El arrepentimiento hecho posible

Una lectura de Adviento para el 8 de diciembre.

Christianity Today December 8, 2021

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Segunda semana de Adviento: Pecado y redención


Juan el Bautista desempeñó un papel crucial en la preparación del pueblo para la venida del Mesías. Esta semana consideramos lo que dicen las Escrituras sobre el propósito de Juan. Reflexionamos acerca de cómo sus enseñanzas sobre el pecado y el arrepentimiento pueden hablar a nuestras propias vidas como discípulos de Cristo.

Lea Lucas 3:1-6

Somos tentados a imaginar el mundo antiguo de la Biblia como algo mucho más extraño y desconocido que familiar.

En frases como: «En el año quince del reinado de Tiberio César» (Lucas 3:1), nos parece que podemos oír el parloteo de nuestro profesor de Historia en la escuela. Pero el evangelio de Lucas nos presenta un mundo reconocible. Un mundo en el que reinaba la sed de poder, celebridad y riqueza. En ese mundo, el poder político hacía el derecho. En el año 19 d.C., por ejemplo, Tiberio César exilió a la comunidad judía de Roma solo porque le dio la gana. En ese mundo, las lealtades religiosas estaban corrompidas por las concesiones políticas. Los arqueólogos creen haber encontrado la casa de Caifás, con sus múltiples pisos, instalaciones de agua y suelos de mosaico, lo cual atestigua la complicidad del sumo sacerdote con el partido gobernante. Al igual que el nuestro, ese mundo esperaba ser rescatado.

Es posible que Juan el Bautista haya sido miembro de una de las pequeñas comunidades de santidad que huyeron de Jerusalén a causa de la corrupción. Desde el desierto, Juan predicó su «bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados» (v. 3) y anunció un fuerte grito de salvación (v. 6). Como precursor de Jesús, Juan estaba abriendo un camino para que la gente viera aquello que Roma, a pesar de sus promesas, nunca podría proporcionar.

Para la mente judía, el arrepentimiento era un medio para restaurar la bendición de Dios. Aunque el arrepentimiento le recordaba a la gente su pecado, era, a pesar de todo, una buena noticia. Esto lo vemos claramente en el Libro de Deuteronomio. Cuando Moisés repitió los términos del pacto que Dios hizo con Israel, le recordó al pueblo de Dios que el pecado siempre sería su ruina. Dijo que, para su propio riesgo, «… se cree bueno y piensa: “Todo me saldrá bien, aunque persista yo en hacer lo que me plazca”» (29:19, NVI). Sin embargo, a pesar del placer que la gente pueda pensar que el pecado le proporciona, este siempre es causa de una eventual catástrofe, tal como lo aprendió Israel por las malas.

El arrepentimiento es un llamado a dejar el pecado y volverse hacia Dios. En otras palabras, el arrepentimiento es un llamado a dejar de dañarse a sí mismo y volverse hacia la autopreservación. El arrepentimiento es una medida para salvar la vida.

Pero como nos recuerda el mensaje de Juan el Bautista, este giro solo es posible porque Dios envió una «palabra… a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lucas 3:2, NBLA). El anuncio de la buena noticia es que Dios mismo ha preparado el camino para que el pueblo de Dios vuelva a Él. Durante el Adviento, recordamos que el arrepentimiento es posible porque el Verbo era Dios y Dios lo envió a hablar, a servir y a salvar.

Jen Pollock Michel es escritora, presentadora de podcasts y conferencista que vive en Toronto. Es autora de cuatro libros, entre ellos A Habit Called Faith y Surprised by Paradox.

Reflexione sobre Lucas 3:1-6.

¿De qué manera el énfasis que hacía Juan el Bautista en el arrepentimiento es esencial para preparar el camino de Jesús? ¿Cuándo ha experimentado el arrepentimiento como «una medida de salvación»? Pídale a Dios en oración que profundice su comprensión y puesta en práctica del arrepentimiento.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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El Hijo resucitado

Una lectura de Adviento para el 7 de diciembre.

Christianity Today December 7, 2021

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Segunda semana de Adviento: Pecado y redención


Juan el Bautista desempeñó un papel crucial en la preparación del pueblo para la venida del Mesías. Esta semana consideramos lo que dicen las Escrituras sobre el propósito de Juan. Reflexionamos acerca de cómo sus enseñanzas sobre el pecado y el arrepentimiento pueden hablar a nuestras propias vidas como discípulos de Cristo.

Lea Lucas 1:67-79

En mi denominación, oramos las palabras del cántico de Zacarías cada día durante el servicio de oración matutina. Al comenzar el nuevo día, decimos o cantamos: «La Aurora nos visitará desde lo alto, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pies en el camino de paz» (vv. 78-79, LBLA).

Cualquiera que haya hecho el esfuerzo de levantarse temprano y subir a una colina o a una torre para contemplar la corona ardiente del sol aparecer y convertirse en una esfera brillante y refulgente en el horizonte, sabrá lo fácil que es considerar un amanecer como una metáfora de esperanza. El sol naciente dice: «Sea lo que sea que pasó ayer, ahora comienza un día de nuevas posibilidades. Hay vida más allá de la oscuridad y paz más allá de la lucha».

Tal vez el uso más famoso de la metáfora proviene del profeta Malaquías del Antiguo Testamento, que imagina al sol como un pájaro pacífico cuyo vuelo extiende misericordia sobre aquellos que miran hacia arriba para verlo. En la memorable paráfrasis de Eugene Peterson, Malaquías 4:2 dice: «¡Pero ustedes verán el amanecer! El sol de justicia amanecerá sobre los que honran mi nombre, irradiando sanidad desde sus alas» (MSG) [traducción propia].

Lo que esperamos cuando decimos estas palabras mañana tras mañana es que la cálida luz del sol simplemente nos recuerde la luz de Dios que brilla en nuestros corazones con una gracia renovada para el día que tenemos por delante (2 Corintios 4:6).

