Cómo orar por Haití después de otro terremoto letal

Líderes cristianos en Haití comparten qué es distinto entre el terremoto de 2010 y el más reciente, cuyo número de víctimas supera ya los 1900.

Un hombre camina frente a una iglesia en Les Anglais, Haití, destrozada el pasado 14 de agosto en un terremoto.

Un hombre camina frente a una iglesia en Les Anglais, Haití, destrozada el pasado 14 de agosto en un terremoto.

Christianity Today August 23, 2021
Reginald Louissaint Jr. / AFP / Getty Images

El mes pasado, el presidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado [enlaces en inglés]. Este sábado, un terremoto de magnitud 7,2 golpeó el país caribeño, dejando al menos 2 100 muertos y miles de personas heridas y evacuadas de sus hogares.

Los grupos humanitarios cristianos están tratando de equilibrar la urgente necesidad de abastecer la zona del desastre mientras vigilan la tormenta tropical Grace, sin perder de vista la situación de Haití frente a la COVID-19 y sorteando sus graves preocupaciones por la seguridad.

World Vision ha señalado que está trabajando con la policía y el gobierno local para evitar robos y saqueos a las familias después del terremoto. La organización cristiana humanitaria, que ya contaba con suministros listos para seis mil personas, está en el proceso de movilizar personal y suministros a la zona de Los Cayos, donde se originó el terremoto, al igual que otras organizaciones como Operation Blessing y ADRA Internacional. La organización Samaritan’s Purse desplegó su avión DC-8 el domingo 15 de agosto para llevar 31 toneladas de suministros de emergencia, así como también una unidad móvil de traumatología de segundo nivel. El martes anunciaron que abrieron un hospital móvil con treinta y seis camas.

El terremoto tiene similitudes con el temblor de magnitud 7,0 que golpeó la isla en 2010 y cobró la vida de más de trescientas mil personas según el gobierno haitiano, y dejó casi el mismo número de heridos. En aquel sismo, el teólogo haitiano Dieumeme Noelliste le contó a CT en 2010 que no esperaba que la crisis pudiera causar que el pueblo abandonara su fe:

Esta no es la primera vez que nos sobreviene un desastre. Puede que sea el más brutal, pero hace dos años tuvimos cuatro huracanes devastadores y ni siquiera entonces la gente le dio la espalda a Dios. Han sufrido muchas cosas por parte de sus conciudadanos y no han dejado de aferrarse a Dios. Incluso durante la época de la esclavitud, aunque los haitianos fueron tratados con crueldad, se mostraron receptivos hacia la versión del cristianismo que los propietarios de esclavos predicaban. ¡Los esclavos incluso pedían más! Veo a la iglesia creciendo sin parar. En estas situaciones la gente suele volverse a Dios. Es su única esperanza.

Más de una década después del primer terremoto, ¿qué ha cambiado para los cristianos de Haití ahora que se enfrentan a las consecuencias de un segundo temblor devastador? En medio de tales dificultades, ¿han mantenido la fe? ¿Cómo?

CT ha pedido a líderes y misioneros haitianos que compartan lo que están viendo sobre el terreno; entre ellos se encuentran:

  • Edner Jeanty, director ejecutivo del Barnabas Christian Leadership Center
  • Lesly Jules, apologeta y autor de Objections Rejetées: L'Approche Apologétique Classique [Objeciones rechazadas: el enfoque apologético clásico]
  • Dieumeme Noelliste, profesor de ética teológica en el Seminario de Denver
  • Luker Perkins, asistente del presidente del Seminario de Teología Evangélica de Puerto Príncipe
  • Magda Victor, secretaria general de la Sociedad Bíblica de Haití.

¿Está la iglesia mejor preparada para procesar este terremoto en comparación con el anterior? ¿Qué han aprendido los líderes cristianos de Haití con respecto a la teodicea, así como el ministerio y el testimonio?

Jeanty: En términos de respuesta a la crisis, la iglesia está mejor preparada hoy, puesto que tiene el vívido recuerdo de las experiencias previas. Convoqué una reunión entre varios grupos que estuvieron involucrados en los trabajos de asistencia tras el huracán Matthew e identificamos las mejores prácticas y errores que debemos evitar. Hemos compartido este documento con varios grupos mientras consideramos las intervenciones para esta nueva crisis.

En cuanto a la teodicea, probablemente haya menos personas que digan que esto es un juicio divino provocado por un supuesto pacto con Satanás realizado por nuestros antepasados. Puede que esto sea por presión de la sociedad o porque ya no estamos convencidos de que haya una explicación simplista para el mal en nuestra sociedad. Afortunadamente, la gente sigue clamando a Dios y cree que, a pesar de los desastres naturales, Él sigue siendo un Dios bueno.

Sobre el ministerio y el testimonio, una de las lecciones que aprendimos del terremoto anterior y del confinamiento por la COVID es que el ministerio de la iglesia no se restringe a las cuatro paredes del edificio de la iglesia. Por ejemplo, el ministerio se puede hacer en línea y las reuniones pueden ser estratégicas en los hogares. Por desgracia, en su mayoría las iglesias continúan haciendo el ministerio a la vieja usanza, alcanzando a las mismas personas, usando los mismos métodos y cegados ante las mismas oportunidades y desafíos. Sin embargo, los líderes cristianos tienen la gran aspiración de obtener posiciones políticas nacionales. Pero es necesario que haya una enseñanza generalizada sobre el compromiso cívico para que la comunidad evangélica no siga siendo ingenua acerca de la realidad de la política.

En menor grado, hay nuevas iniciativas para promover el desarrollo económico. En nuestro tiempo, el nivel de pobreza entre el movimiento cristiano de Haití es una importante limitación del testimonio de la iglesia, aunque la comunidad cristiana tiene la oportunidad de aprovechar la confianza de los hermanos y hermanas en la fe, los valores cristianos que compartimos, la guía del Espíritu Santo, el espíritu emprendedor haitiano y el número de líderes que están disponibles para consejería. Creo que trabajar y hacer negocios con una ética cristiana es el camino sostenible hacia un discipulado dinámico y hacia una vida más abundante en este país.

Jules: Por desgracia, desde el terremoto anterior no se ha cumplido con los códigos de construcción por parte del gobierno haitiano. Las iglesias no han enfatizado la necesidad de usar la sabiduría cuando se trata de la edificación. No se ha percibido de manera literal la parábola del necio que construyó su casa sobre la arena en relación con un terremoto.

La teodicea no ha evolucionado mucho. Muchos cristianos aún creen que los desastres naturales son un castigo de Dios, que está enojado debido a nuestros pecados. En este contexto, no nos debería sorprender que los desastres naturales sigan cobrando vidas en Haití. La idea de cuidar de la creación como un mandato de parte de Dios debería enseñarse y aplicarse si queremos afrontar de manera eficaz los desastres naturales.

Noelliste: En términos generales, la iglesia haitiana debería ser más consciente de su responsabilidad ahora que hace once años. Después del terremoto de 2010, varios líderes importantes de diferentes iglesias se unieron y formaron una organización que tenía como tarea movilizar y preparar a la iglesia haitiana para el ejercicio de su rol profético en la sociedad. El movimiento produjo una serie de reflexiones teológicas sobre valores clave que se consideran esenciales para conseguir una calidad de vida en cualquier sociedad: integridad, justicia, buen gobierno y cuidado medioambiental. Se llevaron a cabo seminarios y simposios por todo el país para difundir los descubrimientos de estos estudios. Incluso se desarrollaron materiales de predicación sobre estos temas para abastecer los púlpitos haitianos en un esfuerzo por hacer que la predicación fuera más pertinente al contexto del país.

El propósito de ese esfuerzo era mostrar que la tarea de construir una nación decente no solo le pertenece a Dios. Las personas en general —y el pueblo de Dios en particular— desempeñan un importante papel en todo esto. En ese proyecto, el carácter moral es un recurso que resulta irreemplazable. Si un pueblo no está preparado y dispuesto a hacer esta contribución, no se puede hacer responsable a Dios de las calamidades que le suceden.

Perkins: Después del terremoto de 2010, nuestro seminario observó un aumento de nuevos solicitantes. La gente que venía al seminario decía: «Dios tuvo la bondad de perdonarme, así que quiero prepararme para servirle mejor».

Victor: Ambos terremotos —el que golpeó Haití en 2010 y el que ocurrió hace tres días— nos tomaron a todos por sorpresa, pero por diferentes razones. El terremoto del 12 de enero de 2010 nos sorprendió porque los haitianos nos habíamos desacostumbrado a la idea de los terremotos. Antes de 2010, el mayor terremoto que había golpeado Haití databa de 1842. La gente había olvidado cómo es un terremoto. Tan solo eso provocó que muchos fallecieran en el terremoto de 2010.

El reciente terremoto nos sorprendió de un modo diferente: nadie esperaba que el país volviera a ser golpeado en tan breve espacio de tiempo. En un momento en que la nación se está recuperando de sus heridas —heridas infligidas por la emergencia de la variante delta de la COVID-19, por la inestabilidad política que ha permeado en la nación por el reciente asesinato del presidente Jovenel Moïse y por toda clase de disturbios políticos y sociales—, ¡que ocurriera otro terremoto devastador once años después del de 2010 era lo último que esperábamos que ocurriera en Haití!

Pero los haitianos somos muy resilientes. A pesar de todo lo que nos ha ocurrido, el haitiano promedio sigue firme en su creencia de que «Bondye bon» («Dios es bueno»). Eso hace relativamente fácil que la iglesia siga firme en el hecho de que Dios es perfectamente bueno, poderoso y omnisciente, aunque al mismo tiempo permite el mal y el sufrimiento en el mundo.

Pero la iglesia es consciente de la verdad de este dicho: «A la gente no le importa cuánto sabes hasta que demuestras cuánto te importa». De ahí el énfasis que pone la iglesia en ministrar al pueblo haitiano en medio de los desastres más extremos que han golpeado el país. Incluso aquellos que han sido más hostiles hacia la iglesia reconocen su impacto positivo en la sociedad haitiana, especialmente en tiempos de catástrofe nacional.

¿De qué manera las respuestas son diferentes para la iglesia y la sociedad cuando el desastre es natural frente a un desastre provocado por la acción humana?

Jeanty: En un desastre natural:

  • No hay nadie a quien culpar
  • No hay discriminación entre las víctimas
  • La solución es la ayuda humanitaria y la reconstrucción
  • Se llama a que otros muestren compasión
  • Hay un interés global por ayudar
  • La política no es la preocupación principal

En un desastre provocado por la acción humana:

  • La culpa se va pasando entre diferentes grupos
  • Normalmente, las víctimas son seleccionadas intencionalmente
  • La solución incluye una intervención social (negociación, etc.)
  • Se exige justicia
  • Los intereses extranjeros por ayudar son limitados
  • Los intereses políticos están en juego

Jules: La sociedad haitiana es animista. Sea cual sea la situación que enfrentemos, la responsabilidad se le atribuye a Dios o al diablo. Cualquier cosa buena que ocurra es obra de Dios. Cualquier cosa mala que suceda es consecuencia del diablo. Con una mentalidad así es difícil concebir la responsabilidad humana o el papel de la iglesia cuando se trata de abordar el mal moral y la maldad natural en la sociedad.

Por lo tanto, para algunos ha sido difícil comprender que no ha sido el terremoto el que ha matado a las personas, sino más bien nuestra negación a cumplir con los códigos de construcción. En general, la gente entiende que Dios tiene un plan para Haití. A su debido tiempo, Él hará que Haití vuelva a ser llamada la perla del Caribe como antes. Ya sea que Dios tenga un plan para Haití o no, eso no nos exime de nuestra responsabilidad como administradores.

Noelliste: Tanto los desastres naturales como los morales causan dolor y sufrimiento a las personas. Ambos hacen que nos lamentemos. En el caso de Haití, ambos provocan que exclamemos: «¡Hasta cuándo, Señor! ¡Hasta cuándo!». Pero, más allá del lamento, cuando el desastre nos golpea, nuestra mente regresa a la pregunta: «¿Por qué?». Nuestra tendencia es localizar la causa del desastre moral en los humanos, y recurrir al misterio cuando se trata de encontrar una explicación para los desastres naturales. A veces los llamamos «actos de Dios».

