Theology

El catecismo de la persona soltera

21 preguntas y respuestas para ayudar a los cristianos no casados a desarrollar una teología de la soltería.

Christianity Today November 11, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Emma Bauso / Pexels

Soy una afroamericana de 38 años que tuvo su primer (y último) beso apenas unos días después de cumplir los 34. Y no estoy sola. Con los años, algunos amigos me han confiado la soledad, las penas y las dudas que plagan su soltería.

Desarrollar un catecismo me ha animado a meditar en la bondad de Dios —y en su Palabra— tanto en los días tristes como en los días felices. Mi esperanza es que estos principios se puedan leer como el brazo de Dios extendido sobre un hombro caído y, para los que se sienten sobrecargados, como un abrazo de apoyo y consuelo.

Sección 1: La soberanía de Dios sobre mi estado civil

1. ¿Cuál es el objetivo principal de mi soltería?

Que mi alma esté tan consumida por el deleite de amar y ser amada por Dios, y tan hipnotizada por su singular suficiencia para saciar mi profunda sed de amor, aceptación, pertenencia y significado, de tal forma que testifique ante el mundo las excelencias preeminentes de Dios como Señor, amante y amigo.

Salmo 27:4; 63:3; 73:25–26; Isaías 29:13; 54:5–6; Jeremías 29:13; Salmo 37:4

2. ¿Cuál es nuestra única recompensa en la soltería o en el matrimonio?

Que podamos conocer mejor a Cristo. No tengo otra recompensa. La libertad de la soltería y la intimidad del matrimonio no son más que restos y desechos sin su supremacía sobre ellos. Ambos estados florecen o trastabillan en la medida en que podemos conocer a Cristo a través de ellos.

Salmo 16; Filipenses 3:7–11

3. ¿Cuál es nuestro llamado seguro?

Bienaventurados somos de ser llamados a aquello que también satisface nuestro deseo más profundo; de no tener otros dioses delante de Dios y de amarlo con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas. Bienaventurados somos de no tener otra lealtad sino lealtad hacia el Altísimo; de no buscar otro fin para nuestras acciones más que hacer visible su gloria; de no tener mayor afecto que aquel que es por Cristo, quien es nuestra vida. Sean cuales sean nuestras circunstancias, todos tenemos que cumplir con este llamado a través de nuestro conocimiento de Él, quien nos ha llamado por su propia gloria y bondad.

Y el segundo llamado es similar a este: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Éxodo 20:3; Mateo 22:39; Lucas 10:27; 1 Corintios 10:31; 1 Pedro 1:6–7; 2 Pedro 1:3; Colosenses 3:4; Mateo 5:16

4. ¿Qué ocurre cuando convertimos el matrimonio en un ídolo?

Hemos sido dominados por nuestro deseo de tener un matrimonio cuando no podemos concebir ningún bien aparte de obtenerlo, si estamos dispuestos a ir deliberadamente en contra de la voluntad de Dios para asegurárnoslo, o si usamos el matrimonio o la búsqueda de él para que sirva para nuestra gloria en vez de la suya. Al hacerlo, afligimos a nuestro Amado, que es celoso de nuestros corazones, y nos exponemos a una decepción innecesaria, porque las penas se multiplican para aquellos que siguen a otros dioses. Pero una de las mayores misericordias que Dios puede tener hacia nosotros es enseñarnos la diferencia entre Dios y todo lo que no es Dios y, así, hacernos conocedores de lo divino con un sabor de lo eterno.

Salmo 96:7; Isaías 41; 44:9; 57; Jeremías 8:19; Salmo 16:3; Lucas 12:7; Santiago 1:14; 1 Corintios 6:12

5. ¿Cómo puedo crecer sin una pareja?

La belleza de la salvación y del crecimiento es que ambos dependen de un solo hombre y nada más: Cristo. Tenerlo a Él es tener todo lo que necesitamos. Y yo, como parte de su iglesia, estoy comprometida con Aquel que pagó mi dote a un precio desorbitado para que yo fuera hecha santa y fuera limpiada por su palabra. Su celo y su compromiso con mi crecimiento van mucho más allá de los míos propios, y su amor no deja ningún instrumento sin uso —incluyendo la soltería— a fin de hacer que me presente ante Él gloriosa, sin mancha ni tacha.

Gálatas 3:3; Efesios 5:27

Sección 2: La soberanía de Dios sobre mi autoestima

6. ¿Cuál es mi verdadero valor?

He sido hecha a imagen de Dios, redimida por la perfecta sangre de Cristo, y soy el lugar donde actualmente reside el Espíritu Santo de Dios. Fui adoptada por la Familia más Real de todas las familias reales, fui buscada y traída de vuelta al rebaño por el Buen Pastor, y disfruto de la compañía del Espíritu de consuelo, libertad y verdad. Puede que otros me rechacen, pero aun así he sido elegida y soy preciosa a los ojos de Dios, coheredera con Cristo, quien reina sobre la vida y la muerte. Estoy coronada con gloria y honor, y soy sostenida como una diadema real en la palma de mi Dios.

Génesis 1:26; Efesios 1:5–7; 1 Corintios 3:16; 6:19–20; Lucas 15:4; Salmo 8:5; Romanos 8:17; Juan 14:16; 2 Corintios 3:17; Juan 16:13; Isaías 62:3–5

7. ¿Alguien me ve?

Cuando lloramos con el alma agotada «¡Hazme caso! ¡Mírame! ¡Ámame!», Dios se inclina hacia nosotros, nos cubre con su manto, nos acerca a Él y nos susurra con ternura: «Lo hago, querida mía, lo hago. Yo soy El Roi, el Dios que ve. Mis ojos están abiertos día y noche sobre ti, porque he puesto mi nombre sobre ti». Pero a menudo sucede que nosotros, después de haber recuperado el aliento sentados en su regazo, nos damos la vuelta para buscar la afirmación del mundo, como un niño que persigue las burbujas, mientras nos perdemos la dicha de escuchar su llamado a nuestras espaldas: «¡Hazme caso! ¡Mírame! ¡Ámame!».

Salmo 18:35; Ezequiel 16:8; Salmo 34:18; Oseas 2:14; Génesis 16:13–14; 22; 29:32; 31:42; 2 Crónicas 6:20; Salmo 11:4

8. ¿Por qué no he sido elegida?

No se debe a que sea deficiente, sino a que la sabiduría íntima y trascendente del Dador de todo don bueno y perfecto encontró que esto era lo mejor para mí. Puedo confiar en que Aquel que conoce el número tanto de las estrellas en el cielo como de los cabellos de mi cabeza, y ante el cual todos mis anhelos yacen abiertos a plena luz, me concede una porción placentera. Porque yo he confiado mi ser a Aquel que me eligió a mí primero y mejor, y cuyo libro contiene todos mis días.

1 Pedro 2:9; Deuteronomio 7:6; Salmo 33:12; Hageo 2:33; Colosenses 3:12; 1 Tesalonicenses 1:4; Apocalipsis 17:14; Efesios 1:4; Salmo 38:9; Santiago 1:17; Salmo 139:16

9. ¿Soy digna de ser amada?

El matrimonio no es el único contexto en el que uno es amado, así que no es sabio fusionar la idea de ser amado con la de estar casado. El amor de los humanos nunca nos hace dignos: es periférico en el mejor de los casos. Pero en Cristo podemos entender el orden correcto del amor y la dignidad: no somos dignos de ser amados, sino que somos dignos porque somos amados. La dignidad es un privilegio inalienable y una realidad irrefutable que se nos ha conferido en Cristo. ¿En dónde más podemos encontrar un amor emancipador como este?

Romanos 5:5–8; 1 Juan 3:1; Gálatas 4:7; Romanos 8:30; Efesios 2:3, 8; Deuteronomio 7:6–9; 1 Corintios 1:26–30; Salmo 8:4

10. ¿Qué es la alabanza que proviene del ser humano?

Una trampa y un engaño. Nosotros mismos somos testigos de que, como seres finitos, volubles y cortos de vista, a menudo alabamos de forma incorrecta: alabamos de más aquello que no merece la pena, alabamos de menos lo que es realmente digno y alabamos superficialmente: distrayéndonos por lo externo y perdiéndonos la sustancia.

Gálatas 1:10; Proverbios 29:25; 1 Samuel 16:7

11. ¿Qué es lo que me hace una persona completa?

Solo la asombrosa cruz de Cristo.

Sección 3: La soberanía de Dios sobre mi dolor

12. ¿Cuánto más, oh Señor?

Si sufro otro tiroteo de preguntas en Navidad de parte de mis bien intencionados familiares; si soy la última soltera que queda entre mis amigos; si debo desechar mis esperanzas de tener un hijo, o si mi anhelo de tenerlo golpea mi fe hasta el límite, que Yahvé avive mi corazón para regocijarme del todo en Él aun desde el valle. Él se levantará para calmar mi dolor crónico, para eliminar mi sensación de vergüenza, y para ser mi paciente camarada en la batalla. Benditos aquellos que esperan en Él. Mientras el día y la noche sigan su curso, las misericordias necesarias para cada día me saludarán de nuevo cada mañana.

Salmo 13; 119:22–23; Isaías 54:1; Habacuc 3:18; Jeremías 33:20; Lamentaciones 3:22–23; Isaías 30:18

13. ¿Qué poder tenemos frente a los pensamientos de desesperanza?

Que el Dios que escucha cada uno de mis gritos de aflicción y discierne mis pensamientos desde lejos ha provisto consuelo para los asaltos que provienen no solo desde fuera, sino también desde dentro. Porque Él desea la verdad en los lugares más íntimos, y que yo conozca su descanso, Él me ha empoderado divinamente para tomar cautivo cada pensamiento rebelde, que niega la esperanza, distorsiona la verdad y oscurece a Dios, y traerlo a la obediencia de Cristo por medio del Espíritu que habita en mí, y quien me guiará a toda la verdad.

Salmo 51:6; 139:2; 2 Corintios 10:5; Salmo 94:11; Juan 16:13; Efesios 6:16

14. ¿Le importa a Dios mi dolor?

Difícilmente se menciona en las Escrituras alguna aflicción que Dios no vea o escuche de cerca. En realidad, Él conoce nuestro dolor aun antes de que nuestras vidas pasen siquiera por ese marco. Antes de que llamemos, Él responde; en medio de nuestro clamor, Él inclina su oído. Es imposible que Dios no se sienta conmovido por nuestras heridas, porque son suyas. Él llevó nuestro dolor y soportó nuestra pena antes de que nosotros supiéramos siquiera que teníamos necesidad. Barramos cuidadosamente los escombros de los demás apegos de nuestro corazón para que esté despejado el camino para que Él pueda venir rápidamente en nuestra ayuda para liberarnos de la desesperanza y la duda.

Isaías 65:24

15. ¿Qué poder tiene el pecado sobre nosotros?

Ninguno, excepto aquel que nosotros le concedemos a través de la desconfianza en el carácter y las promesas de Dios. El vencedor sobre el pecado ha llegado, y en Cristo somos nuevas criaturas. Lo viejo ha pasado. El pecado ya no es nuestro señor.

Romanos 8; Santiago 1:14

16: ¿Qué he de hacer con mis deseos incumplidos?

La invitación a depositar nuestras preocupaciones en el Señor no tiene fecha de caducidad. Así pues, no nos cansemos de traerlas a sus pies. Si somos pacientes con un amigo nuestro que nos pide oración una y otra vez, cuánto más paciente será el Señor que soporta nuestras cargas junto con nosotros.

1 Pedro 5:7; Filipenses 4:6–7; Lucas 11:7–8; Salmo 5:3

17: ¿Dónde está mi bendición?

Cristo murió para que nuestro vacío fuera llenado, para que nuestros ojos pudieran ver, para que nuestras mentes se pudieran iluminar, para que pudiéramos hallarlo glorioso, para que nuestros corazones se ablandaran, y para que el amor por Él pudiera palpitar por todo nuestro ser. Nuestra bendición se encuentra en un espíritu pobre, en el duelo, en la mansedumbre, en el hambre y la sed de justicia; en la muestra de misericordia, en un corazón puro, en ser pacificadores, y en soportar dificultades por honor a Cristo. Si no podemos encontrar bendición ahí, no la encontraremos en ningún otro sitio, porque, aunque Dios nos haya dado todas las cosas para que las disfrutemos, todas ellas se estropearán en nuestra boca si nuestros corazones no están llenos de Él en primer lugar.

Mateo 5:3–11; 1 Timoteo 6:17; Números 11

Sección 4: La soberanía de Dios sobre mi futuro

18. ¿En qué podemos poner la esperanza para nuestro futuro?

En el Señor quien, al ver todos los días de mi vida antes de que cada uno de ellos llegue a ser, dirige mis pasos para que sus buenos propósitos prevalezcan. Él ha afirmado mi suerte. Al igual que proveyó maná para los israelitas en el desierto, también proveerá para mí el pan diario. Ya sea que me case o no, Cristo me ha prometido una vida de abundancia, y su palabra no regresa a Él vacía.

Salmo 71:3; Proverbios 16:9; 19:21; Isaías 55:11

19. ¿Qué puedo agradecer mientras espero?

Dios llevó a Israel por el desierto como un padre lleva a su hijo después de escuchar su clamor por misericordia, y los liberó de la opresión de Egipto con mano poderosa y brazo extendido, y con grandes señales y maravillas. Los guió a salvo con una nube de día y con luz de fuego en la noche. El Señor convirtió las aguas amargas de Meribá en agua dulce para calmar su sed. Para su hambre, ordenó a los cielos que abrieran sus puertas e hicieran caer para ellos el maná que habían de comer, dándoles pan del cielo. Comieron pan de ángeles. Y lloraron porque no había carne, diciendo: «¡No vemos nada que no sea este maná!».

Números 11:6; 14:11; Deuteronomio 1:31; 26:8; Éxodo 20:2; Salmo 78:14, 23–25

20. ¿Realmente puede ser bueno el plan de Dios para mí si no incluye el matrimonio?

Es bueno dar gracias cuando Dios responde con un a una oración, y es encomiable confiar cuando Dios nos hace esperar; pero lo que evidencia más claramente el triunfo de la presencia del Altísimo en nuestro corazón es cuando hacemos sacrificio de alabanza frente a un no. La confesión más pura que podemos hacer es la de que Él no fue hecho para nosotros, sino nosotros para Él. Lo alabamos cuando para el mundo nuestras copas están vacías, aunque sabemos que en realidad están rebosando. Él es nuestra gran recompensa y ha prometido que nunca dejará de hacernos bien.

Génesis 15:1; Isaías 45:9; Jeremías 32:40; 1 Corintios 2:9; Mateo 7:11

21. ¿Puedo sobrevivir a esto?

El Señor sabe cómo rescatar al justo del juicio y, después de un tiempo, Él me restaurará y me fortalecerá. Cuando sea tentada, Él puede redirigir mi camino. Cuando me sienta agotada, Él puede refrescar mi alma. Cuando mi corazón esté roto, Él puede traer puntos de sutura y aliviar mis heridas. Aunque puede que no cambie mis circunstancias, Él fortalecerá mis manos. A la soltería se sobrevive un día a la vez; el mañana traerá sus propios males. Hoy, aquí, en medio de mis deseos, puedo brindar por Dios, la alegría de mi corazón.

Porque Él vive, triunfaré mañana
Porque Él vive, ya no hay temor
Porque yo sé que el futuro es suyo
La vida vale más y más solo por Él.