Sin embargo, una de las cosas que siempre me resulta un poco discordante cuando oro el cántico de Zacarías es que el símbolo un tanto difuso y universalmente reconocible del sol naciente se encuentra junto a la clara referencia a un niño en particular de la historia: el primo de Jesús, a quien conocemos como Juan el Bautista. «Y tú, hijito mío», canta Zacarías, desprendiéndose de su grandiosa metáfora para centrarse en un ser humano específico, «serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para prepararle el camino» (Lucas 1:76, NVI).

Ahora puedo ver lo que esto significa para mi vida de oración: que todas las conversaciones hermosas, aunque en ocasiones indeterminadas, sobre la luz divina, la salud, la paz y demás se centran en los acontecimientos que rodean a un profeta israelita del primer siglo que un día, señalando lejos de sí mismo, declaró sobre Jesús: «¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1:29). Sí, es cierto que el sol nos recuerda la esperanza, pero, sobre todo, nos recuerda la esperanza del propio Hijo.

Wesley Hill es sacerdote en la Catedral Episcopal de la Trinidad, en Pittsburgh, Pensilvania, y profesor asociado de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Western, en Holland, Michigan.

Medite en Lucas 1:67-79.

¿Cómo llama Dios su atención en la profecía de Zacarías? ¿Qué destaca este cántico sobre Dios? ¿Qué destaca sobre la humanidad? ¿Y sobre el propósito de Juan el Bautista y el plan de Dios?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Esta Navidad, aferrémonos a las cosas correctas

Asir nuestras posesiones y seres queridos con soltura hace que nuestra esperanza crezca.

Christianity Today December 7, 2021
CottonBro / Pexels

En la mayoría de las temporadas navideñas, unos cuantos juguetes o accesorios «imprescindibles» del año aparecen anunciados en los programas de televisión y en las promociones pagadas en las redes sociales. Pero la gran historia de las compras navideñas de este año ha sido la ansiedad por los precios y el flujo de las cadenas de suministro [enlaces en inglés], y por saber si recibiremos todas las cosas que queremos a tiempo para desenvolverlas el 25 de diciembre.

Como cristianos, sabemos que no deberíamos dejar que las cosas que deseamos tengan tanta influencia sobre nosotros. A menudo dejo las cosas que mi familia ya no usa en los contenedores de donaciones de Goodwill, alejándome cada vez con las palabras «nada me faltará» resonando en mi cabeza. Y, sin embargo, en cuanto el cartel del centro de donaciones aparece en mi espejo retrovisor, vuelvo a adquirir el hábito de comprar cosas que realmente no necesito.

Mi mente se aclara de nuevo en los momentos en que me concentro más en la primera parte de esa línea del Salmo 23:1: «El Señor es mi pastor». Esta lucidez es como el primer día en casa después de un viaje de campamento o de una visita a un lugar lejano.

Tengo todo lo que necesito. Y me acompaña adondequiera que voy.

Cada vez que cierro una pestaña de compras en línea, pienso en lo que Wendell Berry describe como la «alegría de la resistencia a las compras», decidiendo prescindir de las cosas que ya había puesto en mi carrito. Cuando la temporada de rebajas y el estrés nos presionan, esta resistencia requiere un esfuerzo. Pero la esencia de nuestra verdadera esperanza permanece y nos ayuda a seguir adelante.

La esperanza, sin embargo, requiere práctica. Sigo olvidando que debo desprenderme de todo tipo de cosas. Me pongo sentimental con los viejos zapatitos de bebé, con los pantalones que digo que me pondré algún día y con los utensilios de cocina que dicen que ahorran tiempo y que, en realidad, solo ocupan tiempo y espacio. ¿Cómo podemos liberarnos de las cosas que nos poseen y, en cambio, fortalecer nuestra capacidad de tener esperanza?

Podemos practicar la satisfacción y el agradecimiento, por supuesto. Si todo lo que tenemos pertenece a Dios, entonces es necesario hacer un inventario honesto de lo que ya se nos ha dado. Y si ya pertenecemos a Dios, entonces no tenemos que adquirir más cosas para encontrar nuestra importancia o seguridad.

Si aprender a desprenderse de las cosas es bastante difícil, es aún más difícil aprender que el «nada me faltará» a menudo también significa dejar de aferrarnos a las personas que amamos.

Nuestra familia se extiende desde Oregón hasta California, desde Colorado hasta Misuri y Florida. Desearía que viviéramos más cerca. Y cuando mis hijos mayores están en un campamento de verano y sus habitaciones están en silencio, su ausencia llama mi atención y me hace observar los artefactos que me hablan de quiénes son: su helado favorito, cierta canción en la radio, la gorra de béisbol aplastada bajo el sofá o los zapatos enlodados junto a la puerta trasera.

Siempre oro por mis hijos y familiares cuando los echo de menos. Pero también celebro la forma en que estas personas que amo están viviendo las vidas que Dios les ha dado para vivir, exactamente en el lugar a donde han sido llamadas. Cuando abro mi corazón a los grandes planes de Dios, me hago una idea más completa de las distintas formas en que Él obra en este mundo. Soltar y dejar ir es parte de lo que hace esto posible.

En el matrimonio, la amistad y la vida familiar, el amor se construye sobre una trayectoria de trampolín. Amar es recibir, soltar, lanzar y entregar. Cualquier don que los hijos reciben de sus padres, aunque sea imperfecto, está arraigado en la valentía fundamental de amar y soltar; en la confianza de que, sea cual sea el espacio que se alquile, Dios lo llenará con su presencia.

Cuando Jesús ascendió a las nubes tras su tiempo en la tierra, sus amigos se sintieron confundidos por su partida. Pero en su ascensión, Jesús dijo: «No te aferres a mí» (Juan 20:17, NTV). Jesús tuvo que irse, dejando espacio para enviar a un compañero aún más cercano. Envió al Espíritu Santo para que estuviera no solo a nuestro lado, sino en nosotros. El nuevo Regalo era uno que no habríamos sabido pedir.