En una reflexión más profunda, he llegado a creer que una gran parte de los desastres naturales también pueden atribuirse a nosotros. Hay varias razones que respaldan esta posición. Por ejemplo, la caída tuvo un efecto adverso en la creación. La tierra fue maldita como consecuencia de ello, y hasta hoy la creación está en un estado de frustración, esperando el momento de su liberación. Pero la caída fue un problema humano, no un error natural. Más que eso, ahora se sabe que nuestra conducta está teniendo un efecto nocivo en la creación. Nuestro uso, o mal uso, de la tierra la está afectando de forma negativa. Eso también es nuestra culpa. Por último, los efectos de los desastres naturales como los terremotos y los huracanes dependen del modo en que gestionamos el medioambiente. Los efectos de los terremotos y huracanes que han golpeado Haití serían mucho menos graves y desastrosos si el paisaje haitiano no fuera tan frágil. Los mismos desastres ocurren en otros países y provocan mucho menos daño, menos destrucción y menos pérdida de vidas.

Perkins: Los últimos tres años han sido especialmente complicados porque es difícil saber quién o qué es la causa. ¿Es el gobierno, la oposición, los oligarcas, o alguna combinación de estos? Si le preguntas a diez personas, tendrás diez opiniones diferentes. Pero con un sismo, o un huracán, el enemigo es fácil de identificar y no puedes hacer nada al respecto. Así que la gente se junta y trabaja para ayudarse mutuamente. Para la iglesia, la respuesta es la misma en cualquier caso: mantener la mirada en Jesús y amar al prójimo.

Victor: Los desastres naturales son repentinos. El alcance de la devastación que provocan es sobrecogedor e impresionante. Sin embargo, suelen unir a las personas y sacar lo mejor de nosotros. Los videos que nos llegan de los lugares golpeados por el terremoto nos hicieron llorar y nos trajeron consuelo cuando vimos el esfuerzo que hizo la población para rescatar a los que estaban atrapados bajo los escombros nada más que con sus manos. Y estos no son necesariamente miembros de su familia o amigos, sino, en muchos casos, vecinos y extraños que se sintieron obligados a salvar a otros. Estas muestras espontáneas de compasión y heroísmo traen consuelo y esperanza a los corazones.

Es más difícil lidiar con los desastres provocados por la acción humana. En esta categoría hay asesinatos, masacres, violencia social y política, golpes de estado y otras calamidades provocadas en una nación por enemigos extranjeros o internos. Haití sufre de ambas clases de desastres. Nuestra historia está repleta de caos político, de violencia (masacres, asesinatos, matanzas sin sentido, etc.) lejos de toda esperanza de que los culpables sean llevados a la justicia. Gran parte de la población se siente traicionada y abandonada por los «amigos de Haití» de la comunidad internacional que apoyan a los líderes políticos que solamente perpetúan el sufrimiento del pueblo haitiano.

¿Cómo debería orar la iglesia global por ustedes en Haití en este tiempo?

Jeanty: Por favor, oren por:

  • Un transporte seguro de la ayuda humanitaria y una distribución equitativa de los recursos para todas las víctimas.
  • Un testimonio poderoso de la compasión cristiana durante la crisis.
  • Que lleguen contribuciones generosas de manera oportuna para reconstruir, incluyendo las iglesias dañadas.
  • Que se limite la codicia y el mal uso de los fondos y de los suministros de emergencia.
  • Que las autoridades locales tengan visión y voluntad política para buscar primeramente el bienestar de la población.
  • Un tiempo de paz y estabilidad política. Que se logren negociaciones significativas entre los grupos políticos y la sociedad civil para que la nación pueda salir adelante tras el asesinato del presidente.
  • Que ciudadanos creíbles y experimentados de dentro del país y de la diáspora se levanten y ganen visibilidad como potenciales líderes políticos para la nación.
  • Protección de la temporada de tormentas tropicales y huracanes.

Por favor, den gracias por:

  • Las vidas que se salvaron porque el terremoto sucedió durante el día.
  • Las redes de comunicación, que no se cayeron y fue posible llegar al mundo exterior rápidamente.
  • Las grandes organizaciones cristianas como Compassion, World Vision, Mission Aviation Fellowship (MAF, por sus siglas en inglés), la Federación de Iglesias Protestantes y la Alianza de Iglesias Evangélicas de Haití.

Noelliste: Este desastre no podría haber golpeado a Haití en un momento más crítico. El asesinato del presidente Jovenel Moïse creó un vacío en el liderazgo que el país está luchando por llenar. El vacío se hace más difícil por el hecho de que el país está enfrentando una crisis constitucional real. Nadie, ni siquiera el presidente interino, tiene un mandato constitucional sancionado para asumir el poder y ejercer autoridad. Nadie satisface los términos de la cláusula establecida en la constitución actual para asumir el poder.

Una petición urgente de oración es que se pueda avanzar en la búsqueda de una salida de la crisis constitucional. El país necesita desesperadamente un liderazgo que sea legítimo y que tenga autoridad. Se ha establecido una comisión que consiste en personas que provienen de la sociedad civil, de la iglesia y de los partidos políticos para encontrar un modo de salir del atolladero, pero no parecen capaces de llegar a un acuerdo sobre el enfoque que se debe tomar para realizar la tarea que se les ha asignado.

Además del vacío de liderazgo, el país se ha enfrentado a serios problemas de seguridad. En diferentes partes de Puerto Príncipe las bandas gobiernan sin oposición. La principal arteria de la ciudad de Puerto Príncipe, la ruta nacional núm. 2, que atraviesa la ciudad y conecta la parte sur del país con la norte, se ha vuelto intransitable debido a la violencia por las bandas enemigas. La ley y el orden se han derrumbado. La gente no puede ir a trabajar debido al miedo a perder la vida. Las grandes instituciones se han reubicado en áreas más seguras, dejando abandonados los espacios que ocuparon durante años. Hace poco, a una mujer embarazada que intentaba atravesar esta peligrosa autopista la asesinaron a disparos ¡con el bebé en su vientre! Se necesita oración urgente para volver a un mínimo de seguridad y que la gente pueda continuar con sus vidas.

Después del asesinato de Moïse, un importante experto en derecho constitucional de Haití escribió un artículo analizando la situación en la que se encontraba el país. Él llegó a la conclusión de que no había una solución constitucional. En cambio, sugirió que la única solución es moral. Con eso se refería a que la única manera de salir de esta crisis es que haya una entidad con suficiente autoridad y calidad moral como para levantarse y liderar en este momento tan crítico de la historia del país. Ese es un papel que la iglesia debería ejercer. Pero, desgraciadamente, es dudoso que la iglesia tenga el peso moral y la credibilidad necesarios para proveer un servicio tan vital. La iglesia parece estar escondiéndose. Una de las tres personas implicadas en el asesinato del presidente es un pastor que ha sido encarcelado por participar, supuestamente, en este acto deleznable.

Por favor, oren por la fortaleza del testimonio de la iglesia haitiana. El país tiene una necesidad urgente de una iglesia que cumpla el papel de ser la sal y la luz.

Perkins: Hay una preocupación real acerca de brindar la ayuda necesaria para las áreas afectadas. La única carretera que conecta esa área con el resto del país requiere pasar por Martissant, una pequeña área al oeste de la capital, Puerto Príncipe, que ha permanecido bajo el control de las bandas durante meses. [Nota del editor: a la luz de esta violencia, la ONU y el gobierno haitiano han hecho un llamado para el establecimiento de un «corredor humanitario»]. Hace pocos días esas bandas abrieron fuego contra vehículos que intentaban pasar. Esa misma banda, por cierto, tomó el control del campus de nuestro seminario a finales del año pasado.

Oren para que Dios despeje un pasaje a través de todo esto para que la ayuda pueda fluir libremente. Una organización asociada, Missionary Flights International, está enviando un avión desde Florida esta semana para ayudar a la organización MAF y proveer un «puente aéreo» que lleve ayuda a esta zona. Esto ayudará, pero eventualmente esa carretera tendrá que ser despejada.

Además, los haitianos están exhaustos. Desde julio de 2018 el país ha experimentado la mayor agitación política de su generación. En diferentes momentos la gente ha tenido miedo de dejar sus hogares por miedo a ser capturados en disturbios o a ser secuestrados. La gente ya estaba agotada en ese entonces, y ahora hay que añadir el trauma del desastre natural.

Victor: Nuestra nación tiene una necesidad urgente de oración en este momento decisivo de su existencia. Necesitamos justicia, paz y unidad nacional sin las cuales no se puede conseguir nada: «Todo reino dividido contra sí mismo quedará asolado, y toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie» (Mateo 12:25). Por favor, oren para que esos tres elementos se cumplan en la vida de nuestra nación.

Oren también para que nuestra nación se arrepienta y Dios pueda así cumplir su promesa de Segunda de Crónicas 7:14 de «restaurar nuestra tierra» de todos sus males. Oren por las víctimas del terremoto. Oren para que Dios nos continúe mostrando su misericordia y compasión. Porque sin el gran amor del Señor, ya habríamos sido consumidos. A pesar de todas las calamidades que han sucedido en nuestra nación, podemos decir: «El Señor no ha dejado de ayudarnos; su compasión jamás se agota» (1 Samuel 7:12; Lamentaciones 3:22).

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel.

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La meditación bíblica promete algo mejor que la meditación Zen

Los cristianos no necesitan el misticismo o el vacío silencioso para la iluminación que viene a través de la repetición.

Christianity Today August 23, 2021
Jurica Koletic / Unsplash / Edits by Rick Szuecs

Cuando piensa en la práctica de la meditación, ¿qué imagen le viene a la mente? Al igual que muchos, es posible que se imagine la caricatura de alguien sentado en la posición de loto, con los ojos cerrados y las manos extendidas, murmurando una serie constante de sonidos «om».

Es una caricatura con la que muchos cristianos no se identifican o incluso la rechazan abiertamente. El sentimiento predominante es que la meditación es para místicos y yoguis, no para los hijos de Dios.

Pero la meditación es, de hecho, una disciplina cristiana. No solo eso, sino que es una disciplina que debería caracterizarnos. Pero antes de que se ponga los pantalones elásticos y adopte la posición de loto para su tiempo de silencio, distingamos la práctica mística de la práctica de la meditación indicada en la Biblia. ¿Cuál es el objeto de la meditación cristiana? ¿Por qué debemos practicarla? ¿Y cómo podemos hacerlo?

En el Salmo 1, se nos dice que el que es llamado bienaventurado se caracteriza por deleitarse en la ley del Señor, «y en [ella] medita día y noche» (v. 2, LBLA). Cuando el salmista habla de meditar, el objeto de su reflexión es la ley de Dios (la Torá), las promesas de Dios, las obras de Dios y los caminos de Dios. El registro de estas cosas se encuentra en los escritos sagrados que actualmente conocemos como el Antiguo Testamento. Los seguidores modernos del único Dios verdadero entienden que el objeto de nuestra meditación incluye toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis.

Así pues, el «objeto» de nuestra meditación son las Escrituras. Pero el «por qué» también es importante, y es diferente al porqué de la meditación de los yoguis. La meditación mística es el vaciado de la mente con el propósito de cesar. A los que buscan los beneficios de este tipo de meditación se les dice que se concentren en su respiración y aquieten sus pensamientos con el propósito de aliviar el estrés, la ansiedad u otras formas de angustia o confusión mental.

Por el contrario, la meditación cristiana es el llenado de la mente con el propósito de actuar. Es un medio de aprendizaje mediante la exposición repetida a las mismas ideas. Implica estudiar, reflexionar y contemplar. A diferencia de la meditación mística, la meditación cristiana ve el entendimiento como el resultado de pensar en todo lo que es virtuoso (Filipenses 4:8, NVI). La meditación cristiana no es un fin en sí misma, sino que pretende dar el fruto de una vida correcta. En Josué 1:8, Dios le dice a Josué: «Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito».

