios de investigación bien diseñados y de gran alcance han encontrado que la asistencia a los servicios religiosos está asociada con una mayor longevidad, menos depresión, menos suicidios, menos tabaquismo, menos abuso de sustancias, índices más altos de supervivencia al cáncer y enfermedades cardiovasculares, menos divorcios, mayor apoyo social, mayor significado en la vida, mayor satisfacción con la vida, más voluntariado y mayor compromiso cívico.

Los hallazgos son extensos y crecientes. Importantes estudios recientes han sido dirigidos por médicos y científicos sociales como Harold Koenig, Byron Johnson, Ellen Idler, David Williams, Robert Putnam, David Campbell y W. Bradford Wilcox, junto con nuestro equipo de investigadores del Programa de Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard.

Si bien algunos de los primeros estudios sobre este tema fueron metodológicamente débiles, el estudio y la investigación se han vuelto cada vez más fuertes, y muchos de estos hallazgos ahora se consideran sólidamente establecidos. La asistencia a los servicios religiosos mejora enormemente la salud y el bienestar.

Todas las religiones son complejas y consisten en creencias doctrinales, devociones personales y varios tipos de observancia comunitaria. ¿Los aspectos particulares de la práctica religiosa afectan estos resultados de salud con más fuerza que otros?

Nuestra investigación sugiere que la asistencia a los servicios religiosos específicamente, más que las prácticas privadas e individuales, o la religiosidad o espiritualidad autoevaluada, predice con mayor fuerza la salud. La identidad religiosa y la espiritualidad privada pueden, por supuesto, seguir siendo muy importantes y significativas dentro del contexto de la vida religiosa, pero sus efectos sobre la salud y el bienestar no parecen ser tan fuertes como los de las reuniones regulares con otros creyentes.

La observancia religiosa parece disminuir la depresión y aumentar la satisfacción con la vida, particularmente al ampliar las redes de apoyo social de los participantes, así como al promover el optimismo, la esperanza y un sentido de significado en la vida.

Solo alrededor de una cuarta parte del efecto sobre el índice de esperanza de vida por parte de la asistencia a los servicios religiosos parece provenir directamente de un mayor apoyo social; parte del efecto parece depender de la forma en que la observancia religiosa disminuye la depresión y el tabaquismo, mientras que aumenta el optimismo, la esperanza y el sentido de propósito.

La razón de que los suicidios entre los asistentes a los servicios religiosos se reduzca a solo una quinta parte no está completamente clara, pero puede tener que ver con una combinación de varios factores protectores, incluyendo las enseñanzas de las iglesias sobre el suicidio, así como el apoyo social que se encuentra en la comunidad, y el menor riesgo de depresión y alcoholismo.

Una combinación similar de apoyo y enseñanzas que desalientan el divorcio y la infidelidad conyugal, y que fomentan el amor y el servicio mutuo, probablemente también ayuden a explicar las tasas de divorcio más bajas entre quienes asisten a servicios religiosos. Sin embargo, esos resultados positivos para el matrimonio probablemente también dependan de los muchos programas dentro de las comunidades religiosas que apoyan a las familias y los matrimonios, así como de mayores niveles de satisfacción con la vida y menor depresión en los practicantes religiosos dentro de la vida matrimonial.

Otro vínculo importante entre el culto religioso y la salud y el bienestar puede ser el perdón. Muchas religiones conectan el perdón de los pecados humanos por parte de Dios con nuestro perdón mutuo. Los judíos religiosos buscan el perdón de Dios en el Día de la Expiación (Yom Kippur), pero solo después de haber buscado el perdón de los demás el día anterior (Erev Yom Kippur). Para los cristianos, perdonar es una parte innegociable de practicar su fe. Muchos cristianos oran a Dios diariamente: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6:12, NVI), pero incluso sin esta oración, la enseñanza bíblica es que los cristianos deben perdonar (Mateo 6:15).

Los experimentos para ayudar a las personas a ser más indulgentes (así como una revisión de la literatura que clasificó los hallazgos de muchos estudios) indican que el perdón está relacionado con menos depresión y una mayor esperanza. El perdón parece lograr estos efectos al promover un mayor control sobre las emociones de uno y al ofrecer una alternativa para reprimir el enojo, o para evitar pensar en aquello que lo provocó una y otra vez sin cesar.

En resumen, hay varias formas en las que la asistencia a los servicios religiosos puede influir positivamente en el bienestar físico y mental de una persona, incluida la provisión de una red de apoyo social, la oferta de una guía moral clara y la creación de relaciones de rendición de cuentas que refuercen el comportamiento positivo.