El cambio es una constante. Los niños pequeños no se quedan pequeños. Nuestros suéteres favoritos se desgastan. Hasta los cielos se desgastarán un día. Por eso seguimos trabajando para no depositar nuestra esperanza en nada que vuelva al polvo o a los contenedores de donaciones de Goodwill. Podemos desprendernos de ellos, porque cada vez que lo hacemos, hacemos espacio para que el Dios que sigue siendo el mismo nos ofrezca más de sí mismo.

Y cuanto más recibimos de su presencia, mayor es nuestra capacidad de amar sin apegos pegajosos y obstinados a los demás o a las cosas que tenemos.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Consuelen a mi pueblo

Una lectura de Adviento para el 6 de diciembre.

Christianity Today December 6, 2021

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Segunda semana de Adviento: Pecado y redención


Juan el Bautista desempeñó un papel crucial en la preparación del pueblo para la venida del Mesías. Esta semana consideramos lo que dicen las Escrituras sobre el propósito de Juan. Reflexionamos acerca de cómo sus enseñanzas sobre el pecado y el arrepentimiento pueden hablar a nuestras propias vidas como discípulos de Cristo.

Lea Isaías 40:1-5

Para comprender mejor este hermoso pasaje, un vistazo a su significado en la comunidad judía puede ayudarnos a entender mejor su contexto e importancia. El pueblo judío de todo el mundo sigue un ciclo de lectura bíblica semanal similar al leccionario cristiano. Las semanas más oscuras del ciclo caen en pleno verano y conducen al Tisha B'Av, el día más triste del calendario judío, el cual conmemora la destrucción del primer y segundo templo de Jerusalén. El Tisha B'Av también recuerda otras numerosas tragedias a lo largo de la historia judía. Es un día de ayuno y luto en el que se lee públicamente el Libro de las Lamentaciones y se pone al descubierto el pecado de Israel delante de Dios.

Pero ahí no acaba la historia. Inmediatamente después del Tisha B'Av, el ciclo de lectura pasa a un periodo de siete semanas de consuelo, que conducen al Rosh Hashanah, el Año Nuevo judío. Isaías 40:1-26 es la lectura designada para la semana después del Tisha B'Av, y ofrece un recordatorio de que el juicio no es la palabra final. Cada año, el pueblo judío atraviesa las tinieblas de la amonestación divina y luego se le recuerda que la gracia y el perdón de Dios son las que prevalecen. Salen de un tiempo de cenizas y desesperanza para entrar en una nueva promesa del amor inquebrantable de Dios.

Isaías escribió durante la expansión del Imperio asirio y la caída del reino de Israel (y finalmente de Judá). Fue una época tumultuosa y trágica, que Isaías pintó con imágenes inquietantes. Sin embargo, Isaías sabía que este no sería el destino final de Israel. Su descripción de la restauración es igualmente visionaria, ya que infunde esperanza y perseverancia a un pueblo asediado por las batallas que dudaba de la presencia de Dios entre ellos.

Las palabras de Isaías apuntan también a la cumbre de la revelación divina en el Nuevo Testamento y al papel desempeñado por Juan el Bautista, quien es identificado como «uno que grita en el desierto» (Mateo 3:3). La afirmación de que el duro servicio de Jerusalén había sido completado y su pecado había sido pagado (Isaías 40:2) se haría realidad un día para todas las naciones, porque Jesús proclamó que todos los pueblos de la tierra ahora están invitados a tener una relación de pacto con Dios.

Los contornos de este nuevo pacto inaugurado por la vida, la muerte y la resurrección de Jesús reflejan el pacto que Israel conocía desde hacía tiempo. Aunque el pecado sigue teniendo consecuencias, el perdón y el compromiso de Dios con su pueblo se renuevan una y otra vez, como las olas que rompen contra la costa. Que en este tiempo nos aferremos al consuelo de la presencia y las promesas de Dios mientras esperamos la plena revelación de su gloria, como profetizó Isaías.

Jen Rosner es profesora asistente afiliada de teología sistemática en el Seminario Teológico Fuller y autora de Finding Messiah: A Journey Into the Jewishness of the Gospel.

Reflexione sobre Isaías 40:1-5. (Opcional: lea también los vv. 6-26)


¿De qué manera el contexto de tragedia y dolor, tanto en la época de Isaías como en el ciclo de lectura de las escrituras judías, enriquece su lectura de este pasaje y el consuelo que ofrece? ¿Cómo podría profundizar su comprensión del propósito que tenía Juan el Bautista?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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El Señor no nos dejará solos

Una lectura de Adviento para el 5 de diciembre.

Christianity Today December 5, 2021

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Segunda semana de Adviento: Pecado y redención


Juan el Bautista desempeñó un papel crucial en la preparación del pueblo para la venida del Mesías. Esta semana consideramos lo que dicen las Escrituras sobre el propósito de Juan. Reflexionamos acerca de cómo sus enseñanzas sobre el pecado y el arrepentimiento pueden hablar a nuestras propias vidas como discípulos de Cristo.

Lea Malaquías 3:1-4

Hoy leeremos el último libro del Antiguo Testamento, justo antes de pasar la página al primer capítulo de Mateo. Los israelitas han regresado del exilio en Babilonia y el templo de Jerusalén ha sido reconstruido, sin embargo, su relación con Dios sigue siendo… complicada.

El Libro de Malaquías está estructurado en torno a una serie de declaraciones hechas por Dios, a las que el pueblo de Israel responde con preguntas y acusaciones. A medida que se desarrollan estos diálogos, el pecado y la rebelión de Israel quedan al descubierto, al igual que el carácter firme del Dios de Israel. Nuestro pasaje del capítulo 3 inicia con la súplica de Israel para que el Dios de toda justicia se manifieste (2:17), y con la promesa de Dios de enviar un mensajero que preparará el camino del Señor (3:1). Después, Dios mismo vendrá al templo. ¡Qué promesa tan esperanzadora! El Dios que ha elegido a los israelitas como su pueblo predilecto finalmente vendrá, demostrando una vez más su compromiso con su pueblo.