Pero, ¿qué hay del «cómo» de la meditación cristiana? Los métodos de meditación mística a veces se introducen en la práctica cristiana: «Si leo un versículo y mantengo mi mente muy quieta y serena, el Espíritu llenará el espacio vacío con conocimiento». Aunque bien intencionado, este enfoque puede llevar a menudo a una interpretación errónea a gran escala. Tiende a omitir cualquier reflexión sobre el contexto de un pasaje, y promete en cambio un resultado inmediato a través de la aplicación o el estímulo.

Sí, las Escrituras tienen un significado claro que el Espíritu ilumina, pero también despliegan niveles de comprensión cada vez más profundos cuando hacemos de ellas el objeto frecuente de nuestra reflexión. Dicho de otro modo, la contemplación engendra iluminación. El Espíritu responde a la ocupación diligente de la mente dándole conocimiento, sabiduría y entendimiento.

La meditación cristiana se adhiere a la bien conocida máxima de que la repetición es la madre del aprendizaje. Meditamos las palabras de Dios leyendo y releyendo.

Como tenemos el privilegio de vivir en una época de acceso sin precedentes a las Escrituras, podemos hacerlo de muchas maneras. Podemos leer primero en una traducción y luego en otra. Podemos escuchar la lectura de las Escrituras a través de una aplicación. Podemos escuchar las Escrituras cantadas y aprender a cantarlas nosotros mismos. Podemos copiarlas línea por línea en un diario, orando mientras escribimos. Podemos ilustrar lo que estamos leyendo en un margen. Podemos leerlas en voz alta en un grupo comunitario o en un entorno familiar, como una forma de «[hablar] de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Deuteronomio 6:7).

Piense. Estudie. Reflexione. Contemple. Meditar en la ley de Dios, en sus promesas, en sus obras y en sus caminos nos capacita para pensar de acuerdo con ellos. Y nos impulsa a actuar como debemos. Puede que no prometa un estado Zen, pero promete algo aún mejor: la paz que sobrepasa el entendimiento, el fruto de una mente que se concentra en las cosas de Dios.

Jen Wilkin es autora y profesora de Biblia. Como defensora de la alfabetización bíblica, su pasión es ver a otros convertirse en seguidores de Cristo comprometidos y capaces de hablar de su fe. Puedes encontrarla en JenWilkin.net y en el podcast Knowing Faith.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Lo que los obreros cristianos quieren que sepamos sobre Afganistán

Las fuerzas estadounidenses se retiran después de 20 años, pero la historia de la asistencia cristiana va mucho más allá del conflicto militar.

Christianity Today August 19, 2021
Andrew Quilty

Nuestro número de septiembre se imprimió antes de la rápida caída del gobierno de Afganistán. La portada de este mes rinde homenaje a la historia de servicio fiel e invisible de los creyentes locales y de los obreros cristianos en Afganistán. Ahora que las tropas estadounidenses han abandonado el país y que los talibanes han tomado firmemente el control [los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés], es fácil olvidar que la iglesia ya trabajaba allí mucho antes de que comenzara la «guerra eterna» de Estados Unidos, y que seguirá trabajando allí, de la forma que sea, ahora que la guerra ha terminado.

Como muchos, Arley Loewen sabe exactamente dónde estaba cuando sucedieron los trágicos eventos del 11 de septiembre. Estaba en Islamabad, Pakistán, trabajando con refugiados afganos como educador, y tuvo que evacuar la zona por seguridad.

Pero como trabajador humanitario extranjero, también hay otras fechas en las que piensa: fechas que conmemoran otras muertes. Los que han pasado tiempo en el trabajo humanitario en Afganistán en los últimos veinte años muestran tristeza al recordar a amigos, compañeros y vecinos que murieron, tanto afganos como extranjeros.

El 27 de marzo de 2003, un ingeniero de la Cruz Roja fue ejecutado por francotiradores desconocidos.

El 2 de junio de 2004, cinco miembros del personal de Médicos Sin Fronteras fueron asesinados en la carretera entre Khair Khana y Qala-e-Naw.

El 14 de enero de 2008, un atentado contra el Hotel Serena de Kabul cobró la vida de seis personas.

El 24 de julio de 2014, dos mujeres finlandesas de la International Assistance Mission [Misión de Asistencia Internacional] fueron fusiladas y asesinadas.

El 3 de octubre de 2015, un ataque aéreo estadounidense alcanzó un hospital de Médicos Sin Fronteras y mató a 42 personas.

El 24 de noviembre de 2019, una bomba de carretera mató a un californiano del Programa de Desarrollo de la ONU e hirió a otros cinco.

Hay otras fechas oscuras, y Loewen, quien actualmente vive en Manitoba y da clases de Biblia y relaciones cristiano-musulmanas en una pequeña universidad cristiana, revisa regularmente su teléfono para ver si sus amigos en Afganistán están bien.

«Tendemos a enfocarnos solo en la historia de la violencia, y esta es muy real con los talibanes tomando un distrito tras otro», dijo Loewen. «Pero luego está la otra historia, la de la sociedad civil: me encanta esa historia».

Según un informe reciente de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, hay alrededor de 140 organizaciones caritativas no gubernamentales, muchas de ellas cristianas, que realizan labores de asistencia en Afganistán. También hay otra docena de organizaciones de la ONU. Proveen alimentos, atención médica, transferencias de dinero en efectivo, educación, así como herramientas y semillas para los agricultores. Fomentan la música, el arte, la literatura y el deporte. En medio de la guerra y el conflicto, han fomentado la comunidad y la sociedad civil.

Sobre todo, han formado profundos vínculos con el pueblo afgano.

La transformación que aporta el pueblo afgano

«Los obreros solo están ahí para la gente», dijo Patrick Krayer, que vivió y trabajó en Kabul con su mujer y sus hijos. «Solo somos facilitadores. … No somos mesías. No queremos entrar en la dinámica de poder que dice: “venimos a salvarlos”».

Krayer señaló la oftalmología como un ejemplo de cómo ayudan los obreros. A partir de la década de 1960, una organización de asistencia cristiana ayudó a crear un departamento de oftalmología en la Universidad de Kabul, en donde se capacitaron oftalmólogos afganos. Luego esos médicos formaron a otros, y hoy toda la atención oftalmológica la realizan los afganos entre sí.

«El cien por ciento de la atención oftalmológica del país salió de ese departamento», dijo.

Krayer y otros se apresuran a señalar que, aunque han proporcionado recursos y apoyo, las verdaderas transformaciones que se han producido en el país han sido producidas por los propios afganos.

«Solo los capacitamos para que hagan lo que quieren hacer por servir a su propio pueblo», dijo Krayer, que ahora enseña en la Universidad Internacional de Dallas.

Recuerda cuando llegó a Kabul en 2002 y vio un edificio tras otro bombardeado. Para el 2012, la ciudad de más de cuatro millones de habitantes había sido completamente reconstruida. También hubo otro tipo de transformaciones. Los artistas volvieron a crear. Pronto, las mujeres compitieron en atletismo y participaron en deportes de equipo, y en 2008, Afganistán tuvo su primer medallista olímpico. Se produjo una explosión de cultura popular. Afghan Star, un programa de concursos de canto que reunía a aspirantes de todo el país, se convirtió en el programa más popular de la televisión afgana.

Los afganos hicieron casi todo el trabajo de transformación, dijo Krayer. Pero no se les reconoce el mérito, y la historia de la violencia pasa por alto mucho de lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo en Afganistán.

«Fui un invitado en su país», dijo. «Me permitieron entrar en sus comunidades. Me permitieron entrar en sus casas. Son muy hospitalarios y amables. Es un privilegio increíble trabajar y vivir entre la gente».

Krayer recuerda una vez que se le pinchó una llanta en un pequeño pueblo a unas cuatro horas de Kabul. Ya había sustituido una llanta pinchada en el viaje y no tenía otra de repuesto. Un desconocido tomó la llanta, se subió a un taxi que pasaba por allí y fue a repararla.

Una calle en Kabul cerca de la casa de la familia Loewen cuando llegaron en 2003 (arriba) y reconstruida diez años después (abajo).Photos Courtesy of Arley Loewen
Una calle en Kabul cerca de la casa de la familia Loewen cuando llegaron en 2003 (arriba) y reconstruida diez años después (abajo).

La labor de ayuda no terminará con la retirada

Mientras el ejército estadounidense se retira del país, los obreros extranjeros se preparan para la cambiante realidad política de Afganistán. El presidente Joe Biden, el tercer presidente de EE.UU. que promete la retirada completa de lo que se ha conocido como la «guerra eterna» de Estados Unidos, dijo que la seguridad de la región debía ser entregada a las fuerzas afganas para el 20º aniversario de los atentados del 11 de septiembre. El presidente expresó su confianza en que los soldados afganos tienen la «capacidad de sostener el gobierno», pero también reconoció que el país tendrá que hacer frente a los «problemas internos» en curso.

Los observadores afirman que los talibanes están ganando poder en muchos distritos y que el conflicto puede convertirse en una guerra civil tras la retirada de las fuerzas estadounidenses.

Los trabajadores humanitarios cristianos, que han visto un aumento de la violencia contra los grupos humanitarios en los últimos años, están preocupados por el futuro incierto. Pero también dicen que están haciendo un trabajo que no empezó con la invasión estadounidense y que no terminará con la retirada de Estados Unidos. Están haciendo algo diferente a lo que hacen los militares.

«Queremos que la gente sepa que Dios los ama», dijo Krayer. «Y el amor tiene que ser práctico y tangible».

La asistencia proporciona estabilidad en un país y, al menos para los obreros cristianos, es explícitamente apolítica. En tiempos de transición, eso puede ser aún más importante. Krayer dijo que en la guerra civil afgana de las décadas de 1980 y 1990 hubo muchos obreros que se quedaron en la región.

En un futuro próximo, es posible que muchos obreros se marchen por motivos de seguridad. Otros encontrarán la manera de quedarse, dijo una autora y obrera que, por razones de seguridad, utiliza el seudónimo de Anna Hampton.

«Hay una historia moderna de cien años de presencia del extranjero cristiano en Afganistán», dijo Hampton. «Esta presencia volverá a ser pequeña, pero seguirá estando ahí».

El motivo, según Hampton, es sencillo: «Amamos a Jesús y amamos al pueblo afgano».

Eso no significa que no habrá peligros. En los últimos veinte años, los obreros han corrido muchos riesgos. Ellos y sus familias han tenido que tomar decisiones cuidadosas y calculadas sobre qué hacer y cuán vulnerables están dispuestos a estar.

La casa de la familia de Hampton fue asaltada una vez por hombres armados, un amigo cercano de la familia fue secuestrado y asesinado, y se vieron obligados a abandonar el país. Hampton dice que todavía sufre las consecuencias del trauma causado por el ataque a su familia. Pero el peligro es también una oportunidad para vivir su fe.

Hampton escribe ahora sobre la teología del riesgo y enseña a los futuros obreros a discernir el miedo sano y a desarrollar un valor maduro. Muchos cristianos tienen una idea de la valentía que se parece a la de un hombre solitario que muere en un campo de batalla, dijo, pero esa no es una imagen bíblica.

«Tanto Jesús como Pablo huyeron de situaciones de riesgo», dijo. «Los obreros necesitan ver dónde está Dios hablándoles, y si los está guiando a continuar moviéndose hacia una situación de mayor riesgo, o a retirarse por un tiempo». En su libro Facing Danger: A Guide Through Risk [publicado en español como Haz frente al peligro: Una guía a través del riesgo], Hampton habla de lo que para ella significó, como cristiana y madre en Afganistán, tratar de mostrar a sus hijos una imagen de cómo Jesús respondería a las necesidades de la gente y también al peligro humano.