2 Crónicas 16:9; Hebreos 11:6; Nehemías 6:9; 9:19–21; Mateo 6:13; Jeremías 31:25; 2 Samuel 22:17–20; Hebreos 2:18; 1 Pedro 5:10; Isaías 65:14; 2 Corintios 4:9; Colosenses 1:11; Isaías 40:29

Alicia Akins es escritora y estudiante del Seminario Teológico Reformado. Es la autora del próximo libro Invitations to Abundance (Harvest House Publishers). La versión original de este catecismo fue publicada anteriormente en el blog personal de la autora, Feet Cry Mercy.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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10 países donde los cristianos perseguidos necesitan sus oraciones

Un recurso para el Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida.

El Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida

El Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida

Christianity Today November 6, 2021
Mallory Rentsch / Christianity Today

«Bienaventurados los que son perseguidos… »; sin embargo, ellos necesitan nuestras oraciones.

«La Biblia nos dice que debemos orar por los que son maltratados como si nosotros mismos lo fuéramos (Hebreos 13:3) y que si un miembro del grupo sufre, todos sufrimos (1 Corintios 12:26)», dijo la Alianza Evangélica Mundial (AEM).

Desde hace más de dos décadas, la AEM organiza el Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida (IDOP, por sus siglas en inglés). Anualmente, el IDOP se celebra el primer o el segundo domingo de noviembre.

Este recurso ha sido creado por la AEM «a modo de ayuda para orar de manera informada por nuestros hermanos y hermanas en Cristo que sufren persecución por su fe en diferentes partes del mundo»:

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10 países en el punto de mira

India:

La India, uno de los países más poblados del mundo, alberga a más de 65 millones de cristianos. El nacionalismo hindú es el principal impulsor de la persecución de cristianos en el país. En muchos estados, la conversión es un delito punible. Además, aquellos que se convierten al cristianismo se enfrentan a la presión de sus familias para que se retracten de su fe. Los líderes cristianos y las iglesias han seguido sufriendo ataques violentos e intimidaciones por parte de grupos extremistas hindúes, que los consideran seguidores de una fe extranjera. Las mujeres cristianas dalit son particular y extremadamente vulnerables a la persecución debido a su condición de género y de clase.

Nigeria:

Casi el 50% de los 200 millones de habitantes de Nigeria son cristianos. El principal impulsor de la persecución en el país es el extremismo islámico. Las comunidades cristianas se enfrentan a ataques violentos por parte de grupos extremistas islámicos como Boko Haram y los Fulani, especialmente en las zonas del norte y el cinturón en la zona central del país. Según Puertas Abiertas, en Nigeria son asesinados más cristianos que en cualquier otro país. Las niñas cristianas, en particular, se enfrentan a la amenaza del secuestro y el matrimonio forzado.

Nepal:

Hasta 1990, Nepal era el único reino hindú del mundo. El principal impulsor de la persecución en el país es el extremismo hindú. Aquellos que se convierten del islam al cristianismo se enfrentan a la persecución de sus familiares y allegados. Según la ley, la conversión está prohibida en Nepal. Los líderes cristianos a menudo enfrentan acoso y con frecuencia son detenidos por parte de las autoridades por dedicarse a la evangelización. Asimismo, las organizaciones y ministerios cristianos encuentran dificultades a la hora de solicitar el reconocimiento legal y el registro ante el gobierno.

Somalia:

La mayoría de los 16 millones de habitantes de Somalia son musulmanes. Sin embargo, se desconoce el número exacto de cristianos. En Somalia, la religión del Estado es el islam. Además, los cristianos tienen enormes dificultades para revelar su identidad en público. Los conversos, por su parte, se enfrentan a una intensa presión por parte de sus familiares y allegados, quienes buscan obligarlos a retractarse de su fe. Además, los cristianos también se enfrentan a ataques violentos por parte de grupos extremistas como Al Shabaab.

Myanmar:

Myanmar es el hogar de más de cuatro millones de cristianos. El nacionalismo budista es el principal impulsor de la persecución en el país. En los estados afectados por el conflicto y con una gran población cristiana, las iglesias se enfrentan a restricciones y discriminación por parte de las autoridades, así como a ataques por parte de los militares. Además, los cristianos conversos se enfrentan a la oposición de sus familias, quienes buscan obligarlos a retractarse de su fe. Por si fuera poco, la ley regula la conversión religiosa, misma que conlleva un amplio proceso de aprobación.

Afganistán:

Los cristianos sufren una intensa persecución en Afganistán. Por ejemplo, la apostasía es un delito castigado con la muerte en el país, en cumplimiento de la ley islámica. Los cristianos, por tanto, no revelan su fe en público. Además, no hay espacio para ninguna forma de expresión cristiana en el país, ya que grupos como los talibanes mantienen un enfoque radical del islam.

Pakistán:

De los 200 millones de habitantes de Pakistán, unos cuatro millones se identifican como cristianos. Más del 95% de la población del país es musulmana. El extremismo islámico es la principal fuente de persecución en el país. En particular, aquellos que se convierten del islam al cristianismo se enfrentan a una gran amenaza de persecución. Las niñas cristianas también corren el riesgo de ser secuestradas y obligadas a casarse. Además, las leyes sobre la blasfemia en Pakistán son una herramienta de opresión en manos de los extremistas, quienes las utilizan para atacar a los cristianos. Además, las iglesias se enfrentan a la amenaza de ataques y los cristianos sufren una fuerte discriminación en la sociedad, especialmente en relación con el empleo.

Argelia:

Menos del 1% de la población argelina se identifica como cristiana. El principal impulsor de la persecución en el país es el extremismo islámico. Quienes se convierten del islam al cristianismo se enfrentan a un mayor riesgo de persecución, especialmente por parte de sus padres, familias y la comunidad en general. En el pasado, las autoridades estatales también han cerrado por la fuerza muchas iglesias. Además, el ordenamiento jurídico contiene leyes que regulan cualquier culto no musulmán e incluye estipulaciones legales que prohíben cualquier cosa que «sacuda la fe de un musulmán» o que pueda utilizarse como «medio de seducción con la intención de convertir a un musulmán a otra religión».

Irán:

Hay unos 800 000 cristianos en Irán. Esto representa menos del 1% de la población total. Los cristianos conversos corren un gran riesgo de ser perseguidos por sus familias y comunidades. Además, las autoridades realizan periódicamente redadas en iglesias clandestinas y detienen a sus líderes. Decenas de líderes cristianos siguen siendo encarcelados por su fe. El gobierno suele ver el cristianismo como una amenaza para el dominio islámico en el país.

Eritrea:

Más del 60% de la población de Eritrea se identifica como cristiana. Sin embargo, los cristianos evangélicos o pertenecientes a iglesias no tradicionales se enfrentan a una dura persecución por parte del Estado. Muchos de los cristianos que son detenidos en el país enfrentan el encarcelamiento en condiciones inhumanas. Además, los cristianos conversos sufren acoso e intensas presiones de sus familias para que se retracten de su fe. Los líderes eclesiásticos también se quejan de que las autoridades vigilan intensamente sus actividades, hacen redadas en las iglesias y confiscan material cristiano.

¿Deberían los cristianos participar en las celebraciones del Día de los Muertos?

La celebración mexicana está más presente que nunca. Tres evangélicos que han vivido de cerca el Día de los Muertos opinan.

Christianity Today November 1, 2021
Maogg / Getty Images

El Día de los Muertos es una fiesta mexicana que también se celebra en muchas comunidades estadounidenses. Tiene sus raíces tanto en las celebraciones católicas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, así como en creencias indígenas mexicanas sobre los muertos.

Según la antigua religión de México, las tradiciones del Día de los Muertos (o Día de Muertos) ayudan a los espíritus de los difuntos a regresar a sus familias, los mantienen felices y previenen las dificultades que los muertos podrían infligir a los vivos. Las celebraciones varían según la región, pero tienen mucho en común: altares con ofrendas a los familiares difuntos, caramelos en forma de calavera, caléndulas (conocidas en México como «flores de cempasúchil»), incienso, veladoras y comida; cementerios a la luz de las velas; adornos de papel picado y calaveritas por doquier.

CT preguntó a algunos cristianos que sirven en el ministerio en lugares donde se celebra el Día de los Muertos: «¿Pueden los cristianos participar en esta celebración en buena conciencia? Si es así, ¿cómo?».

Sally Isáis (Ciudad de México, México): Los cristianos no deberían participar en absoluto, dada la naturaleza de la festividad.

Cada año, a finales de octubre y antes del Día de los Muertos, mis padres recibían una nota de mi escuela en la Ciudad de México que decía: «Si su hija no trae su parte para la ofrenda del salón, reprobará la clase de civismo».

Mi madre decía: «Lo siento, pero como cristianos evangélicos, no podemos ser parte de esta celebración, aunque eso signifique que Sally no apruebe el curso». Entonces le preguntaba a la profesora si había alguna forma de que yo pudiera compensar mi falta de participación. Algunos años simplemente no aprobaba el curso; otros, se me permitía presentar algún otro proyecto. A mis compañeros siempre les molestaba que no colaborara en la decoración del altar del Día de Muertos de la clase. Mis hijos tuvieron experiencias similares en las escuelas de la Ciudad de México.

Algunas personas ven el Día de los Muertos simplemente como una forma de arte cultural mexicana y una celebración familiar colorida, decorativa y dramática. Incluso algo romántica. Sin embargo, hay un lado espiritual oscuro en la festividad que ha venido creciendo constantemente y se ha vuelto más evidente y desenfrenado.

Al igual que otros evangélicos en México, creo que el Día de los Muertos consiste en honrar a la muerte —no solo a los muertos— y en participar (consciente o inconscientemente) en prácticas ocultas que Dios le prohíbe a su pueblo (Deuteronomio 18:10-14).

Pedí a otros líderes evangélicos mexicanos que opinaran, y fueron consistentes en su visión al respecto. No he encontrado a ningún cristiano evangélico en México que participe activamente en esta tradición en la que nuestra cultura, como la del profeta Daniel, nos empuja a comprometer nuestra adoración al único Dios verdadero.

«Bajo ninguna circunstancia un creyente verdaderamente nacido de nuevo debe celebrar el Día de los Muertos», dice Victoriano Báez Camargo, líder pastoral y exdirector de la Sociedad Bíblica Mexicana.

El pastor Cirilo Cruz, presidente de la Fraternidad Nacional Evangélica de México, afirma: «Todo altar de muertos tiene ídolos. Daniel decidió no contaminarse con las cosas que se les ofrecían».

Gilberto Rocha y su esposa, Clara, pastores de la megaiglesia Calacoaya, dicen que la normalización del Día de los Muertos no debe ser un factor que cambie nuestra opinión: «Nuestra base debe ser la Palabra de Dios y no la cultura o lo que está de moda».

«Nuestra participación durante estos días debe ser de testimonio», dice Cruz. Muchas iglesias evangélicas celebran reuniones de oración que duran toda la noche y realizan esfuerzos de evangelización durante estos días especialmente oscuros.

En el centro de las objeciones de muchos cristianos mexicanos con respecto al Día de Los Muertos está su celebración de la muerte. «Esta celebración es en realidad el culto a la muerte. Jesús nos enseñó a celebrar la vida y que la muerte no tiene la victoria», dice Camargo.

Los Rocha señalan que «las Escrituras son muy claras con respecto a la muerte: es el último enemigo que será destruido (1 Corintios 15:26). No podemos celebrar a nuestro enemigo. Debemos elegir entre la vida (una bendición) y la muerte (una maldición)».

«La única muerte que celebramos los cristianos es la de nuestro Salvador y la vida que su sacrificio nos ha proporcionado. Celebramos a Jesús, el Pan de Vida, no a los muertos. Participamos en la mesa de Cristo, no en la de los demonios» afirma la pastora Edna Porras.

Los creyentes no deben participar en el Día de los Muertos. Hacerlo es jugar con fuego. Durante los días de la celebración del Día de los Muertos, los cristianos aprovechamos para celebrar y compartir la vida que Jesucristo —quien venció a la muerte— nos ofrece.

Sally Isáis es directora de Milamex, un ministerio sin fines de lucro que guía y empodera a los mexicanos en su llamado a caminar junto a la Iglesia y servir a Cristo en todas las áreas de la vida.

Heidi Carlson (San Diego, California): Los cristianos deben evitar el culto a los ancestros, pero podemos llorar con los que lloran.

No nací en una familia que participara en los rituales del Día de los Muertos. Así que, cuando me di cuenta de que tenía que preparar a mis hijos para las festividades en nuestro barrio de San Diego, el contexto en el que me basé principalmente fue mi crianza en África.

En nuestra comunidad de Sherman Heights, en San Diego, se celebran las festividades del Día de los Muertos más tradicionales de la región, en las que el centro comunitario local alberga una sala de altares y los residentes participan en una procesión a la luz de las velas. La gente monta altares en sus patios delanteros con velas, ofrendas y fotos. Estos altares, cuidadosamente elaborados, son más frecuentes en nuestros paseos nocturnos que las telarañas falsas u otras decoraciones de Halloween.

En Mozambique, donde crecí, el culto a los ancestros desempeñaba un papel importante en la vida de la gente. En el culto a los antepasados [enlace en inglés], no se honra simplemente a los muertos; el objetivo es apaciguar sus almas, ya que pueden mejorar o empeorar la vida de los vivos. Los antepasados son venerados como entidades espirituales que se comunican con su familia en la tierra y actúan como mediadores ante un dios lejano. Son una presencia en la vida cotidiana. El miedo es un tema común en el culto a los antepasados.

Para la gente de todo el mundo, honrar a los antepasados puede convertirse en una religión llena de miedo. En las culturas en las que la veneración de los antepasados forma parte integral de la identidad cultural, los cristianos que no participan en los rituales a menudo se arriesgan a ser perseguidos. Su aparente falta de veneración a los antepasados puede traer vergüenza y mala fortuna a la familia. Es un aparente rechazo de su identidad cultural.

Teniendo esto en cuenta, mi instinto siempre fue permanecer alejada y no participar en ningún evento del Día de los Muertos en nuestro barrio. Pensé que estar presente en los eventos podría representar un conflicto en mi testimonio cristiano, pues hay quienes podrían pensar que apoyo tácitamente el culto a los ancestros si participo en esas actividades. Pero las personas que hacían estas celebraciones eran nuestros vecinos, nuestra comunidad. ¿Cuál era nuestra vocación en este contexto?

Una vez, durante un paseo nocturno, nos encontramos con un vecino sentado en el pórtico de su casa, preparando cuidadosamente un altar. Sus escalones delanteros estaban revestidos con un hermoso arreglo de flores y velas, intercalado con fotos familiares enmarcadas. Él nunca había hecho un altar, pero su padre había fallecido el año anterior, así que este año quería recordarlo. Con alegría, señaló fotos y compartió recuerdos. Para este vecino, el altar funcionaba como un monumento conmemorativo.

Me enteré de que para muchos residentes, el Día de los Muertos es una fiesta de recuerdo. Compartir historias y el acto de recuerdo comunitario puede ser un evento significativo. El Día de los Muertos en Sherman Heights es también un festival que celebra la herencia cultural.

La secularización y la comercialización han hecho que se pierda de vista su conexión con el ocultismo y el culto a los antepasados, del mismo modo que muchos de los que celebran Halloween no participan en un ritual pagano.

Sin embargo, no se puede negar el fuerte componente espiritual del Día de los Muertos. Algunas personas, incluso las que asisten a la iglesia, oran a sus familiares muertos y dejan ofrendas de comida, por temor a lo que ocurrirá si no lo hacen.

Mezclar el cristianismo con otras prácticas y llegar a creer que seremos salvos por las obras puede ser un sincretismo evidente cuando juzgamos a los demás. Pero hay formas en las que también puedo ser sincretista, confiando en Jesús y en otra cosa, que no son tan diferentes espiritualmente de una ofrenda a un familiar muerto.

