Culture

Por qué nos desalienta alabar al Señor de forma remota

Enseñanzas de un año sin reuniones de alabanza presenciales.

Christianity Today April 26, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Zach Vessels / Jacob Bentzinger / Unsplash

Hace un año, mi esposo y yo todavía estábamos aprendiendo cómo salir de casa los domingos por la mañana para ir a la iglesia con nuestros hijos, uno de dos años, y el otro de cinco meses, durante las semanas más frías del invierno en Iowa. Ahora, al igual que muchos, disfrutamos las mañanas dominicales más tranquilas al “asistir” a la iglesia por Zoom, generalmente sentados en el sillón o en el piso con nuestros inquietos hijos pequeños.

A veces disfruto las ventajas de nuestra nueva rutina matinal de los domingos, pero cada semana siento punzadas de tristeza cuando mi hija escucha la música, mira a la pantalla y automáticamente pierde todo interés. Recuerdo cuán atenta estaba antes a los sonidos, las vistas y las vibraciones de la alabanza congregacional… antes de la pandemia. Recuerdo cuán atenta estaba yo también.

“La alabanza no se trata de nosotros” es un cliché que resume la idea de que cantamos en un acto de alabanza y sacrificio únicamente para Dios. He presenciado cómo repetidamente los líderes de alabanza alentaron este sentimiento durante el último año mientras buscaban ayudar a sus congregaciones a aprender a alabar como parte de un cuerpo que no podían oír o ver.

Brooke Ligertwood escribió en una publicación de blog para Hillsong [todos los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés]: “¿Para quién es la alabanza? Advertencia: la alabanza no es para la gente. Es para el Señor”. De manera similar, Justin Rizzo de la International House of Prayer [Casa Internacional de Oración] le dice a los líderes de alabanza: “Solo Dios estará presente en sus tiempos de alabanza. No tendrán otra opción más que ministrar ante una audiencia de una sola persona. Únicamente esa [persona] es digna de su alabanza. La alabanza siempre se ha tratado de Él”.

Es comprensible que los líderes de alabanza nos animen a enfocarnos en Dios más que en las reuniones grupales en un tiempo en el cual no podemos estar juntos. El énfasis sobre una forma personal de alabanza, de uno a uno frente a Dios, es en algunas maneras beneficioso para aquellos que siguen conectándose a reuniones virtuales.

Ciertamente no es nuevo para los cristianos pensar de esta manera acerca de la música. Agustín escribió sobre la edificación de la fe personal y la experiencia emocional de cantar himnos y salmos. Lutero elogió el poder de la música para profundizar la comprensión de la teología. Hay una historia rica en la iglesia sobre el uso de la música para hacer crecer la fe individual.

No está mal instruir a una congregación para que concentre su devoción personal a su “audiencia de una persona”. Hacer esto en un momento singular como este, sin embargo, puede minimizar la pérdida que muchos de nosotros estamos sintiendo. Es ahora, cuando muchas iglesias han trasladado sus reuniones al mundo virtual o han reducido la cantidad de congregantes permitidos en una reunión presencial, que podemos ver cuán importante ha sido la alabanza corporativa para la fe que compartimos.

La alabanza también se trata de nosotros

Sí, la alabanza musical es primeramente una práctica espiritual. Los cristianos creemos que a Dios le importa la alabanza corporativa y que las voces que se entonan no deben glorificar a nadie más que a Él. Sin embargo, decir que la alabanza musical no es para la gente, para mi sensibilidad de musicóloga, pasa por alto la realidad de que la alabanza de la congregación sí beneficia a la gente, y debe hacerlo. Reconocer esto puede ayudarnos a entender por qué, en tiempos como estos, la alabanza sin la congregación se siente vacía, decaída o forzada.

Muchos cristianos entienden a la alabanza corporativa en parte como un deber, algo que practicamos en obediencia a la Biblia. Pero también hay beneficios prácticos y sociales cuando estamos juntos en comunión alrededor de la música.

“He aprendido mucho sobre la alabanza presencial”, dijo Hannah Busse, directora de alabanza en Blackhawk Church en Madison, Wisconsin. Cantar con otros “activa nuestros cerebros de una manera diferente a que si solo habláramos o escucháramos algo… tiene una función única en nuestra formación espiritual”.

Monique Ingalls, profesora adjunta en el Centro para Estudios Musicales de la Universidad Baylor, observa que la alabanza corporativa es una parte central de las reuniones religiosas en la mayoría de las tradiciones cristianas “porque la producción participativa de la música transmite de forma poderosa un sentimiento de comunidad”, y ayuda a promover los lazos sociales.

Cualquiera que haya dirigido la alabanza —y muchos de nosotros que lo hemos experimentado y nos encontramos echándola de menos durante los tiempos de COVID— comprende a qué se refiere Monique.

Sócrates Pérez, pastor de alabanza en Saddleback Church, lo explica así: “Cuando cantamos estas canciones y estas verdades… siempre es una fuente de ánimo para mí como creyente escuchar a mi hermano o hermana en Cristo a mi lado declarar [esas verdades] con todo su corazón”.

El canto de la congregación nos hace estar inmersos en la alabanza. El etnomusicólogo Nathan Myrick sugiere que representa una parte especialmente significativa de las reuniones de las iglesias porque involucra tres esferas diferentes: la física, la emocional y la relacional.

La alabanza corporativa implica una participación y cercanía física, ya sea a través del canto o de cualquier otro movimiento. A menudo provoca emociones, ya sea en respuesta a la letra de una canción, a series de sonidos, recuerdos o asociaciones. Construye y refuerza relaciones dentro de la congregación, y entre líderes y congregantes. Esta dimensión relacional se extiende a nuestra comprensión del canto corporativo como un acto de comunicación con Dios.

Permiso para estar insatisfecho

El creyente que tiene dificultades para adorar en casa puede sentir que algo está mal en su vida espiritual o emocional cuando su corazón no se emociona cantando por Zoom. Los líderes están en lo correcto cuando señalan que nuestra alabanza no es menos valiosa para Dios cuando no podemos reunirnos como congregación, pero también le pueden dar a los congregantes la libertad de aceptar su insatisfacción con la alabanza musical en una pantalla.

“No culpamos a nadie por ese anhelo… afirmamos ese anhelo”, dijo John Cassetto, director de alabanza global en Saddleback. “El fin de semana que viene es nuestra semana virtual número 52… hay un sentido de lamento en ello”.

¿Por qué es tan importante que reconozcamos lo que hemos perdido? No solo se siente diferente, es diferente. Nadie debería sentir la presión de recrear la experiencia espiritual y emocional de la alabanza corporativa a través de un enfoque interno de “audiencia de una sola persona”.

Liberarnos a nosotros mismos de expectativas irreales puede llevarnos a nuevas prácticas y experiencias de alabanza que sean del todo individuales, incluso terapéuticas, y únicas para estos momentos difíciles. Cassetto se refiere a estas como “nuevas corrientes en el desierto” para adoradores y líderes, nuevas maneras creativas de usar la música para facilitar la alabanza.

Es probable que muchos hayan descubierto un nuevo aprecio por la escucha meditativa [de la música de alabanza]. Cantar con la pantalla de la televisión se siente extraño, así que esperaría que muchos de nosotros hayamos encontrado refugio y conexión con Dios a través de escuchar, orar y reflexionar. Si usted se siente libre para disfrutar ese tipo de alabanza musical sin sentirse culpable por preguntarse si debería estar cantando, entonces esa puede ser su corriente en este desierto.

Días santos sin himnos

Sinceramente, no he encontrado muchas corrientes musicales en este desierto. Ha pasado un año desde la última vez que canté en una sala llena de gente con quienes comparto la misma fe. A lo largo de ese año, aun cuando tenía la libertad de escuchar o cantar con otros adoradores de forma virtual, sentí que me había perdido los himnos contemplativos del Viernes Santo, los himnos de celebración de la Pascua y, los más difíciles para mí: los villancicos de la temporada del Adviento.

Era casi como si estos días santos no hubieran ocurrido. Si no cantaba “Noche de paz” con una vela en la mano en la Víspera de Navidad y después compartía galletas y chocolate caliente en el atrio, ¿realmente había guardado la Navidad? Por supuesto, la respuesta es sí. Mi familia sí celebró las fechas importantes del calendario litúrgico. No creo que nuestra participación haya sido menos “real” o espiritual o sincera. Estas celebraciones fueron más difíciles. Requirieron de más fe. Se sintieron, por momentos, más como un sacrificio de tiempo y esfuerzo.

Al final, las pérdidas que hemos experimentado son nuestras pérdidas. Quizás valga la pena recordarnos a nosotros mismos que esta pandemia y sus restricciones no le han quitado a Dios la alabanza que se merece. Cuando dejamos de cantar y de tocar música juntos, no perdemos la presencia de Dios con nosotros o la capacidad de adorar en espíritu y en verdad. Perdemos la presencia del otro.

Nunca he sido más consciente de que mi alabanza es una forma de servir a mi comunidad, y que la alabanza de mi comunidad también me sirve a mí. Es una manera que tenemos de fortalecer nuestra fe y de avanzar hacia la unidad. En su sermón “A Knock at Midnight” (Un llamado a medianoche), Martin Luther King Jr. escribió sobre la alabanza corporativa: “La alabanza en su mejor forma es una experiencia social en la cual personas de todos los niveles de vida se juntan para afirmar su unidad como hermanos y como cuerpo bajo el gobierno Dios”.

Hace un año que muchos de nosotros no hemos podido participar en la alabanza “en su mejor forma”. Lamentamos esa pérdida y esperamos con expectativa aquel momento cuando escuchemos otra vez las voces de nuestros hermanos a nuestro alrededor.

Kelsey Kramer McGinnis es musicóloga, pedagoga y escritora. Tiene un Doctorado de la Universidad de Iowa y enfoca su investigación en la música en comunidades cristianas y la música como propaganda.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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La fragmentación del alma evangélica

Por qué nos estamos dividiendo, y cómo podríamos unirnos de nuevo.

Christianity Today April 22, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Kimson Doan / Unsplash / imtmphoto / Getty Images

Se están formando nuevas fracturas dentro del movimiento evangélico estadounidense: fracturas que no coinciden con las líneas de división tradicionales en términos regionales, denominacionales, étnicos o políticos. Parejas, familias, amigos y congregaciones que una vez estuvieron unidos en su compromiso hacia Cristo ahora se dividen por tener visiones del mundo aparentemente irreconciliables. De hecho, no solo se están dividiendo, sino que se están volviendo incomprensibles el uno para el otro.

Hace poco, mi grupo de amigos de la universidad, todos criados y educados en familias y congregaciones evangélicas saludables, tuvieron una reunión de reencuentro en línea buscando entender todo esto. Uno de los participantes se lamentaba de que ya no podía comprender a sus padres ni cómo sus formas de ver el mundo habían cambiado tan repentina y dolorosamente. Otro describía a amigos que eran idénticos a él demográficamente, con quienes antes caminó de la mano en prácticamente todas las cuestiones, pero que ahora promovían ideas que él encontraba desconcertantes. Otro dijo que su iglesia se estaba desintegrando, dividiéndose por las sospechas mutuas y la incomprensión.

“Esta era mi gente”, dijo uno, “pero ahora no sé quiénes son, o tal vez ya no sé quién soy yo”.

¿Qué hacer cuando sientes que estás perdiendo a las personas que amas a manos de una realidad falsa? ¿Qué hacer con la dura verdad de que ellos tienen el mismo sentimiento respecto a ti?

Esta disyuntiva no es exclusiva para los evangélicos. Sin embargo, los creyentes que una vez anduvieron hombro con hombro ahora encuentran que estos cambios tectónicos los han alejado, que sus continentes se están separando y que no pueden encontrar un puente que les devuelva el terreno común. ¿Cómo es posible que nuestras visiones de la realidad discrepen tan drásticamente? ¿Hay algo que podamos hacer para acercarnos de nuevo?

La curva de la verosimilitud y la curva de la información

Entre los intereses más persistentes de mi carrera académica estuvo siempre la cuestión de cómo la gente forma sus creencias. No cómo deberían formar sus creencias, según cierta visión idealizada de una racionalidad perfeccionada, sino cómo forman sus creencias en realidad, como criaturas de carne y hueso que habitan dentro de comunidades y culturas. Quiero presentar una herramienta conceptual sencilla, desarrollada en parte bajo la influencia del trabajo de Peter Berger, que quizá nos ayude a entender lo que está ocurriendo.

Imagine un plano horizontal que se curva hacia un cuenco y se alza de nuevo, regresando al plano horizontal. La curva, desde un extremo del cuento hasta el otro, representa el rango de afirmaciones que un individuo encuentra creíble. Llamémoslo la curva de la verosimilitud. Las afirmaciones que caen en el centro de la curva se percibirán como más verosímiles, es decir, requieren poca evidencia o argumentación antes de que un individuo acepte creerlas. Las afirmaciones que caen cerca de los bordes serán cada vez más inverosímiles según se alejen del centro del cuenco, requiriendo cada vez más persuasión. Las afirmaciones que caigan por completo fuera de la curva de la verosimilitud están más allá del rango de lo que una persona pueda creer en un momento dado, y ninguna cantidad de evidencia o de lógica será suficiente.

