Church Life

Lo que las tinieblas no oscurecen

De qué modo mi vida como hija de un astrónomo itinerante reveló verdades universales.

Fotografía por Daniel Olah

Christianity Today April 22, 2022

En la noche sin luna del desierto a las afueras del pueblo chileno de San Pedro de Atacama, los ocho salimos con dificultad del auto, emocionados. De día, el Valle de la Luna exhibe un paisaje árido, como si fuera de otro mundo, y formaciones rocosas en un caleidoscopio de colores pastel. Sin embargo, de noche, tras apagar el motor del auto, nos encontramos sumergidos en una vasta oscuridad.

La conocida sensación de la adrenalina llenó mi cuerpo de diez años. Si miraba al frente, podía mover la mano delante de mi cara sin detectarla siquiera. No había diferencia entre cerrar los ojos o abrirlos, pero mantenerlos cerrados hacía que la oscuridad pareciera más pequeña y segura.

En 2004, estábamos en el umbral de nuestra mudanza desde Chile a Sudáfrica. No solo sería un nuevo hogar, sino también un nuevo continente. El cuarto en mis primeros diez años de vida. Quizá mi insistencia en mantener los ojos cerrados reflejaba mi negativa a aceptar el hecho de que en verdad estábamos a punto de marcharnos. La oscuridad autoimpuesta parecía más fácil de gestionar que la oscuridad de lo desconocido.

Escuché susurros a mi alrededor. Mi hermana, tres años más pequeña, aún no había salido del auto. «¿Dónde está la linterna, papi? No puedo ver nada». Aunque sentía un poco de pánico, habló susurrando a causa de la reverencia que la noche inspiraba. Parecía natural respetar la oscuridad, como si el sonido disturbara su vastedad.

Algunos permanecen en silencio porque estamos acostumbrados a dar por hecho que hay somnolencia en la oscuridad; o la correlación implícita de lo secreto con las actividades nocturnas. Cuando obramos en la oscuridad, la gente asume que tenemos algo que esconder. Sin embargo, muchas cosas útiles ocurren en la oscuridad. Se imprimen y reparten periódicos, se limpian las calles. Mi padre estudiaba las estrellas.

«Solo espera a que tus ojos se adapten», respondió él, como ya sabía que diría. Desde que puedo recordar, encender una linterna en la naturaleza de noche rayaba en lo sacrílego en nuestra familia. Mi padre, de temperamento suave y voz calmada, astrónomo, nunca nos regañó directamente, sino que nos guiaba con amabilidad e información. 

«Toma horas para que tu visión nocturna se active completamente, puesto que los bastoncillos de tus ojos son muy tímidos y solamente se activarán adecuadamente una vez estén totalmente seguros de que está oscuro. Cada vez que una fuente de luz antinatural te alcanza los ojos, estos asumen que es de día y vuelven al modo de visión diurno. El proceso de visión nocturna debe comenzar de nuevo. Y eso es una pérdida de tiempo, ¿verdad? Es tiempo en el que podrías estar disfrutando la vista».

Una mano reconfortante apretó mi hombro. ¿Acaso él sabía que mis ojos seguían cerrados? «No hay vista», suspiré con cierta negatividad, «estamos rodeados de oscuridad». 

Pero no era así como mi padre lo veía. Lo que él veía era una luz que había viajado por miles de vidas para llegar a nosotros exactamente donde estábamos. Cuando él me explicó esto, supe que no tenía sentido caminar con los ojos cerrados, encerrada en mi propia oscuridad infructuosa. Así pues, contuve la respiración y abrí los ojos, dando la bienvenida a la luz. Porque eso es lo que finalmente toda oscuridad natural revela: hasta la más débil de las luces.

Al mirar hacia el cielo desde el desierto chileno, poco a poco veíamos cómo el otro mundo comenzaba a abrirse. Mis pupilas se dilataban para recibir el cielo nocturno. Puntos desalineados se conectaban en una constelación: una espada colgando del cinturón de Orión. Lo que antes parecía ser un manto negro de pronto revelaba la mancha de la Vía Láctea mientras se plegaba a la luz de otras galaxias más pequeñas y lejanas. 

La jerga cristiana y las frases cotidianas nos han enseñado a andar en la luz y apartarnos de la oscuridad. Se supone que hemos de «llevar luz a los lugares oscuros», «apartar las tinieblas del mal con la luz de la verdad». Pero también es cierto que no hay mayor alegría que la que viene después del sufrimiento, que no hay verdad más desnuda que la que se alza sobre la confusión de las mentiras. La belleza de la vida a menudo viene por el contraste. 

Cuando todo lo que hay alrededor es demasiado brillante, se hace difícil percibir las luces pequeñas. Una ciudad sobre una colina no es fácil de esconder, ¿pero cuán a menudo una sola ventana de un rascacielos capta nuestra atención? Descubrí que la oscuridad es un regalo porque revela la luz. 

En mi infancia hubo muchas noches como aquella. En ocasiones estábamos mirando un suceso cósmico específico. Otras veces íbamos a cazar satélites. Aquel que lo viera primero recibía el honor de portar el rayo láser, que parecía suficientemente potente como para alcanzar el cielo.

Yo pensaba que era más divertido encontrar satélites que estrellas fugaces. Duraban más y podía compartir la alegría de mi descubrimiento con los demás y seguir el rastro de uno por todo el cielo en vez de ese destello de una estrella fugaz que desaparecía antes de poder expresarlo con palabras.

Me tumbaba sobre la playa de Ciudad del Cabo, o en la cumbre de una montaña en Santiago, y mi papá describía, al estilo de El principito de Antoine de Saint-Exupéry, cómo estábamos en la cúspide del planeta, en el borde mismo de una masa gigante que se precipitaba por el espacio a 220 kilómetros por segundo. Nos quedábamos ahí asombrados, mirando la extensión del universo abriéndose frente a nosotros. Nos imaginábamos que podíamos sentir la velocidad en las puntas de los dedos, fascinados por lo estable que parecía ese movimiento constante.

Aquellas noches dejaron una clara impresión en mí de lo pequeña que soy frente al universo. Lo lejos que estoy de su centro. Lo cerca que estoy de su Creador.

Qué grande debe ser nuestro Creador para sostenerlo todo en sus manos. Cuando era niña yo creía que Él descansaba sobre una nube en algún lado. Pero después, imaginé una presencia física descomunal sosteniendo el universo en sus manos. Al final, acepté que Él está en todo y a través de todo.

Esas distancias entre galaxias que son imposibles de navegar por los humanos, Él las mantiene unidas; esos agujeros negros que estiran la existencia hasta el olvido, Él los supervisa. Después de años de investigación y estudio, mi padre terrenal entendió muchas de las cosas que suceden en el espacio, pero mi Padre Creador conoce el comienzo, el medio y el final de todas las cosas porque Él es, ha sido y siempre será. 

Vincius Henrique

Quizá mi padre sintió mi aprensión aquella noche en el desierto chileno. Tomando el rayo láser, lo dirigió hacia la Cruz del Sur, la constelación de estrellas que nos señalan hacia el verdadero sur. «Nunca puedes estar totalmente perdida si miras hacia arriba, hacia lo que las tinieblas no oscurecen».

Darme cuenta de esto me ayudó en lo que vino después. Aunque Ciudad del Cabo era una ciudad nueva y extranjera para mí, cuando nos sentamos en la orilla del océano Atlántico mientras el cielo se oscurecía, aquellas luces conocidas comenzaron a aparecer. Los planetas, Júpiter y Venus, reflejaban el sol. Sirio, la estrella más brillante señalaba hacia ese lugar donde la Cruz del Sur pronto aparecería. No podía perderme cuando tantas cosas habían permanecido sin cambios. La oscuridad de la incertidumbre no había podido bloquear toda la luz.

La pasión de mi padre por el universo se entretejía con nuestras vidas cotidianas. Viajamos para ver eclipses y nos tomamos vacaciones acompañados por telescopios. Vivimos en el Observatorio Astronómico de Sudáfrica y saludamos con la mano al telescopio Hubble al pasar por el espacio. Viví todas estas cosas sin conocer nada distinto. Yo di por hecho que esta era una vida normal, y solo cuando salí de casa finalmente comprendí la rareza de la profesión de mi padre y la singularidad de mi infancia.

Como adulta, siento la impronta permanente que dejó mi niñez como hija de un astrónomo. Categorizo a las personas en mi vida como estrellas fugaces o como satélites: aquellos que son presencias breves y brillantes frente a los que pacientemente caminan a tu lado por más tiempo.

Ahora vivo en Austria, en el hemisferio opuesto al que crecí, pero sigo orientándome por las estrellas. Y ahora, cuando otros dicen que está demasiado oscuro y no se puede ver nada, alzo la mirada al cielo y espero a que mis ojos se ajusten. No tengo ninguna linterna.

En vez de que la Cruz del Sur apuntando hacia el sur verdadero, la Osa Mayor me ayuda a encontrar el norte real, y siento al Creador con más claridad que nunca. Alzo la mirada y sé que hay constantes en la vida. Alzo la mirada y sé que no estoy sola, que detrás del universo hay un Creador que no cambia, y que es mucho más alto y grande que todo lo que puedo ver.

Cómo ser humano como Dios

La Semana Santa es un recordatorio para imitar a Jesucristo como el autor y perfeccionador de nuestra fe.

Christianity Today April 21, 2022
Edits by Christianity Today / Source Images: WikiMedia Commons

Soy tanto lo suficientemente joven como lo suficientemente vieja para recordar las pulseras con las letras WWJD [What Would Jesus Do?,¿Qué haría Jesús?] de finales de los 90 e inicios de los 2000. Se trataba de un símbolo que nos ayudaba a preguntarnos diariamente qué haría o diría Jesús en cualquier situación.

Lo que algunos no recuerdan es que el movimiento WWJD no fue recibido sin crítica de diversas fuentes dentro del mundo cristiano [enlaces en inglés]. Al haber crecido en círculos evangélicos, recuerdo que muchos afirmaban que esa era la pregunta equivocada. Otros, tacharon al movimiento WWJD como un fenómeno «cristiano cultural» que ponía el enfoque en ser mejores personas en vez de en ser salvados a pesar de quienes somos.

Los evangélicos modernos aún tenemos dificultad en cuanto a priorizar imitar a Cristo como un mandato de las Escrituras. Hay muchas razones para esto, algunas de las cuales se relacionan con la historia del Protestantismo y, en especial, con la teología evangélica moderna y reformada.

Por ejemplo, una historia de portada de CT de 1965 explica cómo, en un esfuerzo por resistir la deconstrucción liberal del siglo anterior, la cual promovía una parodia de la imitación a Cristo, los teólogos protestantes y neoortodoxos exageraron y eventualmente omitieron la doctrina por entero.

Hasta el día de hoy, muchos cristianos siguen divididos con respecto a si nuestra fe se trata más acerca de creer y compartir el mensaje de lo que Dios hizo en Cristo, o acerca de seguir las enseñanzas de Jesús por medio de nuestras obras y palabras. Esto, por lo regular, se puede reducir a si los cristianos se enfocan más en la ortodoxia (la creencia correcta) o en la ortopraxis (la acción correcta).

Pero, así como Tish Harrison Warren señaló recientemente, hay un paso adicional que une a estas dos posturas: la ortopatía, es decir, el cultivo de las pasiones correctas. La ortopatía se refiere a las pasiones del corazón, como lo que amamos y lo que deseamos.

Luke Burgis argumentó en CT que la razón por la que nos encanta la serie The Chosen es que los seres humanos estamos programados para la imitación o la mímesis. Él explica que, en última instancia, aprendemos a desear a través de la imitación, y no al revés.

«Terminamos queriendo las cosas que nos son modeladas como deseables y valiosas», dice Burgis, «no en lo que respecta a nuestras necesidades básicas —comida, refugio, seguridad— sino a los deseos metafísicos que la gente desarrolla para convertirse en cierto tipo de persona».

Para los cristianos, la persona ideal es Jesús, cuya vida fue narrada en los evangelios.

«Nos convertimos en aquello que imitamos», menciona Burgis. «Imitar los deseos de Cristo es reordenar los nuestros; es moldearlos con base en los suyos».

La imitación es parte del proceso por medio del cual abrazamos y encarnamos nuestra semejanza con Cristo. Aún más importante, la naturaleza de la santificación —es decir, la práctica de nuestra salvación— consiste en reflejar cada vez más la etiqueta de cristiano (o pequeño Cristo) a lo largo de nuestras vidas.

Entonces, ¿cómo podemos recuperar una visión bíblica integral de la imitación de Cristo, particularmente en una era en la que los cristianos se dividen por diferencias en cuanto a énfasis y expresiones teológicas? Esta Semana Santa es la oportunidad perfecta para reavivar esta discusión; para meditar mientras llegamos al domingo de Resurrección y celebramos la vida de Cristo, así como su muerte, resurrección y ascensión.

