Morir al yo indispensable

Tal vez Jesús nos dio el mandamiento de negar las formas predeterminadas de valorarnos y medirnos a nosotros mismos.

Christianity Today March 23, 2023
Ilustración por Bethany Cochran

Nota para el lector: Este artículo aborda el tema del suicidio.

Dirigiéndose a todos, declaró: «Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». — Lucas 9:23-24

Para un cristiano, la pregunta «¿Qué necesita morir?» tiene una respuesta obvia: «El yo». Como Jesús les dice a sus discípulos: «Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga» (Lucas 9:23, NVI).

La mayoría de nosotros tendemos a escuchar esto como una orden que nos pide negar los apetitos y deseos desordenados del yo, y seguramente hay algo de verdad en eso. Pero tal vez necesitemos escuchar las palabras de Jesús de una manera más radical: como un mandato a negar nuestras formas predeterminadas de valorarnos y medirnos a nosotros mismos. En una era tecnológica obsesionada con métricas que registran nuestra actividad física, productividad intelectual, salud emocional e impacto general, negar el yo como una entidad medible —una entidad cuyo valor puede cuantificarse y, por lo tanto, juzgarse ineficaz o eficaz, insignificante o impactante, prescindible o indispensable— suena realmente radical.

Sin embargo, la disposición del Evangelio de Lucas apunta a esta forma de leer las palabras de Jesús. Solo unos cuantos versículos después de que los discípulos escucharan estas instrucciones, los encontramos discutiendo sobre «quién de ellos sería el más importante». Jesús responde tomando a un niño en su regazo y brindando una visión diferente del yo: «El que es más insignificante entre todos ustedes, ese es el más importante» (Lucas 9:48). Esta paradoja, que se encuentra en el corazón del reino de Dios, sugiere que si morimos a una visión de nosotros mismos como grandiosos o esenciales, podemos ser libres para vivir fielmente con asombro y gratitud como los de un niño.

En su irónico libro de autoayuda Lost in the Cosmos [Perdido en el cosmos], Walker Percy ofrece un experimento mental relacionado con el suicidio que podría ayudarnos a sentir el peso del mandato radical de Jesús a negarnos a nosotros mismos. Percy no se toma a la ligera la realidad del suicidio: su abuelo y su padre se suicidaron, y Percy cree que la muerte de su madre en un accidente automovilístico también fue un suicidio. Si bien el suicidio puede parecer la máxima negación de la autoestima, Percy lo enmarca de manera diferente.

En respuesta al aumento de la depresión y el suicidio en la década de 1980 —por problemas que se han vuelto aún más endémicos en los últimos años—, Percy invita a un paciente suicida imaginario a considerar que quizás «está deprimido porque tiene todas las razones para estar deprimido… Vives en una época trastornada, más trastornada que de costumbre, porque a pesar de los grandes avances científicos y tecnológicos, el hombre no tiene la menor idea de quién es ni de lo que hace».

La prescripción de Percy para una desesperación tan profunda es no negar las muchas razones válidas para esa desesperación. Más bien, Percy busca abandonar el mito del yo indispensable. El suicida en potencia debe confesar: no soy imprescindible. Percy invita a su paciente a imaginar las consecuencias del suicidio. Enumera las posibles consecuencias de este acto en los miembros de la familia, vecinos y compañeros de trabajo. A pesar de las interrupciones que causa la muerte, «en un tiempo sorprendentemente corto, todos vuelven a la rutina de sí mismos como si tú nunca hubieras existido». De ahí el resultado del experimento mental: «Después de todo, no eres indispensable».

Según Percy, darse cuenta de esta realidad debería quitar una inmensa carga de los hombros del paciente: «¿Por qué no vivir, en lugar de morir? Eres libre de hacerlo. Eres como un prisionero liberado de la celda de su vida». Es posible que todos los demás todavía estén «enfermos de preocupación… por el estatus, salvar las apariencias, la autoestima, las rivalidades nacionales, el aburrimiento, la ansiedad y la depresión, de los que buscan alivio principalmente en guerras y en las catástrofes naturales que azotan regularmente a sus vecinos». Pero el exsuicida ha sido liberado de todas estas cargas de un yo medible. El punto de Percy es que el valor intrínseco de nuestras vidas no se deriva de nuestra productividad, eficacia o importancia percibida; cuando morimos a estas formas de medir el yo, podemos ser libres para recibir la vida como un regalo inconmensurable.

Percy concluye con dos recuadros que contrastan a un no suicida, que en la desesperación todavía lucha contra la tentación de acabar con su vida, con un exsuicida, que ha contemplado la posibilidad del suicidio y ha aceptado su propia prescindibilidad:

El no suicida es una pequeña aspiradora itinerante de preocupación: absorbe preocupaciones del pasado y es atraído hacia más preocupaciones en el futuro. Dentro de su pecho, su frecuencia respiratoria es muy alta.

El exsuicida abre la puerta de su casa, se sienta en los escalones y se ríe. Como tiene la opción de estar muerto, no tiene nada que perder si está vivo. Es bueno estar vivo. Va a trabajar porque no tiene que hacerlo.

Es posible que Percy minimice falsamente las consecuencias reales de la muerte de alguien. Sin duda, la pérdida de cualquier ser humano es sentida de manera aguda por los miembros de su familia y sus seres queridos, y aunque la vida puede continuar, se altera irrevocablemente. Sin embargo, su punto más profundo permanece: si dejamos ir el yo medible, somos libres para recibir el yo que nos ha sido dado, y este intercambio tiene profundas implicaciones en la forma en que vivimos. En particular, renunciar a lo medible destrona al ídolo de la grandeza (y su imagen reflejada: la futilidad paralizante), y nos permite vivir fielmente sin preocuparnos por nuestro impacto o significado potencial.

Winter Scene in MoonlightHenry Farrer / Wikimedia Commons
Winter Scene in Moonlight

Si nos aferramos al mito de que somos indispensables —tanto los individuos como las instituciones— nos veremos tentados por cualquier tecnología o movimiento político que prometa extender nuestro alcance y hacernos más efectivos. Si pensamos que el éxito depende de nuestros esfuerzos, recurriremos a los líderes intelectuales y celebridades que han alcanzado la grandeza aparente. ¿Qué truco de productividad utilizan? ¿Qué aplicación les permite maximizar su alcance? ¿Qué estrategia política han seguido? Las aspiraciones a la grandeza pueden justificar todos los medios.

Esta es precisamente la tentación que Jesús enfrentó al comienzo de su ministerio cuando el diablo se le apareció en el desierto. A Jesús se le ofrece autoridad sobre todos los reinos del mundo si simplemente adora a Satanás (Lucas 4:6-7). Jesús podría haber alcanzado la meta de su misión terrenal sin tener que pasar por el sufrimiento y la indignidad de la pasión. ¡Eso parece mucho más eficiente! Pero su misión supuso también fidelidad y obediencia al Padre, obediencia que lo llevó al Getsemaní y al Gólgota. Durante nuestro propio viaje de Cuaresma, tenemos la oportunidad de hacer retiros (ayunar de la comida, las redes sociales u otros medios en los que confiamos para lograr vivir estilos de vida de alto impacto), y reflexionar sobre si las herramientas que usamos para ser efectivos están realmente alineadas con el camino de la Cruz, el camino de la abnegación y el camino de Jesús.

La otra cara de esta obsesión por la eficacia es una sensación generalizada de inutilidad y desesperación: alguna otra persona o institución siempre parecerá más exitosa que nosotros. E incluso si resistimos la tentación de compararnos con los demás, los problemas de nuestra época trastornada se ciernen sobre nosotros, atemorizándonos con su tamaño y abrumando todos nuestros insignificantes esfuerzos. Para usar la jerga de una cultura que afirma y celebra el yo medible, ningún truco de vida le permitirá «potenciar» sus activos para «marcar la diferencia» o «impactar» problemas como el cambio climático, el racismo o el declive religioso. Este sentido de inutilidad puede inducir a una desesperación paralizante.

Pero si seguimos a Jesús y nos negamos a nosotros mismos, mostramos un asombro de tipo infantil y la vitalidad del exsuicida de Percy. Para expresar esta actitud en términos de los ejemplos anteriores, darte cuenta de que no tienes que arreglar el cambio climático te libera para cuidar tu jardín con alegría. Darte cuenta de que no tienes que erradicar el racismo te libera para escuchar a un amigo de un origen étnico diferente. Darte cuenta de que no tienes que hacer retroceder el declive moral de la cultura te da la libertad de invitar a algunos niños del vecindario a disfrutar de una fogata. Darte cuenta de que no tienes que salvar al mundo te libera para amar a tu prójimo.

Esta profunda negación de la importancia personal nos da la confianza que necesitamos para buscar la fidelidad en lugar del impacto, y la obediencia en lugar de la eficacia. Tales estándares contrastantes afectan profundamente la forma en que decidimos qué trayectoria profesional elegir, qué estrategia política seguir, qué tecnología adoptar en nuestras iglesias y qué patrones de vida debemos adoptar.

No hay nada intrínsecamente malo en ser eficiente o influyente. Pero tampoco nada inherentemente bueno. Y si consideramos que nuestro trabajo o nuestras instituciones son irremplazables, nos esforzaremos sin cesar para extender su alcance. En cambio, si trabajamos como exsuicidas, lo haremos con espíritu de gratitud. Como nos lo recuerdan los ritmos sabatarios, no creamos el mundo ni lo redimimos de la esclavitud; nuestro trabajo simplemente es participar en el trabajo que Dios ya ha realizado.

Si Jesús no consideró «el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse», si Jesús «se despojó a Sí mismo», ¿cuánto más deberíamos renunciar al sentido de nuestra propia importancia (Filipenses 2:6-7, NBLA)? Dios no me necesita para cumplir sus propósitos. Soy absolutamente prescindible. Jesús presenta a los niños como ejemplos de esta actitud, los niños son enloquecedoramente —o deleitosamente— ineficientes (Lucas 9:47–48; 18:15–17). No realizan ningún trabajo esencial y, a menudo, impiden la «productividad» de los demás. Como tales, nos recuerdan que debemos morir a nuestras visiones de grandeza y recibir el reino de Dios con la gratitud, el asombro y la alegría de un niño pequeño. O de un exsuicida.

Vivamos porque hemos muerto. Cuidemos nuestros jardines, cuidemos de nuestras familias, amemos a nuestro prójimo y pongámonos a trabajar porque hemos muerto al yo medible y hemos recibido el yo que nos ha sido dado.

«Si está considerando el suicidio, llame desde Estados Unidos a la Línea Nacional de Prevención del Suicidio al 800-273-TALK (8255). Desde otros países, busque su país en este enlace para encontrar un número de contacto».

Preguntas de reflexión:



1. ¿Cuáles son las implicaciones del mandato de Jesús de recibir el reino de Dios como un niño?

2. ¿Cómo sería abrazar el llamado de Jesús a ser el más pequeño en lugar del más grande?

3. ¿Cómo podemos compartir el gozo del exsuicida con aquellos agobiados por la ansiedad y la depresión?

Jeff Bilbro es profesor asociado de inglés en Grove City College. Sus últimos libros incluyen Reading the Times: A Literary and Theological Inquiry into the News y Loving God's Wildness: The Christian Roots of Ecological Ethics in American Literature.

Este artículo es parte de New Life Rising que presenta artículos y sesiones de estudio bíblico que reflejan el significado de la muerte y resurrección de Jesús. Obtenga más información sobre esta edición especial que se puede usar durante la Cuaresma, la temporada de Pascua o en cualquier época del año en http://orderct.com/lent [enlaces en inglés].

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Nacionalismo cristiano: una confusión persistente

Si queremos combatir ideas peligrosas, necesitamos tener definiciones claras.

Christianity Today March 22, 2023
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: Unsplash / Pexels

Hace dos años, en este mismo sitio, definí el nacionalismo cristiano y advertí de sus peligros. El año pasado publiqué mi libro sobre el tema. A pesar de eso, todavía parece haber un coro persistente de voces que se quejan de que el término carece de una definición clara y es, en términos generales, bastante inútil [enlaces en inglés].

Esto se convierte en un problema real cuando intentamos evaluar la amenaza real que el nacionalismo cristiano representa en nuestro país.

Por ejemplo, en febrero, Religion News Service publicó un artículo anunciando los resultados de una encuesta reciente del Public Religion Research Institute, que encontró que casi un tercio de los estadounidenses, la mayoría de ellos evangélicos blancos, eran nacionalistas cristianos.

Al respecto, el excoordinador de fe de la administración Obama, Michael Wear, señaló en Twitter algunas fallas con la forma en que se realizó esta encuesta y las conclusiones extraídas de sus resultados.

Esto se debe, en parte, al hecho de que las preguntas de la encuesta estaban redactadas de una manera que era ambigua en el mejor de los casos, y engañosa en el peor. Resulta que algunos de los encuestados incluidos en la estadística de «un tercio» no entendieron lo que significaba el término nacionalismo cristiano.

Esa encuesta, así como la controversia en Twitter que la rodea, destaca aún más el hecho de que un tema tan serio como el nacionalismo cristiano exige una definición clara e inequívoca.

Independientemente de lo que pensemos del término nacionalismo cristiano, aquello a lo que se refiere es real, y por este solo hecho se necesita una etiqueta. Lo que estoy tratando de etiquetar con este término es simple y es lo siguiente: aquellos estadounidenses que creen que Estados Unidos es una «nación cristiana» y que el gobierno debería mantenerlo así.

Por supuesto, eso deja mucho que desempacar, por lo que vale la pena dedicar algún tiempo para tratar de hacerlo más específico. ¿Cómo es exactamente el nacionalismo cristiano (o como quieras llamarlo) en la práctica? ¿Cómo sabemos la diferencia entre el (mal) nacionalismo cristiano y la (buena) participación política cristiana?

El nacionalismo cristiano se parece al 45 por ciento de los estadounidenses que creen que Estados Unidos debería ser una nación cristiana y al 44 por ciento que creen que «Dios le ha otorgado a Estados Unidos un papel especial en la historia de la humanidad». El nacionalismo cristiano se parece al 35 por ciento de los estadounidenses que creen que un ciudadano debe ser cristiano para ser «verdaderamente estadounidense».

El nacionalismo cristiano se parece a citar el Salmo 33:12 («Dichosa la nación cuyo Dios es el SEÑOR») o 2 Crónicas 7:14 («si mi pueblo, que lleva mi nombre…») en referencia a los Estados Unidos, lo que implicaría que Estados Unidos es la nación cuyo Dios es el Señor y que somos el pueblo de Dios llamado por su nombre, una práctica común en los círculos evangélicos blancos.

El nacionalismo cristiano se parece a la Biblia del Patriota Americano, que «muestra cómo la historia de los Estados Unidos conecta a las personas y los eventos de la Biblia con nuestras vidas en un mundo moderno. La historia de los Estados Unidos está maravillosamente entretejida en las enseñanzas de la Biblia». El nacionalismo cristiano se parece a poner la bandera estadounidense en exhibición en el centro de su iglesia local.

Tales imágenes del nacionalismo cristiano muestran un movimiento ampliamente popular, dominante y pacífico que es equivocado, tonto y sospechoso tanto teológica como constitucionalmente. Pero también muestran que los evangélicos estadounidenses necesitan una mejor comprensión de la teología política y la educación cívica estadounidense.

Sin embargo, es importante añadir que el nacionalismo cristiano también puede aparecer en formas más siniestras. Por ejemplo, el nacionalismo cristiano se parece a un xenófobo candidato al Senado de los Estados Unidos que tuiteó su oposición a dar la bienvenida a los refugiados afganos porque, argumentó, ponen en peligro nuestra «forma de vida judeocristiana».

El nacionalismo cristiano se parece al ReAwaken America Tour, en el que miles de cristianos llenaron iglesias para mítines políticos para animar las teorías de conspiración sobre las elecciones de 2020 o sobre la pandemia de COVID-19.

