Que así sea

Una lectura de Adviento para el 21 de diciembre.

Christianity Today December 21, 2021

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Cuarta semana de Adviento: Encarnación y Natividad


Esta semana, nos adentramos en los acontecimientos de la Natividad y consideramos el milagro de la entrada del Verbo eterno en el mundo como un niño humano. Aprendemos lecciones de fe de las personas que Dios eligió para participar en estos acontecimientos. ¡Y celebramos las Buenas Nuevas de gran gozo para todos los pueblos!

Lea Lucas 1:26-38

La obediencia sería fácil si lo que se nos pide tuviera sentido. Y si estuviéramos de acuerdo. O si pensáramos en el plan nosotros mismos. Pero supongo que entonces no sería realmente obediencia, ¿verdad?

Cuando leemos las historias de mujeres y hombres de gran fe, nos imaginamos que no tuvieron ningún conflicto, que escucharon la palabra del Señor y se apresuraron a obedecer de inmediato. Pero la verdad es que, incluso cuando la palabra del Señor es clara, la obediencia es un desafío.

Un ángel del Señor se le apareció a María. ¡Un ángel! Podríamos decirnos a nosotros mismos que si tuviéramos una visita angélica, la obediencia sería fácil, pero nos estaríamos engañando. María, nos dice la Biblia, «se perturbó» (Lucas 1:29, NVI). Más que eso, María tenía algunas preguntas serias. «Entonces María dijo al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que soy virgen?”» (v. 34, NBLA). Buena pregunta.

En muchos aspectos, la pregunta de María no es tan diferente de la de Zacarías. Cuando el ángel le dijo que él y su esposa, igualmente anciana, iban a tener un hijo, Zacarías preguntó: «¿Cómo podré estar seguro de esto?» (v. 18, NVI), también traducido como «¿Cómo podré saber esto?» (NBLA). Sin embargo, Zacarías se quedó mudo.

Podríamos analizar la gramática de sus respectivas preguntas y buscar pistas en el lenguaje, pero sospecho que la respuesta no está tanto en la respuesta inicial como en sus reacciones posteriores. No tenemos ninguna razón para pensar que Zacarías fue más allá del desconcierto o la incredulidad durante este encuentro inicial. (Aunque con el tiempo, por supuesto, lo hizo.) Pero en los versículos 26-38, María parece pasar rápidamente a una disposición de rendición. «Entonces María dijo: “Aquí tienes a la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”» (Lucas 1:38, NBLA).

Más adelante, Pablo pediría en oración que Cristo sea formado en nosotros, los seguidores de Jesús (Gálatas 4:19). Pero fue María quien realmente recibió a Cristo para que fuera formado en ella, ¡en su propio vientre! Si bien el nacimiento virginal y la Encarnación son milagros fundamentales en la confesión cristiana, también encontramos en este momento de María un paradigma de formación espiritual. Para que Cristo sea formado en nosotros, al igual que María, debemos atravesar nuestras turbulencias, incertidumbres y dudas hasta llegar a la sumisión. La participación en Cristo se produce cuando oramos: «Aquí tienes al siervo del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra». Incluso cuando seamos tentados a fijarnos en la pregunta «¿Cómo podrá ocurrir esto?», que Dios nos dé la gracia para llegar a decir «Hágase conforme a tu palabra» en fe.

Glenn Packiam es pastor asociado de la iglesia New Life en Colorado Springs. Sus libros incluyen Worship and the World to Come y The Resilient Pastor (febrero de 2022).

Reflexione sobre Lucas 1:26-38.


¿Por qué es significativo que María se sintiera inicialmente perturbada y expresara una pregunta? ¿Cómo ejemplifica ella aquí la formación espiritual? ¿Cómo lo desafía o inspira la respuesta de María? Ore expresando su total entrega a Dios.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Tiempo de silencio, tiempo sagrado

Una lectura de Adviento para el 20 de diciembre.

Christianity Today December 20, 2021

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Cuarta semana de Adviento: Encarnación y Natividad


Esta semana, nos adentramos en los acontecimientos de la Natividad y consideramos el milagro de la entrada del Verbo eterno en el mundo como un niño humano. Aprendemos lecciones de fe de las personas que Dios eligió para participar en estos acontecimientos. ¡Y celebramos las Buenas Nuevas de gran gozo para todos los pueblos!

Lea Lucas 1:5-25, 57-66

Si usted creció en un lugar donde nieva en Navidad, sabe que no hay nada como el silencio de una fría noche de invierno. Esto no es solo una idea sentimental, sino que forma parte del diseño de la creación de Dios. La nieve fresca absorbe y amortigua el sonido. El padre Joseph Mohr fue un hombre que reflexionó sobre el fenómeno de una fría noche de invierno. Mohr fue el joven sacerdote que escribió las palabras que se convirtieron en el querido villancico que cantamos a menudo en esta época del año, «Noche de Paz».

En la historia del nacimiento de Jesús, encontramos a otro sacerdote, Zacarías, y a su esposa, Elisabet. Lucas nos cuenta que ambos eran de ascendencia sacerdotal y que eran personas fieles y piadosas. Pero también sufrían mucho: en su largo matrimonio no habían tenido hijos y ya eran ancianos. Entonces ocurrió un milagro: el ángel Gabriel le dijo a Zacarías que Dios respondería a sus angustiosas oraciones de décadas. ¡Iban a tener un hijo!

Esta historia podría terminar ahí, y sería un encantador cuento de Navidad en el que la tristeza es sustituida por la alegría. Pero hay una nota inesperada y oscura en la melodía que no podemos ignorar. Como Zacarías tuvo dificultades para creer el mensaje de Gabriel (¿y quién no?), se quedó mudo durante todo el embarazo de Elisabet. Se quedó callado. Zacarías pasó de ser un respetable y elocuente sacerdote de Dios a ser un anciano que solo podía comunicarse por medio de señas. Fue una lección de humildad, incluso una que le trajo humillación. ¿Qué debemos hacer con este preocupante giro?

Dios siempre está haciendo mil cosas buenas en cada situación, incluso cuando no podamos verlas. El corazón compasivo de Dios sigue obrando cuando le proporciona a esta pareja de ancianos un hijo de gozo. El poder de Dios se manifiesta al usar este hijo para abrir el camino a la redención que venía al mundo. Se convertiría en el famoso profeta que bautizaría en el desierto, que llamaría al pueblo de Dios y que señalaría a Jesús.

La historia de Zacarías nos muestra que Dios sigue haciendo su obra de bondad y de gracia incluso en medio de nuestro quebranto e incredulidad. La fe tambaleante de Zacarías no fue un obstáculo para el poder de Dios. Aunque el silencio forzado de Zacarías fue frustrante y una lección que le enseñó humildad, en realidad fue un regalo. A través de este milagro negativo, Dios mostró a Zacarías y al mundo que estos hechos que estaban ocurriendo no eran meras coincidencias. No, este periodo de silencio demostró que Dios en realidad se estaba moviendo de una manera nueva y poderosa para traer vida al mundo. Como resultado, la historia de Zacarías no terminó con un juicio, sino con Dios abriendo su boca una vez más para proclamar la belleza de la misericordia de Dios.