No importa en qué lugar del espectro se encuentren quienes celebran el Día de Muertos o cómo lo celebren sus vecinos y su comunidad, esta no es una fiesta a la que se deba temer. Cuando veo la calavera sonriente, pienso en las palabras de Pablo: «“¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15:55-57, NVI).

Cuando el vecindario se engalana con calaveras de azúcar, velas y macetas de caléndulas, me involucro, preguntando a mis vecinos sobre los familiares queridos fallecidos y compartiendo la alegría de sus recuerdos.

Y quizás tenga la oportunidad de compartir con ellos la alegría y la seguridad que tenemos nosotros porque servimos al Dios de los vivos, no de los muertos; el Dios que nos acoge, no por los rituales que realizamos, sino por la obra que Él hizo en la cruz.

Heidi Carlson es una escritora que ahora vive en el Reino de Bahrein con su marido y sus cuatro hijos.

Alexia Salvatierra (Pasadena, California): Este es un tema en el que los cristianos podemos estar en desacuerdo, siempre y cuando pongamos la salud espiritual de nuestros vecinos en primer lugar.

Pablo tuvo que enseñar a la iglesia primitiva más de una cuestión moralmente espinosa. En lugar de presentar una lista de lo que se debe y no se debe hacer, el apóstol planteó un principio teológico más fundamental: ¿Cómo afectará esta elección a tu prójimo?

«“Todo está permitido”, pero no todo es provechoso. “Todo está permitido”, pero no todo es constructivo. Que nadie busque sus propios intereses, sino los del prójimo» (1 Corintios 10:23-24).

Como luterana, entiendo las fiestas de la iglesia como recordatorios físicos de principios espirituales: útiles para las personas con cuerpo, para quienes el aprendizaje se refuerza con la experiencia física. El Día de Todos los Santos —una de las tradiciones de las que procede el Día de los Muertos— es un vehículo para transmitir el mensaje bíblico de que el cuerpo de Cristo es a la vez terrenal y celestial, proporcionando un momento de tranquilidad, un sentido de apoyo y un regalo de perspectiva.

Por supuesto, el Día de los Muertos no es el Día de Todos los Santos. Para algunos, es una forma de culto a los ancestros o una excusa para una fiesta de borrachera. Para otros, es un momento para recordar a los seres queridos y valorar el regalo de la familia.

Yo nací en Los Ángeles, en el seno de una familia que procedía de la tradición socialista y antieclesiástica de México, que consideraba que dicha fiesta fomentaba la superstición. Finalmente me convertí al cristianismo con el Jesus movement de los años 70.

Me uní a iglesias evangélicas de habla hispana que consideraban que la fiesta promovía una peligrosa distorsión de la vida después de la muerte, que distraía a la gente de las consecuencias eternas de aceptar o rechazar a Jesús como Señor y Salvador, y que fomentaba creencias paganas.

Cuando me convertí en pastora luterana, me encontré con un debate entre pastores que compartían la perspectiva anterior y otros que pensaban que la fiesta era una práctica cultural positiva por su énfasis en el valor de la familia y el respeto a los mayores, resaltando incluso su utilidad como herramienta de enseñanza.

¿Cómo deben responder los cristianos? ¿Participamos en los mejores aspectos de la fiesta e ignoramos los peores? ¿Nos ausentamos y la denunciamos? En el contexto luterano hispano, así como en la comunidad del Centro Latino del Seminario Teológico Fuller, podemos encontrar ambas perspectivas.

En última instancia, se trata de una cuestión de evangelismo: ¿Cómo podemos proclamar el Evangelio con palabras y hechos para que el amor de Cristo y el camino de Cristo sean experimentados y nombrados?

Por ejemplo, Martín Lutero utilizó la melodía de una famosa canción alemana para su himno característico «Una fortaleza poderosa es nuestro Dios», porque quería comunicar el concepto de Emanuel —Dios con nosotros— en medio de nuestras vidas, en cada rincón humano oscuro que necesita su misericordia y su luz.

A veces, en el Libro de los Hechos, Pablo señaló la presencia de Dios en lo familiar y lo utilizó como señal para llevar a la gente al conocimiento salvador de Cristo. Otras veces, denunció el culto a los ídolos y las prácticas culturales pecaminosas.

En todas las culturas que conozco bien, la gente honra la memoria de sus familiares muertos. No puedo imaginar por qué consideraríamos eso en sí mismo como un pecado. En cuanto a los altares o santuarios del Día de los Muertos, construir un santuario es pecaminoso o no dependiendo de a quién se esté adorando allí. Si se adora a un ídolo, entonces es un pecado. Si se adora a Dios, no lo es.

Sin embargo, en el contexto latinoamericano, un cristiano tendría que hacer un trabajo intencional para aclarar que la imagen de un familiar en un santuario del Día de los Muertos no estaba siendo tratada como un ídolo.

Es posible utilizar el Día de los Muertos como una ocasión para predicar sobre la familia terrenal y la celestial, para hablar de la vida eterna, para preguntar qué se necesita para reírse de verdad de la muerte, y tal vez incluso para hacer todo eso en la mesa en la que celebran los «recaudadores de impuestos y pecadores» (Marcos 2:15-16).

También es posible utilizar el Día de los Muertos para hablar de cómo separarse del mundo y buscar una vida de pureza y fidelidad, encarnando la Palabra en la negativa a participar.

Participar o no en la fiesta es una cuestión de discernimiento en el contexto, utilizando el principio rector del amor al prójimo. Este es un ejemplo de lo que Martín Lutero llamó adiaphora, un tema sobre el que los cristianos fieles pueden estar en desacuerdo sin romper la unidad por la que Jesús oró.

Alexia Salvatierra es decana académica del Centro Latino del Seminario Teológico Fuller y pastora ordenada desde 1988.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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Las bancas vacías en las iglesias representan una crisis de salud pública en Estados Unidos

Los estadounidenses están abandonando la iglesia. Nuestras mentes y cuerpos pagarán el precio.

Christianity Today October 31, 2021
Illustration by Ryan Johnson

El reverendo William Glass es un sacerdote y teólogo anglicano, habla cinco idiomas con fluidez y posee un currículum impresionante en mercadotecnia. Sin embargo, su historia no es una de privilegios. Para Glass, la iglesia le salvó la vida.

Glass creció en una situación desesperada en un barrio muy pobre de Florida. Su familia iba a la iglesia quizás una vez al año, pero su trasfondo religioso era, en sus propias palabras, «alcohólico sureño». Su padre estaba ausente la mayor parte del tiempo, y cuando no, era abusivo. Cuando Glass era pequeño no tenía amigos cercanos, y cuando asistía a la escuela, era un tormento. Durante la pubertad comenzó a aliviar su estrés con drogas y alcohol.

Un día Glass fue de visita a una reunión de jóvenes presbiterianos para «impresionar a una chica». No cambió todo de la noche a la mañana: siguió teniendo una vida difícil, incluido una breve temporada en la que no tenía donde vivir. Pero Glass también tenía amigos en varias iglesias que lo cuidaron durante sus tiempos de crisis, lo ayudaron a mantenerse conectado y le mostraron otra forma de vivir.

Desde la perspectiva de Glass, la iglesia le ofreció «capital social y relacional», que escaseaba en las comunidades fragmentadas a las que pertenecía. «Los lazos que formé en la iglesia», dice, «para mí significaron que, cuando las cosas empeoraban, había algo más que hacer además de la próxima mala situación».

El caso de Glass puede ser dramático, pero ilustra un patrón documentado en nuestra sociedad: las personas mejoran su vida social y personal, y a veces incluso literalmente salvan sus vidas, cuando van a la iglesia con frecuencia.

En el 2019, Gallup informó [todos los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés] que solo el 36 por ciento de los estadounidenses ven la religión organizada con «mucha confianza», en comparación con el 68 por ciento reportado en 1975. Los autores del estudio especulan que esta tendencia ha sido causada, en parte, por las fallas morales y los crímenes altamente publicitados de diversas instituciones y líderes religiosos.

Esta disminución de la confianza en las iglesias ha estado acompañada de importantes bajas, tanto en las cifras de membresía, como en las de la asistencia a la iglesia. El grupo Barna descubrió que hace 10 años, en el 2011, el 43 por ciento de los estadounidenses dijeron que iban a la iglesia todas las semanas. Para febrero del 2020, eso había caído 14 puntos porcentuales al 29 por ciento.

Sin embargo, cuando los estadounidenses describen las razones por las que rara vez o nunca asisten a la iglesia, los escándalos no aparecen entre las principales causas. En cambio, las personas que se consideran cristianos tienen más probabilidades de decir que practican su fe de otras formas (44 por ciento) o que hay algo que no les gusta en los servicios grupales (38 por ciento).

Ya sea que haya indignación o no, la experiencia más común de los cristianos que no van a la iglesia parece ser menos una elección deliberada y más una sustitución de hábitos. Dicho de otra manera, una gran parte de los cristianos están optando por hacerlo solos, trasladando su fe a lugares tan privados que ni siquiera la iglesia puede ingresar.

Obviamente, esta tendencia reduce la asistencia y la membresía en las iglesias. Pero menos obvio hasta hace poco es el hecho de que también está perjudicando el bienestar de quienes han dejado de asistir. Un considerable grupo de investigaciones desarrolladas durante las últimas dos décadas sugiere que la historia de Glass es un poderoso ejemplo de una realidad más amplia: la participación religiosa promueve fuertemente la salud y el bienestar.

Esto significa que el creciente descontento de los estadounidenses con la religión organizada no es solo una mala noticia para las iglesias: también representa una crisis de salud pública, una que se ha ignorado en gran medida, pero cuyos efectos probablemente aumentarán en los próximos años.

Por supuesto, el objetivo del evangelio no es bajar la presión arterial, sino conocer y amar a Dios de la misma forma en que Él nos conoce y nos ama. Tenemos que distinguir entre el florecimiento imperfecto que es posible en esta vida, y la felicidad y alegría perfectas que se completarán en la vida venidera.

Es difícil encontrar grandes conjuntos de datos para estudiar la vida en el cielo, pero sí podemos estudiar la versión imperfecta de la felicidad que tenemos aquí en la tierra: los aspectos de la salud, el bienestar y la integridad que pertenecen a esta vida, y las formas en que las comunidades religiosas contribuyen a ellos. Y estos también son valiosos para Dios.

Entonces, ¿cuáles son los beneficios para la salud pública de asistir a la iglesia? Considere cómo parece afectar a los profesionales de la salud. Algunas de mis investigaciones (Tyler) examinaron sus comportamientos a lo largo de más de una década y media utilizando datos del Estudio de salud de las enfermeras, que estudió y dio seguimiento a más de 70 000 participantes.

Los trabajadores de servicios médicos que dijeron que asistían a servicios religiosos con frecuencia (dada la composición religiosa de Estados Unidos, estos eran principalmente en iglesias cristianas de una u otra denominación) tenían un 29 por ciento menos probabilidades de caer en depresión, alrededor de un 50 por ciento menos probabilidades de divorciarse y cinco veces menos probabilidades de suicidarse que los que nunca asistieron.

Y, quizás el hallazgo más sorprendente de todos, los profesionales de la salud que asistían a los servicios religiosos semanalmente tenían un 33 por ciento menos probabilidades de morir durante un período de seguimiento de 16 años que las personas que nunca asistieron. Estos efectos son de una magnitud lo suficientemente grande como para marcar una diferencia práctica y no solo una diferencia estadística.

Una crianza religiosa también afecta profundamente la salud y el bienestar de por vida. Descubrimos que la asistencia regular a los servicios religiosos ayuda a proteger a los niños de los «tres grandes» peligros de la adolescencia: la depresión, el abuso de sustancias y la actividad sexual prematura. Las personas que asistieron a la iglesia cuando eran niños también tienen más probabilidades de crecer felices, de perdonar, de tener un sentido de misión y propósito, y de ofrecer servicios voluntarios.

Uno de mis estudios más recientes (Tyler) sobre profesionales de la salud indica que los asistentes a servicios religiosos tuvieron muchas menos «muertes por desesperanza» (muertes por suicidio, sobredosis de drogas o alcohol) que las personas que nunca asistieron a dichos servicios, lo que redujo esas muertes 68 por ciento para las mujeres y 33 por ciento para los hombres en el estudio.

Nuestros hallazgos no son únicos. Varios estudios de investigación bien diseñados y de gran alcance han encontrado que la asistencia a los servicios religiosos está asociada con una mayor longevidad, menos depresión, menos suicidios, menos tabaquismo, menos abuso de sustancias, índices más altos de supervivencia al cáncer y enfermedades cardiovasculares, menos divorcios, mayor apoyo social, mayor significado en la vida, mayor satisfacción con la vida, más voluntariado y mayor compromiso cívico.

Los hallazgos son extensos y crecientes. Importantes estudios recientes han sido dirigidos por médicos y científicos sociales como Harold Koenig, Byron Johnson, Ellen Idler, David Williams, Robert Putnam, David Campbell y W. Bradford Wilcox, junto con nuestro equipo de investigadores del Programa de Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard.

Si bien algunos de los primeros estudios sobre este tema fueron metodológicamente débiles, el estudio y la investigación se han vuelto cada vez más fuertes, y muchos de estos hallazgos ahora se consideran sólidamente establecidos. La asistencia a los servicios religiosos mejora enormemente la salud y el bienestar.

Todas las religiones son complejas y consisten en creencias doctrinales, devociones personales y varios tipos de observancia comunitaria. ¿Los aspectos particulares de la práctica religiosa afectan estos resultados de salud con más fuerza que otros?

Nuestra investigación sugiere que la asistencia a los servicios religiosos específicamente, más que las prácticas privadas e individuales, o la religiosidad o espiritualidad autoevaluada, predice con mayor fuerza la salud. La identidad religiosa y la espiritualidad privada pueden, por supuesto, seguir siendo muy importantes y significativas dentro del contexto de la vida religiosa, pero sus efectos sobre la salud y el bienestar no parecen ser tan fuertes como los de las reuniones regulares con otros creyentes.

La observancia religiosa parece disminuir la depresión y aumentar la satisfacción con la vida, particularmente al ampliar las redes de apoyo social de los participantes, así como al promover el optimismo, la esperanza y un sentido de significado en la vida.

Solo alrededor de una cuarta parte del efecto sobre el índice de esperanza de vida por parte de la asistencia a los servicios religiosos parece provenir directamente de un mayor apoyo social; parte del efecto parece depender de la forma en que la observancia religiosa disminuye la depresión y el tabaquismo, mientras que aumenta el optimismo, la esperanza y el sentido de propósito.

La razón de que los suicidios entre los asistentes a los servicios religiosos se reduzca a solo una quinta parte no está completamente clara, pero puede tener que ver con una combinación de varios factores protectores, incluyendo las enseñanzas de las iglesias sobre el suicidio, así como el apoyo social que se encuentra en la comunidad, y el menor riesgo de depresión y alcoholismo.

Una combinación similar de apoyo y enseñanzas que desalientan el divorcio y la infidelidad conyugal, y que fomentan el amor y el servicio mutuo, probablemente también ayuden a explicar las tasas de divorcio más bajas entre quienes asisten a servicios religiosos. Sin embargo, esos resultados positivos para el matrimonio probablemente también dependan de los muchos programas dentro de las comunidades religiosas que apoyan a las familias y los matrimonios, así como de mayores niveles de satisfacción con la vida y menor depresión en los practicantes religiosos dentro de la vida matrimonial.

Otro vínculo importante entre el culto religioso y la salud y el bienestar puede ser el perdón. Muchas religiones conectan el perdón de los pecados humanos por parte de Dios con nuestro perdón mutuo. Los judíos religiosos buscan el perdón de Dios en el Día de la Expiación (Yom Kippur), pero solo después de haber buscado el perdón de los demás el día anterior (Erev Yom Kippur). Para los cristianos, perdonar es una parte innegociable de practicar su fe. Muchos cristianos oran a Dios diariamente: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6:12, NVI), pero incluso sin esta oración, la enseñanza bíblica es que los cristianos deben perdonar (Mateo 6:15).