Si estuviera tratando de mapear los factores que afectan el bienestar de los feligreses, se vería más como una red que como un diagrama de flujo. Las vías causales en cada uno de estos casos son numerosas, se superponen y probablemente se refuerzan mutuamente. En las iglesias, cada factor que causa bienestar se ve reforzado por la combinación con otros factores.

Como era de esperar, cada una de estas causas (apoyo social, guía moral y responsabilidad) se señala como un papel de la iglesia en el Nuevo Testamento.

Por ejemplo, en el Evangelio de Mateo, Jesús prescribe un sistema de responsabilidad creciente para sus seguidores, el tipo de estrategia que puede ayudar a las personas a vivir bien entre sí (18:15-16). Los cristianos como comunidad están llamados a ayudarse unos a otros a arrepentirse, cambiar y reconciliarse.

La carta a los Hebreos destaca la importancia de la enseñanza de la iglesia, particularmente cuando se vive con otros: «Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca» (10:24–25, NBLA).

Esta dieta regular de aliento y exhortación podría explicar algunos de los efectos de la asistencia a los servicios religiosos en el apoyo social, menor número de divorcios, un mayor significado y propósito en la vida, una mayor satisfacción con la vida, más donaciones caritativas, más voluntariado y un mayor compromiso cívico.

Sin embargo, muchos cristianos experimentan la asistencia a la iglesia no como una participación en un club de rotarios particularmente atractivo, sino como un encuentro con Dios hecho carne. Tanto en la Biblia como en la iglesia, vemos el poder de Dios junto con las fuerzas que podemos estudiar.

La metáfora del apóstol Pablo de la iglesia como un cuerpo también puede ayudarnos a comprender parte del poder de la vida religiosa comunitaria. En su primera carta a los Corintios, Pablo escribe: «De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo…. El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”. Ni puede la cabeza decirles a los pies: “No los necesito” …Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo» (1 Corintios 12:12, 21 y 27, NVI).

A través de sus diversos dones y la ayuda que se brindan entre sí, los miembros de las iglesias reciben apoyo en la fe religiosa y el crecimiento espiritual, pero también en asuntos más mundanos, desde la atención durante la enfermedad hasta la ayuda para encontrar trabajo después de un despido.

Sin embargo, el uso que hace Pablo de las imágenes corporales no es meramente una metáfora, sino una afirmación sobre la intensidad y la realidad de la presencia de Cristo en y a través de la iglesia. En el Libro de los Hechos, las experiencias de la iglesia incluso parecen contar como propias de Cristo: cuando Jesús confronta al todavía incrédulo Saulo en el camino a Damasco acerca de sus ataques a la iglesia, él pregunta: «¿Por qué me persigues?» (Hechos 9:4).

El pensamiento de la iglesia como el cuerpo de Cristo coloca un «pabellón sagrado» (para tomar prestada una expresión del sociólogo Peter Berger) sobre todos los aspectos de la vida comunitaria cristiana. En este contexto, los mandatos morales no son solo buenos consejos, sino que resuenan con el fuego y el trueno del Sinaí, mientras que el servicio a los pobres y presos no es simplemente una buena acción, sino un ministerio que Cristo acepta como si se hiciera por Él (Mateo 25:37-40). No es de extrañar que la participación en una comunidad así tenga efectos transformadores en muchos aspectos de la vida.

No hace falta decir que las personas no suelen volverse religiosas para añadir años a sus vidas. No son las tablas actuariales las que generan conversiones: es el testimonio de los santos, incluidos los ordinarios; la belleza de una cantata de Bach o un himno de Wesley, o incluso un éxito de radio; y experiencias diarias de amor, bondad y perdón (sin mencionar la obra del Espíritu Santo).

No obstante, está claro que la religión tiene importantes implicaciones para la salud pública.

Como demuestra la historia de William Glass, las comunidades religiosas proporcionan una sólida red de seguridad social que otras instituciones no pueden reemplazar fácilmente. Esto tiene implicaciones importantes, no solo para las propias comunidades religiosas, sino también para el asesoramiento y la atención médica, para las políticas públicas y para las personas y las familias.

En primer lugar, todos los creyentes deben alegrarse de saber que la asistencia a los servicios religiosos, en particular, afecta fuertemente la salud y el bienestar, y es natural que quieran difundir el mensaje.

Pero no se debe dejar solo a los feligreses y ministros la responsabilidad de promover la asistencia a estos servicios. Por ejemplo, podríamos preguntarnos si los médicos les deberían preguntar a sus pacientes creyentes sobre la asistencia a servicios religiosos comunitarios cuando preguntan sobre otros comportamientos.