Y el nacionalismo cristiano se parece a invocar el nombre de Jesús y ofrecer una oración a Dios el 6 de enero de 2021, agradeciéndole por la oportunidad de asaltar el Capitolio de los Estados Unidos para mostrar «que esta es nuestra nación», por «llenar esta cámara con patriotas… que aman a Cristo» para que «Estados Unidos [pueda] renacer».

El nacionalismo cristiano es una actitud, una postura hacia Estados Unidos y el mundo, una forma de situarnos a nosotros mismos y a nuestra nación en un marco moral y teológico. En este marco, el cristianismo y Estados Unidos van de la mano: han ido juntos desde la fundación de nuestro país, y deben continuar sincronizados mientras los fieles cristianos estadounidenses puedan hacer que suceda.

El nacionalismo cristiano es una presunción de que los cristianos son los primeros ciudadanos, arquitectos y guardianes de Estados Unidos, y que tenemos el derecho de definir la cultura y la identidad de la nación. Es un sentido de propiedad, un sentimiento posesivo: los cristianos inventaron los Estados Unidos de América y, por lo tanto, tienen derecho a permanecer en la cima.

El nacionalismo cristiano puede ser extrañamente difícil de traducir en posiciones políticas específicas. Se centra mucho más en exigir el reconocimiento simbólico del cristianismo. «La vida pública debe estar arraigada en el cristianismo y su visión moral», dice el sitio web del Conservadurismo Nacional, «que debe ser honrado por el estado y otras instituciones, tanto públicas como privadas».

Las políticas impulsadas por objetivos nacionalistas cristianos se centran en cosas como traer de vuelta la oración dirigida por maestros y el estudio bíblico en las escuelas públicas, restringir la inmigración solo a personas que comparten nuestros valores, o bien, ordenar la enseñanza de la historia estadounidense como nación cristiana. Podría incluso incluir un intento de revisar la Constitución de los Estados Unidos para reconocer el cristianismo, como propuso un grupo de ministros en 1863.

El nacionalismo cristiano también aboga por una legislación moral mucho más fuerte y robusta —que podría ser buena por sí misma, pero no si apela a un estándar de moralidad sectario o discriminatorio—. Los nacionalistas cristianos tienden a sobreestimar la popularidad de su visión de la moralidad y la competencia del Estado para hacerla cumplir y a subestimar el peligro de efectos contraproducentes (como sucedió con la Prohibición).

Dicho esto, ninguno de los peligros del nacionalismo cristiano excluye el patriotismo, la participación cristiana en la política o el trabajo por la justicia en el ámbito público. Ser provida o prolibertad religiosa no es nacionalismo cristiano. Estar agradecido por Estados Unidos, honrar a los padres fundadores, reconocer las bendiciones de la Constitución de los Estados Unidos (tal como fue enmendada) y la Declaración de Independencia, y reconocer la influencia positiva de los principios cristianos en la vida estadounidense son cosas buenas.

En el medio, hay un área gris de la «religión civil» de Estados Unidos, las tradiciones y la pompa de nuestra vida cívica que a menudo toman prestado un lenguaje y simbolismo genéricamente religiosos. Los líderes políticos a menudo invocan a Dios en sus discursos, las ocasiones ceremoniales comienzan con oraciones, es fácil encontrar cruces en terrenos públicos en todo Estados Unidos y muchas iglesias celebran las fiestas estadounidenses, como el 4 de Julio y el Día de los Caídos [Memorial Day].

Tiendo a pensar que tales casos pueden, en principio, ser inofensivos, pero tienen el potencial de volverse dañinos. Mucho depende de los detalles y de las actitudes del corazón de aquellos que lideran el camino. ¿Está la oración pública realmente destinada a honrar a Dios o a trolear a los progresistas seculares? ¿Son las cruces en terrenos públicos un reflejo verdadero e inclusivo de la historia estadounidense que también puede incluir otros símbolos religiosos, o pretenden ser símbolos excluyentes de la supremacía cristiana?

La diferencia más importante entre el mal nacionalismo cristiano y la buena defensa política cristiana está en la postura de nuestro corazón. ¿Estamos buscando promover los principios o el poder cristianos? ¿Estamos buscando justicia igualitaria para todos o privilegios para nuestra tribu? ¿Estamos buscando amar a nuestro prójimo con nuestro testimonio político o mostrarle a nuestro prójimo quién es el jefe?

Los cristianos están llamados a buscar el bienestar de la ciudad en la que estamos actualmente exiliados (Jeremías 29:7). En una nación en la que tenemos el privilegio de la ciudadanía democrática, buscar el bienestar de nuestra ciudad significa amar a nuestro prójimo votando por la justicia y la rectitud. No significa asegurar el predominio de nuestra tribu o asegurar que la nación haga de nuestra cultura el centro de su identidad.

Paul D. Miller es profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Georgetown, investigador de la Comisión de Ética y Libertad Religiosa y veterano de la guerra en Afganistán. Su libro más reciente es The Religion of American Greatness: What's Wrong with Christian Nationalism.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

History

Lo que los evangélicos le debemos a Haití

Para entender la crisis del país isleño y lo que debemos hacer ahora, veamos primero lo que no hicimos.

Christianity Today March 20, 2023
Ilustración por Isabel Seliger

Ahora mismo, la segunda república más antigua del hemisferio occidental se está derrumbando. Las bandas militantes de Haití controlan más de la mitad de la capital, Puerto Príncipe. Ellos bloquean las carreteras y exigen sobornos a punta de pistola por cada caja de pañales, saco de arroz, caja de gasas y galón de gasolina que entra o sale de su puerto marítimo. Incendian barrios y organizan ataques coordinados contra comisarías de policía. Sacan a sus rivales de las camas de las salas de urgencias y los ejecutan al aire libre.

Así, la economía de Haití está en caída libre. Su inflación anualizada roza el 50 %. En algunas zonas, el combustible alcanza 10 dólares el galón en el mercado negro. La nación se desliza hacia la hambruna, un término que, aunque parezca mentira, rara vez se invoca allí. Miles de sus habitantes inundan los barcos con destino al sur de Florida, marchan a través de los continentes y se amontonan en la frontera entre Estados Unidos y México.

Para hacer frente a estas crisis, no hay gobierno. El jefe de Estado putativo de Haití, el primer ministro y presidente en funciones, Ariel Henry, asumió el cargo tras el descarado y extraño asesinato de un presidente impopular en 2021. Pero Henry también es impopular y hace tiempo que ha sobrepasado los límites constitucionales de su mandato. Para sustituirlo, Haití tendría que celebrar elecciones; sin embargo, sus últimas elecciones fueron hace tanto tiempo que todos los escaños de su asamblea legislativa están vacíos.

Pero Haití no puede celebrar elecciones con seguridad porque las fuerzas del orden están inmersas en una batalla contra las bandas, que se han vuelto tan poderosas que, según se dice, los jóvenes que quieren unirse a ellas son puestos en listas de espera. La policía nacional está mal pagada, mal equipada y quema neumáticos en las calles exasperada. Sí, la corrupción infecta sus filas. Pero, además, al menos 78 agentes han muerto en acto de servicio en los últimos 19 meses.

El pasado octubre, Henry pidió a la comunidad internacional «el despliegue inmediato de una fuerza armada especializada, en cantidad suficiente» para ayudar a contener a las bandas. Cuatro meses después, eso no ha ocurrido.

¿Cómo sucedió todo esto? Cuando trabajé en Haití a principios de la década de 2000, primero como periodista y luego con una organización de ayuda humanitaria, a menudo escuché tanto a haitianos como a extranjeros —conocidos ahí como blans— atribuir los problemas del país a causas imprecisas como la corrupción, la deforestación, el vudú, etc.

Sin embargo, hay explicaciones más específicas. Está el trauma colectivo provocado por la carnicería del régimen esclavista francés y por una guerra por la independencia que terminó en un genocidio de toma y daca en ambas partes. Dos décadas después de que los haitianos ganaran su libertad, Francia envió 14 buques de guerra a Puerto Príncipe y exigió 150 millones de francos para reconocer a Haití como nación, una suma que, según los economistas, dejó al país con un déficit de 21 000 millones de dólares. Y luego, en 1914 y 1915, los marines estadounidenses saquearon el oro del banco nacional de Haití y, meses después, regresaron y tomaron el control de los aranceles de importación y exportación, la principal fuente de ingresos del gobierno.

Los evangélicos, sin embargo, tenemos un punto de partida más fácil para entender la historia de Haití. Nos metimos nosotros mismos en ella.

Haití ha sido uno de los campos misioneros más activos del mundo para los evangélicos estadounidenses, tanto que, en 1983, el Papa visitó el país y lo convirtió en un punto de encuentro contra las preocupantes incursiones de los protestantes en territorio católico.

En 2020, según el Centro para el Estudio del Cristianismo Global, había unos 1700 misioneros profesionales en Haití, uno por cada 7000 habitantes. Nadie hizo un conteo del número de cristianos que hicieron viajes de corta duración antes de que la pandemia del COVID-19 los redujera, pero los estudios sugieren que solían ser hasta 85 000 al año, la gran mayoría provenientes de Norteamérica.

Si usted es uno de ellos, o si su hermano, hija, padre o amigo formó parte de ese vasto grupo, entonces usted conoce el regalo que Haití le hizo a la Iglesia: un patio de recreo para el retiro espiritual. El viaje de servicio se convirtió en una faceta definitoria de la relación del cristianismo estadounidense con la nación. Los grupos misioneros construyeron allí una vasta red de instalaciones que ofrecían experiencias similares a las de los campamentos, cuyos beneficios, según admiten sin reparos los líderes, benefician sobre todo a los visitantes. Cualquiera que sea su opinión sobre las misiones a corto plazo, una gira por Haití (o varias) ha moldeado la fe de generaciones de estadounidenses.

Por supuesto, pocos de ellos viajan a Haití en este momento. Pero su trabajo tuvo efecto: casi todos los haitianos dicen profesar la fe cristiana, y entre una cuarta parte y la mitad de ellos son protestantes.

Entonces, ¿por qué Haití no es más fuerte? La crisis actual de Haití es, ante todo, una tragedia para los haitianos. La compasión más simple exige que no miremos hacia otro lado. Pero también es un ajuste de cuentas. ¿Cómo es posible que el campo más evangelizado del mundo se haya convertido en una nación sumida en una preocupante anarquía?

A grandes rasgos, hubo dos épocas de misiones evangélicas en Haití. En la primera, un grupo relativamente pequeño de misioneros consideraba que su vocación era difundir el Evangelio y ayudar a construir y defender un Estado haitiano que bendijera a su pueblo. En la segunda época, una legión de misioneros promovió el Evangelio construyendo un Estado paralelo propio. Aliviaron a los haitianos de los daños de una dictadura brutal, pero en el proceso se convirtieron en instrumentos involuntarios del régimen, encubriéndolo mientras saqueaba al Estado haitiano.

Todo esto preparó a Haití para la implosión que se está produciendo ante nuestros ojos. La culpa, por supuesto, no es solo de los misioneros. La comparten naciones enteras, organizaciones internacionales e individuos. Pero por ahora, miremos la viga en nuestro propio ojo. Si hay una próxima era de misiones en Haití, será juzgada por lo que hagamos en este momento, y por si seremos capaces de recuperar el espíritu con el que los haitianos nos acogieron allí por primera vez.

Para entender la primera era de las misiones evangélicas en Haití, pensemos en Mark Bird, un metodista inglés de poco más de 30 años. Bird llegó a Haití en 1839 para tomar el timón de la pequeña misión metodista del lugar. Fue uno de los pocos misioneros blancos del país. (En esa época, los otros pocos esfuerzos misioneros en el lugar fueron dirigidos por creyentes negros que escapaban de Estados Unidos en la era anterior a la Guerra de Secesión, inspirados por la perspectiva de una nación dirigida por negros).

En 1843, Bird y su congregación de 100 miembros en Puerto Príncipe fundaron una escuela. O, para ser más precisos, el gobierno fundó una escuela. El presidente de Haití deseaba impulsar la mejora de la educación y la ciudad necesitaba poner en marcha media docena de escuelas primarias gratuitas. Así que le pidieron a Bird que dirigiera una de ellas en la recién construida capilla de los metodistas.

El gobierno financió la escuela con el equivalente en el siglo XIX a un par de miles de dólares al mes, y la misión aportó algunos profesores y el resto del presupuesto. Pronto se matricularon 180 alumnos.

En 1844, Haití se asoció con los metodistas para abrir escuelas en otras ciudades. Un folleto del gobierno de ese año pedía a las iglesias que ayudaran a construir la nación y, sorprendentemente, desafiaba a los misioneros y pastores a predicar contra el racismo de los negros hacia los mulatos que alimentaba los enfrentamientos políticos y desgarraba a Haití.

«La influencia de la religión en la educación pública y en la felicidad de un pueblo ya no es discutible», así tradujo Bird parte del mensaje francés en sus escritos. «Que la Palabra sagrada saque de sus errores a quienes, por ignorancia, depravación o cualquier otra causa, hayan sido inducidos a dar alguna importancia al color de la piel».

Cuando el edificio de la escuela de Puerto Príncipe no fue suficiente, Bird buscó ayuda para financiar un edificio exclusivo. Más de 160 haitianos y empresarios nacidos en el extranjero se comprometieron a hacer donaciones mensuales. El presidente dio dinero. Casi todo el presupuesto se recaudó localmente. Bird inició la nueva escuela en julio de 1846 al son de flautas y violines, y con un himno escrito específicamente para la ocasión.

El gobierno y los metodistas siguieron aunando esfuerzos hasta bien entrado el siglo XX. Los funcionarios concedieron subvenciones para la construcción y reparación de iglesias y escuelas metodistas. También financiaron actividades de evangelización. En 1881, los registros muestran que el gobierno aportaba el 42 % del presupuesto de la iglesia metodista. Los haitianos no dependían de los misioneros; la misión dependía de los haitianos.

En aquella época, no era del todo inusual que los misioneros ingleses del Imperio Británico recibieran ayuda financiera de los gobernadores coloniales. Pero esta dinámica era sorprendentemente diferente: los misioneros metodistas blancos trabajaban codo con codo con el gobierno independiente de un pueblo anteriormente esclavizado, en un periodo en el que, 600 millas al norte, en Estados Unidos, la Guerra de Secesión iba y venía y Jim Crow entraba en la adolescencia. El Estado haitiano vio a los misioneros como socios en la construcción de la nación y confió valiosos recursos a su supervisión. Los misioneros veían el Evangelio como un don para individuos y sociedades enteras, y confiaron al Estado haitiano el futuro de sus programas.

La policía quema gomas de ruedas de vehículos en protesta a la falta de apoyo de su lucha contra las pandillas.Joseph Odelyn / AP Images
La policía quema gomas de ruedas de vehículos en protesta a la falta de apoyo de su lucha contra las pandillas.

Hubo otros como Bird. Ellos, como el resto de los misioneros en Haití desde entonces, no encontraron circunstancias fáciles. Sufrieron al menos media docena de importantes golpes de Estado y revoluciones que sacudieron a Haití durante ese periodo. Pero el metodismo «siempre fue un jugador en el juego», me dijo Leslie Griffiths, un ministro metodista y miembro de la Cámara de los Lores de Gran Bretaña que escribió una historia sobre los wesleyanos del siglo XIX en Haití. «Produjo figuras políticas, institucionales e incluso literarias de gran importancia nacional».

La segunda era de las misiones evangélicas comenzó en la década de 1920 y ya estaba muy avanzada en la década de 1950. Impulsada por el prestigio mundial de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial y por un nuevo interés en evangelizar el hemisferio occidental, una oleada de misioneros llegó a las costas mayoritariamente católicas de Haití.