Lo que determina la verosimilitud de una afirmación dada es lo bien que se conforma a lo que un individuo experimenta, a lo que ya cree, o a lo que quiere creer. El rango completo de las creencias de una persona se parece más bien a un fotomosaico (vea un ejemplo aquí): miles de experiencias y percepciones de la realidad se unen y de todos esos miles surgen grandes patrones e impresiones, creencias de orden superior acerca de la naturaleza de la realidad, las grandes narrativas de la historia, la naturaleza de lo correcto y lo incorrecto, del bien y del mal, y mucho más. Los intentos de cambiar una simple creencia pueden resultar infructuosos si esta se encuentra incrustada en incontables otras. ¿Por dónde empezar a abordar miles de desacuerdos entrelazados a la vez? La evidencia de lo contrario es básicamente irrelevante cuando una afirmación “encaja” con toda una red de creencias que le sirven de refuerzo. En gran parte, esto es lo que le da a la curva de la verosimilitud su fuerza duradera y su resistencia al cambio.

El deseo juega un papel particularmente complicado en la curva de verosimilitud. Puede que deseemos no creer una afirmación porque eso nos separaría de aquellos a los que amamos, nos enfrentaría a verdades dolorosas, requeriría un cambio en nuestra conducta, impondría un costo social, y muchas otras cosas. Puede que deseemos sí creer cierta afirmación, tal vez porque está de moda, porque confirmaría nuestros prejuicios, porque nos haría sentir distintos de los que nos rodean, porque enfadaría a nuestros padres o por incontables razones más. Hará falta más persuasión para las afirmaciones que no queremos creer, y menos para las que sí.

Como ocurre con la ventana de Overton en política, la curva de la verosimilitud se puede expandir, contraer y modificar. Los amigos o los miembros de la familia cuyas curvas de la verosimilitud fueron una vez idénticas se pueden encontrar con que han variado con el curso del tiempo. Las afirmaciones que una persona encuentra inmediatamente verosímiles son casi inconcebibles para el otro. ¿Pero cómo ocurre esto? Aquí es donde entra en juego la curva de la información.

Imagina un cuenco en espejo sobre la curva de la verosimilitud. Esta sería la curva de la información, y refleja las fuentes de información acerca del mundo externas al individuo: cosas como las comunidades, las autoridades y los medios de comunicación. Estas fuentes que están en el centro de la curva de información se consideran más confiables; las afirmaciones que vienen de estas fuentes se aceptan casi sin preguntar. Las fuentes de información de los bordes exteriores del cuenco se consideran menos confiables, así que sus afirmaciones se someterán a un mayor escrutinio. Las fuentes que están completamente fuera de la curva, al menos para este individuo, carecerán por completo de credibilidad y sus afirmaciones se descartarán sin más.

Por lo general, el centro de la curva de la información se alinea con el centro de la curva de la verosimilitud. La relación las refuerza mutuamente. Las fuentes se consideran más confiables cuando presentan afirmaciones que encontramos verosímiles, y las afirmaciones se consideran más verosímiles cuando vienen de fuentes en las que confiamos. Una fuente de información que constantemente presenta afirmaciones en el centro de la curva de la verosimilitud será creída de manera implícita.

El cambio puede comenzar en nivel de la curva de la verosimilitud. Tal vez un individuo se une a una comunidad religiosa y descubre que es más cariñosa y razonable de lo que esperaba. Ya no lo encontrará verosímil cuando una fuente asegure que todas las comunidades religiosas son irracionales y prejuiciosas, y esto hará variar gradualmente su curva de la información para favorecer fuentes más fiables. O quizá otra persona experimenta la pérdida de un hijo y ya no desea creer que la muerte es el fin de la conciencia. Estará más abierto a otras afirmaciones, expandirá sus fuentes de información y lentamente sus creencias variarán.

El cambio también puede comenzar en el nivel de la curva de la información. Un individuo criado en cierta comunidad con autoridades bien establecidas, como sus padres y pastores, va a la universidad y se le presentan nuevas comunidades y autoridades. Si las juzga como fuentes confiables de información, esta nueva curva de la información probablemente hará variar su curva de la verosimilitud. Según vaya cambiando su conjunto de creencias, puede que llegue a un punto en que las fuentes que una vez abastecieron la mayoría de esas creencias ya no sean consideradas confiables en absoluto. O imagine a una persona que ha vivido su vida entera consumiendo medios de comunicación de extrema izquierda. Comienza a escuchar las fuentes de los medios conservadores y se encuentra con que sus afirmaciones resuenan con su experiencia: solo ligeramente al principio, pero cada vez en mayor medida. Gradualmente, consumirá más y más medios de comunicación conservadores, expandiendo o variando su curva de la información, y esto a su vez expandirá o cambiará su curva de la verosimilitud. Puede que llegue un punto en que su percepción más amplia del mundo —las fuerzas ocultas que gobiernan en la historia, los modos óptimos para organizar las sociedades y la economía, las fuerzas del bien y del mal en el mundo— esté completamente invertido.

Piensa en los movimientos 9/11 Truth [la verdad sobre el 11 de Septiembre] y el de QAnon. La mayoría de los estadounidenses sentirán que la idea de que la administración Bush orquestara un ataque terrorista a gran escala para invadir Oriente Medio y enriquecer a sus amigos de la industria petrolífera, o que las élites liberales globales construyeran una operación internacional de tráfico infantil con el propósito de la pedofilia y el canibalismo, va más allá de los límites de la curva de la verosimilitud. Otros, no obstante, se encontrarán con que una conspiración u otra resuena con su curva de la verosimilitud, o puede que su curva de la información varíe con el tiempo de tal modo que se lleve consigo a la de la verosimilitud. Las afirmaciones que en un principio parecían imposibles de contemplar, llegan a parecer concebibles, y después posibles, luego razonables y finalmente evidentes. Por supuesto que los conservadores sacrificarían miles de vidas inocentes para justificar una “guerra por el crudo” porque los conservadores son codiciosos y eso es lo que hacen. Por supuesto que los liberales sacrificarían a miles de niños para hacer prosperar su salud y su poder porque los liberales son perversos y eso es lo que hacen.

Como nota aclaratoria final, a toda la estructura, es decir, la curva de la verosimilitud y la de la información juntas las llamaremos un mundo informativo. Un mundo informativo abarca el modo en que un individuo o una comunidad de individuos reciben y procesan la información. Los diferentes mundos informativos tendrán hechos y fuentes diferentes. Nuestro desafío actual es que nos encontramos frente a múltiples mundos informativos con poco en común y mucha hostilidad entre ellos.

¿Qué tiene todo esto que ver con el movimiento evangélico? Muchísimo.

La crisis evangélica

El movimiento evangélico estadounidense nunca se ha compuesto de una sola comunidad. Dependiendo del criterio, las estimaciones normalmente calculan el número de evangélicos estadounidenses entre los 80 y los 100 millones. Aun si redondeáramos la diferencia a 90 millones, esto haría que la población evangélica estadounidense fuera mayor que cualquier nación europea salvo Rusia. También es diversa, y abarca todas las regiones, razas y niveles socioeconómicos. Lo que mantenía unido el movimiento históricamente no solo era un conjunto compartido de compromisos morales y teológicos, sino una visión del mundo ampliamente similar y fuentes de información comunes. Sus curvas de la verosimilitud y de la información se superponían en gran medida. Había ciertas cuestiones en las que diferían, pero el terreno que compartían en medio servía como base para una comprensión y una hermandad mutuas.

Esta idea de comunalidad se fue dislocando cuando grupos que no se identificaban con anterioridad como evangélicos se acabaron sumando al grupo, definiendo la categoría de “evangélico” menos en términos teológicos y más en términos sociales, culturales y políticos. Este movimiento evangélico más amplio es el que hoy se está dividiendo en comunidades separadas que todavía mantienen en común parte de los compromisos morales y teológicos, pero se diferencian de manera drástica en sus fuentes de información y en su visión del mundo. Sus mundos informativos apenas se superponen. Solamente pueden discutir un estrecho abanico de temas si no quieren caer en un desacuerdo doloroso y exasperante.

Uno de los grupos dentro del evangelicalismo estadounidense cree que nuestras libertades religiosas nunca han estado tan firmemente establecidas; otro cree que nunca han estado en mayor riesgo. Un grupo cree que el racismo sigue siendo sistémico en la sociedad estadounidense; otro cree que el “racismo sistémico” es un programa progresista para redistribuir la riqueza y el poder hacia los radicales furiosos. A uno le preocupa más la insurrección del Capitolio; a otro las protestas que siguieron a la muerte de George Floyd. Uno cree que la presidencia de Trump causó un daño generacional al testimonio cristiano; otro que fue enormemente benéfico. Uno cree que el antiguo presidente intentó un golpe de estado; otro que los demócratas robaron las elecciones. Uno cree que las mascarillas y las vacunas son señales del amor cristiano; otro cree que el rechazo de las mismas es una señal de valor cristiano.

En medio hay incontables grupos, por supuesto, pero estos ejemplos ilustran la tensión: ocupamos la misma realidad y, sin embargo, mundos enteramente diferentes. Tenemos delante la pregunta real de si estos mundos pueden (o deben) unirse de nuevo. Es un momento crítico para nuestro movimiento.

¿Qué se puede hacer, entonces? El propio modelo sugiere por dónde comenzar. Si movemos la curva de la información hacia un centro común, la curva de la verosimilitud le seguirá. La información proviene de tres fuentes: los medios de comunicación, las autoridades y la comunidad. Una de las razones de nuestra desunión es que estas tres fuentes están en crisis en el evangelicalismo estadounidense. Trataré de resumir brevemente estos puntos.

Primero, la crisis de los medios es aguda. Aunque hoy en día los medios de comunicación se han vuelto más poderosos y persuasivos, también se han vuelto más fragmentados y polarizados. La dinámica de los medios modernos recompensa el contenido que es inmediato, enojado e hiperbólico, convirtiendo los medios en un mercado para los vendedores de desprecio y los mercaderes de odio. Los evangélicos se encuentran divididos entre plataformas de redes sociales y medios tradicionales que defienden abiertamente causas progresistas y cancelan las voces conservadoras, y fuentes de la ultraderecha que discurren en la paranoia y la desinformación. En resumen, el panorama de los medios digitales ha evolucionado para aprovecharse de nuestros vicios más que de nuestras virtudes, y se ha convertido en algo increíblemente eficaz al dividir a las audiencias en esferas herméticas que solamente ofrecen información y comentarios que confirman sus ansiedades y antipatías.

Esto presenta un desafío extraordinario para el discipulado cristiano. El consumo de medios de comunicación ha escalado durante años y se ha disparado en medio de la pandemia. Los miembros de nuestras congregaciones quizá pasen unas cuantas horas a la semana en la Palabra de Dios (que siempre debería ser la fuente de información y autoridad más importante del cristiano), pero cuarenta horas o más inyectándose las animosidades del día. En cuanto la curva de la información comienza a desviarse a la izquierda o a la derecha, los algoritmos de los medios digitales y las manipulaciones de los políticos y los especuladores aceleran el impulso. Pronto las comunidades que una vez compartieron una visión más amplia del mundo se encuentran con que solo están de acuerdo con los mínimos esenciales de la fe. Será difícil encargarse de otras partes de la curva de la información hasta que hayamos puesto algo de cordura en nuestro consumo de los medios de comunicación. Cuanto más tiempo pasemos separados por nuestros mundos de comunicación, más profundas y anchas se volverán nuestras divisiones. Cuanto más nos entreguemos a la glotonería de los medios, escatimando en el alimento más profundo que cultiva a Cristo dentro de nosotros, menos tendremos en común.

La crisis de los medios alcanza a todo el conjunto de la sociedad, pero el movimiento evangélico también se enfrenta a una crisis de autoridad que él mismo ha creado. Hay una generación de líderes evangélicos que inspiraban un inmenso respeto, al menos en la parte media del evangelicalismo estadounidense, que han fallecido. La generación actual de líderes de las instituciones evangélicas, aunque notablemente son más diversos que sus antecesores, está luchando por elevarse sobre la rampante otredad ideológica de nuestro tiempo. Además, el movimiento ha visto caer en desgracia a incontables líderes de modos espectacularmente destructivos. Al mismo tiempo, hemos visto el surgimiento de las celebridades pastorales. En algún momento, una larga obediencia en la misma dirección, una vida humilde de estudio y servicio, le hacía ganar a una persona un mínimo de autoridad espiritual y de una vida modesta. Hoy, tener un perfil elegante y talento para la autopromoción puede conseguirte riqueza y estrellato en el mercado de las celebridades cristianas.