Los resultados de la investigación sobre religión y salud no implican que los médicos deban «prescribir» universalmente la asistencia a los servicios religiosos. Comprensiblemente, los agnósticos serían reacios a recitar el Credo de los Apóstoles, incluso si pensaran que podría ayudarlos a contrarrestar la depresión. También se debe tener la debida precaución con aquellos con experiencias negativas previas, o que incluso han experimentado abuso en comunidades religiosas, pero algunas breves preguntas sobre la historia espiritual pueden ayudar a guiar a los profesionales.

Para la mayoría de los cristianos cuya fe les dice que se reúnan con otros, escuchar a un médico preguntar si han estado asistiendo a los servicios puede animarlos de una manera que su pastor o un miembro de la familia no pueden.

Más allá del nivel personal, nuestras políticas públicas también deben asegurar que las instituciones que brindan tales beneficios puedan seguir haciéndolo.

Ahorrar dinero al gobierno no es la razón principal por la que las instituciones pueden obtener exenciones fiscales. Aun así, vale la pena tomar en cuenta el considerable impulso de salud y bienestar que nuestra nación recibe de los servicios de la iglesia cada vez que reevaluamos el estado de exención de impuestos de las iglesias.

La participación religiosa no es simplemente una cuestión de libertades civiles, sino también un importante problema de salud pública. Como tal, debería ocupar un lugar más destacado en las discusiones de política pública sobre el suicidio y otras tendencias sociales preocupantes, como el aumento de la depresión entre los adolescentes o la disminución en las tasas de matrimonio.

Cuando los estadounidenses intentamos resolver los problemas sociales, todos, (no solo los cristianos), debemos recordar el papel que desempeña la religión en la vida de las personas. Por ejemplo, con la preocupación por el aumento de las tasas de suicidio en los Estados Unidos, muchos investigadores y comentaristas se han centrado en factores importantes como la prescripción excesiva de opioides o la disminución de los trabajos de manufactura.

Nuestra propia investigación indica que la disminución de la asistencia a los servicios religiosos es causante aproximadamente del 40 por ciento del aumento de las tasas de suicidio en los últimos 15 años. Si se hubiera podido evitar la disminución de la asistencia a dichos servicios, ¿cuántas vidas se podrían haber salvado?

Los beneficios para la salud pública de la participación religiosa subrayan la importancia de promover y proteger las instituciones y la libertad religiosas. También sugieren la necesidad de cambios significativos en la forma en que se retratan las contribuciones de las instituciones religiosas en los medios de comunicación, la academia y demás.

Por supuesto, mucho ha cambiado a causa de la pandemia de COVID-19. Muchas comunidades religiosas han tenido que cambiar la forma de reunirse en persona durante un tiempo para evitar la propagación de la infección. Muchos han encontrado formas de compensar, al menos parcialmente, esta pérdida, pasando a servicios virtuales y transmisiones por Internet, estableciendo grupos de discusión en línea o estudios bíblicos, o alentando una mayor devoción, oración y ritual personal y familiar. Algunos incluso han establecido la oración y la confesión en un sistema drive- thru.

Cada uno de estos es ciertamente mejor que ninguna participación religiosa. Sin embargo, es probable que ninguno sea un reemplazo perfecto para las reuniones en persona y la convivencia en comunidad.

Una encuesta reciente del grupo Barna. Encontró que alrededor de un tercio de los «cristianos practicantes» dejaron de unirse a la adoración colectiva durante la pandemia, y este grupo informó niveles más altos de ansiedad y depresión que aquellos que todavía adoraban de alguna manera.

Cuando haya pasado la pandemia actual, será importante restablecer las reuniones y los servicios cara a cara, en lugar de depender por completo de alternativas remotas. Además, necesitamos una perspectiva sobre los costos reales para la salud pública de las medidas para mitigar la pandemia. Existe un costo real para las disminuciones temporales en la asistencia al servicio, lo que podría conducir a cambios permanentes en los hábitos de adoración.

Aquí existe un peligro que los líderes religiosos deben considerar. Un gran número de iglesias en todo el mundo proclaman un «evangelio de la prosperidad», diciendo que Jesús les dará a sus seguidores salud y riqueza si solo tienen suficiente fe, y si hacen suficientes «inversiones» a través de donaciones, para reclamar dichas bendiciones.

No hay razón para pensar que Dios actuará de esta manera, ni en la Biblia, ni en los hallazgos de nuestra investigación. Por un lado, muchos de los resultados positivos promovidos que son verdaderamente promovidos por la observancia religiosa no son caminos fáciles hacia la prosperidad, sino formas de cultivar un espíritu de esperanza, perdón y disciplina frente a los muchos desafíos de la vida. La conversión de Glass le dio nuevos recursos para hacer frente a sus pruebas y problemas, pero no le dio el boleto ganador de la lotería.

Además, no está claro hasta qué punto unirse a una comunidad religiosa realmente mejora la salud y el bienestar de las personas que se unen con el único objetivo de promover su salud y bienestar, pero hay razones para sospechar que los beneficios no serán tan sorprendentes.