Loewen dijo que la gente les preguntaban a él y a su esposa sobre los riesgos de llevar a sus dos hijas pequeñas a la región. Y hubo riesgos. Pero también hubo una riqueza increíble, criar una familia en esa cultura y ver a sus hijas aprender a cruzar las líneas culturales como si fuera algo normal.

«Atesoraron sus vidas en Pakistán y Afganistán», dijo. «En la escuela, nuestras hijas podían relacionarse con niños y niñas afganos como amigos».

Por supuesto, no son solo los trabajadores humanitarios y los extranjeros cristianos los que se enfrentan a las amenazas. El conflicto ha sido peligroso para muchos en Afganistán, y un pequeño pero vibrante grupo de cristianos afganos ora y alaba tras un velo protector de privacidad.

Según el Pew Research Center, menos del 0,3 % de los 34 millones de afganos pertenecen a un grupo religioso minoritario, ya sea cristiano, hindú, sij o bahaí. Pero es difícil obtener cifras exactas. La población es predominantemente musulmana suní, y la constitución establece que el islam es la religión del Estado. Las minorías pueden practicar su fe, pero no se considera culturalmente aceptable en los espacios públicos.

Muchos afganos —algunos por razones religiosas, otros por razones políticas— están sopesando actualmente si deben abandonar el país en esta época de transición. Según un reciente informe de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, desde abril, cerca de mil afganos han abandonado el país cada mes. Se unirán a los millones de desplazados de sus hogares en los últimos cuarenta años.

Janice Loewen con una amiga afgana.Courtesy of Arley Loewen
Janice Loewen con una amiga afgana.

Los afganos fuera de Afganistán

Actualmente, 42 000 afganos viven en Toronto, y miles más en otras ciudades norteamericanas. En Nueva York viven 18 000 y en Los Ángeles, 12 000, según estimaciones de Global Gates.

Negin Ponce fue una de esas refugiadas, quien llegó a Nueva York en la década de 1990 y donde vivió cinco años hasta que se trasladó con sus padres a California. Estaba estudiando el bachillerato [high school] en California cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre. Su primera preocupación fue por una tía que trabajaba en el World Trade Center. Solo más tarde se dio cuenta de que, por ser musulmana y por ser de Afganistán, algunos de los que la rodeaban la asociarían con los responsables y no con las víctimas de la violencia.

«Quería taparme la cabeza, que la gente no supiera de dónde venía», dijo. «Fue la acción de la gente radical y del extremismo radical, no de los musulmanes amables, pacientes y cariñosos».

Más tarde, Ponce se convirtió en seguidora de Cristo, después de tener una visión de tres cruces, de encontrar una Biblia y de visitar una iglesia. Ahora, debido a su fe y a sus propias experiencias de niña, apoya a los refugiados musulmanes en California e insta a sus compañeros cristianos a acercarse a sus vecinos musulmanes.

«Es una cultura muy cálida y cariñosa que realmente se basa en la unidad familiar», dijo. «Nos encanta nuestra comida étnica. Y nunca te atrevas a entrar en la casa de una mujer afgana que es ama de casa y a decir: “Traigo comida rápida”».

Los estadounidenses pueden atender a los afganos estando entre ellos,escuchando sus historias, enseñándoles inglés proveyendo para sus necesidades prácticas, tales como la atención médica y la ayuda para conseguir empleo, dijo Jamie Coleman, pastor de la Nexus Community Church de Dallas. La iglesia se reúne en el centro comunitario de un gran complejo de apartamentos lleno de refugiados. Calcula que unas quinientas familias de afganos viven en un radio de tres kilómetros de distancia de la iglesia.

Los miembros de la iglesia están estableciendo relaciones, están llegando a conocer a los afganos como personas.

«Tener un amigo para poder escuchar cómo están experimentando la vida aquí en contraste con cómo es la vida en Afganistán. Les encanta compartir eso», dijo. «En Afganistán, los hermanos y los padres viven juntos en grandes casas, tienen una vida comunitaria. Aquí es extremadamente diferente, con mucha presión para pagar las facturas y trabajar, trabajar, trabajar».

Las mujeres afganas que llevan la cabeza cubierta se sienten como si fueran objetivos cuando salen en público en Estados Unidos, dijo Coleman. Muchas de ellas son analfabetas y no tienen educación, no saben conducir y luchan contra el aislamiento y las barreras culturales. Los estadounidenses pueden brindarles una comunidad segura.

«Conocemos sus historias. Tomamos té con ellas», dijo. «Es muy natural y relacional. Simplemente se trata de escuchar bien».

Coleman saca un té de azafrán que le regaló un amigo afgano refugiado en Dallas. Un bonito regalo, pero más importante por su potencial.

«Hay cientos de conversaciones con afganos en este paquete de té», dice Coleman. «He ofrecido este paquete de té al Señor».

Según Loewen, hay una palabra griega para esto. Es philoxenos, o «amar al extranjero». Así es como se supone que los cristianos deben tratar a sus vecinos, y también es la clave, dijo, de la obra de asistencia extranjera.

La historia real

También es la forma en que muchos afganos lo recibieron a él y a otros obreros extranjeros: con hospitalidad. Mientras Loewen revisa su teléfono en busca de actualizaciones de sus amigos, en esta época tumultuosa, también está planeando su próximo viaje de regreso.

Se perdió la visita del año pasado debido a la pandemia de COVID-19. Tampoco sabe cuándo podrá ir la próxima vez, pero habla de los amigos que visitará, las conversaciones que tendrá, la poesía que disfrutará y la deliciosa comida que comerá.

Recuerda que aceptó una invitación para llevar a unos visitantes a la casa de un afgano en 2006. Loewen empezó a preocuparse por la presión económica que una comida copiosa podría suponer para su anfitrión.

«Le dije: “Por favor, tómatelo con calma, no te pases con la comida”», cuenta Loewen. «Me ignoró como si dijera: “No es asunto tuyo” … y luego dijo: “El estómago es tuyo; los invitados son míos”. En otras palabras, puedes comer tan poco como quieras, pero yo voy a disfrutar de los invitados».

Aquella noche partieron el pan juntos, a menudo comiendo de los mismos platos, compartiendo algunas de las mejores carnes que los visitantes habían comido jamás, junto con ravioles al estilo afgano y otras delicias que Loewen, si piensa en ellas, aún puede saborear.

Hubo muchas comidas como aquella, compartidas por muchos afganos y por muchos obreros extranjeros. También habrá muchas más.

Y esa es la historia que quieren contar los cristianos que trabajan con afganos en Estados Unidos y en Afganistán: una historia de hospitalidad y amistad.

Rebecca Hopkins es una periodista que vive en Colorado. Pasó catorce años en Indonesia y escribe sobre el trabajo internacional sin ánimo de lucro.

Traducción en español por Sofía Castillo.

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel.

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Permitamos que los cubanos vengan a Estados Unidos, por tierra o por mar

La necesidad de libertad religiosa (y de otras clases) de los solicitantes de asilo es más urgente que nunca.

Christianity Today August 19, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Oliver Cole / Christopher Sardegna / Paul Ekman / Ian Schneider / Unsplash

A mediados de julio, después de que miles de cubanos en varias ciudades se manifestaran contra su gobierno en una escala que no se ha visto en el país comunista en las últimas décadas, el secretario de seguridad nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, les dijo que no acudieran a Estados Unidos en busca de refugio. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés.]

«Nunca es el momento oportuno para intentar una migración por mar», dijo en una conferencia de prensa. «Para aquellos que arriesgan sus vidas haciéndolo, no merece la pena asumir este riesgo. Voy a ser claro: si se lanzan al mar, no llegarán a los Estados Unidos». «El pasaje caribeño es peligroso, particularmente durante la época de huracanes», continuó Mayorkas, quien a su vez es inmigrante cubano. Cualquier cubano que lo intente, insistió, se arriesgará a morir por nada.

Esta política no es nueva. Tampoco es buena. Mayorkas tiene razón en el peligro del viaje, y quizá de manera práctica su consejo en contra de intentarlo es sabio. Pero, en cuanto a la política y los principios, Estados Unidos debería estar preparado para recibir a los cubanos que huyen de su país en esta dirección.

La clase de refugio seguro que Mayorkas les niega a los cubanos se llama asilo. Los solicitantes de asilo cumplen los requerimientos para ser refugiados, pero siguen un proceso distinto de admisión a los Estados Unidos. Un refugiado, según el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), es una persona «incapaz o reticente a regresar a su país de nacionalidad debido a la persecución, o a un miedo bien fundado a sufrir persecución por cuestión de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social particular u opinión política». Los refugiados solicitan la entrada a los Estados Unidos fuera de las fronteras, y entonces se someten a un proceso de investigación que tarda cerca de dos años.

Los solicitantes de asilo son una categoría más pequeña. Un asilado, según el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), es alguien que cumple con la definición de refugiado antes referida y, o bien ya está presente en los Estados Unidos, como los atletas olímpicos que entraron con visas legales y después solicitaron asilo, o bien se encuentran en un puerto de entrada, como un aeropuerto o un paso fronterizo.

La ley estadounidense dice que los residentes extranjeros tienen derecho a pedir asilo si logran llegar al país, aun si en principio ingresan al territorio estadounidense ilegalmente: como es el caso de alguien que llega a una playa de Florida después de un viaje en bote desde Cuba. Existen unas cuantas excepciones a ese derecho. La mayoría consisten en la historia del individuo, pero una de ellas se puede aplicar en términos más generales: a los solicitantes de asilo se les puede rechazar si el fiscal general determina que se les puede enviar a un tercer país seguro con el consentimiento de ese país. Ese es el vacío legal que Mayorkas busca aplicar para los cubanos. (Él no especificó qué terceros países se podrían usar).

Sobre el papel, el asilo puede que parezca controvertido. Si alguien que huye, por ejemplo, de la persecución religiosa —que sigue dándose en Cuba, a pesar de cierta liberalización desde la caída de la Unión Soviética— y logra llegar a los Estados Unidos, ¿no se le debería dejar entrar? Después de todo, la búsqueda de la libertad religiosa es una de las razones por las que este país existe, y si podemos compartir esa bendición con personas que no pueden conseguirla en sus países de origen, sin duda estaríamos a la altura de la mayor de las aspiraciones de la nación.

El problema es que muchos inmigrantes que piden asilo al llegar a los Estados Unidos no cumplen con la definición de refugiados. No es que no hayan experimentado dificultades, sino que a menudo se les clasifica mejor como migrantes económicos que como verdaderos asilados. Es decir, no piden asilo porque crean sinceramente que están calificados para ello, sino porque sin aptitudes profesionales especiales, planes educativos o conexiones familiares en los Estados Unidos que pudieran ayudarles a conseguir una visa, el asilo es su única manera remotamente plausible de inmigrar aquí de forma legal. Es este mal uso del sistema el que ha hecho que el asilo sea una cuestión realmente polémica.

Para los que huyen de Cuba, las dificultades que han enfrentado siempre han tenido un elemento político que nuestro país debería considerar. Como dijo el presidente Joe Biden en julio pasado (pocos días después de que Mayorkas les dijera a los cubanos que se marcharan), Cuba ha sufrido «sesenta y dos años de represión bajo un régimen comunista». La Habana es un estado policial totalitario, una dictadura que no estima los derechos humanos más básicos, incluyendo la libertad religiosa. Busque en los archivos de CT sobre Cuba y encontrará relatos del mal institucionalizado de su gobierno, de las vidas transformadas tras escapar de Cuba hacia los Estados Unidos, y de los pastores detenidos, vigilados y acosados.

«Es como una guerra fría», comentó un pastor cubano con CT para un informe que se publicó en 2009. «Es un bombardeo psicológico». En las recientes protestas, la policía lanzó perros contra un pastor bautista que grabó la violencia con su celular. No se ha sabido nada de él ni de otro pastor arrestado junto con él desde que fueron llevados a prisión. No es algo inusual para este régimen. Las tácticas del gobierno contra los críticos incluyen «golpizas, denigración pública, restricciones a la posibilidad de viajar, detenciones por períodos breves, multas, acoso en línea, vigilancia y despidos de los puestos de trabajo», informa [enlace en español] Human Rights Watch.