La consecuencia es desilusión y división. Aunque las generaciones jóvenes se dirigen hacia las salidas, los que permanecen en nuestras iglesias se atrincheran en sus propios campos ideológicos. Si vuelve a ser cierto alguna vez que autoridades ampliamente respetadas formen parte importante de nuestra curva de la información compartida, será cuando hayamos abandonado una cultura de la celebridad y la hayamos sustituido por una cultura de la santificación, donde el liderazgo consiste menos en construir una plataforma y más en llevar la cruz de Cristo. Será porque habremos recordado las palabras de Jesús: “el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor” (Mateo 20:26, NVI). También será porque habremos reaprendido a escuchar a hombres y mujeres sabios, tanto a líderes como a vecinos, sin crucificarlos por diferencias políticas.

La tercera manera de hacer cambiar la curva de la información es encargarnos de nuestra crisis de comunidad. La comunidad es esencial para la vida cristiana. Profundiza en nuestro conocimiento de la Palabra, forja nuestra identidad compartida en Cristo, cultiva el carácter cristiano y discipula a nuestros jóvenes. Aun así, las presiones, tentaciones y brillantes distracciones de la vida contemporánea han aflojado las cuerdas que nos unían, reemplazando la calidez y la profundidad de la comunidad encarnada por una fría imitación digital. La pandemia solo ha intensificado nuestro aislamiento, causando que muchos busquen fuera de sus iglesias, en tribus políticas o comunidades conspirativas, a fin de encontar un sentido de propósito y pertenencia. Además, la hiperpolarización del movimiento evangélico estadounidense ha derivado en una clasificación política. Los congregantes a quienes no les gustan las posturas de sus pastores se marchan a otras iglesias en las cuales la postura política es la misma que la suya. Sin embargo, las congregaciones que incluyen a individuos cuyos mundos informativos son casi idénticos tenderán hacia la rigidez y un radicalismo cada vez mayores: lo que Cass Sunstein llama la Ley de la Polarización de Grupo.

En vez de replegarse hacia comunidades con odios compartidos, la iglesia debería estar ofreciendo una comunidad de amor mutuo, un santuario frente a la fragmentación y la polarización, frente a la soledad y el aislamiento del momento presente. La iglesia debería ser el modelo de lo que significa cuidar unos de otros a pesar de nuestras diferencias en cuestiones sociales y políticas, y afirmar las raíces incomparablemente profundas de nuestra identidad en Cristo.

Michael O. Emerson, sociólogo y experto en religión estadounidense en la Universidad de Illinois en Chicago, dijo recientemente que ha estudiado las congregaciones religiosas durante treinta años y que “nunca había visto” un nivel tan extraordinario de conflicto. “¿Cuál es la diferencia ahora?”, preguntaba. “El conflicto está en la cosmovisión completa: política, raza, cómo estamos en el mundo e incluso para qué sirven la religión y la fe”. Lo que yo he ofrecido más arriba es un modelo para comprender cómo hemos llegado hasta aquí, y una mera sugerencia de cómo podríamos comenzar el proyecto generacional que tenemos por delante.

No estamos sin esperanza. Las mentiras resuenan huecas al final del día. El odio es una pobre imitación del propósito, la celebridad un penoso reemplazo de la sabiduría, y las tribus políticas se comparan pobremente con la auténtica comunidad cristiana. Somos un pueblo que se define por la resurrección del Hijo de Dios. Somos llamados a ser redentores y reconciliadores.

Así que, quizá, podamos comenzar a tender puentes entre nuestros mundos informativos. Quizá podamos alimentar un ecosistema de comunicación saludable que ofrezca un punto de vista equilibrado del mundo y una generosa conversación acerca de ello. Tal vez podamos restaurar una cultura de liderazgo definida por la humildad en vez de por la celebridad, y por la integridad en vez de por la influencia. Tal vez podamos invitar a los que han encontrado una comunidad falsificada en sus tribus políticas a redescubrir una comunidad en Cristo más rica y robusta. Todo esto será esencial para reconstruir un entendimiento compartido del mundo que Dios ha creado, y de lo que significa seguir a Cristo dentro de él.

Timothy Dalrymple es presidente y CEO de Christianity Today. Puedes seguirlo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Desde la tumba vacía hasta los abusos actuales: la importancia del testimonio de las mujeres

Yo era apologeta en RZIM. Confiar en fuentes femeninas es clave para el testimonio cristiano.

Christianity Today April 16, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons / Velizar Ivanov / Unsplash

Los hechos centrales de la fe cristiana fueron atestiguados primordialmente por mujeres.

Jesús fue “concebido por el Espíritu Santo, nacido de la virgen María”, como dice el credo de los apóstoles, y la encarnación fue atestiguada primero y ante todo por María, su madre. Jesús “sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue enterrado”. En los cuatro Evangelios, la expiación fue atestiguada de primera mano por las seguidoras femeninas de Jesús. Después, “al tercer día, Él resucitó de nuevo”. La resurrección de Cristo también tuvo como testigos en los cuatro Evangelios a mujeres.

Si no creemos a las mujeres, entonces tendríamos que descartar los testimonios de la encarnación, la expiación y la resurrección. Si no quisiéramos escucharlas, no tendríamos acceso a la evidencia de las verdades centrales de la fe cristiana.

“Crean a las mujeres” se ha convertido en el disputado eslogan del movimiento Me Too. Yo sé lo que ocurre cuando no lo hacemos. Durante los últimos meses he vivido [enlace en inglés] en medio de una tormenta de trauma, consternación y profundo duelo, conforme las nuevas acusaciones de abusos iban golpeando la organización apologética en la que yo trabajaba anteriormente: RZIM. Las revelaciones de los abusos a múltiples mujeres por parte de Ravi Zacharias son horrendas, y los catastróficos efectos colaterales de su mezquina duplicidad han impactado a muchas personas.

Sin embargo, en 2017, cuando Lori Anne Thompson salió a la luz con su testimonio de un abuso sexual de parte de Ravi, nadie le creyó. Podría repetir con todo detalle lo que ocurrió al interior de la organización global, incluyendo cómo algunas mujeres de la organización plantearon preguntas serias acerca de las explicaciones ofrecidas por Ravi y en respuesta fueron engañadas, presionadas y persuadidas de aceptar la narrativa oficial. Me he disculpado sin reservas con Lori Anne y su marido Brad, y aquí lo vuelvo a hacer públicamente.

Desde aquellos que no escucharon el testimonio de una mujer fluyeron consecuencias devastadoras: consecuencias de las que yo fui testigo y que padecí de primera mano, aunque yo misma tuve que examinarme y confesar mi complicidad. Es con este trasfondo que la frase “crean a las mujeres” ha adquirido una nueva potencia para mí.

Como seguidora de Jesús, me entristece que la iglesia no parezca ser mejor que el mundo a este respecto. Demasiado a menudo sucede que no creemos lo que las mujeres dicen. La reconocida psicóloga Diane Langberg, experta en abuso, señala que “en los estudios, las tasas de falsas acusaciones [cometidas por mujeres] oscilan entre el 3 y el 9 por ciento”. Aun así, una y otra vez sucede que no se les cree a las mujeres que se atreven a dar un paso adelante con un testimonio.

Qué profético y conmovedor es, pues, que el núcleo de la fe cristiana descanse en el testimonio histórico de las mujeres. El evangelio de Jesucristo nos demanda que creamos en la palabra de las mujeres. El mensaje de la Pascua en sí mismo —“¡Cristo ha resucitado!”—, es testimonio de las mujeres.

Sabemos que no era más fácil creer en el testimonio femenino en los tiempos de Jesús de lo que es ahora. En el mundo antiguo, el testimonio de las mujeres no se apreciaba. Josefo, escritor judío del siglo primero, escribió: “Pero no dejen que el testimonio de las mujeres se admita, por cuenta de la ligereza y el descaro de su sexo”. Esa era la mentalidad de la época. No obstante, en el centro de las afirmaciones históricas de la fe cristiana el testimonio de las mujeres exige su admisión.

Esto es importante. La fe en Cristo no es el cumplimiento de un deseo, o una superstición cultural: está enraizada en la historia. Si es importante que estas cosas realmente ocurrieran, también es enormemente significativo que las mujeres jugaran un papel prominente en la observación y en el testimonio de tales eventos. Si creemos en los relatos del evangelio acerca de Jesús de Nazaret, tendremos que escuchar a las testigos femeninas sobre los que estos descansan.

Mujeres como María Magdalena, Juana, Susana y otras más son centrales en la vida y el ministerio de Jesús. Ellas lo sustentaron por sus propios medios (Lucas 8:2-3, NVI), estuvieron cerca de Él en prácticamente todos los momentos importantes de su ministerio, y recordaron los detalles de sus experiencias con aquellos que estuvieran dispuestos a escuchar.

Es obvio que los relatos de los cuatro Evangelios reflejan de manera intencional los detalles específicos del testimonio de las mujeres. El testimonio de la resurrección de Cristo, de hecho, fue diferente porque provino de las mujeres.

Primero, era personal. Cuando María Magdalena dice: “¡He visto al Señor!” (Juan 20:18) está declarando un hecho desde la verdad de su propia experiencia.

Segundo, el testimonio era detallado. Las mujeres estuvieron en la tumba de José de Arimatea cuando él enterraba a Jesús, y vieron “cómo colocaban el cuerpo” (Lucas 23:55).

Tercero, su testimonio las ponía en evidencia. Ellas transmitieron a los escritores de los evangelios que se encontraban “temblorosas y desconcertadas” (Marcos 16:8).

Cuarto, las testigos de la resurrección de Jesús también eran humildes y honestas. Hablaron con libertad de lo que no sabían. “Se han llevado del sepulcro al Señor”, le dijo María Magdalena a Pedro, “y no sabemos dónde lo han puesto” (Juan 20:2).

Quinto, su testimonio fue firme frente al escepticismo. Las mujeres que seguían a Jesús sabían lo que significaba contar su historia y que no se les creyera, porque Lucas nos dice que los hombres “no les creyeron” (Lucas 24:11).

Finalmente, su miedo era auténtico, aunque también su alegría. Cuando fueron testigos de la evidencia de la resurrección, “las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero muy alegres” (Mateo 28:8).

Esto nos ofrece una importante perspectiva de lo que debería ser también hoy el testimonio acerca de Cristo resucitado. Tal vez nuestro testimonio cristiano podría seguir de una manera un poco más consciente este patrón demostrado por las seguidoras de Jesús. ¿Podríamos ser más personales, más detallistas, autocríticos y humildes en nuestra apologética? ¿Podríamos también aprender de las mujeres de los evangelios y prepararnos mejor, nosotros y los demás, para la experiencia tan común de ser rechazados y sentirnos temerosos cuando compartimos a Cristo en este mundo?

Queda claro que el “crean a las mujeres”, según vamos descubriéndolo en las Escrituras, puede significar algo profundo para un evangelismo humilde, personal y alegre y la apologética de hoy en día.

En su ensayo “The Human-Not-Quite-Human” [El humano no tan humano], escrito en 1938 y publicado en 1947, la escritora y poetisa Dorothy L. Sayers escribió: “Quizá no haya nada maravilloso en que las mujeres fueran las primeras en la cuna y las últimas en la cruz. Nunca habían conocido a un hombre como este Hombre: nunca ha habido ningún otro así”. La atracción magnética de Jesús de Nazaret es tan real hoy día como lo era en el primer siglo y en el último. Si podemos creerle a estas mujeres, las primeras en el pesebre y las últimas en la cruz, ese mismo Jesús está vivo ahora mismo.

Y de ese modo nos quedamos con esta pregunta: ¿Qué haremos con el testimonio y la evidencia de las mujeres que nos legaron la historia de la encarnación de Dios, su muerte expiatoria y su resurrección? Si Jesús murió en una cruz romana tal y como esas mujeres testificaron, y si Él le ofrece a todo el mundo perdón a través del sacrificio que allí hizo, ¿lo recibiremos? Si aquellas mismas mujeres encontraron su tumba vacía al tercer día, las implicaciones de su triunfo sobre la muerte en nuestras vidas y comunidades son dignas de consideración.

¿Qué haremos nosotros —hombres y mujeres— con el testimonio de las mujeres acerca de Jesús? ¿Creeremos a esas mujeres y animaremos a los demás a hacer lo mismo?

Amy Orr-Ewing es presidenta de The Oxford Center for Christian Apologetics y autora de numerosos libros, entre ellos el más reciente: Where Is God in All the Suffering?

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Los valores comunes que aumentan la confianza entre la ciencia y la fe

Elaine Howard Ecklund examina la curiosidad, el ‘shalom’ y otras virtudes que los científicos y los cristianos tienen en común.

Christianity Today April 16, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons / Alex Kondratiev / James PT / Unsplash

En medio de la pandemia global, algunos enfoques cristianos con respecto a la ciencia han recibido especial atención por su desconfianza hacia las vacunas contra el COVID-19 o por su oposición al uso de mascarillas [todos los enlaces en este artículo redirigen a contenido en inglés]. Esta lucha no es una novedad. A lo largo de los años, diversas encuestas realizadas en los Estados Unidos a nivel nacional han observado una profunda desconfianza de parte de los cristianos hacia la ciencia, particularmente en temas como el calentamiento global causado por el hombre, la evolución y otros temas, lo cual muchas veces ha llamado la atención del público en temas controversiales. Sin embargo, muchos cristianos no solo han encontrado una armonía entre la fe y la ciencia, sino que también han seguido el llamado a vivir en ese espacio de tensión.

