La negación de la pandemia siembra división y pone en peligro a los demás

Muchos problemas surgen cuando pastores y líderes de la iglesia niegan que exista siquiera una pandemia.

Christianity Today October 14, 2020
Unsplash/Brian McGowan

El día en que los Estados Unidos rebasaron los 200 000 muertos por la COVID-19 tuiteé:

Hoy se alcanzan 200 000 muertos en los Estados Unidos. Es solo un recordatorio de que todavía estamos en una pandemia global, aunque su pastor diga que no la hay.

La mayoría de los pastores se mostraron casi unánimemente positivos: el tuit se compartió muchísimo, con cientos de retuiteos y miles de «Me gusta». Muchos pastores y líderes de la iglesia indicaron que compartían la misma preocupación. Sin embargo, algunos se disgustaron. Ciertos pastores se sintieron atacados, cosa que es comprensible si usted ha negado la pandemia global. Si no lo ha hecho, no parece haber razón para ver mi afirmación como polémica. Voy a explicarme.

Los pastores que niegan la pandemia están equivocados y difunden desinformación

He tratado de entender por qué algunos pastores negarían que la COVID-19 es una pandemia global. Esperaba que no se hubieran dejado engañar por un meme reciente de Facebook que decía que esta pandemia se ha reducido a un brote.

USAToday lo desmintió sin problema [en inglés], junto con esta afirmación [en inglés]: «Verificación: la COVID-19 sigue siendo una pandemia, aunque el sitio web de los CDC lo denominen “brote”».

Calificamos esta afirmación como FALSA. El meme es erróneo. No hay en él ningún elemento verdadero. El brote de COVID-19, aunque a menudo se describa como tal, sigue siendo una pandemia y así ha sido desde el 11 de marzo.

Y espero que no se hayan unido al malentendido de la estadística del 6%, que no fue «sigilosamente actualizada» y que se ha desmentido de forma contundente por prácticamente la totalidad de la profesión médica. Como ha explicado para USA Today un estadista y profesor de epidemiología:

Ninguno de nosotros vivirá para siempre, así que la muerte siempre es una cuestión de cuándo ocurrirá, no de si ocurrirá. El hecho de que muchas personas que han muerto a causa de la COVID-19 estuvieran más cerca de la muerte que el resto de nosotros no cambia que el virus les mató antes de tiempo.

Defender que solo el 6% de esas muertes son “reales” no solo subestima el impacto de la pandemia por COVID-19 en los Estados Unidos, sino que también devalúa las semanas, meses o años que aquellos que tenían enfermedades previas hubieran podido vivir si el virus nunca hubiera venido.

Un artículo explica de forma sencilla [en inglés]: “La afirmación viral de que solo el 6% de las muertes por COVID-19 están causadas por el virus es evidentemente errónea”.

Así pues, si no se trata de un meme ni de una malinterpretación de la estadística del 6%, ¿de qué se trata? Puesto que ambas cosas han sido claramente desmentidas, ¿por qué algunos pastores (una minoría, seguramente) continúan compartiendo la desinformación?

Cómo se difunde la desinformación

La desinformación corre a sus anchas durante los tiempos de crisis. Una vez que ha sido corregida, como ocurre con el meme y la estadística, se podría esperar que aquellos que difunden esta información falsa también se corrigieran a sí mismos. Es interés de todos estar unidos durante la crisis. ¿Por qué rechazar lo que la COVID-19 es en realidad: una pandemia?

Tal vez sea porque algunos pastores ven que esta pandemia afecta principalmente a los que tienen comorbilidad o son mayores de 65 años. Tal vez ven cómo las tasas de defunción en los ancianos han tenido una tendencia a la baja desde los comienzos de la pandemia. Quizá ven cómo las hospitalizaciones están fuera de control.

O tal vez no pueden soportar la politización de la pandemia desde ambas partes. Quizá estén cansados del modo en que los medios comercian con el miedo. Quizá sea porque están cansados de los confinamientos de nuestras ciudades, comunidades y negocios; cansados de ver a sus hijos sufrir con la enseñanza a distancia, deprimidos por no poder hacer deporte o no poder pasar tiempo con sus amigos en la iglesia.

Comprendo que puede ser que todas estas cosas nos conduzcan a la negación. Es parte del duelo. Y todos nosotros, colectivamente y como nación, estamos experimentando un duelo generalizado. Sin embargo, nada de esto cambia la verdad. La pandemia por COVID-19 ha sido como un viaje en avión con continuas turbulencias, que nos ha llevado de un estrés a otro, de una tensión a otra, y todos queremos que el avión aterrice, y que esta pesadilla de viaje termine.

Pero ninguna de las razones anteriores niega la verdad de nuestra realidad. Y nuestra realidad es que vivimos en una pandemia. Tanto los CDC, como la agencia NIH, la OMS, los demócratas, los republicanos, el Congreso, su hospital local y el presidente Trump saben que esto es una pandemia. Por esa razón, cuando los pastores difunden información falsa, no solo es dañino para los que observan, sino también para su testimonio público. También hace daño a la unidad de las otras iglesias, y hace que el liderazgo de los pastores que están tomando en serio esta pandemia sea aún más difícil. Así que, sí, estoy criticando a los pastores que difunden información falsa e incorrecta.

Céntrense en la misión

Si la gente hubiera leído mi tuit en tiempos normales, como muchos pastores hicieron, habrían dicho: «Sí, tiene sentido. Es una pandemia, aunque su pastor piense que no». Está claro que no es un ataque hacia [todos] los pastores. Si usted cree que lo es, entonces no ha leído bien. Usando mi plataforma de Twitter, me estaba enfrentando a pastores que difunden una peligrosa desinformación. Yo pienso que fue por eso que miles de personas lo compartieron: porque saben el daño que causa la desinformación.

En realidad, sí que estamos viviendo días difíciles. Comprendo el estrés que sentimos y la presión bajo la que estamos, en especial los pastores. Pero en las crisis no nos debemos olvidar de hacer frente a la brutalidad de los hechos, y de la realidad de la situación. No debemos dejarnos llevar por nuestros sentimientos o emociones, ni siquiera por nuestros deseos personales. Y ciertamente no debemos inclinarnos ante una muchedumbre en Internet.

Esta es la realidad: Ustedes son pastores, heraldos de la Buena Noticia, líderes del rebaño de Dios y movilizadores de la misión de Dios. No son médicos ni virólogos. Resulta bastante interesante que algunas de las voces más conservadoras de Twitter hayan estado gritando: “¡No hablen de razas, solo prediquen el evangelio!”, y que, sin embargo, esas mismas voces ahora digan: “He visto un meme en Facebook y la pandemia no existe”.

Mi mensaje de ánimo para los pastores es este: céntrense en su misión. Por consiguiente, tal vez sea mejor predicar el evangelio y dejar fuera las opiniones médicas basadas en memes.

Sigue siendo una pandemia y debemos enfrentarla de la mejor manera posible

Esta es la verdad que los pastores necesitamos:

  1. Sigue siendo una pandemia, aunque otros pastores digan que no lo es.
  2. Hay millones de pastores buenos y comprometidos haciendo que las cosas funcionen en su contexto local. Los pastores que niegan la pandemia lo están haciendo todo más difícil para ellos, sembrando división y desinformación.
  3. Los pastores saben que existe un llamado bíblico a reunirse y están haciendo que esto suceda. Algunas iglesias (incluyendo la mía) se están reuniendo en persona; otras aún principal o exclusivamente en línea, con gran cuidado, y a menudo asumiendo grandes costos.
  4. Estos pastores fieles están agradecidos de que yo esté desafiando la desinformación. (Lo estoy haciendo aquí de nuevo).

Puedo comprender que algunos cuestionen la gravedad de la situación. (Es necesario decir que es mucho menos grave desde que asumimos medidas para mitigarla. Como dijo el presidente Trump, hoy podríamos tener dos millones de muertos si no lo hubiéramos hecho). Así que estoy agradecido por todos los que desde el gobierno enfrentaron la situación con seriedad y emprendieron acciones. Y estoy agradecido por el buen trabajo de muchos pastores que están haciendo lo mismo: tomarse en serio esto y seguir liderando con fidelidad al pueblo de Dios.

Pensemos en esto: han muerto 200 000 personas en los Estados Unidos durante esta pandemia. Negar esta verdad o argumentar “Pero… tenían diabetes” no cambia el resultado. Este año, 200 000 personas dieron su último aliento y entraron en la eternidad: muchos de ellos en una eternidad sin Jesús.

En vez de tratar de desacreditar la COVID-19 como una pandemia, lo cual da como resultado desinformación, división y el entorpecimiento de nuestro testimonio público, que cada pastor que reconozca a Jesús como Señor predique las Buenas Nuevas y renueve su pasión por alcanzar a un mundo oscuro y herido de muerte. Ese es nuestro camino, esa es nuestra misión, y así es como enfrentaremos esta pandemia de la mejor manera posible.

Así que, como escribí en Twitter:

Estemos agradecidos por todos los pastores comprometidos que son conscientes de que estamos en una pandemia y están tomando decisiones precavidas y sabias que funcionan en sus contextos locales.

Pero sigue siendo una pandemia, aunque su pastor (o alguien en las redes sociales) diga que no lo es.

Ed Stetzer es director ejecutivo del Wheaton College Billy Graham Center, sirve como decano en el Wheaton College, y publica recursos para el liderazgo de la Iglesia a través de Mission Group. El Equipo de The Exchange contribuyó con este artículo y lo actualizó.

Traducido por Noa Alarcón

Editado por Livia Giselle Seidel

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¿Afligido por pérdidas en su ministerio? No está solo.

Personajes bíblicos como Jeremías y Baruc nos dan un ejemplo de liderazgo fiel aún en medio de la decepción.

Christianity Today October 12, 2020
Source Image: TonyBaggett / Getty Images

Después de meses de cuarentena, finalmente recibí el correo electrónico que tanto temía, pero que supuse llegaría en cualquier momento. Después de que las conferencias de discipulado con iglesias locales habían sido pospuestas primero para octubre, y después hasta diciembre, se tomó una decisión final. Todo nuestro ministerio de discipulado, en el cual yo acababa de empezar a enseñar y en el que había encontrado un profundo gozo, cerraría sus puertas definitivamente; ya no era sostenible seguir pagando los salarios del limitado personal que lo había mantenido a flote mientras esperábamos a que las iglesias pudieran acogernos de nuevo. Fue una pérdida solemne, pero no me tomó por sorpresa.

Mi cuñado es pastor en el estado de Carolina del Sur. Él y su esposa compartieron conmigo el dolor que les causó enterarse de que tenían que cancelar por completo su escuela bíblica de vacaciones de verano, después de meses de planificación, y a pesar de las estrictas reglas de higiene que habían establecido.

Mi propio pastor compartió conmigo el impacto que tuvo la pérdida del modelo de adoración participativa que había diseñado para nuestra congregación multicultural. Era un modelo exitoso y, por el momento, es imposible ponerlo en práctica a través de las opciones con las que contamos para transmitir nuestros servicios en vivo. Tal vez parezca insignificante, sin embargo, ha afectado a nuestra congregación de manera importante. Hemos perdido contacto con gente con la que apenas habíamos comenzado a trabajar: retoños frágiles que empezaban a crecer y florecer en el verdadero discipulado. Si bien los miembros más comprometidos de la iglesia se han acercado y se han vuelto aún más unidos, cada semana, y a pesar de nuestros esfuerzos por tenderles la mano e incluirlos, vemos disminuir el número de los asistentes más nuevos; aquellos que apenas comenzaban a sentirse parte de nuestra congregación.

Es verdad que la iglesia evangélica necesitaba ser refinada. Pero junto con las cosas que necesitaban ser podadas, pareciera que los ministerios están perdiendo buenas oportunidades que se ajustaban al llamado de Dios para discipular a las naciones. Los pastores oraron a Dios por esas oportunidades. Sus ministerios entraron por las puertas que Dios parecía estar abriendo. A la luz del sufrimiento mundial por la pandemia y la injusticia racial, la pérdida de estas oportunidades ministeriales bien podría parecer trivial para algunos. Pero la realidad es que no lo es. Todo esto afecta a los pastores y a sus ministerios de manera real, aun cuando a veces ni siquiera encontramos las palabras para describir el sentimiento que producen.