Jonathan T. Pennington es profesor de Nuevo Testamento en el Southern Seminary y pastor de formación espiritual. Entre sus libros se encuentra Jesus the Great Philosopher.

Lea Lucas 1:5-25, 57-66. (Opcional: lea de nuevo los vv. 67-79.)

Zacarías fue el primero en enterarse de que Dios estaba haciendo algo sorprendente, algo que el pueblo de Dios había estado esperando. ¿Qué cree que pensó o se preguntó Zacarías durante sus meses de silencio? ¿Qué destaca esta historia sobre Dios y la salvación?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Los verdaderos doce días de la Navidad

Celebremos el nacimiento de Cristo con los santos en la fe durante la auténtica temporada navideña.

Feast of St Nicholas by Richard Brakenburgh

Feast of St Nicholas by Richard Brakenburgh

Christianity Today December 20, 2021
WikiArt

Para la generación presente, la «temporada navideña» comienza en algún momento de noviembre. Las luces cuelgan en las calles, las tiendas están decoradas con rojos y verdes, y no puedes encender la radio sin escuchar canciones acerca del espíritu de la temporada y la gloria de Santa Claus. La emoción llega a su clímax la mañana del 25 de diciembre y después se interrumpe abruptamente. Se acabó la Navidad, comienza el año nuevo y la gente vuelve a sus vidas normales.

Sin embargo, la celebración cristiana más tradicional de la Navidad indica justamente lo contrario. La temporada de Adviento comienza el cuarto domingo antes de Navidad, y durante casi un mes los cristianos esperan la llegada de Cristo con un espíritu de expectativa, cantando himnos de anhelo. Entonces, el 25 de diciembre, el mismo día de Navidad, comienzan doce días de gran celebración que terminan el 6 de enero con la festividad de la Epifanía.

Las exhortaciones a seguir este calendario en vez del secular se han vuelto comunes en esta época del año. Sin embargo, a menudo la invitación llama a prestarle al Adviento la atención debida, relegando los doce días de Navidad a las palabras de un villancico tradicional. La mayoría de las personas, sencillamente están demasiado cansadas después del día de Navidad como para seguir celebrando.

Los «verdaderos» doce días de la Navidad son importantes no solo como un modo de echar por tierra la idea secular de «la temporada navideña». Son importantes porque nos ofrecen una manera de reflexionar en lo que significa la Encarnación en nuestras vidas. La Navidad conmemora el suceso más trascendental de la historia humana: la entrada de Dios en el mundo que Él creó, en la forma de un bebé.

El Logos a través del cual fueron creados los mundos hizo su morada entre nosotros en un tabernáculo de carne. Una de las oraciones del día de Navidad en la liturgia católica encapsula lo que significa la Navidad para todos los creyentes: «Oh, Dios, que maravillosamente creaste la dignidad humana, y aún más maravillosamente restauraste, concédenos participar de la divinidad de Cristo, quien se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad». En Cristo nuestra naturaleza se unió a Dios, y cuando Cristo entra en nuestros corazones, Él nos lleva dentro de esa unión.

Las tres fiestas tradicionales que siguen a la Navidad (que se remontan a finales del siglo V) reflejan diferentes maneras en las que el misterio de la Encarnación se hace real en el cuerpo de Cristo. El 26 de diciembre es el día de San Esteban: un día dedicado tradicionalmente a dar las sobras a los pobres (como se describe en el villancico «El buen rey Wenceslao»). Como uno de los primeros diáconos, Esteban fue el precursor de todos aquellos que manifiestan el amor de Cristo mediante la generosidad con los necesitados. Pero, más allá de eso, fue el primer mártir del Nuevo Pacto, testigo de Cristo a través del don definitivo de su propia vida. San Juan el Evangelista, conmemorado el 27 de diciembre, tradicionalmente es el único de los doce discípulos que no murió como mártir. En cambio, Juan fue testigo de la Encarnación a través de sus palabras, poniendo la filosofía griega de cabeza con su afirmación: «Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros» (Juan 1:14, NVI).

El 28 de diciembre celebramos el día de los Santos Inocentes: los niños asesinados por Herodes. Estos no fueron mártires como Esteban, quien murió heroicamente en una visión del Cristo glorificado. A ellos no se les inspiró como a Juan para que hablaran la Palabra de vida y comprendieran los misterios de Dios. Ellos murieron injustamente antes de haber tenido la oportunidad de conocer o desear: pero, de todas maneras, murieron por Cristo. En ellos vemos la larga agonía de los que sufren y mueren por medio de la injusticia humana, sin saber nunca que han sido redimidos. Si Cristo no hubiera venido también por ellos, entonces ciertamente Cristo habría venido en vano. Al celebrar a los Santos Inocentes recordamos a las víctimas del aborto, la guerra y el abuso. Renovamos nuestra fe de que la venida de Cristo trae esperanza a los más desesperanzados. Y, del modo más radical posible, confesamos que, al igual que los niños asesinados, nosotros somos salvos por la mera misericordia de Cristo, no por nuestras acciones ni por nuestros conocimientos.

En la Edad Media estos tres festivos se dedicaban a diferentes partes del clero. Esteban, convenientemente, era el patrón de los diáconos. El día de Juan el Evangelista estaba dedicado a los sacerdotes, y el de los Santos Inocentes a los jóvenes que se preparaban para el clero y servir en el altar. Los subdiáconos (una de las «órdenes menores» que se desarrollaron en la primera iglesia) objetaron que ellos no tuvieran un festivo propio. Así que se volvió costumbre celebrar «la Fiesta de los Locos» alrededor del 1 de enero, a menudo en conjunción con la celebración de la circuncisión de Cristo (también fue uno de los primeros días dedicados a la Virgen María, y se sigue celebrando hoy como tal por los católicos romanos).

Los doce días de Navidad vieron celebraciones similares de los revoltosos y los rebeldes. A menudo se elegía en Navidad un «Señor del Desgobierno» que regía las festividades hasta Epifanía. Tradicionalmente se solía escoger a un muchacho en edad escolar como obispo el 6 de diciembre (el día de San Nicolás) y cumplía con todas las funciones del obispo hasta el día de los Santos Inocentes. La temporada navideña también a veces incluía «la Fiesta del Asno», que conmemoraba el tradicional presente del asno en el pesebre. Ese día se suponía que la gente tenía que rebuznar como un burro en los lugares de la misa donde normalmente se decía «Amén».

Es fácil despreciar todas estas costumbres como restos de paganismo (cosa que son muchas de ellas) o, en el mejor de los casos, como tonterías irrelevantes e inocentes. De hecho, la iglesia medieval desaprobaba la mayoría de estas prácticas, y los reformadores del siglo XVI terminaron el trabajo de suprimirlas. Pero, quizá, aquí haya un mensaje que es digno de considerar: que, en palabras de los paganos horrorizados de Tesalónica, el mensaje de Cristo «vuelve el mundo entero del revés». En el nacimiento de Jesús, Dios ha sacado a los poderosos de sus tronos y ha exaltado a los miserables. A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despidió con las manos vacías.

Nada volverá a ser seguro o normal. En palabras de Michael Card, somos llamados «a seguir al necio de Dios». Y, aun así, paradójicamente, este, el mayor de los revolucionarios, no era un rebelde. Aquel que reveló el sorprendente significado de la ley de Dios y tiró al suelo las mesas de las tradiciones humanas, no obstante, se sometió a ser circuncidado según las enseñanzas de Moisés.