El torrente coincidió con el ascenso de François Duvalier, un médico de voz suave y gafas que se educó en la Universidad de Michigan y fue conocido como «Papa Doc». Fue elegido presidente de Haití en 1957 y se convirtió en uno de los autócratas más despiadados del hemisferio occidental: creó un temible grupo paramilitar para castigar a los disidentes, desvió los ingresos del gobierno y la ayuda extranjera para enriquecerse a sí mismo y a sus partidarios, y supervisó el asesinato o la ejecución de unas 30 000 víctimas.

Mientras Duvalier arrestaba y exiliaba a docenas de clérigos católicos a quienes consideraba una amenaza para su poder, cortejaba agresivamente a los evangélicos estadounidenses. Su régimen se acercó a una amplia franja de grupos eclesiásticos estadounidenses a través de los medios de comunicación cristianos y de conferencias.

Por ejemplo, en noviembre de 1959, Duvalier envió a un miembro de su comité de asuntos exteriores a una convención de empresarios cristianos en un hotel frente al mar en el centro de Miami. Arthur Bonhomme era senador haitiano, predicador metodista laico y arquitecto de la estrategia evangélica de Papa Doc. Solo tres meses después de que la policía haitiana detuviera a varios católicos por rezar en protesta por la expulsión de algunos sacerdotes, Bonhomme subió al podio y leyó un mensaje de Duvalier: «Les aseguro que mi deseo es ver a Haití evangelizado, y que nuestra constitución y nuestras leyes garantizan la protección de cada misión que venga».

En 1960, mientras Estados Unidos interrumpía la ayuda a Haití preocupado por el autoritarismo de Duvalier, este recibía a evangélicos en el palacio presidencial, instándolos a que le dijeran a su gobierno que siguiera enviando la ayuda. En 1963, el presidente John F. Kennedy cortó por completo la financiación a Duvalier. Su administración empezó a canalizar la ayuda a Haití a través de grupos sin ánimo de lucro, incluidas agencias de ayuda y misiones cristianas. La floreciente comunidad humanitaria mantuvo el flujo de recursos para los desesperados haitianos y ofreció cobertura a Duvalier. Duvalier redobló su opresión mientras los extranjeros atendían las necesidades de su pueblo.

Los cristianos no ignoraban los crímenes del dictador. Aunque el alcance de la sed de sangre de Duvalier no salió a la luz de inmediato, los medios de comunicación estadounidenses hicieron eco con regularidad de su brutalidad, como tras la ejecución masiva de cientos de disidentes en 1964. Sin embargo, en 1968, Bonhomme declaró a CT: «Duvalier es un instrumento de Dios. Si estuviera tan equivocado, sería un enemigo de la Palabra de Dios».

Y así, a principios de la década de 1970, misioneros y grupos de ayuda afluyeron a Haití a un ritmo vertiginoso. Hasta cuatro o cinco denominaciones estadounidenses establecían misiones en Haití cada año, un país con una superficie del tamaño de Maryland. Abrieron cientos de escuelas, clínicas, orfanatos, emisoras de radio y programas de alimentación. Charles-Poisset Romain, sociólogo y teólogo haitiano, autor de una de las historias del protestantismo más importantes del país, afirmó que Haití fue en los años 70 el campo misionero más activo del hemisferio occidental.

Niños juegan en un parque donde viven familias que fueron desplazadas por la violencias de las pandillas, en Puerto Príncipe.Ramone Spinosa / AP Images
Niños juegan en un parque donde viven familias que fueron desplazadas por la violencias de las pandillas, en Puerto Príncipe.

Duvalier murió en 1971 y traspasó su reino ilícito a su hijo de 19 años, Jean-Claude «Baby Doc» Duvalier, quien gobernó otros 15 años. Durante el reinado de la familia, Haití se desmoronó. Su economía se desintegró. Los Duvalier apenas invirtieron en servicios como educación, infraestructura o servicios de salud. La policía y el sistema judicial de Haití, secuestrados para los fines del régimen, no ofrecían protección real a los ciudadanos más vulnerables del país. Los profesionales formados (las clases directivas y creativas que Haití necesitaba desesperadamente para enderezarse) huyeron por millares.

El Estado haitiano nunca se recuperó en realidad. En las tres décadas y media transcurridas desde el final de la era Duvalier, no se ha producido ninguna fusión de las dos repúblicas de Haití: la constitucional y la «República de las ONG», como se denomina comúnmente al país.

La Iglesia también quedó frágil y mal equipada para ayudar. Algunos pastores y teólogos haitianos piensan que el explosivo crecimiento evangélico en los números se produjo a expensas del crecimiento en profundidad. Los misioneros a menudo transmitían una forma de fe ortodoxa pero no contextualizada. Los creyentes aprendieron a evitar el vudú, pero no a relacionarse con una cultura impregnada de él. Se les enseñó a evitar involucrarse en cosas mundanas como la política y la participación cívica porque eran caldo de cultivo para la corrupción.

Guenson Charlot, presidente de la Universidad Emaús, universidad y seminario wesleyano cerca de Cabo Haitiano, me dijo: «Algunos de los pastores más antiguos no adoptan la postura que nosotros, los más jóvenes, estamos adoptando ahora. Lo que ocurre fuera del mundo eclesiástico no les concierne. Deben haberlo aprendido de algún lado».

A finales del siglo XX, mientras el Estado haitiano se deterioraba, las misiones evangélicas florecían. Entonces, ¿cómo debe responder ahora la Iglesia? Lo que este momento requiere no es culpa, sino generosidad. Los cristianos son, por norma, bendecidos para ser una bendición.

A principios de este año, el embajador de Haití en Estados Unidos, Bocchit Edmond, se dirigió a líderes eclesiásticos, donantes y directores de varias organizaciones sin ánimo de lucro por medio de una llamada de Zoom. Les suplicó que retomaran la petición de ayuda militar de su país que emitieron hace meses. «Tienen que hablar con los líderes de las iglesias con las que están conectados», dijo Edmond. «Pónganse en contacto con las oficinas de senadores [y] representantes».

Cualquier observador de Haití dirá que la comunidad internacional está esperando a que Estados Unidos dé el primer paso. «Hay que hacer algo», dijo Edmond. «No pueden dejar que Haití desaparezca, sumiéndose cada día más en la desesperación».

Es evidente que se necesita algún tipo de intervención. EE. UU. y Canadá han apoyado a la policía de Haití con algo de formación y equipamiento, pero los cristianos que se preocupan por Haití deberían presionar para conseguir algo más contundente. Encuestas recientes muestran que los haitianos apoyan abrumadoramente una fuerza de seguridad internacional. Es razonable mostrar preocupación por otra excursión militar estadounidense en Haití; algunas intervenciones anteriores fueron vergonzosamente mal concebidas e inoportunas. Pero una lección que deberíamos aprender de la era Duvalier es que, si los haitianos nos suplican que actuemos, no hacer nada no acabará bien.

Si eso tiene éxito, entonces vendrá la parte difícil. Una vez que las bandas estén bajo control, los haitianos tendrán que embarcarse en nada menos que una reconstrucción total del Estado: reconstruir su democracia, reintegrar a los miembros de las bandas [a la sociedad] y restaurar la atención médica básica y la educación que son inadecuadas para empezar. Y si los evangélicos no quieren que el país vuelva al caos y al derramamiento de sangre, las misiones y los grupos de ayuda cristianos deben formar parte de ese proceso.

Los misioneros, los grupos a corto plazo y los donantes que vuelvan a Haití tendrán que encontrar formas de invertir en las instituciones haitianas, no solo en las suyas. Tendrán que redescubrir los ejemplos de Bird y otros como él, e inspirarse para imitarlos en el siglo XXI.

El primer paso, y el más sencillo, será asegurarse de que los grupos misioneros inviertan en los líderes haitianos que ya tienen delante de sus narices: promover a los empleados haitianos a los niveles más altos, si es que aún no lo han hecho, y darles el mayor voto en los procesos de toma de decisiones de las organizaciones.

El siguiente paso será identificar a aquellos líderes a quienes los patrones evangélicos habituales en Haití han pasado por alto. Esto será menos intuitivo. Por ejemplo, en lugar de financiar la educación superior solo de los haitianos carismáticos lo suficientemente inteligentes como para ganarse la simpatía de los equipos misioneros visitantes y de futuros benefactores, ¿podrían esos equipos financiar un programa de jóvenes becarios administrado a través de un grupo de jóvenes haitianos o de una escuela secundaria [bachillerato]?

Sin embargo, el replanteamiento de los esfuerzos misioneros tendrá que ir aún más lejos. Si queremos un Haití y una Iglesia haitiana que dentro de 50 años sean realmente diferentes de lo que son hoy, la próxima era de las misiones debe incluir proyectos y asociaciones que muchos de nosotros nunca hemos intentado, como trabajar con iglesias haitianas de confianza para establecer fondos de becas para los hijos de los policías mal pagados, o contribuir directamente al presupuesto de una clínica pública de escasos recursos en la calle de un complejo misionero.

No será fácil. Tendrá sus riesgos. Y será frustrante. Pero ya hemos visto la alternativa: si no hay un Estado haitiano que funcione, me han dicho los líderes de múltiples ministerios, su misión podría no sobrevivir mucho más tiempo.

Los haitianos ayudaron a los evangélicos a construir un imperio misionero en su patio trasero. Ahora nos toca a nosotros retribuir con nuestro capital social y nuestras finanzas, y hacer caso por fin a las palabras del profeta Jeremías (29:7): «… busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad».

Andy Olsen es redactor jefe de CT. Esta es la traducción de la versión recortada publicada en la revista impresa de CT. Lea aquí el artículo completo publicado en inglés.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Los ministros en Ucrania están ‘listos para encontrarse con Dios en cualquier momento’

Los pastores y líderes de las iglesias que permanecieron en Ucrania sirven como si cada día pudiera ser el último.

Sacos de arena frente a las ventanas de una iglesia de Kherson.

Sacos de arena frente a las ventanas de una iglesia de Kherson.

Christianity Today March 13, 2023
Fotografía de Joel Carillet para Christianity Today

James hace tantas oraciones en un día, que brotan de su boca como vapor en el amargo invierno de Ucrania.

Para el pastor principal de una gran iglesia en Kherson, la oración no es solo una ocupación: es un salvavidas. Ora en voz alta cuando los misiles rusos sacuden las paredes de su iglesia y su hijo de cuatro años llora. Ora en voz alta antes de conducir a las aldeas cercanas para entregar pan. Ora en voz alta cuando está muerto de miedo, lo cual sucede muy a menudo.

Y así, en una fría mañana de un martes de diciembre, James, que pidió ser identificado por su apodo en inglés, tomó el volante de su polvorienta furgoneta amarilla y oró en ucraniano. Se dirigió hacia un puente que conducía a una isla artificial en el fangoso río Dnipro que los lugareños simplemente llaman «la isla». Los bombardeos rusos habían destrozado varias ventanas de una pequeña iglesia allí, y James llevaba madera contrachapada para arreglarlas.

La isla es un objetivo frecuente de los ataques rusos. Directamente, al otro lado del río se encuentra la parte oriental de la región de Kherson, que todavía está bajo ocupación rusa. Todos los días desde noviembre, cuando decenas de miles de soldados rusos huyeron de Kherson, la capital de la provincia, en una retirada apresurada, ellos han lanzado cohetes, granadas, proyectiles de tanques y morteros a través del río como en venganza, matando al menos a una persona por día.

Hoy, ¿podría ser él?

Pero, las ventanas de una iglesia necesitaban reparación. De la población original de la isla de unos 30 000 habitantes, solo queda alrededor de una cuarta parte, en su mayoría demasiado viejos, discapacitados o tercos como para evacuar. La iglesia es la única en la isla que ofrece refugio y suministros. Así que James apretó los dientes y cruzó el puente.

Los cristianos de Ucrania ya no ven «los últimos tiempos» como una era escatológica lejana esbozada en el Apocalipsis. «Vivimos como si hoy fuera nuestro último día», me dijo uno de ellos, haciendo eco del sentimiento que escuché de tantos ucranianos. Y si alguna vez olvidan que la vida no es más que un vapor, las explosiones y los frecuentes apagones les recuerdan rápidamente la verdad: estamos aquí un ratito y luego desaparecemos.

Un pastor ucraniano y algunos voluntarios cargan madera contrachapada para construir una iglesia en la comunidad de la isla de Kherson.Fotografía de Joel Carillet para Christianity Today
Un pastor ucraniano y algunos voluntarios cargan madera contrachapada para construir una iglesia en la comunidad de la isla de Kherson.

James y su esposa tienen cuatro hijos, de 4 a 17 años, y cuando Kherson cayó en manos de los rusos, optaron por permanecer en la ciudad con su familia: «Si morimos, morimos juntos». Recuerdan cómo su segunda hija gritaba histéricamente mientras los bombardeos rusos sacudían su apartamento en un quinto piso como un bloque de Jenga, y cómo después reunieron a sus hijos y se apresuraron a la iglesia.

Quedarse fue una decisión difícil pero obvia, dijo James. «Vimos la desesperación en los ojos de las personas. No podían ver el mañana. ¿Quién les da esperanza si yo huyo a América o Europa?».

Durante tres semanas, durmieron debajo de las escaleras de la iglesia. Otras 300 personas se refugiaron en el sótano de la iglesia, algunos durante meses. Las personas dormían sentadas y algunos en el baño de hombres. Una familia dormía con un bebé de ocho meses apretujada en un armario de cinco pies de altura (1.50 m).

James había sido su pastor principal por apenas un año.

La decisión de James de permanecer con su familia en territorio ocupado es digna de mención. Más comúnmente, los pastores ucranianos ubicados en el frente de guerra evacuaron a sus familias a un lugar seguro, particularmente aquellos con niños pequeños. Otros se fueron junto con sus familias, o se quedaron todo el tiempo que pudieron antes de huir.

Hoy, un año después de la invasión a gran escala, muchos pastores que se fueron no tienen una iglesia a la cual regresar. Sus congregaciones se han dispersado, los edificios de las iglesias fueron destruidos, o sus congregaciones golpeadas por la guerra tienen miedo de volverlas a construir.

«Los llamamos “pastores huérfanos”», dijo Valeriy Antonyuk, presidente de la Unión Bautista de Ucrania, la comunidad protestante más grande del país. Antonyuk estima que de los 2100 pastores bautistas en Ucrania, unos 200 salieron del país. Aproximadamente 200 más fueron llamados al servicio militar. La mitad de los que salieron han regresado, aunque muchos tuvieron que ser reasignados a otra iglesia. Para algunos, la reintegración con su iglesia fue «dolorosa», dijo Antonyuk. Ciertos feligreses albergaban resentimiento y dolor porque sus pastores se habían ido durante una crisis, mientras que otros estaban preocupados por los veteranos que continuaban sirviendo como ministros.

Tales son los problemas que la guerra ha traído sobre muchas iglesias en Ucrania. Los pastores dicen que algunos ministros que se quedaron fueron arrestados, amenazados y torturados por las fuerzas rusas. Otros simplemente desaparecieron. Las historias de horror enviaron ondas de dolor a través de las congregaciones.

Pavel Smolyakov es el pastor principal de las iglesias bautistas en la región de Kherson. Su iglesia, Calvary Baptist, es la congregación insignia de la denominación en Kherson. Un día después de la invasión, Calvary acogió a 46 huérfanos de un orfanato local, que iban desde los 4 meses hasta los 4 años. Las fuerzas rusas estaban bombardeando la región, y el orfanato, con sus grandes ventanales, era inseguro.

Durante dos meses, la iglesia albergó a los niños en su sótano. Los miembros de la Iglesia ayudaron a alimentar, limpiar y proteger del frío a los niños, algunos de los cuales tenían necesidades especiales y requerían atención las veinticuatro horas del día. Los voluntarios se dispersaron por toda la ciudad, haciendo cola durante horas para obtener medicamentos, leche y otros suministros para bebés que no durarían más que una noche.