En muchos casos, las pérdidas continúan acumulándose para los pastores, a medida que las esperanzas y alegrías que les proporcionaba el ministerio parecen ser destruidas por las sofocantes medidas que deben tomarse para contener la pandemia, y por amor a nuestro prójimo.

Antes de recibir el correo electrónico informándome que mi amado ministerio de discipulado cerraba sus puertas, Dios ya me había estado preparando para esta pérdida. Mi lectura bíblica durante los últimos meses fue el libro de Jeremías. Estaba leyendo a Jeremías para prepararme mejor, precisamente para las conferencias de discipulado que terminaron por cancelarse. Dos semanas antes de recibir ese último correo electrónico, me perseguían las palabras de Dios a Baruc, el fiel escriba de Jeremías.

Pues le dirás que así dice el Señor: Voy a destruir lo que he construido, y a arrancar lo que he plantado; es decir, arrasaré con toda esta tierra. ¿Buscas grandes cosas para ti? ¡No las pidas! Porque voy a provocar una desgracia sobre toda la gente, pero a ti te concederé la posibilidad de conservar la vida dondequiera que vayas —afirma el Señor—. Ese será tu botín. (Jeremías 45:4-5, NVI)

A medida que la disciplina de Dios caía sobre los idólatras reyes de Israel, y sobre el pueblo que siguió su ejemplo, también descendió sobre Baruc y Jeremías, quienes fielmente habían ministrado al pueblo en el nombre de Dios. Las palabras de Dios a Baruc son duras y, al principio, parecen de poco consuelo. Pero tal vez expresan más de lo que parecen decir. Me encantan las palabras del Salmo 46: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios.” (v.10) Imagino a Dios hablando palabras similares a Baruc en Jeremías 45, aunque con una voz de mayor autoridad que la tradicionalmente asociada con el Salmo 46. Quédate quieto, Baruc. ¡Yo soy Dios, Baruc! Perderás algunas cosas, pero protegeré tu vida dondequiera que vayas. ¡Confía en mí! Sé lo que estoy haciendo.

El Dios de toda consolación dijo lo que Baruc necesitaba oír, y creo que son palabras que nos ayudan hoy. Amado pastor y líder ministerial: Usted no es el primero en el Cuerpo de Cristo que ha tenido que experimentar la interrupción completa de su ministerio debido a problemas que usted no provocó. Usted no es el primer ministro del Evangelio que ha quedado atrapado por los trastornos sufridos por una nación. Hombres y mujeres justos, como Baruc y Jeremías, también han quedado atrapados en situaciones similares, y han tenido que pagar el precio.

En Números 14, encontramos otro ejemplo que nos permite ver que no somos los únicos que hemos sufrido pérdidas en tiempos difíciles. Josué y Caleb acababan de regresar de Canaán con los otros diez espías enviados por Moisés. Ellos creían que Dios les daría la tierra tal como les había prometido, pero los otros espías tenían miedo. Cuando el pueblo se rebeló contra Moisés y se negó a entrar en la tierra prometida, la angustia de Josué y Caleb era palpable. Se desgarraron las vestiduras mientras suplicaban al pueblo que creyera las promesas de Dios. Sin embargo, a pesar de ser fieles a Dios, ellos también tuvieron que vagar durante 40 años en el desierto. Perdieron 40 años de su vida debido a la incredulidad de los demás.

Es por eso que la belleza de los primeros capítulos del libro de Josué resplandece al compararse con la angustia que él mismo había vivido 40 años antes. Dios restauró todo lo que Josué había perdido. Él y Caleb finalmente poseyeron la tierra. Dios cumplió sus promesas, y el libro de Josué brilla en gloriosa contraposición a la angustia sufrida en Números 14.

En agudo contraste, Baruc y Jeremías morirían antes de que Esdras y Nehemías guiaran el regreso de los hijos de Israel para reconstruir el Templo. Murieron sin saber cómo terminó la historia de la que fueron parte integral. Lo mismo que Dietrich Bonhoeffer, Jim Elliot y Juan el Bautista. Sin embargo, el reino de Dios avanzó a través de la vida de cada uno de ellos, a pesar de que vieron más pérdidas que victorias durante su ministerio terrenal.

Las palabras de Dios a Baruch me recuerdan que, aunque anhelo la estabilidad y la satisfacción ministerial en la tierra, mi esperanza, en última instancia, está en la vida venidera. "Y esta esperanza no nos defrauda" (Romanos 5:5).

Nuestro tiempo de peregrinar sin rumbo —mientras luchamos por mantenernos a flote en un mar de cuarentena— puede durar meses, años o incluso décadas, pero el reino de Dios ya viene. Permanezca en Él aun en momentos como estos, y Él le concederá frutos que permanecerán para siempre. Sobre todo, recuerde que no está solo mientras enfrenta diversas pérdidas en su ministerio. Dios lo sabe, y ha preservado en su Palabra las historias de su fidelidad para mostrar que Él cumple sus promesas, no a pesar de las pérdidas, sino a través de ellas. El que comenzó la buena obra en usted, en su comunidad y en aquellos a quienes pastorea, será fiel para completarla.

Wendy Alsup es autora de varios libros, entre ellos Companions in Suffering: Comfort for Times of Loss and Loneliness. Escribe en theologyforwomen.org.

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No es suficiente transmitir los servicios en línea. Las iglesias necesitan fomentar comunidad.

Lo que los pastores pueden aprender de la disminución del número de asistentes a los servicios en línea.

Christianity Today October 7, 2020
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: PeopleImages / Adene Sanchez / Getty Images / Christopher Gower / Alex Knight / Unsplash

A partir de que el coronavirus obligara a que los servicios de las iglesias se volvieran virtuales, casi un tercio de las personas que iban a la iglesia han dejado de "asistir", según la nueva investigación de Barna. Entre la generación milenial, el porcentaje es aún más alto: la mitad de los que solían asistir a la iglesia han dejado de hacerlo desde que comenzó la pandemia.

El porqué no es claro. Pero cuando el número de asistentes disminuye considerablemente, tenemos que hacer una pausa, reflexionar y responder a esa pregunta.

Tal vez la gente está experimentando “fatiga de Zoom”. Aún cuando había personas a las que les gustaban las videoconferencias antes del inicio de la cuarentena, después de semanas de reuniones en línea para el trabajo, la escuela y otros eventos sociales, muchos no quieren ni pensar siquiera en conectarse durante una hora más los domingos por la mañana. Pero, ¿podría ser ese el caso de casi un tercio de los asistentes a las iglesias?

Podría ser la música. Cantar en casa frente a una pantalla no sustituye la experiencia de cantar en la iglesia rodeado de otros creyentes. Los desfases en la transmisión, así como los problemas técnicos ocasionales para que carguen los videos, hacen que sea sumamente difícil conectarse con la música y entrar en ese “estado de adoración” que muchos asocian con un buen tiempo de alabanza. Sin embargo, la mayoría de los asistentes no califican la música como la parte más importante de su experiencia en la iglesia. El autor cristiano Gary Thomas identificó nueve “caminos sagrados” que llevan a las personas a conectarse con Dios. Solo dos de ellos priorizan la música. De manera similar, los ministerios North Point encontraron que la adoración musical es una prioridad solo para el 14 por ciento de los asistentes presenciales a las iglesias.

Otra razón podría ser que los miembros de la iglesia vivan en áreas donde no haya servicios de internet de banda ancha, lo cual les imposibilitaría participar en servicios transmitidos en vivo. En 2018, la Comisión Federal de Comunicaciones encontró que 18.3 millones de estadounidenses no cuentan con acceso a Internet de banda ancha. Como explicó la comisionada Jessica Rosenworcel: “No es que no lo puedan pagar. Simplemente no está disponible”. Esta falta de acceso a internet sucede particularmente en las zonas rurales del país; sin embargo, solo representa el 5 o 6 por ciento de los estadounidenses, lo que no explicaría la dramática caída del número de asistentes a la iglesia a partir de marzo.

Permítame sugerir otra posible explicación. Hay algo acerca de ir a la iglesia que aún no ha sido trasladado del todo al formato en línea. Las iglesias están enfocadas en el culto principal que sucede en el santuario una vez por semana, lo cual es perfectamente comprensible. Desde mucho antes de la pandemia, se dedicaba mucho esfuerzo a crear ese evento. Una vez que la pandemia llegó, esa misma energía se dirigió a trasladar ese servicio a un formato en línea. Pero algo se perdió en el proceso.

Antes de la pandemia, mientras los servidores de las iglesias planeaban y se preparaban para el servicio que tendría lugar en el santuario, algo más estaba pasando afuera: en el vestíbulo, en el atrio, en el patio o en la zona de bienvenida. Algo menos planeado y, para algunas iglesias, menos intencional. Las personas platicaban, compartían sus vidas y se reunían a orar por diversas necesidades, ya sea en las orillas del santuario o en los salones. Antes de la pandenmia, el edificio de la iglesia reunía la adoración, el cuidado pastoral y la vida en comunidad de forma integral.

Pero, ahora que los servicios de adoración se transmiten en línea, ¿qué sucede con este equilibrio? Para muchos miembros de la iglesia, estos puntos de conexión personal desaparecieron. Algunos tal vez han hecho un esfuerzo para recuperarlo en Zoom o Facebook Live, instruyendo a la audiencia a saludar virtualmente a la persona “sentada a su lado”, pero la mayoría no lo ha hecho. Creo que esta pérdida de vida en comunidad y cuidado pastoral ha impactado de manera drástica la asistencia a la iglesia.

Mientras que el servicio de adoración es algo que las iglesias pueden producir y transmitir para cualquiera que lo vea, la vida en comunidad y la conexión personal no son algo que se pueda transmitir en línea. No se pueden reproducir de forma masiva. Ser conocido y cuidado a un nivel personal es casi siempre una experiencia uno a uno. Los cultos de adoración, por otro lado, tienden a elaborarse utilizando un modelo de producción en masa: algo que es producido por una persona y distribuido a muchos. Es posible solo observar el culto de adoración como parte de la audiencia, teniendo muy poca participación.

La parte del culto que sucede dentro del santuario de la iglesia es aparentemente fácil de transmitir en línea. Sin embargo, lo que sucede fuera del santuario es increíblemente difícil de reproducir. Pero si la vida en comunidad y el cuidado pastoral son justamente lo que las personas necesitan, y ya no lo reciben a través de los servicios en línea, entonces tiene sentido que muchos hayan dejado de participar en los mismos.

Cuando las iglesias priorizan sus servicios de adoración de la misma manera que lo hacían antes de la pandemia, es fácil pasar por alto todas las otras actividades, aparentemente periféricas, pero que son las que hacen que la asistencia a la iglesia sea una experiencia crucial y vivificante para muchas personas. La verdad es que tal vez hayamos malinterpretado por qué un tercio de las congregaciones se presentaban a la iglesia todos los domingos. Tal vez era por el cuidado y el consuelo que las personas recibían de sus amigos y pastores. De hecho, cuando asumimos que el servicio de adoración facilita la vida en comunidad, tal vez la realidad sea justo lo contrario: que la convivencia de la comunidad y el cuidado pastoral sean los que sustentan los servicios de adoración.

Para muchos, las “actividades periféricas” son en realidad centrales. Y si esa parte de la iglesia ha desaparecido porque los servicios solo están siendo transmitidos por internet, entonces la gente buscará otro lugar para satisfacer sus necesidades relacionales y espirituales.