Siendo humanos como Dios

Las Escrituras proponen una noción radical de que los seres humanos pueden y deberían ser como Dios. Fuimos creados a «imagen de Dios» (Génesis 1:27, NVI) y llamados a ser «imitadores de Dios» (Efesios 5:1, NBLA).

Pero, para poder saber qué es lo que significa para los humanos reflejar a Dios o imitarle, debemos saber lo que significa ser humanos y lo que significa ser como Dios. Desafortunadamente, la humanidad ha malinterpretado ambas partes de esta ecuación desde el inicio de los tiempos.

En el Jardín del Edén, se les ofreció a Adán y Eva una fruta que los haría divinos. La expresión hebrea no dice «serán como Dios», sino un plural: «serán dioses». Sucumbieron pronto a la tentación y tomaron la oferta de divinidad ofrecida por Satanás, la cual ofrecía la sabiduría y agencia de un Dios todopoderoso, que se rinde cuentas solo a sí mismo.

Hay un proverbio africano que dice: «Nunca desees la fruta de un árbol que no puedes trepar». Sin embargo, eso fue precisamente lo que Adán y Eva hicieron. Sucumbieron ante el deseo de escapar de sus limitaciones humanas y volverse dioses en la tierra. El problema era que ellos no sabían lo más fundamental sobre lo que significaba vivir o comportarse como el Dios que los había creado.

La raza humana ha pasado de generación en generación ese apetito maldito de divinidad. Continuamos construyendo torres que llegan a los cielos y seguimos cayendo en engaños tontos y ofertas falaces buscando escapar de la condición humana en la que nacimos.

La ciencia y la tecnología han encontrado maneras increíbles de mejorar nuestra calidad de vida. Pero también hay una tendencia creciente hacia el transhumanismo que va desde las pociones antiarrugas hasta la inteligencia artificial; hay una multitud de métodos modernos que persiguen la omnisciencia, la omnipotencia y la omnipresencia, entre otras cosas.

Y aunque estos son atributos esenciales de la naturaleza de Dios, no son características divinas que los seres humanos fuimos llamados a imitar. Es más, nuestra búsqueda de la autodeificación nos hace creer que podemos escapar de nuestra humanidad.

Dios hizo lo contrario. Poseyendo la invulnerabilidad que le otorgaba su divinidad, Jesús abrazó por completo el estado de humanidad; no solo durante el tiempo que vivió en la tierra, sino por la eternidad. La encarnación ha sido descrita como un inmenso o asombroso intercambio en el que Dios se volvió humano en Cristo para que nosotros pudiéramos ser como Dios, pero de manera opuesta a la decisión de Adán y Eva.

Martín Lutero escribió: «Porque en Adán ascendimos hacia la igualdad con Dios, Él descendió para ser como nosotros, para devolvernos al conocimiento de sí mismo». Y «a través del régimen de su humanidad y su carne, en la que vivimos por fe, Él nos hace de la misma forma que Él es».

Solo en la persona de Jesús podemos entender tanto lo que significa ser humano como lo que significa ser como Dios, de la misma forma en que cada característica divina y humana que fuimos creados para reflejar —y llamados a imitar— fue encarnada completa y perfectamente en Cristo.

Reflejar a Dios al imitar a Cristo

Imitar a Jesús y reflejar al Padre van de la mano, ya que solo Cristo encarna la esencia divina de Dios. El resto de los humanos nacen en un mundo con una semejanza tenue y distorsionada debido a nuestro estado caído y pecaminoso.

Las Escrituras dicen: «Él [Cristo] es la imagen del Dios invisible» (Colosenses 1:15 NVI), «El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es» (Hebreos 1:3) porque «Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo» (Colosenses 2:9).

Cuando uno de sus discípulos preguntó: «Señor, muéstranos al Padre, y con eso nos basta», Jesús respondíó: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Juan 14:8-9). O como T.F. Torrance dijo: «Así, no hay ningún Dios que respalde a Jesucristo, sino solo este Dios cuya cara vemos en la cara del Señor Jesús».

Según continúa diciendo, esto significa que: «Solo existe el Dios que se revela a sí mismo en Jesucristo, de tal manera que hay una perfecta consistencia y fidelidad entre lo que Él revela del Padre y lo que el Padre es en su realidad inalterable».

Puesto de una forma diferente, como mencionó Michael Ramsey, exarzobispo de Canterbury: «Dios es como Cristo y en él no hay nada que sea diferente a Cristo».

Esto significa que, al imitar a Cristo, estamos reflejando la perfecta y completa imago Dei.

Al seguir el ejemplo de Jesús (lo cual solo es posible en el poder y la presencia del Espíritu Santo) podemos ser «llenos de la plenitud de Dios» (Efesios 3:19). En la santificación que tiene lugar a lo largo de nuestras vidas, «… todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria» (2 Corintios 3:18, NBLA, énfasis del autor).

La palabra contemplar se traduce mejor del griego como «observar como en un espejo», lo que enfatiza la meta suprema de la vida cristiana: parecerse más a Jesús. De hecho, «cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3:2, NVI); y aunque «… ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo… entonces veremos cara a cara» (1 Corintios 13:12).

No solo estamos destinados a «ser transformados según la imagen de su Hijo» (Romanos 8.29), sino a través de Él, los seres humanos somos capaces de «tener parte en la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4). Así, el llamado a ser imitadores de Jesús habla de algo mucho más profundo que una simple imitación de sus palabras o acciones. Algo que requiere tener parte de la persona de Cristo.

Podemos imitar a Cristo porque permanecemos en Él y Él en el Padre (Juan 14:20) y Cristo permanece en nosotros a través del Espíritu que mora dentro de nosotros (Efesios 3:16-7). Es solo «Cristo en ustedes» quien nos da «esperanza de gloria» (Colosenses 1:27), lo que incluye compartir su vida divina, naturaleza divina, herencia eterna e íntima relación con el Padre.

Por tanto, la participación por imitación es una forma de morada, en la que el Espíritu nos une con Cristo y encarna su carácter en nosotros en un proceso de Cristificación, por llamarlo de alguna manera.

Encarnación e incorporación

Las Escrituras dicen que la Iglesia universal es la encarnación corporativa de Jesús (1 Corintios 12:27), lo que significa que aquellos que están en Cristo son la nueva localización de su presencia en la tierra.

Pero, aunque ya somos miembros de su cuerpo, somos llamados a comportarnos como si lo fuéramos, a revestirnos del Señor Jesucristo (Romanos 13:14), porque: «De este modo sabemos que estamos unidos a él: el que afirma que permanece en él debe vivir como él vivió» (1 Juan 2:5-6).

Encarnar la vida de Cristo debería influenciar cada aspecto de nuestro ser y de nuestro comportamiento, como lo modela la Trinidad. Así como Jesús hizo «solamente lo que ve que su Padre hace» (Juan 5:19) y el Espíritu «dirá solo lo que oiga» (16:13), nosotros debemos hablar «las palabras mismas de Dios» y servir «como quien tiene el poder de Dios» (1 Pedro 4:11).

De hecho, Jesús hizo una promesa radical: «Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre» (Juan 14:12).

La llave para encarnar a Cristo se encuentra en Filipenses 2:1-11, en donde Pablo exhorta a los creyentes a «tener un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento» en sus relaciones; a cultivar la misma mentalidad «de Cristo Jesús», quien «siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse» sino «se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos».

Jesús no consideró su estatus divino como algo a que aferrarse, como Adán y Eva hicieron con el fruto prohibido. Al contrario, se humilló a sí mismo y se volvió dependiente de Dios como un niño, modelando tanto una sumisión alegre al Padre como un amor sacrificial por la humanidad. De esta manera, los mandamientos de amar a Dios y amar a las personas (Mateo 22:37-40) deberían ser pasiones hermanas en nuestros corazones: la ortopatía en obra, modelando todas nuestras creencias, deseos y acciones.

Para poder hacerlo debemos hacer morir nuestras ambiciones autodeificantes y reorientarnos en cuerpo, mente y espíritu para reflejar la imagen de Cristo. Debemos permitirle al Espíritu Santo Cristificarnos, tanto colectivamente como un cuerpo eclesiástico unificado, como individualmente como sus miembros.

Al permanecer en Él y Él en nosotros, podemos tomar nuestra cruz y crucificar nuestra carne, servir a nuestro prójimo, buscar el reino de Dios y disfrutar la vida abundante y todo fruto del Espíritu. Todo esto para que al interactuar con aquellos alrededor nuestro, ellos se encuentren con la esperanza de gloria.

Stefani McDade es una editora asociada de Christianity Today.

Traducción por Hilda Moreno Bonilla.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Cristo conquistó la muerte, no la anuló

Al igual que una prenda funeraria, la vida y la muerte están entrelazadas.

Christianity Today April 14, 2022
Ilustración por Agata Lędźwa.

Comencé la tradición de leer una sección concreta de La Estrella de la Redención cada año en Yom Kipur, es decir, el Día de la Expiación. La Estrella de la Redención, que se escribió en tarjetas postales en el frente de guerra de los Balcanes durante la Primera Guerra Mundial, es la obra magna del filósofo judío alemán del siglo XX Franz Rosenzweig, que expone la interpretación más exhaustiva y complementaria del judaísmo y el cristianismo que jamás se haya escrito.

El año en que me casé, apenas dos semanas antes de mi boda, leí las reflexiones de Rosenzweig sobre el significado de Yom Kipur y me impactó de una manera totalmente nueva. Al entrar en las difíciles horas de la tarde del ayuno de Yom Kipur, me conmovió poderosamente la discusión de Rosenzweig sobre la prenda blanca, llamada kittel (kih'-tuhl), que tradicionalmente llevan los hombres (y en algunos círculos judíos, también las mujeres) en Yom Kipur.

Como todo en el judaísmo, este acto tiene varios niveles de significado. El kittel es la prenda funeraria tradicional judía; llevarlo en Yom Kipur representa la culpa colectiva del pueblo judío ante Dios, que es uno de los puntos de enfoque más relevantes de este día. Dios no puede tolerar la impureza ni la falta de santidad, y en el Yom Kipur el pueblo judío debe hacer frente a su propia pecaminosidad y a sus defectos. «Perdónanos, perdónanos, expíanos», suplica repetidamente la liturgia de Yom Kipur. El Día de la Expiación es un día de juicio en el que cada judío individualmente (y el pueblo judío colectivamente) debe considerar el peso de su pecado ante Dios.

Sin embargo, llevar un kittel también representa el milagro del perdón de Dios, otro tema clave de Yom Kipur. Ponerse un kittel es encarnar visualmente la noción de que «… aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos» (Isaías 1:18, LBLA). Para Rosenzweig, el Yom Kipur es, pues, un día de vida y de muerte. En lugar de la muerte como consecuencia del pecado, Dios concede al pueblo el perdón abundante y el don de seguir viviendo. Uno no es sin el otro, y cada uno da sentido a su opuesto.

Tras describir conmovedoramente el significado de llevar un kittel en Yom Kipur, Rosenzweig hace referencia a Cantar de los Cantares 8:6, donde leemos que «… fuerte como la muerte es el amor». Rosenzweig continúa: «Y por eso el individuo lleva el vestido funerario completo aun en vida: bajo el palio nupcial, después de haberlo recibido el día de su boda de manos de la novia».

Esto fue lo que hizo que mi aliento se atascara en mi garganta aquel año en particular. Lo había leído muchas veces antes, pero nunca había percibido su significado con la misma gravedad. La muerte y la nueva vida, el pecado y el perdón, el arrepentimiento y la absolución: estos temas clave en torno al Yom Kipur son también los caminos cotidianos del matrimonio, una realidad que experimentaría profundamente en los años siguientes.

Vale la pena resaltar que hay otra ocasión en el calendario judío en la que tradicionalmente se lleva un kittel: durante el Séder pascual, especialmente por parte de quien dirige el Séder. Aquel día otoñal de Yom Kipur, me quedé pensando en la conexión, no solo entre Yom Kipur y el día de la boda, sino también entre Yom Kipur y la Pascua.

Muchas de estas conexiones teológicamente ricas se han perdido a medida que el judaísmo y el cristianismo se fueron distanciando el uno del otro, rompiendo los mismos hilos que una vez entretejieron los ritmos profundamente significativos del año litúrgico. Pero en 2022, la Pascua judía y la Semana Santa caen en la misma semana, un recordatorio para nosotros los cristianos acerca de las raíces judías de nuestra fe.

El Yom Kipur está instituido en la Torá (Levítico 16, 23:26-32; Números 29:7-11) y cae en el décimo día del séptimo mes del calendario hebreo, el mes de Tishrei. Tishrei está precedido por Elul, un mes centrado en el tema del arrepentimiento. Según la tradición judía, en Elul comienza un periodo de 40 días de arrepentimiento que se prolonga hasta Tishrei, lo que corresponde a los 40 días que Moisés intercedió por el pueblo de Israel tras el pecado del pueblo con el becerro de oro.