Esta esperanza, sin embargo, lleva una punta afilada en el siguiente versículo. Sí, Dios vendrá, pero ¿quién podrá soportar el día de su venida? Dios no les va a dar una palmadita en la espalda a los israelitas por su tibio servicio en el Templo o por negarse a honrar plenamente a Dios. De hecho, el Dios que viene es como el fuego de un refinador y el jabón de un lavandero, que pone a prueba a los israelitas por sus injusticias y su desobediencia rebelde.

Durante el Adviento, mientras esperamos el nacimiento del Mesías y anhelamos que Dios venga de nuevo, el anhelo es palpable. Nuestro mundo está caído y necesitamos un salvador. Pero, al igual que los israelitas, el salvador que esperamos puede no ser exactamente como esperamos. Puede que tampoco nos dé una palmadita en la espalda. Más bien, nuestras fallas quedarán al descubierto, y nosotros también seremos llamados a arrepentirnos y a volvernos de nuestros caminos.

Pero ese es precisamente el punto. Nuestro Dios no es un Dios que nos deja en paz y nos permite seguir siendo como somos. Él es un Dios que nos cambia, y este cambio solo puede producirse a través de un despertar de esas áreas de nuestra vida que necesitan desesperadamente ser reordenadas. Es este reordenamiento, esta apertura a la obra purificadora de Dios, lo que nos acercará a Dios y a ser las personas que estamos destinados a ser.

Que en este tiempo tengamos un corazón abierto para que Dios entre en nuestras vidas, y para aceptar que la forma en que Dios se acerca a nosotros y la manera en que Él obra puede no coincidir exactamente con la forma que habíamos imaginado. En lo que podemos confiar es en la bondad y la dulzura de este gran Dios, el Dios de toda fidelidad, el Dios que no nos dejará solos.

Jen Rosner es profesora asistente afiliada de teología sistemática en el Seminario Teológico Fuller y autora de Finding Messiah: A Journey Into the Jewishness of the Gospel.

Lea Malaquías 3:1-4.

Reflexione sobre el mensaje de estos versículos con respecto a diferentes niveles posibles: su contexto histórico y cultural original, la venida de Juan el Bautista y de Jesús, y el regreso de Cristo. ¿Qué revela esta profecía sobre el carácter y el amor de Dios? Ore con un corazón dispuesto a recibir la obra purificadora de Dios en su vida.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La vida del Evangelio en persona

Una lectura de Adviento para el 4 de diciembre.

Christianity Today December 4, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Primera de Tesalonicenses 3:9-13

¿Alguna vez ha echado mucho de menos a alguien y ha querido volver a verlo? En estos largos y aparentemente interminables meses de pandemia, hay muchos seres queridos a quienes no hemos podido ver, saludar o abrazar en persona. Las llamadas por Zoom y FaceTime simplemente no son suficientes. Deseamos estar en el mismo espacio, en la misma habitación, en el mismo lugar. Anhelamos verlos cara a cara.

El apóstol Pablo también anhelaba ver a los creyentes de Tesalónica en persona. Se alegra de que Timoteo le informa que están representando el Evangelio, viviéndolo en acción, «firmes en el Señor» (3:8). Desea visitarlos en persona, pero por ahora debe contentarse con esta carta. ¿Cuál es su mensaje para ellos? Que las Buenas Nuevas deben vivirse en persona hasta que veamos a Jesús cara a cara. ¿Qué significa esto? Las mismas Buenas Nuevas del amor de Jesús deben «crecer para que se amen más y más unos a otros, y a todos» (v. 12).

Este tipo de amor no es fácil de encarnar en nuestro mundo dividido. Hoy en día, muchos han permitido que los valores mundanos se infiltren y suplanten el amor cristiano y el testimonio del Evangelio. Puede que estemos más divididos que nunca como iglesia.

Este oportuno recordatorio de Pablo de hacer aumentar y desbordar el amor por los demás no es algo que podamos lograr por nosotros mismos. Más bien, Pablo dice: «Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más» (v. 12).

Los efectos del Evangelio son vividos a través de nuestro amor que es como el de Cristo, en especial hacia aquellos que consideramos que están en la categoría de «todos». ¡No podemos afirmar que esperamos ansiosamente ver a Jesús en su Segunda Venida —la consumación de la historia del Evangelio— cuando ni siquiera podemos soportar ver a nuestros hermanos y hermanas en el Señor hoy!

Mientras esperamos el regreso de Jesús, Pablo insta a los creyentes diciéndoles: que «la santidad de ustedes sea intachable» (v. 13) en una sociedad que celebra la transigencia y el pecado. Nuestra anticipación llena de esperanza de la Segunda Venida nos desafía a buscar vivir siempre una vida santa para la gloria de Dios. Esto incluye soportarnos unos a otros y ser pacientes con aquellos con los que no estamos de acuerdo, confiando en el poder de Dios para hacerlo.

Pablo instó a los tesalonicenses a vivir de esta manera a la luz del regreso de Jesús: a dejar que su discipulado presente sea moldeado por su esperanza futura. Al igual que ellos, anhelamos ver a Jesús cara a cara. El Adviento nos recuerda que un día lo veremos. Que en este tiempo, mientras esperamos, nos esforcemos por ser personas de amor y santidad. ¡Ven pronto, Señor Jesús!

Matthew D. Kim es profesor de la cátedra George F. Bennett de Predicación y Teología Práctica en el Seminario Teológico Gordon-Conwell y autor de Preaching to People in Pain.

Reflexione sobre Primera de Tesalonicenses 3:9-13.

¿Cómo influye en su vida diaria la anticipación del regreso de Cristo? ¿Cómo desea vivir la vida del Evangelio en persona? Ore invitando a Dios a fortalecer su corazón y a profundizar su amor por los demás mientras espera el regreso de Cristo.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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¡Ven, Señor Jesús!

Una lectura de Adviento para el 3 de diciembre.