Esta es una situación distinta a la de otras personas que piden asilo provenientes de la mayoría de los países de Latinoamérica y los países caribeños (con la excepción de Venezuela y, quizá, Nicaragua, que son los otros estados del hemisferio occidental que normalmente se encuentran junto a Cuba en la parte más baja de las clasificaciones internacionales de libertad). Las personas que provienen de México, por ejemplo, puede que estén huyendo de la pobreza extrema, de la violencia de bandas o grupos criminales y/o de la disfunción del gobierno. Pero no huyen de un régimen explícitamente comunista que apenas intenta garantizar la libertad de culto y la libertad de conciencia.

Cuba sigue siendo el país con más opresión política cerca de las fronteras de los Estados Unidos. Esa combinación de política y proximidad debería dar a los cubanos una consideración especial. Tal parece que los políticos estadounidenses, tanto de derecha como de izquierda, que condenan el brutal régimen comunista de La Habana, parecen otorgarle esa consideración. Pero cuando los cubanos intentan escapar a través de una valiente travesía hacia los Estados Unidos, donde nos gusta considerarnos la flor y nata de la libertad, muchos de esos mismos políticos los rechazan. Se trata de un doble discurso que desacredita los grandes principios que afirmamos (Mateo 5:37; Santiago 3:10).

Lo que sugiero aquí no es algo extravagante. De hecho, la admisión prioritaria de migrantes cubanos exactamente en estos términos fue la política estadounidense durante casi una mitad de siglo. Desde la década de 1960 hasta 1995, cualquier cubano que entraba en las aguas territoriales de Estados Unidos podía pedir la residencia permanente. Después, hasta principios de 2017, la política de «pies secos, pies mojados» [enlace en español] sostenía que los cubanos tenían que alcanzar el suelo estadounidense para que se les permitiera permanecer. La administración de Obama terminó con esa política, la Casa Blanca de Trump entorpeció aún más la entrada de cubanos, y la administración de Biden ha respondido a la actual agitación de Cuba sancionando a los oficiales cubanos, aunque al mismo tiempo le niega la entrada a sus víctimas.

Las políticas de inmigración son un extenso desastre en el cual muchas personas razonables pueden estar en desacuerdo incluso con buenas intenciones. Yo estoy a favor de leyes migratorias más suaves por una cuestión de libertad individual, pero comprendo y tomo con seriedad muchas de las objeciones que plantean aquellos que quieren más restricciones.

Pienso, no obstante, que Cuba es un caso relativamente simple, puesto que está muy cerca, y su gobierno es muy opresor.

Muchos cubanos, por supuesto, querrán quedarse donde están, particularmente si estas protestas resultan ser el comienzo de un cambio duradero en la vida cubana. Pero para cualquiera que quiera venir a los Estados Unidos en busca de la libertad, especialmente cuando buscan libertad religiosa, la puerta debería estar abierta.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Cuatro verdades espirituales probadas por la ciencia para desarrollar resiliencia

La situación actual de la pandemia nos lleva a hacernos preguntas difíciles. Estos consejos nos guían hacia Aquel que tiene las respuestas.

Christianity Today August 16, 2021
Vonecia Carswell / Unsplash

La pandemia de la COVID-19 no solo ha puesto a prueba la resiliencia y la fe personal de muchas personas, sino que ha llevado a muchas al límite. Una de las formas en que la investigación ha encontrado que la iglesia es una fuente poderosa de resiliencia es a través de la comunidad. Sin embargo, debido a la COVID-19, justo cuando más hemos necesitado a la comunidad, más difícil nos ha sido experimentarla. Esto no solo ha afectado la salud mental de las personas, sino también su salud espiritual. Aquí hay algunas verdades espirituales que es importante recordar, de acuerdo con las Escrituras y la ciencia, para cultivar la resiliencia a medida que continuamos navegando por la adversidad de la COVID-19.

No intente hacer esto solo

Todos necesitamos comunidad. Dios nos dio el regalo de su iglesia por una razón. De hecho, la ciencia confirma esto: en un estudio que realicé con colegas después de las inundaciones del 2015 en Carolina del Sur, descubrimos que las personas que tenían apoyo espiritual positivo tenían más probabilidades de demostrar resistencia a los desastres. Cuando tratamos de hacerlo todo por nuestra cuenta y buscamos dar la impresión de que todo está bien, nos cerramos a los dones que Dios quiere darnos a través de los demás. Cuando buscamos una comunidad espiritual, podemos experimentar la presencia, la provisión y el amor de Dios de una manera tangible. Podemos elegir entre permitir que el dolor nos aísle de los demás o nos una.

Acepte aquello sobre lo que tiene control y lo que no

En otro estudio que dirigí después del huracán Katrina, encontramos que las personas que demostraron altos niveles de «entrega espiritual» tendían a recuperarse mejor. Esto no tenía sentido para mí en ese momento; la idea de «rendirse» parecía demasiado pasiva para ser una respuesta eficaz. Pero ahora mis propias experiencias de desastre me han demostrado cuán poderosa es esta idea. Cuando realmente entendemos y aceptamos aquello sobre lo que tenemos control y lo que no, estamos demostrando una obediencia voluntaria a Dios.

Busque un significado positivo en su pérdida

Desastres como la presente pandemia nos llevan a hacernos preguntas difíciles, tales como por qué suceden cosas malas. En entrevistas con sobrevivientes de desastres, mis colegas y yo hemos descubierto que dos personas que atraviesan el mismo tipo de pérdida pueden interpretar sus experiencias de manera muy diferente. Uno puede creer que Dios lo está castigando, mientras que el otro cree que Dios lo salvó. Nuestra investigación encontró que la persona que atribuye un significado negativo probablemente tendrá más dificultades que la persona que atribuye un significado positivo a su pérdida. Encontrar significado a nuestra pérdida nos permite seguir adelante.

Confíe en que Dios puede redimir su dolor

Cuando se encuentra en medio de una situación difícil, puede parecer que nada bueno podría salir del dolor que está experimentando. Pero el fundamento de nuestra fe es la promesa de que Dios finalmente redimirá todas las cosas, y Él a menudo nos ofrece muestras de esto aquí en la tierra.

En otro estudio que hicimos con sobrevivientes de desastres, descubrimos que poder confiar en Dios en medio de las dificultades conducía a resultados espirituales positivos. Cuando estaba ayudando a sobrevivientes de violencia de género en la República Democrática del Congo, supe de un grupo de personas cuyas casas habían sido destruidas por un volcán. Regresaron al área y construyeron casas nuevas con la ceniza y la roca de lava que quedaron tras la erupción. Esta fue una imagen conmovedora de cómo Dios puede incluso usar nuestro quebrantamiento para ayudarnos a volver a juntar las piezas de nuestras vidas.

Kent Annan es director de Liderazgo Humanitario y Desastres en Wheaton College, donde dirige un programa de maestría como parte del Humanitarian Disaster Institute. Jamie Aten es el fundador y director ejecutivo del Humanitarian Disaster Institute y Blanchard Chair of Humanitarian and Disaster Leadership en Wheaton College.

Los estudiantes del programa de Maestría en Liderazgo Humanitario en Desastres de Wheaton College dedican tiempo a explorar temas de trauma y resiliencia. Para obtener más información, visite nuestro sitio web.

The Better Samaritan es parte del Blog Forum de CT. Apoya el trabajo de CT. Suscríbete y obtén un año gratis. Las opiniones del bloguero no necesariamente reflejan las de Christianity Today.

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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¿Por qué algunas personas piensan que Jesús era racista?

Toman su conversación con la mujer sirofenicia como referencia, pero la historia muestra lo contrario de lo que afirman.

Christianity Today August 16, 2021
Wikimedia Commons / Edits by Rick Szuecs

De vez en cuando, aparece un nuevo artículo que afirma que Jesús era racista.

La afirmación se basa en la historia de Jesús sanando a la hija de una mujer sirofenicia (Mateo 15:21-28; Marcos 7:24-30). Cuando la mujer le pide a Jesús que sane a su hija endemoniada, él le responde: «No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros». La mujer responde: «pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos», y entonces Jesús elogia su fe y sana a su hija al instante. Hasta este momento, prosigue el argumento, Jesús ha sido racista al tratar a los extranjeros como «perros». Supuestamente, este encuentro señala el error de sus caminos.

Podríamos responder a este argumento en varios niveles. Teológicamente, sabemos que Jesús nunca cometió pecado (Hebreos 4:15). A nivel exegético, el encuentro con la mujer sirofenicia es similar a muchas otras historias de sanación en los Evangelios que toman la misma estructura general: una petición de sanidad, seguida de un diálogo en el que Jesús hace una pregunta decisiva («¿Crees que puedo sanarlos?», «¿Quién me ha tocado?», «¿Está permitido o no sanar en sábado?»), seguido del milagro que completa la secuencia.

Canónicamente, debemos considerar que Cristo ya había sanado a muchos gentiles (Mateo 8:5-13, 28-34), sin mencionar su conversación con una mujer samaritana, la cual escandalizó a sus discípulos (Juan 4:1-42). E históricamente, hablar de «raza» en este periodo en primer lugar es anacrónico. También es inverosímil que Mateo, quien comienza su relato con los magos gentiles adorando al Rey recién nacido y termina con una comisión de ir y hacer discípulos en todas las naciones, incluya una historia destinada a mostrar a Jesús motivado por prejuicios étnicos.

Estos son argumentos sólidos en contra de la posibilidad de considerar a Jesús como un racista. Sin embargo, en última instancia, el mejor fundamento para refutar esta opinión es contextual. Cuando consideramos el encuentro de la mujer sirofenicia dentro del relato de Mateo (y Marcos) como un todo, nos damos cuenta de que la respuesta aparentemente áspera de Jesús está revelando un aspecto crucial sobre el alcance de su misión.

Gran parte de los capítulos 13 a 16 de Mateo trata sobre el pan. Hay parábolas sobre semillas, trigo, levadura y harina (13:1-43), seguidas de Jesús proveyendo pan para cinco mil personas (14:13-21) y un debate sobre lavarse las manos para comer (15:1-20). Luego viene la historia de liberación de la hija de la mujer sirofenicia, con sus imágenes de «pan» y «migas». A partir de ahí tenemos otra historia de Jesús proveyendo pan, esta vez para cuatro mil personas (15:32-39), y otro debate sobre el pan y la «levadura» de los fariseos y saduceos (16:5-12).

Juntos, estos pasajes utilizan la comida para explorar los límites del pueblo de Dios. ¿Están los gentiles contaminados por no guardar las leyes judías sobre los alimentos? ¿Son bienvenidos a comer las «migajas» que caen de la mesa judía? Las respuestas a ambas preguntas revelan el alcance cada vez mayor de la bienvenida que Dios brinda. Lo que limpia a las personas no es la comida que entra en el hombre, sino el comportamiento que sale de él (15:11). Y los gentiles que se acercan a Cristo con fe reciben lo que desean (15:28).

Las dos historias del pan milagroso ilustran los planes de Dios para un reino multiétnico. Los cinco mil en la primera comida eran israelitas y sobraron doce cestas, una para cada tribu. Por el contrario, la alimentación de los cuatro mil, que ocurre inmediatamente después de que Jesús sanara a la hija de la mujer sirofenicia, sucede en Decápolis, que es un territorio gentil (Marcos 7:31). Aunque Israel come primero, los gentiles también se alimentan. Se provee a los «hijos», pero los «perros» también reciben pan. Esto coincide con el mensaje de Mateo en su totalidad: la misión de Cristo es primero para los judíos (Mateo 10:5-6) y luego para los gentiles (28:19).