Finalmente, en la Epifanía (el 6 de enero), la celebración de la Navidad llega a su fin. «La duodécima noche» (como saben los amantes de Shakespeare) es la celebración final de la locura de la Navidad (la obra de Shakespeare presenta a uno de sus muchos «tontos sabios» que comprenden el verdadero significado de la vida mejor que aquellos que creen estar cuerdos). La Epifanía conmemora el comienzo de la proclamación del Evangelio, la manifestación de Cristo a las naciones, como se muestra en tres sucesos diferentes: la visita de los magos, el bautismo de Jesús y la conversión del agua en vino. En la tradición occidental, los magos predominan. Pero en las iglesias orientales el bautismo de Jesús tiende a ser el tema principal.

En el metro de Bucarest, los niños guían a corderos caminando por los trenes, conmemorando al Cordero de Dios a quien señalaba Juan. Los cristianos ortodoxos tradicionalmente bendicen sus hogares con agua bendita en este día o uno cercano. En ningún otro lugar se celebra la Epifanía con más alegría que en Etiopía. Peregrinos de todo el país convergen en la antigua ciudad de Axum, donde se bañan en grandes tanques cuyas aguas han sido bendecidas por un sacerdote.

La Epifanía a menudo es un festivo olvidado (aunque, por la circunstancia de que el cumpleaños de la madre de Edwin cayese en el 5 de enero, su familia desapegada a la liturgia preservó la antigua tradición de mantener la decoración navideña hasta Epifanía). Como el verdadero punto final de la temporada navideña, sin embargo, la Epifanía nos devuelve al mundo para vivir la Encarnación, es decir, para ser testigos de la luz de Cristo en la oscuridad. Siguiendo a Jesús hemos sido bautizados en su muerte y resurrección. Ya sea que seamos llamados al martirio, al testimonio profético o simplemente a vivir con fidelidad en los gozos y sombras de nuestras vidas cotidianas, vivimos todos nuestros días en el conocimiento de nuestra dignidad, redimidos por medio de Cristo y unidos a Dios.

Somos parte de la extraña sociedad de personas cuyo mundo ha sido puesto del revés, y salimos a ser testigos de esta revoltosa verdad: «Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria (…). De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia» (Juan 1:14, 16).

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Lo que significa ser Dios

Una lectura de Adviento para el 19 de diciembre.

Christianity Today December 19, 2021

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Cuarta semana de Adviento: Encarnación y Natividad


Esta semana, nos adentramos en los acontecimientos de la Natividad y consideramos el milagro de la entrada del Verbo eterno en el mundo como un niño humano. Aprendemos lecciones de fe de las personas que Dios eligió para participar en estos acontecimientos. ¡Y celebramos las Buenas Nuevas de gran gozo para todos los pueblos!

Lea Filipenses 2:5-11

Una forma común de entender el hermoso himno de alabanza a Jesucristo que encontramos en Filipenses 2:5-11 es ver la paradoja totalmente incomprensible que nos muestra: el poderoso Hijo de Dios, quien, junto con su Padre, había dado origen a la creación, se dignó posteriormente a convertirse en un humilde ser humano, lo cual sería como si un poderoso monarca se hubiera reducido a un escarabajo escurridizo.

Esta forma de leer Filipenses 2 subraya el desajuste entre la gloria del Hijo antes de la Encarnación y la humillación que sufrió durante su vida terrenal. La pequeña palabra «aunque» en la mayoría de las traducciones bíblicas ha sido la clave vital para esta interpretación: «[Jesús], aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (vv. 6-7, NBLA, énfasis añadido). A pesar de que compartía la igualdad con Dios Padre, aun así el Hijo Jesús decidió renunciar a esa condición por nosotros.

Ciertamente esta puede ser una interpretación correcta de las palabras de Pablo. Sin embargo, el lenguaje usado en el texto original es ambiguo, y es posible traducirlo de otra manera, aunque dejando fuera el conector contrastivo aunque. Pablo bien podría haber querido decir algo sutilmente diferente: porque Jesús existía en forma de Dios, por lo tanto se despojó a sí mismo.

En la primera forma de leer este pasaje, hay algo fundamentalmente incongruente entre la gloria del Hijo de Dios y su vaciamiento. La primera se entiende a pesar de la segunda. Y claramente hay mucha verdad en esa forma de interpretar las palabras de Pablo, lo cual nos recuerda y señala el costo que Dios aceptó pagar para acercarse a nosotros.

Pero en la segunda forma de leer el himno de Pablo, hay algo misteriosamente congruente entre el esplendor eterno del Hijo de Dios y su autoabnegación voluntaria manifestada en la Encarnación. Esta última revela o explica lo que es realmente la primera, y resulta que el carácter de Dios es el amor de entrega «hasta el último recurso», por así decirlo.

En otras palabras, si queremos entender lo que significa realmente la igualdad de Jesús el Hijo con Dios Padre —lo que se ve cuando se traduce en forma de vida humana—, debemos mirar a ese pequeño bebé en los brazos de María, a esa figura desamparada en la cruz del Calvario y a ese jardinero de corazón tierno que habló palabras de paz a sus amigos en esa primera mañana de Pascua. Al vivir por nosotros, morir por nosotros y resucitar por nosotros, Jesús no solo nos revela la verdadera humanidad, sino que también nos muestra en qué consiste fundamentalmente la deidad de Dios.

Wesley Hill es sacerdote en la Catedral Episcopal de la Trinidad, en Pittsburgh, Pensilvania, y profesor asociado de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Western, en Holland, Michigan.

Reflexione sobre Filipenses 2:5-11. (Opcional: reflexione también sobre Juan 1:14.)

¿De qué manera la Encarnación nos señala verdades profundas sobre el amor y la naturaleza de Dios? ¿En qué medida estas verdades son fundamentales para el Evangelio? ¿Cómo influyen en su vida diaria? Ore expresando su respuesta a Dios.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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El Rey niño

Una lectura de Adviento para el 18 de diciembre.

Christianity Today December 18, 2021

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Tercera semana de Adviento: Sacrificio y salvación


En el Antiguo Testamento Dios habló a través de los profetas utilizando palabras e imágenes poéticas para describir la esperanza de la salvación. Esta semana, observamos las profecías que apuntan al Mesías: el siervo, la luz, la promesa que el pueblo de Dios anhelaba.

Lea Isaías 9:6-7

En mi experiencia, ver películas de dibujos animados ha sido una parte esencial de ser padre de tres niños pequeños. Un jefe en pañales [Bebé jefazo] es una de esas películas. La película caricaturiza a un niño que es «todo un adulto» y que constantemente da órdenes a su hermano de siete años a espaldas de sus padres.

La ironía de Isaías 9:6-7 es una yuxtaposición similar: un bebé recién nacido que es «todo un adulto». Isaías describe a este prometido como un niño recién nacido, un gobernante y el «Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz».

El asombroso testimonio de este texto profético es que Jesús es todo esto, y mucho más. Jesús, nacido como un niño humano, era a la vez plenamente humano y plenamente divino: el Dios-hombre, el Rey niño.