Christianity Today December 3, 2021

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Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 22:12-20

La Biblia termina con la oración: «Ven, Señor Jesús». Es una oración que se repite en muchos de nuestros himnos de Adviento, como «Oh ven, oh ven, Emmanuel» y «Ven, Jesús muy esperado».

Los cristianos han elevado esta oración desde los primeros tiempos; es la oración cristiana más antigua que conocemos (sin contar el Padre nuestro). Sabemos esto porque Pablo cita la versión original en arameo, Maranata, que significa «¡Señor nuestro, ven!» (1 Corintios 16:22). Para que Pablo esperara que sus lectores de habla griega en Corinto reconocieran esta frase en arameo, debe haber tenido un lugar clave en la adoración cristiana primitiva.

En Apocalipsis 22:20, es una respuesta a la promesa de Jesús de que vendrá. En el versículo 12, y luego otra vez en el versículo 20, Jesús mismo dice: «Vengo pronto». Esta promesa recorre todo el libro de Apocalipsis (véase 2:5, 16; 3:11; 16:15; 22:7,12,20), prometiendo juicio para unos y bendición para otros, hasta que por fin evoca una respuesta: «¡Ven!».

Oímos esa respuesta por primera vez en el versículo 17. Es la oración del «Espíritu y de la novia». Por «el Espíritu», probablemente se quiere decir que es el Espíritu que habla a través de los profetas cristianos en la adoración. La novia es la Iglesia que se une a esta oración del Espíritu.

Podemos imaginarnos a la novia esperando la llegada del Esposo. Está adornada y preparada para él (véase 19:7-8). La novia no es la Iglesia como tal, sino la Iglesia como debe ser, expectante y preparada para la venida del Señor. Es la Iglesia que ora: «¡Ven, Señor Jesús!».

Debemos imaginarnos el Libro de Apocalipsis siendo leído en voz alta en el tiempo de adoración cristiana. Cuando el lector lee la siguiente frase: «Y el que oye diga: “Ven”» (22:17, NBLA), toda la congregación se uniría a la oración, gritando: «¡Ven, Señor Jesús!». Su sincera oración los identifica como la esposa del Cordero.

Pero en la segunda mitad del versículo 17, el uso de la palabra «ven» cambia. Ahora son los oyentes, «todo el que tiene sed», los que son invitados a venir y recibir de Dios «el agua de la vida». El agua de vida pertenece a la nueva creación (21:6) y a la Nueva Jerusalén (22:1). Pero está disponible ahora mismo en el presente para los que esperan la venida de Jesús.

Es como si ya viniera a nosotros, adelantándose a su venida final, y nos diera un anticipo de la nueva creación. Porque eso es la salvación. Lo esperamos porque ya lo hemos conocido.

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Reflexione sobre Apocalipsis 22:12-20.

¿Qué significa orar «Ven, Señor Jesús»? ¿Cómo le desafía o cambia esta oración? Únase a los cristianos de todo el mundo y de todos los siglos al elevar hoy esta antigua oración.

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Ideas

La iglesia necesita reforma, no deconstrucción

Columnist

Una breve guía sobre el movimiento exevangélico

Christianity Today December 3, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source Images: Patrick Wittke / Unsplash / Envato

Deconstrucción es una palabra de moda en estos días. El término exevangélico ha surgido como un marcador de identidad y como un movimiento activista [enlace en inglés]. Las historias de fe de las personas, así como las historias de su «pérdida de la fe», a menudo son emotivas y vulnerables. Nacen de su vida y de sus experiencias, y los cristianos que luchan con la fe necesitan amor y un oído atento, no meros argumentos.

Con todo, como iglesia tenemos la responsabilidad de incluir conversaciones culturales serias y más amplias en torno a la deconstrucción. Jesús es la verdad que nos libera. Hacer preguntas difíciles sobre la fe es normal; es una parte necesaria de la madurez cristiana. Pero existen formas mejores y peores de evaluar críticamente las expresiones que afirman tener la verdad. Tome en cuenta lo siguiente como pautas útiles:

Primero, distinga entre deconstrucción y reforma. La iglesia es una institución creada por Cristo, pero también es una institución pecaminosa. Siempre necesita reformas. Si la frustración de una persona con la iglesia surge de la visión bíblica de la comunidad, no es deconstrucción. Es un llamado a la iglesia a volver al Evangelio.

Siempre ha habido reformadores en la iglesia, pero nunca antes los llamamos deconstructores. No se trata de mera semántica. Llamar a reformar algo (en lugar de simplemente destruirlo) es reconocer implícitamente la integridad de su diseño original.

Por ejemplo, a menudo me desalienta la misoginia que veo en la iglesia. Pero también reconozco que la noción de dignidad intrínseca de la mujer me la da la iglesia misma. Comparada con el mundo pagano que la rodeaba, la iglesia primitiva elevó el estatus de la mujer. La idea de la igualdad humana innata surge de lo mejor del pensamiento cristiano. No podemos deconstruir la iglesia basándonos en su misma lógica, creencias y tradición.

En segundo lugar, evite poner en el centro a voces blancas occidentales inadvertidamente. A menudo, cuando los cristianos blancos deconstruyen su fe por el racismo y la injusticia en la iglesia, no aprenden de, ni se unen a, las iglesias negras, latinas o de inmigrantes. Necesitamos escuchar más a los creyentes evangélicos de color que han mantenido un compromiso tanto con la ortodoxia como con la justicia.

En tercer lugar, aléjese de los trucos o la manipulación. Josh Harris, quien escribió el popular libro I Kissed Dating Goodbye (Publicado en español como Le dije adiós a las citas amorosas), recibió hace poco burlas de todo el espectro teológico por su curso de 275 dólares sobre deconstrucción, que finalmente canceló. Pero el fenómeno no se limita a él. Hace un mes, recibí en Facebook publicidad acerca de un coach de deconstrucción. Ahora existe una industria dedicada a monetizar la deconstrucción.