En Éxodo 32, mientras Moisés estaba en la cima del monte Sinaí recibiendo las dos tablas de piedra de Dios, el pueblo se inquietó y perdió la paciencia, y decidió fabricar un ídolo para adorarlo, hecho que se destaca como una de las mayores afrentas de Israel ante Dios.

Al descender al campamento y ver al pueblo danzando alrededor del becerro de oro, Moisés arrojó las tablas de piedra al suelo, haciéndolas añicos al pie de la montaña. Es un punto totalmente bajo en la historia de Israel, cuando la profundidad de su pecado y su culpa ante Dios parece irreparable.

En un acto de pura gracia inmerecida, Dios renovó la alianza con su pueblo. Mandó a Moisés a labrar un nuevo juego de tablas de piedra y declaró: «El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación» (Éxodo 34:6-7, NVI). Tras permanecer en la montaña durante cuarenta días y cuarenta noches, Moisés descendió de nuevo al campamento, con el rostro radiante.

Según los rabinos, este acontecimiento es el nacimiento del Yom Kipur, el día que representa tanto el colmo del pecado y la iniquidad del pueblo como la profundidad del amor infalible y el perdón inmerecido de Dios. Ésta es la gran historia en la que el pueblo judío vuelve a introducirse cada año, vestido de blanco y con el reconocimiento abierto de la necesidad de la misericordia y la gracia divinas.

El Éxodo narra la historia de la Pascua (Pésaj en hebreo) justo antes de la llegada del pueblo al Monte Sinaí. Como parte del rescate divino de los israelitas de los grilletes de la esclavitud bajo el Faraón, Dios hace caer diez plagas sobre los egipcios. Antes de que comience la décima plaga (la muerte de los primogénitos), Dios le dice a Moisés que ordene a cada familia israelita que sacrifique un cordero y utilice su sangre para marcar los postes y dinteles de sus casas. El ángel exterminador, encargado de quitar la vida a cada hijo primogénito, vería la sangre en la entrada de las casas israelitas y pasaría de largo por ellas, perdonando así a los hijos primogénitos de Israel.

Se necesita mucho más que simplemente recuperar el vínculo entre la Pascua judía y la Semana Santa.

De acuerdo con las instrucciones de Dios, Moisés decreta que Israel debe observar la fiesta de Pésaj cada año, y así, hasta el día de hoy, los judíos se reúnen fielmente para esta comida tan sagrada el día 14 del primer mes, el mes de Nisán (Éxodo 12). La mesa se adorna con elementos y alimentos especiales, todos los cuales desempeñan un papel para ayudar a recordar —literalmente, degustar— la experiencia de aquella fatídica noche y de la subsiguiente peregrinación por el desierto del Sinaí. Así, Israel conmemora para siempre que, en la noche más oscura de la historia registrada de Egipto, la carne y la sangre de un cordero marcaron —y salvaron— a los hijos de Abraham, Isaac y Jacob.

Durante el Séder anual de la Pascua, el pueblo judío recrea y afronta una vez más los dolores de la esclavitud, las lágrimas de la desesperación e incluso los gritos de los egipcios. Pero los judíos también conmemoran el triunfo de la liberación, la alegría de un nuevo comienzo, el misterio del poder y el amor de Dios, y la esperanza de llegar algún día a un hogar propio en la Tierra Prometida.

Tal como dejan claro los cuatro Evangelios, la Pascua sirve como telón de fondo de la entrada de Jesús en Jerusalén, su última cena con los discípulos y, finalmente, su muerte y resurrección. En el Concilio de Nicea, Constantino decretó desvincular la Semana Santa —la Pascua cristiana— de la Pascua judía, una decisión que puso en marcha un largo proceso de eliminación de las raíces judías de la Semana Santa.

Para presionar y redescubrir estas conexiones ricas y fundacionales, lo que se necesita no es simplemente recuperar el vínculo entre la Pascua judía y la Pascua cristiana, sino también incorporar el Yom Kipur a nuestra comprensión de la Semana Santa. En el pensamiento de Rosenzweig, así como en la tradición judía en general, el talit —el icónico chal de oración judío— simboliza un kittel. También es tradicionalmente blanco, y aunque generalmente solo se lleva durante el día, la única excepción es la víspera de Yom Kipur, cuando se lleva puesto también después de la puesta de sol. De hecho, es tradicional llevarlo todo el día durante Yom Kipur.

Muchos hombres judíos no tienen ni llevan un talit sino hasta después de casarse, y es tradicional que la novia le regale al novio un talit (en lugar de un kittel) el día de su boda. Mi prometido Yonah decidió apegarse a esta tradición, y antes de regresar a Estados Unidos para nuestra boda, fuimos al centro comercial Ramot, en las afueras de Jerusalén, y elegimos un hermoso talit que le regalé como parte de nuestra ceremonia de boda.

«Por tanto, no debemos tener nada en común con los judíos, pues el Salvador nos ha mostrado otro camino», afirmó Constantino en el Concilio de Nicea. «Se declaró que era particularmente indigno para ésta, la más sagrada de todas las fiestas, seguir el cálculo de los judíos, que habían ensuciado sus manos con el más temible de los crímenes, y cuyas mentes estaban cegadas». Este momento de la vida de la Iglesia se conoce como la controversia del quartodecimanismo, ya que el asunto en cuestión era la celebración judía de la Pascua en el día 14 (quarta decima en latín) de nisán.

Los partidarios del quartodecimanismo buscaban calcular la Pascua cristiana de acuerdo con la celebración de la Pascua judía. Esta era una posición notable, ya que vinculaba esencialmente el calendario cristiano al calendario judío. Esta vinculación se hizo intolerable para la Iglesia, que pretendía desvincularse del judaísmo, y el Concilio de Nicea consolidó esta separación.

Lo que se perdió con esta decisión fue la conexión intencional que los Evangelios dejan en evidencia. El significado y la importancia de la Semana Santa solo pueden comprenderse en su totalidad si tenemos en cuenta la historia de Israel al recorrerla. La muerte y resurrección del Mesías sigue el modelo del éxodo de Egipto, que sirve como acontecimiento fundacional del pueblo judío. La Semana Santa, el acontecimiento fundacional de la Iglesia, marca su injerto en la alianza perdurable de Dios con Israel y Jesús se convierte en el cordero de la Pascua por cuya sangre el pueblo de Dios es redimido.

Como hemos visto en otros ámbitos, la teología cristiana suele tratar de separar limpiamente elementos que la teología judía no tiene inconveniente en mantener en estado de tensión. Este contraste también se pone de manifiesto en la eventual distinción entre la Pascua judía y la Pascua cristiana.

Para la Iglesia, el Viernes Santo está reservado a la muerte, mientras que el domingo se designa como la celebración de la vida, el día de la Resurrección. Esta disposición temporal del culto puede acabar bifurcando la vida y la muerte, con lo que se hace la audaz (y dualista) afirmación de que, llegado el domingo, la muerte ya no es una fuerza que tengamos que considerar en absoluto. Se nos dice que nos aferremos a la vida y que olvidemos el poder de la muerte, porque Jesús deja atrás la muerte de una vez por todas en su tumba vacía. En efecto, se asume que el aguijón de la muerte puede quedar relegado a los que están fuera de los muros de la iglesia. Este mensaje es profundamente desorientador y, en última instancia, deshumanizador.

Como muchos de nosotros hemos experimentado, la realidad es muy diferente de la simple afirmación de que la muerte ha sido vencida por la Resurrección. La muerte, en todas sus insidiosas formas, sigue impregnando nuestra vida cotidiana. Incluso después de la gloriosa resurrección de Jesús, seguimos luchando con las inquietantes dimensiones de nuestra humanidad: los traumas que revivimos, las pérdidas que sufrimos, las decepciones que acumulamos y las ansiedades que nos paralizan. Y, por desgracia, la Iglesia puede enviar el sutil mensaje de que estar preocupado por estas luchas tan reales es carecer de una fe adecuada o malinterpretar el núcleo del mensaje cristiano.

La Pascua judía, por su parte, abarca la compleja convergencia de la vida y la muerte; de hecho, retrata la vida y la muerte como fuerzas concurrentes y entrelazadas. Aunque la vida acaba triunfando en el relato de Israel, la tradición judía nos recuerda que es imposible separar la vida que experimentamos de nuestros recuerdos individuales y colectivos de la muerte.

En la mesa de la Pascua judía, recordamos la muerte de un cordero cuya sangre perdonó nuestras vidas. Damos gracias por el regalo de la libertad, aunque las hierbas amargas nos recuerden la amargura persistente de la esclavitud. Nos alegramos de haber salido de Egipto, aunque recordemos que la Tierra Prometida aún no es nuestro hogar. Y, sorprendentemente, disminuimos nuestra alegría y recordamos el sufrimiento de los egipcios retirando de nuestras copas las gotas de vino, una bebida que simboliza la alegría.

Sin embargo, la confrontación más audaz del judaísmo con la muerte se produce en otro día que la historia de la Pascua anticipa: Yom Kipur. En el Yom Kipur, el pueblo judío se presenta ante Dios en la misma agonía de la muerte, con vestimentas funerarias, pero dotado del valor de creer que Dios está presente y es accesible incluso desde la tumba.

Al igual que en la Pascua, en el Yom Kipur, sin la muerte no hay vida. Incluso la vida, resulta que no nos permite olvidar la muerte. Las dos están juntas en una paradoja imposible, y nosotros caminamos por la realidad de ambas mientras esperamos la redención final.

La Pascua judía y el Yom Kipur nos recuerdan que no podemos separar ni ordenar cronológicamente la vida y la muerte.

La Pascua judía y el Yom Kipur nos recuerdan que no podemos separar ni ordenar cronológicamente la vida y la muerte. Lamentablemente, por el momento, tenemos que estar en la tensión entre ambas, y este es precisamente el lugar en el que encontramos la plenitud del amor de Dios en Cristo, nuestro cordero de Pascua cuya sangre expía el pecado.

Irónicamente, las corrientes interpretativas que informan el culto cristiano de la Pascua pueden borrar el mismo contexto que nos permite comprender plenamente el significado de la muerte y resurrección de Jesús. Al construir el judaísmo como su envoltura, la tradición cristiana ha oscurecido con demasiada frecuencia la unidad y la coherencia del relato bíblico, en el que la alianza de Dios con Israel es el contexto necesario para la obra de Jesús y la fundación de la Iglesia.

Desde este punto de vista, el Calvario empieza a parecerse mucho más al Sinaí. El velo rasgado recuerda las tablas rotas del Sinaí, la muerte de Jesús invoca los sacrificios del Yom Kipur, el misterio del Sábado Santo refleja la intercesión de Moisés en lo alto del Sinaí, y la resurrección de Jesús se convierte en una nueva alianza renovada: una declaración del amor infinito e infalible de Dios, primero hacia el judío y luego hacia el gentil (Romanos 1:16).

Enfocada desde esta perspectiva, la alegre declaración de que «¡Cristo ha resucitado!» adquiere una profundidad de significado totalmente nueva. El Salvador del mundo es, al fin y al cabo, el tan esperado Mesías de Israel.

Este ensayo es una adaptación de Finding Messiah, de Jennifer M. Rosner. Copyright © 2022 por Jennifer Rosner. Publicado por InterVarsity Press, Downers Grove, IL. www.ivpress.com. Usado y traducido con permiso.

Michael Stone ha colaborado en este ensayo.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La definición de ‘mujer’ inicia con su humanidad, no con su feminidad

El debate sobre el «segundo sexo» nos devuelve a la biología, la humildad y Génesis 1.

Christianity Today April 12, 2022
Rakah Miftah / Pexels

Ketanji Brown Jackson, quien fue nominada por el presidente Biden para ingresar a la Suprema Corte de los Estados Unidos, causó una gran controversia en marzo de 2022 cuando se negó a dar una definición de la palabra mujer [enlaces en inglés]. Jackson evadió la pregunta de la senadora Marsha Blackburn al responder: «No soy bióloga». El senador Ted Cruz regresó al tema al preguntarle a Jackson a quién incluiría en una demanda por discriminación de género. Jackson prefirió responder que esas demandas apenas estaban siendo revisadas por tribunales locales.

Con rapidez, los conservadores hicieron mofa de Jackson e identificaron su negación a dar una respuesta como una clara señal del progresismo sin sentido. Después de todo, cualquiera debería poder definir lo que es una mujer. Sin embargo, el problema es que hemos debatido por miles de años para definir lo que es una mujer.

Ya sea que pensemos en los antiguos griegos, que veían a la mujer como un «hombre mutilado», o en los padres de la iglesia, que no creían que las mujeres estuvieran hechas a la imagen de Dios como los hombres, el registro de la historia muestra a mucha gente que no supo qué hacer con las mujeres. Incluso en Estados Unidos, como en otros muchos países, las mujeres batallaron para obtener esos «derechos inalienables» que en ese mismo país afirman que los seres humanos ganan al nacer y son «otorgados por su Creador».