Vale la pena mencionar otro lado de esta historia. Jesús es el segundo ejemplo en las Escrituras de un profeta que huye del rey y la reina oficiales de Israel, que se encuentra con una mujer gentil desesperada, que tiene una conversación con ella sobre la comida, y que sana a su hijo. En el caso de Elías (1 Reyes 17:7-24), la mujer da alimento al profeta. Pero el Pan de Vida es diferente: Él mismo provee la comida, y no solo para una persona (o grupo de personas), sino para miles de personas hambrientas y, en efecto, para todo el mundo.

Andrew Wilson es pastor y maestro en King's Church London y autor de God of All Things . Síguelo en Twitter @AJWTheology.

Traducido por Sergio Salazar

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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Theology

Philip Yancey: Seguimos viviendo con miedo, seguimos necesitando la sublime gracia

En una época de divisiones políticas, el popular autor anima a sus hermanos creyentes a «recordar por qué estamos aquí».

Christianity Today August 12, 2021
Randal Olsson / via Religion News Service

Cuando se mudó por primera vez a las Montañas Rocallosas a principios de la década de 1990, Philip Yancey, conferencista y autor de éxitos editoriales, se propuso el objetivo de escalar las 58 cimas de Colorado que superan los cuatro mil metros de altura.

Ahora, con 71 años, Yancey ha cumplido ese objetivo. Él y su esposa, Janet, siguen disfrutando el senderismo y el alpinismo. Pero su enfoque ha cambiado.

«Hemos pasado de intentar alcanzar las cumbres a disfrutar de las flores silvestres que hay en el camino», dijo Yancey. «Quizá eso sea parte del proceso de madurar».

Muchos tal vez conozcan a Yancey por su famoso libro de 1997 What’s So Amazing About Grace [publicado en español como Gracia divina vs. condena humana], una mirada a las enseñanzas cristianas sobre el perdón y sobre cómo la gracia se manifiesta en la vida de las personas. Se acaba de publicar un nuevo plan de estudio bíblico basado en el libro (con videos en inglés), con una actualización de las historias y una serie de charlas de Yancey. Una nueva autobiografía de Yancey, titulada Where the Light Fell [Donde cayó la luz], está programada para publicación en otoño de este año.

Los libros de Yancey, que incluyen Dónde está Dios cuando duele, El Jesús que nunca conocí, Una iglesia, ¿para qué?: Mi peregrinaje personal y Encuentre a Dios en lugares inesperados, han vendido millones de copias desde 1970, atrayendo a los lectores hacia sus profundas reflexiones acerca de la vida cristiana. Dichas reflexiones abarcan su largo proceso de crecimiento espiritual, tras haber crecido en una iglesia fundamentalista cerca de Atlanta que solo aceptaba la versión King James de la Biblia [para los lectores hispanohablantes sería algo similar a la versión Reina Valera más tradicional], y que a menudo veía el mundo exterior con miedo.

Casi veinticinco años después de que se publicara por primera vez Gracia divina vs. condena humana, su mensaje sigue siendo relevante, dijo Yancey.

«Todos hemos entendido que, si hay un momento para el mensaje de la gracia, ese momento es ahora», dijo. «Estamos en un país muy dividido, y la iglesia no ha sido de ayuda en todo esto».

El escritor Bob Smietana, de Religion News Service, habló recientemente con Yancey a través de Zoom. Esta entrevista se ha editado por motivos de longitud y claridad.

¿En qué piensa usted que se está equivocando ahora mismo la gente con respecto a la gracia?

En el libro utilicé el término »falta de gracia». A mí me parece que la «falta de gracia» siempre está presente de formas distintas. Cuando era pequeño, en la iglesia en la que crecí, fundamentalista, rígida, legalista y en la que todo era azufre del fuego del infierno, la falta de gracia consistía más que nada en la conducta. Teníamos todas esas reglas: no ir a piscinas mixtas, no ir a jugar a los bolos, no ir a bailar, no ir al cine… todo eso. Era una forma de ausencia de gracia con la que me encontré en la adolescencia y la infancia.

Y después cambió. Ahora tiene un cariz político, donde la falta de gracia está dirigida más bien hacia cómo tratas a la gente que no está de acuerdo contigo. Porque la política es un deporte de contrincantes. Y en cuanto te involucras, la tentación es jugar a los juegos de poder.

¿Qué piensa usted que impide que la gente crea en la gracia, y que se la ofrezca a los demás?

Sigo volviendo a la palabra «miedo». En el movimiento evangélico en el que crecí estaba el miedo al infierno, por supuesto. Y miedo al mundo. Y después, miedo a que fuera elegido un presidente católico, y a John Kennedy, y miedo a la serie Dejados atrás, miedo a los homosexuales, miedo al humanismo secular, miedo al comunismo.

Sin embargo, seguimos viviendo en esa especie de entorno basado en el miedo. Me parece que es una especie de error trágico de nuestro movimiento.

¿Qué le sorprende a usted en estos días?

A menudo me acuerdo del sentido del humor de Dios. Teníamos un comedero para pájaros en el exterior de nuestra casa y alrededor de él se desarrolló todo un ecosistema. Las leyes de la naturaleza son bastante sólidas. Se reducen a esto: los animales grandes se comen a los pequeños. Sin embargo, en nuestro comedero había dos excepciones a esta regla: una mofeta [zorrillo] y un puercoespín.

Cuando observas a estos animales, notas que son realmente hermosos, son impresionantes obras de arte. Pero también son bastante cómicos. Me encanta ese aspecto de Dios. Nunca había pensado que Dios tuviera sentido del humor, pero sin duda el mundo animal lo muestra.

Si pudiera hablar a los líderes evangélicos ahora mismo o a los feligreses que están en las bancas de la iglesia, ¿qué les diría?

Volvería al precioso discurso en el libro de Juan en los capítulos 13 al 17, que son las últimas horas de Jesús con sus discípulos. Ahí, Jesús les explica todo de nuevo. Y hasta este punto ellos aún no han demostrado nada. De hecho, han demostrado que no se puede confiar en ellos. Y entonces, ¿qué hizo él? Les lavó los pies. Y les dijo que esa debía ser su actitud con el mundo. Ustedes son siervos, no líderes. Después les dijo que se les debía conocer por su amor. Y por su unidad. Estas tres cosas.

No obstante, a menudo la iglesia parece estar más interesada en «limpiar» la sociedad, en regresar al prístino Estados Unidos de los años cincuenta. Ese es el mito que tenemos: que estamos haciendo que nuestro país vuelva a ser puro, que lo estamos limpiando.

Jesús vivió bajo el Imperio romano, Pablo vivió bajo el Imperio romano, que moralmente era muchísimo peor que cualquier cosa que esté sucediendo en los Estados Unidos. Ellos no dijeron una palabra acerca de limpiar el Imperio romano, ni una palabra. Simplemente lo ignoraron.

Entonces, ¿por qué estamos aquí? Estamos aquí para formar la clase de comunidad que hace que la gente diga: «Oh, eso era lo que Dios tenía en mente». Estamos aquí para formar asentamientos pioneros del reino de Dios, como propone N. T. Wright. Se trata de demostrarle al mundo de qué se trata todo este experimento del ser humano.

Recordemos por qué estamos aquí. Nosotros amamos a las personas, les servimos y les mostramos por qué el camino de Dios es mejor. Concentrémonos en eso en vez de intentar derribar, rechazar o denigrar a las personas de una u otra manera. Estamos aquí para traer placer a Dios, y creo que lo logramos al vivir del modo en que el Hijo de Dios nos enseñó a hacerlo mientras estaba en la tierra.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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Tener poliomielitis era un privilegio, no un castigo

Cómo un pasaje del evangelio de Juan transformó mi perspectiva sobre Dios y el sufrimiento.

Christianity Today August 9, 2021
Tyler Northrup

Al crecer, estaba enojada con Dios. Para mí, era desalmado o distante, si es que siquiera existía. De cualquier forma, no quería tener nada que ver con él.

Mi historia comienza en India, donde contraje polio antes de recibir la vacuna cuando era bebé. Por error, los médicos me dieron cortisona para bajar mi fiebre alta, permitiendo que el virus se extendiera por todo mi cuerpo, lo que me dejó paralizada en cuestión de días. Los médicos alentaron a mis padres a salir de la India en busca de mejor atención médica, así que nos mudamos a Inglaterra y luego a Canadá. Mi primera cirugía fue a los dos años y pasé por un total de 21 cirugías importantes durante mi niñez. No aprendí a caminar sino hasta que tenía siete años.

Lo que en aquel entonces era el Hospital Shriners para Niños Lisiados en Montreal fue para mí como un segundo hogar. Mis estancias allí se extendieron durante meses en varias ocasiones, una de las cuales se extendió por nueve meses, en los que estuve en una escayola de yeso corporal. Aproximadamente una docena de otras niñas vivían en la misma sección del hospital. Solo podíamos ver a nuestras familias los fines de semana durante las breves horas de visita.

Sin padres alrededor para guiarnos, crecimos solas, inventando nuestras propias reglas y suposiciones sobre la vida. Aprendimos a hacer lo que nos pidieran las enfermeras, todo con tal de no recibir comida fría, el último baño de esponja, o que nos dejaran de hablar. Como no había nadie que escuchara nuestras quejas, todas aprendimos a reprimir nuestros sentimientos y a hacer lo que se nos decía.

Una oportunidad a Dios

Recuerdo vívidamente a mi amiga Belva, una de las pocas chicas de la sala que podía moverse y que jugaba a las Barbies conmigo en mi cama. Un día se enfermó y permaneció así durante algunas semanas. Luego, desapareció de repente. Al día siguiente, sacaron sus cosas de su mesita de noche y rehicieron su cama. Cuando pregunté dónde estaba Belva, me dijeron con dureza que me ocupara de mis propios asuntos. Nadie volvió a mencionarla. Quizás era demasiado joven para entender lo que había sucedido, pero la pérdida me endureció por dentro.

La vida fuera del hospital era aún más dura. Los niños se burlaban de mi pronunciada cojera, imitando mi forma de caminar. Mis compañeros de clase me acosaban con frecuencia. Una vez, un grupo de niños me arrojó piedras hasta que me derribaron mientras me llamaban «lisiada». Me acostumbré a esa palabra.

En cuarto grado, finalmente hice una buena amiga. Una tarde, accidentalmente la escuché hablar con la maestra sobre mí. «¿Tengo que quedarme con Vaneetha en la excursión?» Ella susurró. «No quiero empujarla en la silla de ruedas o caminar lentamente con ella todo el día. ¿No puede alguien más ser su amigo por una vez?».

Después de eso, procuré mantener mi distancia de los demás, hasta que descubrí A Christmas Carol [Un cuento de Navidad] de Charles Dickens y noté cómo todos amaban a Tiny Tim, el pobre chico «lisiado». Cuando estaba alegre y sin quejas, la gente me elogiaba, al igual que a Tiny Tim. Muy pronto se convirtió en el nuevo rostro de mi personaje. La gente empezó a verme como una niña dulce y valiente, con excepción de mi hermana, la única persona a la que sometía a sarcasmo mordaz y comentarios despectivos. Ella sola soportó la peor parte de mi ira y amargura.

En la escuela secundaria, comencé a asistir a las reuniones de la Comunidad de Atletas Cristianos [Fellowship of Christian Athletes, FCA por sus siglas en inglés] porque todos los chicos populares estaban allí. Una amiga y yo nos sentábamos en la parte de atrás y hablábamos de los chicos. A ninguna de las dos le importaba mucho Dios. Pero un fin de semana ella se fue de retiro y cuando regresó, me dijo emocionada que Dios era real. Indiferente, le pedí que dejara de hablar de Dios.

Pero mi petición no logró mucho. Ella continuó diciéndome lo que estaba aprendiendo acerca de Dios y me preguntaba qué pensaba sobre las reuniones de la FCA. No me importaban los mensajes, apenas si prestaba atención, pero sí me preocupaba que ella se estaba volviendo más popular que yo. Y me preguntaba por qué todos hablaban de Dios como si lo conocieran. Así que una noche, mientras me dormía, simplemente dije: «Dios, si eres real, por favor muéstramelo».