La investigación de Barna también encontró mucho al respecto. No solo acerca de los que desertan, sino también acerca de aquellos que continúan viendo la iglesia en línea. La encuesta informó que “los cristianos practicantes en todo Estados Unidos están buscando apoyo emocional y de oración”. En la transición a un formato de transmisión en línea, algunas iglesias pueden haber perdido de vista estos otros elementos prioritarios. El servicio de adoración ha sido desligado de la vida en comunidad y el cuidado pastoral. Al trasladarse al formato en línea, el edificio de la iglesia ya no mantiene el equilibrio entre estos tres elementos.

Entonces, ¿qué pueden hacer las iglesias?

Si bien la investigación de Barna puede parecer en principio preocupante, también nos ofrece una visión crucial. Las cifras de asistencia a los cultos, ya sean en línea o presenciales, ya no puede ser las únicas estadísticas que los líderes de la iglesia utilicen para evaluar la salud espiritual y relacional de su congregación. Las iglesias deben buscar nuevas formas de medir las conexiones comunitarias y el cuidado pastoral que se producen en las distintas partes de su entorno, ya sea en línea o de manera presencial.

Sería prudente que las iglesias desarrollaran nuevas métodos de medición en este tiempo de dispersión. Considere, por ejemplo, rastrear las solicitudes de oración que llegan a través de los formularios en línea: algunas iglesias ya han visto que este número ha crecido. Las iglesias también podrían contar el número de llamadas telefónicas que los pastores y el equipo de servidores están teniendo con sus congregantes. Las estadísticas deben medir lo que es verdaderamente importante. En vez de considerar la asistencia como una variable proxy, la iglesia puede explorar otras variables de mayor relevancia que podrían resaltar, facilitar y empoderar el sentido de comunidad y la atención pastoral.

La pandemia también podría ayudarnos a enfocarnos de nuevo en la interacción comunitaria miembro a miembro. El edificio de la iglesia solía servir como una especie de plataforma social, y la comunidad crecía de manera orgánica en ese espacio. ¿Qué espacios podemos crear en la era de la pandemia que fomenten y promuevan esa experiencia, de tal forma que las personas se sientan conocidas, conectadas y cuidadas? Si bien es cierto que la pandemia nos robó algo, no debemos darnos por vencidos.

Hay muchos ejemplos alentadores de iglesias protegiendo y promoviendo la convivencia en comunidad a través de experimentos creativos. Las mejores ideas surgen al estudiar la personalidad única de cada congregación. Por ejemplo, la Iglesia All Saint's Episcopal Church [Iglesia Episcopal de Todos los Santos], en el barrio Ravenswood de Chicago, es una iglesia histórica que tenía la tradición de celebrar de forma mensual los cumpleaños y aniversarios. Una vez que comenzó la cuarentena, encontraron la forma de llevar su tradición a los servicios en línea. Los festejados enviaron por correo electrónico sus fotografías a un ministro, quien las compiló en un fotomontaje que la iglesia incluyó en la transmisión en vivo del domingo por la mañana. Esto le dio a los participantes la oportunidad de sentirse más involucrados, así como de verse a sí mismos y a otros en el culto de adoración en línea. Este ejercicio ayudó a las personas a sentirse conectadas entre sí.

Sin embargo, los esfuerzos no tienen que ser de alta tecnología. Algunas iglesias han recuperado métodos anticuados para comunicar su interés y cariño de maneras más profundas. Una iglesia en Nueva York organizó a sus miembros en grupos de quince personas y nombró líderes para ponerse en contacto con ellos y ver si necesitaban oración, comida u otros suministros. Si bien es muy probable que el equipo pastoral no tenga la capacidad de estar en contacto con cada miembro de la iglesia, repartir la carga es un catalizador para que la ministración suceda a través del cuerpo de la iglesia y no solo desde la cabeza.

Una iglesia bautista en Carolina del Sur invitó a sus miembros a escribir cartas a los residentes de asilos de ancianos, puesto que no pueden recibir visitas y se sienten particularmente solos en este tiempo. El esfuerzo adicional de enviar estas cartas por correo comunicó mucho más que las simples palabras escritas. Este es otro ejemplo de cómo, al organizar un sencillo plan creativo, los líderes de la iglesia podrían movilizar a sus miembros a ministrar fuera del santuario.

En Moose Jaw, Saskatchewan, una iglesia imprimió letreros invitando a las personas a llamar por teléfono o a enviar un correo electrónico para cualquier necesidad. Mientras que algunos llamaron porque necesitaban provisiones materiales, otros llamaron simplemente porque se sentían solos y necesitaban alguien con quien hablar, o bien, para pedir oración. Otra iglesia del área ofreció el servicio de asesores espirituales para “escuchar con compasión” a cualquiera que llamara. Y una tercera iglesia, de forma similar a la iglesia de Nueva York, organizó un "árbol telefónico" que, al igual que las cartas por correo, fue más significativo que un simple mensaje de texto o correo electrónico grupal.

Es probable que existan tantas ideas para fomentar comunidad como existen iglesias. El punto es que la pandemia es una invitación a que las iglesias desarrollen su creatividad. Como a un amigo mío le gusta recordarme: “En medio de la devastación, existe una oportunidad para la innovación”. Son palabras oportunas para la iglesia en este tiempo sin precedentes.

Adam Graber es director de FaithTech y copresentador del podcast Device & Virtue. Puedes encontrarlo en Twitter @AdamGraber.

Traduzido por Maurício Zágari

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Yo era la esposa de un pastor. El suicidio me hizo viuda.

Lo que aprendí sobre la salud mental y el ministerio después de la trágica muerte de mi esposo.

Christianity Today October 7, 2020
Courtesy of Kayla Stoecklein

Cuando conocí a Andrew, yo tenía 19 años, y me enamoré inmediatamente. Él era el hijo de un pastor y se sentía llamado al ministerio, así que no tardé mucho en darme cuenta de que mi vida con él sería una vida como esposa de pastor.

Crecí asistiendo a la iglesia todos los domingos, pero no fue sino hasta que pasé tiempo con la familia de Andrew que comencé a percibir cómo era la vida en las trincheras del ministerio. Al acercarme, escuchar y aprender, vi que, aunque servir en el ministerio puede ser significativo y hermoso, también puede ser estresante, decepcionante, desalentador y solitario.

En 2015, Andrew se convirtió en el pastor principal de la iglesia de sus padres, y pronto encontré la forma de desempeñar mi nuevo papel como la esposa del pastor principal. Servía en el equipo del ministerio de mujeres, facilitaba el grupo de madres de niños en preescolar de los miércoles, y llegaba temprano para el primer servicio todos los domingos.

El ministerio lo era todo. Todo nuestro mundo giraba en torno a la iglesia local y el llamamiento que Dios había puesto sobre la vida de Andrew. Su llamamiento se volvió mi llamamiento; su pasión, mi pasión; y su propósito, mi propósito.

Pero, el 25 de agosto de 2018, tras un periodo de agotamiento, depresión y ansiedad, mi amado esposo Andrew falleció trágicamente por suicidio.

Mi vida tal como yo la conocía cambió para siempre. En su lugar, me fue dada una vida completamente nueva como viuda y madre soltera de nuestros tres hijos pequeños. De repente, nuestra historia se convirtió en la historia triste que circulaba en Internet. Pude presenciar cómo imágenes de mi vida y fotos de mi familia hacían titulares alrededor del mundo. En cuestión de un instante, nos habíamos convertido en el centro de atención.

Mientras el mundo miraba, se interesaba, y escuchaba atentamente, yo decidí hablar. No iba a permitir que el suicidio tuviera la última palabra. Apenas tres días después de que Andrew se fuera al cielo, le escribí una carta y la publiqué en nuestro blog familiar. «Tu nombre vivirá poderosamente para siempre», le prometí. «Tu historia tiene el poder de salvar vidas, cambiar vidas, y transformar la forma en que la Iglesia apoya a los pastores».

A través de esa carta comencé a ver cómo la mano de Dios estaba obrando, redimiendo lo que estaba perdido, e incluso salvando vidas del suicidio. Recibimos cientos de cartas, regalos, donaciones, libros, cobijas y buqués de parte de personas totalmente desconocidas. El amor se hizo escuchar fuertemente.

Algo que noté muy pronto, y que he venido aprendiendo durante estos últimos años, es que la historia de Andrew no es poco común. Acaba de pasar la Semana Nacional de Concientización sobre la Prevención del Suicidio, y lamentablemente, año tras año, la iglesia estadounidense sigue perdiendo líderes a causa del suicidio.

Numerosos pastores y personas que sirven en cargos ministeriales sufren problemas de salud mental. Tristemente, en la mayoría de los casos, estos no encuentran un espacio para compartir sus problemas con compañeros o congregantes. El temor a perder su trabajo, su posición, su público o el respeto de sus compañeros constituye para ellos una realidad muy seria. Por mi experiencia con Andrew, he aprendido la importancia de que la iglesia prepare a sus líderes en la forma en la que deben responder cuando pasen por una temporada de fatiga ministerial, ya que es inevitable que esto suceda.

Todo pastor necesita un círculo de personas cercanas con las que puedan mostrar su vulnerabilidad. Necesitan amigos cercanos, un grupo de gente con quienes se sientan en confianza y con quienes puedan bajar la guardia, quitarse el sombrero de pastor, y simplemente ser ellos mismos. Andrew solía decir: «Es solitario estar en la cima», pero la realidad es que no tiene por qué serlo. No fuimos creados para llevar una vida solitaria. Eso no funciona.

Esta soledad está estrechamente relacionada con una carga de responsabilidad muy pesada. Andrew a menudo se refería a sí mismo como el «conector»: la persona que lo mantenía todo unido. Con frecuencia, y con cariño, yo le recordaba que tenía que poner sus ojos en Jesucristo, y le recordaba quién era el «conector» en realidad. Cuando se sirve en un cargo ministerial, es crucial llevar la carga del liderazgo en equipo. Si no permitimos que otros compartan la carga con nosotros, nos desmoronaremos bajo la presión que el liderazgo conlleva.

La carga se siente especialmente abrumadora cuando las demandas del ministerio parecen implacables. A Andrew le tomó años encontrar siquiera un día a la semana para descansar. Si no creamos espacio para el descanso, estaremos andando como un auto sin combustible en el tanque. Tenemos que decidir intencionalmente apagar nuestro teléfono, cerrar sesión en nuestro correo electrónico, o permanecer alejados de nuestra computadora durante el día. El descanso es la clave del éxito.

A través de mi función anterior como esposa de pastor aprendí la siguiente verdad: los pastores también son personas. No son superhumanos; son humanos. No son invencibles; son más bien vasijas rotas dando lo mejor de sí para ser luces resplandecientes en un mundo oscuro y desesperado. Pero para seguir brillando y dirigiendo con solidez, los pastores también deben ser deliberados en cuanto a cómo cuidarse a sí mismos. Los pastores necesitan comunidad, necesitan compartir la pesada carga del liderazgo, y necesitan darse permiso y margen para sanar y descansar.

Para los líderes que se han comprometido con la Iglesia y con Dios a servir sin importar el costo, puede resultar difícil, o incluso impensable, decir que el costo personal se ha vuelto demasiado alto. Pero la verdad es que su vida y su salud son más importantes que su ministerio. Si su ministerio lo está matando, si está destruyendo a su familia o si está exacerbando su depresión, es hora de decírselo a alguien y tomar un descanso.

Repito, hacer esto es difícil para cualquiera de nosotros, pero resulta particularmente difícil para aquellos que se visualizaron cumpliendo el llamado a un liderazgo sacrificial de por vida. Nuestros pastores necesitan entender que para dirigir como Cristo no necesitan dirigir como si fueran Cristo. El sacrificio supremo ya ha sido hecho por nosotros. Los pastores deben ser libres para compartir sus dolores y sus luchas, sabiendo que jamás fue la intención de Dios que los cargaran por sí solos.

Kayla Stoecklein es defensora de aquellos que sufren enfermedades mentales, y la madre de tres niños pequeños. Acompáñala en kaylastoecklein.com y en Instagram @kaylasteck. Su primer libro, Fear Gone Wild, fue publicado recientemente.