La apologista cristiana Dorothy Sayers reflexionó sobre la ineficacia de nuestras definiciones de mujer en su ensayo titulado «The Human-Not-Quite-Human» [Las humanas no muy humanas]:

La primera tarea al estudiar cualquier fenómeno es observar su característica más obvia… Es en este punto en el que la mayoría de los estudiosos de la «cuestión de la mujer» han fallado; la iglesia más lamentablemente que la mayoría y con menos excusas… No importa qué argumentos se usen, la discusión está viciada desde un inicio porque el hombre siempre es considerado tanto homo [humano] como vir [masculino], pero la mujer solo es femina [femenina].

Para Sayers, una definición precisa de la palabra mujer debería incluir tanto su feminidad como su humanidad, con humana como sustantivo y femenina como adjetivo. Después de todo, muchas cosas son femeninas: gatas, aves, incluso algunos árboles, pero los derechos y responsabilidades de la mujer emanan de su humanidad común, no de su sexo. Las gatas de género femenino no tienen derechos civiles, los árboles de género femenino tampoco, pero las humanas femeninas sí los tienen.

En otras palabras, estamos destinados a fallar en esta cuestión a menos que tengamos una definición funcional de mujer como portadora, por sí misma, de la imagen de Dios, y no una en la que la mujer es simplemente lo opuesto al hombre.

En primera instancia puede parecer que Sayers está destacando un dilema diferente al que nuestra sociedad está enfrentando. Después de todo, la verdadera pregunta detrás de la pregunta de la senadora Blackburn era si las atletas trasgénero pueden participar en deportes femeninos.

¿Las mujeres transgénero pueden declararse legalmente «mujeres»? ¿Son parte de la población protegida por las leyes contra la discriminación de género? A diferencia de Sayers, quien debate sobre la personalidad individual de las mujeres, nosotros estamos tratando de definir quién puede reclamar su pertenencia a este género.

Sin embargo, creo que lo que implica lo planteado por Sayers es relevante porque al fallar al proteger los derechos humanos de las mujeres, creamos involuntariamente un contexto que requiere que el concepto de feminidad tome dimensiones políticas. Al carecer de una categoría para las mujeres como homo [humano], femina tiene que hacer todo el trabajo.

En efecto, en el último siglo las mujeres han tenido que valerse de su feminidad para pelear por sus derechos humanos, de tal modo que en este momento —y tal como dejó entrever la jueza Brown Jackson—, la cuestión de ¿quién es una mujer? tiene profundas ramificaciones legales y políticas.

Pero es aquí donde la pregunta ¿quién es una mujer? se vuelve más compleja para los conservadores: en la medida en la que hemos puesto el énfasis en la feminidad de la mujer y no en nuestra humanidad compartida con los hombres, hemos minimizado la categoría misma que es la fuente de nuestros derechos civiles.

En otras palabras, los conservadores seguirán teniendo problemas para convencer de que están peleando por proteger los derechos de las mujeres en los debates actuales si su definición funcional de mujer no presume la existencia de sus derechos. Esto es cierto en particular para quienes se han resistido a los movimientos de reforma, para quienes han minimizado el acoso y el abuso sexual como un simple «chisme de pasillo» y para quienes se han opuesto historicamente a las categorías que protegen a la mujeres con base en su género.

No puedo evitar preguntarme si la conversación de hoy sería diferente si hubiéramos pasado los últimos cien años estableciendo precedentes legales para la definición de mujer, no como un grupo con «intereses especiales» debido a su género, sino con respecto a su realidad humana y biológica. ¿Cómo sería la conversación de hoy si hubiéramos visto a las mujeres en el último siglo como las portadoras de la imagen de Dios que son?

Pero el hubiera no existe. Como sociedad estamos luchando para ponernos de acuerdo en algo tan fundamental como lo que nos hace ser quienes somos. ¿Cómo debemos responder al caos del momento presente?

En primer lugar, creo que deberíamos admitir las fallas en nuestras definiciones funcionales de mujer, es decir, cómo la mayoría no están basadas en la imago Dei sino en «aquello que no es un hombre». No necesitamos intercambiar feminidad por humanidad, ya que estas categorías son diferentes y por tanto no se pueden reemplazar mutuamente. Necesitamos ambas. Pero, primero, necesitamos fortalecer nuestro entendimiento de la mujer como un ser hecho a la imagen de Dios porque desde ese lugar podemos derivar sus derechos y responsabilidades correspondientes.

En vez de comenzar nuestras teorías de lo masculino y lo femenino en Génesis 2 o Efesios 5, debemos afianzarlas en Génesis 1 y afirmar nuestra humanidad compartida como el contexto en el que se manifiestan nuestras diferencias. Las diferencias existen y son verdaderas, pero la diferenciación sexual no puede responder qué es lo que nos hace humanos. Y debemos arrepentirnos de que en nuestras subculturas, el hombre ha sido el punto de partida para nuestra definiciones de lo que significa ser humano.

En segundo lugar, tenemos que reconocer la vulnerabilidad de este momento. La forma en que la gente concibe el género e incluso el sexo biológico está cambiando rápidamente. Tan rápidamente, de hecho, que muchos lo experimentan como una escalada que debe ser controlada antes de que los abrume. Y aunque este momento ciertamente tiene poder cultural, yo argumentaría que en realidad estamos viendo la debilidad expuesta de las categorías modernas, no solo sobre el género, sino sobre lo que significa ser una persona y las limitaciones de la autocreación.

La conversación está cambiando rápidamente, del mismo modo que una ola cambia rápidamente cuando está a punto de llegar a su cresta y romper. Sayers abordó este fenómeno en su ensayo de 1942 «¿Por qué trabajar?», señalando que la sociedad tiene incorporados ciclos de autocorrección que a menudo terminan de forma cataclísmica:

Las personas que no revisarían sus ideas voluntariamente se ven obligadas a hacerlo por la mera presión de los acontecimientos que estas mismas ideas han provocado… Las causas profundas de los conflictos suelen encontrarse en algún modo de vida erróneo en el que todas las partes han consentido, y del que todos deben, en cierta medida, cargar con la culpa.

Si este es el caso, los líderes con principios deben considerar cuidadosamente cómo responder a este momento. Deben identificar en dónde se encuentra el centro del debate en realidad, y evitar que se perpetúen las condiciones que lo crearon, incluida nuestra falla en cuanto a honrar la humanidad de las mujeres.

Y, por último, debemos seguir un proceso de cuestionamiento e indagación que honre la humanidad de nuestros interlocutores, así como la nuestra. Aunque tú creas que la respuesta a «¿Quién es una mujer?» es sencilla, tu vecino cada vez lo cree menos. Vivir en paz con todas las personas significa aprender a navegar por esas diferencias con gracia y verdad, afirmando la humanidad no solo de los que están de acuerdo con nosotros, sino también de los que no lo están.

En el momento actual, esto puede parecer imposible. Y si te guías por los políticos, es improbable. Pero para aquellos que están siendo transformados activamente a la semejanza de Cristo, cuya propia humanidad está siendo redimida, realizada y satisfecha a través de la unión con Él, esta postura será lo más natural del mundo.

Hannah Anderson es autora de Made for More, All That’s Good, y Humble Roots: How Humility Grounds and Nourishes Your Soul.

Traducción por Hilda Moreno Bonilla.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Cinco errores a evitar en su sermón de Pascua

Si quiere ayudar a que la gente vea la Semana Santa con nuevos ojos, empiece por deshacerse de estas conocidas falacias.

Cristo ante Pilato, Mihaly Munkacsy (1880).

Cristo ante Pilato, Mihaly Munkacsy (1880).

Christianity Today April 11, 2022
The Bridgeman Art Library

1. No afirme que Jesús murió a los 33 años.

Esta conocida afirmación —que aparenta ser razonable— deduce que, si Jesús «comenzó su ministerio» cuando «tenía unos treinta años» (Lucas 3:23), y se dedicó a un ministerio de tres años (Juan menciona tres Pascuas, y podría haber habido una cuarta), entonces tenía 33 años al momento de su muerte. Sin embargo, prácticamente ningún erudito cree que Jesús tuviera realmente 33 años al momento de su muerte. Jesús nació antes de que Herodes el Grande promulgara el decreto de ejecutar «a todos los niños que había en Belén y en todos sus alrededores, de dos años para abajo» (Mateo 2:16, LBLA), y antes de que Herodes muriera en la primavera del año 4 a.C. Si Jesús nació en el otoño del año 5 o 6 a.C., y si recordamos que no consideramos el «año 0» entre el año a.C. y el año d.C., entonces Jesús habría tenido 37 o 38 años cuando murió en la primavera del año 33 d.C. (tal como creemos que es lo más probable, enlaces en inglés). Aun si Jesús hubiera sido crucificado en el año 30 d.C. (la única fecha alternativa fiable), habría tenido 34 o 35, pero no 33 años. Aunque esta idea errónea que solemos escuchar en esta época no afecta ninguna doctrina axial, no arriesgue su credibilidad por proclamar confiadamente desde el púlpito «hechos» que no son ciertos.

2. No explique la aparente ausencia de un cordero en la Última Cena solamente diciendo que Jesús es el último Cordero de la Pascua.

La gloriosa verdad de que Jesús es «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29) no significa que no haya habido un cordero pascual físico en la Cena del Señor. De hecho, es casi seguro que sí hubo uno: «Llegó el día de la fiesta de los panes sin levadura en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua [pascha]. Entonces Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: “Id y preparad la Pascua [pascha] para nosotros, para que la comamos [es decir, la pascha]”» (Lucas 22:7-8; cf. Marcos 14:12). Aunque los relatos que hacen los cuatro evangelios no lo mencionan de forma específica, comer el cordero pascual era una parte importante de cada Pascua judía (Éxodo 12:3). Es por eso que los discípulos cenaron juntos, por la noche, dentro de las puertas de la ciudad, donde el cordero se habría comido acompañado de vino tinto, y se habría comido en su totalidad antes de partir el pan y cantar un himno. Aunque no existe común acuerdo sobre las características de la Última Cena, creemos que está claro que Jesús celebró la Pascua con los doce la noche antes de la crucifixión, con lo cual Jesús mostró claramente que se veía a sí mismo como parte de la tradición de la poderosa liberación de la esclavitud de Egipto que Dios había obrado en favor de su pueblo Israel por medio de la sangre de un cordero sacrificado.

3. No diga que la misma multitud que exaltó a Jesús el Domingo de Ramos luego exigió su crucifixión el Viernes Santo.

Este tipo de declaración con frecuencia se considera un poderoso recurso de sermón para ilustrar la inconstancia del corazón humano cuando se trata de Jesús el Mesías. Pero debemos aclarar algunos puntos. En primer lugar, no está del todo claro que la multitud del «¡Hosanna!» que aclamaba la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén haya sido la misma multitud que gritaba «¡Crucifícalo!» ante Poncio Pilato. La primera parece estar principalmente conformada por peregrinos de Galilea que habían llegado al mismo tiempo que los discípulos de Jesús, mientras que la segunda parece estar conformada mayoritariamente por ciudadanos de Jerusalén.

En segundo lugar, la vehemencia de ambas multitudes se basa en una comprensión fallida. Cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un burro, la emoción de los que proclamaban «¡Hosanna!» se basaba en una concepción nacionalista errónea del Mesías. De igual manera, cuando Jesús se presentó con Poncio Pilato ante los judíos de Jerusalén, la multitud condenaba a Jesús, soliviantados por sus líderes que acusaban falsamente a Jesús de blasfemia, y basados en una concepción errónea de la identidad del Mesías. El nexo común entre ambas multitudes no se encuentra en la inconstancia del corazón humano, sino en la falta de conocimiento y adoración genuinos del humilde Mesías y Siervo sufriente.

4. No pase por alto el papel de las mujeres como testigos de Cristo resucitado.

El número y la identidad de las mujeres en las narraciones acerca de la resurrección pueden ser difíciles de determinar, razón por la cual hemos incluido un glosario a modo de guía en nuestro libro The Final Days of Jesus [Los últimos días de Jesús]. Uno de los detalles que pueden causar confusión, por ejemplo, es que al menos cuatro de las mujeres que aparecen en los relatos de los evangelios comparten el nombre de María: (1) María Magdalena; (2) María, la madre de Jesús; (3) María, la madre de Jacobo y José [en otras versiones pueden aparecer como Santiago y Juan, respectivamente]; y (4) María, la esposa de Cleofás (que puede haber sido el hermano de José de Nazaret). Además, están Juana (cuyo esposo, Cuza, era el jefe de la casa de Herodes Antipas) y Salomé (probablemente la madre de los apóstoles Santiago y Juan).