A la mañana siguiente, me desperté y decidí darle una oportunidad a este Dios. Al abrir la Biblia por mi cuenta por primera vez, comencé a leer Levítico, preguntándome qué importancia podría tener ese libro para alguien.

Antes de cerrar la Biblia, le hice una pregunta a Dios: «¿Por qué? ¿Por qué me pasó esto a mí, si es que eres real y se supone que eres bueno?». Volví a abrir la Biblia al azar en Juan 9 y leí: «A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: —Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? —Ni él pecó, ni sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida» (vv. 1-3, NVI).

Me senté en mi cama, sorprendida. Los discípulos estaban haciendo las mismas preguntas que yo. Pero Jesús cambió el enfoque de quién tenía la culpa al propósito para el que servía, lo que significaba que la ceguera del hombre era un privilegio, no un castigo. Parecía que Dios me estaba animando a aceptar mi discapacidad como una oportunidad para que Él mostrara sus obras.

La Biblia finalmente tenía sentido, así que seguí leyendo, ansiosa por ver si había algo más que pudiera ser relevante para mí. La historia de Lázaro me intrigó, y Juan 12:43 trajo mi pecado a la luz cuando Jesús dijo que los fariseos «preferían recibir honores de los hombres más que de parte de Dios». Jesús estaba hablando de mí: la alabanza que recibía con mi acto de Tiny Tim me llenaba el alma. Todo el mundo pensaba que yo era amable y afable.

Pero Dios veía más allá de mi angelical exterior. Me sentí conocida, comprendida y amada incondicionalmente, una combinación que me consoló y a la vez me aterrorizó. Sobrecogida por la emoción y el sentimiento, me arrodillé al lado de mi cama y entregué mi vida a Cristo. Tenía 16 años.

Verdadera sanación

No le conté a mi familia sobre mi conversión porque pensé que no lo entenderían. Aunque había crecido en una familia que iba a la iglesia, nunca había hablado de mis dudas o mi enojo con Dios con nadie, así que asumí que nadie lo sabía.

Fue un momento conmovedor cuando, dos años después, mi madre me pidió que diera mi testimonio a la clase de escuela dominical que ella estaba enseñando. Mientras hablaba, las lágrimas corrían por su rostro, y luego me dijo tres cosas que nunca olvidaré. Primero, ella y mi hermana sabían que había entregado mi vida a Cristo porque yo había cambiado radicalmente. Mi hermana lo notó primero, al ver que mis bromas crueles fueron reemplazadas por amabilidad genuina.

En segundo lugar, mi madre me dijo que cuando contraje polio estaba devastada y se culpaba a sí misma. Preguntándose qué había hecho mal, encontró gran consuelo en ese mismo relato de Juan sobre el hombre ciego de nacimiento.

Y por último, recordó que durante un período de desesperación acerca de mi futuro, sintió que Dios le dijo que me sanaría a los 16 años. Había asumido que esto implicaría una curación física milagrosa, pero mi testimonio le había recordado que la verdadera sanación viene a través de conocer a Cristo.

Esa mañana cuando lo conocí, en realidad no entendí completamente todo lo que Dios me había mostrado. Pero la convicción de que Dios puede usar mi sufrimiento para su gloria me ha sostenido desde entonces. Como adulta, he soportado la pérdida de un hijo pequeño después de que un médico le retiró el medicamento que lo mantenía con vida. Mi salud ha seguido deteriorándose con síndrome pospoliomielítico, el cual podría dejarme tetrapléjica. Perdí un matrimonio de 20 años cuando mi primer esposo me dejó por otra persona.

Aunque le supliqué a Dios que me quitara estas pruebas, Él me ha dado algo inconmensurablemente mayor: el tesoro de su presencia. Con cada dolor en el corazón, Él se acerca aún más, usando mi debilidad para mostrar su fuerza.

Vaneetha Rendall Risner es una escritora que vive en Raleigh, Carolina del Norte. Es la autora de Walking Through Fire: A Memoir of Loss and Redemption.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

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History

Confiar nuestras enfermedades a Dios no es una receta para la pasividad

Los primeros estadounidenses dieron testimonio enérgico del sufrimiento corporal. ¿Qué pueden aprender los creyentes de hoy de su ejemplo?

Christianity Today August 9, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: WikiArt / WikiMedia Commons

Sarah Pierpont a menudo se encontraba postrada en cama por una enfermedad. Viviendo en la colonial New Haven en la década de 1750, consideró que era su deber dejar constancia de su dolor y sus lecciones espirituales por escrito. Trató de interpretar su enfermedad a través de su fe y se sintió aun peor cuando su mala salud la dejó sin poder escribir. Pierpont lamentó su debilidad física y espiritual al señalar: «… mi tabernáculo terrenal a menudo tiembla, y ahora parece estar muy tambaleante».

Pierpont encontró consuelo en la misericordia de Dios y quiso dar testimonio de ella de una manera reconocible para aquellos que hoy podrían orar de manera similar. Aun así, su urgencia por escribir sobre su enfermedad podría sorprendernos. Aunque la pandemia cobró mucha atención recientemente, no solemos nombrar la enfermedad como un tema favorito de conversación. Las quejas sobre los dolores y molestias de uno pueden hacer que los oyentes se estremezcan. Alguien demasiado diligente en compartir detalles de una enfermedad corre el riesgo de sonar como Debbie Downer de Saturday Night Live para los oídos contemporáneos.

Sin embargo, esto no era así en el mundo de los protestantes estadounidenses del siglo XVIII, para quienes la escritura era una respuesta importante a la experiencia de la enfermedad. En The Course of God’s Providence: Religion, Health, and the Body in Early America [El curso de la providencia de Dios: La religión, la salud y el cuerpo en los primeros años de Estados Unidos de América], Philippa Koch da vida a los creyentes de esa época que confiaban en la dirección de Dios en sus asuntos terrenales.

Koch sostiene que los protestantes del siglo XVIII mantuvieron la confianza en la providencia de Dios durante la enfermedad de formas muy características. La salud y el sufrimiento son preocupaciones perennes para los cristianos, como Koch observa con perspicacia (y la pandemia actual lo confirma ampliamente). La autora, que enseña estudios religiosos en la Universidad Estatal de Missouri, explora diversas corrientes de investigación en la historia del cuerpo humano y la religión.

Al analizar un período generalmente asociado con la Ilustración y la secularización, Koch cuestiona ciertas suposiciones comunes sobre la forma en que los estadounidenses de la época entendían la enfermedad. La narrativa convencional dice que en el siglo XVII los colonos estadounidenses se sometieron a la enfermedad, atribuyendo sus desgracias corporales a la buena (aunque inescrutable) voluntad de Dios. Sin embargo, apenas un siglo después, bajo la influencia del nuevo pensamiento científico, se habían inclinado hacia la concepción de los cuerpos como máquinas que podían repararse cuando se rompían, lo quisiera Dios o no.

Pero esta narrativa está equivocada en ambos extremos. Koch muestra que la confianza en la providencia no invitaba a la pasividad, sino a una respuesta activa a la bondad de Dios. Asimismo, las ideas que llegaron posteriormente en el siglo XVIII sobre la materia física se mantuvieron arraigadas en la visión providencial.

La narrativa de la enfermedad

El anticuado contraste que Koch refuta (entre un período colonial piadoso seguido abruptamente por una época secular) es cuando menos parcialmente culpable por hacernos creer que los primeros estadounidenses se sometieron pasivamente a la enfermedad. Los malentendidos sobre la predestinación también son culpables. Incluso los colonos más convencidos acerca de la doctrina de la elección no pensaban que la predestinación significaba que los humanos quedaran impotentes en la vida cotidiana. Confiar en la providencia no era una receta para la holgazanería.

Al contrario, según lo muestra Koch, creían que la providencia divina esperaba mucho de la acción humana. La enfermedad era una «oportunidad pedagógica» y los pastores propusieron muchas tareas que los enfermos podrían hacer en respuesta. Para empezar, la enfermedad puede causar el arrepentimiento. Si bien presionar a los enfermos al arrepentimiento puede parecer duro, Koch insiste en que esos llamados a arrepentirse de las faltas personales o comunitarias se recibieron de manera positiva como invitaciones activas para acercarse más a Dios.

El arrepentimiento y la oración tenían un papel importante en la habitación del enfermo, pero la primera orden del día era la reflexión. La principal obligación de la persona enferma era pensar. Los ministros instaban a los enfermos a hacer lo que Koch llama «retrospectiva», una forma particular de considerar el pasado y «su significado en términos de la historia de su vida y la vigilancia de Dios». Pensar, hablar y escribir se mezclaban en un esfuerzo por narrar la enfermedad, un proceso que Koch describe como «una práctica fundamental para los cristianos del siglo XVIII, quienes buscaban organizar e integrar la experiencia física y espiritual del sufrimiento dentro de su historia de vida». Retroceder más allá de las dificultades presentes recordaría ocasiones en las que Dios había provisto para uno mismo, para la familia o incluso para los precursores de la fe presentados en la Biblia. Narrar el dolor personal en el contexto de una perspectiva más amplia alentaba a los que lo sufrían a ver cómo encajaban en la misericordia y el cuidado continuos de Dios.

El argumento de Koch es el hilo conductor a través del libro, pero sus capítulos de rica textura hacen más que establecer la persistencia de la providencia. Ella presenta escritos espirituales de dos ministros bien conocidos, Cotton Mather y John Wesley, y algunos que son menos familiares, como Heinrich Helmuth (un pastor de Filadelfia nacido en Alemania), Richard Allen (fundador de la Iglesia Episcopal Metodista Africana), Absalom Jones (el primer sacerdote episcopal negro de Estados Unidos) y Samuel Urlsperger (que supervisó una comunidad pietista en Ebenezer, Georgia). En capítulos paralelos, Koch estudia los consejos de los ministros sobre salud a la par de las perspectivas de quienes no estaban en el ministerio. La paridad ilumina. Las guías de los clérigos y los diarios de las víctimas reflejaban un entendimiento compartido. La conversación no era simplemente dictada por las élites, sino que fluía en ambos sentidos. Ministros como Mather aconsejaron a los lectores cómo interpretar sus sentimientos, pero estas «palabras sanas» fueron moldeadas por su contacto personal con el sufrimiento, su propia debilidad o su testimonio de la muerte de esposas o hijos.

Esta escritura retrospectiva recíproca, argumenta Koch, «imaginó y creó una comunidad». Los líderes religiosos adaptaron sus enseñanzas sobre la providencia de acuerdo, tanto con las necesidades de sus feligreses, como con los desarrollos intelectuales del siglo XVIII. Las nuevas ideas sobre la salud y la medicina orientaron las respuestas a las epidemias coloniales, desde la viruela en Boston en 1721 hasta la fiebre amarilla de Filadelfia en 1793, pero la comprensión científica predominante del cuerpo todavía estaba formada por opiniones consensuadas sobre la providencia.

Para ilustrar este pensamiento providencial persistente, Koch dedica un capítulo al consejo sobre el nacimiento y la maternidad. Desafortunadamente, la autora presenta sus argumentos casi de forma defensiva sobre este enfoque: «La maternidad no es un enfoque típico de la investigación intelectual sobre temas como la providencia, la Ilustración y la secularización; sin embargo, la maternidad es un fenómeno humano generalizado y significativo, profundamente considerado en el pensamiento cristiano y la experiencia vivida».

La primera mitad de esa oración merece un matiz de triunfo aún más rico, ya que la autora, al localizar un punto ciego en el ámbito académico, demuestra nuestra necesidad de su análisis. Pero la segunda mitad subraya lo absurdo de ese punto ciego. Que Koch se sienta obligada a afirmar el estatus de la maternidad como «un fenómeno humano importante y significativo» sería casi gracioso si su ausencia en las discusiones sobre «la providencia, la ilustración y la secularización» no fuera tan escandalosa. Finalmente, la maternidad es la precondición para la existencia de todos. Al menos en el «pensamiento cristiano y la experiencia vivida», la maternidad ha recibido la debida consideración. Los cristianos han visto el parto y la lactancia como signos, no solo de promesa y amor sacrificial, sino también, dados los peligros asociados con el nacimiento, de la fragilidad de la vida humana.