Partes del movimiento exevangélico abandonan las afirmaciones doctrinales del evangelicalismo, pero se quedan con la inclinación a todo lo novedoso y a los trucos publicitarios endémicos en este. Pero la superficialidad consumista del evangelicalismo contemporáneo necesita ser deconstruida, desarmada y subvertida, no duplicada.

Por último, únase a los «hombres de acero», es decir, las versiones más fuertes de un argumento, y no a los «hombres de paja». Muchos de los que deconstruyen el cristianismo con mayor estridencia desechan una versión «ligera» del fundamentalismo estadounidense, y la confunden con toda la tradición. Pero mucho de lo que nos molesta de ciertos aspectos de la comunidad evangélica (por ejemplo, el antiintelectualismo, la falta de compasión o preocupación por la justicia, su enredo con el conservadurismo político y las sospechas del misterio) está en gran parte ausente en, digamos, el pensamiento patrístico cristiano.

Nunca ha habido un momento puro y perfecto en la iglesia. Sin embargo, si nos fijamos en el amplio espectro de la fe cristiana representada por el pensamiento católico, ortodoxo y protestante, vemos una tradición compartida, que ofrece una profunda esperanza en nuestro momento particular.

Si una persona llega al punto de no creer verdaderamente en las afirmaciones del cristianismo, hay honestidad e integridad en dejar la fe por completo, en lugar de buscar remodelarla para adaptarla a las preferencias propias. Respeto eso. Pero es importante evaluar críticamente la fe real, no una versión truncada de ella.

Lo que necesita una iglesia pecadora no es una deconstrucción sino una construcción profunda. Tenemos que abandonar la crítica superficial para construir una visión más fiel de la comunidad de Jesús. Pero no podemos hacerlo sin aferrarnos al depósito de fe que hemos recibido de la iglesia histórica y global. No podemos hacerlo sin la verdad de las Escrituras. Y no podemos hacerlo sin el Espíritu Santo.

Traducción por Iván Balarezo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Mi papá me enseñó a amar al exevangélico

Lo que parece rebelión a menudo suele ser dolor y desesperación.

Christianity Today December 2, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Zayne Grantham Design / Lightstock

Mi padre murió en octubre del año pasado. Su primer aniversario luctuoso fue aún más doloroso que el mismo día de su muerte. Supongo que es porque, cuando sucedió, me sumergí de inmediato en diversas actividades (la redacción de un obituario, la preparación de un elogio y todo lo que conlleva un funeral). Un año después, ninguna de esas cosas estuvieron presentes: simplemente el hecho de que se había ido. Con toda la reflexión que he llevado a cabo durante el tiempo que ha pasado desde su partida, me he dado cuenta de una cosa de la que nunca me había percatado antes: mi padre me enseñó a amar a los exevangélicos.

«Exevangélico» es el término general para referirse a las personas que se han alejado desilusionadas y, en ocasiones incluso traumatizadas, del cristianismo evangélico estadounidense. La palabra es realmente resbaladiza porque puede incluir a todos: desde los feligreses ortodoxos comprometidos que simplemente ya no usan la palabra evangélico a causa de todas las tonterías que han visto suceder bajo ese nombre, hasta aquellos que realmente se han apartado de la fe por completo.

Uno de los días más difíciles de mi vida fue cuando, a la edad de 21 años, tuve que decirle a mi padre que pensaba que Dios me estaba llamando al ministerio cristiano. Supongo que se sintió cómo se sentiría decirles a los padres de uno que uno ha sido arrestado o que uno ha decidido ejercitar sus dones en la cocina de metanfetaminas. Lo sentí de esa forma porque sabía que mi padre no lo aprobaría.

A diferencia de algunas personas que he conocido, no fue porque mi padre estuviera en contra de la iglesia o la religión; él no lo estaba. Y no fue porque me estuviera presionando de alguna manera para que «tuviera éxito» de tal manera que consiguiera ganar mucho dinero. Él nunca hizo eso. Cuando finalmente me armé de valor para contárselo a mi padre (creo que la noche anterior a que lo anunciara en mi iglesia), respondió mejor de lo que pensé. Dijo: «Desearía que no lo hicieras; no quiero verte herido».

Mi papá era hijo de un pastor.

Con los años, la región de los Estados Unidos comúnmente conocida como «El cinturón de la Biblia» se convirtió en una fuente de consternación y crisis espiritual; pero no sucedió lo mismo con la iglesia. Para mí, mi iglesia significaba un hogar, un sentido de pertenencia y aceptación. Si en algún momento huelo algo similar al olor del vestíbulo de mi iglesia o al salón de una escuela dominical, o esas galletas de la escuela bíblica de vacaciones, inmediatamente me calmo. Cada vez que los escucho, los himnos que cantamos juntos semana tras semana, tras semana, traen a mi mente cualquiera que sea la palabra para llamar algo opuesto al trauma. Pero yo no había crecido en una casa propiedad de la iglesia: mi padre sí.

Su padre fue su héroe. Aunque mi abuelo murió cuando yo tenía cinco años, siempre crecí en torno a su reputación. Había sido pastor de mi iglesia local; la mayoría de las personas que me enseñaron en la escuela dominical o que dirigieron mi grupo de jóvenes o que cantaron en nuestro coro habían sido guiadas a Cristo por él o bautizadas por él o casadas por él. Todos lo veneraban, y ninguno de ellos más que mi padre. Sin embargo, él era el subtexto de la conflictiva relación de mi padre con la iglesia.

Esa noche, hablando de mi llamado al ministerio, mi padre dijo: «Voy a decir esto esta única vez, y luego nunca lo volveré a decir. Te apoyaré completamente, lo que sea que decidas hacer. Pero desearía que no lo hicieras. Simplemente no quiero que te lastimen de la forma en que lastimaron a mi papá».