Isaías se dirigía a una comunidad judía desanimada, que había andado a tientas en la oscuridad con la esperanza de encontrar un camino para liberarse de su «aflicción, tinieblas y espantosa penumbra» (8:22). En este contexto, Isaías profetiza: «Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre» (9:7). Esta referencia al trono de David hace resonar la promesa que Dios le había hecho a David: «Yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré su reino. … Yo afirmaré su trono real para siempre» (2 Samuel 7:12-13). Dios es un Dios que cumple su pacto. Y nada se interpondrá en el camino de este milagro prometido: «Esto lo llevará a cabo el celo del Señor Todopoderoso» (Isaías 9:7). Dios es celoso para cumplir sus pactos con su pueblo.

Dios también es celoso y apasionado por el Evangelio. Las Buenas Nuevas de que Jesús se hizo carne es que en Cristo ya no hay oscuridad (Isaías 9:2; Juan 1:4-5,14). Dios está obrando, en todo el mundo, en todos los continentes, en todas las naciones, exponiendo las tinieblas mediante el poder de la primera venida de Cristo y su inminente regreso. La entrada de Jesús en el mundo a través de la Encarnación significa un nuevo día, «porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo» (Isaías 9:6).

Estas son las Buenas Nuevas, el Evangelio, que debemos compartir con el mundo. La luz ha llegado: ¡la luz es Jesús! Ya no tenemos que vivir en las tinieblas, y podemos compartir esta luz con un mundo que necesita oír hablar de nuestro «Dios fuerte», nuestro «Príncipe de paz». Que lo proclamemos con libertad: Jesús, el Niño Rey, está aquí, y desea reinar en nuestros corazones.

Matthew D. Kim es profesor de la cátedra George F. Bennett de Predicación y Teología Práctica en el Seminario Teológico Gordon-Conwell y autor de Preaching to People in Pain.

Medite en Isaías 9:6-7. (Opcional: reflexione también sobre Juan 1:14)


¿De qué manera esta promesa apunta a los principios fundamentales del Evangelio? ¿Qué aspectos de esta profecía le llaman más la atención? ¿Por qué? Ore alabando a Cristo por cada aspecto de su identidad descrito en Isaías 9:6-7.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La Luz del mundo viene pronto

Una lectura de Adviento para el 17 de diciembre.

Christianity Today December 17, 2021

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Tercera semana de Adviento: Sacrificio y salvación


En el Antiguo Testamento Dios habló a través de los profetas utilizando palabras e imágenes poéticas para describir la esperanza de la salvación. Esta semana, observamos las profecías que apuntan al Mesías: el siervo, la luz, la promesa que el pueblo de Dios anhelaba.

Lea Isaías 9:1-2

No será fácil olvidar un breve intercambio de mensajes de texto que tuve recientemente con un amigo de fuera de la ciudad. Este amigo estaba haciendo todo el recorrido turístico de Nueva York. Le pedí un resumen de su itinerario. Me respondió por mensaje de texto: «La primera parada es el Monumento al 11 de septiembre». Leer esas palabras me llevaron a un estado de reflexión inmediato y no forzado.

Verán, aunque soy neoyorquino de nacimiento, nunca he estado en el Memorial del 11 de septiembre. No es que no sepa cómo llegar. El lugar me da una sensación de oscuridad. Tendría que enfrentarme a la oscuridad de ese día y recordar las continuas manifestaciones de tinieblas que impregnan nuestro mundo: las guerras, el racismo, la pérdida y la fragilidad de la vida. Tanta oscuridad.

Sin embargo, con toda la oscuridad ante nosotros, el Adviento sitúa nuestro mundo dentro de una historia más amplia y esperanzadora. Es la historia de la luz sobrecogedora de Dios en su pueblo. Una luz que ilumina la oscuridad individual y colectiva que experimentamos y presenciamos. Una luz sanadora.

El Adviento nos invita a una espera nutrida por la oración, a una espera santa, a una mirada atenta. ¿Qué es lo que esperamos? Una luz resplandeciente. La luz de Dios.

Isaías anuncia que viene una gran luz que proviene de una fuente inesperada. Se abre paso a través de un niño, el Mesías. Esta luz no se encuentra en algún nuevo poder político, o en algún movimiento cultural. No se encuentra en una ideología particular, sino que se encuentra a través del Dios vivo en la carne. Este es un tema importante en las Escrituras, recogido por Juan, el escritor del Evangelio. En palabras de Juan, la luz que ha llegado no es una radiación electromagnética impersonal. Es la asombrosa verdad de la manifestación personal de Dios mismo en Jesucristo. Jesús es la luz que resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla (1:5).

Isaías habla proféticamente de un día que vendría, un día que ya ha llegado en Jesús. Sin embargo, también esperamos otro día cuando las tinieblas serán plena y finalmente vencidas. Esta es la promesa de esta temporada.

El Adviento nos recuerda que, por muy oscuro que se vuelva todo alrededor, la luz ya ha venido, y la luz está viniendo. ¡Tengamos buen ánimo! La oscuridad que pueda sentir hoy no tendrá la última palabra. Tampoco la pena ni la incertidumbre ni la desesperación. Como dijo una vez Wendell Berry: «Se vuelve más y más oscuro, y entonces nace Jesús».

Rich Villodas es el pastor principal de la iglesia New Life Fellowship en Queens, Nueva York. Es autor de The Deeply Formed Life: Five Transformative Habits to Root Us in the Way of Jesus.

Medite en Isaías 9:1-2. (Opcional: lea también Mateo 4:12-17 y Juan 1:1-5)


¿Qué oscuridad en este mundo o en su vida es a veces difícil de afrontar? ¿Cómo le anima la promesa de Isaías? ¿Cómo ha superado Jesús —la Luz— las tinieblas en su vida?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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History

Nadie dejó a Cristo fuera de la Navidad

Dejemos de preocuparnos de que la Navidad «no sea cristiana».

Christianity Today December 17, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons

A veces es difícil ser cristiano en Navidad. Bueno, no tan difícil. Después de todo, la celebramos todos los años. Sin embargo, parece más difícil de lo que debería ser. ¿Por qué una fiesta, que se supone que debe centrarse en la fe, a menudo parece estar envuelta en incredulidad? ¿Por qué una celebración que se trata de la paz en la tierra parece traer consigo tanta ansiedad y temor? ¿Cómo es posible que, de alguna manera, nos preocupemos de forma simultánea sobre el hecho que la Navidad se haya convertido en algo exagerado, y que a la vez esté siendo «cancelada»? ¿Dónde estás, Navidad? ¿Por qué no te vemos?

Una vez, en una conferencia de un psicólogo, escuché que la evasión aumenta la ansiedad. Esto le ocurrió a una amiga. Al principio se negaba a hacer viajes que incluyeran viajar por carretera. Cuanto más evitaba salir, más restricciones agregaba. Después de un tiempo, no quería salir de su casa en absoluto. La evasión no funciona; es hora de enfrentarnos a nuestras ansiedades contextuales sobre la Navidad. Cuando las miramos directamente a los ojos, resulta que no son tan aterradoras como pensábamos. Hay un brillo amable en esa mirada.