Los experimentos para ayudar a las personas a ser más indulgentes (así como una revisión de la literatura que clasificó los hallazgos de muchos estudios) indican que el perdón está relacionado con menos depresión y una mayor esperanza. El perdón parece lograr estos efectos al promover un mayor control sobre las emociones de uno y al ofrecer una alternativa para reprimir el enojo, o para evitar pensar en aquello que lo provocó una y otra vez sin cesar.

En resumen, hay varias formas en las que la asistencia a los servicios religiosos puede influir positivamente en el bienestar físico y mental de una persona, incluida la provisión de una red de apoyo social, la oferta de una guía moral clara y la creación de relaciones de rendición de cuentas que refuercen el comportamiento positivo.

Si estuviera tratando de mapear los factores que afectan el bienestar de los feligreses, se vería más como una red que como un diagrama de flujo. Las vías causales en cada uno de estos casos son numerosas, se superponen y probablemente se refuerzan mutuamente. En las iglesias, cada factor que causa bienestar se ve reforzado por la combinación con otros factores.

Como era de esperar, cada una de estas causas (apoyo social, guía moral y responsabilidad) se señala como un papel de la iglesia en el Nuevo Testamento.

Por ejemplo, en el Evangelio de Mateo, Jesús prescribe un sistema de responsabilidad creciente para sus seguidores, el tipo de estrategia que puede ayudar a las personas a vivir bien entre sí (18:15-16). Los cristianos como comunidad están llamados a ayudarse unos a otros a arrepentirse, cambiar y reconciliarse.

La carta a los Hebreos destaca la importancia de la enseñanza de la iglesia, particularmente cuando se vive con otros: «Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca» (10:24–25, NBLA).

Esta dieta regular de aliento y exhortación podría explicar algunos de los efectos de la asistencia a los servicios religiosos en el apoyo social, menor número de divorcios, un mayor significado y propósito en la vida, una mayor satisfacción con la vida, más donaciones caritativas, más voluntariado y un mayor compromiso cívico.

Sin embargo, muchos cristianos experimentan la asistencia a la iglesia no como una participación en un club de rotarios particularmente atractivo, sino como un encuentro con Dios hecho carne. Tanto en la Biblia como en la iglesia, vemos el poder de Dios junto con las fuerzas que podemos estudiar.

La metáfora del apóstol Pablo de la iglesia como un cuerpo también puede ayudarnos a comprender parte del poder de la vida religiosa comunitaria. En su primera carta a los Corintios, Pablo escribe: «De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo…. El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”. Ni puede la cabeza decirles a los pies: “No los necesito” …Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo» (1 Corintios 12:12, 21 y 27, NVI).

A través de sus diversos dones y la ayuda que se brindan entre sí, los miembros de las iglesias reciben apoyo en la fe religiosa y el crecimiento espiritual, pero también en asuntos más mundanos, desde la atención durante la enfermedad hasta la ayuda para encontrar trabajo después de un despido.

Sin embargo, el uso que hace Pablo de las imágenes corporales no es meramente una metáfora, sino una afirmación sobre la intensidad y la realidad de la presencia de Cristo en y a través de la iglesia. En el Libro de los Hechos, las experiencias de la iglesia incluso parecen contar como propias de Cristo: cuando Jesús confronta al todavía incrédulo Saulo en el camino a Damasco acerca de sus ataques a la iglesia, él pregunta: «¿Por qué me persigues?» (Hechos 9:4).

El pensamiento de la iglesia como el cuerpo de Cristo coloca un «pabellón sagrado» (para tomar prestada una expresión del sociólogo Peter Berger) sobre todos los aspectos de la vida comunitaria cristiana. En este contexto, los mandatos morales no son solo buenos consejos, sino que resuenan con el fuego y el trueno del Sinaí, mientras que el servicio a los pobres y presos no es simplemente una buena acción, sino un ministerio que Cristo acepta como si se hiciera por Él (Mateo 25:37-40). No es de extrañar que la participación en una comunidad así tenga efectos transformadores en muchos aspectos de la vida.

No hace falta decir que las personas no suelen volverse religiosas para añadir años a sus vidas. No son las tablas actuariales las que generan conversiones: es el testimonio de los santos, incluidos los ordinarios; la belleza de una cantata de Bach o un himno de Wesley, o incluso un éxito de radio; y experiencias diarias de amor, bondad y perdón (sin mencionar la obra del Espíritu Santo).

No obstante, está claro que la religión tiene importantes implicaciones para la salud pública.

Como demuestra la historia de William Glass, las comunidades religiosas proporcionan una sólida red de seguridad social que otras instituciones no pueden reemplazar fácilmente. Esto tiene implicaciones importantes, no solo para las propias comunidades religiosas, sino también para el asesoramiento y la atención médica, para las políticas públicas y para las personas y las familias.

En primer lugar, todos los creyentes deben alegrarse de saber que la asistencia a los servicios religiosos, en particular, afecta fuertemente la salud y el bienestar, y es natural que quieran difundir el mensaje.

Pero no se debe dejar solo a los feligreses y ministros la responsabilidad de promover la asistencia a estos servicios. Por ejemplo, podríamos preguntarnos si los médicos les deberían preguntar a sus pacientes creyentes sobre la asistencia a servicios religiosos comunitarios cuando preguntan sobre otros comportamientos.

Los resultados de la investigación sobre religión y salud no implican que los médicos deban «prescribir» universalmente la asistencia a los servicios religiosos. Comprensiblemente, los agnósticos serían reacios a recitar el Credo de los Apóstoles, incluso si pensaran que podría ayudarlos a contrarrestar la depresión. También se debe tener la debida precaución con aquellos con experiencias negativas previas, o que incluso han experimentado abuso en comunidades religiosas, pero algunas breves preguntas sobre la historia espiritual pueden ayudar a guiar a los profesionales.

Para la mayoría de los cristianos cuya fe les dice que se reúnan con otros, escuchar a un médico preguntar si han estado asistiendo a los servicios puede animarlos de una manera que su pastor o un miembro de la familia no pueden.

Más allá del nivel personal, nuestras políticas públicas también deben asegurar que las instituciones que brindan tales beneficios puedan seguir haciéndolo.

Ahorrar dinero al gobierno no es la razón principal por la que las instituciones pueden obtener exenciones fiscales. Aun así, vale la pena tomar en cuenta el considerable impulso de salud y bienestar que nuestra nación recibe de los servicios de la iglesia cada vez que reevaluamos el estado de exención de impuestos de las iglesias.

La participación religiosa no es simplemente una cuestión de libertades civiles, sino también un importante problema de salud pública. Como tal, debería ocupar un lugar más destacado en las discusiones de política pública sobre el suicidio y otras tendencias sociales preocupantes, como el aumento de la depresión entre los adolescentes o la disminución en las tasas de matrimonio.

Cuando los estadounidenses intentamos resolver los problemas sociales, todos, (no solo los cristianos), debemos recordar el papel que desempeña la religión en la vida de las personas. Por ejemplo, con la preocupación por el aumento de las tasas de suicidio en los Estados Unidos, muchos investigadores y comentaristas se han centrado en factores importantes como la prescripción excesiva de opioides o la disminución de los trabajos de manufactura.

Nuestra propia investigación indica que la disminución de la asistencia a los servicios religiosos es causante aproximadamente del 40 por ciento del aumento de las tasas de suicidio en los últimos 15 años. Si se hubiera podido evitar la disminución de la asistencia a dichos servicios, ¿cuántas vidas se podrían haber salvado?

Los beneficios para la salud pública de la participación religiosa subrayan la importancia de promover y proteger las instituciones y la libertad religiosas. También sugieren la necesidad de cambios significativos en la forma en que se retratan las contribuciones de las instituciones religiosas en los medios de comunicación, la academia y demás.

Por supuesto, mucho ha cambiado a causa de la pandemia de COVID-19. Muchas comunidades religiosas han tenido que cambiar la forma de reunirse en persona durante un tiempo para evitar la propagación de la infección. Muchos han encontrado formas de compensar, al menos parcialmente, esta pérdida, pasando a servicios virtuales y transmisiones por Internet, estableciendo grupos de discusión en línea o estudios bíblicos, o alentando una mayor devoción, oración y ritual personal y familiar. Algunos incluso han establecido la oración y la confesión en un sistema drive- thru.

Cada uno de estos es ciertamente mejor que ninguna participación religiosa. Sin embargo, es probable que ninguno sea un reemplazo perfecto para las reuniones en persona y la convivencia en comunidad.

Una encuesta reciente del grupo Barna. Encontró que alrededor de un tercio de los «cristianos practicantes» dejaron de unirse a la adoración colectiva durante la pandemia, y este grupo informó niveles más altos de ansiedad y depresión que aquellos que todavía adoraban de alguna manera.

Cuando haya pasado la pandemia actual, será importante restablecer las reuniones y los servicios cara a cara, en lugar de depender por completo de alternativas remotas. Además, necesitamos una perspectiva sobre los costos reales para la salud pública de las medidas para mitigar la pandemia. Existe un costo real para las disminuciones temporales en la asistencia al servicio, lo que podría conducir a cambios permanentes en los hábitos de adoración.

Aquí existe un peligro que los líderes religiosos deben considerar. Un gran número de iglesias en todo el mundo proclaman un «evangelio de la prosperidad», diciendo que Jesús les dará a sus seguidores salud y riqueza si solo tienen suficiente fe, y si hacen suficientes «inversiones» a través de donaciones, para reclamar dichas bendiciones.

No hay razón para pensar que Dios actuará de esta manera, ni en la Biblia, ni en los hallazgos de nuestra investigación. Por un lado, muchos de los resultados positivos promovidos que son verdaderamente promovidos por la observancia religiosa no son caminos fáciles hacia la prosperidad, sino formas de cultivar un espíritu de esperanza, perdón y disciplina frente a los muchos desafíos de la vida. La conversión de Glass le dio nuevos recursos para hacer frente a sus pruebas y problemas, pero no le dio el boleto ganador de la lotería.

Además, no está claro hasta qué punto unirse a una comunidad religiosa realmente mejora la salud y el bienestar de las personas que se unen con el único objetivo de promover su salud y bienestar, pero hay razones para sospechar que los beneficios no serán tan sorprendentes.

Considere una analogía: el matrimonio beneficia a los cónyuges de muchas maneras, pero lo hace con más fuerza cuando los cónyuges se aman y disfrutan el uno al otro por su propio bien. Lo mismo ocurre, quizás, con la religión: como C. S. Lewis sabiamente observó: «Apunta al cielo y tendrás la tierra por añadidura; apunta a la tierra y no tendrás ninguna de las dos cosas».

Finalmente, esta investigación tiene implicaciones a un nivel más individual. Para aproximadamente la mitad de todos los estadounidenses que creen en Dios, pero que no asisten regularmente a servicios religiosos, la relación aquí presentada entre la asistencia a dichos servicios y la salud puede constituir una invitación a que vuelvan a la vida religiosa comunitaria.

Algo sobre la experiencia religiosa comunitaria parece ser importante. Allí ocurre algo poderoso, algo que mejora la salud y el bienestar; y es algo muy diferente a lo que viene de la espiritualidad solitaria.

Esta investigación debería desafiar al creciente número de estadounidenses que se identifican a sí mismos como «espirituales, pero no religiosos», o que albergan dudas sobre la religión organizada, a considerar si sus propios viajes espirituales podrían emprenderse mejor en una comunidad de personas con ideas afines y bajo la disciplina de una tradición ensayada de creencias y prácticas.

Nuestra investigación sugiere que aquellos que descuidan reunirse (Hebreos 10:25) probablemente pierdan algo de una experiencia religiosa que es poderosa, tanto para la salud como para muchas otras cosas. Los datos son claros: ir a la iglesia sigue siendo fundamental para el verdadero florecimiento humano.

Tyler J. VanderWeele ocupa la cátedra John L. Loeb y Frances Lehman Loeb en Epidemiología en la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard y director del Programa para el Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard.

Brendan Case es el director asociado de investigación del Programa para el Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard y autor de The Accountable Animal: Justice, Justification, and Judgment (T&T Clark).

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Theology

Nuestra teología de la oración es más importante que nuestros sentimientos

Durante años he orado como si mi relación con Dios dependiera de ello. Ahora veo la oración de manera diferente.

Christianity Today October 30, 2021
Illustration by Cassandra Roberts

Durante una etapa de mi vida cristiana, me conocían como la persona a la que se podía acudir en busca de apoyo en oración. Si alguien me compartía una petición de oración, esa persona podía estar segura de que la añadiría a mi lista y oraría por esa persona o petición cada mañana en mi tiempo devocional. Durante años, no pasaba un día sin que dedicara intencionadamente un tiempo a la oración. Si me preguntaban qué hacía cuando estaba cansada o desanimada, mi respuesta habría sido —con toda honestidad— que no encontraba nada más refrescante o alentador que ponerme de rodillas y orar.

Si alguien tenía curiosidad acerca de los diferentes tipos de oración, le habría contado cómo aprendí a orar a través del acrónimo ACTS (adorar, confesar, traer acción de gracias y suplicar) y cómo luego descubrí que también se puede orar llevando un diario de oración, e incluso cantando. Habría compartido lo que aprendí de Richard Foster y Dallas Willard, de la práctica del silencio y la quietud en la oración, y de cómo integrar la oración a cada parte de mi vida como enseñó el Hermano Lawrence. Habría compartido también lo que aprendí del uso de las profundas y significativas oraciones de Pablo (que fueron recopiladas en un pequeño folleto por Elisabeth Elliot) y, finalmente, de meditar en las elocuentes palabras del Libro de Oración Común.

Me encantaba leer sobre la oración, hablar sobre la oración, intentar diferentes tipos de oración y animar a otros en sus vidas de oración. Sobre todo, me encantaba la dulce intimidad de la oración en sí misma. También leía y estudiaba la Biblia todos los días, pero la oración era el centro de mi relación con Dios.

Pero un día, sin aviso, razón o explicación, esa sensación de dulce intimidad desapareció, la vida de oración que había cultivado durante años pareció desvanecerse: mi propia relación con Dios parecía amenazada.

¿Una temporada de sequía?

Seguía cumpliendo las mismas prácticas y disciplinas de siempre, pero no parecían estar dando resultado. Seguía apartando tiempo para orar cada día, pero mi experiencia era notablemente diferente. Había días en los que no podía encontrar palabras para presentar, y otros días no podía mantener la concentración. Después me preguntaba si en realidad había estado orando o si había estado soñando, si mis preocupaciones habían subyugado mi tiempo de oración, si me había quedado dormida, o si había hecho un poco de ambos.

Lo que más me preocupaba era que no podía sentir la presencia de Dios en esos momentos. Aunque me habían enseñado que mi fe no dependía de mis emociones, me había acostumbrado a tener una sensación de conexión espiritual con Dios en la oración que no experimentaba en ningún otro momento. Cuando esa intimidad desapareció, quedé tambaleando.

¿Era esto a lo que se refería C.S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino cuando escribió que Dios «… tarde o temprano… [se] retira, si no de hecho, al menos de nuestra experiencia consciente»? ¿Estaba entrando por fin en este «periodo bajo», como lo llamaba Lewis? ¿Tenía razón Lewis en que «las oraciones ofrecidas en el estado de sequedad son las que más le agradan a Dios»? ¿O era esta la noche oscura del alma que describía Juan de la Cruz? ¿Podrían los años de lucha con la oración de Teresa de Ávila, y su marco del viaje del alma a través de diferentes etapas en la ascensión a Dios, ayudarme a entender lo que estaba experimentando?