La desilusión de mi padre con la iglesia nunca pareció encajar conmigo. Mi abuelo no parecía haber sido «herido» por nadie. Escuché sus sermones en casete y escuché a las personas a mi alrededor hablar sobre él. En todo caso, parecía entusiasta y lleno de energía. Pero mi padre no estaba hablando de un gran problema, sino de mil y un pequeños problemas. Él había observado de cerca el darwinismo y el maquiavelismo que pueden ocurrir incluso en las congregaciones más pequeñas. No estoy seguro de que tales cosas hayan siquiera afectado a mi abuelo. Pero tenía un hijo que estaba mirando.

Mi papá cumplió su palabra. Nunca dijo una palabra más sobre el hecho de que deseaba que no lo hiciera. Nunca. Siempre estaba allí si yo predicaba en cualquier lugar cercano a él. Estuvo allí para mi ordenación. Cuando hubo múltiples oportunidades para decir: «¿No te lo advertí?», nunca lo hizo, ni una sola vez.

Pero de lo que me doy cuenta ahora es que juzgué duro a mi padre por lo que vi como una espiritualidad deficiente: yo no sabía lo que era experimentar lo que él había experimentado.

Él a menudo iba a la iglesia (por largos períodos de tiempo) pero su asistencia a menudo disminuía y luego desaparecía. La única vez que discutí con mi padre —literalmente, la única vez— fue cuando siendo un adulto joven hice un comentario sarcástico sobre su irregular asistencia a la iglesia. Digamos que no estaba contento, y me di cuenta de que había una razón por la que nunca había entablado un debate con mi padre antes (o desde entonces). Pero recuerdo que en esa discusión él dijo algo como: «Tú no has visto lo que yo he visto». Y, de hecho, tenía razón.

Cuando ya era un adulto, le pregunté a mi abuela por qué había insistido en que estuviera con ella en la iglesia cada vez que las puertas estaban abiertas: escuela dominical, servicios de adoración, reuniones de capacitación, eventos de los Embajadores Reales, reuniones de oración de los miércoles por la noche, etc. Ella dijo: «Quería que fueras cristiano». Le pregunté por qué también había insistido en que nos saltáramos la reunión del miércoles por la noche una vez por mes, explicando simplemente: «No hay iglesia esta noche; es una reunión de negocios». Ella dijo: «Porque quería que fueras cristiano». Ella no quería que yo viera el tipo de carnalidad que podría estallar en una reunión de negocios de una congregación bautista.

Mi papá, sin embargo, nunca tuvo esa opción. Las reuniones de negocios venían a él. Estaban en su sala de estar, en la mesa de su cocina, y sabía que en cualquier momento una reunión de negocios que saliera mal podría resultar en la pérdida de su hogar, sus amigos y su escuela, y terminar en un lugar completamente nuevo. Quizás incluso más que eso. Él pudo ver al hombre al que veneraba cercenado por las críticas y aún con una sonrisa en su rostro, solo para verlo después en las habitaciones del hospital de esas mismas personas, y finalmente pararse sobre sus ataúdes para recitar palabras de consuelo cuando morían. Yo nunca tuve que ver eso.

Nunca pensé en todo eso sino hasta que mi hijo de 15 años le preguntó a mi esposa a principios del 2021 si yo había tenido un fracaso moral tras haber escuchado de las acusaciones que me llamaron «liberal» por no apoyar a un político que creo que no es apto, «teórico crítico de la raza» por decir que los afroamericanos están diciendo la verdad cuando dicen que la injusticia racial sigue siendo un problema, y que debo estar siendo financiado por George Soros porque creo que el sistema de inmigración debe arreglarse.

Invité a mi hijo a que me acompañara a una de esas «reuniones de negocios» en las que leían sus quejas contra mí. Cuando salimos, dije: «¿Qué te pareció?» Dijo: «Toda esa asamblea estaba tan enojada y fue tan estúpida. ¿Por qué queremos ser parte de eso?».

No tuve una buena respuesta. Pero las resoluciones que hice en ese momento, mientras lo miraba a los ojos, incluyeron dos cosas. La primera fue que mi hijo nunca tendría que volver a preguntar si su padre había fallado moralmente a causa de las maquinaciones de tales personas. Y la segunda, fue que me iba a asegurar, en la medida de lo posible, de que mis hijos nunca tuvieran que ver la iglesia de la forma en que mi padre tuvo que verla.

Solo en los últimos meses me di cuenta de cómo, a pesar del hecho de que amaba y veneraba a mi padre, en este punto en particular yo lo había juzgado de más. Atribuí a una espiritualidad deficiente lo que, en su mayor parte, era en realidad resultado del dolor. No es que mi padre tuviera una baja percepción de la iglesia: era que tenía en alta estima a su papá.

Apenas la semana pasada, tuve múltiples conversaciones con personas que crecieron en iglesias evangélicas, algunas de las cuales habían estado muy comprometidas y dedicadas. Y habían sido heridos. Vieron a su iglesia volverse contra ellos porque nunca adoptarían como parte de las Escrituras alguna ideología política o culto a la personalidad. Algunos habían visto a personas en las que confiaban resultar ser personas fraudulentas o incluso depredadores.

Ninguno de ellos se marchó porque quisiera ganarse el favor de las «élites» o porque quisieran rebelarse. En todo caso, la postura de muchas de estas personas no era la del hijo pródigo en el lejano país, sino más bien la del padre, esperando en el camino a un pródigo al que amaban y querían abrazar de nuevo: su iglesia.

Mi consejo para ellos fue diferente a mi consejo para muchos de ustedes. A ellos les hablé de los peligros del cinismo y de cómo distinguir entre el fracaso de una institución y el fracaso de aquel que se adora por esa institución.

A uno le dije: «Si miras a Jesús y los Evangelios y decides que no puedes seguirle, eso es una cosa. Pero sería una gran lástima evitar siquiera mirar las afirmaciones del evangelio porque quieres evitar a toda costa lo que una iglesia que te lastimó dijo que creía. Y más aún cuando su problema es que no parecían creer lo que dijeron que creían. Y más aún cuando Jesús mismo te advirtió (en Mateo 24 y Marcos 13 y Apocalipsis 1–3 y por medio de su Espíritu repetidamente en las cartas de Pablo, Pedro, Juan y Judas) que tales cosas sucederían, y sucederían en su nombre».