Empecemos por la duda. Hay muchas cosas improbables en la historia de la Natividad: la estrella, los ángeles, los magos y, por supuesto, el nacimiento virginal. Si nunca se ha cuestionado sobre la veracidad del nacimiento virginal, probablemente es porque nunca se ha detenido a pensar en ello.

Y no está mal cuestionar algo y meditar en ello. La intención del nacimiento virginal es suscitar preguntas en nosotros. Es una provocación divina deliberada. Al igual que la zarza ardiente, su intención es atraernos: uno no puede resistirse a mirar más de cerca, aunque nuestra primera reacción sea la duda.

Hay un paralelismo bíblico entre la concepción de Jesús en María y la concepción de Samuel en Ana (1 Samuel 1). El sumo sacerdote Elí era un hombre ocupado que no se distraía fácilmente de su rutina diaria. Sin embargo, Dios llamó su atención para que volteara a observar a Ana mientras esta oraba fervientemente. El sacerdote pensó que estaba ebria. Para él, esta era la explicación obvia de su comportamiento errático.

El punto de partida de Elí fue confundir la santidad con el pecado. Pero Dios atrajo su atención para que creyera que se produciría una concepción milagrosa y que, como fruto, nacería un gran líder para el pueblo de Dios.

Muchos de nosotros cometemos un error similar con María. Cuando escuchamos o leemos acerca del embarazo de María, probablemente lo primero que se nos viene a la mente es que María debió haber tenido relaciones sexuales prematrimoniales. No podría haber otra explicación. Pero al proclamar un embarazo virginal, Dios llama nuestra atención. Nos lleva a pensar en la historia que Él quiere que veamos, cuando, de hecho, ese había sido su objetivo desde el principio.

Dudar de algo es meditar en ello. La reacción de María ─«¿Cómo podrá suceder esto?»─ fue correcta y santa, porque no se estaba burlando, sino que estaba pensando.

El pionero del método científico, Francis Bacon, expresó una vez: «Si un hombre comienza con certezas, terminará con dudas; pero si se contenta con empezar con dudas, terminará con certezas».

Nuestra fe suele funcionar así, incluso con los milagros. No necesitamos empezar con una plena creencia y aceptación. Tenemos que empezar con interés.

Algunos de nosotros, sin embargo, estamos más preocupados por las dudas que otros tienen, ya sea nuestros hijos, hermanos, amigos, o tal vez incluso cónyuges o miembros respetables de nuestras iglesias. Quizás nos preocupa incluso que toda nuestra cultura esté perdiendo la fe. Si es así, tengo buenas noticias para usted: la Navidad es su aliada en la lucha entre la fe y la incredulidad.

Como estudioso del tema, puedo decirle con confianza que, en general, a los ateos les encanta la Navidad. La ven como el cristianismo en su máxima capacidad de atracción. Los incrédulos suelen sentirse más cerca de la fe durante la época navideña.

Tengo un amigo que solía ser un cristiano devoto. Pero luego pasó por un proceso de deconstrucción de su fe, abandonó la iglesia y llegó incluso a sentirse cómodo diciendo que ya no creía en Dios.

Sin embargo, hace unos años me dijo, con cierta timidez, que había vuelto a su antigua iglesia para el servicio de Nochebuena. Desde entonces, su forma de hablar sobre el cristianismo se ha suavizado notablemente. No me sorprendería enterarme algún día de que ha vuelto a Cristo.

George MacDonald mostró una visión perspicaz cuando escribió «A Scot’s Christmas Story» [Cuento de Navidad de un escocés, enlace en inglés] (1865) como una narración moderna de las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida, en la cual la hija de un pastor rescata a su hermano perdido en Navidad. La Navidad atrae incluso a los escépticos hacia la fe en lugar de alejarlos.

Si le resulta difícil creer que la Navidad atrae a los no creyentes, quizá sea porque usted asocia la Navidad con revelaciones consternadoras de las dudas de los demás. La Navidad es a menudo un momento en el que, después de un año de estar algo distanciados, nos acercamos a las personas que queremos y nos enteramos de lo que realmente ocurre en sus vidas.

Si alguien ya no es creyente, la Navidad es a menudo el momento en que lo descubrimos, ya que los servicios de la iglesia, la oración y la fe son fundamentales en la celebración de las fiestas de una familia cristiana devota. La falta de participación no pasa desapercibida. La Navidad no es la causa de la incredulidad, sino que es la ocasión que pone de manifiesto cómo es la vida de una persona en el presente.

Y es mejor saber que no saber. Nuestra tarea es seguir acompañando a los seres queridos en su viaje por el camino de la vida. Es posible que el futuro nos depare una gran alegría navideña cuando apreciemos aún más la fe de estas personas porque ha vuelto a cobrar vida después de años de incredulidad. Como ya hemos dicho, la fe genuina suele nacer después de la duda.

Hay una persistente leyenda urbana que dice que la Navidad es en realidad pagana. A los no creyentes a veces les gusta molestar a los cristianos con esta afirmación. Con demasiada frecuencia, los cristianos responden con evasión, sin investigar el asunto por temor a que sea cierto.

Pues bien, yo he investigado el asunto y puedo decirle que no es cierto. Para editar The Oxford Handbook of Christmas [Una guía sobre la Navidad de Oxford], pasé más de tres años leyendo sistemáticamente estudios académicos sobre la Navidad, así como también innumerables documentos históricos. Puede estar seguro de que la Navidad es cristiana.

Una de las principales razones por las que algunos afirman que la Navidad es pagana es que la fecha parece haber sido elegida para alinearse con el solsticio de invierno, en el cual se celebraban fiestas paganas. Sin embargo, el solsticio es un fenómeno natural, no un fenómeno religioso.

La práctica habitual de las sociedades antiguas, incluida la de Israel, era determinar sus días sagrados según el curso del sol y de la luna porque era la forma más práctica de medir el tiempo. La Biblia incluso enseña que una de las razones por las que Dios creó el sol y la luna fue para que la gente pudiera marcar las estaciones sagradas (Génesis 1:14). Es absurdo afirmar que una parte de la creación tiene matices inherentemente paganos.

Dado que las Escrituras no nos dan una fecha específica para el nacimiento de Cristo, es probable que la Iglesia eligiera el 25 de diciembre para la celebración porque era una forma sencilla para que la gente común pudiera saber cuándo sería la Navidad cada año, y también porque era una fecha adecuada por razones simbólicas.

El solsticio de invierno es el momento en que terminan los días de máxima oscuridad y la luz se hace cada vez más fuerte: «Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo» (Juan 1:9).

Tampoco es verdad que la decoración de árboles perennes sea una práctica pagana. Sabemos esto porque, en primer lugar, nada de lo que Dios ha creado es pagano. A los israelitas se les ordenó celebrar la Fiesta de las Enramadas, en la cual debían ir al campo a recoger ramas de árboles de hoja perenne (Levítico 23:40; Nehemías 8:15).

En segundo lugar, es posible rastrear el origen de algunas afirmaciones de que las decoraciones tradicionales de árboles de hoja perenne son paganas en publicaciones de ficción y propaganda del siglo XIX. El escritor Washington Irving agregó color a una de sus novelas inventando la idea de que la iglesia creía que el muérdago estaba contaminado por el paganismo.