Esta Pascua, cuando comparta su sermón, no pase por alto el testimonio de las mujeres como un detalle incidental. En el siglo I, las mujeres ni siquiera podían testificar en un tribunal judío. El historiador Josefo dijo que incluso el testimonio de varias mujeres no era aceptable «por la ligereza y la osadía de su sexo». Celso, el crítico del cristianismo del siglo II, se burló de la idea de María Magdalena como supuesta testigo de la resurrección, y se refirió a ella como una «mujer histérica … engañada por … la brujería».

Estos detalles contextuales son importantes porque señalan dos verdades cruciales. En primer lugar, es un recordatorio teológico de que el reino del Mesías pone de cabeza el sistema del mundo. En esta cultura, Jesús afirmó radicalmente la plena dignidad de las mujeres y el valor vital de su testimonio. En segundo lugar, es un poderoso recordatorio apologético de la exactitud histórica de las narraciones de la resurrección. Si se tratara de «fábulas ingeniosamente inventadas» (2 Pedro 1:16, LBLA), las mujeres nunca habrían sido presentadas como los primeros testigos presenciales de Cristo resucitado.

5. No haga énfasis en el sufrimiento de Jesús hasta el punto de descuidar la gloria de la cruz en y a través de la resurrección.

Algunas tradiciones cristianas tienden a centrarse casi unilateralmente en el sufrimiento de Jesús en la cruz, en el dolor atroz que tuvo que soportar y en su humillación y separación de Dios. Podemos ver esto en representaciones cinematográficas como La Pasión de Cristo de Mel Gibson, la recreación católica romana de su camino a la crucifixión por la Vía Dolorosa en las estaciones del vía crucis, y en varios sermones que usted y yo hemos escuchado en las iglesias evangélicas a las que asistimos (por no mencionar muchos de nuestros himnos favoritos). Por supuesto, los cuatro Evangelios de la Biblia, especialmente Mateo, Marcos y Lucas, coinciden en que Jesús sufrió mucho por nosotros al dar su vida por nuestra salvación para que pudiéramos ser perdonados por nuestros pecados.

Sin embargo, hay otro aspecto de la historia de la Pascua. La mejor forma de resumirlo es la afirmación de Juan de que «sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1, LBLA). Al introducir, no solo la escena del lavatorio de los pies, sino todo su relato de la pasión, Juan escribe lo siguiente: «Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en Sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena» (13:3-4; cf. 14:28).

En otras palabras, Juan se esfuerza por mostrar que la cruz no fue un callejón sin salida, sino una estación en el camino de Jesús de vuelta a casa, al Padre. Por eso, al principio de la narración de la Crucifixión, toca una nota triunfal: ¡El Padre había entregado todas las cosas en las manos de Jesús, y este estaba en camino de vuelta a su gloria preexistente que disfrutaba con el Padre! (17:5, 24). Como dice el escritor del libro de Hebreos, Jesús «soportó la cruz, menospreciando la vergüenza» (12:2), «por el gozo puesto delante de Él» (énfasis añadido). En esta Pascua, asegurémonos de no omitir la parte de la «gloria» cuando contemos la historia del sufrimiento de Jesús. Sin duda, la Cruz fue gloriosa en sí misma al mostrar la perfecta obediencia de Jesús, el amor de Dios por la humanidad y la expiación sustitutiva de Dios-hombre por los pecadores. La obra terrenal de Jesús está ciertamente consumada (Juan 19:30, LBLA), pero su gloriosa obra de gobernar, reinar e interceder continúa hasta el día de hoy.

Andreas Köstenberger es Profesor Investigador del Nuevo Testamento y de Teología Bíblica en el Southeastern Baptist Theological Seminary en Wake Forest, Carolina del Norte. Justin Taylor es vicepresidente y editor general de libros en Crossway. Ambos escribieron The Final Days of Jesus: The Most Important Week of the Most Important Person Who Ever Lived (Crossway, 2014).

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Theology

Las Escrituras alimentan mi apetito francés

Hacer del lujo su deleite condujo a una mujer al festín de las Escrituras.

Fotografía por Klara Kulikova

Christianity Today April 8, 2022

Comino. Cilantro. Canela. Cardamomo. Chai. Chile. Los colores y los olores embelesaban mis sentidos mientras nuestros invitados atravesaban la puerta, trayendo a nuestro hogar francés mucho más que comida para compartir. Los habíamos invitado para un viaje culinario de lo más inusual, pidiéndole a cada invitado que trajera su platillo de comida casera favorito, para compartirlo en un banquete que se extendería por largas horas.

El festín llegó envuelto en todas las formas y colores de cerámica, hierro fundido, cristal y mimbre, pero ninguna vasija podía encerrar los aromas que se entretejían valientemente en el aire a nuestro alrededor como indicios de nuevos descubrimientos que esperaban ser probados.

La mesa estaba dispuesta y los alimentos al descubierto: tabulé libanés, chapati indio, mezze griego, paella española, curri tailandés, kimchi coreano, carne brasileña, pato confitado francés, tarta de queso al estilo Nueva York y tiramisú italiano. Yo incluso horneé cruasanes franceses para la ocasión.  

Nos sentamos alrededor de mi mantel informal a cuadros rojos y blancos con platos blancos de porcelana. Las flores del jardín que cortó mi marido añadían un festivo je ne sais quoi, símbolo del ambiente que disfrutaríamos durante las siguientes horas. Uno a uno, nuestros invitados presentaron sus ofrendas de amor, relatando historias personales y recuerdos favoritos, invitándonos a experimentar su cultura a través de nuestros cinco sentidos. El sabor de cada delicioso bocado era igualado únicamente por la extravagancia de las presentaciones y texturas, el placer de las risas suaves entremezcladas con la conversación ligera y la indescriptible fragancia de este menú excepcional. Durante un día entero nuestro hogar se convirtió en una cuna de culturas culinarias.

Observar a mis invitados interactuar con los inusuales manjares fue enriquecedor. Aunque algunos mantuvieron convenientemente cerca el tazón de patatas fritas con sal y pimienta, los más atrevidos descubrieron nuevas experiencias para sus papilas gustativas.

Observar a mis amigos cenar me inspiró y me llevó a preguntarme: ¿Qué sabores todavía no he encontrado que mejorarán mi viaje espiritual? ¿Me acerco a la Biblia esperando una explosión de novedades deliciosamente especiadas, o me satisfago con las mismas patatas fritas insípidas de siempre? ¿Miro a la iglesia universal a lo largo del tiempo y el espacio a fin de enriquecer mi experiencia de intimidad con mi precioso Señor, o me apego a lo que ya conozco? 

Soy francesa, lo que significa que estoy culturalmente predispuesta a amar la buena comida. También antes era una atea devota, lo cual significa que mi pasión y gratitud hacia Jesús le dan sabor a mi vida a cada instante. Y debido a que he vivido en tres continentes, en cuatro países, y he tenido seis profesiones diferentes, he aprendido a descifrar lenguajes y tradiciones para saborear la belleza cultural que me rodea.

Ahora, como francesa que vive en los Estados Unidos, sigo viviendo y ministrando interculturalmente. Esta experiencia global única me ha enseñado a acercarme a las Escrituras con la misma lente que me acerco al lenguaje, la comida, la cultura y las especias: he aprendido a acampar en la intersección de la cultura y la Escritura. Dios me desafió hace casi treinta años, cuando era una atea muy convencida, a que me atreviera a «probar y ver que Él es bueno». Desde entonces he saboreado que Dios es como el chocolate amargo: tan adictivo como bueno para ti. 

El Señor se reveló a mí por medio de las Escrituras y me mostró que Él es un conocedor de la cultura: tomó ese versículo relacionado con la comida («prueben y vean», Salmo 34:8) para desafiarme de un modo que mi corazón pudiera comprender.

Me encanta la palabra francesa para deleite: es la palabra délice. En francés solamente tenemos una palabra que significa tanto deleite como delicia. La belleza poética no se te puede escapar: en francés, Dios es al mismo tiempo un deleite y una delicia. Hablando en términos espirituales, cuando tratamos hacer la gloria de Dios nuestro deleite, también intentamos saborear su bondad. Por eso mi frase favorita es «Dios es nuestra gloria y délice».

Los franceses somos famosos por nuestra pasión por todo lo que sea hedonista y yo seré la primera en admitirlo: sin Cristo, hemos llevado las cosas por el mal camino. Pero permítanme que redima una minucia que es muy preciada para mi corazón francés: nuestra definición de lujo. En Estados Unidos, el lujo se puede definir por la abundancia o la calidad de aquello que se posee; en Francia nos gusta pensar en el lujo como «un festín para los cinco sentidos». Cuando tus cinco sentidos están implicados en una experiencia, ese momento es lujoso. Piensa en el primer mordisco a un cruasán de mantequilla tibio y crujiente: el olfato, la vista, el tacto, el gusto e incluso el oído están implicados. Eso es lujo.

El lujo espiritual es estar tan inmersos en nuestra relación con Dios que los cinco sentidos se vean involucrados. Es deleitarnos en Dios con todo nuestro corazón, mente, alma, fuerza y espíritu. Es tener más sed de Él que el ciervo que brama por las aguas o el niño que busca el abrazo de su madre. Dios les dijo a Jeremías y a Ezequiel que su Palabra es como la miel; me gustaría sugerir que también es como un cruasán francés. 

El cruasán es parte de nuestra rutina diaria en Francia, y me atrevería a decir que ningún lujo culinario está completo sin uno de ellos. Necesariamente acompaña mi café de la mañana —solo, sin azúcar— mientras tengo mi reunión matutina con Dios antes de que el sol se levante. Para mí, el lujo espiritual diario sabe a un buen café tostado francés. 

Desde el café de la mañana en adelante, planeo mi día intencionadamente para que permanezca libre de insípidas monotonías y para que, por el contrario, integre un cambio creativo. Aplico la misma diversidad a mi rutina espiritual, sacando cosas del especiero de las disciplinas espirituales tradicionales para que contrarresten la ranciedad que todos tememos. Nuestro especiero espiritual ofrece tal variedad que nunca deberíamos experimentar insipidez mientras buscamos cómo poner en práctica nuestra fe: memorización de las Escrituras, oración, estudio bíblico, escribir nuestras oraciones, actos de servicio, ayuno, alabanza, cantar, leer a autores inspiradores tanto del pasado como del presente. Las opciones sobreabundan.

Al igual que los variados componentes de aquella cena compartida, estos tarros de especias proporcionan diferentes texturas y sabores que cautivarán y desafiarán nuestra mente y nuestro corazón, invitándonos al lujo espiritual y cautivando la atención de nuestros cinco sentidos espirituales. Ellos nos enseñarán a amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, mente, alma, fuerza y espíritu.

Hay un elemento final del lujo espiritual que me lleva cada día aún más adentro del salón del trono con asombro y adoración: en Cristo, el éxito está garantizado. En otras palabras, cuando decido hacer de la gloria de Dios mi delicia diaria, me alineo con la voluntad de Dios para mí y, por lo tanto, me siento preparada para una vida satisfactoria, gratificante, deleitosa y exitosa. De la misma forma en que los invitados a mi cena no podían esperar nada más que éxito en sus presentaciones culinarias porque lo que estaban exponiendo era su propia identidad, deleitarse en Dios es el camino hacia —y el resultado de— una identidad bien cimentada en Él. Esta es la especia de la vida y el lujo espiritual definitivo. 

No puedo comunicarle adecuadamente al lector cuán incomparable que es un cruasán francés recién hecho sin darle uno para que lo pruebe. Del mismo modo, no podemos comprender lo que significa estar en asombro absoluto frente a Dios solo tratando de describirlo: es necesario experimentarlo. 

Como hija de Dios, he sido creada para deleitarme en su gloria cada día: ese es el máximo lujo espiritual y la definición verdadera del éxito. La experiencia será diferente para cada uno de nosotros, porque Dios es demasiado creativo como para hacer las cosas dos veces de la misma manera. Como a mi hija adolescente le gusta recordarme: los originales valen mucho más que las copias.

Y, en ese sentido, nuestra cena multicultural proveyó una probada del lujo espiritual eterno. Cada contribución fue realmente única en su tipo y juntas apuntaban hacia una realidad mayor que cada una de las partes: mucho más grande que lo que cada especia y sabor individual podrían haber conseguido jamás. Mientras entablamos conexiones alrededor de los sabores, los olores, las texturas, la contemplación y la risa, disfrutamos el compañerismo que cada lengua, tribu y nación pronto experimentarán en la eternidad. Deleitarnos en la gloria de Dios es el deseo más profundo del corazón humano y el banquete más satisfactorio que podremos disfrutar. Así pues, tomen una silla y únanse al banquete. Los esperamos.

Lo que los criminales de guerra rusos nos enseñan sobre excusar el mal

Todos los corazones humanos tienden a difuminar la línea entre el bien y el mal.