Con el propósito de satisfacer la necesidad de una mayor cooperación y colaboración entre las comunidades científicas y religiosas, la socióloga Elaine Howard Ecklund, de la Universidad Rice, busca resaltar los aspectos que tienen en común, en vez de las diferencias, como el camino que debemos seguir.

Ecklund ha dedicado más de una década a informar sobre lo que los científicos creen sobre la religión, y sobre lo que las personas religiosas, especialmente los cristianos, creen sobre la ciencia. A pesar del hecho de que casi el 50% de los científicos se consideran religiosos, persiste una desconfianza entre cristianos y científicos, quienes muchas veces ven al otro como una amenaza.

En su libro más reciente, Why Science and Faith Need Each Other: Eight Shared Values That Move Us Beyond Fear [Por qué la ciencia y la fe se necesitan mutuamente: Ocho valores que nos llevan más allá del temor], Ecklund sostiene que los cristianos y los científicos pueden encontrar un terreno en común en ocho virtudes que cumplen un rol vital tanto en la fe como en la práctica de la ciencia: la curiosidad, la duda, la humildad, la creatividad, la sanidad, la admiración, el shalom y la gratitud.

Christopher Reese habló con Ecklund sobre el libro y algunos de los otros desafíos concernientes a la relación entre el cristianismo y la ciencia.

¿Por qué es importante encontrar un terreno en común para el cristianismo y la ciencia?

Diversas investigaciones muestran que la percepción que la gente tiene sobre la relación entre la religión y la ciencia tiene implicaciones importantes. Como argumenté en mi libro, puede tener influencia sobre el voto de la gente y, en consecuencia, sobre los fondos públicos que se asignan a la investigación científica. Las percepciones sobre la relación entre religión y ciencia también pueden influenciar al individuo al decidir si asiste o no a la iglesia, y en el caso de los jóvenes para decidir si permanecen en la iglesia. La investigación muestra que muchos jóvenes hoy abandonan la iglesia porque perciben un conflicto inconciliable entre el cristianismo y la ciencia.

¿Por qué persiste la desconfianza entre los cristianos y los científicos?

Hay muchas razones por las que persisten el temor y la desconfianza. En las iglesias que he visitado, he conocido a cristianos que no dejan que sus hijos vayan a ciertas clases de ciencia por temor a que la educación científica suscite dudas en ellos y al final los aleje de su fe. Hay padres cristianos que, al ayudar a sus hijos a elegir una universidad o facultad, se preocupan acerca de lo que los científicos dirán sobre la fe.

Los cristianos que provienen de comunidades minoritarias, sobre todo los cristianos negros e hispanos, se preocupan acerca de ser parte de los campos de la ciencia y de la tecnología donde no solo su raza o etnicidad es minoritaria, sino también su fe. Las mujeres y niñas cristianas que quieren seguir una carrera científica se preguntan si serán marginadas en sus comunidades cristianas por sus aspiraciones científicas, y si serán también marginadas en la comunidad científica tanto por su género como por su fe.

Algunos cristianos se preocupan por algunas tecnologías e investigaciones médicas, sobre si son éticas y si consideran el carácter único del ser humano, y lo que significa ser hecho a la imagen de Dios. He conocido a muchos cristianos que tienen temor al impacto de la ciencia sobre su fe y cómo los científicos ejercerán su influencia en la religión y en el lugar de esta en la sociedad.

¿Deberían las iglesias promover la ciencia? Si es así, ¿de qué manera pueden hacerlo?

¡Por supuesto! A menudo sucede que si las iglesias abordan el tema de la ciencia en algún momento, tienden a hablar de los temas más polémicos, tales como la evolución, el cambio climático y las tecnologías de la genética en la reproducción humana, por nombrar algunos ejemplos. Pero para promover la ciencia, los jóvenes, y en realidad toda la congregación, necesitan escuchar a científicos que son cristianos (y también a los que no lo son) hablar sobre su trabajo científico y sobre el gozo que encuentran al dedicarse a la ciencia, la belleza de la ciencia. Las iglesias podrían dedicar más tiempo a hablar sobre lo que las comunidades científicas y de fe tienen en común.

Cuando comencé a escribir este libro, busqué por toda mi casa un cuaderno que había usado en una clase hace más de veinte años, cuando era estudiante de licenciatura en la Universidad Cornell. En esa clase, dictada por Norman Kretzmann sobre el filósofo Tomás de Aquino, comencé a pensar profundamente sobre las virtudes y los valores cristianos, los cuales Aquino veía como prácticas o hábitos que tienden hacia el bien.

Mientras estudiaba, entrevistaba y trabajaba tanto con cristianos como con científicos, me impactó el hecho de que parecían compartir muchas de las mismas virtudes. Descubrí que las virtudes centrales que guían la práctica y los hábitos de la ciencia y la religión son más parecidas de lo que pensamos, aunque también hay algunas diferencias fundamentales. Tengo un nuevo enfoque para discutir sobre la relación entre la ciencia y la fe. Veo la ciencia y la fe no como simples conjuntos de ideas, sino como grupos de personas, y estoy convencida de que los científicos y los cristianos tienen virtudes en común que, si son traídos a la luz, permitirán encontrar un terreno común. También estoy convencida de que, si reconocemos cuáles son las virtudes que la ciencia y la fe tienen en común, y cuáles son los valores en los que difieren, nosotros como cristianos podemos comenzar a desarrollar una relación más significativa y efectiva con la ciencia y los científicos.

¿Podría ahondar acerca de las diferencias fundamentales entre la práctica y los hábitos de la ciencia y la religión?

Obviamente los científicos, sean creyentes o no, plantean preguntas sobre el mundo biológico y natural, cosas que se pueden ver y poner a prueba. La mayoría de los científicos dicen que su trabajo no brinda tanto conocimiento sobre las cosas que están fuera del mundo natural.

¿Qué consejo le daría a jóvenes cristianos que creen que tienen que elegir entre la ciencia y su fe cristiana?

En resumen, no tienen que elegir. Hay ejemplos maravillosos de científicos que son cristianos y que encuentran maneras de no solo integrar su identidad religiosa y científica, sino que también estas identidades se nutren la una a la otra. Lo que necesitamos es tener más ejemplos de cristianos de diferentes trasfondos, géneros y grupos étnicos que nos ayuden a ver que una gran variedad de cristianos pueden ser científicos.

De las ocho virtudes que mencionó que el cristianismo comparte con la ciencia, ¿cuál le parece la más fascinante?

Shalom. En las entrevistas que realicé a científicos cristianos, muchos se inspiraban en los conceptos de shalom y mayordomía. Shalom es una palabra hebrea que viene de la raíz que significa «completitud» y «perfección», y consiste en la paz, la armonía, el bienestar y la prosperidad que resultan del florecimiento de toda la creación. Shalom puede referirse a involucrarse en el desorden del mundo, intentar combinarlo con estructuras que no son justas, para hacerlas más justas.

La mayordomía, o el cuidado del mundo, en el sentido de protección del medio ambiente, a menudo es considerada como una virtud científica, pero también es una virtud profundamente cristiana, una práctica que nos acerca más al shalom. La mayordomía cristiana abarca la idea de la singularidad humana, de que fuimos creados por Dios y que por ende tenemos una responsabilidad de cuidar y proteger al resto de la creación de Dios.

Algunos de los científicos cristianos que entrevisté también mencionaron abiertamente su preocupación acerca de incrementar la representación y la igualdad en el campo de la ciencia como uno de sus objetivos, y como una de las maneras por medio de las cuales alcanzar el shalom a través de su trabajo como científicos. Algunos de estos científicos conectan concretamente su fe con sus esfuerzos para aumentar las oportunidades para aquellos que no están representados en el campo de la ciencia.

Como socióloga y cristiana a la vez, estudiar y promover la diversidad en la ciencia es un campo que me apasiona de forma especial. Algunas de las personas que entrevisté para mis estudios también compartían esto conmigo. Una bióloga, por ejemplo, habló sobre su experiencia como miembro del comité de su gremio que busca promover y representar la diversidad en su campo científico, y cómo la lucha por la diversidad en la ciencia es una parte importante de la fe individual, no solo para ella, sino también para otros en el comité.

Si una científica no creyente comparte con su amigo cristiano su asombro ante la complejidad del universo, y el cristiano expresa su admiración ante el poder creativo de Dios, ¿puede una interacción de este tipo llevar a un punto en común?

Pienso que sí, en algunos casos, si se hace con cuidado y a conciencia. Muchos científicos (tanto creyentes como no creyentes) hablan sobre cómo ver la belleza del mundo natural a través de su trabajo los llena con un sentimiento de maravilla y asombro, lo cual tienen en gran estima. Desmenuzar, examinar y entender el mundo natural, incluso sus partes más diminutas y complejas, solo aumenta su asombro, admiración y apreciación.

¿Hay organizaciones o instituciones donde usted vea hoy en día a cristianos y científicos entablando un diálogo productivo?

Existen algunas organizaciones que son realmente fantásticas. BioLogos, fundada por Francis Collins, es uno de los programas más prominentes que busca ayudar a los cristianos a «ver la armonía entre la ciencia y la fe bíblica». Y creo que Science for the Church (Ciencia para la Iglesia) también es muy sólida. Hay además otras organizaciones que no se dirigen específicamente a cristianos, pero que brindan herramientas útiles que los cristianos pueden usar, tales como el programa Diálogo sobre Ciencia, Ética y Religión de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Y también pienso en los programas de Ciencia para Seminarios, como el que ofrece la Universidad Howard. En la actualidad, hay muchos espacios que pueden animarnos respecto al tema de la ciencia y de la fe.

Christopher Reese es editor jefe en The Worldview Bulletin, es cofundador de la Christian Apologetics Alliance, y editor general de Three Views on Christianity and Science (Zondervan, 2021).

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Falleció Ruth Montaño, luchadora por la libertad religiosa de los bolivianos no católicos

La abogada de Cochabamba logró la aprobación de la histórica ley de 2019 que protege a los evangélicos y otras minorías religiosas de la discriminación en la nación andina.

Christianity Today April 13, 2021
Morning Star News

Hasta su muerte el mes pasado a la edad de 63 años, la abogada boliviana Ruth Montaño había hecho quizás más que cualquier persona viva para promover los derechos de las minorías religiosas en su tierra natal andina.

Especialista en derecho constitucional y asesora legal permanente de la Asociación Nacional de Evangélicos de Bolivia (ANDEB), la abogada con sede en Cochabamba pasó más de dos décadas defendiendo a los creyentes y congregaciones cristianas contra la discriminación y la injusticia.

Su mayor logro profesional fue, sin duda, la aprobación en septiembre de 2019 de la Ley de Libertad Religiosa 1161.

Montaño fue la principal arquitecta legal de la histórica legislación, “uno de los mayores logros de la iglesia evangélica [enlace en inglés] y de la ANDEB en la historia de nuestro país con respecto a la libertad religiosa”, dijo el presidente de la ANDEB, Munir Chiquie.

Producto de nueve años de investigación, litigio y negociaciones con el gobierno del expresidente Evo Morales, la ley garantiza la independencia de las iglesias y otras comunidades religiosas de la interferencia del gobierno en sus asuntos internos.

La ley impide que los funcionarios seculares dicten a las iglesias no católicas cómo deben organizar sus actividades, elegir líderes y administrar sus finanzas. También restablece el derecho de las iglesias y organizaciones misioneras a abrir y mantener escuelas, clínicas y otros ministerios sociales integrales, un derecho que se les había negado durante casi una década.

Según Chiquie, la disposición más importante de la Ley 1161 fue la creación de una nueva identidad legal para iglesias, sinagogas, mezquitas y otras comunidades religiosas. Estos grupos ahora gozan del estatus oficial de “organizaciones religiosas”.

“Esta ley estableció un entorno judicial completamente nuevo para las organizaciones religiosas”, dijo Chiquie. “Reconoce su libertad para predicar, enseñar la Palabra y utilizar los medios de comunicación masiva. Además, garantiza la libertad de impartir educación religiosa de acuerdo con sus respectivas cosmovisiones”.

Los cambios radicales se produjeron en parte por una medida del gobierno de Morales hace ocho años para ejercer un control estricto sobre las iglesias no católicas del país.

En 2013, la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia aprobó la Ley 351: Ley de otorgación de personalidades jurídicas a las iglesias y grupos religiosos. En respuesta, la ANDEB presentó recursos legales ante el Tribunal Constitucional del país solicitando la anulación de dicha legislación.