Pero a ustedes (a nosotros) les aconsejaría: Creamos en Jesús lo suficiente como para soportar con paciencia a los heridos, especialmente a los heridos por la iglesia. No asumamos que, en todos los casos, aquellos que están decepcionados, enojados o a punto de alejarse lo hacen porque tienen una visión deficiente del mundo, o porque quieren perseguir la inmoralidad. Hay algunas personas para las que ese es el caso en todas las épocas.

Pero muchos, tal vez la mayoría de ellos, no son Judas que buscan huir de noche, sino más bien son Simón Pedro, a la orilla del mar, preguntando: «¿A quién iremos?» (Juan 6:68, NVI). Muchos de ellos, como el mismo Pedro, concluirán: «Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (vv. 68–69). A muchos de ellos Jesús les dirá, como le dijo a Pedro: «Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos» (Lucas 22:32).

No confundamos el dolor con la rebelión, el trauma con la infidelidad o el corazón roto con el alma vacía. Solo podemos convencer a las personas de que no abandonen a la iglesia si nosotros igualmente nos resistimos a abandonarlas a ellas.

Jesús no necesita que hagamos relaciones públicas por sus 99 ovejas que todavía están pastando; necesita que vayamos a buscar a la que se perdió en el bosque. En algún momento u otro, todos somos esa oveja. Y contaremos con una iglesia que nos ame lo suficiente como para enviar a alguien detrás de nosotros, no a intimidarnos y avergonzarnos, sino con paciencia y amor. Y es incluso posible que el que venga a ayudarte en tu momento más oscuro, sea ahora mismo un exevangélico.

Mientras tanto, tengamos amor por los exevangélicos. Tengamos el tipo de comunidad que pueda contrarrestar las reuniones de negocios.

Tomó 50 años, pero mi papá me enseñó esa lección.

Russell Moore dirige el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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La ciudad de luz

Una lectura de Adviento para el 2 de diciembre.

Christianity Today December 2, 2021

Para descargar nuestro devocional «El Evangelio de Adviento» completo, ingrese en este enlace.

Primera semana de Adviento: El regreso de Cristo y el reino eterno


Esta semana nos centramos en el Segundo Adviento: nuestra esperanza segura en el regreso de Cristo. Exploramos la descripción que hacen las Escrituras acerca del poder de Cristo, su juicio justo y el glorioso futuro que esperamos con Dios en la nueva creación.

Lea Apocalipsis 21:9 – 22:5

Cuando me mudé de Inglaterra para vivir en Escocia, una cosa que me resultó difícil fue la reducción de los periodos de luz de día durante el invierno. En los días nublados, podía parecer que no había luz en absoluto. Esto me parecía ligeramente deprimente, pero a algunas personas les afecta gravemente y tienen que sentarse frente a lámparas que imitan la luz del sol. Todos dependemos de la luz solar para nuestra salud física y nuestro bienestar mental.

No es de extrañar que en muchas culturas se haya adorado al sol, y a veces también a la luna. ¿Por qué un día soleado nos levanta el ánimo? ¿Por qué a mucha gente le gusta tomar sol? La ciencia confirma que la distancia que existe entre nuestro planeta y el Sol, con la luz y el calor que proporciona, es esencial para la vida en la Tierra.

En esta creación, las bendiciones de Dios nos llegan a través de las cosas creadas, entre ellas, la luz del sol. En la nueva creación, viviremos en la presencia misma de Dios, inmersos en ella como lo estamos ahora en la luz del día, y no habrá noche.

Imagínese: una ciudad llena de luz. Imagínela como una brillante joya cristalina (Apocalipsis 21:11), la luz reflejada en todas las piedras preciosas de muchos colores enumeradas en los versículos 19 y 20. Imagine, si puede, la forma en que la luz brilla a través del oro transparente del que está hecha la ciudad (vv. 18, 21). Contemple la ciudad desde la distancia. Esta se encuentra en la cima de una montaña (v. 10) y brilla sobre todo el país circundante. Es la luz del sol de ese mundo. Es la luz gracias a la cual la gente vive (v. 24).

Ahora piense en una vidriera o vitral de una iglesia con vívidas representaciones de figuras bíblicas o de otro tipo. La vidriera en sí misma es bastante hermosa en todo momento, pero cuando el sol brilla a través de ella, resplandece. ¡Sus intensos colores se iluminan! En la Nueva Jerusalén, la belleza de todas las criaturas de Dios será un deleite para todos. Las veremos tal como son en realidad. La luz de la presencia directa de Dios no anulará sus formas y colores, es decir, su realidad creada, sino que las iluminará, transfigurándolas.

A lo largo de la Biblia, la luz es un símbolo de Dios y de Jesús (quien dijo: «Yo soy la luz del mundo» en Juan 8:12). Piense en las formas en que la luz de Dios ya está brillando en nuestras vidas en este mundo —cómo ilumina nuestras vidas, cómo podemos caminar en esa luz—. Si vemos la luz ahora, alumbrará el camino que podemos recorrer hacia la ciudad de luz. ¿Qué podemos llevar con nosotros para presentar ante Dios y para contribuir a la vida de esa ciudad eterna (Apocalipsis 21:24, 26)?

Richard Bauckham es profesor emérito de estudios del Nuevo Testamento en la Universidad de St. Andrews, Escocia, y autor de numerosos libros, entre ellos The Theology of the Book of Revelation.

Medite en Apocalipsis 21:9-22:5.

¿Qué es lo que más le llama la atención de esta hermosa imagen que nos muestra la Biblia? ¿Qué verdades sobre Dios transmiten las descripciones de la luz resplandeciente y la gloria que ilumina todas las cosas? ¿Qué verdades transmiten sobre la nueva creación? ¿Y sobre nuestra esperanza final?

Traducción por Sofía Castillo.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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