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Church Life

Nota de los editores sobre la investigación de Ravi Zacharias

Por qué publicamos malas noticias sobre líderes evangélicos, incluso después de que hayan fallecido.

Christianity Today September 30, 2020
Michal_edo / Getty Images

La motivación de Christianity Today es un profundo amor por la Iglesia. Ese amor a veces resulta doloroso, especialmente cuando significa informar que se ha hallado evidencia sobre el comportamiento dañino de algún líder en el ministerio. Estas denuncias son difíciles de publicar para nosotros, y también pueden ser difíciles de leer.

A lo largo de los años, algunos lectores se han preguntado por qué publicamos información sobre las pruebas de conductas indebidas de líderes ministeriales que, en cualquier otro sentido, han hecho un bien al mundo. Otros lectores que apoyan el periodismo de investigación en general piensan que este tipo de información debería publicarse teniendo como objetivo una audiencia externa a nuestra comunidad cristiana. Pero nuestro compromiso de buscar la verdad trasciende nuestro compromiso tribal. Y al informar sobre la verdad, demostramos interés y cuidado por nuestra comunidad.

El amor nos obliga a amar a los heridos por los líderes ministeriales, no solo a las víctimas inmediatas, sino a muchos otros que ven las consecuencias del pecado y el abuso de los líderes y se preguntan si los cristianos tienen un interés genuino. El amor profundo por la Iglesia también nos obliga a amar a los líderes ministeriales que se equivocan. A menudo necesitan que la información salga a la luz para sentirse guiados al arrepentimiento.

Nuestro amor nos impulsa a investigar las acusaciones —o a continuarlas— incluso cuando el líder acusado ha fallecido. La devastación del pecado persiste mucho tiempo después de la muerte de un líder ministerial. ¿Debemos pedir a las víctimas que lleven la carga, el trauma y la vergüenza de sus experiencias solas en la oscuridad? No. Ni las buenas acciones de un líder ministerial ni su muerte deben silenciar a sus víctimas. Y las personas que pecan necesitan la gracia que acompaña a la luz. La muerte impide la oportunidad de arrepentimiento de un pecador, pero no la oportunidad de restauración y libertad de una víctima.

Toda la Iglesia necesita esa luz, por muy dolorosa que sea. Christianity Today no emprende el largo y costoso trabajo de investigar las acusaciones para crear una lista de pecadores notorios. Nuestro objetivo es la corrección, no solo de los líderes sobre los que informamos, sino de todos nosotros.

La Biblia habla muy claramente de los defectos y errores incluso de sus figuras más heroicas. El héroe supremo de las historias bíblicas, y el héroe supremo de nuestras propias historias, no es el ser humano en todo su pecado, sino el Dios que actúa a través de personas pecadoras para redimirlas y cumplir sus propósitos. Cuando las Escrituras detallan los graves errores de sus héroes, es «útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (2 Timoteo 3:16, NVI). No editamos esas partes. De forma similar, también somos reacios a dejar de lado o restar importancia a las acusaciones contra líderes cristianos. Intentamos investigar e informar sobre estas historias de forma justa. No asumimos la culpabilidad de los investigados ni privilegiamos a los poderosos; esperamos que nuestros lectores también eviten esos errores.

Informamos de estas historias en parte para que la Iglesia pueda aprender de ellas. Nos recuerdan nuestra propia vulnerabilidad, nuestra propia necesidad de transparencia y rendición de cuentas y, en última instancia, la necesidad de todas las personas de la gracia de Jesucristo y de la obra transformadora del Espíritu Santo. Pero también somos conscientes de que las personas de nuestras historias no son meras ilustraciones en un sermón. Los que han sido explotados no están aquí para ayudarnos. Nosotros estamos aquí para ayudarles a ellos: para poner las cosas en su sitio, para denunciar las injusticias y las hipocresías, para dar voz a los heridos, para lamentarnos con ellos y para asegurarles a otros como ellos que no están solos. El juicio solo pertenece a Dios. Pero traer luz a la oscuridad es responsabilidad de todos nosotros, incluso mientras nos lamentamos.

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¿Realmente amamos la Ley de Dios?

El Antiguo Testamento no contradice la ética del Nuevo Testamento, la aclara.

Christianity Today September 25, 2020
Illustration by Matt Chinworth

Este es el cuarto de una serie de seis ensayos de una sección transversal, en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

Los cristianos tenemos un problema. Sabemos que debemos basar nuestra ética en la Biblia, pero a veces la Biblia es vaga en asuntos éticos en los cuales creemos que debería ser más clara.

Por ejemplo, el Nuevo Testamento no plantea ninguna objeción sobre la esclavitud. Pablo instruye a los esclavos [algunas traducciones usan la palabra siervos]: «…obedezcan a sus amos terrenales con respeto y temor, y con integridad de corazón, como a Cristo» (Efesios 6:5, NVI). Textos como este se han utilizado a lo largo de la historia cristiana para justificar terribles actos de deshumanización perpetrados por cristianos que creían que la Biblia estaba «de su lado».

Pero el Antiguo Testamento no guarda silencio sobre la esclavitud. Dice que los sirvientes deben ser liberados después de seis años. ¿Por qué el Nuevo Testamento no se remite a esta regla? Por un lado, es realista, teniendo en cuenta la dureza del corazón humano, que sin duda era mayor en el contexto del Imperio Romano que en el de Israel. En contraste, el Antiguo Testamento pone límites tan restrictivos a la servidumbre que descarta la esclavitud real entre los israelitas. (Es erróneo que algunas traducciones recientes usen la palabra «esclavo» en el Antiguo Testamento.) El Antiguo Testamento asume que el trabajo en general debe darse dentro del contexto de las relaciones comunitarias y pone límites claros a la servidumbre. Los israelitas no podían ser «propiedad» de otro: todo su servicio era temporal y debía ser compensado de alguna manera. También existían regulaciones estrictas para asegurar que los sirvientes extranjeros —quienes sí tenían dueño— fueran tratados con respeto y compasión.

Aunque sospecho que la mayoría de nosotros creemos que el Antiguo Testamento es la palabra inspirada por Dios, a menudo no lo demostramos con nuestras acciones. Esto podría ser, en parte, porque algunas cosas que encontramos en el Antiguo Testamento nos parecen desagradables o incluso nos horrorizan. Pero, en la mayor parte de los casos, simplemente no acudimos al Antiguo Testamento en busca de dirección. Según Segunda de Timoteo 3:16, «toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» y, por lo tanto, juega un papel importante en equiparnos para hacer cosas buenas. «La Escritura» a la que se refiere este pasaje es el hoy llamado Antiguo Testamento. Los autores todavía estaban escribiendo el Nuevo Testamento cuando Pablo le escribió a Timoteo. Puesto que creemos que las Escrituras del Antiguo Testamento están inspiradas y creemos que este hecho es importante, ¿por qué no recurrimos a ellas en busca de principios éticos (el propósito para el cual se nos promete que son útiles)? ¿Qué pasaría si lo hiciéramos?

El Antiguo Testamento habla por sí mismo

Pablo le escribió a la iglesia en Roma que las justas demandas de la Torá (el término hebreo traducido como «Ley» en nuestras Biblias modernas) se cumplen en nosotros cuando vivimos de acuerdo al Espíritu (Romanos 8:4). Juntemos este concepto con la línea de Segunda de Timoteo mencionada anteriormente: Si queremos caminar de acuerdo al Espíritu, necesitamos saber lo que dicen las Escrituras del Antiguo Testamento. Necesitamos comprender el Antiguo Testamento y estar familiarizados con él, incluyendo la lista de reglas y mandamientos que muchos de nosotros evitamos al leerlo. De no hacerlo, nos perdemos los ideales y expectativas de Dios para el comportamiento humano, las cuales son el fundamento vital para entender plenamente las respuestas bíblicas a algunas de nuestras principales preguntas éticas.

Cuando pensamos en la ética del Antiguo Testamento, tendemos a acercarnos de una de dos maneras. Una manera es buscar cómo el Antiguo Testamento puede informarnos y apoyarnos en temas que son importantes para nosotros, tales como: la justicia, la conservación de la creación, el matrimonio entre personas del mismo sexo o el cuidado de los migrantes. La segunda, es inquietarnos por los problemas que el Antiguo Testamento parece plantearnos, como la poligamia o la aniquilación de los cananeos. En el primer caso, tenemos una agenda ya establecida, y buscamos que el Antiguo Testamento diga algo sobre eso que es importante para nosotros. («¿Ves?¡El Antiguo Testamento es relevante!») En el segundo caso, creemos que ya sabemos lo que es correcto, y tratamos de disculpar al Antiguo Testamento cuando no encaja con nuestro entendimiento. («El Antiguo Testamento no es tan malo como parece»).

Pero, ¿qué pasaría si prestáramos atención a la manera en que el Antiguo Testamento maneja cuestiones éticas para ver cómo despierta preocupaciones acerca de las cuales tenemos que dar respuesta? En lugar de ajustar el Antiguo Testamento a nuestras necesidades, ¿qué pasaría si permitiéramos que moldeara nuestro entendimiento? Hacerlo será un reto, pero es valioso y necesario para vivir la ética cristiana con fidelidad.

Cumpliendo la Torá

Una razón por la que es difícil discernir las implicaciones de las Escrituras del Antiguo Testamento en su totalidad es que no fueron escritas de corrido. Surgieron a partir del trabajo de diferentes personas a lo largo de casi mil años. Fueron escritas en culturas muy diferentes a nuestras vidas occidentales y, por lo tanto, pueden parecernos lejanas. Y también parecen aceptar cosas que no esperaríamos que Dios aceptara. Las Escrituras abordaban situaciones muy distintas a las nuestras, y Dios necesitaba que hablaran de manera diferente en distintos contextos.

El Antiguo Testamento no es sistemático al orientarnos sobre lo que es correcto, y tampoco está organizado por temas. Parte de la riqueza y desafío que representa el Antiguo Testamento es su colorida variedad. Sin embargo, a su debido tiempo, estos escritos se convirtieron en un solo libro. Entonces, ¿cómo pueden convertirse en un recurso para nosotros? Jesús nos da algunos consejos para responder a esta pregunta.

Una de las primeras cosas que Jesús dice en el Sermón del Monte es que no vino a anular la Torá y los Profetas, sino a cumplirlos (Mateo 5:17). «Cumplir» suena como un término técnico, pero en el idioma original, Mateo usa una palabra más común que significa «llenar». Jesús vino a llenar la Torá y los Profetas, a completarlos. ¿Cómo lo hizo? Cuando dijo, «Ustedes han oído que se dijo… pero yo les digo», da una serie de ejemplos de cómo vino a completarlos. Por ejemplo, es posible apegarse al mandamiento que prohíbe el asesinato e ignorar las advertencias del Antiguo Testamento sobre la ira. Jesús no está diciendo algo nuevo, como si el Antiguo Testamento no se percatara de que la ira debiera evitarse. Proverbios deja claro este punto. Más bien, Jesús cumple la Torá y los Profetas señalando lo que el Antiguo Testamento dice y lo que implica, cosa que la gente podría inclinarse a evitar. Jesús saca a relucir todas las implicaciones de las Escrituras.

En otro ejemplo, la Torá dice: «Ama a tu prójimo» (Levítico 19:18). El contexto deja claro que Levítico se refiere al prójimo con el que no te llevas bien, el que es tu enemigo. Tal vez Jesús sabía que las personas creían que mientras amaras a tu prójimo «amable», podrías odiar a tu prójimo «enemigo». Pero el Antiguo Testamento nunca dice que puedes odiar a nadie y tampoco lo hacen otros escritos judíos. Levítico implica que debemos amar a nuestro enemigo, pero bien podríamos pasar por alto esa inferencia. Por lo tanto, en una de las ocasiones en las que Jesús completó la Ley y los Profetas, narró la parábola del Buen Samaritano, cumpliendo así la Torá al sacar a relucir sus implicaciones: Tu prójimo puede ser alguien que no te agrade pero aún así tienes que amarlo.

¿Justicia y derecho?