A pesar de toda la sabiduría que ofrecen los recursos clásicos y contemporáneos sobre la oración, lo que Dios me enseñó en última instancia fue que mis luchas con la oración surgieron no porque estuviera en un estado de sequedad o en una nueva etapa de oración, sino porque —irónicamente, ahora puedo verlo— había hecho de la oración algo demasiado importante.

Un nuevo marco para la oración

No necesitaba otro método de oración ni leer otro libro acerca del tema: lo que necesitaba era una teología fiel acerca de la oración, puesto que la que había sustentado mi vida de oración durante años, tal y como resultó, estaba distorsionada.

Antes mencioné que «la oración era el centro de mi relación con Dios». Ahora veo todo tipo de luces de advertencia en esta afirmación. Había orado como si mi relación con Dios dependiera de ello, cuando en realidad mi relación con Dios no depende de una práctica espiritual, sino de su gracia y misericordia reveladas en Jesucristo por el poder del Espíritu Santo. En lugar de recibir la oración como un medio de gracia que Dios podía utilizar para fortalecer mi relación con Él, había entendido la oración como el ancla de esa relación, y había puesto todo mi peso y confianza en esta. Entonces, cuando mi vida de oración parecía haber desaparecido, me sentí como un bote desatado y a la deriva.

Aunque ciertamente creía que era salva por gracia y no por obras, también pensaba que mi relación diaria con Dios dependía fundamentalmente de mis momentos de oración, lo cual terminó haciendo que mis oraciones se parecieran mucho a las «obras». Reflexionando sobre mis conversaciones con otros creyentes y estudiantes a lo largo de los años, parece que muchos de nosotros vemos la oración como algo que tenemos que hacer, lo que nos lleva a sentirnos culpables o avergonzados porque no oramos lo suficiente, o nos hace creer que estamos alejados de Dios porque no hemos orado. Sin embargo, la Biblia muestra una imagen diferente de la oración.

«La segunda palabra»

Cuando oramos estamos respondiendo con gratitud al Dios que ya nos ha alcanzado en Cristo. Oramos el «Padre nuestro», como nos enseñó Jesús, porque ya formamos parte de la familia del pacto de Dios. Hemos sido adoptados por Dios a través de Cristo y del Espíritu. La oración es una práctica familiar, no algo que hacemos para encontrar nuestro camino o para mantener nuestro lugar en la familia, sino algo que hacemos porque ya somos parte de la familia. La oración siempre es, por naturaleza, una respuesta: en la oración estamos respondiendo al Dios que nos creó, nos redimió y nos hizo parte de su familia.

Eugene Peterson describe la oración como un «discurso de respuesta», escribe en Working the Angles [Trabajando los ángulos] : «La oración nunca es la primera palabra, siempre es la segunda. Dios tiene la primera palabra. La oración es un discurso que se da en respuesta: no es principalmente un “discurso” sino una “respuesta”. Entender plenamente esta naturaleza secundaria es esencial para la práctica de la oración». Lo que es cierto de toda nuestra relación con Dios —que depende de la acción previa de Dios— es también cierto de la oración. El Dios que dio origen a la creación, el Señor que llamó a Abram a hacer un pacto con él, el Verbo que se hizo carne para que pudiéramos ser hechos hijos de Dios, es el mismo Dios a quien respondemos en la oración.

En nuestros tiempos de oración no entramos como los iniciadores, con todo el peso sobre nuestros hombros, sino que entramos como los que responden a un Dios que nos ha dado en su gracia todo lo que necesitamos para estar en relación con Él. Esto no es simplemente una verdad en tiempo pasado —que gracias a la obra salvífica de Cristo en la cruz podemos tener una relación con Dios—, sino que también incluye la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas en el presente. El Espíritu Santo, por el que clamamos «Abba, Padre» (Gálatas 4:6), nos fue dado como nuestro Consejero permanente para estar con nosotros para siempre (Juan 14:16). Dios nos dio el Espíritu Santo para unirnos a Dios en Cristo y guiarnos a medida que vivimos cada día como hijos de Dios. A la luz de esto, Agustín a menudo llamaba al Espíritu Santo simplemente «el Don».

Orando con el Espíritu

Esto tiene implicaciones reales para nuestra vida de oración. Peterson escribió en Christ Plays in Ten Thousand Places [publicado en español como Cristo actúa en diez mil lugares],

Si el Espíritu Santo —la forma que Dios eligió para estar con nosotros, obrar a través de nosotros y hablarnos— es el modo en que se mantiene la continuidad entre la vida de Jesús y la vida de la comunidad de Jesús, la oración es el modo principal en que dicha comunidad recibe y participa activamente en esa presencia, obra y habla. La oración es el medio por medio del cual estamos atentamente presentes delante de Dios, quien está presente en nuestras vidas en el Espíritu Santo.

Esto nos libera de pensar que la oración tiene que ver con nuestra postura o nuestras «palabras correctas». La oración consiste en estar atentos al Dios que ya está presente con nosotros, al Dios que ya está actuando en nosotros, en nuestras comunidades y en el mundo, y al Dios que quiere que participemos en su obra en curso.

Cuando oramos dependemos del Espíritu, sea que lo reconozcamos o no. Porque «no sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios» (Romanos 8:26-27). Pablo no está diciendo simplemente: «Cuando no encuentres las palabras, el Espíritu te ayudará». ¡La Palabra está prometiendo que el Espíritu mismo está intercediendo por nosotros todo el tiempo! Nunca sabemos con exactitud qué es lo que debemos orar, y eso está bien: el Espíritu tomará todo lo que ofrezcamos, por muy ricas o pobres que sean nuestras palabras, por muy concentrados o distraídos que nos sintamos, e intercederá por nosotros de acuerdo con la voluntad de Dios. ¡Gracias a Dios!

En Apocalipsis 5, Juan describe una visión de un Cordero inmolado sobre un trono, rodeado de ancianos que se han postrado en señal de adoración. Cada uno de ellos sostiene «copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios» (v.8). Es sorprendente imaginarlo: nuestras oraciones ordinarias y cotidianas llegan hasta la misma presencia de Dios. Nada en este pasaje sugiere que solo las oraciones elocuentes llegan a esas copas de oro, o solo las oraciones ofrecidas por aquellos que han alcanzado una absoluta quietud de mente y espíritu, sino que sea lo que sea que ofrezcamos, independientemente de lo que sintamos o dejemos de sentir, el Espíritu toma nuestras palabras, nuestros gemidos o nuestros momentos de silencio, intercede, los refina según la voluntad de Dios, y los ofrece a Dios como incienso fragante que sube al Cordero que está en el trono.

Cristo mismo ora por nosotros

No solo el Espíritu está activamente presente en nuestra vida de oración, sino que Jesús mismo intercede por nosotros. En el libro de los Hebreos se habla del «sacerdocio imperecedero» de Cristo y de que «vive siempre para interceder por [nosotros]» (7:24-25). Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio por nuestros pecados una vez y para siempre, y sigue mediando a nuestro favor mientras sirve en el santuario, sentado a la derecha del Padre (7:27-8:2). Esto incluye orar a nuestro favor, al igual que los sumos sacerdotes del Antiguo Pacto ofrecían no solo sacrificios, sino también oración en nombre del pueblo. El sacerdocio permanente de Jesús enfatiza que nunca estamos solos cuando oramos, pues todas nuestras oraciones están envueltas en las continuas intercesiones de nuestro Salvador.

Por nuestra cuenta estamos indefensos ante Dios y dependemos totalmente de la salvación hecha posible por Jesucristo. Del mismo modo, no somos menos dependientes de la gracia de Dios para nuestras vidas de oración. Como James B. Torrance escribió en Worship, Community, and the Triune God of Grace [La adoración, la comunidad y el Dios Trino de la Gracia]:

El Dios al que oramos y con quien estamos en comunión sabe que queremos orar, que intentamos orar, pero que no podemos hacerlo. Así que Dios viene a nosotros como un hombre en Jesucristo para sustituirnos, orar por nosotros, enseñarnos a orar y dirigir nuestras oraciones. Dios, en su gracia, nos da lo que busca de nosotros —una vida de oración— al darnos a Jesucristo y al Espíritu. Así, Cristo es enteramente Dios, el Dios a quien oramos, y es enteramente hombre, el hombre que ora por nosotros y con nosotros.

Cuando oramos, podemos confiar en Jesucristo, quien siempre ora por nosotros y con nosotros.

Dietrich Bonhoeffer llega a decir que la oración de Cristo a nuestro nombre es lo que hace que nuestras oraciones sean verdaderas oraciones. La oración no consiste fundamentalmente en que nosotros derramemos nuestras palabras, nuestros corazones o nuestras emociones a Dios. «La oración cristiana», escribe Bonhoeffer en Life Together [publicado en español como Vida en Comunidad], «se apoya sobre el sólido terreno de la Palabra revelada y no tiene nada que ver con caprichos vagos y egoístas. Oramos sobre la base de la oración del verdadero Jesucristo Hombre. (…) Solo podemos orar correctamente a Dios en el nombre de Jesucristo».

Cuando oramos «en el nombre de Jesús», reconocemos que nuestras oraciones dependen de Jesucristo, y esto nos da libertad. Cuando no somos realmente conscientes de la presencia de Dios en la oración, está bien. Siempre estamos conectados por el Espíritu al ministerio continuo de la oración de Jesús, sea que lo sintamos o no. Cuando la oración no nos proporciona la sensación de intimidad que esperamos, podemos encontrar gozo en saber que nuestra unión con Cristo es segura. Cuando el sufrimiento y el dolor dificultan la oración, podemos descansar en la verdad de que el Espíritu Santo y Jesucristo seguirán intercediendo por nosotros. Cuando pasamos por temporadas de sequedad, podemos perseverar en la fe, recordando que nuestra experiencia de oración no es fundacional porque Jesucristo mismo es el fundamento, la Palabra de Dios, quien vive siempre para interceder por nosotros.

Palabras prestadas

Han pasado más de veinte años desde que mi vida de oración fue derribada. En esos años, Dios la ha reconstruido para que se apoye sobre el firme fundamento de Cristo mismo en lugar de mis expectativas o experiencias. A medida que mi comprensión teológica de la oración se ha profundizado, me he regocijado al saber que mis pequeñas oraciones, por más humildes o débiles que sean, forman parte de una hermosa y continua realidad trinitaria. He encontrado libertad en saber que la oración es una respuesta a Dios, y una respuesta capacitada por la gracia de Dios, más que un deber que dependa de mí.

A lo largo de los años he descubierto que orar las palabras de las Escrituras me recuerdan estas verdades teológicas liberadoras. En su libro Psalms: The Prayer Book of the Bible [publicado en español como Los Salmos: El libro de oración de la Biblia] Bonhoeffer escribió: «Aprendemos a hablar con Dios porque Dios nos ha hablado y nos sigue hablando. (…) Las palabras de Dios en Jesucristo salen a nuestro encuentro en las Sagradas Escrituras. Si queremos orar con confianza y alegría, entonces las palabras de las Sagradas Escrituras tendrán que ser la base sólida de nuestra oración». Creo que Bonhoeffer tiene razón, pues orar con las palabras prestadas de la Biblia fue una de las maneras en que Dios reconstruyó mi vida de oración sobre una base más sólida, recordándome que la oración es responder a Dios, no generar mi relación con Dios.

Orar los salmos me recuerda que mis oraciones están enraizadas en el ministerio de oración continuo de Jesús. Él mismo oró regularmente los salmos durante su ministerio terrenal. Cuando hacemos lo mismo, Bonhoeffer sugiere que nos encontramos con Cristo mismo orando, y que nuestras oraciones se unen a las suyas. Orar los Salmos me ayuda a abrazar la oración con «confianza y alegría», como dice Bonhoeffer, reconociendo que mi vida de oración depende totalmente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no de mí.

Cuando nos enfrentemos al desánimo en nuestra vida de oración, que la realidad de que Cristo ora por nosotros y el Espíritu intercede por nosotros nos invite al gozo y a la libertad. Nuestras oraciones son una respuesta a nuestro Dios amoroso que nos buscó primero.

Kristen Deede Johnson es decana y vicepresidenta de asuntos académicos, así como profesora de Teología y Formación Cristiana en el Western Theological Seminary en Holland, Michigan. Entre sus libros se encuentra The Justice Calling, en coautoría con Bethany Hanke Hoang.

Traducción por María Stephania Vélez

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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Ahora todos somos bautistas… Así que no nos peleemos como si lo fuéramos

La democracia estadounidense y el cristianismo democratizado se enfrentan a crisis similares de desunión. 

Christianity Today October 27, 2021
Illustration by Andrius Banelis

Hace varios años me topé con una tira cómica de dos columnas que me hizo reír y hacer muecas al mismo tiempo. La primera tenía la típica escena en el río Jordán de una figura familiar con barba, vestido de pelo de camello, colocando a alguien bajo el agua, y el pie de imagen decía: «Juan el Bautista». La segunda retrataba una escena similar, pero al penitente se le mantenía debajo del agua, pataleando por salvar su vida, mientras las burbujas indicaban que se estaba ahogando. En esa, el pie de imagen decía «Juan el Bautista del Sur».

Hubo un tiempo en que esa vieja tira cómica habría provocado cierta altivez en cristianos de otras denominaciones, pero ya no. En cierto modo, ahora todos somos bautistas.

Hace años, el historiador Martin Marty habló de la «bautistificación» de la religión estadounidense: con eso se refería a que el credo individualista, el enfoque empresarial y el modelo social voluntario de la iglesia eran tan coherentes con el ethos estadounidense que casi cualquier congregación cristiana —sin importar la forma de gobierno o la teología— estaba empezando a reflejarlo.

Para los bautistas, esto parecería coherente con el tema de conversación durante generaciones de que la clase de gobierno practicado en las iglesias bautistas era el modelo para la clase de democracia a la que Estados Unidos aspiraba.

Sin embargo, la democracia estadounidense cada vez se está empezando a parecer más a una reunión administrativa bautista. La teoría de «el sacerdocio de todos los creyentes» y que toda voz cuenta está abriendo paso a la dura realidad de las luchas a cuchillo, la separación entre facciones y el darwinismo social en el que la gente más mezquina y agresiva es la que dicta los términos del debate. Ya sea que el debate gire en torno al color de la alfombra del vestíbulo o a cómo terminar una pandemia global, las llamadas élites tienen un miedo constante a los levantamientos populistas, y los levantamientos populistas a menudo se ven manipulados por los que esperan formar parte de las élites.

Las iglesias que en su momento pensaron que se podrían proteger de las constantes amenazas de polarización y amargura con una forma de gobierno basada en obispos o presbíteros, ahora descubren que tienen los mismos factores en marcha, incluyendo las falsas controversias y las amenazas del retiro de recursos o el abandono. Incluso el papa parece a veces estar a merced de una burocracia vaticana con las mismas dinámicas que una junta de diáconos de Andalusia, Alabama.

Para ver el resultado de todo esto, solo hay que mirar a cualquier comunidad de los bautistas del sur donde cada «Primera iglesia» y «Segunda iglesia», cada «Iglesia Bautista Armonía» y «Iglesia Bautista Nueva Armonía» cuentan una triste historia de antiguas divisiones, a menudo con años de amargura sin articular por ambas partes.

A corto plazo, nada anima más a algunas personas que una buena controversia de iglesia. Aparecen personas a las que no se había visto desde la Escuela Bíblica de vacaciones. Pero, al final, la iglesia se vacía de todo el mundo salvo de aquellos que quieren recrear las antiguas peleas, hablando de problemas cada vez menores y arrojando toda clase de cifras en los argumentos.