Montaño, quien encabezó la apelación legal, argumentó que la Ley 351 otorgaba al gobierno un poder excesivo para interferir en los asuntos internos de las iglesias y agencias misioneras. El cumplimiento de la Ley 351, dijo, “obligaría a las iglesias a traicionar sus verdaderas tradiciones eclesiásticas. Esta medida les priva de toda autonomía para seguir sus convicciones de fe originales”.

A pesar de la impugnación constitucional de la ANDEB y las marchas que movilizaron a unos 20 mil manifestantes en cinco ciudades, los jueces designados por Morales ratificaron la Ley 351. Ese revés, junto con la insistencia del gobierno en que se observaran rituales animistas precolombinos [enlace en inglés] en las escuelas y otras esferas públicas, galvanizó a los líderes de la iglesia para presionar enérgicamente por una nueva ley que garantizara la libertad religiosa.

Montaño también encabezó esa iniciativa, redactando innumerables borradores legislativos y recorriendo el país de lado a lado para consultar con líderes religiosos.

“Me salieron canas”, dijo. “Fue una tarea enorme construir consenso entre los pastores evangélicos. Terminábamos un borrador en una parte del país y lo llevábamos a otra para su revisión. Y ellos decían: “No, no, no, deberíamos mejor hacer esto”.

“Se hizo evidente que algunos líderes de la iglesia tenían conceptos erróneos sobre lo que es realmente la libertad religiosa. Descubrimos actitudes discriminatorias contra otras religiones. Tuvimos que explicar que la libertad para algunos significa libertad para todos”.

Al final, fueron en gran parte las credenciales de Montaño como abogada constitucional y su incansable búsqueda de la justicia lo que llevó el proyecto a buen término.

“Ruth era una guerrera”, dijo Chiquie. “Tenía un corazón apasionado por Dios, completamente honesto, directo y sincero en todo lo que hacía”.

Jaime Huayta, socio menor del bufete de abogados de Montaño, estuvo de acuerdo.

“Era como una leona, una mujer feroz cuando se trataba de trabajar por causas justas”, dijo. “Con total franqueza, fue y les dijo a funcionarios gubernamentales de alto rango exactamente lo que tenía que decir. A veces, otros abogados y representantes le decían: “Cálmate, Ruth, pueden enfadarse con nosotros”. Pero ella siempre hablaba con respeto y profesionalismo, pidiéndoles que hicieran lo correcto.

“Así la recordaré, por su ética de trabajo y su impecable conducta”.

La pequeña madre de dos tenía otros intereses apasionados. En sus últimos años, dedicó una parte de su tiempo a la protección de la familia, representando a Bolivia ante las sesiones de la Organización de los Estados Americanos para testificar sobre el impacto de las políticas públicas en los derechos reproductivos, la condición de la mujer y la educación de los menores de edad.

Sin embargo, Montaño nunca se negó a ayudar a nadie que le pidiera ayuda, a menudo trabajando de forma gratuita.

“Se desempeñó como asesora legal de muchas denominaciones y organizaciones evangélicas en todo el país”, dijo Chiquie. “Ella ayudaba a cualquier persona que la buscara, sin importar quién fuera, y defendía su caso con todo su corazón y capacidad”.

En septiembre de 2020, exactamente un año y un mes después de la sanción de la Ley 1161, Montaño fue diagnosticada con cáncer de estómago. Falleció en su casa el pasado 12 de febrero. Le sobreviven dos hijos adultos, Lenz Mauricio y Jorge Luis, su anciana madre y tres hermanos.

“No será fácil reemplazarla”, dijo Chiquie. “No será fácil para otro tomar su lugar y hacer las cosas que ella hizo”.

Escrito por el corresponsal en Latinoamérica de Morning Star News.

Traducción por Iván Balarezo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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La apologética puede prosperar tras RZIM. Pero algunos cambios son necesarios.

Para sus detractores, la caída de Ravi Zacharias significa el fin de un movimiento; sin embargo, su derrumbe nos recuerda que debemos profundizar nuestros compromisos fundamentales con la obra del evangelio.

Christianity Today April 8, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Barry Daly / Lightstock / Courtesty of RZIM / Google Maps

Cuando RZIM ratificó los informes de que Ravi Zacharias era culpable de abusos calculados y en serie, me sentí destrozado. Recuerdo haber escuchado el programa de Ravi en la radio cuando estaba en bachillerato [high school] y haber visto cómo mantenía hechizado a un auditorio repleto en la universidad. Devoraba todo el contenido suyo que podía. Me parecía como un C. S. Lewis moderno, que casaba la razón y la imaginación, que satisfacía el corazón y la mente, pasando sin esfuerzo de Malcolm Muggeridge a The Moody Blues.

Tras reflexionar, me di cuenta de que parte del orgullo que sentía al escucharlo tenía que ver con lo mucho que Ravi se parecía a mí. Como descendiente de filipinos que ha crecido en un entorno predominantemente blanco, me parecía que Ravi, un americanocanadiense nacido en India, parecía ser el mejor ejemplo de lo que yo podría llegar a ser. Entre otras cosas, me dio la esperanza de ser aceptado por la cultura predominante, una cultura que se podía conquistar a través de la educación, la erudición y la elocuencia.

Recuerdo que Ravi una vez respondió a una pregunta citando el poema de Francis Thompson “In No Strange Land” [“En tierra conocida”], el cual describe un escenario imaginario en el que Jesús va caminando por la ribera del río Támesis en Londres. Cerró de forma magistral: “¡Él te encontrará allá donde estés!”. Pero, pasados todos estos años, me he sentido devastado al enterarme acerca de dónde estaba Ravi en realidad y de lo que estaba haciendo. Ha sido igualmente devastador enterarme de que Ravi había sido aislado y protegido de la rendición de cuentas por un círculo de personas cercanas, sobrepasadas en parte por su carisma y en parte por su tajante intimidación.

Como pastor y profesor al que le preocupa la revitalización de la apologética para el beneficio del evangelio, la historia de RZIM me hace poner los pies en el suelo para observar el futuro del movimiento desde una perspectiva más amplia. No hay duda de que la depravación de Ravi ha dañado irreparablemente su legado, así como al ministerio que ahora está cambiando su nombre y se está retirando de la apologética.

Como informó recientemente CT, la que una vez fue una gran organización de apologética a nivel mundial, ahora será reducida significativamente y encauzará parte de sus recursos a la reparación de los daños, financiando organizaciones que cuiden de las víctimas de abuso sexual.

Para algunos observadores, existe una conexión problemática entre la práctica contemporánea de la apologética y el potencial para el abuso. Nuestra idea de un apologeta tiende a ser la de un sabio sobre el escenario: un retórico preparado para responder a cualquier objeción posible. Pero idolatrar la brillantez oratoria quizá haga que nos contentemos con el dominio de los argumentos, mientras seguimos sin ser dominados por el Espíritu. Para los detractores, la caída de Ravi es el último clavo del ataúd de la práctica apologética tradicional.

¿La caída de Ravi ha revelado la inutilidad y el fracaso de la apologética popular? ¿Qué efecto, si acaso tiene alguno, tendrá sobre la comunidad de apologetas en general?

La apologética tradicional, que se ocupa de responder las objeciones a la fe cristiana, continúa teniendo gran aceptación dentro de los círculos evangélicos. Tanto las obras clásicas como las contemporáneas tienen grandes ventas; en los campamentos de perspectiva mundial abundan estudiantes a punto de entrar en la universidad; y nuevas voces están floreciendo en plataformas en línea como YouTube.

La mayoría de los textos contemporáneos sobre el tema incluyen una defensa de la apologética frente a sus cultos detractores. Dichos autores sostienen que los problemas no los tienen tanto con la apologética en sí, sino con su mala ejecución. Algunos quieren apartarse de una confianza exagerada en la racionalización y moverse hacia recursos que tengan más que ver con la revelación divina, las relaciones o la imaginación. Otros han defendido más bien los enfoques que se caracterizan por la virtudes del símbolo de la cruz: humildad, amabilidad, paciencia y amor.

Sin embargo, cada vez hay más recelo contra la disciplina, especialmente entre los evangélicos más jóvenes. Hace no mucho estaba dando una clase de apologética en un seminario evangélico y me sorprendió el número de estudiantes que buscaron una disculpa para no asistir. Mis estudiantes tenían preguntas difíciles: ¿Acaso no es imposible convencer a alguien de tener fe con base en argumentos? ¿Acaso la apologética no es solo eficaz para los que ya están convencidos? ¿Acaso no es la apologética un mal sustituto del evangelismo relacional y del discipulado?

La caída de Ravi ha dado un nuevo impulso a las críticas de los modelos tradicionales. A nosotros, debería servirnos para ser más humildes. Como ocurre con la caída de otros líderes célebres, esta historia representa no solo un fracaso individual, sino uno institucional.

El antiguo ministerio de Ravi está en proceso de arrepentimiento y reparación. Sin embargo, como líderes del pensamiento cristiano y miembros de la iglesia global, ¿cómo podemos sanar la cultura de la gran comunidad apologética? ¿Cómo podemos dejar de perpetuar los ciclos de celebridad, complicidad y abuso? Mientras pasamos el duelo y buscamos ser mejores, ¿qué lecciones deberíamos tomar en serio?

Escuchando las conversaciones que han tenido lugar entre los profesionales de la apologética, he logrado identificar cuatro temas.

1. Demostremos un compromiso con la verdad incluso cuando las consecuencias duelan.

Tradicionalmente, los apologetas se han presentado como valientes buscadores de la verdad. Pero cuando surgieron preguntas acerca del carácter y la conducta personal de Ravi, parte de la verdad estaba fuera de alcance. Aun así, como solía decir el fallecido Dallas Willard, la realidad es “aquello con lo que tropezamos cuando nos equivocamos, una colisión en la que siempre salimos perdiendo”.

En una época de tribalismo y polarización política, nos sentimos tentados a buscar la verdad siempre y cuando esta legitime nuestra posición como la correcta. Si nuestro único objetivo es ganar, la verdad se puede convertir en algo instrumental, o incluso innecesario, para esa aspiración. “Ganarles a los del otro bando” no requiere nuestra transformación, como tampoco a las dos hermanas de la verdad: la bondad y la belleza.

“En un Occidente poscristiano, que cada vez rechaza más la bondad y la belleza del cristianismo, deberíamos hacernos cargo del hecho de que demasiado a menudo la evidencia empírica sustenta este caso”, me contó Joshua Chatraw, director del Centro para el Cristianismo Público. “Aunque quizá también sea una oportunidad. En una cultura vertiginosa, donde la mayoría lucha por los recursos que motiven un arrepentimiento sincero, practicar el arrepentimiento público es nuestro primer paso para volver a sustentar nuestro propósito”.

2. Distingamos el mensaje del mensajero (pero no los dividamos).

Después de la caída de Ravi, las voces de la comunidad apologética procesaron sentimientos de duelo y traición en sus plataformas públicas. Surgió una voz a coro bastante consistente: miren a Jesús. Confíen en Jesús, que nunca fue culpable de abuso de ninguna clase. Como les dijo Alissa Childers a los seguidores de su popular canal: “No pongan su fe en su apologeta favorito de YouTube”.

Lo mejor que un apologeta puede hacer es dirigir a la gente hacia Cristo. Pablo les dijo a los corintios: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Corintios 4:5, NVI). Hay una diferencia, sin embargo, entre hacer esta distinción antes o después de que haya salido a la luz un escándalo.

Cuando los líderes fallan, es tentador separar el mensaje del mensajero en nombre de la gestión de imagen, pero distinguir entre los dos no puede ser una maniobra de relaciones públicas. El mensaje siempre está encarnado en la vida de una persona (o una comunidad) que hace creíble la idea. Si somos parte de una organización o de una iglesia donde se descubre oscuridad, distanciarnos de una figura pública abusiva no nos deja libres de culpa. El carácter importa. Por esta razón, a los líderes se les debería apartar de su cargo y se debería revelar su cultura institucional tóxica.

Y para aquellos que se preguntan acerca de la ayuda que recibieron de parte de líderes en desgracia, la distinción importa también. Los estudiantes de Historia de la Iglesia recordarán a los donatistas, que defendían que el valor de los actos pastorales dependía de la pureza con la que uno los realizaba. Un ministro indigno invalidaría la gracia que viene a través de los sacramentos. La pregunta es obvia: ¿Cuán buena es la gracia cuando viene a través de las manos de los ministros que han caído?

En respuesta, la iglesia rechazó la línea de pensamiento donatista y adoptó la postura de que la gracia no depende de la dignidad del ministro, sino de Dios, quien obra a través de los débiles y los indignos. El fracaso moral puede invalidar un ministerio, pero nunca puede invalidar la gracia de Dios, que viene a nosotros a través de Jesucristo.

Mientras la iglesia se recupera de la caída de Zacharias y de RZIM, los líderes a quienes les importa el movimiento de la apologética cristiana pueden seguir adelante aferrándose a esta verdad: nosotros no nos encomendamos a la fe porque hayamos encontrado todas las respuestas, sino porque nos encontramos en desesperada necesidad del Salvador al que nos encomendamos.