Un amigo mío sugiere que la ética cristiana se ha convertido en una lista de principios, en un sentimentalismo abrumador que dice «Yo estoy del lado de Jesús: del lado del amor, de la justicia y la liberación». Suponemos que la definición de amor, justicia y liberación es obvia. Sin embargo, el riesgo es que el resultado del desarrollo de estos principios es aceptar y alentar las causas de otros grupos progresistas o conservadores. Y el peligro es que nuestra forma de pensamiento y nuestra vida son formados de manera sustancial por nuestra cultura y por nuestro contexto social. Es tentador suponer que nuestra forma de pensar es generalmente correcta. Después de todo, somos cristianos y estamos comprometidos con las Escrituras, ¿no? Pero tal vez necesitamos que nuestro entendimiento sea confrontado, o al menos afinado.

Tomemos, por ejemplo, nuestro concepto de justicia. Es fácil suponer que todos estamos de acuerdo, de forma general, sobre qué es la justicia. Sin embargo, la definición de «justicia» varía entre culturas. Hay una frase del Antiguo Testamento que se traduce como «la justicia y el derecho». Esta ha sido correctamente descrita como la expresión del Antiguo Testamento para la «justicia social». Pero no significa justicia social en el mismo sentido que convencionalmente damos a esta frase. De forma individual, estas dos palabras hebreas tampoco se traducen como «justicia» o «derecho» con el significado que atribuimos a esas palabras en el español. La palabra traducida como justicia (mishpat) denota algo similar a «el ejercicio adecuado de la autoridad y el poder». Y la palabra traducida como derecho (sedaqah) significa algo similar al término «fidelidad, el que uno haga lo correcto en las relaciones que tiene en su comunidad».

Para nosotros, preocuparnos por la justicia puede significar principalmente abogar por lo que es correcto. En el Antiguo Testamento, «justicia y derecho» abarcaban tanto lo que una persona hacía, como lo que defendía. Era práctico y aterrizado, personal y costoso. Se trataba de hacer lo que estaba en tu poder en beneficio de la gente que vivía a tu alrededor. Para los jefes de familia, implicaba asegurarse de que sus recursos se compartieran con los necesitados fuera de la familia, y que la familia no abusara de las personas que trabajaban para ellos. Si lo aplicamos a nuestra realidad, no solo se trataría de decir lo que el gobierno de la ciudad debería hacer acerca de las personas que viven en las calles; se trata de que yo haga todo lo posible por proveer el refugio y la asistencia que necesita el indigente en mi calle. No se trata solo de presionar al gobierno o a un negocio para que hagan algo sobre la conservación del medio ambiente; se trata de que yo tome menos vuelos hacia el otro lado del Atlántico, puesto que son vuelos muy largos y, por lo tanto, contaminan mucho.

Lo más importante

Aunque leer el Antiguo Testamento en su totalidad es necesario para la ética cristiana, si tuviéramos que reducirlo a una sola cosa, ¿cuál sería el mandamiento más importante de la Torá? La respuesta de Jesús a esta pregunta clave proporciona una guía vital para entender la ética bíblica (Mateo 22:36–40). A los teólogos judíos les gustaba debatir qué mandamiento era el más importante, aunque había muy pocas dudas sobre la respuesta: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Deuteronomio 6:5). Como hicieron otros maestros judíos, Jesús añade a ese mandamiento otro de la Torá: el mandamiento de amar al prójimo. Él enseña que este último merece ser puesto junto a amar a Dios.

Jesús añade una observación que nos da mucho que pensar: que la totalidad de la Torá y los Profetas dependen de estos dos mandamientos. Esta es una afirmación asombrosa y fundamental para entender la ética del Antiguo Testamento. Cuando usted se encuentre con una regla individual en la Torá y se pregunte cuál es el objetivo de la misma, o piense que es muy extraño que Dios demande tal cosa, siempre valdrá la pena preguntarse: «¿Cómo se relaciona este mandamiento con el amor a Dios o con el amor al prójimo (o con ambos)?».

Considere un ejemplo: El Antiguo Testamento enseña que las personas quedaban impuras cuando tenían que enterrar a un familiar fallecido, y que un hombre quedaba impuro después de eyacular. ¿Cómo expresan amor hacia Dios estas reglas de las Escrituras sobre la pureza? Es fácil pensar que seguramente la respuesta es el pecado, pero eso es solo una parte de la explicación. Las reglas sobre la pureza no tenían que ver con el pecado —al menos no antes del momento en que fueran ignoradas—. No había nada moralmente malo con el entierro o con tener sexo con la persona correcta. Lo que está mal es olvidar que el Creador y sus criaturas son muy diferentes.

Un enfoque de las reglas sobre la pureza era esta importante distinción entre los seres humanos y Dios, que es en parte lo que la Biblia quiere decir cuando habla de santidad. Las reglas reconocían que Dios, en su propio ser, no tiene nada que ver con la muerte o con el sexo. Muchos de nosotros vivimos en culturas que evitan pensar en la muerte y que están obsesionadas con el sexo. Las reglas de Levítico nos recuerdan que la muerte es algo común en la experiencia humana, pero también que no es natural, sino que es el resultado de la Caída. Del mismo modo, nos recuerdan que el sexo es algo humano y, aunque bueno, no es algo divino. Todo esto sirve para ilustrar que la ética no es una categoría distinta en el Antiguo Testamento. Quiénes somos y quién es Dios está inextricablemente conectado con lo que debemos hacer.

Bendiciendo nuestros duros corazones

El Antiguo Testamento reconoce la diferencia entre el ideal y la realidad, y habla en consecuencia. Lo vemos claramente en una discusión que Jesús tiene con algunos fariseos sobre el divorcio (Marcos 10:1–12). Cuando le preguntaron lo que opinaba al respecto, Jesús les devolvió la pregunta: «¿Qué dice la Torá?» Ellos respondieron que la Torá permite el divorcio. Pero Jesús señaló que el divorcio estaba permitido a causa de la dureza del corazón de los israelitas. Si miramos atrás, hacia cómo eran las cosas en la Creación, cuando Dios hizo al primer hombre y a la primera mujer, es imposible imaginar que el divorcio fuera parte del plan. Pero al introducir las leyes en Deuteronomio, Dios estaba reconociendo el hecho de que algunos hombres repudiaban a sus esposas, y proporcionó una norma que regulara la forma en que este triste evento tendría lugar, ofreciendo a la esposa cierta protección. Al igual que con el tema de la esclavitud, aquí también la Torá establece el ideal y la visión de Dios al momento de la creación, y toma en cuenta el hecho de que no vivimos a la altura de ello. Este modelo de ninguna manera disminuye la justicia de Dios; más bien, acentúa su misericordia hacia nosotros.

Entonces, ¿cómo podemos aplicar hoy las Escrituras del Antiguo Testamento y la ética que describen? ¿Cómo puede un cristiano obedecer las Escrituras que los apóstoles y los primeros cristianos atesoraron como «útiles para enseñar, reprender, corregir e instruir en la justicia»? Podemos hacernos tres preguntas mientras estudiamos con diligencia el Antiguo Testamento y buscamos vivir de acuerdo a la revelación de Dios: ¿De qué manera necesitan completarse las implicaciones de las enseñanzas del Antiguo Testamento? ¿Cómo expresa la enseñanza del Antiguo Testamento amor hacia Dios y amor hacia el prójimo? Y, por último, ¿hasta qué punto establece el Antiguo Testamento los ideales de la creación, y hasta qué punto está haciendo concesiones a causa de la dureza de nuestro corazón?

Sin duda, hay un desafío importante en la búsqueda del ideal de la creación y en no simplemente conformarse a las concesiones. Pero la ética del Antiguo Testamento es la base para las enseñanzas de Jesús, y Él nos dio las herramientas que necesitamos para ponerlas en práctica. Si el Antiguo Testamento era fundamental para Jesús, la verdadera pregunta no es ¿Cómo podemos los cristianos aplicar la ética del Antiguo Testamento a nuestras vidas?, sino más bien ¿Cómo no hacerlo? Jesús ya ha hecho posible que lo hagamos y, con su muerte y resurrección, estamos cubiertos si fallamos en hacerlo.

John Goldingay es profesor del Antiguo Testamento en el Seminario Teológico Fuller. Este artículo está adaptado de su libro Old Testament Ethics: A Guided Tour (IVP Academic).

Traducido por Sally Isáis.

Dios sabía lo que estaba haciendo cuando le dio a Jesús dos árboles genealógicos

Cómo resolver las muchas disparidades entre las genealogías de Mateo y Lucas.

Christianity Today September 16, 2020
WikiMedia Commons

Los problemas en las Escrituras funcionan como reductores de velocidad: pueden ser frustrantes, y también pueden perjudicar a los incautos, pero resultan eficaces en ralentizarnos para que prestemos atención. Las tensiones nos obligan a pensar. Las contradicciones aparentes nos obligan a revisar los textos de manera más detallada. Cuando Dios los inspiró, sabía lo que estaba haciendo.

Al estudiar los Evangelios nos encontramos inmediatamente con el problema de las grandes diferencias entre las genealogías de Jesús presentadas por Mateo y Lucas. Mateo 1 enumera 42 generaciones que se remontan hasta Abraham; Lucas 3 presenta 77 generaciones que se remontan hasta Adán. De las docenas de nombres entre David y Jesús, sólo cinco aparecen en ambas listas. Peor aún, al parecer Jesús tiene dos abuelos paternos diferentes: Jacob (Mateo 1:16) y Elí (Lucas 3:23).

Los esfuerzos para resolver estas disparidades a menudo se concentran en el lado de Mateo, principalmente porque su genealogía parece tener una motivación teológica evidente: las numerosas lagunas, las mujeres que destaca, los tres grupos de 14, y así sucesivamente. Asumimos que Lucas nos ofrece “sólo los hechos”, mientras que Mateo los manipula con un objetivo en mente. Pero esta perspectiva menospreciaría tanto a Mateo como historiador, como a Lucas como teólogo. Yo creo que la genealogía de Lucas tiene una agenda teológica tan vigorosa como la de Mateo, si no es que más.

Considere la forma en que enumera 77 generaciones desde Adán hasta Cristo. Ese número apunta al día de reposo. Nos recuerda la venganza de setenta veces siete de Lamec (Génesis 4:24), y que Jesús dijo que debemos perdonar hasta setenta veces siete (Mateo 18:22). Evoca el año del Jubileo (Levítico 25:8–55), el cual se observaba una vez cada siete periodos de siete años. En Lucas 4:16-21, Jesús proclama haber cumplido la promesa del Jubileo, un acontecimiento que se presagia dos capítulos antes con la orden de que la gente se reporte a su ciudad natal para ser censada, recordándonos el mandamiento jubilar de que todos debían regresar a la “heredad familiar” (Levítico 25:10).

También es digno de mención que Lucas introduzca su genealogía, no al comienzo de la vida de Jesús, sino al comienzo de su ministerio, cuando tenía “unos treinta años” (3:23). Treinta es un número notable. Los sacerdotes comenzaban su ministerio a esa edad (Números 4:3), la misma edad en la que David se convirtió en rey (2 Samuel 5:4) y Ezequiel vio visiones proféticas de Dios (Ezequiel 1:1). Al insertar su genealogía en esta etapa, Lucas conecta la ascendencia de Jesús con su ministerio como profeta, sacerdote y rey. Al remontarse hasta Adán, y no sólo hasta Abraham, presenta a Jesús como profeta de todas las naciones, sacerdote para todos los pueblos, y rey de toda la tierra.

Luego, está la cuestión de los abuelos paternos de Jesús. Desde principios del siglo III, la gente ha especulado que José tenía dos padres, ya sea porque fue adoptado legalmente o porque era hijo de un matrimonio por levirato. (En la costumbre judía: si un hombre moría sin hijos, su hermano habría de casarse con la viuda para preservar la línea familiar). Si esto hubiera sido así, entonces José sería hijo tanto de Elí, como de Jacob; algo que siempre me sonó a apología desesperada. Pero entonces comencé a notar todas las otras referencias en Lucas 3 al matrimonio por levirato o a la adopción legal.