Considere una analogía: el matrimonio beneficia a los cónyuges de muchas maneras, pero lo hace con más fuerza cuando los cónyuges se aman y disfrutan el uno al otro por su propio bien. Lo mismo ocurre, quizás, con la religión: como C. S. Lewis sabiamente observó: «Apunta al cielo y tendrás la tierra por añadidura; apunta a la tierra y no tendrás ninguna de las dos cosas».

Finalmente, esta investigación tiene implicaciones a un nivel más individual. Para aproximadamente la mitad de todos los estadounidenses que creen en Dios, pero que no asisten regularmente a servicios religiosos, la relación aquí presentada entre la asistencia a dichos servicios y la salud puede constituir una invitación a que vuelvan a la vida religiosa comunitaria.

Algo sobre la experiencia religiosa comunitaria parece ser importante. Allí ocurre algo poderoso, algo que mejora la salud y el bienestar; y es algo muy diferente a lo que viene de la espiritualidad solitaria.

Esta investigación debería desafiar al creciente número de estadounidenses que se identifican a sí mismos como «espirituales, pero no religiosos», o que albergan dudas sobre la religión organizada, a considerar si sus propios viajes espirituales podrían emprenderse mejor en una comunidad de personas con ideas afines y bajo la disciplina de una tradición ensayada de creencias y prácticas.

Nuestra investigación sugiere que aquellos que descuidan reunirse (Hebreos 10:25) probablemente pierdan algo de una experiencia religiosa que es poderosa, tanto para la salud como para muchas otras cosas. Los datos son claros: ir a la iglesia sigue siendo fundamental para el verdadero florecimiento humano.

Tyler J. VanderWeele ocupa la cátedra John L. Loeb y Frances Lehman Loeb en Epidemiología en la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard y director del Programa para el Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard.

Brendan Case es el director asociado de investigación del Programa para el Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard y autor de The Accountable Animal: Justice, Justification, and Judgment (T&T Clark).

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Theology

Nuestra teología de la oración es más importante que nuestros sentimientos

Durante años he orado como si mi relación con Dios dependiera de ello. Ahora veo la oración de manera diferente.

Christianity Today October 30, 2021
Illustration by Cassandra Roberts

Durante una etapa de mi vida cristiana, me conocían como la persona a la que se podía acudir en busca de apoyo en oración. Si alguien me compartía una petición de oración, esa persona podía estar segura de que la añadiría a mi lista y oraría por esa persona o petición cada mañana en mi tiempo devocional. Durante años, no pasaba un día sin que dedicara intencionadamente un tiempo a la oración. Si me preguntaban qué hacía cuando estaba cansada o desanimada, mi respuesta habría sido —con toda honestidad— que no encontraba nada más refrescante o alentador que ponerme de rodillas y orar.

Si alguien tenía curiosidad acerca de los diferentes tipos de oración, le habría contado cómo aprendí a orar a través del acrónimo ACTS (adorar, confesar, traer acción de gracias y suplicar) y cómo luego descubrí que también se puede orar llevando un diario de oración, e incluso cantando. Habría compartido lo que aprendí de Richard Foster y Dallas Willard, de la práctica del silencio y la quietud en la oración, y de cómo integrar la oración a cada parte de mi vida como enseñó el Hermano Lawrence. Habría compartido también lo que aprendí del uso de las profundas y significativas oraciones de Pablo (que fueron recopiladas en un pequeño folleto por Elisabeth Elliot) y, finalmente, de meditar en las elocuentes palabras del Libro de Oración Común.

Me encantaba leer sobre la oración, hablar sobre la oración, intentar diferentes tipos de oración y animar a otros en sus vidas de oración. Sobre todo, me encantaba la dulce intimidad de la oración en sí misma. También leía y estudiaba la Biblia todos los días, pero la oración era el centro de mi relación con Dios.

Pero un día, sin aviso, razón o explicación, esa sensación de dulce intimidad desapareció, la vida de oración que había cultivado durante años pareció desvanecerse: mi propia relación con Dios parecía amenazada.

¿Una temporada de sequía?

Seguía cumpliendo las mismas prácticas y disciplinas de siempre, pero no parecían estar dando resultado. Seguía apartando tiempo para orar cada día, pero mi experiencia era notablemente diferente. Había días en los que no podía encontrar palabras para presentar, y otros días no podía mantener la concentración. Después me preguntaba si en realidad había estado orando o si había estado soñando, si mis preocupaciones habían subyugado mi tiempo de oración, si me había quedado dormida, o si había hecho un poco de ambos.