Smolyakov luchó contra la ansiedad y el peso de la responsabilidad por la vida de los niños. Él temía que los soldados rusos se los quisieran llevar y usarlos como propaganda en tiempos de guerra. La mayoría de los días, los funcionarios de la ocupación golpeaban la puerta de la iglesia, acribillando al personal con preguntas como: ¿Quién es el responsable aquí? ¿Por qué tienen a estos huérfanos?

Luego, una semana antes de la Pascua, un oficial ruso uniformado apareció una mañana con soldados armados y le dio a Smolyakov dos opciones: o el personal restante del orfanato y los voluntarios podían escoltar a los niños de regreso al orfanato, o los soldados se llevarían a los huérfanos por la fuerza.

El pastor ayudó a regresar a los niños, y el resto era predecible: Smolyakov dice que muy pronto apareció una foto de él en la televisión rusa, mientras los rusos afirmaron haber rescatado a los huérfanos de unos traficantes, y lo acusaron a él y a la iglesia de sustraer órganos de niños para el mercado negro estadounidense.

«Fue entonces cuando supe que mi vida estaba en peligro», dijo Smolyakov. A él y a su esposa les tomó cuatro días eludir los puestos de control rusos y escabullirse hacia Odessa.

Según lo último que escuchó el pastor en un mensaje de telegrama del gobernador de la región de Kherson, los niños habían sido llevados a Crimea, una región anexada por Rusia.

Mientras Smolyakov me contaba esta historia, nuestro intérprete, un pastor de jóvenes con dos niños pequeños, hizo una pausa para limpiarse los ojos.

Smolyakov se mantuvo realista. «No es fácil hablar de sentimientos en este momento», dijo.

Los ministros ucranianos que optaron por evacuar, como muchos otros ucranianos, luchan contra la culpa. Se preocupan por los rebaños que dejaron atrás. Un pastor me dijo que escapó de una ciudad ocupada en septiembre, después de que las fuerzas rusas cerraron su iglesia en medio de un servicio dominical y saquearon su casa. «Sé que no es un acto heroico», dijo, «pero decidimos que es mejor estar vivos». La mayor parte de su congregación también salió del país, pero quedan unos 200, en su mayoría ancianos.

El pastor, que pidió el anonimato para proteger a los miembros de la iglesia que todavía están en territorio ocupado, ahora no tiene hogar, y se ha venido hospedando en las casas de sus amigos, mientras espera el momento en que pueda regresar a su iglesia, cuyo edificio está siendo utilizado por el ejército ruso. Él está en contacto diario con sus feligreses en línea, quienes han huido a diferentes partes de Ucrania y del mundo; de alguna manera, es un retorno obligado al tipo de comunión que tuvieron durante la pandemia del COVID-19.

«En el seminario no me enseñaron cómo ser pastor de una iglesia en territorio ocupado», dijo. «No me enseñaron cómo ser pastor de una iglesia que está dispersa en 15 países diferentes».

En la iglesia de James, tres de cada cinco ancianos abandonaron Kherson. La mayoría de los líderes del ministerio se han ido: la banda de adoración, los maestros de la escuela dominical y el pastor de jóvenes. En los primeros días de la invasión, la iglesia tenía docenas de voluntarios que ayudaban a llenar las posiciones vacías en el liderazgo. Pero a medida que las condiciones empeoraron, muchos se vieron obligados a evacuar.

Cuando cientos de personas hambrientas y desesperadas se reunieron afuera de su iglesia, James sintió las limitaciones de su cuerpo humano. Cuando piensa en todas las personas en las aldeas remotas circundantes que durante meses han soportado un invierno inusualmente frío, sin electricidad, calor ni agua, le duele no poder llegar a todos.

Una distribución de alimentos en una iglesia de Khershon.Fotografía de Joel Carillet para Christianity Today
Una distribución de alimentos en una iglesia de Khershon.

Pero luego mira a los que se quedaron, su determinada esposa, sus hijos y el puñado de voluntarios constantes de la iglesia, y piensa, tengo suficiente para el trabajo de hoy. Han sido para él la vara y el cayado del Salmo 23, el consuelo de Dios en el valle de la sombra de la muerte.

Por ejemplo, hay dos hombres de unos 20 años que se han quedado con James desde el comienzo de la guerra, ayudando con lo que sea necesario en la iglesia. Durante el año pasado, se han vuelto más cercanos que la familia. (Ambos pidieron que no se usaran sus nombres por temor a que los rusos los identificaran como trabajadores humanitarios).

Forman un trío extraño. James, de unos 40 años, con una barba oscura y desaliñada, ojos apasionados y jeans negros, que asemeja la mezcla entre un joven pastor renegado y Gandalf. Uno de sus compañeros es el bufón, quien molesta a su pastor incesantemente y siempre está haciendo bromas. El otro, un violinista delgado pelirrojo, con gafas de montura de alambre y un diente falso, es reflexivo e intencional.

Duermen en colchones delgados en el sótano de la iglesia, y los dos hombres más jóvenes se turnan para vigilar arriba en la noche. «Somos los guardianes de la iglesia», me dijo uno de ellos. Pocos jóvenes se quedaron en Kherson —si es que tenían esa opción—. Uno de ellos se quedó, «porque hay personas que necesitan ayuda».

El martes, cuando acompañé a James a llevar madera contrachapada a la iglesia de la isla, sus dos asistentes lo acompañaron. La vieja furgoneta del pastor no tiene asientos traseros, por lo que los jóvenes se sentaron detrás de él en tambaleantes sillas para niños de plástico.

Si hay pastores huérfanos, la iglesia que estaban visitando es una iglesia huérfana. Su pastor huyó con su joven familia el primer día de la invasión. La mayoría de su congregación también huyó.

James eligió a uno de los miembros de su iglesia, un ingeniero de sonido sin calificaciones pastorales formales, para dirigir esta iglesia. El ingeniero, que pidió ser identificado por su apodo, Nevod, vive en un apartamento al otro lado de la calle. Después de que misiles rusos destruyeran la sala de conciertos donde solía trabajar, comenzó a liderar una iglesia que también funciona como refugio antiaéreo y centro de servicio social.

En un día cualquiera, hasta 600 teléfonos celulares se cargan en el edificio de la iglesia, cortesía de su generador. Aproximadamente 200 personas pueden refugiarse en el sótano durante los bombardeos.

«Él es el pastor ahora», me dijo James cuando entramos a la iglesia.

Nevod negó con la cabeza. «No, no», protestó. «No soy un pastor, solo un voluntario».

James insistió: «Sí, eres pastor». Escribió algo en ucraniano en el traductor de Google y me mostró su teléfono. Se podía leer en inglés: «hombre sacrificial». «Ese es él», dijo James con un gesto. «Durante nueve meses sin sueldo estuvo aquí, sirviendo a Cristo».

Nueve meses. La duración de la ocupación rusa de Kherson. El tiempo suficiente, dadas las circunstancias, para vivir múltiples vidas.

Kherson es la primera ciudad clave y la única capital regional que los rusos han tomado desde la invasión, cayendo casi inmediatamente al comienzo de la guerra. La que una vez fue un próspero centro económico con un rico suelo agrario, se convirtió en un pueblo fantasma de la noche a la mañana. Durante meses, las personas se escondieron en sus casas, saliendo solo para buscar lo que necesitaban. A primera hora de la tarde, las calles estaban vacías, excepto por los perros callejeros.

«Eso es confuso», me dijo un pastor. Después de meses de vallas publicitarias anunciando: «¡Rusia está aquí para siempre!», muchas personas comenzaron a creerlo.

El 11 de noviembre, cuando los tanques ucranianos desfilaron en el centro de Kherson con banderas azules y amarillas, y los civiles bailaban, tomándose fotos en las calles, James al principio no podía creer que su ciudad estuviera realmente liberada. ¿Qué trucos estaban jugando los rusos esta vez? Se sabía que los soldados rusos se vestían como civiles o soldados ucranianos para descubrir los sentimientos proucranianos.

Para cuando vio la realidad, tuvo poco tiempo para regocijarse. En medio de la celebración, la gente ya estaba haciendo fila en su iglesia para obtener agua embotellada y pan.

Durante su retirada, las fuerzas rusas habían destruido infraestructura fundamental en la región. Durante aproximadamente tres semanas, no hubo electricidad, agua, calefacción ni servicio telefónico. Al final del primer día de libertad, con las calles en total oscuridad, 7000 personas habían hecho cola fuera de la iglesia en busca de ayuda.

De alguna manera, después de la liberación, Kherson quedó en peor estado que cuando estaba ocupada por Rusia. Cuando visité la ciudad a principios de diciembre, muchos lugares todavía no tenían electricidad. Tiendas, bancos, restaurantes y escuelas seguían cerrados. Las personas no tenían trabajo. Los columpios del patio de recreo se balanceaban sin niños. La ciudad permanecía en un silencio incómodo después de un toque de queda a las 7:30 p.m., y los bombardeos esporádicos que sacudían la ciudad durante toda la noche, eran un recordatorio constante de que el enemigo estaba justo al otro lado del río.

El día que visitamos la isla, los rusos bombardearon Kherson 51 veces, según el gobierno de Kherson, atacando principalmente áreas civiles, matando a dos personas e hiriendo a una.

El primer bombardeo que escuchamos ese día tuvo lugar a las 10:20 a.m. James y Nevod estaban hablando sobre la logística afuera de la iglesia cuando dos mujeres, una anciana y otra cerca del final de su embarazo, se acercaron para pedir ayuda. Apenas habían terminado de hablar cuando las reveladoras explosiones en serie de cohetes rusos tipo Grad sonaron cerca: boom, boom, boom. La mujer mayor abrazó a la más joven y se apresuraron a entrar en la iglesia con Nevod.

«Tenemos que irnos», gritó James, agitando los brazos hacia y apuntando hacia su vehículo. «¡Vamos!»

Saltamos a la furgoneta. James pisó el acelerador y salimos a toda velocidad del recinto de la iglesia y cruzamos el puente de la isla.

James dice que ha visto cosas peores: tanques rusos disparando a escuelas, niños muriendo de hambre mientras los soldados rusos festejaban en cafés, rusos saqueando cultivos y equipo de los agricultores de Kherson. «Esto no es una guerra», dijo, golpeando con firmeza con su dedo. «Esto es un genocidio».

En el camino de regreso a su propia iglesia, James apuntó a un edificio del centro de la ciudad que parecía un castillo de arena pisoteado. Había sido una base rusa, dijo, antes de que el ejército ucraniano la destruyera con un lanzacohetes HIMARS suministrado por Estados Unidos. El pastor mostró una gran sonrisa. «Me gusta», exclamó con el poco inglés que sabía. «¡HIMARS, para siempre!».

La guerra ha marcado todas las áreas de Ucrania, no solo los territorios ocupados.

Un sábado por la noche en Vyshneve, un suburbio densamente poblado de Kyiv, la luz del día de invierno era opaca: el cielo permanecía índigo a las 8 a.m. y se oscureció a las 3 p.m. Una tormenta de nieve se acercaba, amenazando con sus nubes espesas.

Eso hizo que los apagones, un elemento básico para la vida ahora que las fuerzas rusas atacan la red eléctrica ucraniana, fueran aún más negros. La ciudad, que antes de la invasión tenía una población de 42 000 habitantes, se veía tan oscura como un pueblo medieval europeo. Las farolas y los letreros de los edificios estaban apagados. Los edificios de apartamentos eran cubos incoloros, excepto por los destellos de amarillo que emitían varias unidades con generadores. Los faros de los vehículos resplandecían en la nieve, y los peatones pisaban cautelosamente las aceras heladas que brillaban debajo de los faros y las linternas.

En la fría oscuridad, la Iglesia de la Salvación brillaba y hacia ruido como un oasis. Chorros de café y bollos tostados calentaban el aire. La iglesia era el único edificio comunitario en Vyshneve que ofrecía energía durante los apagones. Todos los días, abría su centro juvenil, que incluía una cafetería y un sótano, para que los miembros de la comunidad se calentaran, tomaran capuchinos calientes y trabajaran en sus computadoras portátiles.

La región de Kyiv ha recorrido un largo camino desde los primeros meses de la invasión, cuando las tropas rusas se abalanzaron sobre las ciudades clave que rodean la capital. Un domingo, a finales del año pasado, las iglesias se llenaron de fieles. Los pastores sumergieron a los nuevos creyentes en una piscina de bautismo. Un coro cantó en una nueva iglesia en Vorzel, un pueblo en las afueras de Kyiv que, apenas unos meses antes, era un depósito de chatarra de minas, tanques abandonados y cadáveres. Las tiendas, farmacias y puestos de café estaban abiertos. Los jóvenes se lamían la grasa de los dedos en un McDonald’s, y las babushkas empujaban bebés envueltos en cochecitos para niños.

En la Iglesia de la Salvación, un grupo de chicas vestidas con pantalones para hacer deportes y sosteniendo plumas blancas gigantes practicaban una rutina de baile para la próxima actuación navideña. Flotaban y saltaban al ritmo de la música tintineante debajo de un techo con la declaración «Jesús es Rey» inscrita en las cuatro esquinas.

«Esa es mi hija, la niña más alta», dijo el pastor Mykola Savchuk, señalándola.

Savchuk tiene dos hijos, una hija de 15 años y un hijo de 13 años. El segundo día de la invasión, cuando vio tanques rusos penetrando en una ciudad cercana a su casa, inmediatamente llevó a su familia a sus padres en el oeste de Ucrania: «No podía ver sufrir a mis hijos». Savchuk regresó a Kiev solo a tiempo para el servicio dominical. Cuando las fuerzas rusas se retiraron en abril, trajo a su familia de regreso a casa para la Pascua.

¿Las cosas estaban volviendo a algo parecido a lo normal?

«En el exterior, sí», dijo Savchuk. «Pero por dentro, no». Es demasiado pronto para medir el nivel de trauma psicológico en la nación. Aquellos que saben cómo era la vida en Ucrania antes de la guerra ven el estrés mental: los cambios grandes y pequeños, los milagros diarios de supervivencia; la resistencia, la persistencia, la comprensión determinada de lo mundano.

Fieles asisten a la plantación de una iglesia en Vorzel, en las afueras de Kyiv. Derecha: Las calles tranquilas alrededor de la Iglesia de la Salvación en el suburbio de Vyshneve en Kyiv.Fotografía de Joel Carillet para Christianity Today
Fieles asisten a la plantación de una iglesia en Vorzel, en las afueras de Kyiv. Derecha: Las calles tranquilas alrededor de la Iglesia de la Salvación en el suburbio de Vyshneve en Kyiv.

En los primeros meses de la guerra, la Iglesia de Salvación perdió el 90 por ciento de su congregación de 3000 miembros. La mitad fueron evacuados al extranjero; los otros al oeste de Ucrania. Ese primer domingo después de la invasión del 24 de febrero, Savchuk se acercó al púlpito preguntándose cuántas personas aparecerían. Se sorprendió al ver 300, alrededor del 10 por ciento. La mitad de sus 16 pastores fueron evacuados. A algunos líderes que se quedaron, Savchuk les aconsejó irse: podía ver cómo su salud mental se debilitaba.

Al igual que James en Kherson, Savchuk se iba a la cama cada noche pensando: «Esta podría ser la última noche de mi vida». Esa incertidumbre constante viene con un costo. Cinco días después de la invasión, cuando la conmoción finalmente había desaparecido, Savchuk se despertó solo en medio de la noche y sollozó.

Pero hay un tiempo para lamentarse, y hay un tiempo para actuar. Las necesidades inmediatas eran graves y urgentes: medicinas, alimentos, suministros. Todas las tiendas estaban cerradas. Las personas necesitaban refugio y ayuda para evacuar, ellos se acercaron a las puertas de las iglesias porque las iglesias eran la institución más rápida, eficiente y flexible que ofrecía ayuda.