Una se relaciona con Herodes y su hermano Felipe (Lucas 3:1). Herodes se había casado con la esposa de Felipe, provocando gran enojo entre los judíos devotos, —y eventualmente causando la decapitación de Juan el Bautista— (Marcos 6:17). Así que el relato de Lucas acerca de la vida adulta de Jesús comienza mencionando a un hombre en un “matrimonio por levirato”, siendo en realidad un caso de adulterio, puesto que su hermano aún estaba vivo.

Otra se refiere al propio Jesús: “Era hijo, según se creía, de José” (Lucas 3:23). Legalmente, Jesús era el hijo de José, pero José no era su padre biológico. Como Gabriel le explicó a María, Jesús sería llamado “Hijo del Altísimo” e “Hijo de Dios” (Lucas 1:32,35).

Incluso encontramos un ejemplo en Juan el Bautista, quien ilustremente se contrastó a sí mismo con uno “a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias” (3:16). Desatar una correa de sandalia era el momento clave del halizah, proceso por medio del cual se liberaba a un hombre del matrimonio por levirato (Deuteronomio 25:9; Rut 4:7). Tal vez, como argumentaba Gregorio Magno, Juan se declaró no sólo por debajo de Cristo, sino también indigno de desplazarlo como el verdadero esposo de Israel. Juan es el padrino de boda, no el novio (Juan 3:29).

En este contexto más amplio, el rompecabezas de Elí y Jacob no es una coincidencia, sino parte de un patrón, algo que podríamos pasar por alto a menos que reduzcamos la velocidad casi hasta el punto de detenernos. Gracias a Dios por los reductores de velocidad.

Andrew Wilson es pastor de enseñanza en la iglesia King’s Church, en Londres, y autor de Spirit and Sacrament (Zondervan). Síguelo en Twitter @AJWTheology.

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El poder moldeador de la vergüenza

La vergüenza piadosa nos abre el corazón a la obra formativa del Espíritu Santo.

Christianity Today September 15, 2020
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Kushal Medhi / Unsplash

Brené Brown, al aparecer en el Super Soul Sunday de Oprah Winfrey, declaró: “Creo que la vergüenza es letal; creo que la vergüenza es destructiva. Y creo que estamos nadando profundamente en ella". Su TED talk “Listening to Shame” ["Escuchando a la vergüenza"]recibió más de 14 millones de visitas. En ella, advierte cómo la vergüenza es el duende que se ríe de nosotros y repite constantemente dos frases en nuestra mente: “Nunca serás lo suficientemente bueno” o ”¿Quién te crees que eres?”.

Esta metáfora presenta la vergüenza como una trampa repetitiva: las experiencias recurrentes de vergüenza destruyen nuestra autoestima, y la baja autoestima nos predispone a experimentar vergüenza. Este círculo vicioso termina por salirse de control, conduciendo a patrones de comportamiento adictivos y destructivos. Para Brown, la vergüenza es una emoción perniciosa sin ningún propósito constructivo y, por lo tanto, debemos renunciar a su uso y desarrollar resiliencia a todas las formas de vergüenza.

El deseo de eliminar la vergüenza de nuestra experiencia cotidiana parece razonable, pero hacerlo paraliza nuestra capacidad de ser personas morales. Las emociones morales se entrelazan firmemente; no vienen por separado. Por lo tanto, como escribe Krista Thomason, “no podemos deshacernos de una emoción ‘como lo es la vergüenza’ sin ‘desfigurar’ el resto”.

Además, eliminar la vergüenza fomenta principalmente la desvergüenza. Como Daniel Henninger escribió en The Wall Street Journal poco después de las acusaciones contra Harvey Weinstein, Charlie Rose y Al Franken: “Sus actos revelan un colapso de la autocontención. Esto, a su vez, sugiere una evaporación más amplia de la conciencia, la sensación de que hacer algo está mal… Así que cuando uno se pregunta cómo estos hombres pudieron comportarse tan burda y monstruosamente, una respuesta es que … no… tienen… vergüenza".

Henninger advierte que no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando que estos hombres son casos atípicos, o anomalías. Más bien, son el producto de una “cultura que ha eliminado la vergüenza y los límites conductuales”. Las Escrituras también afirman la necesidad de la vergüenza y se pronuncian contra la desvergüenza. Los profetas condenan a Israel por su entumecimiento espiritual y su incapacidad de sonrojarse por su conducta detestable (Jer. 3:3; 6:15; Sof. 3:5). Pablo también hace que los corintios se avergüencen por su apatía moral y por no afligirse de su pecado (1 Cor. 5:2; 15:34).

Sin duda, la vergüenza puede ser tóxica, pero no tiene que ser así. Debemos hacer una distinción entre la vergüenza mundana y la piadosa. Con la vergüenza piadosa, nuestras conciencias son cauterizadas por valores calibrados según el estándar de Dios y no según los estándares del mundo. La vergüenza piadosa se relaciona fundamentalmente con el bien y el mal desde la perspectiva de Dios, y está atada a la belleza y la santidad de Dios. La vergüenza piadosa guía nuestras decisiones futuras, impidiéndonos hacer cualquier cosa que pueda traer deshonra a Dios, a la iglesia, a los demás y a nosotros mismos.

Nos recuerda nuestra responsabilidad de acoger a los que están en la fe como hermanos y hermanas, independientemente de su origen socioeconómico, migratorio o racial, porque los muros que nos dividen han sido destruidos por la sangre de Jesucristo (Ef. 2:14; Flm. 1:16). Nos apremia a respetar la dignidad de todas las personas, porque todos somos creados a imagen de Dios (Gén. 1:26–27).

La vergüenza piadosa también evalúa nuestros pensamientos, acciones e inacciones con una mente no conformada al mundo, sino transformada por el evangelio (Rom. 12:1–2). Condena nuestro egocentrismo y nuestra indiferencia hacia la persecución y el sufrimiento soportado por otros, porque cada parte del cuerpo de Cristo sufre cuando una de las partes sufre (1 Cor.12:26). La vergüenza piadosa reprueba que vacilemos en unirnos al lamento de los que sufren injusticia racial, llamándonos a “llorar con los que lloran” (Rom. 12:15). Reprende nuestra disposición a humillar a otros en línea cuando nuestros mordaces mensajes de twitter apuntan a nuestra propia “virtud” en lugar de buscar el bien genuino de los demás.

La reprensión que viene con la vergüenza piadosa es inquietante y dolorosa; sin embargo, rinde frutos de justicia a los que se someten a su entrenamiento (Heb. 12:11). La reprensión que viene con la vergüenza piadosa socava la autoestima injustificada en favor de la madurez cristiana.

La vergüenza mundana destruye, pero la vergüenza piadosa restaura. La vergüenza piadosa muestra que hemos contristado al Espíritu Santo, pero también nos asegura que hallaremos gracia (Heb. 4:16). La vergüenza piadosa surge de un verdadero conocimiento de lo que Dios demanda de nosotros, y de su misericordia. En respuesta a “Nunca serás lo suficientemente bueno”, la vergüenza piadosa está de acuerdo en que nunca seremos lo suficientemente buenos en nosotros mismos, pero que somos más que suficientes por causa de Cristo (2 Cor. 5:21).

En respuesta a "¿Quién te crees que eres?", la vergüenza piadosa nos acusa como pecadores, pero luego confirma que somos hijos y herederos de Dios a causa de nuestra unión con Cristo (Rom. 8:17). La vergüenza piadosa no contradice el honor que Dios desea para sus hijos. Al igual que con el hijo pródigo cuando volvió en sí (Lucas 15:17), la vergüenza piadosa castiga, reprende para contrición, arrepentimiento y humildad, y luego nos guía a volver al abrazo misericordioso de nuestro Padre: a nuestro perdón seguro, nuestro yo reformado, nuestras relaciones restauradas y nuestro derecho al honor recuperado. La vergüenza piadosa es la vergüenza que necesitamos para caminar dignos de nuestro llamamiento como hijos de Dios.

Te-Li Lau es profesor asociado en Trinity Evangelical Divinity School y autor de Defending Shame: Its Formative Power in Paul’s Letters.

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El amor maternal de un Dios airado

La idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios lleno de ira es una idea distorsionada.

Christianity Today September 2, 2020
Illustration by Matt Chinworth

Este es el segundo de una serie de ensayos de una sección transversal en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

No siempre sentí cierto grado de repudio hacia esta frase. La tradición religiosa en la que crecí surgió de los avivamientos fronterizos. Una de las marcas de los buenos predicadores del avivamiento yacía en su habilidad de colocar a los pecadores en las manos de la ira de Dios, a menudo «el Dios del Antiguo Testamento», y luego transferirlos a las bondadosas y amorosas manos del «Dios del Nuevo Testamento», revelado en Cristo Jesús. Este fuerte contraste fue básico para mi comprensión de Dios a lo largo de mi juventud.

No fue sino hasta que estuve en la universidad, y por medio de un trabajo de maestría en el Antiguo Testamento, que pude ver que este contraste era una construcción falsa en varios niveles. En su colección póstuma, Cartas de la tierra, el provocador teológico Mark Twain le dio al clavo cuando comentó que el Dios del Nuevo Testamento, que aparentemente inventó el infierno, debía ser «mil millones de veces más cruel de lo que fue en el Antiguo Testamento». O qué tal la observación de G.K. Chesterston en El hombre eterno, cuando sostiene que es difícil comprender el amor de Jesús, y la piedad que expresa por Jerusalén, mientras coloca a Betsaida en un pozo más profundo que el de Sodoma.

Pero no es solo que Jesús era mucho más duro de lo que mostraban los franelógrafos de la escuela dominical. Por su parte, «el Dios del Antiguo Testamento» también resultó ser más amoroso, amable, indulgente y compasivo de lo que había escuchado de parte de los maestros y predicadores de mi juventud.

El Dios de la compasión maternal

Si no leemos el Antiguo Testamento, nos perdemos de muchas cosas buenas —no solo de la bebida, el sexo y la violencia—. Nos perdemos de material teológico importante: palabras que reflejan la persona y el carácter de «el Dios del Antiguo Testamento». Nuestro Dios.

Una de las afirmaciones teológicas más importantes aparece al final de uno de los puntos bajos en la relación de Dios con Israel:

El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y cuarta generación (Éxodo 34:6–7).

Poco antes de esta afirmación, el pueblo había hecho un becerro de oro para representar al dios que iría delante de ellos a la Tierra Prometida. No les importó que esto violara el segundo de los Diez Mandamientos. El pueblo se había impacientado con Moisés, el cual había pasado demasiado tiempo en la montaña con Dios y querían seguir adelante con su viaje. Y aunque Moisés pudo disuadir a Dios de actuar con ira contra Israel, Aarón no pudo disuadir a Moisés de su propia ira, que llevó a los levitas a eliminar a tres mil de sus compañeros israelitas en el nombre del Señor (Éxodo 32).

Como parte de las caóticas consecuencias de la idolatría de Israel, Dios amenaza con no ir con ellos a la Tierra Prometida. Esto sacudió incluso la confianza de Moisés. Buscando seguridad, Moisés le pidió a Dios ver su gloria, a pesar del hecho de que Dios hablaba con Moisés en el tabernáculo de reunión así como quien habla con un amigo íntimo (Éxodo 33).

Todo esto conduce a la proclamación de Éxodo 34:6–7, cuando Dios desciende a la montaña para pasar delante de Moisés. En esta declaración es particularmente importante la primera virtud que se menciona antes que las demás: Dios es compasivo. La palabra hebrea detrás de compasión es más rica porque, como Beth Tanner señala en su comentario como coautora de The Book of Psalms [El libro de los Salmos], dicha palabra también puede significar vientre. Así que una mejor traducción podría ser «compasión maternal».