Koch reconoce acertadamente la maternidad como algo relevante para su investigación. En el siglo XVIII, los «hombres parteros», con modelos corporales más mecanicistas y técnicas más intervencionistas, aparecieron en contraposición a la partería tradicional. No obstante, los debates sobre la salud de la mujer siguieron basándose en opiniones providenciales sobre la naturaleza y la maternidad. Koch aborda temas como el parto y la lactancia, pero dice menos de lo que yo hubiera deseado sobre el embarazo, el cual me parece que es una experiencia que evoca pensamientos de providencia más que ninguna otra.

Mejor «retrospectiva»

The Course of God’s Providence proporciona un análisis perceptivo de la imaginería del mundo en el que los estadounidenses en una época anterior experimentaron la enfermedad y el cuidado de Dios. Los lectores deberían querer entender esto para su beneficio. Pero, por supuesto, como intuye Koch mientras escribe en medio de la pandemia, los lectores también buscan conocimientos sobre sí mismos y su propia era.

La idea que Koch excava del siglo XVIII también es útil para nuestro tiempo. La narrativa es una respuesta necesaria a la enfermedad. Los enfermos, tanto entonces como ahora, podrían aprender a ubicar sus aflicciones inmediatas en un contexto más amplio de fe. Podríamos tratar de comprender el significado del sufrimiento y luego compartir las percepciones extraídas de esa reflexión. Esta práctica es mejor que el ejercicio actual que a menudo se describe como «crear significado», ya que aplica un significado compartido a los caprichos de la vida individual. Reconocer con claridad la salud y los propósitos de Dios es adecuado no solo para las epidemias sino también para el sufrimiento privado, sea este grande o pequeño.

A la mayoría de nosotros nos vendría bien una retrospectiva de la enfermedad. Reflexionar de esta manera sobre cada dolor de garganta o malestar estomacal puede parecer peligrosamente ensimismado, pero también podría cambiar el enfoque de las tristezas propias a la empatía por los demás. Entre las partes más dolorosas de la enfermedad, como ilustra Pierpont, puede estar su poder para silenciar o marginar a quienes la padecen. Escribir puede sacar a los enfermos del aislamiento. Pensar de manera providencial sobre la enfermedad procede de la comunidad y ayuda a reforzar esa comunidad.

La relevancia del argumento de Koch no es solo que los estadounidenses del siglo XVIII podían creer en la providencia, sino lo que hicieron al respecto. Que las voces de este libro arrojen luz positiva sobre situaciones difíciles no parece solo un ejemplo de creencia en la providencia de Dios, sino la puesta en práctica de esa creencia, es decir, la esperanza. Koch menciona la esperanza, pero la esperanza irradia de estos personajes con más frecuencia de lo que se reconoce. La virtud de la esperanza es activa, anclando eventos espantosos en promesas seguras incluso cuando lo bueno es difícil de ver.

Es por eso que la retrospectiva es una respuesta tan saludable. Mirar hacia atrás de esa manera no obliga a los creyentes a abrazar explicaciones simplistas sobre los propósitos de Dios. Pero sí mantiene la bondad constante de Dios directamente a la vista en medio del dolor causado por el sufrimiento corporal.

Agnes R. Howard es profesora de humanidades en Christ College en la Universidad de Valparaiso. Ella es la autora de Showing: What Pregnancy Tells Us about Being Human .

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Las Olimpiadas también se tratan del fracaso

Los sueños olímpicos inspiran a millones de personas a perseguir objetivos que nunca alcanzarán. He aquí por qué eso es algo bueno.

Christianity Today August 6, 2021
Dean Mouhtaropoulos / Getty Images

Todavía recuerdo lo que sentí cuando lo vi por primera vez. Era el año 1984 y los Juegos Olímpicos se celebraban en Los Ángeles. Familias de todo el mundo se reunían en torno a sus brillantes televisores mientras las historias de esfuerzo y victoria inundaban sus hogares.

Yo tenía ocho años y estaba embelesado. El relevo de la antorcha, las ceremonias de apertura, los extraordinarios logros de Carl Lewis, Edwin Moses y Mary Lou Retton; y la sucesión de ceremonias de entrega de medallas en las que se desplegaba la bandera estadounidense y los atletas, con lágrimas en los ojos, cantaban nuestro himno nacional. Todo ello me cautivó. Lo que más me cautivó fue que el equipo masculino de gimnasia de los Estados Unidos ganara la medalla de oro. Mi alma se elevó.

Quizá usted ha visto alguna vez una gaviota en un muelle sobre el océano. Cuando el viento está soplando en la dirección correcta, el ave solo tiene que estirar sus alas y elevarse sobre las corrientes de aire. Eso es lo que sentía. Era un sueño, un anhelo y un vuelo del alma: todo a la vez.

Ese anhelo fue el motor que puso en marcha los vagones del tren de mi vida. Me inspiró a comenzar una carrera en gimnasia. Llenó mi mente de imágenes brillantes cuando me acostaba a dormir. Me sostuvo durante innumerables horas de entrenamiento y una serie de dolorosas lesiones. Me llevó por todo el país e incluso a través de los océanos, ya que me convertí en campeón nacional júnior en la competencia general individual [all-around] y en miembro del equipo nacional. Incluso me llevó a una universidad que de otro modo nunca habría podido pagar, y a un campeonato de la NCAA en mi primer año en la Universidad de Stanford.

Luego, todo se vino abajo. Unos meses antes de las pruebas olímpicas de 1996, me caí de la barra horizontal y me rompí el cuello. En un abrir y cerrar de ojos, mi carrera como gimnasta acabó en fracaso. El daño en mi columna vertebral fue permanente y quedé sentenciado de por vida al dolor crónico.

Como persona de fe, creo que la historia está llena de los propósitos de Dios. El universo es rico en intencionalidad y está impregnado de significado. Como escribe el salmista: «Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos» (Salmo 139:16, NVI). Lo que obliga a hacer la pregunta: ¿Cuál era el objetivo? ¿Cuál fue el propósito de esas miles de horas de entrenamiento y dificultades si solo iban a terminar en una lesión y una decepción? ¿Qué sentido tenía eso?

La misma pregunta me ha venido a la mente al ver los Juegos Olímpicos de Tokio en la televisión. Una vez más, escuchamos historias de victoria en las que todo parecía estar en contra. Sin embargo, son muchas más las historias de fracaso. Muchos atletas ven cómo sus historias pierden el rumbo. Las lesiones y las circunstancias intervienen. Atletas de los que se esperaba que ganaran, incluso que dominaran, se quedan cortos. Y si suena duro llamar a estas situaciones «fracasos», entonces tal vez no hemos reconocido el gran amigo que el fracaso puede ser.

Las Olimpiadas, de hecho, tienen mucho que ver con los fracasos. Ciertamente, inspiran una gran cantidad de ellos.

La gran mayoría de los atletas que acuden a las Olimpiadas no ganan ninguna medalla, y mucho menos una medalla de oro. Muchos de los que ganan una medalla de oro en una prueba también se quedan cortos en otras. Y, por supuesto, la inmensa mayoría de los que luchan por entrar en el equipo olímpico no lo consiguen.

Tomemos como ejemplo la gimnasia femenina. Tan solo en Estados Unidos, millones de chicas practican gimnasia y decenas de miles compiten cada año. Cada cuatro años, seis como máximo llegan al equipo olímpico. Si un millón de niñas ven a Simone Biles o a Suni Lee y se inscriben en clases de gimnasia con sueños olímpicos en el corazón, quizás 999 999 no lograrán ese sueño.

Por supuesto, hay victorias más pequeñas en el camino. Pero incluso esa gimnasta entre un millón que logra su sueño de entrar en el equipo olímpico se familiarizará íntimamente con el fracaso. Aprender nuevas habilidades y nuevas rutinas requiere innumerables fracasos en el camino. Incluso una gimnasta tan dominante como Biles pasará por una sucesión aparentemente interminable de fracasos, y cuando llegue a los Juegos Olímpicos, su historia será probablemente compleja. Todas las gimnastas del equipo de Estados Unidos han pasado por una serie de éxitos y fracasos. Vimos a la gimnasta Jade Carey llorar una noche, y cubrirse de oro a la siguiente.

No se trata de criticar a los atletas. Se trata de que el fracaso es esencial en la vida deportiva. El sueño olímpico anima a decenas y quizás cientos de millones de personas en todo el mundo a perseguir sueños que nunca alcanzarán, pero al luchar por esos sueños, si tienen suerte, se convertirán en lo que están destinados a ser.

He preguntado a numerosos atletas olímpicos sobre sus experiencias. Una cosa en la que coinciden es que para ellos la meta final no eran los Juegos Olímpicos en sí. En realidad, se trataba de las personas en las que se convertirían al luchar por la excelencia. Se trataba, en gran medida, de lo que el fracaso hizo de ellos. La victoria, cuando llegaba, era traicionera. Amenazaba con deshacer lo que el fracaso había logrado. La victoria es más peligrosa para el alma; la derrota, más instructiva.

No se trata simplemente del aforismo secular de que el fracaso nos hace más fuertes. No siempre lo hace. Algunos fracasos son tan devastadores o tan totales que puede ser difícil encontrar una forma de redimirlos. Algunos fracasos nos amargan en lugar de hacernos mejores.

Sin embargo, cuando estamos dispuestos a aprender de sus enseñanzas, el fracaso puede ser lo mejor que nos haya pasado. La Biblia está llena de historias de fracaso. ¿Podrían Abraham y Moisés haberse convertido en ejemplos de fe si no hubieran fracasado? ¿Podría David haber escrito sus salmos? El Maestro de Eclesiastés trató de encontrar un sentido a los afanes del mundo, y nos sentimos bendecidos por la sabiduría que adquirió a través del fracaso. ¿Se habrían convertido Pedro y Pablo en los instrumentos que fueron en las manos de Dios si no hubieran sido humillados por sus fracasos?

En retrospectiva, puedo verlo. El fracaso —los fracasos que sufrí a lo largo de todo el camino, así como el hecho de no lograr formar parte del equipo olímpico debido a una lesión— me ha moldeado tan profundamente que apenas sé quién sería sin él. Me mostró el final de mí mismo. Me enseñó a ser compasivo. Me mostró mis muchos pecados y defectos. Me mostró mi necesidad de una fuerza más allá de la mía. Iluminó la gracia de Dios. En algunos aspectos, el sueño olímpico desempeña un papel similar al de la Ley (Romanos 3:20; 7:7). Como ideal de perfección, inspira el esfuerzo, el fracaso y, en última instancia, el reconocimiento de nuestras propias deficiencias y nuestra total dependencia de Dios.

Al igual que otros atletas, los que llegan a las Olimpiadas y los que no, el propósito de mi carrera en gimnasia nunca fue comprar unos pocos momentos brillantes de gloria con una medalla de oro, sino prepararme para el resto de mi vida. Nunca se trató de convertirme en un campeón. Se trataba de convertirme en un instrumento.

Cuando terminó mi carrera, un gimnasta mayor me dijo: «Has aprendido a destacar en una cosa. Ahora toma todo lo que aprendiste y sobresale en algo distinto». Parecía un consejo útil, y quizá era lo que necesitaba oír en ese momento. Pero aún no estaba preparado para dejar atrás el culto a la victoria.

Ahora, 25 años después —con la perspectiva que esto ofrece— lo diría de otra manera. A los atletas y a todos los que experimentamos el fracaso y la decepción, les diría lo siguiente: Has aprendido a fracasar en comunión con Dios. Ahora ve y fracasa de nuevo, y saluda a tu fracaso como a un amigo. Porque si lo permites, tu fracaso te refinará. Te moldeará más y más a la semejanza de Cristo. Y al asemejarte a Cristo, te convertirás en un instrumento para su gloria y para el bien del mundo.

Timothy Dalrymple es presidente y CEO de Christianity Today. Síguelo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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