Los nacionalistas alemanes inventaron la idea de que los árboles de Navidad provenían de una práctica sajona pagana porque querían convertir la Navidad en una celebración de la identidad alemana.

Sin embargo, el verdadero origen del árbol de Navidad se remonta a las obras de teatro europeas medievales sobre historias sagradas que se representaban durante la época navideña. Estas obras contaban la historia bíblica de la redención e incluían un árbol de hoja perenne decorado que representaba el Árbol de la Vida. Con el tiempo, este se convirtió en un símbolo de la temporada.

Es lógico que algunas tradiciones paganas europeas coincidan con las tradiciones cristianas de la misma región. La gente siempre se expresa a través de los recursos culturales que tienen a su disposición, y cuando diversos grupos se encuentran en el mismo lugar, suelen compartir los mismos recursos.

Se puede observar un paralelismo en la celebración del 4 de julio en Estados Unidos. Los colores nacionales, la bandera, la música, los fuegos artificiales, la comida y demás son aspectos que claramente derivaron de la cultura británica. Sin embargo, sería ridículo afirmar que el Día de la Independencia de Estados Unidos es en realidad una celebración de Gran Bretaña.

Del mismo modo, la Navidad no es pagana: es realmente una celebración de Jesucristo. De hecho, el mensaje teológico de la Navidad —la doctrina de la Encarnación— santifica esta verdad de que Dios viene a obrar en, con y a través de nuestras culturas. Porque nos ha nacido un niño.

Algunos piensan que los creyentes devotos de las naciones ricas deberían lamentar el hecho de que la Navidad se haya convertido en algo menos cristiano porque ahora está marcada por la autoindulgencia y el consumismo, en lugar de la abnegación. ¿Podemos realmente mantenernos centrados en Dios en medio de los preparativos y las fiestas? ¿No deberíamos gastar nuestro dinero en cosas más santas?

Pero, ¿por qué la Navidad tiene que tratarse de la abnegación? Hay un tiempo y una temporada para todo. Hay un tiempo para ayunar y un tiempo para celebrar.

Como parte de su vida de adoración, Jesús mismo habría guardado los días sagrados de Purim. Las Escrituras dan instrucciones claras sobre cómo hacerlo: «debían celebrarlos como días de banquete y de alegría, compartiendo los alimentos los unos con los otros y dándoles regalos a los pobres» (Ester 9:22).

La forma bíblica de celebrar los tiempos sagrados es con fiesta, alegría y regalos. Debemos intercambiar regalos «unos con los otros» —es decir, con nuestro propio círculo social— y «dar regalos a los pobres», es decir, a las organizaciones benéficas o buscando otras formas de ayudar a quienes están pasando por mayor necesidad que nosotros. Ambas son tradiciones navideñas y ambas son recomendadas en las Escrituras. Así es: esos regalos no son solo una estratagema para poner en marcha la economía. Son bíblicos, y son una forma universal de celebrar.

Pero, ¿es el significado del banquete en la Biblia el mismo que conocemos en el presente? Una definición bíblica de banquete es disfrutar de comida y bebida en mayor cantidad y calidad de lo habitual. Por supuesto, incluso en Navidad sigue siendo malo comer, beber o gastar en exceso.

Pero hay un momento para celebrar con más de lo habitual. Una boda debe celebrarse con regalos y banquetes, como el propio Jesús atestiguó en su primer milagro. Al igual que con la fiesta de Purim y las bodas, la Navidad es un momento adecuado para festejar y hacer regalos. Hombres y mujeres cristianos, ¡alégrense!

Por último, a muchos cristianos les preocupa que la Navidad se esté secularizando. Creo que esta preocupación es una forma de ver la fiesta al revés. En nuestra cultura, la Navidad es la época menos secular de todo el año, ¡y la temporada navideña ocupa el 10 % del año! Toda nuestra cultura está preparada durante la temporada de fiestas decembrinas para que sea más fácil hablar de Jesús. En EE. UU., incluso el Ejército de Salvación se convierte de pronto en parte de la cultura dominante.

No podemos obligar a nuestra cultura secular a celebrar la Navidad de una forma cristiana, como tampoco podemos hacer que los estadounidenses pasen el Viernes Santo reflexionando sobre el significado de la muerte de Cristo. Y aun así, nuestra cultura está sorprendentemente interesada en los aspectos cristianos de la Navidad. Un día sagrado cristiano es también una fiesta federal. Muchas iglesias reciben el mayor número de congregantes de todo el año en Navidad.

Según un estudio del servicio de streaming Spotify, las canciones navideñas más escuchadas son Silent Night [Noche de paz] y O Holy Night [Santa la noche]. Y las canciones más reproducidas durante el mes de diciembre incluyen Mary, Did You Know? [María, ¿sabías?].

Vivo en la zona de Chicago, y aquí hay una emisora de radio que utiliza el formato estándar del rock durante la mayor parte del año. Pero durante el último diez por ciento del año, se puede sintonizar y escuchar «Joy to the world! The Savior reigns» [¡Al mundo paz! El Salvador en tierra reinará], o una invitación a «rendir nuestros pecados» y aceptar a Jesús en nuestras vidas, o que se ofrezcan «nuevas de consuelo y alegría» porque «Cristo nuestro Salvador nació en Navidad». Debemos estar agradecidos de que, durante seis semanas al año, incluso las emisoras de música pop a veces pongan canciones que proclaman la salvación por medio de Jesucristo.

Las preocupaciones sobre el secularismo son preocupaciones sobre lo que está sucediendo en nuestra cultura a pesar de la Navidad, no a causa de ella. Al igual que con los parientes con quienes nos ponemos al día en Navidad, la temporada festiva puede ser un momento oportuno para notar que nuestra cultura se está volviendo menos cristiana. En ese caso, esta es información que deberíamos apreciar en lugar de tratar de evitar.

Somos totalmente libres de celebrar la Navidad de forma cristiana nosotros mismos. Pero tal vez ese sea el verdadero problema: nos preocupa que nos hayamos vuelto demasiado seculares en Navidad. Parte de nuestra ansiedad contextual se debe a que nos sentimos culpables por no estar a la altura de nuestros propios ideales. La solución es afrontar el problema, mirarlo a los ojos, y averiguar qué tenemos que cambiar para que nuestras propias celebraciones navideñas estén más centradas en Cristo. Nadie nos impide hacer hincapié en el culto, la oración y las Escrituras como parte de nuestras celebraciones.

Es hora de liberarse de todas estas preocupaciones navideñas. El mensaje de la Navidad incluye estas palabras de consuelo: «No tengan miedo» (Lucas 2:10). No es un tiempo para tapar nuestra alegría. Sigamos el consejo del ángel y dejemos de lado nuestras ansiedades contextuales.

Timothy Larsen enseña en Wheaton College y es el editor de The Oxford Handbook of Christmas.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La misión del Mesías

Una lectura de Adviento para el 16 de diciembre.

Christianity Today December 16, 2021

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Tercera semana de Adviento: Sacrificio y salvación


En el Antiguo Testamento Dios habló a través de los profetas utilizando palabras e imágenes poéticas para describir la esperanza de la salvación. Esta semana, observamos las profecías que apuntan al Mesías: el siervo, la luz, la promesa que el pueblo de Dios anhelaba.