Por esa razón algunas iglesias nuevas nunca pondrían «bautista» en sus nombres, o en sus letreros, o en sus páginas web. En algunas iglesias los nuevos asistentes descubren que son bautistas del sur solo en las últimas etapas de su formación para nuevos miembros: casi del mismo modo en que los cienciólogos descubren, solo tras avanzar hasta cierta etapa, lo relativo a Xenu de la Confederación Galáctica.

No tiene por qué ser así. Las peleas dentro del movimiento bautista es el lado oscuro de algo que realmente haríamos bien en emular: un pueblo que, en su mejor momento, enfatiza la necesidad de la conversión personal, una sublime gracia que se traduce en que tanto los camioneros que transportan madera, como los veteranos sin hogar tienen la misma voz que los magnates empresariales y los senadores.

Los bautistas —ya sea global o localmente— tienden siempre a mostrar su peor rostro cuando están al control de cierto poder terrenal, y el mejor cuando están ubicados en los márgenes. Contrastemos el prohibicionismo con la obra de los bautistas a favor de la libertad religiosa en la era de la fundación de Estados Unidos, o el liderazgo de los bautistas en el movimiento a favor de los derechos civiles. Esa misma clase de dinamismo está en marcha ahora también en los metodistas chinos que se reúnen en secreto, los anglicanos africanos que plantan iglesias por todo el mundo, y la primera generación de pentecostales hispanoamericanos que superan a las iglesias establecidas a su alrededor en evangelismo y servicio (incluso en comunidades donde luchan contra la suposición nativista de que todos ellos son «ilegales» y «extranjeros»). Allá donde el testimonio y el ejemplo —no la caza de la herejía ni las luchas de poder— son el centro de atención, todos los que somos cristianos evangélicos podemos aprender de la mejor clase de bautistas.

Solo entonces podemos demostrar al mundo que no importa cómo bauticemos, seguimos recordando el evangelio del río Jordán. Solo entonces podemos mostrar a nuestra cultura que hay una diferencia entre la inmersión y el ahogamiento.

Russell Moore lidera el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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No hay más héroe que Cristo

Cuando dividimos la iglesia en buenos y malos, le robamos la gloria a Dios.

Christianity Today October 27, 2021
Source Images: PxHere / Creative Commons

Recientemente publicamos un artículo en línea [enlace en inglés] de un misionero llamado Nolan Sharp. Sus décadas de ministerio en Croacia lo habían sensibilizado, decía, para ver las maneras en que grupos divididos de personas contaban sus historias. Él argumenta que en un mundo desgarrado, donde los campamentos beligerantes hilan historias que idolatran su propio lado y demonizan al otro, los libros bíblicos de Primera y Segunda de Samuel sirven de modelo para tener otro enfoque.

La tribu de Benjamín apoyaba a Saúl, y la de Judá a David. Ambas partes tenían muchas razones para despreciar al otro. El liderazgo de Samuel terminó con nepotismo y fracaso, el de Saúl con derramamiento de sangre y locura, y el de David estaba manchado por el peor de los pecados. Sin embargo, los libros de Samuel son implacables en su narración. La narrativa no está poblada de ángeles a un bando y demonios en el otro, sino de humanos de carne y hueso que son importantes tanto por sus fracasos como por sus triunfos.

Sharp lo llama «una narrativa reconciliadora», una historia que afirmaba la experiencia de ellos con toda su complejidad y volvía a reunir a un pueblo fragmentado con una comprensión común de su historia. Las tribus de Benjamín y de Judá de hecho terminaron por reconciliarse y sobrevivieron en el reino del sur cuando las tribus del norte se desperdigaron y se perdieron. Y por eso, siglos después, una pareja de la tribu de Benjamín llamó a su hijo Saulo (Saúl), quien se convirtió en Pablo y proclamó el evangelio de Jesucristo, el León de la tribu de Judá.

Es un poderoso resumen de lo que nos esforzamos por conseguir en Christianity Today: ser narradores que reconcilian, que registran y reflejan las narrativas de la iglesia con honestidad y humildad. Un ejemplo es nuestro podcast The Rise and Fall of Mars Hill [El ascenso y la caída de Mars Hill]. Su popularidad ha subido como la espuma, en gran medida, creo, debido a su narrativa matizada. A través de los lentes de la antigua iglesia de Mars Hill de Seattle, Mike Cosper examina algunas de las fuerzas que han dado forma al tejido de nuestras iglesias en las últimas décadas. Es una historia «de poder, fama y trauma espiritual», dice Mike, «y, aun así, también es una historia acerca del misterio de Dios trabajando en lugares rotos».

Y esa es la cuestión. Ya sea que nos dividamos debido a diferencias políticas, preferencias culturales o a las luchas de poder de una iglesia, poner a los héroes en un lado y a los villanos en otro casi siempre es una distorsión de la verdad, una injusticia hacia otros seres humanos, y un robo de la gloria que le pertenece a Dios.

No hay héroes en la iglesia, salvo Cristo. Cuando somos honestos acerca de nuestro quebrantamiento, este ilumina el poder de Dios. Nos maravillamos no solo por nuestro pecado, sino también por el misterio y la majestad de un Dios que, no obstante, persiste en obrar a través de nosotros para traer lo que es bueno, bello y verdadero al mundo.

Timothy Dalrymple es presidente, CEO y editor jefe de Christianity Today. Sígalo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Realmente estamos en el mismo equipo

Aunque nos resulte difícil de creer, los cristianos tenemos todo lo necesario para «ser uno».

Christianity Today October 25, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source Images: Vince Fleming / Jeffrey F Lin / Nathan Mullet / Unsplash

Cuando era adolescente, jugaba softball en una liga comunitaria. Algunos de nosotros íbamos a la misma escuela, pero no nos conocíamos la primera vez que salimos juntos bajo las luces. Éramos unos desconocidos con uniformes de poliéster grises y gorras de béisbol de color anaranjado. A la distancia, no se podía distinguir a una chica de la otra.

Al comienzo de nuestro primer partido, había una sensación palpable de posibilidad. Mis compañeras de equipo tenían talento y el entrenador era duro. A medida que pasaba su tiempo observándonos durante la temporada, nos posicionaba y nos colocaba en diferentes papeles, jugando con nuestras fortalezas individuales. A medida que cada jugadora se iba haciendo cargo de su talento, aumentaba la sinergia y el éxito. Incluso ganamos algunos partidos.

Hoy en día, en lugar de sentirnos como un solo equipo con jugadores que tienen diferentes talentos, nos encontramos en un momento cultural en el que a menudo parece que estamos en equipos diferentes. Esto es cierto en la sociedad en general y, tristemente, parece igual de cierto dentro de la Iglesia.

Hay razones justificadas para la división. Tenemos apegos defendibles ligados a nuestras creencias. Hemos desarrollado formas sofisticadas y duramente ganadas de gestionar nuestros miedos y preferencias, y queremos protegerlas.

Pero hubo un tiempo en el que la Iglesia era como un equipo de softball nuevo, saliendo a la hierba recién cortada a finales del verano, con diferencias individuales oscurecidas por lo que eran en conjunto: Todos estaban «… llenos del Espíritu Santo. (…) Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. (…) Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común» (Hechos 2:4, 42, 44, NVI).

Aquellos primeros creyentes no vestían uniformes de poliéster gris y naranja, pero sí estaban marcados por características distintivas. Entre ellas: la humildad y la paciencia, y el deseo de conciliar sus diferencias individuales en una comunidad sin fisuras.

Si alguien ha dicho «sí» al llamado de Dios en su vida, entonces está llamado a ser embajador del mismo tipo de reconciliación. Debemos llevar una vida digna de esa llamado, «tolerantes unos con otros en amor» y manteniendo la unidad del Espíritu (Efesios 4:1-3).

Dios está tan comprometido con esta unidad que Jesús oró específicamente por nosotros: «… para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17:21).

Jesús no era ingenuo. Sabía que lograr la unidad es un trabajo lento y requiere paciencia. Envió al Espíritu Santo para que estuviera atento a su oración por nosotros.

Jesús sabía que soportarse unos a otros no es lo mismo que respaldar las creencias de otra persona en contra de tu propia conciencia. Sabía que soportarse unos a otros no es evitar el conflicto ni buscar la aprobación (Gálatas 1:10). Sabía que tolerar a alguien que maneja una agenda llena de ira requiere una fuerza casi imposible.

¿Tenemos lo que se necesita para amar en tiempos difíciles? No por nuestros propios medios, sino por gracia, Dios nos da una fuerza imposible, porque estamos recurriendo a la fuerza de las riquezas de Dios, nuestro suministro compartido (Filipenses 4:19; 2 Corintios 9:8).

No te sorprendas si vivir esta vida común es doloroso. Simplemente está más allá de lo que podemos lograr con nuestros propios esfuerzos. Requiere orar continuamente por sabiduría y perdón.

Pero no solo es doloroso para nosotros. Isaías 63:9 nos dice que Dios mismo se angustia cuando nosotros nos angustiamos, y dio su vida para hacer algo al respecto. La oración de Jesús es clara con respecto a la conexión entre su sufrimiento y nuestra unidad: es la base que tenemos en común y que es nuestro testimonio al mundo.

Así que lamentemos nuestras pérdidas, confesemos nuestras faltas y celebremos con sinceridad y especificidad las formas en que hemos visto la misericordia de Dios en medio de nosotros.

Abramos nuestras cámaras de eco y construyamos puentes en lugar de fosos. Escuchemos la pequeña y tranquila voz del Espíritu y atendamos a lo que nos pida.

Son tiempos difíciles, pero hay un trabajo del Reino por hacer. Cristo refuerza nuestra esperanza. En Cristo, hemos sido llamados a formar parte del equipo, hemos sido elegidos para participar en esta obra de reconciliación. Podemos dejar atrás nuestros hábitos de cinismo y autoprotección. En Cristo, nuestro trabajo consiste en no abandonarnos unos a otros, porque compartimos una misma fe (2 Corintios 5:19). Porque este juego sigue en pleno apogeo.

Sandra McCracken es cantautora en Nashville y autora del libro de próxima aparición Send Out Your Light: The Illuminating Power of Scripture and Song [Manda tu luz: El poder iluminador de las Escrituras y las canciones] (B&H).

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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¿Qué viene después del movimiento exgay? Lo mismo que vino antes.

Los líderes evangélicos de la vieja escuela alguna vez conocieron el valor del «cuidado» sobre la «cura».

Christianity Today October 25, 2021

«Mike, ¿sabes una cosa? Yo solía ser gay», dije.

Mike dejó de mover su brocha cuando las palabras salieron torpemente de mi boca. Él estaba pintando el apartamento en la ciudad de St. Louis al que llamé hogar durante el verano de 1997 cuando inicié el programa de doctorado en Teología Histórica.

Me había preguntado por mis estudios y empezamos a hablar de la fe. Mike me había explicado que sentía que nunca podría ir a la iglesia porque era gay.

«Sé que dicen que eso no debería suceder», continué, después de soltar la bomba. «Pero esa es mi historia». Mike me miró con interés mientras bajaba la lata de pintura al piso, equilibrando suavemente su brocha en el borde.

Al recordar este encuentro, puedo ver que tenía todos los rasgos de lo que se conoció como el movimiento exgay, del que fui un entusiasta defensor. Lo más notable es mi uso del guion exgay: «Yo solía ser gay». La frase implicaba que yo ya no era gay. Tenía un testimonio, una historia que contar sobre cómo había dejado la homosexualidad atrás.

Para ser claros, mis atracciones sexuales en ese momento se dirigían tan exclusivamente a otros hombres como siempre. Seguía estando en la cima de la escala de Kinsey que los investigadores utilizan desde los años 40 para clasificar la orientación sexual. Lo que me hacía ser exgay era simplemente que utilizaba el guion exgay. Intentaba convencerme a mí mismo de que era un hombre heterosexual con una enfermedad —una enfermedad curable— llamada homosexualidad. Una condición de la que me estaba curando.

Mi maniobra terminológica era un componente integral de la terapia de conversión. Alan Medinger, el primer director ejecutivo de Exodus International, la describía [todos los enlaces redirigen a contenidos en inglés] como «un cambio en la percepción de sí mismo en la que el individuo deja de identificarse como homosexual». Todo era cuestión de identidad. El testimonio hacía al hombre. Y, dentro de mi marco exgay, no estaba mintiendo; estaba reivindicando mi nueva realidad.

Yo era un exgay.

La aparición de Exodus International en 1976 había puesto a los evangélicos en un camino esperanzador hacia la curación de la homosexualidad. Su fundador, Frank Worthen, explicó: «Cuando empezamos Exodus, la premisa era que Dios podía cambiarte de gay a heterosexual». Lo que siguió fue un experimento de décadas de duración con cientos de miles de sujetos humanos de prueba. El movimiento se derrumbó después de que el presidente de Exodus, Alan Chambers, declarara en 2012 que más del 99 % de los clientes de Exodus no habían experimentado un cambio en su orientación sexual.

Aunque el paradigma de la curación fracasó, todavía camina muerto entre nosotros, ya que algunos dentro de las principales denominaciones tratan de institucionalizar su enfoque. Los recientes debates entre anglicanos y presbiterianos conservadores sobre si alguien puede afirmar una «identidad gay» son solo la última ronda de disputas similares que han resonado en los pasillos de la iglesia durante años. Después de todo, renunciar a una autopercepción homosexual era el primer paso esencial en la terapia de conversión.

Uno de los efectos de este enfoque era que obligaba a los creyentes no heterosexuales a esconderse tras una máscara, fingiendo ser cualquier cosa menos gay. Era parte del proceso de reparación.

Pero esta innovación teológica era un desarrollo relativamente reciente. Antes de que existiera un paradigma de curación de la homosexualiad, había una ortodoxia más antigua que incluía un paradigma cristiano de brindar cuidado a los creyentes no heterosexuales.

Me he preguntado si Henri Nouwen tenía en mente su propia homosexualidad cuando escribió sobre la diferencia entre el enfoque del cuidado y el enfoque de la cura. En la biografía Wounded Prophet [Profeta herido], Michael Ford documenta cómo Nouwen habló de su experiencia como hombre gay célibe con su círculo de amigos. Nouwen había probado métodos psicológicos y religiosos para cambiar de orientación, sin éxito. Sabía que, por obediencia a Dios, no podía permitirse mantener relaciones sexuales. Pero su camino estuvo lleno de soledad, anhelos insatisfechos y muchas lágrimas.

En Bread for the Journey [Pan para el camino], escribió: «El enfoque del cuidado consiste en estar con, llorar con, sufrir con, sentir con. El cuidado es compasión. Es reclamar la verdad de que la otra persona es mi hermano o hermana, humano, mortal, vulnerable, como yo».

«A menudo no somos capaces de curar», insistió, «pero siempre somos capaces de cuidar».

Algunos líderes evangélicos, entre ellos John Stott, ayudaron a sentar las bases de un paradigma pastoral del cuidado. Stott —teólogo y escritor etiquetado como el «Papa protestante» por la BBC— defendió que la orientación sexual continúa formando parte de la constitución de cada individuo. Como escribió Stott en su libro Issues Facing Christians Today [Cuestiones que afrontan los cristianos hoy] en 1982: «En toda discusión sobre la homosexualidad debemos ser rigurosos al diferenciar entre “ser” y “hacer”, es decir, entre la identidad y la actividad de una persona, la preferencia sexual y la práctica sexual, la constitución y la conducta».

Stott sostenía que la orientación homosexual es parte de la identidad del creyente, una parte caída, pero una que el evangelio no borra sino que llama a la humildad.