Lo que más me preocupaba era que no podía sentir la presencia de Dios en esos momentos. Aunque me habían enseñado que mi fe no dependía de mis emociones, me había acostumbrado a tener una sensación de conexión espiritual con Dios en la oración que no experimentaba en ningún otro momento. Cuando esa intimidad desapareció, quedé tambaleando.

¿Era esto a lo que se refería C.S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino cuando escribió que Dios «… tarde o temprano… [se] retira, si no de hecho, al menos de nuestra experiencia consciente»? ¿Estaba entrando por fin en este «periodo bajo», como lo llamaba Lewis? ¿Tenía razón Lewis en que «las oraciones ofrecidas en el estado de sequedad son las que más le agradan a Dios»? ¿O era esta la noche oscura del alma que describía Juan de la Cruz? ¿Podrían los años de lucha con la oración de Teresa de Ávila, y su marco del viaje del alma a través de diferentes etapas en la ascensión a Dios, ayudarme a entender lo que estaba experimentando?

A pesar de toda la sabiduría que ofrecen los recursos clásicos y contemporáneos sobre la oración, lo que Dios me enseñó en última instancia fue que mis luchas con la oración surgieron no porque estuviera en un estado de sequedad o en una nueva etapa de oración, sino porque —irónicamente, ahora puedo verlo— había hecho de la oración algo demasiado importante.

Un nuevo marco para la oración

No necesitaba otro método de oración ni leer otro libro acerca del tema: lo que necesitaba era una teología fiel acerca de la oración, puesto que la que había sustentado mi vida de oración durante años, tal y como resultó, estaba distorsionada.

Antes mencioné que «la oración era el centro de mi relación con Dios». Ahora veo todo tipo de luces de advertencia en esta afirmación. Había orado como si mi relación con Dios dependiera de ello, cuando en realidad mi relación con Dios no depende de una práctica espiritual, sino de su gracia y misericordia reveladas en Jesucristo por el poder del Espíritu Santo. En lugar de recibir la oración como un medio de gracia que Dios podía utilizar para fortalecer mi relación con Él, había entendido la oración como el ancla de esa relación, y había puesto todo mi peso y confianza en esta. Entonces, cuando mi vida de oración parecía haber desaparecido, me sentí como un bote desatado y a la deriva.

Aunque ciertamente creía que era salva por gracia y no por obras, también pensaba que mi relación diaria con Dios dependía fundamentalmente de mis momentos de oración, lo cual terminó haciendo que mis oraciones se parecieran mucho a las «obras». Reflexionando sobre mis conversaciones con otros creyentes y estudiantes a lo largo de los años, parece que muchos de nosotros vemos la oración como algo que tenemos que hacer, lo que nos lleva a sentirnos culpables o avergonzados porque no oramos lo suficiente, o nos hace creer que estamos alejados de Dios porque no hemos orado. Sin embargo, la Biblia muestra una imagen diferente de la oración.

«La segunda palabra»

Cuando oramos estamos respondiendo con gratitud al Dios que ya nos ha alcanzado en Cristo. Oramos el «Padre nuestro», como nos enseñó Jesús, porque ya formamos parte de la familia del pacto de Dios. Hemos sido adoptados por Dios a través de Cristo y del Espíritu. La oración es una práctica familiar, no algo que hacemos para encontrar nuestro camino o para mantener nuestro lugar en la familia, sino algo que hacemos porque ya somos parte de la familia. La oración siempre es, por naturaleza, una respuesta: en la oración estamos respondiendo al Dios que nos creó, nos redimió y nos hizo parte de su familia.

Eugene Peterson describe la oración como un «discurso de respuesta», escribe en Working the Angles [Trabajando los ángulos] : «La oración nunca es la primera palabra, siempre es la segunda. Dios tiene la primera palabra. La oración es un discurso que se da en respuesta: no es principalmente un “discurso” sino una “respuesta”. Entender plenamente esta naturaleza secundaria es esencial para la práctica de la oración». Lo que es cierto de toda nuestra relación con Dios —que depende de la acción previa de Dios— es también cierto de la oración. El Dios que dio origen a la creación, el Señor que llamó a Abram a hacer un pacto con él, el Verbo que se hizo carne para que pudiéramos ser hechos hijos de Dios, es el mismo Dios a quien respondemos en la oración.

En nuestros tiempos de oración no entramos como los iniciadores, con todo el peso sobre nuestros hombros, sino que entramos como los que responden a un Dios que nos ha dado en su gracia todo lo que necesitamos para estar en relación con Él. Esto no es simplemente una verdad en tiempo pasado —que gracias a la obra salvífica de Cristo en la cruz podemos tener una relación con Dios—, sino que también incluye la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas en el presente. El Espíritu Santo, por el que clamamos «Abba, Padre» (Gálatas 4:6), nos fue dado como nuestro Consejero permanente para estar con nosotros para siempre (Juan 14:16). Dios nos dio el Espíritu Santo para unirnos a Dios en Cristo y guiarnos a medida que vivimos cada día como hijos de Dios. A la luz de esto, Agustín a menudo llamaba al Espíritu Santo simplemente «el Don».