3. Reclamemos la fe como un proyecto comunitario en vez de como un logro individual.

Es digno hacer preguntas sobre la apologética, no solo por aquellos que hablan desde el escenario, sino también por los que se dirigen a multitudes a través de las pantallas. De hecho, ¿qué clase de formación de carácter se les requiere a los apologetas de Internet? Un medio que privilegia los puntos de vista y la viralidad tienta a los líderes para que desarrollen una diferenciación cada vez mayor entre su vida pública y la privada.

No obstante, cualquier creador de contenido te dirá que construir una audiencia tiene tanto que ver con compromiso y dedicación, como con el valor de producción. Hasta el grado de que se puede cultivar una comunidad real en espacios en línea, los apologetas de Internet pueden seguir conectados orgánicamente con aquellos a los que buscan servir.

Pero ni siquiera esto es sustituto de un compañerismo corporal en una congregación local. En su reciente libro After Doubt [Después de la duda], A. J. Swoboda suplica a los que dudan que no reemplacen la iglesia local por voces incorpóreas.

“Pide pizzas y compra libros por Internet”, escribe él, “pero no lleves ahí tus dudas y preguntas más íntimas. Tráenoslas a nosotros, el pueblo de Dios que estamos en el campo. Por favor, no nos reemplaces. Cuestiona la suposición de que tener un doctorado es lo mismo que ser sabio, o la suposición de que ‘lo más visto’ o lo ‘viral’ tiene algo que ver con la veracidad”.

En otras palabras, la persuasión cristiana debe tener los pies en lo espeso y lo concreto de la comunidad cristiana. Como líderes de iglesia y líderes laicos, a menudo subestimamos lo importante que es que nuestra fe esté entrelazada con la fe de nuestras comunidades. La fe de nuestra comunidad puede sostenernos cuando es difícil sostenernos a nosotros mismos. No obstante, el peligro llega cuando nos parece bien intercambiar nuestro arraigo concreto en una comunidad local de creyentes por la fe aparentemente inasible de un forzudo. Le permitimos a una figura pública que piense y crea por nosotros.

Por el contrario, el mejor lugar para que la creencia se haga creíble es en la comunidad local y corpórea. El sabio del escenario (o de la pantalla) puede suplementar y preparar el camino, pero no debe reemplazar a los guías que están a nuestro lado.

4. Apoyemos tanto a los apologetas “con mayúscula” como a los apologetas “con minúscula” en el contexto de la iglesia local.

Hace unos diez años, el tercer congreso del Movimiento de Lausana para la evangelización mundial en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, juntó a 4,200 líderes evangélicos de 198 países y produjo el Compromiso de Ciudad del Cabo, que incluyó un llamado a “la dura tarea de una apologética sólida”. Parte de la invitación fue a equipar y orar por aquellos “que están en condiciones de abogar por la verdad bíblica y defenderla en el ámbito público”. A ellos los llamo “apologetas con mayúscula”.

Los apologetas con mayúsculas vienen equipados con respuestas, pruebas filosóficas y puntos de vista convincentes para las preguntas difíciles. Aunque a veces se les ha despreciado, juegan un importante papel en la sociedad y a menudo despejan el camino de barreras intelectuales para que una persona pueda avanzar mucho más en la fe o en la exploración de la fe. Por ejemplo, estoy agradecido por el ministerio de personas como William Lane Craig, que ha servido a la iglesia en ese espacio durante varios años.

Sin embargo, en general, asumir que los apologetas con mayúsculas son el modelo preferido para la persuasión cristiana establece un precedente peligroso. Si los practicantes cotidianos tienen el potencial de hacerse adictos a “tener todas las respuestas”, entonces nos podemos imaginar el peligro para los que ofrecen respuestas de manera profesional.

“Ravi viajaba por trabajo durante 200, 250 días al año; no era miembro de una iglesia”, dijo Sam Allberry [enlace en inglés], un conocido conferencista de RZIM. La presión de estar desconectado y siempre de viaje es algo arriesgado para cualquier líder, pero especialmente cuando eres un promotor público de la fe. A menudo, mantener un aura de invencibilidad se convierte pronto en parte de la descripción del puesto de trabajo.

En ese sentido, los profesionales con mayúsculas necesitan oración y rendición de cuentas. Necesitan amigos y colegas que los conozcan lo suficientemente bien como para no sentirse impresionados: gente que los ame tanto como para decirles la verdad. Los apologetas individuales deben estar arraigados y bajo la autoridad de congregaciones locales precisamente porque la apologética y la fe son en esencia empresas comunitarias.

El Compromiso de Ciudad del Cabo incluía un segundo componente en su compromiso apologético: “equipar a todos los creyentes con la valentía y las herramientas necesarias para relacionar la verdad con la conversación pública cotidiana, haciéndolo con relevancia profética, para así interactuar con cada aspecto de la cultura en que vivimos”.

Gracias a Dios, la mayoría de nosotros no tratamos, ni debemos tratar, de convertirnos en apologetas “con mayúscula”. En cambio, buscamos ser apologetas “con minúscula”, involucrados en las conversaciones del día a día. Buscamos llevar las preguntas, las esperanzas y las penas de nuestro prójimo, junto con las nuestras, ante el Salvador que nos llama a seguirle.

Justin Ariel Bailey es profesor de teología en la Universidad de Dordt y autor de Reimagining Apologetics (IVP Academic, 2020). También es ministro ordenado por la Iglesia Cristiana Reformada y ha servido como pastor en entornos filipino-americanos, coreano-americanos y caucásico-americanos en los Estados Unidos.

Speaking Out es una columna de opinión para invitados de Christianity Today y (a diferencia del editorial) no representa necesariamente la opinión de la publicación.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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La sanación es un pequeño adelanto de la resurrección

Las vacunas nos parecen un milagro. ¿Cuánto más el milagro real de la vida eterna?

Christianity Today April 7, 2021
Illustration by Kumé Pather

Las noticias han sido implacablemente desalentadoras desde comienzos del año pasado. Cualquier destello de luz se desvanecía sin más en medio de un número creciente de muertes por la pandemia, la depresión por el distanciamiento social, la violencia racial, la discordia política e incluso los vórtices polares. Con todo lo que hemos sufrido, resulta difícil atreverse a encontrar deleite alguno.

En una entrevista para el New York Times, el destacado sociólogo y columnista Zeynep Tufekci atribuyó [enlace en inglés] este pesimismo colectivo actual en parte al hecho de que tanto los medios de comunicación como los encargados de la salud pública fallaron al no sonar la alarma de la pandemia con anticipación. Las noticias ambiguas que llegaban de Wuhan, reiteradas por la Organización Mundial de la Salud, dieron a entender que no había transmisión del coronavirus entre humanos, a pesar de que la evidencia demostraba lo contrario. La intención era evitar una reacción exagerada y no incitar al pánico. El resquemor persistente por ese error ha avivado una melancolía continua y, recientemente, una minimización de los descubrimientos positivos, ya sea el descenso de las tasas de infección o la maravilla del desarrollo de la vacuna.

Las primeras predicciones [enlace en inglés] anunciaban que las vacunas tardarían entre doce y dieciocho meses en aparecer, con un objetivo modesto de un cincuenta por ciento de eficacia contra la infección. Aproximadamente un año después, no se ha logrado desarrollar una, sino cuando menos cuatro vacunas, algunas con un 95 por ciento de eficacia, un logro sin precedentes en la historia de la medicina. Esta Pascua llegó trayendo consigo una luz mucho más brillante. La mayoría de las iglesias aún no se reúnen libremente para los cultos, pero la seguridad de las vacunas y la esperada inmunidad de rebaño significan que volver a reunirnos es ahora una realidad imaginable.

No obstante, en vez de celebrar este notable logro de la humanidad, Tufekci señaló que los medios y los encargados de la salud pública se están moviendo con mucha cautela por temor a volver a desinformar. Así que se centraron en dar a conocer acerca de la amenaza de las nuevas variantes del virus, la necesidad de continuar utilizando mascarillas y la preocupación por lo desconocido, en vez de informar del impresionante hecho que sí sabemos: que las vacunas contra el COVID-19 son una defensa casi perfecta para no morir de la enfermedad.

Por supuesto, al final todos moriremos, pero es aquí donde no se deben minimizar las sorprendentes noticias de la Pascua. “Yo soy la resurrección y la vida”, dijo Jesús. “El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Juan 11:25-26, NVI). La versión parafraseada de The Message, en inglés, inserta un “al final” en este versículo para aclarar que Jesús no quería decir que no moriríamos en la tierra. Sin embargo, la vida eterna no está reservada solamente para el cielo. Pablo dejó claro que tenemos una vida nueva ahora (Romanos 6:4; Gálatas 2:20).

Los discípulos de Jesús creyeron con alegría estas buenas nuevas hasta que la situación se puso difícil. El arresto y el juicio de Jesús les causaron pánico, y huyeron para salvar sus vidas. Incluso después de su resurrección, los discípulos seguían reunidos en la clandestinidad, y restaron importancia al reporte de las mujeres que encontraron la tumba vacía, tachándolo de “tontería” (Lucas 24:11). Increíblemente, su falta de fe persistió incluso cuando el mismo Jesús resucitado se les apareció en persona (vv. 36-37). La resignación y la desesperanza, al menos, coinciden con la lúgubre realidad. Los humanos solemos minimizar las buenas noticias como un modo de protegernos contra la decepción.

Según la investigación de Pew Research [enlaces en inglés], tres de cada diez estadounidenses (el 28 %) afirmaron el pasado mes de enero tener una fe más fuerte a causa de la pandemia. El informe no distingue entre religiones, ni indica cuántos estadounidenses ya tenían una fe que fortalecer. Pero, si los estudios actuales sirven como indicativo, más de un setenta por ciento de los estadounidenses dicen ser cristianos, lo cual significa que hay muchos cuya fe no se ha fortalecido debido a la pandemia.

La fortaleza en medio de la adversidad es una marca del discipulado cristiano, si bien es cierto que la adversidad persistente también puede amenazar la fe cuando continúa incrementando en severidad. El discípulo Tomás, tras haberse perdido la primera aparición del Jesús resucitado, es conocido por haberse negado a creer a menos que pudiera verlo por él mismo. Jesús apareció de nuevo y entonces, como mensaje para el resto de nosotros, dijo: “Dichosos los que no han visto y sin embargo creen” (Juan 20:24-29).

Sabiendo que sus discípulos seguirían batallando con la incredulidad y, por extensión, también el resto de nosotros, Jesús sopló sobre ellos el Espíritu Santo (v. 22). Es el Espíritu Santo quien le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Romanos 8:16), y que “en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros” (v. 18).

Al ser voluntario en una residencia de ancianos, recibí mi vacuna a comienzos de la cuaresma. Hice fila con muchas personas que esperaban con ansia regresar a la vida anterior. Salí por las puertas de la clínica no solo con inmunidad, sino con cierta sensación de ligereza y valor. No solo estaba dispuesto a recuperar mi vida anterior, sino que sentí la fuerza para amar, servir y deleitarme en la nueva vida, sin importar los problemas que vengan.

Si tal es el caso con meras vacunas, ¿cuánto más con el Espíritu Santo que nos asegura una vida eterna?

Daniel Harrell es editor ejecutivo de Christianity Today.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Cómo ser buenos samaritanos para con nuestros hermanos brutalmente perseguidos por Beijing

La iglesia estadounidense no debe dejar pasar la oportunidad de dar la bienvenida y ayudar a los hongkoneses y uigures.

Christianity Today April 2, 2021
Anthony Kwan / Stringer / Edits by Rick Szuecs

China sufrirá “repercusiones” por sus abusos contra los derechos humanos, advirtió [todos los enlaces en este artículo redirigen a contenido en inglés] el presidente Biden en un evento de CNN en el ayuntamiento el mes pasado. Pero además de asegurar que habrá amonestaciones públicas, no dijo mucho más sobre a qué repercusiones se refiere.

Quizás la reticencia de Biden se debe a la dificultad de “hablar de las políticas públicas en relación a China en tan solo 10 minutos por televisión”, como bromeó en el ayuntamiento. O puede deberse al hecho de que Estados Unidos tiene muy pocas opciones realistas en cuanto a este tema. Sin embargo, hay una alternativa que Biden puede y debería procurar poner en marcha inmediatamente: dar la bienvenida a los uigures, a los hongkoneses y a otros que están llegando a los Estados Unidos como solicitantes de asilo y refugiados que huyen de la opresión de Beijing.

Sin duda Biden ha considerado esta opción. En una declaración por el Día Mundial del Refugiado el verano pasado, prometió “trabajar con nuestros aliados y socios para levantarnos frente al ataque que China ha infringido contra las libertades de Hong Kong, así como la opresión y las detenciones masivas de los uigures y otras minorías étnicas, y abrir un camino para que aquellos que son perseguidos encuentren un refugio seguro en los Estados Unidos y otros países”. Esto suena como si hubiera cierta apertura a imitar el programa del Reino Unido que ofrece ciudadanía a ciertos hongkoneses y que estima atraer a 300 mil personas desde la antigua colonia británica al Reino Unido en los próximos cinco años. Sin embargo, en el evento de CNN en el ayuntamiento, Biden mencionó la conversación sobre China claramente a partir del diálogo precedente sobre la admisión de refugiados. Había conversado con el presidente chino Xi Jinping sobre los uigures, según dijo Biden, lo cual “no [se trata] tanto sobre los refugiados”.