Personal policial y forense registran 58 cuerpos de civiles asesinados en la ciudad de Bucha, Ucrania y alrededores.

Personal policial y forense registran 58 cuerpos de civiles asesinados en la ciudad de Bucha, Ucrania y alrededores.

Christianity Today April 7, 2022
Chris McGrath / Getty

Esta pieza fue adaptada del boletín de Russell Moore. Suscríbase aquí [enlaces en inglés].

El mundo occidental dijo «nunca más» después de las cámaras de gas del Tercer Reich y, sin embargo, aquí estamos.

Las tropas rusas desplegadas por el criminal de guerra Vladímir Putin están cometiendo atrocidades en toda Ucrania, asesinando a civiles inocentes a sangre fría mientras pasan de la invasión a la ocupación y al intento de genocidio. Una de las razones por las que es difícil ver las imágenes de estos inocentes asesinados es porque la mayoría de las personas se pregunta: «¿Qué podemos hacer para detenerlo?».

Si bien los ucranianos han demostrado determinación y valor más allá de lo que nadie podría haber predicho, todos los informes coinciden en que todavía queda un largo camino por recorrer. Los crímenes de guerra continuarán.

Tal vez, de alguna manera, esta invasión se detenga rápidamente y los criminales de guerra rusos sean llevados ante la justicia en un juicio al estilo de Nuremberg, tal como lo ha pedido el presidente ucraniano Volodímir Zelenski.

Pero si esto no sucede, estos asesinatos y crímenes pueden seguir sin rendir cuentas durante mucho tiempo, tal vez incluso toda la vida. De hecho, estos criminales de guerra cuentan con eso.

El mundo debería observar lo que estos criminales están haciendo, llamarlo por lo que es, y hacerlos rendir cuentas cuando llegue el momento. Pero los cristianos en particular debemos observar y reconocer algo que a menudo queremos ignorar: cómo el corazón humano es capaz de justificar grandes males.

Los seres humanos son capaces de una depravación horrible. Esto lo sabemos. Los seres humanos, sin embargo, no son como animales salvajes o máquinas construidas. Tenemos conciencias que nos alertan acerca del tipo de personas en que nos estamos convirtiendo. Para llevar a cabo crímenes de esta magnitud, un soldado ruso debe aprender a silenciar esa conciencia de alguna manera o, cuando menos, a amordazarla.

Si bien es cierto que muy pocos —si es que alguno— de los que leen esto son culpables de crímenes de guerra, también es cierto que cada uno de nosotros ha luchado con su conciencia y, en muchas ocasiones, hemos elegido seguir el mismo camino, incluso cuando los pecados cometidos no sean tan atroces y lo que esté en juego no sea de tal magnitud.

Entonces, ¿cómo sucede esto?

Uno de los primeros pasos consiste en priorizar el poder sobre la moralidad. Una manera fácil de hacer esto es caracterizar la situación como una emergencia, que requiere dispensar las normas ordinarias de comportamiento. Todos los regímenes criminales han hecho esto, generalmente identificando chivos expiatorios, culpándolos de los males de las personas y enmarcando la situación como una amenaza existencial.

Actuar dentro de los límites de la conciencia se pinta como un lujo que uno solo se puede dar en tiempos que no son tan terribles como estos. Esto puede suceder incluso con situaciones que parecen moralmente no problemáticas. Podemos racionalizar que la misión es demasiado importante para que responsabilicemos al líder por el trato que le da a las personas.

En la iglesia, tal razonamiento podría decir: «¿Cómo podríamos perder el tiempo en estas sutilezas cuando las personas se van al infierno sin el evangelio?» En política, podría tomar la forma de: «Estas teorías sobre el buen carácter en el cargo o las normas constitucionales son buenas y todo eso. Pero entremos en el mundo real; estamos a punto de perder nuestro país». En tiempos de guerra, se puede enmarcar como: «Podemos escuchar sus dudas éticas acerca de la tortura más tarde; si no actuamos ahora, los terroristas nos destruirán». Y así.

Quienes cometen injusticias de cualquier tipo deben mentir para evadir la responsabilidad. Pero la forma más peligrosa de mentir no es la propaganda que la gente le da a las personas, sino las mentiras que se dicen a sí mismos para aquietar sus conciencias.

Nuevamente, esto puede suceder en asuntos que están muy lejos de ser crímenes de guerra. Las personas pueden aislar ciertas categorías de pecado y negarse a verlos como tales, colocando la culpa del pecado no en ellos mismos, sino en aquellos que lo etiquetarían como pecado.

Por ejemplo, uno puede definir el pecado simplemente en términos sociales: «Mientras no parezca que estoy lastimando a nadie más de manera pública, entonces ¿por qué es asunto de alguien más lo que hago en mi vida privada?» O se puede hacer lo contrario y definir el pecado como meramente personal, actuando como si las cuestiones de injusticia social no tuvieran consecuencias morales.

Así es como algunos predicadores estadounidenses, en la reunión de la Alianza Bautista Mundial en Berlín, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, pudieron excusar el autoritarismo y la demonización de los judíos por parte de la Alemania nazi. Esos eran solo problemas «sociales», argumentaron.

En cuanto a las cuestiones morales que realmente preocupaban a estos predicadores (las «personales»), algunos de ellos decían que el Reich podría enseñarle un par de cosas a su decadente nación norteamericana: Adolf Hitler no bebía ni fumaba. Y las mujeres vestían modestamente, no como en su país.

Leer los reportes a la luz de lo que estaba por venir es escalofriante. Y, sin embargo, oímos hablar del mismo tipo de maquinaciones todo el tiempo, a veces incluso dentro de nuestros propios corazones.

A veces, un mal es demasiado grande para ignorarlo por completo. La conciencia debe tenerlo en cuenta, pero lo hace proyectando ese mal sobre alguna otra persona o grupo. En lugar de lidiar con la acusación del propio sentido del bien y del mal, uno puede hacerle un corto circuito a la culpa al ubicarla en otra parte.

Así es como, por ejemplo, los criminales de guerra rusos (mientras llevan a cabo las mismas tácticas que llevaron a cabo las tropas de asalto nazis) pueden afirmar que están luchando para «desnazificar» a Ucrania.

Una vez más, esto no tiene que suceder en la enorme escala moral de la atrocidad geopolítica. Puede ver esto en su propia sala de descanso de trabajo o en el vestíbulo de la iglesia. Por ejemplo, se sorprendería de cuántos de los guerreros más estridentes en contra de la cultura actual, quienes acusan a sus compañeros cristianos de «ceder» en la lucha contra la «anarquía sexual», son adictos a la pornografía.

Nuestras conciencias funcionan dirigiendo nuestra psique hacia la máxima rendición de cuentas. El apóstol Pablo escribió que la conciencia da testimonio del día en que «…por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona» (Romanos 2:16). Uno no puede soportar el peso de esta verdad. O nos convencemos de que tal ajuste de cuentas nunca llegará, o encontramos alguna autoridad (tal vez incluso espiritual) que nos asegure que nunca seremos descubiertos.

El «carnicero de Bucha», un oficial ruso al mando de una unidad que masacró a civiles en Ucrania, fue supuestamente bendecido por un sacerdote ortodoxo ruso, justo antes de la espantosa misión en la que sus tropas dejaron los cuerpos de civiles inocentes en cementerios masivos o en las calles.

El «carnicero» supuestamente habló de su misión como una especie de guerra espiritual, en la que estaba luchando del lado de Dios. Y, por supuesto, este es solo un ejemplo de cómo la Iglesia Ortodoxa Rusa no solo es cómplice, sino que celebra los crímenes del régimen de Putin.

Nuevamente, esto tampoco es inusual. Cada rey malvado en la Biblia buscó profetas que le dijeran que sus acciones eran aprobadas por Dios. E incluso en la más pequeña de las transgresiones, con gran frecuencia lo primero que queremos hacer cuando cometemos un mal es encontrar alguna autoridad moral que nos diga que lo que estamos haciendo es correcto.

Quizás el paso más peligroso de todos es, sin embargo, cuando la conciencia se da por vencida y comienza a decir que “así es el mundo en que vivimos”. Pasa a decir que la depravación es realista, mientras que la moralidad no lo es. Podemos ver esto en la sonrisa satisfecha detrás de las palabras de Putin y en el carraspeo de sus defensores occidentales. Todo esto tiene sus raíces en la idea de que el día de la rendición de cuentas nunca llegará.

Y, sin embargo, lo hará.

Nacimos en este siglo, en este momento de la historia, y tenemos la responsabilidad de hacer todo lo posible para oponernos al asesinato y al genocidio de personas inocentes. Tenemos la responsabilidad de llamar al mal por lo que es.

También tenemos la responsabilidad de recibir advertencias: reconocer las formas en que nos disculpamos a nosotros mismos o nos tranquilizamos de la misma manera, aunque no en el mismo grado, que el criminal de guerra más vicioso.

Porque para nosotros, como para ellos, se acerca el Juicio Final.

Russell Moore lidera el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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News

Líder evangélico de Bucha busca la mano de Dios en medio de las atrocidades rusas

Con su hogar saqueado por soldados en retirada, Ivan Rusyn, presidente de un seminario en Ucrania describe el impacto espiritual de los cristianos que sirven en medio de la muerte y la devastación.

Personas caminando entre escombros y vehículos militares rusos en una calle en la ciudad de Bucha, Ucrania, el miércoles 6 de abril de 2022.

Personas caminando entre escombros y vehículos militares rusos en una calle en la ciudad de Bucha, Ucrania, el miércoles 6 de abril de 2022.

Christianity Today April 7, 2022
Chris McGrath / Staff / Getty

Las atrocidades son impactantes. Las autoridades ucranianas han dicho que 410 civiles fueron asesinados en los suburbios de Kyiv [Kiev] y sus cuerpos descubiertos hasta que las tropas rusas se retiraron de allí [enlaces en inglés]. Al menos dos fueron encontrados con las manos atadas y a algunos más les dispararon en la cabeza. Varios cuerpos fueron quemados. Un habitante dijo que los invasores eran amables y compartían sus raciones. Otros hablan del saqueo de apartamentos. Alguien fue atado a un poste y golpeado. Los soldados incluso le dispararon a un ciclista que se había bajado de su bicicleta para dar la vuelta a pie.

Pudo haber sido Ivan Rusyn, el presidente del Seminario Evangélico Teológico Ucraniano que ha estado coordinando la ayuda desde una casa segura en Kyiv. Al viajar en bicicleta hasta Bucha (ahora bajo control ruso), para entregar medicina a un vecino, fue testigo de las atrocidades.

Rusia ha dicho que las imágenes son falsas, pero hay evidencia satelital que lo contradice. Christianity Today entrevistó a Rusyn para escuchar un recuento de primera mano. Él habló del impacto espiritual, de convertirse en una iglesia más auténtica, y de cómo los evangélicos han estado ayudando en los suburbios —donde él ha vivido los últimos ocho años—.

Esta entrevista fue realizada el 7 de abril de 2022.

Cuéntame de tu vecindario.

Si buscas Bucha en Google Maps, yo vivo en uno de los cinco condominios enfrente de Toscana Grill. Es un restaurante caro, pero he comido algunas veces ahí. Corro en el parque municipal casi a diario y los sábados me acompañan mis amigos. El seminario en Kyiv está a casi diez kilómetros de distancia y me toma unos veinticinco minutos conducir hasta allí si hay tráfico.

Me percaté de que Google dice que ahora tomaría una hora y media.

El puente fue destruido en el segundo día de guerra. Helicópteros rusos y soldados aterrizaron primero en el aeropuerto de Hostómel, a unos cinco kilómetros de nuestra casa. Hubo un combate muy intenso y me refugié en mi sótano por cinco días. Luego fui al seminario, siguiendo la ruta de Google Maps que rodea Kyiv hacia el noroeste. Después de dos días evacuamos y me puse en camino a una casa segura en la ciudad.

Ahora, cuando traemos comida y provisiones a Bucha, Irpin y Hostómel, vemos muchos tanques rusos destruidos. El puente aún no está en operaciones, pero puedes cruzarlo con cuidado en minibús. Es peligroso, pero si vas despacio el recorrido ahora toma una hora.

¿Cuándo regresaste?

El 3 de abril. Nos acompañó la policía porque teníamos una larga caravana de autobuses llenos de provisiones y porque íbamos a evacuar a ciudadanos. Fue el mismo día que el presidente (Volodímir) Zelenski estuvo en Bucha.

Pero antes de esa visita, yo ya había ido en otra ocasión en bicicleta. Mis vecinos se refugiaban en su sótano, no había manera de contactarlos y la ruta de evacuación apenas se estaba preparando. También necesitaban medicina. En ese momento, Irpin aún estaba bajo control de Ucrania, así que pasé por sus puestos de control militar allí, pero no me permitieron pasar a Bucha, ocupada por Rusia.