A pesar de perder congregaciones y ministros, los líderes de la iglesia ucraniana dicen que están viendo más incrédulos entrando por sus puertas que nunca. La Iglesia de la Salvación agregó un sermón de 10 minutos a sus servicios dominicales regulares para explicar el evangelio básico a los que no tienen iglesia. Savchuk estima que entre 20 y 40 recién llegados han respondido a los llamados al altar cada domingo. La Iglesia de Salvación siempre había puesto un fuerte énfasis en el evangelismo, pero dijo que en los tiempos de guerra aumenta la urgencia de predicar el evangelio. «La vida puede terminar en cualquier momento. Yo tuve que mirar a los ojos de mi Dios: “¿Qué estoy haciendo?” Le pregunté».

«Este es un momento muy especial», dijo Valeriy Antonyuk, presidente de la Unión Bautista. «En tiempos de pruebas como esta, vemos cómo Dios multiplica su gracia, es difícil, lloramos mucho, pero vemos a Dios obrando… Tenemos toda esta cosecha. Esta es la temporada para sembrar».

La guerra ha exacerbado la necesidad de ministros en Ucrania, especialmente de aquellos capacitados en atención del trauma. Incluso antes de la invasión, la Unión Bautista podría haber utilizado unos 500 pastores más, según Antonyuk. Dijo que el conflicto ha llevado a cientos de jóvenes, muchos de los cuales solían sentarse en los bancos traseros, a postularse a los seminarios ucranianos. El problema es que: «Los pastores no crecen en dos años».

En una reunión de estrategia bautista en Irpin, unos 200 pastores y líderes ministeriales de todo el país se reunieron para discutir cómo la guerra ha impactado su trabajo. Había cansancio, pero también gran emoción: los desafíos que el ministerio enfrentó durante la guerra eran gigantescos, pero el ministerio no se detendría.

«Todos están asustados, pero estamos en el ministerio», Antonyuk se dirigió a ellos al concluir la reunión. «La guerra es una nueva realidad. No sabemos qué pasará mañana. Pero todos tenemos que morir algún día. Si es en el 2023, que así sea».

Dos días después de la liberación de Kherson, Pavel Smolyakov condujo directamente a la Iglesia Bautista Calvario. Él había sido evacuado a Odessa una semana después de la Pascua, después de que los medios rusos hubieran inventado historias de que él era un traficante de huérfanos, y no había regresado a Kherson durante siete meses.

El viaje fue desgarrador. Tuvo que maniobrar su automóvil alrededor de campos minados y cadáveres que yacían intactos en las calles. Pero el reencuentro con su congregación fue gozoso, se abrazaron, lloraron, oraron y adoraron.

Cuando Smolyakov finalmente entró en su apartamento, se sentía un silencio estremecedor. Todo estaba exactamente como lo había dejado más de medio año antes: las sábanas, las tazas, las cosas de la familia y las chucherías. Era como si el tiempo dentro de su casa se hubiera detenido mientras todo el mundo exterior había cambiado.

Todos los pastores en Kherson, los que regresaron y los que nunca se fueron, están «muy ocupados», dijo Smolyakov. Como líder regional, está alentando a los ministros cansados, capacitando a otros nuevos y ayudando a las personas evacuadas a que regresen. Pero, les advierte que no esperen que su iglesia sea la misma. Muchas iglesias se han vaciado. Tres cuartas partes de los 400 miembros de la iglesia en su propia congregación se dispersaron por toda Ucrania y Europa. De sus seis pastores, solo Smolyakov ha regresado a Kherson.

Sin embargo, a lo largo de la ocupación, los miembros restantes de la iglesia del Calvario todavía se reunían todas las mañanas a las 10 para orar. Al igual que los primeros cristianos en Hechos 2, se reunían diariamente para partir el pan, compartir su comida y alabar a Dios. Y como en Hechos, Dios ha añadido día a día a la iglesia.

Hoy, 300 caras nuevas se han convertido en asistentes regulares a el Calvario. Va a ser un desafío cuando los líderes y miembros regresen a una iglesia desconocida, dijo Smolyakov, pero es un desafío gozoso, un recordatorio alentador de que la iglesia nunca dejó de hacer lo que una iglesia debería hacer.

La iglesia de James en Kherson tampoco es la misma que antes de la guerra. De los 400 miembros de la iglesia, solo quedan 50. El servicio dominical solía estar lleno de risas y gritos de 150 niños. Ahora apenas hay 20. El personal es escaso y, con el bombardeo ruso diario, dice James, los que se fueron «estarían locos si quisieran volver».

Cuando lo visité, unas semanas antes de Navidad, me llevó al santuario, mismo que estaba oscuro y helado. Es un gran auditorio con todas las luces de los escenarios elegantes y equipos de aparatos, incluso un arnés para artistas que alguna vez flotaron en el escenario. Ahora el personal de sonido se ha ido. El equipo de teatro se ha ido. No hay nadie para tocar la batería o la guitarra.

El diciembre anterior, presentaron una vibrante producción navideña para un auditorio lleno. James no tenía idea de cuántas personas se presentarían al servicio en 2022. Es posible que tuviera que tocar canciones de adoración grabadas, dijo él.

Pero en la iglesia, en torno a James, se estaba llevando a cabo un tipo diferente de servicio. Las mujeres mayores vertían arroz en pequeños sacos para su distribución. Un cocinero que perdió su restaurante cocinaba a fuego lento repollo y puré de papas en la cocina de la iglesia con su esposa y su suegra. La esposa de James estuvo de pie todo el día, corriendo entre educar a sus hijos en casa y servir a los hambrientos. Una docena de voluntarios formaron una cadena humana que unía un camión de reparto con la sala de almacenamiento de la iglesia, descargando bolsas de alimentos donados por otras iglesias.

Afuera, el boom, boom, boom de los cohetes rusos tronaba de vez en cuando, tan frecuente que se difuminaba en el fondo, como bocinas de tráfico.

«¿Echas de menos los viejos servicios?» Le pregunté.

«No», dijo James sin dudarlo. «Antes, aquí las personas ya eran creyentes. Ahora vemos nuevas personas que nunca han escuchado el evangelio».

James parecía joven y viejo, vigoroso y curtido. Había visto y escuchado demasiado en el último año, pero de alguna manera siempre fue capaz de sacar energía fresca, una consecuencia tal vez, de todas esas oraciones que hacía.

James regresa de la isla en Kherson después de que los bombardeos interrumpieran una visita a una iglesia.Fotografía de Joel Carillet para Christianity Today
James regresa de la isla en Kherson después de que los bombardeos interrumpieran una visita a una iglesia.

El Señor sabe que necesitan a James. Una vez, mientras entregaba alimentos y suministros a una aldea, un tanque ruso se estrelló contra varios autos en un lugar donde había estado conduciendo solo unos minutos antes. No se atrevió a mirar atrás, sino que siguió conduciendo, sudando frío al darse cuenta de lo cerca que estuvo su esposa de convertirse en viuda y sus hijos en huérfanos de padre.

Pensé en mi propio bebé de siete meses en casa, en Los Ángeles. «¿Nunca te arrepientes de quedarte en Kherson?» Le pregunté.

«¿Arrepentimiento? ¡No! ¡No! ¡Nunca!» Dijo James. «Estamos en la primera línea de Dios. Estamos listos para encontrarnos con Dios en cualquier momento».

A su lado, uno de sus ayudantes hizo una broma y el otro se rió.

La expresión de James se relajó. Sus ojos se arrugaron de la risa. Puede estar en la primera línea, y estos pueden ser sus últimos días, pero si Dios quiere, con su iglesia a su lado, los vivirá con una sonrisa.

Sophia Lee es escritora global en Christianity Today.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Para ponernos la armadura de Dios, tenemos que quitarnos la ‘armadura del yo’

Thérèse de Lisieux nos enseña a tener una fe infantil y a dejar de proteger nuestras vulnerabilidades.

Christianity Today March 13, 2023
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons / Jonny Gios / Unsplash

Aún conservo una Biblia de mi juventud, una que compré yo mismo cuando estaba en la escuela secundaria. Subrayé varios versos durante esos años formativos de la adolescencia. Al hojear las páginas ahora, veo un hilo común en los pasajes que señalé. Son predominantemente llamados a la acción, secciones instructivas que trazaban una forma identificable para que sintiera que estaba haciendo lo suficiente para satisfacer a Dios.

Una de mis mayores ansiedades recurrentes es la posibilidad de que, de alguna manera, no esté tomando mi pecado con la seriedad debida. Eso suena ultra espiritual, pero está más impulsado por el miedo que por la piedad. No solo reviso mis acciones, sino también cada plan interno, y llego a la misma conclusión que Jeremías: el corazón es un desorden intrincado (Jeremías 17:9). Busco en mi mente cualquier residuo de error que necesite ser confesado y erradicado, solo para descubrir nuevas capas retorcidas debajo. Quitar la tapa de mi alma se siente como mirar un caldero de horrores sin fondo.

En medio de todo ese lavado del alma, nunca se me ocurre que tal vez parte de lo que Dios desea para mí es librarme de todo ese autodesprecio y cruel dureza que trata de hacerse pasar por un intento de hacerme más como Él. La misma autoadvertencia que equiparo a la santidad está distorsionando mi percepción de Dios.

Seguir el camino de asumir la «total responsabilidad» por mi pecado solo me empuja a la desesperanza, porque descubro que el problema es más profundo y generalizado dentro de mi ser de lo que puedo empezar a abordar… «cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal» (Romanos 7:21, NVI). Soy incapaz de discernir mis verdaderas motivaciones con certeza. Cuanto más analizo mis confesiones, menos adecuadas parecen, llevándome más abajo en la madriguera de la introspección.

Mis intentos de reconocer por completo mi pecado terminan compitiendo con mi capacidad de aceptar lo que Cristo hizo por mí. Él fue a la cruz precisamente porque todos somos incapaces de asumir la plena responsabilidad de nuestro propio pecado.

Martín Lutero abordó la falacia que hay detrás tal forma de pensar: «Esta actitud surge de una concepción falsa del pecado: la concepción de que el pecado es un asunto menor, fácil de solucionar con buenas obras; que debemos presentarnos a Dios con buena conciencia; que no debemos sentir pecado antes de que podamos sentir que Cristo fue entregado por nuestros pecados» [enlaces en inglés].

La alternativa a ser responsable no es ser irresponsable: es confiarle a Dios la responsabilidad, de la misma manera que un niño le confía a su padre su cuidado.

En su libro que explora el TOC (trastorno obsesivo-compulsivo) y la fe, Ian Osborn comparte la historia de Thérèse de Lisieux, también conocida como Teresa del Niño Jesús. Thérèse nació a finales del siglo XIX. Ella era tan perfecta y completamente religiosa como alguien puede ser. Recibió su educación en una escuela benedictina y luego se convirtió en monja carmelita. Los carmelitas mantienen un estilo de vida muy estricto, oran durante largas horas todos los días, soportan condiciones muy ascéticas y observan silencio absoluto durante periodos prolongados. Si alguien ejemplificó el trabajo diligente para ponerse su propia armadura, esa fue Teresa.

A pesar de su devoción, la perseguían dudas y temores incontrolables. Trató de realizar severos actos de autocastigo para contrarrestar lo que estaba sucediendo en su mente, pero dicho esfuerzo no proporcionó consuelo a su conciencia.

Al no poder encontrar ningún método para aliviar su angustia mental, Teresa concluyó que necesitaba un enfoque fundamentalmente diferente de Dios. Después de mucha oración y reflexión sobre las Escrituras, desarrolló lo que llegó a llamar «el caminito».

Fue una desviación radical del rígido moralismo de su tiempo. Se centró en todos los versículos que representan a Dios cuidando de los pequeños y humildes, como Mateo 18:3: «Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos».

Teresa concluyó que lo que Dios pedía de ella, principalmente, era que recordara su propia pequeñez. En lugar de cultivar la autosuficiencia, buscó adoptar la actitud de un niño pequeño que depende de sus padres para todo.

Thérèse de LisieuxIlustración por Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons
Thérèse de Lisieux

En principio, «el caminito» suena como si fuera en contra de todo lo que se enseña a los jóvenes cristianos sobre el discipulado saludable. Las Escrituras nos exhortan a «crecer… en todo» y a no ser «niños zarandeados» (Efesios 4:14–15). ¿Dónde entra en juego la madurez si buscamos seguir siendo pequeños?

El punto de Teresa no era animarnos a quedarnos atrapados en algún tipo de desarrollo atrofiado, sino a permanecer en un estado de total dependencia. En lugar de trabajar duro para dejar atrás la necesidad de más gracia, aceptamos nuestra dependencia perpetua de ella.

¿Cómo se ve ser pequeño? La autora Pia Mellody identificó cinco características esenciales que describen el estado natural de un niño:

Valioso: Cada niño tiene un valor inherente.

Vulnerable: Los niños necesitan cuidado y protección.

Imperfecto: Aprender y cometer errores es parte del crecimiento.

Dependiente: Los niños no deberían necesitar valerse por sí mismos.

Inmaduro: Las expectativas deben ser apropiadas para la edad.

Todas estas características se traducen igualmente bien para describir cómo es vivir como hijos de Dios. ¿Creemos que somos de gran valor para Él? ¿Podemos reconocer y aceptar nuestra vulnerabilidad? ¿Podríamos permitir nuestra imperfección? ¿Qué hay de elegir contar con Dios en lugar de intentar inútilmente estar siempre a la altura? ¿Somos capaces de mostrarnos gracia a nosotros mismos, sabiendo que nuestra fe aún se está desarrollando y que aún no vemos en qué nos convertiremos?

Fue C. S. Lewis quien dijo: «Cuando me convertí en un hombre, dejé las cosas infantiles, incluido el miedo a la puerilidad y el deseo de ser muy adulto».

La madurez espiritual nunca significa independencia. Y Dios no nos llama a contar con nuestra propia autoprotección. En cambio, nos ofrece algo completamente diferente. Isaías nos dice esto:

No se ve la verdad por ninguna parte; al que se aparta del mal lo despojan de todo. El Señor lo ha visto, y le ha disgustado ver que no hay justicia alguna. Lo ha visto, y le ha asombrado ver que no hay nadie que intervenga. Por eso su propio brazo vendrá a salvarlos; su propia justicia los sostendrá. Se pondrá la justicia como coraza, y se cubrirá la cabeza con el casco de la salvación; se vestirá con ropas de venganza, y se envolverá en el manto de sus celos. (Isaías 59:15–17)

Aquí, la armadura de Dios la usa nada menos que Dios mismo. Se la pone para traer la salvación que nadie más podría lograr. Se trata de un rescate poderoso, rápido y seguro. La armadura representa la acción de Dios a nuestro favor.

Esta forma de verlo lo cambia todo. Significa que cuando tomamos (o nos vestimos con) la armadura de Dios, no estamos simplemente agarrando un recurso que Él ha puesto a nuestra disposición para hacer crecer nuestra propia justicia. Estamos dejando que Dios nos equipe con lo que Él ha hecho por nosotros. Elegimos seguir siendo pequeños y depender únicamente de sus esfuerzos para nuestra defensa.

Tengo múltiples opciones a las que acudo regularmente cuando estoy en modo de autoconservación. Al conjunto lo llamo «la armadura del yo», e incluye el cinturón de la negación, la coraza del humor, los pies listos con un plan de escape, el escudo del perfeccionismo, el casco de la evasión y la espada de la culpa. Mi armadura tiene muchos elementos adicionales que Dios no ofrece, tales como las hombreras de la ilusión, la máscara de complacer a la gente y las espinilleras de la distracción.

Los psicólogos se referirían a estos componentes como protectores de las emociones, es decir, formas de levantar un escudo para resguardarnos del dolor de las emociones difíciles. Y en tiempos de trauma, resultan increíblemente valiosas. Los protectores de las emociones son medidas dadas por Dios que brindan seguridad y alivio cuando el mundo es insoportable.