Orando con el Espíritu

Esto tiene implicaciones reales para nuestra vida de oración. Peterson escribió en Christ Plays in Ten Thousand Places [publicado en español como Cristo actúa en diez mil lugares],

Si el Espíritu Santo —la forma que Dios eligió para estar con nosotros, obrar a través de nosotros y hablarnos— es el modo en que se mantiene la continuidad entre la vida de Jesús y la vida de la comunidad de Jesús, la oración es el modo principal en que dicha comunidad recibe y participa activamente en esa presencia, obra y habla. La oración es el medio por medio del cual estamos atentamente presentes delante de Dios, quien está presente en nuestras vidas en el Espíritu Santo.

Esto nos libera de pensar que la oración tiene que ver con nuestra postura o nuestras «palabras correctas». La oración consiste en estar atentos al Dios que ya está presente con nosotros, al Dios que ya está actuando en nosotros, en nuestras comunidades y en el mundo, y al Dios que quiere que participemos en su obra en curso.

Cuando oramos dependemos del Espíritu, sea que lo reconozcamos o no. Porque «no sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios» (Romanos 8:26-27). Pablo no está diciendo simplemente: «Cuando no encuentres las palabras, el Espíritu te ayudará». ¡La Palabra está prometiendo que el Espíritu mismo está intercediendo por nosotros todo el tiempo! Nunca sabemos con exactitud qué es lo que debemos orar, y eso está bien: el Espíritu tomará todo lo que ofrezcamos, por muy ricas o pobres que sean nuestras palabras, por muy concentrados o distraídos que nos sintamos, e intercederá por nosotros de acuerdo con la voluntad de Dios. ¡Gracias a Dios!

En Apocalipsis 5, Juan describe una visión de un Cordero inmolado sobre un trono, rodeado de ancianos que se han postrado en señal de adoración. Cada uno de ellos sostiene «copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios» (v.8). Es sorprendente imaginarlo: nuestras oraciones ordinarias y cotidianas llegan hasta la misma presencia de Dios. Nada en este pasaje sugiere que solo las oraciones elocuentes llegan a esas copas de oro, o solo las oraciones ofrecidas por aquellos que han alcanzado una absoluta quietud de mente y espíritu, sino que sea lo que sea que ofrezcamos, independientemente de lo que sintamos o dejemos de sentir, el Espíritu toma nuestras palabras, nuestros gemidos o nuestros momentos de silencio, intercede, los refina según la voluntad de Dios, y los ofrece a Dios como incienso fragante que sube al Cordero que está en el trono.

Cristo mismo ora por nosotros

No solo el Espíritu está activamente presente en nuestra vida de oración, sino que Jesús mismo intercede por nosotros. En el libro de los Hebreos se habla del «sacerdocio imperecedero» de Cristo y de que «vive siempre para interceder por [nosotros]» (7:24-25). Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio por nuestros pecados una vez y para siempre, y sigue mediando a nuestro favor mientras sirve en el santuario, sentado a la derecha del Padre (7:27-8:2). Esto incluye orar a nuestro favor, al igual que los sumos sacerdotes del Antiguo Pacto ofrecían no solo sacrificios, sino también oración en nombre del pueblo. El sacerdocio permanente de Jesús enfatiza que nunca estamos solos cuando oramos, pues todas nuestras oraciones están envueltas en las continuas intercesiones de nuestro Salvador.

Por nuestra cuenta estamos indefensos ante Dios y dependemos totalmente de la salvación hecha posible por Jesucristo. Del mismo modo, no somos menos dependientes de la gracia de Dios para nuestras vidas de oración. Como James B. Torrance escribió en Worship, Community, and the Triune God of Grace [La adoración, la comunidad y el Dios Trino de la Gracia]:

El Dios al que oramos y con quien estamos en comunión sabe que queremos orar, que intentamos orar, pero que no podemos hacerlo. Así que Dios viene a nosotros como un hombre en Jesucristo para sustituirnos, orar por nosotros, enseñarnos a orar y dirigir nuestras oraciones. Dios, en su gracia, nos da lo que busca de nosotros —una vida de oración— al darnos a Jesucristo y al Espíritu. Así, Cristo es enteramente Dios, el Dios a quien oramos, y es enteramente hombre, el hombre que ora por nosotros y con nosotros.

Cuando oramos, podemos confiar en Jesucristo, quien siempre ora por nosotros y con nosotros.