Entonces fui a un arroyo cercano que era poco profundo, y usé mi bicicleta y un pequeño árbol para mantener el equilibrio en el agua. Vi los cuerpos de civiles y militares. Vi gente cargando a niños en sus hombros con sus manos alzadas. Vi gente mayor tratando de huir.

Y cuando vi a los soldados rusos, me tuve que ocultar. En cierto momento me sentí atrapado en un edificio bombardeado y tuve miedo de tener que pasar ahí la noche. Pero me moví lo más posible por calles pequeñas, evitando las principales.

Cuando llegué, les fue muy difícil salir a mis vecinos, tenían mucho miedo.

El presidente del Seminario Evangélico Teológico Ucraniano, Ivan Rusyn (centro), en Hostómel, Ucrania.Cortesía de Ivan Rusyn.
El presidente del Seminario Evangélico Teológico Ucraniano, Ivan Rusyn (centro), en Hostómel, Ucrania.

¿Cómo fue cuando regresaste en estado de paz?

La primera vez, mi departamento no tenía electricidad, pero todo lo demás estaba bien. La segunda vez, habían forzado las puertas. Me robaron y encontré ahí el abrigo de un soldado ruso. Pero no solo robaron, rompieron la televisión, el monitor de mi computadora y otros aparatos.

Mi vecina, Nina Petrova, me dijo que los soldados rusos fueron a su apartamento y le apuntaron a la cabeza con un arma, forzándola a mostrarles todo lo que tenía de valor. Cada departamento había sido saqueado. En algunos, apuñalaron los retratos familiares.

Tuve una reacción psicológica interesante que otros ya han descrito. Ya que un enemigo, un asesino, entró a mi apartamento, siento que ya no es mío. No me importan las cosas que perdí; yo tengo paz en mi corazón. Pero lo más difícil de todo es aceptar que hubo soldados rusos caminando por mi hogar.

¿Cómo es encontrar un cuerpo en la calle?

Lo último en lo que piensas es en tomar fotos. Y no te detienes a examinar quién es. Pero he descubierto que en una situación tan estresante puedo hacer algo. Cuando regreso a nuestra base, cuando veo las fotos y leo los reportes, no sé si está bien decir esto, pero muchos de nosotros lloramos todas las tardes.

Pero cuando regreso a Bucha estoy bien.

Hace dos días visitamos Hostómel y todo había sido destruido. Luego la gente empezó a aparecer, uno por uno, sucios. Una señora se me acercó y noté sus manos. Ella dijo que estaban cocinando con leña. Su esposo fue asesinado, y ella lo enterró justo a la entrada de su departamento.

Luego, ella abrazó a mi colega.

Escuché al menos quince historias de personas que habían sepultado a sus seres queridos. Ayer evacuamos a dos señoras. Una había enterrado a su esposo en el patio. Otra, de edad avanzada, se había estado quedando en un apartamento sin ventanas, muy frío. No tenía agua ni electricidad. Nada. Una mujer le había estado llevando comida y nos preguntó si podíamos ayudarla.

Hay miles de personas como ella. Los jóvenes son más creativos y pueden evacuar. Las personas mayores no tienen a dónde ir. Me han dicho que han pasado por un infierno.

Cruces colocadas en una fosa común cerca de una iglesia en Bucha, Ucrania, el lunes 4 de abril de 2022.Anastasia Vlasova / Stringer / Getty
Cruces colocadas en una fosa común cerca de una iglesia en Bucha, Ucrania, el lunes 4 de abril de 2022.

¿Ha habido bajas entre los evangélicos?

Uno de nuestros graduados fue arrestado, y todavía no sabemos dónde está. Pero su yerno, quien fue capturado al mismo tiempo, fue encontrado en una fosa común en Motyzhyn. Ayer fue el funeral, con un entierro apropiado.

El decano del seminario también fue encontrado sin vida. Le dispararon y su cuerpo estuvo en la calle por varios días, junto a un amigo suyo.

Estas son personas a quienes conocimos personalmente.

En los primeros días de la guerra tú dijiste que orar: «Dios, rompe los huesos de mi enemigo» era tan santo como decir «Aleluya». Ahora que has experimentado tantas atrocidades, ¿cómo ha sido tu jornada espiritual?

En el momento pude decirlo con mucha claridad. Pero en los últimos 43 días, se ha profundizado. Nuestras emociones no son tan fuertes. Hablamos más lento y calmado. Tal vez los profesionales dirían que estamos heridos psicológicamente. Tratamos de decir que estamos bien (sonríe), pero el coraje y el dolor están ahí, en lo más profundo de nuestra identidad.

No sé cómo expresarlo, incluso en ucraniano. Es como estar congelado. Es destructivo. Es estar pensando una y otra vez en el sufrimiento vivido. Permanece en ti y me temo que no se irá pronto.

Todavía creo en lo que dije. Mi clamor a Dios en forma de susurro es que intervenga.

¿Cómo ha afectado todo esto las relaciones con los rusos evangélicos?

Ésta guerra no fue provocada por Ucrania. No oro por los rusos. Bueno, en contadas ocasiones. Los últimos años creamos un patrón con ellos. Tratamos de adaptarnos. ¿No entiendes ucraniano? De acuerdo, hablaremos en ruso, no hay problema. ¿No te gustan los reportes de Dombás? Okay, nos callaremos.

Pero, ¿por qué tenemos que callarnos?

Ahora estamos escuchando las mismas voces de nuevo. La situación no es clara. Esas fotos nos perjudican. ¿Por qué deberíamos callarnos? Sentimos que están tratando de enseñarnos a perdonar, pero no nos quieren escuchar. Solo algunas personas se han acercado a mí.

Entiendo que los cristianos rusos no van a ir a la Plaza Roja a protestar, y no necesitamos que lo hagan. Pero podrían enviarnos un mensaje, tal vez encriptado. No podemos ayudarlos aquí en Rusia, pero estamos con ustedes. Estamos en contra de la guerra.

¿Cuál ha sido el impacto en la educación en los seminarios?

Seguiremos de la mejor forma posible. Pero a veces deseo reflexionar teológicamente y otras, no deseo hacerlo para nada. Pero creo que después de esto saldremos más fuertes.

No. No más fuertes. Más auténticos.

Claro que tenemos mucho por compartir. Pero nuestra autenticidad se expresará en nuestra habilidad para escuchar, en demostrar simpatía sin palabras. Mi collar ayuda. La gente ve que soy pastor y tenemos cruces rojas en nuestros autobuses.

El seminario estará un poco menos activo en cuanto a pláticas y conferencias, pero serviremos a nuestra comunidad con nuestra presencia. He recibido más abrazos de extraños durante estos 43 días que en los últimos cinco años de parte de todos mis familiares.

Estamos desarrollando un ministerio de consejería en nuestro departamento de Psicología. El trauma está en todos lados y muchos cristianos quieren ayudar. Tienen la mejor de las intenciones, pero atender a los heridos sin experiencia solo empeoraría las cosas.

Mi cristianismo, mi teología de misión está cambiando. Estamos celebrando la comunión cada semana al aire libre, experimentando la presencia de Dios y la solidaridad con extraños y soldados. Hay cientos y miles de iglesias sirviendo activamente, y el cristianismo evangélico se volverá más y más una parte de nuestra sociedad.

Dices que a veces te alejas de la teología. ¿Has batallado con Dios?

He sido cristiano por largo tiempo y he estado en la educación teológica por muchos años. Hubo ocasiones en las que tuve dudas sobre Dios, y claro, tengo dudas ahora.

Antes de la guerra, mi esposa y yo leímos sobre el holocausto. El libro de Elie Wiesel. Visitamos museos en Kyiv [Kiev] y el sitio de la masacre en Babi Yar. Tal vez suene académico, pero no lo es. No sé cómo explicarlo, pero a veces escuchas la voz de Dios en su silencio. Es contradictorio, pero en su ausencia, siento su presencia.

Puedo decir con honestidad que para mí no hay duda acerca de la existencia de Dios. Una vez tuve una crisis epistemológica, cuando inicié mi jornada en la teología. Sin embargo, en medio de esta guerra, no he dudado nunca de la existencia de Dios.

¿Dudas de que te ama?

Creo que sí. No lo he pensado de esa manera. Tal vez no he tenido tiempo.

Le explico a nuestros estudiantes que las acciones de Dios son más claras cuando las vemos en retrospectiva. Creo que Ucrania será una gran nación, y bendecirá a muchas otras. Nuestra unidad, solidaridad y generosidad —con personas a las que no conocemos— es impresionante. Espero que podamos ver Su lógica después, pero justo ahora, el precio es muy alto.

La Federación Rusa está destruyendo nuestra nación. No nos importan los edificios. Pero ellos consideran que nuestros valores son una amenaza. Le pido a la comunidad global que siga apoyando a Ucrania. No solo con ayuda humanitaria, sino también con ayuda política y militar si es posible.

Estamos luchando contra un gigante.

Quiero decir que veo la mano de Dios en acción. Aquí en la casa segura, puedo decirlo. Pero cuando vuelva mañana a Bucha, ¿puedo decirle lo mismo a esa anciana? ¿Le puedo decir que Dios está obrando en su vida? Teológicamente, creó que lo está haciendo. Pero, en medio de tal sufrimiento, no tengo la fuerza para decirlo.

Traducción por Hilda Moreno Bonilla

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Church Life

Eusebio ora a petición del presidente

Cómo una respuesta astuta forjó el camino hacia una mayor influencia.

Fotografía de Alex Azabache

Christianity Today April 7, 2022

Los nombres de esta historia se han cambiado para proteger a la comunidad

Eusebio Quispe se sintió fuera de lugar y sumamente incómodo. El aymara del altiplano andino estaba sentado en un banquete junto con alcaldes y concejales de todo el gran estado boliviano de La Paz. También estaba presente el hombre que había solicitado la reunión: Evo Morales, entonces presidente de Bolivia. Como primer jefe de estado indígena de la nación sudamericana, Morales inspiraba el respeto y el temor de todos los pueblos nativos del altiplano, los valles y las selvas.

Mientras se servía la sopa, el primer tiempo del banquete, Morales —un aymara— dijo en voz alta, un poco a tono de broma: «¿No deberíamos orar? ¿No hay cristianos en este grupo?».

Algunas personas se rieron titubeantes, pero un alcalde señaló directamente a Eusebio y dijo: «¡Ahí está tu hombre!».

Eusebio sintió pánico. Aun así, sabía lo que tenía que hacer. Se levantó…

Los aymaras han tenido una presencia importante en Bolivia y Perú, su país vecino, durante más de un milenio. En la actualidad, unos 2.5 millones de aymaras se reparten por el escarpado altiplano, a unos 12 000 pies [3000 m] sobre el nivel del mar.

Tras la llegada de los primeros misioneros protestantes que permanecieron en el país a principios del siglo XX, los aymaras se mostraron receptivos a las Buenas Nuevas. Los misioneros cuáqueros llegaron por primera vez en la década de 1930 y empezaron a predicar y a formar iglesias entre los aymaras. En la actualidad, la rama de la Iglesia Los Amigos, a la que Eusebio pertenece, cuenta con unas 200 congregaciones aymaras.

Los misioneros del grupo The Friends [Los amigos] reconocieron hace décadas que la iglesia boliviana era independiente y que ya no necesitaba una presencia extranjera, así que se marcharon.

La iglesia aymara sigue siendo fuerte. Bolivia tiene ahora el segundo mayor número de cuáqueros del continente americano, solo después de Estados Unidos. Pero, ciertamente, no está exenta de conflictos. Algunos se derivan de la naturaleza de ser aymara, que es ampliamente reconocida en la sociedad boliviana como una cultura de conflicto. Y otros se derivan del impacto temprano de los misioneros.

Los primeros misioneros estadounidenses llegaron a Bolivia tras el vibrante movimiento de avivamiento metodista de Estados Unidos, y trajeron consigo sus doctrinas y normas de comportamiento. La cultura aymara favorece la formalidad, las normas y los procedimientos establecidos, lo que desde el principio favoreció que asimilaran bien esta fe importada.

Aunque la mayoría de estos énfasis fueron positivos y produjeron el fruto de una iglesia creciente, algunos resultaron problemáticos. Entre ellos estaba la enseñanza de que los cristianos deben separarse del mundo, una doctrina verdadera desde el punto de vista teológico, pero que puede convertirse en falsa cuando se lleva al extremo.

Los aymaras tienen una cultura comunitaria, en la que tanto la comunidad como la familia extensa desempeñan un papel importante. Cuando un niño aymara llega a la edad adulta, entra en una red de obligaciones comunitarias. Estas oportunidades de servicio de un año de duración continúan surgiendo a medida que un aymara progresa a lo largo de la vida.