Los detectamos cuando somos muy jóvenes y se arraigan tanto en nuestras respuestas que son casi instintivos. Apenas aparece una amenaza e inmediatamente nuestros protectores están ahí para hacerle frente.

Pero con el tiempo, superan su utilidad. Empezamos a vivir en ellos permanentemente. Comienzan a dar forma a nuestras elecciones independientemente de la situación. Es entonces cuando se convierten en una armadura, una segunda piel de la que nunca nos despojamos. El humor que sirvió bien para romper la tensión durante una pelea ahora se interpone cuando alguien intenta acercarse. El «lugar feliz» en tu mente que te ayudó a superar una crisis, pronto ocupa todos tus pensamientos y hace que la vida real parezca aún más miserable. El perfeccionismo que te premiaba con un trabajo bien hecho se convierte en un capataz implacable y cotidiano.

Si voy a usar la armadura de Dios, primero necesito quitarme la armadura del yo. No puedo sostener el escudo del perfeccionismo y el escudo de la fe al mismo tiempo. El cinturón de la verdad no encajará si estoy envuelto en negación.

He estado tratando de usar ambos para complementar la armadura de Dios con una capa secundaria de protección. Pensé que estaba ayudando, sin embargo, solo es un estorbo. Eso significa desaprender patrones que se han vuelto una segunda naturaleza.

Para volver al «caminito» de Teresa, seguir siendo pequeño significa que se requiere un momento de confianza a medida que soltamos los sistemas de defensa que hemos adoptado para sentirnos seguros y evitar emociones abrumadoras. Devolvemos la responsabilidad de nuestro bienestar a Dios, nuestro Padre bueno y amoroso.

Una vez que me di cuenta de todos los protectores que estaba usando, comencé a perseguirlos con venganza. Quitarme la armadura del yo se convirtió en una misión que lo consumía todo. Esto me llevó rápidamente a un nuevo lugar de autodesprecio, porque descubrí lo mucho que me había envuelto en mi propia armadura y lo difícil que era salir de ella. Me sentí muy frustrado y avergonzado por mi falta de progreso. La ansiedad por intentar cambiar se intensificó. Sentí esta enorme responsabilidad de arreglarme a mí mismo, y no pude hacerlo.

Pero tal vez, en lugar de cerrarme por completo, podía invitar a Dios a que me ayudara a hacer preguntas. ¿Qué estaba causando mis miedos? ¿Qué estaba provocando tanto pánico en mi propio ser? Si tan solo lograba identificar y cuidar esos lugares, mis mecanismos de autoprotección podrían comenzar a disolverse por sí solos. Mi mente y mi cuerpo ya no necesitarían estar en alerta máxima constante porque la amenaza percibida ya no se sentiría tan amenazante.

Todo necesita tiempo. Un amigo que lucha contra el alcoholismo una vez describió el viaje hacia la recuperación como «10 millas hacia adelante, 10 millas hacia atrás». No podemos precipitarnos en lo que es un proceso que dura toda una vida.

Y nuestra necesidad de ayuda para cambiar se convierte en una oportunidad más para seguir siendo pequeños. Podemos confiar la obra de nuestra propia transformación en manos de Dios y dejar que Jesús reemplace nuestra falsa armadura con su manto de alabanza.

J. D. Peabody es escritor y pastor principal de New Day Church en Federal Way, Washington. Este ensayo está adaptado de Perfectly Suited: The Armor of God for the Anxious Mind de J. D. Peabody. © Aspire Press, una división de Tyndale Publishing House (2022). Usado y traducido con permiso.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

La iglesia hispana en EE. UU. crece y se fortalece

Tras el informe de Lifeway, líderes hispanos celebran la pasión y la fe vibrante de la iglesia, pero advierten sobre los peligros de caer en la comodidad.

Christianity Today March 7, 2023
Nicolas Castro / Lightstock

Durante años, los pastores hispanos de Estados Unidos han visto crecer la fe y el número de sus fieles. Este año, una encuesta sin precedentes lo confirmó a nivel nacional.

El primer estudio sobre iglesias hispanas de Lifeway Research, considerado el más completo de su tipo, ofreció a los líderes muchas razones para celebrar: pastores que siguen comprometidos con las Escrituras y la evangelización; iglesias que prosperan y atraen a los jóvenes.

Mientras el cristianismo en general envejece y disminuye en los EE. UU., los creyentes hispanos están contrarrestando las tendencias y, a medida que la inmigración desde México y América Latina continúa, los líderes de la iglesia tienen esperanza para el futuro [enlace en inglés].

«Por mucho tiempo la iglesia hispana latina ha sido invisible para muchos en los Estados Unidos, y su crecimiento no ha recibido la atención necesaria, ya que es el grupo evangélico de más rápido crecimiento del país», dijo Gabriel Salguero, presidente y fundador de la organización National Latino Evangelical Coalition (NaLEC).

«La iglesia ha estado navegando la realidad del boom demográfico de los latinos. Uno de cada cuatro niños que nace en Estados Unidos es latino. Hay más de 60 millones de latinos en el país», dijo. «Es importante que la iglesia en Estados Unidos preste atención a uno de los grupos de más rápido crecimiento; que se dé cuenta de la fuerza misional que representan los hispanos».

La encuesta de Lifeway fue patrocinada por la Billy Graham Evangelistic Association (BGEA) y Samaritan's Purse, y realizada en colaboración «con dos docenas de denominaciones y redes de iglesias», incluida la de Salguero.

Los líderes señalaron el compromiso con las Escrituras como una razón clave del éxito de las iglesias hispanas. En la encuesta realizada a casi 700 pastores de congregaciones mayoritariamente hispanas de todas las denominaciones, casi todos (99 %) estuvieron de acuerdo con que su iglesia considera la Biblia como la autoridad para su iglesia y sus vidas. De ellos, el 94 % estuvo totalmente de acuerdo.

«Esto es una revelación clara de que la iglesia hispana sigue viva porque es una iglesia que sigue creyendo que Dios es Dios, y que la Palabra de Dios es la Palabra de Dios», dijo Lori Tapia, pastora nacional de Ministerios Hispanos de los Discípulos de Cristo. «Es hermoso ver cómo está tan bíblicamente fundamentada».

Luis López, vicepresidente asociado de relaciones hispanas del Comité Ejecutivo de la Convención Bautista del Sur (SBC, por sus siglas en inglés) coincidió con respecto a este tema.

«La relevancia de la Biblia para la iglesia hispana es sobresaliente, y eso significa que tenemos una tremenda oportunidad de presentar a Jesús, al Jesús del que habla la Biblia, de una manera que conecte con la gente», dijo a CT. «Eso es especialmente importante porque vivimos en una cultura en la que la relevancia de la Biblia está siendo profundamente cuestionada».

El informe refleja que tanto las iglesias de las denominaciones evangélicas como las más tradicionales presentan tendencias similares, hecho que sus líderes ven como un posible llamado a la unidad. «Estamos aprendiendo que tenemos más en común de lo que a menudo creemos», dijo Tapia.

Los líderes ministeriales también vieron reflejados en los resultados de la encuesta los rasgos culturales y sociológicos distintivos de los hispanoamericanos. Dado que el 58 % de los protestantes hispanos nacieron fuera de Estados Unidos y otra cuarta parte son estadounidenses de segunda generación, la mayoría de los miembros de la iglesia han sido afectados de una forma u otra por las dificultades de la migración y el reasentamiento.

«La iglesia latina es emprendedora. Le apasionan las misiones. Tiene un profundo compromiso con la evangelización», afirma Salguero, pastor de una iglesia multiétnica en Orlando. «Los hispanos suelen venir de lugares donde hay mucha necesidad, y vienen con pasión por el Evangelio».

López coincide con esta lógica. «Donde hay incomodidad, la gente buscará maneras de levantar la vista hacia Dios, y creo que Dios está usando eso para llevar a la gente hacia él», dijo. «A veces nuestras crisis y circunstancias difíciles son las que nos acercan a Él».

Mientras que dentro de Estados Unidos las iglesias de todas las denominaciones establecidas se preocupan por el envejecimiento de sus fieles, las congregaciones hispanas son jóvenes, con un 35 % de asistentes menores de 30 años, y un 18 % menor de 18 años [enlace en inglés].

Los líderes hispanos ven estas cifras como una valiosa oportunidad, pero también como una gran responsabilidad.

«La encuesta nos está mostrando que tenemos un extraordinario número de niños y jóvenes adultos en nuestras aulas. Tenemos un gran potencial, pero es algo a lo que tenemos que prestar mucha atención», dijo López. «La generación mayor tiene que ser creativa para asegurarse de pasar el relevo de la fe a la siguiente generación».

Angel Jordán, director de iniciativas hispanas de la BGEA y Samaritan's Purse, ve el mismo desafío.

«Vemos una desconexión cuando dos de cada tres pastores pertenecen a la primera generación [de hispanos], mientras que tantos asistentes a la iglesia son más jóvenes», dijo. «La iglesia hispana necesita estar abierta a encontrar maneras de ser una iglesia para las generaciones más jóvenes y hacer lo que sea necesario para que sean fuertes seguidores de Jesús».

CT había explorado previamente cómo los pastores de primera generación predican mayoritariamente en español, mientras que los hispanos de segunda y posteriores generaciones muchas veces hablan mejor inglés que español, señalando el gran reto al que se enfrentan las iglesias hispanas para acomodar dos culturas diferentes.

«Los pastores de primera generación traen tradiciones y prácticas de sus propios países, que son muy buenas, pero no siempre funcionan para la segunda generación de hispanos, para los que nacieron en Estados Unidos», dijo Jordán. «Por eso es tan importante que las iglesias tengan un liderazgo multigeneracional pensando en las nuevas generaciones, para no perderlas».

«Creo que involucrar a esta próxima generación a través tanto del mensaje de Juan 3:16 como de Mateo 25, que es reconciliar a los hombres con Dios, pero también cuidar de los necesitados, es lo que está resonando y tiene a nuestra generación joven entusiasmada con el Señor y con el evangelio», dijo Abraham Hernández, director ejecutivo de la National Hispanic Christian Leadership Conference (NHCLC). «Los jóvenes quieren desempeñar un papel activo en la iglesia».

Según Lifeway, tanto el número como el tamaño de las iglesias hispanas en Estados Unidos están creciendo, y siguen dando la bienvenida a nuevas familias de primera generación, con un repunte en el número de inmigrantes que llegan a EE. UU. desde Cuba, Venezuela y Nicaragua el año pasado, además del número significativo de migrantes de México y Guatemala [enlace en inglés].

«Y siguen llegando hispanos de primera generación», afirma Salguero. «Así es como los grandes despertares [espirituales] que hemos visto en el Caribe hispanohablante y en América Latina han llegado a impactar en Estados Unidos».

En algunos países que antes eran predominantemente católicos, los evangélicos están creciendo hasta alcanzar cifras récord.

«Curiosamente, Estados Unidos envió misioneros a los países latinoamericanos para llevar el Evangelio», dijo Hernández. «Ahora vemos que la gente viene de los países latinoamericanos a mostrar aquí el fruto de su fe».

Ante este prometedor crecimiento en el número de jóvenes y migrantes recién llegados que se involucran en sus congregaciones, los líderes advirtieron que no hay que dejar que este momento se desvanezca.

«Espiritualmente, hay una realidad que todas las iglesias tienen que confrontar, y es que la comodidad se convierte en el enemigo de la pasión por la evangelización y el crecimiento de la iglesia», dijo Salguero.

«La iglesia hispana tiene que tener cuidado, porque fácilmente puede caer en la misma zona de confort y adormecerse», dijo López. «Tenemos que estar atentos y nunca perder ese sentido de necesidad del Señor, o el éxito no durará para siempre».

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Theology

La Biblia pasa el test de Bechdel y lo supera

Esto es lo que descubrí después de hacer un estudio de los datos de las conversaciones de las mujeres en las Escrituras.

Christianity Today March 7, 2023
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: Poh Kim Yeoh / EyeEm / ZU_09 / Getty Images

Hace poco un amigo preguntó en Twitter si la Biblia pasaba el test de Bechdel-Wallace. Aunque ya se había presentado la misma pregunta antes en internet, el tuit de mi amigo me hizo preguntarme si podría utilizar mis habilidades como programador especializado en la Biblia para hacer un análisis de datos más profundo del que encontré en línea. (Una de las mejores iteraciones viene de una sacerdote bloguera llamada Paidiske [enlaces en inglés]).

Si no están familiarizados con el test de Bechdel, se trata de «una medida de representación de las mujeres» en películas y libros. Está basado en un cómic de Alison Bechdel que sugiere que una obra debe contener una escena que cumpla con tres criterios específicos: (1) que aparezcan al menos dos mujeres con nombre (2) que hablen entre sí (3) y que hablen acerca de otra cosa que no sea un hombre.

Películas como la franquicia de Star Wars pueden servir como ejemplo de la utilidad del test. La primera película de Star Wars fue alabada por presentar a un personaje femenino fuerte en la princesa Leia. Sin embargo, el único otro personaje femenino con nombre en la película es la tía Beru, pero ella y Leia nunca se encuentran ni hablan, así que la película no pasa el test de Bechdel. Por el contrario, El despertar de la fuerza (episodio VII) incluye una escena en la que Rey y Maz Kanata hablan del destino de Rey, misma que pasa los tres elementos del test de Bechdel.

Realmente la Biblia no necesita pasar el test de Bechdel para ser la Palabra de Dios. Eso probablemente sería un mal ejemplo de presentismo. Pero el test todavía puede ser usado de un modo útil a fin de reexaminar las historias bíblicas y ver el cuidado de Dios por todos los portadores de su imagen.

Parte de mi interés en esta cuestión viene del hecho de que me gusta jugar con los datos bíblicos. Pero la razón principal es que estoy casado con una mujer increíble cuya profundidad apenas si he comenzado a ver durante los últimos quince años, y soy padre de una jovencita indescriptiblemente interesante que quiere saber: ¿Cuál es el lugar y el valor de las mujeres en el mundo? Y, ¿qué tiene que decir la Biblia al respecto?

La Biblia como fuente de datos

Para explorar la cuestión del test de Bechdel, utilicé un conjunto de datos de fuente abierta creado por Robert Rouse de viz.bible que incluye personas, lugares y eventos en la Biblia. Usé sus datos para encontrar todos los pasajes en los que hay mujeres mencionadas juntas (test de Bechdel número 1) y todos los pasajes en los que mujeres hablan (test de Bedchel número 2). Después examiné las superposiciones para encontrar aquellas que pasaran completamente el test (incluyendo el test de Bedchel número 3) y aquellas que los pasan parcialmente por diversas razones. (Mi informe completo se encuentra disponible en mi blog).

Aquí hay un resumen de lo que encontré. La base de datos de Rouse tiene 3070 personajes, y 202 de ellos son mujeres. (Solo por hacer la comparación, el Corán solo tiene a una mujer con nombre, María, y otros textos religiosos como el Bhagavad Gita no tienen a ninguna). De los 66 libros del canon protestante, 34 son narrativos o mayoritariamente narrativos, y 41 tienen personajes femeninos.

Concentrándonos en el nivel de la perícopa, hay 147 escenas con dos o más mujeres (test de Bechdel 1), 261 escenas donde hablan mujeres (test de Bechdel 2) y 14 en las que las mujeres hablan entre sí (test de Bechdel 3).

https://datawrapper.dwcdn.net/4vBGU

Bechdel y más allá

Entonces, ¿la Biblia pasa el test de Bechdel?

La respuesta corta es que sí; hay múltiples escenas en las que dos mujeres con nombre tienen una conversación entre sí en la que no se habla sobre un hombre.

La respuesta larga es más compleja, pero también más interesante, creo.