Lea Isaías 61:1-4, 8-11

A menudo surgen debates sobre cuál es la misión de la Iglesia. ¿Debemos evangelizar o trabajar por la justicia? ¿Deben los cristianos dar prioridad al perdón de los pecados o al cuidado de los enfermos? Estos debates tienen sus orígenes en una antigua división sobre la teología y la misión. Hablando en términos generales, un grupo puede ser inamovible en cuanto a dar de comer a los hambrientos, pero a la vez indiferente en cuanto al nacimiento virginal; otro grupo puede ser lo opuesto. Un grupo puede dedicarse a mejorar el mundo, mientras que el otro se aferra a la promesa de una vida celestial después de la muerte.

Ambos lados de esta división habrían sido reprendidos por Jesús. Cuando fue a la sinagoga y leyó Isaías 61, anunció su misión. El Espíritu del Señor lo había ungido para anunciar «el Evangelio a los pobres… para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año favorable del Señor» (Lucas 4:18-19, NBLA). Jesús mostró cómo el reino de Dios trae perdón y libertad, sanidad y esperanza, todos ellos señales de la renovación de la creación que se avecina.

El profeta Isaías mismo previó el día en que Dios crearía nuevos cielos y una nueva tierra donde «todo mortal» vendría a adorar (Isaías 66:22-23). Aunque Isaías, y con él Israel, pensaban que estos hechos ocurrirían todos juntos, Dios, en Cristo —¡el Ungido!—, estaba inaugurando un reino que un día culminaría con la reconstrucción del mundo. Comenzará con nosotros, con la relación entre Dios y el hombre que estaba en el corazón de la creación. Y obrará a través de los justificados para traer justicia. El pueblo «restaurado» se une a Dios en su obra de restaurar el mundo.

Pero cuando anunció el cumplimiento de la profecía de Isaías, Jesús también se refería a sí mismo como el portador del reino. No se trataba de un mero proyecto de mejora social. La reforma total del mundo y de sus sistemas comenzaría con una semilla que caería a la tierra y moriría (Juan 12:24). Solo el Mesías puede inaugurar el reino.

La misión del Mesías, el Ungido por el Espíritu, continúa a través del pueblo del Mesías, los pequeños ungidos. Lucas hace un paralelismo con esta historia en su segundo escrito al hablar del Espíritu que unge a los seguidores de Jesús en el aposento alto. En un sentido muy real, la misión de la iglesia no es realmente la misión de la iglesia sino del Mesías. Es Jesús quien la inició; es Jesús quien, por medio del Espíritu, nos capacita para participar en ella; y es Jesús quien vendrá de nuevo en gloria para llevar su reinado a su culminación.

Glenn Packiam es pastor asociado de la iglesia New Life en Colorado Springs. Sus libros incluyen Worship and the World to Come y The Resilient Pastor (febrero de 2022).

Lea Isaías 61:1-4, 8-11. (Opcional: lea también Lucas 4:14-21)


Piense en el público original de Isaías: ¿Qué esperanza daba esta promesa? ¿Qué destaca sobre el carácter y los planes de Dios? ¿Qué le llama la atención hoy al leer esta promesa a la luz de Jesús y del Evangelio?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Camino al hogar

Una lectura de Adviento para el 14 de diciembre.

Christianity Today December 14, 2021

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Tercera semana de Adviento: Sacrificio y salvación


En el Antiguo Testamento Dios habló a través de los profetas utilizando palabras e imágenes poéticas para describir la esperanza de la salvación. Esta semana, observamos las profecías que apuntan al Mesías: el siervo, la luz, la promesa que el pueblo de Dios anhelaba.

Lea Isaías 12:2-6; 52:7-10 y Sofonías 3:14-20

Cuando escucha la palabra «hogar», ¿qué es lo primero que llega a su mente? Para algunos, la palabra desencadena el recuerdo de un trauma. Otros se sienten divididos respecto a sus nociones y recuerdos del hogar. Algunos tienen ganas de llegar a casa. Otros nunca se han sentido en casa. Y, por supuesto, hay muchos que sienten un profundo cariño por su hogar y que no ven la hora de volver a casa. Hay muchos que incluso se consideran «hogareños».

Es parte de la naturaleza humana anhelar un hogar, un lugar al cual pertenecer. Un lugar donde podamos ser nosotros mismos, donde nos conozcan y nos quieran, y donde nos sintamos en casa. El hogar debe ser un lugar de paz, donde estemos tranquilos en lugar de en guardia. El hogar debe ser un lugar seguro. En última instancia, en algún sentido, todos anhelamos ser hogareños y no conocer la sensación de alienación.

En Sofonías 3:20, el Señor dice: «En aquel tiempo yo los traeré, en aquel tiempo los reuniré». Dios promete traer un día a casa a su pueblo de todo el mundo. Es un hogar de celebración y canto por todo lo que Dios ha logrado por medio de su salvación (Isaías 52:9,10). Es una casa de celebraciones espontáneas y abiertas para todos. Es una fiesta que seguirá por la eternidad, porque eso que es demasiado bueno para ser cierto es realmente cierto (Sofonías 3:14-15). Está llena de alegría y alabanza. Es un lugar de refugio, donde Dios es nuestra «fuerza y canción» (Isaías 12:2). En este hogar donde hay equidad, los humildes, los oprimidos y los exiliados regresan al lugar donde realmente pueden sentirse ellos mismos (Sofonías 3:19-20). En cada uno de estos pasajes, Dios se estaba dirigiendo a un pueblo concreto en un tiempo y lugar determinados. Pero estas profecías también se extienden más allá de su contexto inmediato, puesto que el regreso al hogar forma parte de la salvación en sí.

Jesús hace eco de estos sentimientos sobre el hogar cuando proclama: «El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra morada en él» (Juan 14:23). Y antes de esto, en Juan 14:3, Jesús nos dice que está preparando una morada, un hogar, solo para nosotros.

Somos un hogar para Dios, estamos en nuestro hogar en Dios, y Dios está preparando un hogar para nosotros. Sin embargo, esta no es una verdad que se cumplirá en un futuro incierto, sino que aquí y ahora podemos encontrar una semblanza de hogar y ser el hogar de Dios para otros. Podemos «llevar las Buenas Nuevas» e invitar a otros a unirse a nosotros (Isaías 52:7). ¿Quién no querría estar en un hogar así?

Marlena Graves es estudiante de doctorado y profesora adjunta de seminario. Es autora de varios libros, entre ellos The Way Up Is Down: Becoming Yourself by Forgetting Yourself.

Reflexione sobre Isaías 12:2-6; 52:7-10; Sofonías 3:14-20.


¿De qué manera estas profecías amplían su visión de la salvación y su significado, y lo que Jesús vino a ofrecer? ¿Cómo desea llevar estas Buenas Nuevas del hogar a los demás?
Ore expresando su gratitud y adoración a Dios.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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¿Por qué tenemos árboles de Navidad?

La historia detrás de los ornamentos perennes y los regalos navideños.