Pero puede ser, y los cristianos deberían esperar que Biden elija la opción del “refugio seguro” como una herramienta única para responder a los abusos de Beijing. Sería una decisión sabia tanto en términos de política práctica como de principios bíblicos.

La realidad política es esta: es fácil hablar de que habrá “repercusiones” por el autoritarismo general de China, por sus medidas enérgicas de represalia en Hong Kong y por el trato genocida del pueblo uigur, el cual incluye, según denuncias, abortos forzados, violaciones, reeducación, campos de concentración, y más. Pero es mucho más difícil definir el alcance de las repercusiones que impondría los EE. UU. considerando que tendrían que cumplir con tres criterios fundamentales: (1) que no causen daño a inocentes; (2) que no generen un riesgo inaceptable de conflicto de altos poderes que pueda extenderse al improbable, pero no imposible, riesgo de iniciar una guerra nuclear; y (3) que efectivamente sirvan para cambiar el comportamiento del gobierno chino.

Consideremos las opciones de siempre. La presión diplomática y las amonestaciones que Biden mencionó son buenas, pero seguramente producirían pocos cambios. Eso no se debe a que la diplomacia sea inefectiva, sino al hecho de que para Beijing, el autoritarismo es uno de los intereses nacionales centrales. Las sanciones generalmente cumplen con el segundo criterio mencionado, pero a menudo causan gran daño a los civiles que no tienen influencia sobre las acciones de su gobierno. Además, la efectividad de las sanciones para cambiar el comportamiento de sus objetivos es sorprendentemente baja. Un estudio importante reveló que, de 85 sanciones aplicadas a regímenes, solo cuatro fueron exitosas y concluyó que “no garantizan el cumplimiento de objetivos cruciales en la política internacional”. Intensificar las sanciones económicas al máximo posible o amenazar con repercusiones militares solo significaría dar inicio a una guerra catastrófica entre las dos fuerzas militares más poderosas del mundo. La guerra no reduciría el sufrimiento ni tampoco aplacaría a Beijing.

Ofrecer refugio a los que huyen de la violencia de Beijing es una opción muy diferente. Es una repercusión sin confrontación. No perjudica a inocentes ni amenaza con empezar una guerra. Si el éxodo de ciudadanos fuera lo suficientemente grande, en especial si son de la comunidad financiera de Hong Kong, con el tiempo podría persuadir a Beijing para que intente apaciguar el deseo de sus ciudadanos de huir. Lo más probable es que Estados Unidos no pueda coercer la política interna de China; sin embargo, nosotros sí podemos brindar a los hongkoneses, uigures y otras víctimas del gobierno chino un refugio si así lo quieren. (Incluso podríamos hacer esto en un contexto político relativamente calmo. Un proyecto de ley sobre una versión reducida de esta idea que estuvo cerca de ser aprobada el año pasado recibió amplio apoyo bipartidista.)

Hay una gran riqueza de principios bíblicos que respaldan la idea de recibir a los oprimidos y perseguidos para que puedan reconstruir una vida nueva con libertad, seguridad y paz. Darles refugio a los uigures y hongkoneses es una forma de “mostrar amor por los extranjeros” (Deuteronomio 10:19), de invitar al forastero y de cuidar “aun al más pequeño”, de “atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones” (Santiago 1:27), y de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Si Washington gobernara como Beijing, ¡probablemente nosotros también querríamos tener un lugar al cual huir!

A los lectores regulares de CT les resultarán conocidos estos argumentos bíblicos. Pero existe otra concordancia que pienso que no proviene tanto de los mandatos acerca de la hospitalidad, sino de nuestro llamamiento general como cristianos a seguir a Jesús con amor abnegado (Efesios 5:1-2).

Existen buenas razones para pensar que recibir a los refugiados de China podría traer beneficios a los Estados Unidos, incluso beneficios económicos. Sin embargo, ubicar refugiados puede ser difícil y costoso. Nos puede parecer que esta propuesta nos exige tomar parte en algo que “no es nuestro problema”. Pero en la medida en que nos da la oportunidad de imitar a Cristo al poner los intereses de otros por sobre los nuestros y al convertir sus problemas en nuestros (Filipenses 2:3-4), podemos destilar la misma esencia del amor de Cristo. Como leemos en Primera de Juan 3:16, “Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos”.

También tenemos el ejemplo del buen samaritano. Nuestra atención al leer esta parábola (Lucas 10:30-37) tiende a estar en que debemos cruzar las fronteras de la enemistad nacional, pero el samaritano también ayudó a solucionar un problema que él no había causado, ni le había perjudicado y que no podía, en un sentido amplio, esperar resolver. No podía hacer nada para que el peligroso camino de Jerusalén a Jericó fuera más seguro. No podía asegurarse de que nadie más fuera asaltado y golpeado allí en el futuro. Pero sí podía hacer algo para ayudar al hombre herido que encontró en el camino, y lo hizo aunque esto le implicó un costo personal.

Nosotros podemos hacer lo mismo en esta situación. No existe un camino despejado hacia el fin de los abusos del gobierno chino, y mucho menos sucederá por orden de los EE. UU. Pero Washington sí puede abrir las puertas del país a los hongkoneses, uigures y a otros que son perseguidos en China, y la Iglesia estadounidense puede estar preparada para recibirlos y servirles cuando lleguen.

Bonnie Kristian es columnista en Christianity Today.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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¿Conoce el pecado de la acedia?

Cómo el pecado de la acedia podría interferir con sus mejores hábitos espirituales en preparación para la Pascua.

Christianity Today March 30, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Samson Katt / Errin Casano / Pexels / Envato

Cuando el mundo entero pareció cerrarse en marzo del año pasado, yo me refugié en la cocina. Hice rollos de canela y muffins de moras azules. Freí donas y trencé un pan dulce finlandés. Para muchos, hornear pan se convirtió en el privilegio colectivo del confinamiento. Teníamos tiempo para esperar a que se elevara la masa.

Pero esos días cubiertos de harina ahora me parecen lejanos. Cientos de miles han fallecido desde entonces. Miles de negocios han cerrado para nunca abrir otra vez. Muchos niños no han podido volver a la escuela de forma presencial. Muchas iglesias, incluida la mía, no han vuelto a tener reuniones presenciales. Nuestro año de pandemia, aunque fue diferente para cada uno, nos ha desarmado, limitado y enseñado de muchas maneras a través de las pérdidas.

Nos plantea una pregunta urgente: ¿De dónde podemos sacar la fuerza de voluntad para poner en práctica los hábitos espirituales de preparación para la Pascua, con sus privaciones y renuncias, después de un año que se sintió como «cuaresma permanente»?

Por fuera, estos 40 días de abnegación pueden parecer lo último que necesitamos. Y, sin embargo, yo argumentaría lo contrario. Nuestras vidas durante la pandemia nos han enfrentado cara a cara con la misma tentación que consternó a los monjes siglos atrás: el pecado de la acedia, esto es, la incapacidad de «provocar en nosotros mismos el más mínimo interés», como lo describe Kathleen Norris en Acedia & Me [La acedia y yo]. En este contexto, la estructura de la Cuaresma representa para nosotros no solo una piedra de molino (Lucas 17:2), sino que se convierte también en una fuente de vida. Nos proporciona una salida de las oscuras aguas de la acedia.

Durante el siglo IV, Evagrio Póntico escribió la primera lista formal de los ocho vicios mortales que acechaban a los eremitas del desierto. En esa lista de pecados reconocibles (gula, lujuria, avaricia, orgullo), Evagrio también incluyó la tristeza y la apatía, las cuales siglos después fueron entendidas en conjunto como la acedia.

Rebecca DeYoung explica en Glittering Vices [Vicios relucientes] que la acedia no se refiere solo a la pereza como podemos llegar a suponer. Se manifiesta de dos formas casi idénticas: es el espíritu incansable que llama al monje a alejarse de su lugar de aislamiento y de su dedicación a la oración y el estudio; y es también el espíritu indolente que produce la languidez espiritual y vocacional.

La acedia puede ser un acto de movimiento, o puede ser un acto de inercia, pero según lo explica DeYoung, siempre es la «resistencia a las demandas del amor». En otras palabras, la pereza de la acedia no es tanto un fracaso de trabajar sino un fracaso de amar.

En su primera forma, el monje querrá salir de su lugar de aislamiento. Inventará razones buenas para evadir su trabajo. ¡Seguramente habrá alguna viuda que visitar, un lecho de muerte que atender! En la segunda forma, la acedia produce languidez, una falta de disposición para involucrarse en el trabajo que Dios le ha encomendado al monje. La única cura para la acedia, escribe Evagrio, es permanecer donde uno está y perseverar. En palabras de Norris, «la perseverancia cura la languidez».

La acedia nos ofrece un lente útil para mirar nuestro año de pandemia. Las restricciones que nos fueron impuestas han cancelado automáticamente el tipo de acedia que probablemente habríamos satisfecho en otras circunstancias. Cuando la vida se tornaba aburrida (y nos aburríamos de nosotros mismos), planeábamos vacaciones, salíamos a cenar, y nos manteníamos ocupados con mandados y con las actividades de nuestros hijos, incluso con eventos de la iglesia: cualquier cosa que nos mantuviera lejos de la peligrosa quietud donde Dios podría hablarnos. Nos escapábamos de nuestro lugar de aislamiento y de su llamado a ocuparnos de la turbulencia que tiene lugar dentro de nosotros.

Pero aunque la pandemia nos ha impedido «escapar de la escena», por así decirlo, ha magnificado las condiciones de la otra forma de acedia: la inercia y la pereza. Hay tantas cosas que simplemente no nos sentimos motivados a hacer. Después de meses de sobrellevar la vida en sus formas más tediosas y banales, nos sentimos exhaustos. Conozco a personas que están rindiéndose y abandonando sus iglesias, sus matrimonios, o su fe porque sienten que todo es mucho trabajo y esfuerzo, pero poca diversión. «Tengo un deseo intenso de algo nuevo», me dijo una amiga hace poco.

Entonces, ¿cuál es la cura para la acedia?

Durante el último año, la mayoría de nosotros ha renunciado de manera involuntaria a formas preciadas de convivencia y comunión, y probablemente ha experimentado poco progreso en su crecimiento espiritual. ¿Debemos persistir en este esfuerzo de abnegación? La respuesta es: sí. Como escribió Benito de Nursia, la vida cristiana es una «cuaresma permanente». Nuestra tarea diaria es «odiar las insistencias de la propia voluntad».

A medida que pienso en mi propia lucha con la acedia en este año de pandemia, parece que aún tengo más pecados que eliminar, incluso el pecado de sentirme en pleno derecho a algo más que la banalidad. Me parece que incluso tengo muchas más razones para volverme a Dios en estos 40 días y dedicarme una vez más a la confesión y al arrepentimiento.

Quizás lo más importante que la Cuaresma me recuerda es que no he de mirar solo hacia mi interior, sino que tengo que mirar a Cristo. Esta mirada fija en Él es la idea central del libro de los Hebreos, dirigido a cristianos que sufrían, no por una pandemia, sino por las pruebas de la persecución, prisión, la pérdida de propiedad y mucho más.

Mire a Cristo, exhorta el escritor de Hebreos, quien corrió su carrera con paciencia (o perseverancia, Hebreos 12:1-2, LBLA). Mire a Cristo, nuestro hermano y fiel sumo sacerdote, siempre dispuesto a ayudarnos (2:14-17). Mire a Cristo, el Hijo de Dios, quien «aprendió obediencia por lo que padeció» (5:8).

«Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia (o perseverancia), para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa» (Hebreos 10:35-36).

Si la perseverancia es la cura para la acedia, debemos pedírsela a Cristo. ¿Por qué? Porque la mayoría de nosotros es hábil para evadir el trabajo que la gracia hace posible, estemos o no confinados en nuestras casas. Donde sea que nos encontremos, queremos lo más glorioso y extraordinario de la vida: no lavar los platos, ni la tarea, ni la reunión por Zoom con nuestro grupo pequeño. Con frecuencia nos sentimos tentados a pensar «quizás no vale la pena el esfuerzo», escribió [enlace en inglés] J. L. Aijian. «La acedia lanza a sus víctimas pensamientos como estos en un esfuerzo estratégico para impedir que persigan su vocación espiritual».

En contraste, los hábitos de la Cuaresma simplemente nos piden que permanezcamos, y que perseveremos con paciencia en la monotonía diaria del amor.