Aunque en la Biblia hay menos personajes femeninos que masculinos, y muy pocas escenas que pasan el test de Bechdel sin ambigüedades, cuando leemos los pasajes centrados en personajes femeninos con detenimiento, nos encontramos con que el test de Bechdel por sí solo no cuenta toda la historia.

Si bien es cierto que hay hombres deambulando por todos lados en las páginas de las Escrituras, siempre hay mujeres fieles y prominentes presentes durante los momentos clave de la historia bíblica cuando Dios está realizando grandes movimientos para salvar a la humanidad. Casi es como si, en un mundo de patriarcado y misoginia, la presencia de mujeres funcionara como un marcador que dice: «¡Presten atención; esto es importante!» en cada gran movimiento de la historia bíblica.

El principio

Génesis comienza recordándole a los lectores que Dios «varón y hembra los creó» a su imagen (1:27). Entonces, en Génesis 2, Eva habla con la serpiente (v. 2) y con Dios (v. 13) en igualdad de condiciones que Adán. Aunque estas escenas no pasan el test de Bechdel, mi colega y amiga Sandra Glahn sugiere que se necesita un nuevo test donde «una mujer con nombre que tiene una conversación con un ser que excede en posición a un hombre acerca de algo que no sea un hombre obtiene puntos extra en la escala de representación».

Según vamos leyendo, encontramos que el resto de Génesis resulta ser un lugar brutal, especialmente para las mujeres, a las que a menudo se les explota, sexualiza y maltrata, tanto de parte de hombres como de otras mujeres. Génesis también contiene el lanzamiento del plan de Dios de redimir a la humanidad a través de una sola familia humana, y en esa historia sucede una escena poderosa cuya importancia deriva precisamente de que no cumple con el test de Bechdel.

En Génesis 12, Dios promete que Él hará que los descendientes de Abram y su esposa Saray (ambos nombrados en Génesis 11:29) sean una gran nación, a través de la cual Él bendecirá a todos los pueblos. Tristemente, Abram y Saray fallan con respecto a confiar que Dios puede darles un hijo y, en el proceso, abusan de la sierva de Saray, Hagar. No se registra el diálogo entre Saray y Hagar, pero podemos inferir que la conversación fue bastante desagradable.

Sin embargo, las palabras de Hagar que sí se registran hacen de ella el primer personaje de las Escrituras que le da un nombre a Dios. «Como el Señor le había hablado, Agar le puso por nombre “El Dios que me ve”, pues se decía: “Ahora he visto al que me ve”» (Génesis 16:13).

Esta es una de las primeras ocasiones en las que no pasar el test de Bechdel es precisamente lo que le da el poder a la escena. En medio del sufrimiento de una mujer, Dios ve su dolor y obra para redimirla.

Cuando continuamos con la historia bíblica antigua, nos encontramos con pasajes que no superan el test de Bechdel porque pasan solo el tercer criterio, en el que mujeres con nombre hablan sobre algo que no sean otros hombres, pero hablan con hombres o multitudes en vez de con otras mujeres. Por ejemplo, en la historia del nacimiento de Moisés, la hija del Faraón no tiene nombre, así que su conversación con Miriam no pasa del todo el test de Bechdel (Éxodo 2:1-10). Otros momentos clave son las negociadoras femeninas de Números 27 (ver también Josué 17) y el canto de Débora en Jueces 5.

Jueces 4 y 5 contiene las historias de Jael y Débora, y aunque los dos personajes nunca se juntan ni hablan, representan a las mujeres como personas completas, capaces de ser esposas y madres, pero también líderes, negociadoras, profetas y asesinas a sangre fría.

La bendición se traspasa (junto con el test de Bechdel)

El siguiente gran movimiento de la historia bíblica llega con el establecimiento del pacto davídico y la promesa de un rey justo cuyo reinado sería eterno. Este gran evento viene precedido y depende de un claro caso de la Biblia que pasa los tres elementos del test de Bechdel.

En los capítulos iniciales del libro de Rut, Noemí, Orfa y Rut hablan de hombres: sus esposos muertos, las perspectivas de un matrimonio futuro, y de Boaz. Pero Noemí y Rut también hablan entre sí de sus vidas, su relación y su trabajo (Rut 2:2). En medio de estas conversaciones viene uno de los pasajes más hermosos de las Escrituras: uno que expresa la promesa de que el pueblo escogido de Dios llevaría las buenas nuevas a todas las naciones. Esa historia se cuenta a través de un intercambio entre dos viudas, tanto extranjeras como inmigrantes:

Pero Rut respondió: «¡No insistas en que te abandone o en que me separe de ti! Porque iré adonde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras, y allí seré sepultada. ¡Que me castigue el Señor con toda severidad si me separa de ti algo que no sea la muerte!». Al ver Noemí que Rut estaba tan decidida a acompañarla, no le insistió más. (Rut 1:16-18)

Esta conversación memorable del libro de Rut resalta aún más en medio de la brutalidad de Jueces y los libros de Samuel, Reyes y Crónicas. En estos libros las mujeres rara vez hablan entre sí (1 Samuel 25:18-19), pero las mujeres hablan, y una escena en particular destaca.

En 2 Reyes 22 nos encontramos con el rey Josías, que ascendió al trono a los ocho años. Dieciocho años después decide limpiar el templo y, en el proceso, uno de los sacerdotes recuperó, como es bien sabido, «el libro de la ley» (v. 8). Después de escuchar las palabras de las Escrituras por primera vez, Josías se sintió quebrantado, pero no consultó a los sacerdotes. En vez de eso, les pide a cinco sacerdotes hombres que busquen la sabiduría de Huldá la profetisa.

Este es otro caso en el que no pasar el test de Bechdel aumenta la importancia de la historia:

Así que Jilquías el sacerdote, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron a consultar a la profetisa Huldá, que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salún, el encargado del vestuario, quien era hijo de Ticvá y nieto de Jarjás. (…) Huldá les contestó: (…) «Pero al rey de Judá, que los envió para consultarme, díganle que “en lo que atañe a las palabras que él ha oído… como te has conmovido y humillado ante el Señor… y como te has rasgado las vestiduras y has llorado en mi presencia, yo te he escuchado. Yo, el Señor, lo afirmo”» (vv. 14, 18-19).

Según Aimee Byrd: «Es la primera vez que vemos la Palabra de Dios ser autentificada con autoridad como canon, y lo hace una mujer. Lo cual es impresionante».

La llegada del Salvador

En los Evangelios, algunos pasajes —como en el que Marta le dice a María que Jesús quiere verla (Juan 11:28)— claramente fallan en el test de Bechdel. Pero algunas de las escenas más importantes realmente lo pasan.

La encarnación en sí misma está marcada por una escena que pasa el test de Bechdel: la conversación de Elisabet y María sobre sus próximos embarazos (Lucas 1:41-45). En el siguiente capítulo, cuando el bebé Jesús es llevado al templo, tiene un encuentro con Simeón y después con Ana. Después de ver a Jesús, se registra que Ana es una de las primeras en explicar la importancia teológica de este pequeño bebé. Se puede decir que esta escena pasa parcialmente el test de Bechdel porque una mujer con nombre habla a otras personas (presumiblemente incluidas otras mujeres) acerca de la redención de Jerusalén:

Había también una profetisa, Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana; casada de joven, había vivido con su esposo siete años… Llegando en ese mismo momento, Ana dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. (Lucas 2:36,38)

Avanzando hasta la muerte de Jesús, encontramos una escena en la cual María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé debaten acerca de quién les va a quitar la piedra que cerraba la tumba de Jesús. La piedra, por supuesto, está relacionada con Jesús, pero es sorprendente que, en el suceso más importante de la historia humana, mujeres con nombre estén hablando entre sí sobre un punto importante de la trama:

Muy de mañana el primer día de la semana, apenas salido el sol, se dirigieron al sepulcro. Iban diciéndose unas a otras: «¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?». (Marcos 16:2-3)

Y, finalmente, en una escena que no supera el test de Bechdel, pero es importante debido a ello, María Magdalena se convierte en la primera en compartir las buenas noticias de que Jesús ha resucitado de los muertos:

María Magdalena fue a darles la noticia a los discípulos. «¡He visto al Señor!», exclamaba, y les contaba lo que él le había dicho. (Juan 20:18; ver también Lucas 24:10)

Es una maravilla que el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús, así como la proclamación de su triunfo, estén ligados a escenas que pasan (o fallan intencionalmente) el test de Bechdel.

La iglesia primitiva

El libro de Hechos cuenta la historia de la expansión de la iglesia, pero no registra a mujeres dialogando directamente entre sí. Y, no obstante, hay historias de mujeres que asumen roles importantes, como Lidia, que prestó su casa para una de las primeras iglesias (Hechos 16:11-15) y Priscila, quien junto con su esposo Aquila, proveyó cursos de teología para Apolos (18:26).

Mi algoritmo también sacó a la luz dos ocasiones de mujeres con nombre que hablan («saludan») al final de las cartas de Pablo:

Las iglesias de la provincia de Asia les mandan saludos. Aquila y Priscila los saludan cordialmente en el Señor, como también la iglesia que se reúne en la casa de ellos. (1 Corintios 16:19)

Saludos a Priscila y a Aquila, y a la familia de Onesíforo. (…) Te mandan saludos Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos. (1 Timoteo 4:19, 21)

Se cree que Claudia, nombrada en el pasaje de Timoteo, era una mujer británica que vivía en Roma y estaba entre las que cuidaron de Pablo durante su encarcelamiento. Sin diálogo o sin personajes con nombre que reciban esos saludos, estos versículos no pasan el test de Bechdel, pero sí señalan (de nuevo) los importantes roles que jugaban las mujeres en la iglesia primitiva.

Hay un pasaje más que merece la pena señalarse, que se puede decir que incluye dos personajes femeninos importantes. En la primera carta a Timoteo, Pablo escribe unas de las palabras más controvertidas de todas las Escrituras acerca de los hombres (2:8) y las mujeres (2:9-12) y luego sigue con esto:

Porque primero fue formado Adán, y Eva después. Además, no fue Adán el engañado, sino la mujer; y ella, una vez engañada, incurrió en pecado. Pero la mujer se salvará siendo madre y permaneciendo con sensatez en la fe, el amor y la santidad. (1 Timoteo 2:13-15)

Aunque las traducciones modernas traducen este pasaje de distintas formas, es importante señalar que en el griego original «la mujer» aparece así, en singular. Y no existe puntuación entre los versículos. El verbo «se salvará» es singular también, lo que significa que estaría conectado con la última persona del pasaje.

Además, la palabra para «ser madre» no se utiliza en ningún otro lugar del Nuevo Testamento, y su gramática indica que es posible que no se esté refiriendo al embarazo en general, sino a un embarazo en particular. Citando a algunos padres de la iglesia y a varios comentaristas modernos, George Knight escribe: «La interpretación más probable de este versículo es que se refiere a la salvación espiritual a través del nacimiento del Mesías». Esto significa que el pasaje se podría traducir como: «Pero ella [Eva] se salvará por el embarazo [de María]» (v. 15).

Aunque Eva fue la primera en convertirse en pecadora, por la gracia de Dios el recipiente por medio del cual el engaño llegó al mundo es el mismo recipiente por medio del cual vino la redención. Eva, al igual que todos nosotros, en última instancia se salvará por la obra de Jesús, que comenzó con una simple célula en el vientre de María.

Aunque muchos comentaristas rechazan esta interpretación (ver las notas [en inglés] de la New English Translation), yo la prefiero por dos razones. La primera, evita el problema de explicar cómo el ser madre confiere salvación. Y, más importante, ofrece la oportunidad de volver a contar de manera específica, hermosa y breve toda la historia bíblica y nos recuerda cómo Dios está salvando a toda la humanidad, hombres y mujeres, desde el principio hasta el final, por medio del despliegue de su poder y amor infinitos de la manera más vulnerable e íntima.

Las Escrituras, diría yo, pasan el test de Bechdel y también lo superan. En esta escena final de dos mujeres juntas, se las valora no por lo que dicen o lo que hacen, sino por lo que son: hijas de Dios. Sea cual sea el estado de nuestros conflictos actuales con respecto a la raza, el género, el poder y la economía, desde el primer pecador hasta el último, un día, todos serán salvados por Dios el Hijo, quien se convirtió en un hombre al ser formado en el vientre de una mujer.

Continuemos pues en fe, amor y santidad.

John Dyer (doctor por la Universidad de Durham) es deán y profesor del Seminario Teológico de Dallas, y enseña y escribe sobre teología, tecnología y sociología. Puedes seguirlo en Twitter @johndyer y encontrarlo en su blog.

Este ensayo está adaptado de una entrada de blog.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

La abundancia divina es mucho más que el tema favorito de los carismáticos

El lenguaje de la bendición extravagante es totalmente bíblico, aunque a veces se abuse del mismo.

Christianity Today March 3, 2023
Ilustración por Rick Szuecs / Source Images: Tomas Kirvela / Unsplash / Envato

A los cristianos pentecostales y carismáticos les encanta el tema de la abundancia divina. Me imagino que a todos los cristianos les gusta, pero mi tradición tiende a acentuarlo. Nos encanta hablar de la abundancia de Dios, del desbordamiento del Espíritu y de las extravagantes riquezas de Cristo. Es más probable que llamemos a nuestras iglesias «Vida Abundante» que «Iglesia Bíblica de la Ciudad». Nuestras canciones y oraciones reflejan una confianza en que Dios superará con creces nuestras expectativas.

Si se observa a la distancia, esta convicción puede ser malinterpretada. Muchos la asocian con un interés malsano por el dinero. Y en el peor de los casos, el lenguaje de la plenitud y la abundancia puede ser —y ha sido— distorsionado para prometer comodidad material a aquellos que tienen suficiente fe, lo declaran con suficiente poder o dan lo suficiente.

Pero no debemos tirar al niño junto con el agua de la bañera. En el mejor de los casos, la celebración de la abundancia divina simplemente refleja el énfasis que encontramos en las Escrituras: el jardín lleno de frutos, la tierra de la que mana leche y miel, el templo engalanado con oro y púrpura, o el poderoso río cristalino que cae en cascada desde el trono de Dios, trayendo sanación y fecundidad por donde pasa.

En particular, la abundancia divina refleja el énfasis del Evangelio de Juan. La mayoría estamos familiarizados con Juan 10:10, donde Jesús declara: «… yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (NVI). No se trata de un comentario incidental o aislado. Aparece a mitad del Evangelio, entre dos afirmaciones en las que Jesús declara: «Yo Soy»: «Yo soy la puerta» (v. 9) y «Yo soy el buen pastor» (v. 11). Jesús se presenta como una puerta de salvación y como un pastor que da la vida por su rebaño, y entre estas imágenes surge el contraste clave entre su ministerio y el de los «ladrones y bandidos» que le precedieron (v. 8). Ellos vinieron a tomar; Él viene a dar. Ellos buscaban la destrucción; Él busca la abundancia.

Al llegar a este punto, Juan ha venido construyendo esta afirmación durante mucho tiempo. En el capítulo 1, describe el ministerio de Cristo como una efusión de plenitud divina: «De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia» (v. 16). En el capítulo 2, visitamos una boda en la que Jesús produce una cantidad inmensa de vino excepcional. En el capítulo 6, hace lo mismo con el pan, produciendo tanto que todo el mundo está satisfecho, e incluso hay doce cestas llenas de lo que había sobrado.

Las señales que Jesús realiza son repetidamente expansivas, excesivas e innecesariamente generosas. Sana a personas paralizadas durante 38 años (5:1-9), ciegas de nacimiento (9:1-7) o muertas durante cuatro días (11:38-44). Los discípulos sacan de las profundidades más de 150 peces; peces que fueron contados e incluso algunos asados (21:11). Estos son solo un pequeño fragmento de las prodigiosas obras vivificantes que realizó Jesús: Juan dice que si los hubieran escrito todos, ni todos los libros del mundo podrían contenerlos (21:25).