Esta postura se remonta incluso más atrás que Stott. C. S. Lewis habló en una carta de 1954 a Sheldon Vanauken de un «hombre homosexual piadoso» sin aparente contradicción. El mejor amigo de Lewis de toda la vida, Arthur Greeves, era gay. Lewis lo llamaba su «primer amigo» y dejó en claro que su orientación sexual nunca sería un problema en su amistad. Iban de vacaciones juntos. La recopilación de cartas que Lewis envió a Greeves, recogida bajo el título They Stand Together, suma un total de 592 páginas.

En Estados Unidos, mientras los disturbios de Stonewall en 1969 en Nueva York anunciaban el nacimiento del movimiento por los derechos de los homosexuales, los protestantes ortodoxos ya se preguntaban qué visión positiva dan las Escrituras a las personas que son homosexuales. El libro publicado bajo un seudónimo por InterVarsity Press de 1970 The Returns of Love: Letters of a Christian Homosexual [Las vueltas del amor: Cartas de un homosexual cristiano] trazó una estrategia de cuidado y fue promovido por Stott. El autor del libro, un gay anglicano célibe anónimo, explicó que todavía era virgen cuando lo escribió.

Los líderes del evangelicalismo sabían que había una historia de abusos a considerar. En una carta de 1968 a un pastor europeo, Francis Schaeffer lamentó la complicidad de la Iglesia en la marginación de los homosexuales. El pastor había visto suicidarse a no menos de seis homosexuales, y había buscado el consejo de Schaeffer. «Los homosexuales tienden a ser expulsados de la vida humana (especialmente de la vida eclesiástica ortodoxa), aun cuando no practiquen la homosexualidad», lamentó Schaeffer. «Creo que esto es tan cruel como equivocado». De hecho, el ministerio de Schaeffer se convirtió en un imán para homosexuales que tenían interés y luchas con respecto al cristianismo.

Los líderes antes mencionados sentían disgusto por los líderes religiosos abusivos. Cuando Jerry Falwell Sr. le planteó a Schaeffer el tema de la homosexualidad en privado, Schaeffer comentó que la cuestión era complicada. Tal como lo contó Frank, el hijo de Schaeffer, en una entrevista con NPR y también en su libro Crazy for God [Loco por Dios], Falwell le lanzó entonces una contestación: «Si yo tuviera un perro que hiciera lo que ellos hacen, le dispararía». No había humor en la voz de Falwell.

Después, Francis Schaeffer le dijo a su hijo: «Ese hombre es realmente desagradable».

«Los pecados sexuales no son los únicos», escribió Stott en su libro, «no son siquiera necesariamente los más pecaminosos; el orgullo y la hipocresía son peores sin duda».

En 1980, Stott convocó una reunión de evangélicos anglicanos para trazar un enfoque pastoral de la homosexualidad. Lo iniciaron con un arrepentimiento público por sus propios pecados contra los homosexuales. En una declaración, estos líderes declararon: «Nos arrepentimos de la paralizante “homofobia”… que ha coloreado las actitudes de demasiados de nosotros hacia las personas homosexuales, y llamamos a nuestros compañeros cristianos a un arrepentimiento similar».

Fue una confesión realmente impactante en una época en la que la opinión popular seguía teniendo un fuerte sesgo contra los homosexuales. No era el siglo XXI, cuando muchos líderes cristianos se arrepienten para parecer relevantes e inclusivos en una cultura que celebra todo lo fabuloso. Stott y estos líderes evangélicos debían estar realmente apenados por la forma en que habían herido a sus vecinos y hermanos en Cristo. La declaración pedía específicamente que se considerara a personas que tenían orientación homosexual, pero que no la practicaban, como candidatos calificados a la ordenación al ministerio.

Cinco años antes, muchos se escandalizaron por comentarios similares de parte de Billy Graham en una conferencia de prensa, algunos de los cuales se publicaron en 1975 en Atlanta Journal-Constitution. A Graham se le había preguntado si apoyaría la ordenación de hombres homosexuales al ministerio cristiano. Graham respondió que «deberían ser considerados por sus méritos individuales» con base en ciertas calificaciones. En concreto, el artículo mencionaba «apartarse de sus pecados, recibir a Cristo, ofrecerse a Cristo y al ministerio tras el arrepentimiento, y obtener la formación adecuada para el trabajo».

El evangelio de Jesucristo ofrece una visión positiva para los homosexuales. «En la homosexualidad, como en cualquier otra tribulación, [las obras de Dios] pueden manifestarse», explicó Lewis a Vanauken. Y continuó: «Toda discapacidad esconde una vocación; si tan solo podemos encontrarla, “convertirá la necesidad en una gloriosa ganancia”».

Lewis preguntó: «¿En qué consiste la vida positiva del homosexual?». Esa es la pregunta que se hace cualquier persona homosexual que llega a la fe en Jesús.

Con demasiada frecuencia la respuesta que escuchamos es simplemente: «nada».

Nada de sexo. Nada de citas. Nada de relaciones. A menudo, nada de roles de liderazgo.

Eso deja a la gente como yo escuchando que tenemos, como explicó Eve Tushnet en un artículo de 2012 en The American Conservative, una «vocación de “Nada”».

¿En qué consistiría una vocación del «Sí»? ¿Cuál es la visión cristiana positiva que el Evangelio ofrece a los homosexuales?

Cuando observo las vidas y los ministerios de Lewis, Schaeffer, Graham y Stott, lo que más destaca es que aportan una visión de Jesús: Jesús, en su poder salvador. Jesús, quien nos lava y nos limpia. Jesús, quien nos introduce en la familia de Dios. Jesús, quien cubre la vergüenza y perdona el pecado. Jesús, quien nos llama por nuestro nombre. Jesús, quien ve hasta el fondo de nuestros corazones y aun así quiere tener una relación con nosotros. Jesús, quien sufre con y por nosotros. Jesús, quien nos desafía a vivir para su reino. Jesús, quien da vida nueva con toda su alegría. Jesús, quien es ese tesoro en un campo por el que lo vendimos todo. Jesús, quien es el tesoro que nunca nos podrán quitar.

Este es Jesús, cuyo reino irrumpe y nos arrastra a algo que Él está haciendo en el cosmos, algo más grande que nosotros mismos. En Cristo, nos encontramos a nosotros mismos en una narrativa más grande.

No se trata de Jesús como un medio para conseguir el funcionamiento heterosexual y una vida familiar confortable como metas finales. Se trata de Dios mismo como el fin para el que fuimos creados. Con este Dios real, el lugar de la esperanza no se encuentra en una vida heterosexual, sino en la era venidera, cuando nos presentemos ante nuestro Salvador.

Sin esa relación con un Salvador, no tiene sentido hablar de una ética sexual bíblica, ni a heterosexuales ni a homosexuales. Ningún gay va a abrazar esa ética a menos que se enamore de Jesús. Un corazón que ha sido tocado por la gracia no solo está dispuesto, sino también deseoso de seguir al que murió por nosotros.

Schaeffer, Stott y Graham declararon en alguna ocasión su creencia compartida de que algunas personas nacen homosexuales. Todos estos líderes cristianos también se aferraron a la comprensión histórica de la ética sexual bíblica. Esto significaba ciertamente un compromiso con llevar una vida en sintonía con el patrón de creación de Dios: su diseño. Ninguno de ellos apoyaba las uniones sexuales de los creyentes fuera de un matrimonio monógamo entre dos personas de distinto sexo. Pero se acercaron a los homosexuales desde una postura de humildad.

Su visión no «aplanaba» a las personas en sus impulsos sexuales no deseados. Por el contrario, reconocieron que la mayor lucha de un creyente atraído por personas del mismo sexo podría ser, no el pecado sexual en sí, sino la capacidad de dar y recibir amor. Así que enfatizaron la necesidad de la comunidad de la iglesia, de amistades profundas y duraderas, de hermandad, de sentirse conocidos aun dentro del celibato.

Stott, él mismo célibe, explicó: «En el corazón de la condición homosexual hay un hambre profunda y natural de amor mutuo, una búsqueda de identidad y un anhelo de plenitud. Si los homosexuales no pueden encontrar estas cosas en la “familia de la iglesia” local, no tenemos por qué seguir pensando que merecemos ese título».

Lewis, Schaeffer, Graham y Stott también consideraban la condición homosexual como una orientación no elegida, sin ninguna expectativa fiable de cambio en esta vida. Mostraron una gran preocupación por las necesidades emocionales y relacionales de los homosexuales. Schaeffer insistió en su carta de 1968 en que la iglesia debía ser la iglesia y ayudar «al individuo de todas las maneras posibles».

En su entrevista con NPR, Frank Schaeffer describió el ministerio de su padre en Suiza, L'Abri, como un lugar «donde los homosexuales —tanto lesbianas como gays— son bienvenidos». Y añadió: «Nadie les dice que tienen que cambiar o que son personas horribles. Y se van describiendo a mi padre como alguien maravillosamente compasivo y semejante a Cristo en su trato con ellos».

Schaeffer previó cambios culturales significativos cuando, en 1978, una congregación de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa de San Francisco se encontró con una demanda tras haber despedido a un empleado gay que había violado el código de conducta de la iglesia. En The Great Evangelical Disaster [El gran desastre evangélico], Schaeffer dijo que sería absurdo que otras iglesias pensaran que no se enfrentarían al mismo desafío.

Sin embargo, Schaeffer y Graham no recomendaban enfoques del tipo «nosotros contra ellos». Pocas semanas antes de las elecciones presidenciales de 1964, un escándalo sexual entre homosexuales sacudió a la nación. El principal asesor del presidente Lyndon Johnson, Walter Jenkins, fue arrestado por segunda vez por mantener relaciones homosexuales en un baño de la YMCA. Graham llamó a la Casa Blanca para interceder por Jenkins.

En la llamada telefónica grabada, Graham le pidió a Johnson que mostrara compasión por Jenkins.

En una cruzada en San Francisco en 1997, alguien le hizo una pregunta a Graham acerca de la homosexualidad. Graham respondió a los periodistas: «Hay otros pecados. ¿Por qué exaltamos ese pecado como si fuera el mayor?». Y añadió: «Tengo muchos amigos homosexuales, y seguimos siendo amigos». Dirigiéndose a una multitud de 10 000 personas esa noche en el Cow Palace, Graham declaró: «Sea cual sea tu origen, sea cual sea tu orientación sexual, te damos la bienvenida esta noche».

Como enfatizó Stott tan apasionadamente en su libro, la persona gay que sigue a Jesús debe vivir por fe, esperanza y amor: fe, tanto en la gracia de Dios, como en sus estatutos; esperanza, que surge de ver más allá de esta vida presente llena de luchas y voltear la vista hacia nuestra gloria futura; y el amor por el que debemos vivir, explicó, es el amor que debemos recibir de Cristo y de la familia espiritual de Cristo, es decir, la iglesia. Debemos depender del amor de las mismas iglesias que históricamente no se lo han ofrecido a personas como nosotros.

El libro de 1978 del historiador de la Iglesia, Richard Lovelace, Homosexuality and the Church [La homosexualidad y la Iglesia], recibió el apoyo de luminarias evangélicas como Ken Kantzer (antiguo editor de CT), Elisabeth Elliot, Chuck Colson, Harold Ockenga y Carl F. H. Henry. El libro puede parecer radical en el clima actual, pero en la década de 1970 representaba una visión neoevangélica transatlántica. En contraste, tanto con la homofobia de la derecha, como con la permisividad sexual de la izquierda, Lovelace expuso el desafío evangélico:

Hay otro enfoque de la homosexualidad que sería más saludable tanto para la iglesia como para los creyentes homosexuales, y que podría ser un testimonio muy significativo para el mundo. Este enfoque requiere un doble arrepentimiento, es decir, tanto de la iglesia, como de sus miembros homosexuales. En primer lugar, requeriría que los cristianos gays tuvieran la valentía de confesar [reconocer] su orientación abiertamente y de obedecer el claro mandato bíblico de apartarse de la prácitca de la homosexualidad activa. […] En segundo lugar, requiere que la iglesia acepte, honre y cuide a los creyentes homosexuales no practicantes entre sus miembros, y que los ordene para que puedan ocupar posiciones de liderazgo en el ministerio.

El patrocinio por parte de la iglesia de homosexuales abiertamente declarados, pero arrepentidos, en puestos de liderazgo, sería un profundo testimonio para el mundo sobre el poder del Evangelio para liberar a la iglesia de la homofobia, y al homosexual de la culpa y la esclavitud.

Solo el Evangelio puede abrir la humildad para ese doble arrepentimiento. Esta era la visión cristiana de Lovelace y Henry, Ockenga y Elliot, Kantzer y Colson, Lewis y Graham, Schaeffer y Stott, y un joven anglicano evangélico gay que tuvo demasiado miedo como para usar su propio nombre, aunque todavía era virgen.

Padres y madres cristianos como estos tenían razón. Trágicamente, escribo esto como un lamento por un camino no recorrido a este lado del Atlántico.

Ya a finales de la década de 1970, había comenzado un duro cambio. A medida que se multiplicaban los ministerios exgay en Norteamérica con su expectativa de cambio de orientación, cambiaron la ubicación de la esperanza a esta vida. Cuando la crisis del sida devastó las comunidades gays en los años 80, los evangélicos abrazaron la promesa de la heterosexualidad. Los terapeutas reparadores seculares añadieron una apariencia de respetabilidad clínica; la nueva estrategia de curación desplazó a la antigua ideología del cuidado.

Y entonces, el bando conservador en una guerra cultural descubrió que los exgays éramos útiles. Éramos la prueba de que los gays podían elegir convertirse en heterosexuales si realmente lo deseaban. Y si podíamos convertirnos en heterosexuales, entonces realmente no había tanta necesidad de que la iglesia se arrepintiera de su homofobia. Solo hacía falta que gente como yo mantuviera la ilusión de que habíamos cambiado.

Tras esa guerra cultural perdida que transformó radicalmente las actitudes morales sexuales de Occidente, los cristianos tienen mucho que lamentar. Relaciones transaccionales. Matrimonios desechables. Suposiciones radicalmente transformadas acerca de la sexualidad y el género.

Pero la resistencia de la iglesia conservadora al arrepentimiento no se ha disipado. Mientras observo cómo las iglesias y denominaciones evangélicas se abren paso a tientas en las discusiones sobre orientación e identidad sexual, a menudo imponiendo el lenguaje y las categorías de un movimiento exgay fracasado, estamos perdiendo la verdadera batalla: la cultura circundante ha convencido al mundo de que los cristianos odian a los homosexuales.

Nuestra vocación es demostrar que están equivocados.

El mundo está mirando. Nuestros hijos y nietos están mirando. Ya están cuestionando su fe porque escuchan a su alrededor que los cristianos odian a los homosexuales, y no pueden encontrar a nadie en su congregación que sea gay, fiel al Señor, y sea amado y aceptado como tal. Tal vez puedan señalar a alguien que utilice el lenguaje de la atracción hacia el mismo sexo. Pero incluso eso es raro. Todavía no es seguro hacerlo.

No estoy diciendo que estemos en riesgo de perder a los cristianos que se sienten atraídos por miembros del mismo sexo: eso es un hecho.

Lo que digo es que corremos el riesgo de perder a la próxima generación.

Para aquellos que están escuchando, una generación de cristianos mayores todavía está dispuesta y es capaz de ayudarnos a entender.

Greg Johnson es pastor principal de la Iglesia Presbiteriana Memorial en St. Louis y autor de Still Time to Care: What We Can Learn from the Church's Failed Attempt to Cure Homosexuality [Aún es tiempo del cuidado: Lo que podemos aprender del fallido intento de la Iglesia por curar la homosexualidad].

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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Por qué es mejor no leer las Escrituras solo

Debemos estudiar la Biblia a la luz de la Gran Tradición.