En Éxodo 34, Dios llama a Israel a dar cuentas de su pecado. Pero lo hace basado en la compasión maternal. Moisés exigió a Dios: «Recuerda que esta nación es tu pueblo» (Éxodo 33:13). La respuesta positiva de Dios lo identifica primero con la compasión maternal. Lo que parece decir es que, aunque Dios se enoja con Israel, como lo hacen las madres con sus hijos, Dios nunca los abandonaría, como las madres no abandonan a sus hijos. El Dios del Antiguo Testamento es nuestro Dios. Un Dios de compasión maternal que se enfrenta al pecado atroz y promete un futuro más allá de los fracasos. La imagen del Dios del Antiguo Testamento en términos de ira refleja solo una parte de la identidad de Dios y no reconoce que, según Éxodo 34, la esencia del carácter de Dios comienza con la compasión maternal.

Compasión a través de todas las generaciones

Muchas generaciones después de Moisés y Egipto —de hecho, varias generaciones después del regreso de Israel del exilio—, los sacerdotes en la época de Nehemías utilizaron el lenguaje de Éxodo 34:6–7 en una oración que nació de la inquietud de si Dios había abandonado a su pueblo (Nehemías 9:17). Lamentablemente, el regreso del exilio no alivió las dificultades del pueblo bajo el dominio persa (9:36–37). Sus luchas se hicieron aún más insoportables cuando escucharon la Torá de voz del escriba Esdras, y tuvieron tal convicción de pecado, que no pudieron evitar llorar (Nehemías 8).

Aun cuando los levitas que oraban ensalzaban a Dios por crear el cielo y la tierra, elegir a Abraham y liberar a Israel de Egipto, también le recordaron al pueblo que, cuando se negaron a obedecer el mandamiento de Dios de tomar la Tierra Prometida, Dios los perdonó porque Dios es «misericordioso y compasivo, lento para la ira y grande en amor» (Nehemías 9:17).

Frente a las dificultades que surgieron después del exilio y el pecado del pueblo, los levitas fundamentaron su esperanza para el futuro en Dios, quien nunca había abandonado a Israel debido a su gran compasión maternal (9:19). El pueblo se apartó de la Torá y mató a los profetas en los días de los jueces. Sin embargo, una y otra vez (9:28), Dios todavía respondió a su clamor con compasión maternal (9:27). Las cosas no mejoraron con la monarquía: la gente continuó pecando y matando profetas; sin embargo, Dios se negó a abandonar al pueblo debido a esa gran compasión maternal, porque Él está lleno de bondad y compasión (9:31).

Esta visión de Dios me recuerda a una madre que conocí durante mi primer trabajo pastoral en Ohio. Su hijo se había involucrado en problemas con drogas y se había enredado en un sinnúmero de problemas. Ella y su marido lo intentaron todo: múltiples centros de rehabilitación, poner reglas claras, amor firme. Nada funcionó. Sin embargo, cada vez que su hijo volvía a casa, ella lo perdonaba, sabiendo que probablemente él volvería a herir su corazón. Pero él era su hijo. Y ella era su madre. Del mismo modo, a pesar de que generación tras generación los hijos de Dios pecaron contra Él —¡incluso matando a sus profetas!— Dios recibió a los hijos de Israel de nuevo en casa una y otra vez (¡y a nosotros también!) con compasión maternal. ¿Qué más se supone que debe hacer un padre?

Todos los hijos de Dios

El Libro de Jonás sirve como una meditación sobre cómo la gran compasión de Dios se extiende más allá de las fronteras de Israel, incluso entre los enemigos de Israel. Aquí hay una historia que, en la mayoría de los casos, el franelógrafo nos enseñó bien. Dios le dijo a Jonás que fuera a Nínive, la capital de los opresores asirios de Israel. Sin embargo, Jonás huyó en otra dirección. Dios intervino e hizo que Jonás fuera lanzado del barco en el que huía y terminara dentro del vientre de un gran pez. Al tener algo de tiempo para reflexionar sobre sus decisiones de vida, Jonás oró y el gran pez lo vomitó en tierra firme. Jonás finalmente cumplió con su misión original y proclamó la inminente destrucción de Nínive. Para sorpresa de los lectores, Nínive se arrepintió y Dios los perdonó.

Tal vez Jonás también se sorprendió cuando Nínive se arrepintió, pero no se sorprendió del perdón de Dios. Lo que no recuerdo haber visto en el franelógrafo es la parte en que Jonás se enoja mucho porque sabía, tal como Moisés y los sacerdotes en la época de Nehemías, que Dios es un «Dios misericordioso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambia(s) de parecer y no destruye(s)» (Jonás 4:2). Jonás huyó porque, aunque no podía predecir lo que harían los asirios, sabía lo que Dios haría: inevitablemente, en su compasión, Dios perdonaría a los ninivitas a la primera señal de arrepentimiento.

Después de todo, los asirios también son hijos de Dios. Recuerdo en esa misma iglesia de Ohio el tono duro con el que uno de los ancianos comenzó a menospreciar a «los japoneses», cuya perspicacia industrial amenazaba la estabilidad industrial de los Estados Unidos. Sin embargo, ellos también son hijos engendrados por Dios. Del mismo modo, recientemente muchos cristianos han expresado su ira contra nuestros vecinos musulmanes, sintiéndose amenazados por su presencia, temiendo que se estén apoderando del país. Olvidamos que estos vecinos musulmanes también son hijos de Dios. Nosotros, por nuestra parte, sentimos que abundan enemigos contra nuestro país y nuestra forma de vida. El libro de Jonás nos recuerda que la compasión maternal de Dios se extiende incluso a nuestros enemigos, porque todos somos hijos de Dios.

Por supuesto, las madres no solo son las más propensas a perdonarnos nuestras faltas en la vida. También vienen a nuestra defensa en tiempos difíciles. Mi propia madre es así. Recuerdo cuando mis hermanas y yo éramos más jóvenes. El banco nos estaba complicando la vida cuando intentamos depositar dinero en una cuenta de ahorros de Navidad sin ninguna identificación. Mi mamá nos llevó a la oficina del vicepresidente del banco y le explicó que éramos sus hijos y que esperaba que nos trataran mejor. No recuerdo haber tenido otro problema después de eso.

El salmista que ora en el Salmo 86 clama a Dios para que exprese su compasión maternal de una manera similar, aunque el problema del salmista ciertamente supera nuestro pequeño incidente con el banco. El salmista conoce el perdón de Dios (Salmo 86:5) y viene a Dios para que proteja su vida (v. 2), y para que responda en su angustia (v. 7) a causa de los enemigos que lo atacan, gente despiadada. . . que procura matarlo (v. 14). Y mientras el salmista mira el rostro de sus despiadados enemigos, también recuerda esta poderosa afirmación que resuena dentro de Israel y más allá: «Pero tú, Señor, eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira, que abunda en amor y verdad» (v. 15).

El salmista sabe que Dios mira su situación con compasión como la que mueve a una madre a rescatar al niño de la casa en llamas, renunciando a su propia vida para salvar al fruto de su vientre. La compasión maternal se conmueve para defender apasionadamente la vida de aquel a quien ha dado a luz, para ahuyentar al agresor y ofrecer un lugar seguro dentro de un mundo violento. Este también es el Dios del Antiguo Testamento, nuestro Dios, que con compasión maternal viene a salvarnos (v. 16).

Vayamos y amemos de la misma forma

Si nos fijamos en el hebreo detrás de este término en la Concordancia Strong, notaremos que las diversas formas de «compasión maternal» aparecen unas 150 veces en el Antiguo Testamento. ¿Qué pasaría si, en lugar de ignorar el gran tema de la compasión maternal (porque vemos a un Dios iracundo, vengativo y del viejo pacto, que de alguna manera no es el mismo Dios revelado en Cristo Jesús), nuestras iglesias hicieran un recorrido de un año por estos 150 acontecimientos y la compasión maternal se convirtiera en parte de nuestro alimento constante de las Escrituras?

Quizá, algo que sucedería es que llegaríamos a adorar y orar con mayor gratitud a nuestro Dios, que «es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (Hebreos 13:8). Cuando participamos de la Santa Cena, veríamos que la expresión del perdón de Dios en Jesús es el último acto de la compasión maternal de Dios por todos sus hijos, a quienes Él ha amado desde el nacimiento de sus primeros hijos en el Jardín del Edén. Y en ese mismo pan y vino que Jesús ofrece, veríamos que el acto de liberación del poder del pecado y de la muerte en Jesús es la culminación de una serie de actos que Dios ha preparado una y otra vez para salvar a sus hijos de sus enemigos.

Cuando vemos cada momento del Antiguo Testamento donde Dios expresa la compasión maternal —y el pueblo de Israel sigue su ejemplo— ¿no nos movería a dejar atrás nuestra superioridad moral y la forma en que fácilmente denigramos a nuestros enemigos, y nos llevaría a abrir nuestras comunidades a todos los hijos de Dios con una bienvenida llena de compasión?

Tal vez nos daríamos cuenta de que las primeras impresiones nos engañan, y que el Dios del Antiguo Testamento es más complejo, vibrante y maternal de lo que pensábamos. Tal vez dejaríamos de decir el «Dios del Antiguo Testamento» y simplemente diríamos «nuestro Dios».

Robert L. Foster es profesor de Nuevo Testamento y religión en la Universidad de Georgia. Es el autor de We Have Heard, Oh Lord: An Introduction to the Theology of the Psalter (Fortress Academic).

Traducción por Sally Isais.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Theology

Necesitamos leer la Biblia que Jesús leyó

El Antiguo Testamento es vital para comprender el Nuevo Testamento. También es indispensable en sí mismo.

Christianity Today August 31, 2020
Illustration by Matt Chinworth

El Antiguo Testamento siempre ha sido un blanco fácil para los críticos del cristianismo. Superficialmente, sus duros códigos morales y antiguas normas culturales se muestran hoy como obsoletos, bárbaros incluso. Si bien esto no es nada nuevo, recientemente ha dado lugar a llamados más fuertes para minimizar su importancia, como cuando el prominente pastor Andy Stanley sugirió en 2018 que los cristianos deberían «desenganchar» el Antiguo Testamento de su teología. Pero muchos expertos en la Biblia no están de acuerdo. Este es el primero de una serie de seis ensayos de una sección transversal en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea.

—Los editores

Ya en el segundo siglo d.C., el famoso hereje Marción meditó mucho sobre esta cuestión y llegó a la conclusión de que el Antiguo Testamento no tenía casi nada que ofrecer al cristianismo. Y fue excomulgado por sus opiniones. En el siglo XX, los nazis promulgaron una eliminación del Antiguo Testamento de la fe cristiana con éxito notable, e innumerables «cristianos alemanes» siguieron su ejemplo, con consecuencias indescriptiblemente terribles. En días más recientes, predicadores de iglesias grandes y pequeñas por igual luchan por saber qué hacer con el Antiguo Testamento. Muchos hacen lo mejor que pueden; otros ni siquiera lo intentan. Algunos no ven otro camino a seguir que «desenganchar» los dos testamentos de la Biblia cristiana.

Todas estas dificultades con el Antiguo Testamento son verdaderamente lamentables porque cada página del Nuevo Testamento depende profundamente de él. El primer versículo de Mateo es un ejemplo de ello: «Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (LBLA). Sin el Antiguo Testamento, los lectores no tendrían idea de lo que significa «Cristo», de quiénes son David y Abraham, o de cómo se relacionan todos estos personajes. El texto original es aún más sugerente: «Libro de la genealogía» es biblos geneses en griego, una alusión bastante obvia al libro de Génesis.

Pero la dependencia del Nuevo Testamento del Antiguo va más allá de servirnos como fuente de mera información; en algunos pasajes, el Nuevo Testamento sugiere que el Antiguo Testamento es completamente suficiente en sí mismo para alcanzar un conocimiento de Dios que lleve a la salvación. Considere la parábola de Jesús sobre el hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31), donde Abraham le dice al hombre rico que nadie será enviado de entre los muertos para advertir a sus hermanos descarriados porque, «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos» (v. 31).