Jen Pollock Michel es autora de Teach Us to Want, Keeping Place, Surprised by Paradox y, recientemente, A Habit Called Faith. Vive con su esposo y sus cinco hijos en Toronto.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Luis Palau: «Cuando se trata de evangelismo, ¡sueña en grande!»

Las preguntas de un pastor para un evangelista veterano.

Christianity Today March 26, 2021
Courtesy of Luis Palau Association / Flickr

Esta entrevista fue publicada originalmente en CT Pastors en julio de 2014.

En una reunión en Portland, Oregón, cientos de pastores locales se reunieron en el abarrotado auditorio de una iglesia para escuchar al veterano evangelista Luis Palau, quien compartió de la sabiduría que obtuvo durante toda una vida de predicación del Evangelio. El pastor Rick McKinley tenía preguntas para Palau, tanto sobre «soñar grandes sueños», como sobre los difíciles detalles que una aspiración tan elevada conlleva en una cultura que se estremece ante el proselitismo.

McKinley: Hace veinticinco años, le oí predicar sobre «soñar grandes sueños». En ese momento, usted iba a predicar el evangelio a la reina de Inglaterra, algo con lo que había soñado toda su vida. ¿Cómo está Dios haciendo crecer ese deseo en usted?

Palau: Sigo citando a los misioneros. ¿Sabe? Nos enseñaron que debemos predicar «al mundo entero». Ese es un gran sueño. Pero probablemente la mitad del mundo todavía no ha escuchado Juan 3:16 bien explicado. Así que sigo esperando más oportunidades, más puertas abiertas, más posibilidades.

Ese sueño no está solo allá en Asia o en Europa, sino alrededor de nosotros aquí mismo. Llevo una carga de culpa por mi comunidad, como cualquier otra persona. Miro a mis vecinos y pienso: «A mucha de esta gente no le he dado claramente el evangelio. Saben quién soy por los periódicos y todo eso, pero hablamos de sus perros cuando los pasean por la calle. Asisto a una iglesia a una milla y media de mi casa, y sin embargo algunos de mis vecinos son dulces paganos».

Así que mi sueño es que el Señor me siga usando en el área local. Es fácil exhortar a otros creyentes a hacerlo. Pero, ¿lo estoy haciendo yo? Así que lo hacemos, lo intentamos. En nuestro propio barrio, encendiendo nuestra propia iglesia.

Así que sigo soñando. En casa y en el extranjero. Desde mi punto de vista de evangelista de masas, el Señor no me ha dado las grandes ciudades. Sigo soñando con París. Tenemos que predicar en París. Tenemos que predicar en Pekín, pero su gobierno no nos deja. Pennsylvania… Miami.. hemos tenido uno o dos eventos allí, pero fueron mínimos.

¡Así que sigan soñando mientras que el Señor les dé vida! ¡Mantengan el fuego encendido!

A menudo, usted predica a grupos demográficos que no parecen responder a una simple invitación a la fe: los jóvenes, los urbanos. ¿Qué ha aprendido de toda una vida de llamados a creer en el evangelio?

Bueno, al principio comencé con cierta desconfianza hacia estos llamados e invitaciones. En mi iglesia local nunca daban una «invitación». Sentían que era algo manipulador. ¿Sabe? De alguna manera, tenemos la idea de que la gente no quiere escucharlas.

Pero de hecho, muchos de ellos están esperando que alguien con humilde autoridad les diga: «Entrega tu vida a Cristo ahora. ¿No lo entiendes todo? No te preocupes. Lo entenderás después».

Sí, los jóvenes, los urbanos. Pero también gente más dura. Uno de mis sueños cuando era niño era evangelizar a los presidentes, a los militares. Teníamos muchos dictadores en América Latina; todavía los hay en todo el mundo.

Solía pensar que estos tipos me aceptarían sólo porque había multitudes cada vez que yo venía. Pero luego fui a hablar con el presidente de Bolivia. Este tipo era un criminal. Un asesino. Era un derechista… bueno, ya sabes. Fui todo nervioso. Recuerdo haber hablado con él. Me dijo: «¿Así que eres un evangelista?» «Sí.» Dijo: «¿Qué vienes a decirme?» Pensé: «Bueno, él sabe lo que quiere hacer un evangelista». Le dije: «Bueno, tengo buenas noticias para usted». Él dijo: «¿De verdad?» Le dije: «Sí, señor. Tengo muy buenas noticias». Dijo: «Bueno, mi hijo fue asesinado por los comunistas en la universidad. Los odio a muerte y estoy dispuesto a matar a cualquier comunista que me encuentre. Ellos mataron a mi hijo mayor. ¿Qué puede hacer Dios por mí?» Le dije: «Bueno, creo que Dios perdonará tu odio hacia los comunistas y te ayudará a perdonar a los asesinos de tu hijo». Me dijo: «Nunca», y lo juró. Le dije: «Él puede hacerlo por ti». Él dijo: «No creo que esté preparado para eso». Y de repente, comenzó a preguntarme qué era lo que yo creía que Jesucristo podía hacer por él. Él no recibió al Señor ese día, pero lo hizo la segunda vez que hablamos.

En otra ocasión estaba con otro dictador, un militar de cierto país. No mencionaré cuál. Y me dijo: «Palau, ¿puedo hablar contigo en privado?». Yo estaba a punto de decirle lo mismo. Así que pidió a todo el mundo que saliera de la sala, a mis hombres y a sus secretarios y a todos los demás que estaban alrededor. Y me dijo: «Palau», con su uniforme militar y todo. Me dijo: «Palau, todo el mundo se cuadra y me llama “Mi General, Mi General”. Me tienen miedo. Pero, por dentro, soy un niño asustado de doce años». Y dijo: «¿Qué me puedes decir?». ¡Ja! Dios me dio las Cuatro Leyes Espirituales. Por cierto, no me avergüenzo de las Cuatro Leyes, así que no me acuses solo porque no las entiendes. Creo que son el Evangelio dicho de forma rápida. Él recibió al Señor.

Otro presidente, también un dictador. Alguien de poder que probablemente odiaba mis entrañas… bueno, alguien le convenció de que tenía que verme. Tuvimos un desayuno presidencial de oración, y después de eso él dijo: «Ven a verme». Así que me imaginé que el Espíritu Santo estaba trabajando en él. (Para entonces, yo ya me estaba convenciendo de que incluso estos dictadores duros tienen agujeros abiertos en el alma). Me dijo: «Palau, en el desayuno dijiste que Dios perdonaría todos nuestros pecados por la sangre de Cristo. Él nunca podría limpiarme». Le dije: «Claro que puede». ¡Ja! Pensé, aquí vamos… Quiero decir, aquí hay un asesino, y estoy discutiendo con él. Y le dije: «¿Por qué dices que nunca te perdonará?» Él dijo: «Palau, he cometido crímenes terribles. He matado a mucha gente. Tengo las manos manchadas de sangre. Dios puede perdonar a mi madre. Puede perdonar a mi abuela. Pero a mí no me puede perdonar. Palau, si yo te contara, no estarías aquí a solas conmigo». Le dije: «Me alegro de estar aquí a solas». Y le di las Cuatro Leyes.

Hombre, yo soy un gran creyente de aquello de que Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida, pero eres un pecador y no puedes tener plenamente ese amor y ese plan a menos que conozcas la Cruz y la Resurrección. Y siempre he recordado lo que dijo Spurgeon: «Predicar a Cristo sin su Cruz es traicionarlo con un beso». Y por eso siempre hay que predicar la Cruz y la Sangre. Pero nos da miedo hablar de ello normalmente. El tipo, ¡pff!…, cayó de rodillas. Puse mi brazo alrededor de él. Dicen que no hay que hacer eso con los peces gordos. Me importó muy poco. Lo rodeé con mi brazo y le dije: «Señor, General, haga esta oración». Y se convirtió en el acto.

Más tarde, un misionero me trajo noticias de él: «Dile a Palau que estoy caminando con Dios». Y eso me convenció de que si eres un pastor, una persona de Dios, entonces la gente, incluso la gente de las altas esferas, espera que estés allí para decirles algo. No estás ahí para matar el tiempo. No estás ahí para pedir permiso para salir al aire. ¡Así que simplemente dales el evangelio! Te sorprendería saber cuántos de ellos están listos.

Así que la cosa es esta. Nosotros los cristianos, especialmente los anglosajones, tenemos esta noción de que sabemos lo que el otro está pensando antes de siquiera empezar a hablar con él. Realmente no es así. El Espíritu Santo dijo que convencería al mundo de pecado, de justicia y de juicio. ¿Usted lo cree? Yo lo creo.

¿Puede dar algunos consejos prácticos para los pastores?

Por supuesto. Primero, use su propia historia. Mi historia es muy sencilla. Yo era hijo de un hombre de negocios y una madre muy religiosa. Ella se convirtió. Me llevaron a la iglesia cuando era pequeño. Fui a la escuela dominical. Fui al campamento. En el campamento, un misionero me guió a los pies de Cristo. Todavía no había matado a nadie. Todavía no me había emborrachado. No había hecho ninguna de esas cosas malas, pero recibí a Cristo. Cuento mi historia para que la gente se dé cuenta de que la conversión es personal.

Lo primero que se hace en un mensaje evangelístico, en especial en un día especial como la Pascua, es decir: «Hoy es un día especial, y al final de mi mensaje les voy a dar una invitación para que conozcan al Señor Jesucristo resucitado por ustedes mismos. Y si llegas a conocerlo, ni te imaginas, nunca serás el mismo». Entonces, presentas el evangelio. Durante el mensaje, especialmente cuando te sientas inclinado a dar una invitación fuerte, sigue recordándoles: «Dentro de veinte minutos, cuando dé la invitación para que abras tu corazón a Cristo, hazlo. Y el Señor entrará en tu vida». Y sigue con el sermón. Otros diez minutos, hazlo de nuevo y di: «Al final de este mensaje, te voy a dar la oportunidad de rendirte a este Señor Jesucristo resucitado, que está aquí hoy esperando entrar en tu vida». Y al final, haz la invitación. Conéctala con tu historia.

Es algo muy sencillo, en realidad. George Whitefield lo dijo tan bien como nosotros podemos decirlo ahora, 350 años después: «Deja que Jesucristo entre en tu vida. Él se convertirá en tu gobernante. Él implantará el reino en ti. Deja que entre. Ven. Ven. Ven».

¿Estás preocupado porque no quieres exagerar? No hay peligro de eso en la iglesia anglosajona en América en estos días. Nadie exagera. Tenemos que darle a la gente una clara oportunidad de recibir a Cristo el Salvador. Te sorprendería saber cuánta gente responderá al evangelio.

Puse esto a prueba durante la Pascua que acaba de pasar, aquí en la cínica y posmoderna ciudad de Portland. Lo apreciaron. Incluso hice que se levantaran y dijeran: «Creo». Eso es algo muy importante, porque mucha gente convertida en nuestro contexto se avergüenza de ello. No pueden negar que han experimentado al Señor, pero también están como: ¿Estás bromeando? Pero mucha gente respondió. Se pusieron de pie. Y creo que apreciaron la claridad.

Eso es maravilloso. La mayoría de nosotros los predicadores tenemos miedo de que si damos una invitación, nadie vendrá al frente y nadie levantará la mano. Pensamos: «Oh, no tengo la unción», o «El Espíritu Santo está enojado conmigo», o «¿Por qué nadie dio su vida a Cristo?». Todos lo sentimos, incluso yo. Pero la responsabilidad de salvar no es tuya. No eres tú; es Jesucristo llamando a la gente a sí mismo.

Simplemente no te preocupes por eso. Invítalos a Cristo. Diferentes personas lo hacen de manera diferente. El método no es lo importante. Es el Espíritu Santo el que actúa. Eso es lo que realmente cuenta.

Es obvio que esto te toca el corazón. ¡Te emocionas con solo hablar de ello! ¿Cuál es esa área donde el Espíritu Santo te sigue tocando, aun cuando ya tienes ochenta años?

Las almas sin Cristo están perdidas. Eso me toca. ¿Sabes? Y cuando tengo tantas vidas cambiadas y bendecidas, eso es lo único que me importa.

Tal vez algunas personas tienen el don de evangelismo. Tal vez por eso parece más fácil que el Espíritu Santo los use. Pero al pastor, la Biblia le dice, como a Timoteo: “Haz la obra de un evangelista”. Puede que no tengas el don de evangelismo, pero haz la obra de un evangelista. Da una invitación.

Mantén tu corazón mirando a la gente. Cuando me siento en una cafetería o en cualquier restaurante, miro a la gente. Trato de mantener mi corazón tierno mirando a la gente y pensando en ellos, ¿sabes?

La salvación es la cosa más asombrosa del mundo. Cuando piensas: «Dios me acaba de usar para llevar a una persona del reino de las tinieblas al reino de la luz; del infierno al cielo; de la soledad al Espíritu Santo, no hay nada como eso». Pero hay que mantener un corazón tierno. Es necesario seguir viéndolos, seguir soñando.

Leadership Journal agradece a Kevin Palau y a la Asociación Luis Palau por compartir esta conversación con nuestros lectores.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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