Los diálogos en el Evangelio de Juan cuentan la misma historia. Aprendemos que Jesús «comunica el mensaje divino», pues Dios mismo «le da el Espíritu sin restricción» (3:34). Aprendemos que vino a conceder «un manantial del que brotará vida eterna» (4:14), a hacer «aun cosas más grandes que estas… que los dejará a ustedes asombrados» (5:20), a dejar un legado de «ríos de agua viva» para que beba la gente (7:38). Se compara a sí mismo con una semilla que muere y da así «mucho fruto» (12:24), y con una vid en la que sus discípulos permanecerán y darán también mucho fruto, para que «su alegría sea completa» (15:11). Incluso en la muerte de Jesús, vemos sangre y agua brotando de su cuerpo, corrientes de agua viva que manan de lo más íntimo de su ser (19:34).

Juan no podía dejarlo más claro: Jesús está lleno de gracia y de verdad, de Espíritu y de alegría, de pan y de vino, de luz y de vida, de obras y de agua, de peces y de frutos. El profesor de teología David Ford lo expresa con sencillez en su reciente comentario: «Juan es un Evangelio de abundancia».

Quizá enfaticemos demasiado la abundancia divina. Tal vez nuestra obsesión por la riqueza material y el bienestar se deba a que dedicamos demasiado tiempo a reflexionar sobre la plenitud de Dios. Sin embargo, sospecho que sucede exactamente lo contrario: que tomamos todo lo que podemos porque pensamos que los recursos de nuestro Padre se agotarán. Solo al reflexionar sobre su generosidad —las tinajas de vino, las cestas de pan, la gracia sobre gracia— es que verdaderamente podremos cultivar vidas generosas y corazones llenos de una alegría indescriptible. Como dice Jesús en Mateo 10:8: «Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente».

Andrew Wilson es pastor docente en la King's Church de Londres y autor de God of All Things.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Culture

¿Deberíamos cancelar a Lutero y a Calvino?

Los reformadores creían en la quema de herejes. Para dar sentido a ese grave error es necesario mirarnos primero a nosotros mismos.

Christianity Today February 28, 2023
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: Unsplash / WikiMedia Commons / Getty

La cultura de la cancelación no conoce límites; ni siquiera límites históricos. Recientemente y con base en algunos escritos no muy cristianos de los reformadores protestantes Juan Calvino y Martín Lutero —lo relacionado a la quema de herejes— ha habido algunas discusiones [enlaces en inglés] acerca de «cancelar» a estos representantes de la historia de la iglesia. Los debates suenan similares a las conversaciones que hemos tenido sobre figuras históricas seculares que han sido canceladas por haber sido dueños de esclavos, por ejemplo.

Por desgracia, parece ser que todas las generaciones de líderes y maestros cristianos han tenido sus propios problemas y puntos ciegos. Deberíamos aprovechar estas oportunidades para reflexionar sobre nosotros mismos y así determinar si nosotros podríamos tener debilidades similares.

En doscientos o trescientos años (¡si es que hubiera doscientos o trescientos años de historia por delante de nosotros!), al echar la vista atrás, ¿qué cosas veremos como un problema serio? Por ejemplo, no ha sido sino hasta fechas muy recientes que la mayoría de cristianos que conozco han dejado de fumar.

Ha habido enormes cambios sociales desde el siglo XVI, una época en la que la mayoría de los líderes cristianos consideraba que quemar herejes era una práctica aceptable. Desde su punto de vista, la herejía en temas fundamentales de la fe era un problema tan serio que no se podía permitir que esos apóstatas genuinos vivieran, y tenían que ser ejecutados para dar un ejemplo a los demás.

Yo vivo cerca del centro de Oxford, a apenas unos cientos de metros calle abajo del monumento a los mártires Ridley y Latimer, quienes fueron quemados en la hoguera en la década de 1550. Eran tiempos terribles. Echamos la vista atrás y decimos: «¿Cómo es posible que hayan hecho eso debido a un celo inapropiado, y por lealtad a Dios y al evangelio? ¿De qué se trataba todo eso?».

Desde el punto de vista de la época, quemar herejes era un intento desesperado por mantener a la iglesia y a la sociedad puras de la influencia corrupta y devastadora de enseñanzas heterodoxas. Ahora diríamos que se equivocaron al emprender tales acciones. Pero así es como pensaban los líderes de aquel tiempo.

Para mí, lo que Calvino y Lutero escribieron o dijeron en esas circunstancias cuestionables no niega todas sus enseñanzas. Solamente significa que ellos, al igual que el resto de nosotros, entendieron ciertas cosas de forma seriamente errónea. De hecho, el mismo Lutero desarrolló la teología de que somos al mismo tiempo justos y pecadores. Sabía perfectamente bien que él seguía siendo un pecador, aunque en Cristo, y por fe, Dios lo había declarado justo.

Debemos tener un poco más de perspectiva también, y ver que en cada generación hay personas (y aquí me incluyo yo mismo) que invocan a Dios en Cristo, pero cuyas vidas, hábitos y políticas a gran escala no son libres de culpa. Hay muchas cuestiones teológicas que las generaciones siguientes observarán y dirán: «Nosotros entendemos esto de forma diferente de lo que ellos enseñaron».

Si empiezas por donde Lutero y Calvino empezaron —con la teología católica romana de finales del siglo XV y principios del siglo XVI—, entonces verás cómo los problemas de la iglesia se presentaban en términos de la venta de indulgencias y otros asuntos. Estaban obligados a dar respuestas frescas a las preguntas de su tiempo. E hicieron lo correcto al volver a las fuentes originales de las Escrituras para retraducir o reinterpretar el griego y el hebreo del Nuevo y el Antiguo Testamento.

El problema con cancelarlos, al menos desde mi perspectiva, es que ellos intentaban dar respuestas bíblicas a preguntas del medievo tardío. Desde mi perspectiva, tanto Lutero como Calvino en gran medida no eran conscientes de los diferentes matices de las preguntas del primer siglo que se encuentran en el corazón de las Escrituras. Y por eso aplaudo su metodología de regresar a las fuentes originales para obtener sabiduría nueva.

Estaban suficientemente preocupados como para criticar los abusos medievales. Pero eso no significa que ellos mismos no cometieran abusos.

En vez de cancelarlos, honremos su método al leer las Escrituras en su sentido original, y hagamos lo mejor posible para descubrir su significado. Eso nos ayudará a comprender qué preguntas buscaban responder los primeros cristianos. También nos dará un nuevo conjunto de respuestas a preguntas que enfrentamos en nuestros días.

Por último, podemos ir a estos personajes del pasado y celebrar lo bueno que hay en su teología sin idealizarlos a ellos o sus acciones. Fueron tan humanos como cualquiera, y creo que ellos mismos habrían insistido en ello.

N. T. (Tom) Wright es uno de los estudiosos del Nuevo Testamento más importantes del mundo y es autor de muchos libros, tanto académicos como seculares, sobre teología y la vida cristiana. Este texto ha sido adaptado de una conversación en directo del pódcast Ask NTWright Anything de Premier Unbelievable?

Speaking Out es una columna de opinión para invitados de Christianity Today y (a diferencia de un editorial) no necesariamente representa la opinión de la publicación.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Los milagros por sí solos no pueden salvar

Como nos recuerda «The Chosen», Jesús realizó muchos milagros; sin embargo, algunos no creyeron.

Jesús y Simón el zelote alimentan a la multitud.

Jesús y Simón el zelote alimentan a la multitud.

Christianity Today February 27, 2023
Angel Studios

Con la transmisión de la tercera temporada de The Chosen [Los elegidos, disponible en español], muchos cristianos están nuevamente cautivados por el tema de los milagros.

En una escena del episodio 6, Jesús comienza a realizar milagros en una plaza pública: sana a los ciegos, los mudos y los cojos. Rápidamente se enfrenta a un fariseo enojado que parece percibir sus obras como trucos maliciosos en lugar de intervenciones divinas. Este mismo líder religioso casi impidió que Jesús resucitara a la hija de Jairo de entre los muertos; y a pesar de ser testigo de lo innegable, persiste en su odio hacia Jesús y todo lo que Jesús afirma.

Mi esposa, mi hijo y yo hemos estado viendo la serie juntos, y es extraordinario pensar en Jesús y sus apóstoles realizando señales y prodigios que todo el mundo podía presenciar. ¿Cómo habrá sido ver a Jesús realizar un milagro frente a tus ojos? ¿Cómo se habrán sentido los discípulos al recibir la misma autoridad sobrenatural?

Lo que es aún más sorprendente es que tales maravillas no causaron adoración universal. Tanto los romanos como los fariseos vieron a Cristo sanar a personas por docenas, y en lugar de creer que era el Hijo de Dios, lo persiguieron de pueblo en pueblo, lo criticaron y finalmente lo crucificaron.

¿Sería diferente hoy?

Gran parte de la sociedad estadounidense cree en los milagros, teóricamente. Según las encuestas más recientes de Gallup, el 81 % de los adultos estadounidenses cree en Dios (aunque menos que el 87 % de hace unos años), y de ellos, el 42 % (incluida la mayoría de los cristianos) cree que Dios escucha las oraciones e interviene. [Los enlaces redirigen a contenido en inglés].

El autor Lee Strobel (quien escribió un libro crucial sobre el tema) encontró en sus encuestas que aproximadamente la mitad de los adultos estadounidenses creen que los milagros de la Biblia sucedieron tal como se describen, y dos tercios creen que los milagros ocurren hoy en día. Y sus estimaciones son conservadoras en comparación con encuestas anteriores de Pew que muestran que hasta el 80 % de los adultos estadounidenses creen en los milagros. Más impresionante aún, según el trabajo de Strobel, el 38 % dice que les han sucedido milagros personalmente.

De forma anecdótica, muchas personas e instituciones a menudo actúan y hablan como si las intervenciones divinas en la vida diaria fueran verdaderas. La iglesia católica investiga metódica y estructuralmente la evidencia de actividad sobrenatural como requisito para el grado de santidad.

Las iglesias pentecostales y otras denominaciones carismáticas afirman ser testigos regulares de casos de sanidad y otras obras milagrosas de Dios en sus congregaciones. Incluso Francis Collins, un distinguido científico y exdirector de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, dijo que cree en los milagros.

Creer en señales y prodigios es más común de lo que se piensa; sin embargo, para la mayoría de nosotros existen límites para dicha creencia.

El cristiano promedio parece tener confianza en ciertos tipos de intervenciones milagrosas (la sanación de seres queridos, por ejemplo, o la restauración de matrimonios rotos). Pero tendemos a sonrojarnos si alguien insinúa sucesos dramáticos y abiertamente sobrenaturales, tales como sueños que revelan el futuro, la restauración de la vista o la curación de la lepra. Somos reacios a aceptar estos hechos más obvios e innegables, aunque ocurren a lo largo de la Biblia.

En la era moderna, quizás parte de nuestra vacilación parte de la idea de que pensamos que milagros como estos dejarían tras de sí un rastro de evidencia imposible de ignorar. Muchos cristianos y no cristianos se preguntan, con bastante razón, por qué los milagros no se vuelven virales en línea todos los días, especialmente en la era de los teléfonos inteligentes y las redes sociales. Si realmente estuvieran sucediendo, nos preguntamos, ¿no sería la prueba tan omnipresente que todos nos veríamos obligados a creer?

Y, sin embargo, hay evidencia abrumadora de eventos milagrosos en la actualidad.

Craig Keener, quizás la principal autoridad sobre milagros en el mundo moderno, ha escrito una serie de libros de dos partes de más de 1100 páginas que documentan la evidencia histórica de los milagros, complementada con un volumen nuevo (y más accesible) de 2021 llamado Miracles Today [Milagros hoy].

Lo que hace que el trabajo de Keener sea único —junto con su brillante articulación de los tipos de milagros que ocurren, las razones teológicas para ellos e incluso cómo concuerdan con nuestra comprensión moderna de la ciencia— es la manera meticulosa y extensa en la que documenta estos eventos. Traza paralelos entre los relatos de los testigos oculares del Nuevo Testamento y cómo podemos registrar relatos similares hoy.

Estos no son fantásticos ni místicos, sino registrados con gran detalle por múltiples testigos presenciales, y Keener incluso afirma haber presenciado al menos dos actos de lo que él mismo llama «acción divina especial». Él nos aconseja que tengamos discernimiento con respecto a los relatos milagrosos y nos advierte que no nos acerquemos con incredulidad escéptica, incluso cuando algunos de ellos sean falsificados.

Más allá de la perspectiva de Keener, existen muchos otros relatos, incluidos casos completamente documentados en revistas médicas, como la mujer sanada de su ceguera o el hombre que se recuperó de un trastorno gastrointestinal, ambos después de la oración de intercesión. También hay numerosos videos de YouTube de supuestas intervenciones.

Personas de todo el mundo han registrado impresionantes eventos sobrenaturales a través de videos y testimonios de testigos presenciales. Innumerables iglesias han atestiguado la existencia de lo inexplicable. Algunas de estas historias incluso han sido amplificadas por autores de éxito como Lee Strobel y Eric Metaxas.

Sin embargo, muchas personas, incluidos los cristianos, continúan ignorando o descartando tales testimonios. Es difícil culparnos por preferir la comodidad del escepticismo y la incredulidad. Vivimos en el mundo de la «posverdad», donde todo parece digno de duda. Y en este contexto, a menudo es difícil saber qué creer, tal vez incluso más hoy que hace 2000 años.

Me fascinó este tema cuando comencé a escribir mi nueva novela, Miracles [Milagros]. Traté de imaginar lo que sucedería si una serie de eventos sobrenaturales imposibles de ignorar sucedieran ante nuestros ojos. Y una de mis conclusiones es que tales incidentes inspirarían al menos tanta ira como adoración, y tanta división como unidad.

Así como aquellos que fueron testigos de los milagros en el tiempo de Jesús no estuvieron de acuerdo con los mismos, y así como Faraón ignoró las señales y prodigios realizados a través de Moisés, es igualmente probable que descartemos la obra milagrosa de Dios en lugar de aceptarla, ya sea como sociedad o como individuos.

En verdad, las intervenciones sobrenaturales pueden apuntar hacia Dios, pero no pueden hacer que confiemos en Él o que lo aceptemos. Los milagros pueden despertar en nosotros la idea de que hay algo más allá del velo de nuestro mundo físico, pero no pueden hacer que persigamos fielmente esa verdad.

Ahora que mi hijo ha estado viendo la última temporada de The Chosen [Los elegidos], me ha estado preguntando cómo alguien podría ver a Jesús realizar señales y prodigios, y aun así no creer en Él. Tal vez esa pregunta —y la verdad que revela sobre nuestra naturaleza humana— sea tan relevante ahora como lo fue en el primer siglo.

¿Realmente creemos en los milagros? En el fondo de tu corazón, ¿crees en ellos?

John Coleman es escritor y vive en Atlanta, Georgia. Su novela más reciente, Miracles, explora el tema de los milagros en el mundo moderno.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbase a nuestro boletín digital o síganos en Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Apple PodcastsDown ArrowDown ArrowDown Arrowarrow_left_altLeft ArrowLeft ArrowRight ArrowRight ArrowRight Arrowarrow_up_altUp ArrowUp ArrowAvailable at Amazoncaret-downCloseCloseEmailEmailExpandExpandExternalExternalFacebookfacebook-squareGiftGiftGooglegoogleGoogle KeephamburgerInstagraminstagram-squareLinkLinklinkedin-squareListenListenListenChristianity TodayCT Creative Studio Logologo_orgMegaphoneMenuMenupausePinterestPlayPlayPocketPodcastRSSRSSSaveSaveSaveSearchSearchsearchSpotifyStitcherTelegramTable of ContentsTable of Contentstwitter-squareWhatsAppXYouTubeYouTube