Dietrich Bonhoeffer llega a decir que la oración de Cristo a nuestro nombre es lo que hace que nuestras oraciones sean verdaderas oraciones. La oración no consiste fundamentalmente en que nosotros derramemos nuestras palabras, nuestros corazones o nuestras emociones a Dios. «La oración cristiana», escribe Bonhoeffer en Life Together [publicado en español como Vida en Comunidad], «se apoya sobre el sólido terreno de la Palabra revelada y no tiene nada que ver con caprichos vagos y egoístas. Oramos sobre la base de la oración del verdadero Jesucristo Hombre. (…) Solo podemos orar correctamente a Dios en el nombre de Jesucristo».

Cuando oramos «en el nombre de Jesús», reconocemos que nuestras oraciones dependen de Jesucristo, y esto nos da libertad. Cuando no somos realmente conscientes de la presencia de Dios en la oración, está bien. Siempre estamos conectados por el Espíritu al ministerio continuo de la oración de Jesús, sea que lo sintamos o no. Cuando la oración no nos proporciona la sensación de intimidad que esperamos, podemos encontrar gozo en saber que nuestra unión con Cristo es segura. Cuando el sufrimiento y el dolor dificultan la oración, podemos descansar en la verdad de que el Espíritu Santo y Jesucristo seguirán intercediendo por nosotros. Cuando pasamos por temporadas de sequedad, podemos perseverar en la fe, recordando que nuestra experiencia de oración no es fundacional porque Jesucristo mismo es el fundamento, la Palabra de Dios, quien vive siempre para interceder por nosotros.

Palabras prestadas

Han pasado más de veinte años desde que mi vida de oración fue derribada. En esos años, Dios la ha reconstruido para que se apoye sobre el firme fundamento de Cristo mismo en lugar de mis expectativas o experiencias. A medida que mi comprensión teológica de la oración se ha profundizado, me he regocijado al saber que mis pequeñas oraciones, por más humildes o débiles que sean, forman parte de una hermosa y continua realidad trinitaria. He encontrado libertad en saber que la oración es una respuesta a Dios, y una respuesta capacitada por la gracia de Dios, más que un deber que dependa de mí.

A lo largo de los años he descubierto que orar las palabras de las Escrituras me recuerdan estas verdades teológicas liberadoras. En su libro Psalms: The Prayer Book of the Bible [publicado en español como Los Salmos: El libro de oración de la Biblia] Bonhoeffer escribió: «Aprendemos a hablar con Dios porque Dios nos ha hablado y nos sigue hablando. (…) Las palabras de Dios en Jesucristo salen a nuestro encuentro en las Sagradas Escrituras. Si queremos orar con confianza y alegría, entonces las palabras de las Sagradas Escrituras tendrán que ser la base sólida de nuestra oración». Creo que Bonhoeffer tiene razón, pues orar con las palabras prestadas de la Biblia fue una de las maneras en que Dios reconstruyó mi vida de oración sobre una base más sólida, recordándome que la oración es responder a Dios, no generar mi relación con Dios.

Orar los salmos me recuerda que mis oraciones están enraizadas en el ministerio de oración continuo de Jesús. Él mismo oró regularmente los salmos durante su ministerio terrenal. Cuando hacemos lo mismo, Bonhoeffer sugiere que nos encontramos con Cristo mismo orando, y que nuestras oraciones se unen a las suyas. Orar los Salmos me ayuda a abrazar la oración con «confianza y alegría», como dice Bonhoeffer, reconociendo que mi vida de oración depende totalmente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no de mí.

Cuando nos enfrentemos al desánimo en nuestra vida de oración, que la realidad de que Cristo ora por nosotros y el Espíritu intercede por nosotros nos invite al gozo y a la libertad. Nuestras oraciones son una respuesta a nuestro Dios amoroso que nos buscó primero.

Kristen Deede Johnson es decana y vicepresidenta de asuntos académicos, así como profesora de Teología y Formación Cristiana en el Western Theological Seminary en Holland, Michigan. Entre sus libros se encuentra The Justice Calling, en coautoría con Bethany Hanke Hoang.

Traducción por María Stephania Vélez

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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Ahora todos somos bautistas… Así que no nos peleemos como si lo fuéramos

La democracia estadounidense y el cristianismo democratizado se enfrentan a crisis similares de desunión. 

Christianity Today October 27, 2021
Illustration by Andrius Banelis

Hace varios años me topé con una tira cómica de dos columnas que me hizo reír y hacer muecas al mismo tiempo. La primera tenía la típica escena en el río Jordán de una figura familiar con barba, vestido de pelo de camello, colocando a alguien bajo el agua, y el pie de imagen decía: «Juan el Bautista». La segunda retrataba una escena similar, pero al penitente se le mantenía debajo del agua, pataleando por salvar su vida, mientras las burbujas indicaban que se estaba ahogando. En esa, el pie de imagen decía «Juan el Bautista del Sur».