El problema para los cristianos aymaras es que las obligaciones de su cultura incluyen numerosas fiestas en las que se espera que practiquen actos rituales y borracheras. Un buen líder se encarga de suministrar el licor para la reunión. Además, estos tiempos de servicio requieren la participación en sacrificios animistas a los espíritus que, según se cree, protegen a la comunidad.

Debido a estos aspectos dudosos, las primeras enseñanzas protestantes exigían que los cristianos aymaras rechazaran por completo su servicio comunitario. Esto produjo una grave tensión entre la iglesia y la comunidad.

A lo largo de los años, los individuos de las denominaciones evangélicas han respondido a esta tensión de diferentes maneras. Algunos creyentes se han negado completamente a participar; de ellos, algunos han sufrido persecución, incluida la pérdida de propiedades. Muchos otros han anunciado que se retirarán de la iglesia durante sus años de servicio para poder cumplir con todas sus obligaciones. Algunos de ellos regresan a la iglesia cuando concluyen esos años, se confiesan públicamente, reciben el perdón y se reintegran a su congregación. Otros, no vuelven nunca.

Y luego están los creyentes que toman el camino difícil, quienes se las arreglan tanto para servir a sus comunidades como para mantener su testimonio cristiano. Eusebio es uno de ellos.

Eusebio es miembro de la Iglesia Los Amigos de Ch’ojasivi en el altiplano. De joven, poco después de su conversión en 1975, se trasladó a La Paz para asistir a una escuela bíblica con la esperanza de convertirse en pastor. Después de graduarse, se casó y volvió a su comunidad, sirviendo unos años como pastor de su iglesia.

Cuando Eusebio decidió cumplir con su tiempo obligatorio de responsabilidad comunitaria, le pidió a los miembros de su congregación que lo apoyaran y oraran por él, y les dijo que estaba determinado a no comprometer sus creencias.

Durante ese primer año, descubrió que podía aplicar a su nueva función las habilidades administrativas que había aprendido en la escuela bíblica (por ejemplo, la importancia de hacer las cosas con cuidado y en orden, seguir las normas y reglamentos establecidos, apegarse a una cuidadosa contabilidad financiera, etc.). Esto contrastaba con la forma en que los líderes anteriores habían llevado a cabo estas tareas. Otros líderes de la comunidad se dieron cuenta de ello y le brindaron su aprobación. 

Su trabajo marcó la diferencia y Eusebio descubrió una nueva vocación de servicio a su comunidad. Continuó voluntariamente año tras año, desempeñando diferentes funciones, ascendiendo en la escala de responsabilidades hasta convertirse finalmente en líder a nivel provincial. En el momento de mi entrevista con él en 2018, había dedicado más de 30 años a este tipo de servicio.

Dado que el trabajo comunitario exige tanto tiempo, Eusebio consideró necesario renunciar a sus funciones de liderazgo en la iglesia, incluido su pastorado. Sin embargo, su iglesia reafirmó su vocación y siguió brindándole apoyo, a diferencia de muchas congregaciones de otros pueblos. Eusebio ha sido capaz de mantener una asistencia fiel al culto. Comenzó la práctica de venir todos los domingos a las 5 de la mañana para orar hasta que comenzara el servicio. A veces otros se unían a él, pero a menudo oraba solo.

Eusebio mantuvo su compromiso con un fuerte testimonio cristiano durante su servicio comunitario, una tarea nada fácil dadas las expectativas y presiones. Desde el principio, Eusebio hizo saber que era un cristiano evangélico, que no era rico y que no podía destinar mucho dinero a patrocinar las fiestas; también les informó que no bebería ni compraría alcohol para las mismas. Una vez, cuando le tocó el turno de patrocinar una fiesta, se negó a hacerlo pero, a cambio, ofreció una comida para toda la comunidad después de la reunión, alternativa que resultó mucho más costosa, pero que fue ampliamente apreciada por la comunidad. 

Puesto que nunca estuvo dispuesto a ceder y gracias a su compromiso con el trabajo duro y la honestidad, Eusebio es respetado en su pueblo y la región circundante, y a menudo le piden que ore al principio de las reuniones y eventos. Entre las contribuciones tangibles que ha hecho a Ch’ojasivi figuran la construcción de una clínica y una estación de policía, la colaboración con un comité de reforestación para crear un vivero y su trabajo como profesor de música en un instituto de bachillerato durante cuatro años.

En el banquete con los alcaldes de las provincias y el presidente, después de que Eusebio oró por los alimentos, Morales entabló una conversación con él y le preguntó a su compañero aymara desde cuándo era cristiano. Morales le compartió que su abuela lo llevaba a una iglesia bautista cuando era niño. Morales recordaba especialmente “He decidido seguir a Cristo” como una canción que le gustaba cantar de niño. Cuando el camarero sirvió las bebidas, Morales pidió que a Eusebio le sirvieran una soda.

El testimonio de Eusebio no es solo uno de negación —es decir, el rechazo a beber alcohol, a participar en fiestas paganas o a llevar ofrendas a los espíritus—, sino un compromiso de servir con honestidad e integridad, aportando lo mejor de su educación y sus capacidades para mejorar la vida en su comunidad.

Le interesa profundamente que la iglesia le enseñe a los jóvenes formas positivas de cumplir con sus responsabilidades comunitarias. Eusebio se une a un buen número de otros teólogos y líderes cristianos aymaras que están reconociendo la naturaleza integral del evangelio, quienes, junto con la predicación de la palabra de Jesús y el establecimiento de iglesias, la atención a los pobres y el servicio a sus comunidades, son también parte del avance del reino de Dios en la tierra.

Church Life

El mayor error que la iglesia puede cometer

Cómo las restricciones del gobierno trajeron un avivamiento a Argelia.

Fotografía por Daoud Abismail

Christianity Today April 7, 2022

La sala se quedó en silencio. El pastor Rachid Seighir se enderezó, esperando el veredicto sobre su última apelación.

Su librería en la ciudad de Orán, Argelia, llevaba cerrada desde 2017, cuando la policía confiscó su equipo de impresión. En aquel momento se le acusó de imprimir y distribuir literatura cristiana. Aunque el juez había dictaminado en su favor y se le devolvió el equipo, no había conseguido reabrir su tienda. En 2021, la acusación resurgió. Alguien había deslizado un documento con los cargos por debajo de la puerta de la iglesia que Rachid pastoreaba. Tendría que pagar una multa y cumplir una sentencia de dos años de prisión. Además, su iglesia quedaba clausurada a partir de ese momento por orden del gobierno argelino.

El mundo de Rachid colgaba de un hilo. Con un breve ademán, el juez pronunció el veredicto de una multa y la suspensión temporal de la sentencia de cárcel. Rachid soltó un largo suspiro de alivio y dejó la sala profundamente agradecido por estar dirigiéndose a su casa con su esposa y sus dos hijos adolescentes en vez de a prisión.

Con hermanos y hermanas sosteniéndolo en oración alrededor de todo el mundo, Rachid va a continuar apelando la acusación de ser necesario, pero no ha sido la primera vez que ha sido llevado a juicio. Confrontado con la posibilidad de perder su libertad, Rachid comprendió el costo de compartir activamente el amor de Dios en su país.

En octubre de 2017, algunos años antes de la audiencia de apelación de Rachid y antes de que el gobierno ordenara duras restricciones sobre las reuniones de iglesia, los seguidores de Jesús argelinos de las afueras de la ciudad costera de Orán se enfrentaron a un sello rojo de cera que cubría la cerradura y goteaba sobre el pomo de la puerta de La Casa de la Esperanza, una importante iglesia protestante y centro ministerial. Según una orden del gobernador de Orán, todas las actividades y reuniones debían cesar inmediatamente en La Casa de la Esperanza y en muchas otras iglesias repartidas por el país. 

En septiembre de 2018 los creyentes de Argelia, unidos bajo la Iglesia Protestante Argelina (EPA), se organizaron para llevar a cabo un año entero de oración y ayuno constante. Los dos años siguientes trajeron más problemas: más cierres de iglesias, más presión sobre quienes alquilaban espacios a los cristianos, más persecución hacia los creyentes individuales y sentencias de prisión para aquellos acusados de proselitismo. Entonces llegó la pandemia y esta le dio al gobierno argelino una razón más para suprimir las reuniones de los creyentes protestantes. 

El pastor Youssef Ourahmane, vicepresidente de la EPA y su esposa, Hie Tee, son pioneros en la capacitación para misiones y el movimiento discipular en Argelia, así como fundadores de La Casa de la Esperanza. Consideran las últimas formas de persecución «algo normal», dicen. «Seguimos adelante porque tenemos que continuar estando firmes y permitir que el Señor pelee por nosotros».

Los Ourahmane hablaron conmigo por teléfono desde su hogar en el sur de España, donde esperaban a causa de las restricciones de viaje. Mantenían un apartamento en Argelia, el cual, junto con La Casa de la Esperanza, fue sellado en los primeros días de cierres de iglesias. «Convertimos una ventana en puerta», dice Hie Tee. «El Señor nos dio la valentía y la paz para hacer lo que necesitábamos hacer».

La persecución, por supuesto, no es nada nuevo para el cristianismo. A Jesús mismo lo maldijeron, criticaron, condenaron y en última instancia crucificaron: antes de levantarse de los muertos y dar paso a la esperanza, la paz y la seguridad del amor de Dios que los creyentes afirman hoy. A pesar de enfrentarse a amenazas y ataques físicos, Hie Tee dice: «Los discípulos también continuaron compartiendo el evangelio, y esto no se ha detenido desde entonces. Del mismo modo, nosotros solo seguimos adelante, confiando en la protección de Dios, su gracia, su fuerza y su Espíritu Santo que nos capacitan. A Él sea la gloria».

Youssef asiente. «El mayor error que puede cometer la iglesia es ceder ante el miedo», particularmente en Medio Oriente y el norte de África, donde los seguidores de Jesús a menudo se enfrentan a la violencia social y a la persecución por su fe. «Muchas iglesias han cedido ante el miedo», cuenta él, «y no han hecho lo que Dios les ha pedido que hagan». 

Khaled Hamoud

Antes de las severas medidas del gobierno contra las reuniones cristianas, los adoradores de una de las iglesias más grandes situadas entre las montañas nevadas de Cabilia —el lugar de nacimiento del avivamiento argelino— solían llegar con una hora de antelación a los servicios para asegurarse de encontrar asientos. Los creyentes se reunían en silencio y se preparaban para adorar a Dios y recibir la presencia del Espíritu Santo. Normalmente, los servicios se extendían durante tres horas. Después, la gente seguía sin querer marcharse, así que se quedaban y socializaban.

Desde las primeras conversiones en la región en 1981, cuando cerca de treinta jóvenes decidieron seguir a Jesús durante un torneo de fútbol, la luz de Cristo ha dado vida a cientos de miles de argelinos, y a innumerables iglesias y grupos en casa. La iglesia novicia, aunque reconocida por el gobierno, ha atraído la persecución desde su concepción. Al igual que Rachid, los primeros creyentes argelinos memorizaban versículos sobre cómo superar el miedo, en plena conciencia de que podían perder sus hogares e incluso sus vidas por decidir seguir a Jesús. 

Las restricciones para acceder a las iglesias y a lugares como el Centro Emmanuel, un gran núcleo de formación misional en Cabilia, también han impactado las capacitaciones en materia de evangelización. Youssef y Hie Tee habían soñado con enviar a mil creyentes argelinos a compartir el amor de Dios por otros países para 2025. «Debido al cierre de la iglesia, hemos aprendido una lección de humildad de muchas maneras», dice Hie Tee. El discipulado y la formación han perseverado, aunque a menor escala. «El gran cambió por el que vamos a orar es que, a través de todo esto, dentro de la iglesia de Cristo en Argelia haya personas que sientan el llamado a las misiones», dice ella. «Dios está en control, y Dios está purificando la iglesia y haciendo que la gente lo busque». 

Al permanecer firme, la iglesia argelina se ha convertido en un ejemplo para otros cristianos en la región, especialmente para aquellos de trasfondo musulmán. Los creyentes argelinos son «todos convertidos del islam, pero no tienen miedo; están resistiendo», dice Youssef. «No solo están dispuestos a creer, sino que también están dispuestos a sufrir». 

Ese sufrimiento también ha cosechado el apoyo internacional. Líderes de Estados Unidos, Francia y Suiza han intervenido a favor de los creyentes argelinos. Debido a la persecución, el mundo ha aprendido más acerca de las circunstancias y la valentía de la iglesia argelina.

Y aunque los cristianos de Argelia siguen teniendo prohibido reunirse en grupos grandes en edificios de iglesia, siguen esparciendo el evangelio en línea por medio de extensos ministerios en las redes sociales y programas de televisión por internet que se difunden en árabe, cabilio y francés. 

Reunirse es un regalo, pero incluso cuando está prohibido, Dios sigue obrando. «Aun en medio de todo esto», dice Youssef, «la gente sigue viniendo a la fe».

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