Christianity Today October 19, 2021
Amanda Duffy

Usted es un nuevo cristiano. Desea aprender todo lo que pueda sobre la Biblia, porque sabe que es la Palabra de Dios, y en algún lado escuchó que se puede conocer a Dios solo en la medida en que se conozca su Palabra. Conoce a una vecina del barrio que ha caminado con Dios por más de 60 años y ha estudiado las Escrituras todo ese tiempo. Ella ha leído comentarios, ha disfrutado asistiendo a iglesias de diferentes denominaciones y ha hablado de las cosas profundas de Dios con otros creyentes y pastores maduros en la fe.

Usted ha considerado leer las Escrituras con ella para beneficiarse de su sabiduría, pero finalmente decide leer la Biblia en soledad. No visita a la vecina porque no quiere que sus creencias influyan en su propia lectura. Usted quiere escuchar la voz del Espíritu Santo para recibir la pureza del mensaje de Dios sin contaminarse con influencias externas.

Algunos cristianos, y no solo los nuevos creyentes, adoptan este enfoque de «Dios y yo» al leer las Escrituras. Han aprendido de Mateo 15 a no ser como los fariseos, de quienes Jesús dijo que exaltaban la tradición humana por encima de la Palabra de Dios. Tampoco olvidan la advertencia de Pablo de no sucumbir a «la vana y engañosa filosofía que sigue tradiciones humanas» (Colosenses 2:8, NVI). Así, han llegado a la conclusión de que las Escrituras enseñan que la tradición de la Iglesia, y todas las perspectivas e interpretaciones desarrolladas por seres humanos que ella contiene, no deben influir en nuestra lectura de la Palabra de Dios.

¿Es eso lo que enseña la Biblia?

Por qué la Tradición es buena

Pablo les escribió a los corintios: «Los elogio porque… retienen las enseñanzas, tal como se las transmití» (1 Corintios 11:2). Instó a los tesalonicenses escribiéndoles: «… sigan firmes y manténganse fieles a las enseñanzas que, oralmente o por carta, les hemos transmitido» (2 Tesalonicenses 2:15). Le dijo a Timoteo que transmitiera la tradición que había aprendido de él y que enseñara a otros a hacer lo mismo (2 Timoteo 2:2). Y cuando Pablo citó el dicho de Jesús: «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hechos 20:35), estaba afirmando una tradición oral nunca registrada en los evangelios.

Cuando Jesús criticó a los fariseos, él no estaba condenando todas las tradiciones, ni siquiera todas las tradiciones de los fariseos. Más bien, estaba denunciando las tradiciones que anulaban la Palabra de Dios (Marcos 7:13). Por ejemplo, la condena de Jesús en Mateo 15 estaba dirigida a los fariseos que fingían dedicar sus bienes al templo para no tener que mantener a sus padres ancianos, evitando así el mandamiento que dice: «Honra a tu padre y a tu madre» (Éxodo 20:12).

Sin embargo, Jesús también dijo —en una declaración ignorada por muchos cristianos— que la gente debería aprender de las tradiciones orales de los fariseos: «… ustedes deben obedecerlos y hacer todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican» (Mateo 23:3). La iglesia primitiva reconoció que necesitaba de la tradición cuando se enfrentó a la herejía del gnosticismo. Los maestros gnósticos afirmaban que tanto el Dios del Antiguo Testamento como la materia física son malos, y que la salvación viene a través del conocimiento, no a través de la vida y muerte de Jesucristo. Su imagen de Dios y de la salvación se oponía radicalmente a la predicación de los apóstoles. El teólogo primitivo Ireneo respondió a estas creencias afirmando que los apóstoles transmitieron no solo ciertos escritos, sino también una forma de leerlos. Y solo siguiendo esa forma de interpretar los textos bíblicos es posible mantener la ortodoxia.

En sus posteriores batallas para comprender la Deidad, la iglesia primitiva finalmente estableció una tradición trinitaria: Dios es un ser divino en tres personas. La palabra Trinidad y la ahora clásica frase «tres personas en un solo Dios» no están en la Biblia. Pero casi todos los cristianos, incluidos los evangélicos, creen que el Espíritu Santo guió a la iglesia primitiva a través de esos debates para llegar a este consenso. Los líderes del debate recordaron a sus oyentes que Jesús dijo que había algunas cosas que los apóstoles no podrían entender en ese momento, pero que se les revelaría más tarde, conforme el Espíritu guiara a ellos y a sus sucesores «a toda la verdad» (Juan 16:12-13). Esta comprensión de la Deidad utilizó palabras no bíblicas para expresar conceptos bíblicos y ha guiado a todos los cristianos desde entonces.

Pero, ¿qué decir de la doctrina protestante de la sola scriptura? ¿No dijo Martín Lutero, quien enseñó esta doctrina, que solo las Escrituras son nuestra autoridad, que las tradiciones humanas nunca deberían suplantar a la Biblia?

En realidad, Lutero enseñó que los cristianos necesitaban la tradición correcta para interpretar la Biblia. Criticó las tradiciones teológicas medievales tardías (esto lo hemos escuchado) apelando a tradiciones anteriores: San Agustín, los credos y los grandes concilios de la iglesia (esto no lo hemos escuchado). Agustín ayudó a Lutero a ver la prioridad de la gracia en la justificación, en contraposición a la prioridad de las obras. Y los credos y los grandes concilios, escribió, eran guías confiables para comprender las Escrituras. En su tratado Sobre los concilios y la Iglesia, Lutero criticó los concilios de la Iglesia que habían distorsionado las enseñanzas de los «concilios universales o principales»: Nicea I, Constantinopla I, Éfeso I y Calcedonia. Lutero agregó que varios otros concilios fueron «igualmente buenos». Aceptó los tres credos ecuménicos (el Credo de los Apóstoles, el Credo de Nicea y el Credo de Atanasio) y los usó para contrarrestar a los antitrinitarios. Alabó el Credo de los Apóstoles como «el más fino de todos, un resumen breve y auténtico de los artículos de fe», y al Credo de Atanasio como «un credo que protege» al Credo de los Apóstoles.

La Tradición ofrece un control de nuestras interpretaciones bíblicas: si llegamos a conclusiones que están en desacuerdo con el consenso recibido, es mejor que lo pensemos dos veces.

Para Lutero, entonces, la sola scriptura significa que la Escritura es nuestra principal autoridad, pero necesitamos la ayuda de los credos, concilios y teólogos para interpretarla correctamente. De lo contrario, usaremos la Biblia para distorsionar el evangelio, como lo había hecho la iglesia medieval tardía.

Juan Calvino, quien también enseñó la sola scriptura, se basó generosamente en los Padres primitivos como Ireneo, Cipriano, Crisóstomo y Agustín, para reforzar su enseñanza de temas bíblicos. Muchos de los oponentes de Calvino, como el antitrinitario Miguel Servet, también usaron la Biblia para defender su caso. Pero Calvino usó a estos padres de la iglesia para mostrar a sus lectores que Servet estaba malinterpretando las Escrituras.

Tanto para Lutero como para Calvino, la Gran Tradición desempeñó lo que el teólogo Alister McGrath llama un papel «ministerial, no magisterial» para «servir, no dirigir, a la iglesia». Podríamos decir que ofrece un control de nuestras interpretaciones bíblicas: si llegamos a conclusiones que están en desacuerdo con el consenso recibido, es mejor que lo pensemos dos veces.

Sí a la tradición, pero ¿cuál tradición?

Aun así, muchos evangélicos insisten en que leen la Biblia sin dejarse influir por la Tradición. No han notado lo que McGrath llama «la tendencia evangélica a citar las interpretaciones de los escritores evangélicos primitivos al evaluar cómo interpretar un pasaje bíblico dado». Tampoco notan cómo sus puntos de vista sobre varios temas —las mujeres en el ministerio, los roles de género, la comunión y el bautismo, el fin de los tiempos— son moldeados por las comunidades cristianas a las que pertenecen. En cada caso, los evangélicos de diversos orígenes utilizan textos bíblicos similares, pero hacen diferentes interpretaciones.

No es que eso sea algo malo. El cuerpo de Cristo es una comunidad, y cada parte del cuerpo es una comunidad de interpretación donde las creencias se transmiten a través de textos pero también a través de personas con autoridad. Los evangélicos luteranos y reformados tienen confesiones que les ayudan a interpretar la Biblia. De manera similar, las iglesias pentecostales, bautistas y bíblicas tienen declaraciones de fe que gobiernan sus creencias y prácticas.

En los últimos dos siglos, los protestantes tradicionales intentaron liberarse de las tradiciones pasadas para volver al evangelio de Jesús, antes de que supuestamente fuera corrompido por incontables capas de tradición eclesiástica. Agitaron la bandera de la sola scriptura, imaginando que estaban por encima y fuera de la tradición. No se dieron cuenta de que estaban interpretando los evangelios a través de la lente de sus propias tradiciones ilustradas. No fue una sorpresa, entonces, que sus búsquedas del Jesús histórico dieran como resultado retratos de Jesús que se parecían a ellos mismos.

La verdadera pregunta no es si la tradición influye en nuestra interpretación de la Biblia, sino cuál tradición lo hace. Y la mejor manera de juzgar esa tradición es compararla con la Gran Tradición, otro nombre para lo que Hebreos 12:1 llama «gran nube de testigos» (LBLA) a lo largo de los siglos. Es lo que C.S. Lewis llamó «mero cristianismo», el consenso sobre las creencias y conductas que la iglesia histórica ha acordado durante los últimos dos mil años.

Por supuesto, hay muchas cosas en las que los escritores de la Tradición no están de acuerdo, como el número y el significado de los sacramentos y la ubicación de la autoridad de la iglesia. Sin embargo, hay unidad de visión en muchas otras cosas entre los Padres (como Ireneo, Atanasio, Crisóstomo, Agustín, Máximo el Confesor), teólogos medievales como Anselmo y Aquino, los reformadores y Jonathan Edwards, Juan Wesley, John Henry Newman, Dietrich Bonhoeffer, Juan Pablo II y Benedicto XVI, por nombrar algunos.

Sin duda, los evangélicos miran con más frecuencia a los reformadores, así como a Edwards y Wesley. Pero cuando estos pensadores brindan poca ayuda sobre ciertos temas, digamos liturgia o acción social, no tenemos por qué ser tan alérgicos a Roma como para descuidar su reflexión sobre estos tópicos, o la comprensión de la Iglesia ortodoxa de lo que significa ser «participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4).

Los credos también forman parte de la Gran Tradición. Como hemos visto, Lutero, Calvino y sus sucesores apreciaron los credos como valiosos resúmenes de la fe ortodoxa. El teólogo Donald MacKinnon observó que los grandes credos ortodoxos nos protegen contra la ingenuidad de quienes se consideran intelectualmente superiores y libres para cambiar la ortodoxia histórica. Y el erudito evangélico Scott McKnight explica que los credos se encuentran en el Nuevo Testamento (ver 1 Corintios 15:1-8, 22-31) y que los credos posteriores, como el Credo de Nicea, fueron ejemplos de «evangelio»: narran la historia de Jesús enfatizando lo más significativo.

Sin embargo, la Gran Tradición no es solo una fuente para comprender la doctrina bíblica y la moralidad, aunque hoy más que nunca necesitamos su reflexión para comprender temas como el sexo y el matrimonio. También es una gran fuente para aprender a adorar a Dios (las liturgias históricas son profundamente bíblicas y estéticas), lo que significa ser discípulo (clásicos como La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, La noche oscura del alma de Juan de la Cruz, Las moradas del Castillo Interior de Teresa de Ávila, El costo del discipulado de Bonhoeffer y La rendición total de la Madre Teresa), y cómo ver la belleza de Dios en el mundo y la vida de la Iglesia (Edwards y los íconos ortodoxos son fuentes importantes aquí). Los evangélicos tenemos nuestros propios santos, piense en Billy Graham, Lottie Moon y Jim Elliot, pero la Gran Tradición tiene innumerables santos cuyos días festivos y biografías nos muestran a todo color lo que significa vivir la fe.

Tradición o tradicionalismo

El historiador de la iglesia Jaroslav Pelikan distinguió la tradición, «la fe viva de los muertos», del tradicionalismo, «la fe muerta de los vivos». ¿Cómo evitar que la Tradición degenere en tradicionalismo? Y lo que es más importante, ¿cómo podemos discernir la diferencia entre tradiciones y Tradición?

Hay momentos, como el final de la Edad Media, en que las tradiciones parecen distorsionar el evangelio y por lo tanto hace falta una purificación. La mejor manera de «probar los espíritus» (1 Juan 4:1, LBLA) es hacerlo de la manera en que lo hicieron Lutero y Calvino, con la ayuda de la Gran Tradición. Apelaron a la «regla de fe» expresada por los credos y los primeros concilios ecuménicos. No respaldaron todas las declaraciones de cada concilio, sino las duraderas que han sido aceptadas por la Iglesia a lo largo de la historia. En Constantinopla (381 d. C.), por ejemplo, lo que perduró no fue su proclamación de la autoridad del patriarca oriental sobre la Iglesia, sino su declaración de la divinidad del Espíritu Santo. Y lo que ha trascendido de Calcedonia (451) no es su regla de que las mujeres no pueden ser ordenadas como diaconisas antes de los 40 años, sino que Jesús es completamente Dios y completamente hombre.

Consultar la Gran Tradición no significa que el lenguaje exacto y las formulaciones de cada credo y dogma deban permanecer iguales. Los protestantes han invocado el principio semper reformanda («siempre en reforma»), reconociendo la necesidad de la Iglesia de estar abierta al Espíritu. Pero hay diferencia entre desentrañar la lógica interna de los credos y dogmas de la ortodoxia histórica para desarrollar aún más sobre ellos, por un lado, y desechar lo que se opone a la cultura actual, por el otro. Por ejemplo, podríamos objetar las formas ligadas a la cultura para explicar la sustitución penal en la cruz, reconociendo que hay múltiples motivos de expiación en las Escrituras. Pero nunca debemos omitir lo que es central para la enseñanza bíblica y ofensivo para el zeitgeist (espíritu de los tiempos) actual: que a través del sacrificio en la sangre de Cristo, Dios satisfizo su santa ira en contra del pecado.

Necesitamos la Gran Tradición hoy más que nunca. Las preguntas más importantes que enfrentan las iglesias evangélicas hoy en día son las mismas que enfrentaron los protestantes en las últimas décadas: ¿Son todos salvos? ¿Qué es el matrimonio? ¿Es Cristo realmente el único camino a Dios? Para cada una de estas preguntas, los protestantes liberales generalmente ignoran la Gran Tradición.

La tentación para muchos evangélicos, por otro lado, es interpretar la Biblia como mejor les parezca, sin escuchar a nadie en la Gran Tradición. Algunos piensan que el concepto de Lutero del sacerdocio de todos los creyentes significa que podemos interpretar la Biblia solos por nuestra cuenta, que lo más importante es una relación personal con Jesús, no la doctrina o los códigos morales. A decir verdad, a la mayoría de los evangélicos «llaneros solitarios» les importa la doctrina y la moralidad, pero quieren decidir por su cuenta lo que estas significan. Rechazan la noción de que la Iglesia es una comunión viva de santos, con autoridad sobre cada creyente. En este protestantismo de la «Nueva Era», donde no importa lo que uno crea o haga mientras tenga contacto con una cierta atmósfera espiritual, la cultura triunfará sobre el evangelio, y nosotros, los evangélicos, seguiremos los pasos del protestantismo liberal. La única alternativa es que tomemos en serio la Gran Tradición.

Gerald R. McDermott ocupa la cátedra Jordan-Trexler en Religión en el Roanoke College y es investigador asociado en el Centro Jonathan Edwards de la Universidad del Estado Libre [University of the Free State] en Sudáfrica. Es coautor de A Trinitarian Theology of Religions: An Evangelical Proposal (Oxford).

Traducción por Iván Balarezo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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