Hubo un tiempo en que esa vieja tira cómica habría provocado cierta altivez en cristianos de otras denominaciones, pero ya no. En cierto modo, ahora todos somos bautistas.

Hace años, el historiador Martin Marty habló de la «bautistificación» de la religión estadounidense: con eso se refería a que el credo individualista, el enfoque empresarial y el modelo social voluntario de la iglesia eran tan coherentes con el ethos estadounidense que casi cualquier congregación cristiana —sin importar la forma de gobierno o la teología— estaba empezando a reflejarlo.

Para los bautistas, esto parecería coherente con el tema de conversación durante generaciones de que la clase de gobierno practicado en las iglesias bautistas era el modelo para la clase de democracia a la que Estados Unidos aspiraba.

Sin embargo, la democracia estadounidense cada vez se está empezando a parecer más a una reunión administrativa bautista. La teoría de «el sacerdocio de todos los creyentes» y que toda voz cuenta está abriendo paso a la dura realidad de las luchas a cuchillo, la separación entre facciones y el darwinismo social en el que la gente más mezquina y agresiva es la que dicta los términos del debate. Ya sea que el debate gire en torno al color de la alfombra del vestíbulo o a cómo terminar una pandemia global, las llamadas élites tienen un miedo constante a los levantamientos populistas, y los levantamientos populistas a menudo se ven manipulados por los que esperan formar parte de las élites.

Las iglesias que en su momento pensaron que se podrían proteger de las constantes amenazas de polarización y amargura con una forma de gobierno basada en obispos o presbíteros, ahora descubren que tienen los mismos factores en marcha, incluyendo las falsas controversias y las amenazas del retiro de recursos o el abandono. Incluso el papa parece a veces estar a merced de una burocracia vaticana con las mismas dinámicas que una junta de diáconos de Andalusia, Alabama.

Para ver el resultado de todo esto, solo hay que mirar a cualquier comunidad de los bautistas del sur donde cada «Primera iglesia» y «Segunda iglesia», cada «Iglesia Bautista Armonía» y «Iglesia Bautista Nueva Armonía» cuentan una triste historia de antiguas divisiones, a menudo con años de amargura sin articular por ambas partes.

A corto plazo, nada anima más a algunas personas que una buena controversia de iglesia. Aparecen personas a las que no se había visto desde la Escuela Bíblica de vacaciones. Pero, al final, la iglesia se vacía de todo el mundo salvo de aquellos que quieren recrear las antiguas peleas, hablando de problemas cada vez menores y arrojando toda clase de cifras en los argumentos.

Por esa razón algunas iglesias nuevas nunca pondrían «bautista» en sus nombres, o en sus letreros, o en sus páginas web. En algunas iglesias los nuevos asistentes descubren que son bautistas del sur solo en las últimas etapas de su formación para nuevos miembros: casi del mismo modo en que los cienciólogos descubren, solo tras avanzar hasta cierta etapa, lo relativo a Xenu de la Confederación Galáctica.

No tiene por qué ser así. Las peleas dentro del movimiento bautista es el lado oscuro de algo que realmente haríamos bien en emular: un pueblo que, en su mejor momento, enfatiza la necesidad de la conversión personal, una sublime gracia que se traduce en que tanto los camioneros que transportan madera, como los veteranos sin hogar tienen la misma voz que los magnates empresariales y los senadores.

Los bautistas —ya sea global o localmente— tienden siempre a mostrar su peor rostro cuando están al control de cierto poder terrenal, y el mejor cuando están ubicados en los márgenes. Contrastemos el prohibicionismo con la obra de los bautistas a favor de la libertad religiosa en la era de la fundación de Estados Unidos, o el liderazgo de los bautistas en el movimiento a favor de los derechos civiles. Esa misma clase de dinamismo está en marcha ahora también en los metodistas chinos que se reúnen en secreto, los anglicanos africanos que plantan iglesias por todo el mundo, y la primera generación de pentecostales hispanoamericanos que superan a las iglesias establecidas a su alrededor en evangelismo y servicio (incluso en comunidades donde luchan contra la suposición nativista de que todos ellos son «ilegales» y «extranjeros»). Allá donde el testimonio y el ejemplo —no la caza de la herejía ni las luchas de poder— son el centro de atención, todos los que somos cristianos evangélicos podemos aprender de la mejor clase de bautistas.

Solo entonces podemos demostrar al mundo que no importa cómo bauticemos, seguimos recordando el evangelio del río Jordán. Solo entonces podemos mostrar a nuestra cultura que hay una diferencia entre la inmersión y el ahogamiento.

Russell Moore lidera el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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