Textos como Mateo 1 o Lucas 16 están por todas partes en el Nuevo Testamento y sin duda dan lugar a declaraciones bien intencionadas como: «No se puede entender el Nuevo Testamento sin el Antiguo Testamento», o, según el adagio de San Agustín: «El Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, y el Antiguo Testamento se pone de manifiesto en el Nuevo».

No hay nada de malo en tales obviedades, pero parecen ineficaces para resolver por completo el problema porque, de hecho, muchos cristianos continúan haciéndose preguntas acerca del Antiguo Testamento de una manera que simplemente no se cuestionan —y tal vez nunca lo harán— sobre el Nuevo Testamento. Así que aún permanece la pregunta: «¿Qué ofrece el Antiguo Testamento al cristianismo hoy?».

Mi propia respuesta es: mucho. Quizás todo.

Hay al menos cuatro dones importantes que el Antiguo Testamento ofrece a la fe cristiana. Si bien estos dones no son exclusivos del Antiguo Testamento, cuando menos están mucho más presentes en el Antiguo que en el Nuevo y, por tanto, constituyen aspectos preciosos de todo el consejo de Dios.

Honestidad

El Antiguo Testamento es sincero; en ocasiones, brutalmente sincero. La franqueza del Antiguo Testamento, a menudo deslumbrante y ocasionalmente desagradable, ofende con frecuencia la sensibilidad moderna. Piense, por ejemplo, en los crudos sentimientos expresados acerca de los enemigos que se encuentran en varios salmos, incluso en Salmos tan queridos como el 139. Ese es el salmo favorito de mi suegra (excepto los versículos 19-22). Pero la honestidad es un don, no un motivo de alarma. Si nosotros mismos somos sinceros, debemos admitir que ocasionalmente hemos pensado o deseado cosas similares para nuestros propios enemigos, ¡y no siempre en oración! A lo largo de los siglos, la brutal honestidad de los salmos, especialmente en tiempos de dificultad, ha sido lo que los ha hecho tan populares.

Pero no son solo los salmos; todo el Antiguo Testamento es honesto de una manera que, para ser franco, muchos cristianos simplemente no lo somos. En este punto, me vienen a la mente historias sobre la desobediencia y el pecado de Israel. Estas son a menudo material de moralización en los sermones, e incluso son causa de menosprecio cristiano hacia el Antiguo Testamento (y el Israel bíblico). Pero debemos recordar que estos relatos solo se conservan en el Antiguo Testamento debido a su franqueza. Los cristianos solo conocen estas historias porque Israel fue lo suficientemente honesto como para transmitirlas. La honestidad sobre el pecado y el sufrimiento son dos de las muchas formas en que el Antiguo Testamento nos da un ejemplo de ser honestos ante Dios y el mundo, y de ser honestos acerca de Dios y del mundo. La historia de Israel no está más llena de fracasos que la de la Iglesia, que también está marcada por los fracasos más atroces. La historia de Israel está llena de honestidad. Y esa es una cualidad digna de ser emulada.

Poesía

No es de extrañar que un libro tan honesto como el Antiguo Testamento abunde en poesía ya que, como dice Garrison Keillor, los buenos poemas son importantes porque «ofrecen un relato más verdadero de lo que estamos acostumbrados a recibir». Cuando menos, un tercio del Antiguo Testamento fue escrito en forma de poesía. Compare esto con el Nuevo Testamento, donde la poesía es realmente escasa. Además, la poca que se encuentra allí, particularmente en el libro de Apocalipsis, por lo general está impregnada del lenguaje y el simbolismo del Antiguo Testamento.

La poesía del Antiguo Testamento se encuentra especialmente en los Salmos, pero también en los profetas que buscaban (para citar a Mark Twain) la palabra adecuada, porque «la diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta, es la misma que entre el rayo y la luciérnaga». Si los salmos ofrecen poesía en la alabanza y dolor en la oración, los profetas nos ofrecen una poesía que es «Palabra del Señor».

Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve,

y no vuelven allá sino que riegan la tierra,

haciéndola producir y germinar,

dando semilla al sembrador y pan al que come,

así será mi palabra que sale de mi boca,

no volverá a mí vacía

sin haber realizado lo que deseo,

y logrado el propósito para el cual la envié.

(Isaías 55: 10-11)

La poesía también es una característica clave en otros libros, donde se convierte en un medio ideal para discutir la sabiduría para la vida (Proverbios), el sufrimiento (Job), la muerte (Eclesiastés), e incluso el amor y el sexo (Cantar de los Cantares). Pero los temas no se limitan a estos; tampoco los libros. Dondequiera que se encuentre, la poesía parece ser preferida siempre que el tema sea complicado —y ¿qué podría ser más difícil de discutir que Dios y los caminos de Dios en el mundo?—.

Hablando de las imágenes atrevidas del Antiguo Testamento, Walter Brueggemann dijo que «ningún lenguaje fácil logrará explicar a este Dios». La poesía no es un lenguaje fácil y, por lo tanto, funciona mucho mejor que la prosa simple cuando se habla del Dios infinito —ciertamente superior a la proposición directa—. La poesía alude incluso cuando elude; evoca y revela incluso cuando oscurece y permanece reticente. En su reticencia y en su revelación, la poesía comunica y protege la santidad de Dios, el Señor de y el Señor sobre todo lenguaje. Los cristianos aprenden de la inclinación poética del Antiguo Testamento un profundo respeto por el misterio de Dios, de quien nunca se debe hablar a la ligera.

Teología

El tercer don, estrechamente relacionado con el segundo, es la teología, en este caso estrictamente definida como un discurso sobre Dios. Una búsqueda rápida de la palabra «Dios» en la Biblia en Inglés Común da 1109 resultados en el Nuevo Testamento, pero 3189 en el Antiguo Testamento. Esas estadísticas no son de extrañar. Los 39 libros del Antiguo Testamento comprenden el 78 por ciento de la Biblia cristiana protestante (aún más en los cánones católicos, ortodoxos y anglicanos). Pero hay mucho más en este tercer don que simplemente la diferencia en extensión del Antiguo Testamento en relación con el Nuevo.

El Antiguo Testamento ha sido considerado durante mucho tiempo como el principal repositorio de la doctrina de Dios, más específicamente, del primer miembro de la Trinidad. Aquí es donde uno aprende, por primera vez y con mayor extensión, acerca de Aquel a quien Jesús llamaba «Padre». A la luz de la encarnación narrada en los Evangelios y la entrega del Espíritu Santo en Hechos, el Antiguo Testamento es el lugar que brinda una perspectiva especial sobre «Dios el Padre Todopoderoso», aún cuando los cristianos sean rápidos para confesar que estos Tres son Uno. Pero la unidad divina se pierde cada vez que los cristianos se ponen del lado de Marción al contraponer al «Dios del Antiguo Testamento» contra Jesús en el Nuevo.

Tales sentimientos revelan tanta ignorancia sobre el Nuevo Testamento como sobre el Antiguo, especialmente porque esta distinción comúnmente se hace con referencia a la ira y el juicio de Dios. Estos temas abundan en el Nuevo Testamento tanto como en el Antiguo, y no solo en Apocalipsis. Son comunes en la predicación de Jesús, como lo vio tan claramente su precursor Juan el Bautista (Mateo 3:7-12). Así que en este asunto también el Padre y Jesús son uno (Juan 17:22).

Esta unidad de los Testamentos, y entre los miembros de la Trinidad, demuestra que Dios ciertamente «se indigna cada día contra el impío» (Salmos 7:11b). Pero también explica para qué sirve tal ira; que está al servicio de la justicia, ya que «Dios es un juez justo» (Salmos 7:11a). A pesar de la norma divina de justicia, Dios no se complace en la muerte de los malvados, sino que quiere que todos cambien sus caminos y vivan (ver Jeremías 18:7-8; Ezequiel 18:32; Jonás 3:10). A lo largo de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el juicio de Dios tiene algo en la mira: el pecado y la injusticia. Cuando son corregidos, la ira desaparece.

El pueblo de Dios

El Antiguo Testamento enseña a los cristianos algo fundamental sobre la eclesiología: sobre ser el pueblo de Dios. Una de esas cosas sería amar la justicia exactamente como la ama el Señor justo (Salmos 11:7). Pero esa es solo la punta del iceberg. La lista de lo que enseña el Antiguo Testamento acerca de lo que el pueblo de Dios debe hacer y ser ocuparía muchas páginas. El punto en cuestión no son los detalles, sino precisamente la generalidad que hay en ello.

El Nuevo Testamento, por supuesto, hace lo mismo. El término «eclesiología» deriva del griego ekklesia, usado en el Nuevo Testamento para la iglesia (por ejemplo, Mateo 16:18). Pero la palabra ekklesia aparece también en la traducción griega del Antiguo Testamento, donde refleja la palabra hebrea qhl («asamblea»), un término que transmite la misma idea: la comunidad de fe. Sea como fuere, este cuarto don se refiere a la naturaleza de Israel como grupo: primero una familia, luego un pueblo, luego una nación con un territorio: una que permanece unida en pacto con Dios (Exódo 19:8), unida en oración y alabanza; una que recibe bendiciones y, sí, a veces incluso castigos. Todo como grupo. El Nuevo Testamento también refleja acuerdos corporativos, a veces de formas que son impactantes (ver, por ejemplo, Hechos 5:1-11).

Sin embargo, es bastante común, especialmente en el Occidente industrializado e individualizado, leer el Nuevo Testamento como un asunto principalmente privatizado —«Jesús y yo»— y dejar la política y la justicia social fuera de él. El Rey que juzga entre las ovejas y las cabras en Mateo 25: 31-46 tiene mayor sabiduría, y la severidad y el criterio que usa para tomar su determinación suena exactamente como el Señor que legisla el cuidado de los inmigrantes, las viudas y los huérfanos en Éxodo 22:21-24. Este es un ejemplo más de la unidad de los Testamentos.

Este cuarto don del Antiguo Testamento enseña a los cristianos que la vida de fe rara vez es —o quizá nunca— una cuestión de piedad solitaria y personalizada. Por el contrario, es de raíz un asunto comunal, que se extiende más allá de los asuntos del corazón solamente. Sirva como evidencia que las palabras del Señor deben estar inscritas en el corazón en Deuteronomio 6; sin embargo, no se detiene allí: el cuerpo externo también debe llevar la instrucción del Señor, en las manos y la frente, donde esté a la vista constante. Después, debe también estar inscrita en las casas, en la ciudad, e incluso en el cuerpo político (Deuteronomio 6:6-9).

Las marcas del Antiguo Testamento

Para concluir: La frase «No podemos entender el Nuevo Testamento sin el Antiguo» es perfectamente cierta; sin embargo, no va lo suficientemente lejos, ya que el Antiguo Testamento es, en sí mismo, indispensable para la fe cristiana. La famosa declaración de Agustín, aunque precisa, también es insuficiente. Gran parte del Antiguo Testamento ha sido revelada por Dios —de hecho, todo, de acuerdo a la fe cristiana— y eso sin mencionar el testimonio de 2 Timoteo 3:16 (donde «Escritura» se refiere al Antiguo Testamento).

Como ese versículo y el siguiente lo especifican, el Antiguo Testamento es eminentemente útil «para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra» (2 Timoteo 3: 16-17). Esto es cierto porque «todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza» (Romanos 15:4).

Imagine un cristianismo marcado, no por el encubrimiento y la negación, sino por la honestidad; un cristianismo que hable de Dios con humildad y astucia poéticamente, porque el misterio divino habita más allá de todo lenguaje; un cristianismo sintonizado con la teología del Tres en Uno, Uno en la misericordia y el juicio para liberar al mundo del pecado y la injusticia; un cristianismo unificado como el pueblo de Dios, rescatado «de toda tribu, lengua, pueblo y nación» (Apocalipsis 5:9). Ese sería un cristianismo adornado con los dones que ofrece el Antiguo Testamento.

Brent A. Strawn es profesor de Antiguo Testamento en Duke Divinity School. Es autor de The Old Testament Is Dying: A Diagnosis and Recommended Treatment.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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