Christianity Today December 14, 2021
Wikimedia Commons

Los árboles de hoja perenne eran un antiguo símbolo de vida en medio del invierno. Los romanos decoraban sus casas con ramas de árboles perennes durante el año nuevo, y los antiguos habitantes del norte de Europa cortaban los árboles perennes y los plantaban en cajas dentro de sus casas durante el invierno. Muchos de los primeros cristianos se oponían a tales prácticas. Tertuliano, teólogo del siglo II, condenó a aquellos cristianos que celebraban los festivales de invierno, o que decoraban sus casas con ramas de laurel en honor del emperador:

«Que aquellos para quienes son inminentes los fuegos del infierno fijen en sus postes los laureles condenados a arder en breve: para ellos son apropiados los testimonios de oscuridad y los presagios de penalidades. Ustedes son una luz del mundo, y un árbol siempre verde. Si han renunciado a los templos, no se hagan su propia entrada a un templo».

Sin embargo, para la Edad Media había surgido la leyenda de que cuando Cristo nació en lo más crudo del invierno todos los árboles del mundo, milagrosamente, se sacudieron el hielo y la nieve y produjeron nuevos brotes verdes. En la misma época, los misioneros cristianos que predicaban a los pueblos germánicos y eslavos estaban adoptando un enfoque más tolerante ante las prácticas culturales: cosas como los árboles perennes. Estos misioneros creían que la Encarnación proclamaba el señorío de Cristo sobre todos los símbolos naturales que previamente se habían utilizado para adorar a los dioses paganos. No solo los seres humanos, sino también las culturas, los símbolos y las tradiciones debían convertirse.

Por supuesto, esto no significaba que toleraran la adoración de los propios dioses paganos. Según una leyenda, Bonifacio, misionero del siglo VIII, después de cortar un roble sagrado para el dios pagano Thor (y usado para sacrificios humanos), señaló a un abeto cercano, en cambio, como símbolo del amor y la misericordia de Dios.

Los árboles del paraíso

No fue hasta el Renacimiento que hay registros claros de usar árboles como símbolo de la Navidad: comenzando por Letonia en 1510 y Estrasburgo en 1521. La leyenda asigna al reformador protestante Martín Lutero el invento del árbol de Navidad, pero tiene poca base histórica.

La teoría más probable es que los árboles de Navidad comenzaron con los teatros medievales. Los dramas que describían temas bíblicos comenzaron a ser parte de la adoración de la iglesia, pero para finales de la Edad Media se habían convertido en unas representaciones alborotadas e imaginativas dominadas por los laicos y que se llevan a cabo al aire libre. Las obras que celebraban la Natividad estaban relacionadas con la historia de la creación: en parte, porque el día de Nochebuena también se consideraba la festividad de Adán y Eva. Por lo tanto, como parte de la obra para ese día, el Jardín del Edén se simbolizaba con un «árbol del paraíso» con fruta colgada.

Estas obras se prohibieron en muchos lugares en el siglo XVI, y quizá la gente comenzó a preparar «árboles del paraíso» en sus hogares para compensar la celebración pública de la que ya no podían disfrutar. Los primeros árboles de Navidad (o ramas de árboles perennes) usados en las casas se llamaban «paraísos». A menudo se les colgaban obleas de hojaldre redondas para simbolizar la eucaristía, lo cual desembocó en los ornamentos de galleta que decoran los árboles de Navidad en Alemania hoy en día.

La costumbre fue ganando popularidad durante los siglos XVII y XVIII, en contra de las protestas del clero. El ministro luterano Johann von Dannhauer, por ejemplo, se quejó (como Tertuliano) de que el símbolo distraía a la gente del verdadero árbol perenne, Jesucristo. Pero esto no evitó que muchas iglesias prepararan árboles de Navidad dentro de los santuarios. Junto al árbol a menudo se colocaban «pirámides» de madera: pilas de estantes con velas, a veces una por cada miembro de la familia. Al final estas pirámides de velas se colocaron en el árbol, antecesoras de nuestras luces y ornamentos modernos en el árbol de Navidad.

Nicolás y Wenceslao

También pasó mucho tiempo antes de que los árboles se asociaran con los regalos. Aunque la leyenda conecta la idea de los regalos de Navidad con los regalos que los magos trajeron a Jesús, la historia real es más complicada. Al igual que los árboles, los regalos fueron en un principio una práctica romana: se intercambiaban durante el solsticio de invierno. Puesto que la Epifanía, y más tarde la Navidad, reemplazaron al solsticio de invierno como la época de celebración para los cristianos, la tradición de dar regalos continuó durante un tiempo. A finales de la Edad Antigua había desaparecido, aunque se seguían intercambiando regalos en el año nuevo.

Los regalos también se asociaron con San Nicolás, obispo de Mira (en la moderna Turquía), que se volvió famoso por dar regalos a los niños pobres. Su festivo (el 6 de diciembre) se convirtió así en otra ocasión para el intercambio de regalos. Durante los comienzos de la Edad Media los regalos de Navidad a menudo tomaban la forma de tributos pagados a los monarcas, aunque algunos gobernantes, por el contrario, usaban la época festiva como una oportunidad para dar a los pobres o a la iglesia (los más destacados, el duque Wenceslao de Bohemia, cuya historia inspiró el villancico popular, y Guillermo el Conquistador, que escogió la Navidad de 1067 para hacer una gran donación al papa).

Al igual que los árboles, los regalos venían «de dentro» de la familia en la época de Lutero, cuando la costumbre de dar regalos a los amigos y a los miembros de la familia se había desarrollado en Alemania, los Países Bajos y Escandinavia. A menudo se daban de forma anónima o escondida. Una costumbre danesa era envolver un regalo muchas veces con diferentes nombres en cada envoltorio, para que el destinatario solo lo descubriera cuando se hubieran abierto todas las capas.

La Navidad victoriana

En el mundo anglosajón, la unión de regalos, árboles y Navidad se debe a la influencia de la reina Victoria y su marido, el príncipe Alberto, nativo de Sajonia (ahora parte de Alemania). Los inmigrantes alemanes habían traído la costumbre de los árboles de Navidad con ellos a principios del siglo XIX, pero se expandió ampliamente después de que Victoria y Alberto colocaran un elaborado árbol para sus hijos en el castillo de Windsor en 1841. En este momento lo normal era que los regalos de Navidad se colgaran en el mismo árbol.

Los inmigrantes alemanes y holandeses también trajeron sus tradiciones de árboles y regalos al Nuevo Mundo a principios del siglo XIX. La imagen de las felices familias de clase media intercambiando regalos alrededor del árbol se convirtió en un retrato poderoso para los autores estadounidenses y los líderes civiles que deseaban reemplazar las antiguas tradiciones navideñas más pendencieras y rebosantes de alcohol —como irse de fiesta— con una festividad más familiar. Esta imagen centrada en la familia se popularizó mucho en el poema de Clement Moore de 1822 conocido hoy como «Era la víspera de Navidad» (que también ayudó a darnos una descripción moderna de Santa Claus).

Como muchos de nosotros hemos hecho de los árboles y los regalos el centro de nuestras prácticas navideñas, sería bueno que recordemos que al final no son nada más que símbolos que en todo caso deben apuntar a Aquel que se dio a sí mismo para unir cielo y tierra, y quien hace florecer todo lo estéril.

Edwin Woodruff Tait es profesor adjunto de Biblia y religión en la Universidad de Huntington. Jennifer Woodruff Tait es profesora adjunta de historia de la iglesia en el Seminario Teológico de Asbury.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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