Permitamos que los cubanos vengan a Estados Unidos, por tierra o por mar

La necesidad de libertad religiosa (y de otras clases) de los solicitantes de asilo es más urgente que nunca.

Christianity Today August 19, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Oliver Cole / Christopher Sardegna / Paul Ekman / Ian Schneider / Unsplash

A mediados de julio, después de que miles de cubanos en varias ciudades se manifestaran contra su gobierno en una escala que no se ha visto en el país comunista en las últimas décadas, el secretario de seguridad nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, les dijo que no acudieran a Estados Unidos en busca de refugio. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés.]

«Nunca es el momento oportuno para intentar una migración por mar», dijo en una conferencia de prensa. «Para aquellos que arriesgan sus vidas haciéndolo, no merece la pena asumir este riesgo. Voy a ser claro: si se lanzan al mar, no llegarán a los Estados Unidos». «El pasaje caribeño es peligroso, particularmente durante la época de huracanes», continuó Mayorkas, quien a su vez es inmigrante cubano. Cualquier cubano que lo intente, insistió, se arriesgará a morir por nada.

Esta política no es nueva. Tampoco es buena. Mayorkas tiene razón en el peligro del viaje, y quizá de manera práctica su consejo en contra de intentarlo es sabio. Pero, en cuanto a la política y los principios, Estados Unidos debería estar preparado para recibir a los cubanos que huyen de su país en esta dirección.

La clase de refugio seguro que Mayorkas les niega a los cubanos se llama asilo. Los solicitantes de asilo cumplen los requerimientos para ser refugiados, pero siguen un proceso distinto de admisión a los Estados Unidos. Un refugiado, según el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), es una persona «incapaz o reticente a regresar a su país de nacionalidad debido a la persecución, o a un miedo bien fundado a sufrir persecución por cuestión de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social particular u opinión política». Los refugiados solicitan la entrada a los Estados Unidos fuera de las fronteras, y entonces se someten a un proceso de investigación que tarda cerca de dos años.

Los solicitantes de asilo son una categoría más pequeña. Un asilado, según el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), es alguien que cumple con la definición de refugiado antes referida y, o bien ya está presente en los Estados Unidos, como los atletas olímpicos que entraron con visas legales y después solicitaron asilo, o bien se encuentran en un puerto de entrada, como un aeropuerto o un paso fronterizo.

La ley estadounidense dice que los residentes extranjeros tienen derecho a pedir asilo si logran llegar al país, aun si en principio ingresan al territorio estadounidense ilegalmente: como es el caso de alguien que llega a una playa de Florida después de un viaje en bote desde Cuba. Existen unas cuantas excepciones a ese derecho. La mayoría consisten en la historia del individuo, pero una de ellas se puede aplicar en términos más generales: a los solicitantes de asilo se les puede rechazar si el fiscal general determina que se les puede enviar a un tercer país seguro con el consentimiento de ese país. Ese es el vacío legal que Mayorkas busca aplicar para los cubanos. (Él no especificó qué terceros países se podrían usar).

Sobre el papel, el asilo puede que parezca controvertido. Si alguien que huye, por ejemplo, de la persecución religiosa —que sigue dándose en Cuba, a pesar de cierta liberalización desde la caída de la Unión Soviética— y logra llegar a los Estados Unidos, ¿no se le debería dejar entrar? Después de todo, la búsqueda de la libertad religiosa es una de las razones por las que este país existe, y si podemos compartir esa bendición con personas que no pueden conseguirla en sus países de origen, sin duda estaríamos a la altura de la mayor de las aspiraciones de la nación.

El problema es que muchos inmigrantes que piden asilo al llegar a los Estados Unidos no cumplen con la definición de refugiados. No es que no hayan experimentado dificultades, sino que a menudo se les clasifica mejor como migrantes económicos que como verdaderos asilados. Es decir, no piden asilo porque crean sinceramente que están calificados para ello, sino porque sin aptitudes profesionales especiales, planes educativos o conexiones familiares en los Estados Unidos que pudieran ayudarles a conseguir una visa, el asilo es su única manera remotamente plausible de inmigrar aquí de forma legal. Es este mal uso del sistema el que ha hecho que el asilo sea una cuestión realmente polémica.

Para los que huyen de Cuba, las dificultades que han enfrentado siempre han tenido un elemento político que nuestro país debería considerar. Como dijo el presidente Joe Biden en julio pasado (pocos días después de que Mayorkas les dijera a los cubanos que se marcharan), Cuba ha sufrido «sesenta y dos años de represión bajo un régimen comunista». La Habana es un estado policial totalitario, una dictadura que no estima los derechos humanos más básicos, incluyendo la libertad religiosa. Busque en los archivos de CT sobre Cuba y encontrará relatos del mal institucionalizado de su gobierno, de las vidas transformadas tras escapar de Cuba hacia los Estados Unidos, y de los pastores detenidos, vigilados y acosados.

«Es como una guerra fría», comentó un pastor cubano con CT para un informe que se publicó en 2009. «Es un bombardeo psicológico». En las recientes protestas, la policía lanzó perros contra un pastor bautista que grabó la violencia con su celular. No se ha sabido nada de él ni de otro pastor arrestado junto con él desde que fueron llevados a prisión. No es algo inusual para este régimen. Las tácticas del gobierno contra los críticos incluyen «golpizas, denigración pública, restricciones a la posibilidad de viajar, detenciones por períodos breves, multas, acoso en línea, vigilancia y despidos de los puestos de trabajo», informa [enlace en español] Human Rights Watch.

Esta es una situación distinta a la de otras personas que piden asilo provenientes de la mayoría de los países de Latinoamérica y los países caribeños (con la excepción de Venezuela y, quizá, Nicaragua, que son los otros estados del hemisferio occidental que normalmente se encuentran junto a Cuba en la parte más baja de las clasificaciones internacionales de libertad). Las personas que provienen de México, por ejemplo, puede que estén huyendo de la pobreza extrema, de la violencia de bandas o grupos criminales y/o de la disfunción del gobierno. Pero no huyen de un régimen explícitamente comunista que apenas intenta garantizar la libertad de culto y la libertad de conciencia.

Cuba sigue siendo el país con más opresión política cerca de las fronteras de los Estados Unidos. Esa combinación de política y proximidad debería dar a los cubanos una consideración especial. Tal parece que los políticos estadounidenses, tanto de derecha como de izquierda, que condenan el brutal régimen comunista de La Habana, parecen otorgarle esa consideración. Pero cuando los cubanos intentan escapar a través de una valiente travesía hacia los Estados Unidos, donde nos gusta considerarnos la flor y nata de la libertad, muchos de esos mismos políticos los rechazan. Se trata de un doble discurso que desacredita los grandes principios que afirmamos (Mateo 5:37; Santiago 3:10).

Lo que sugiero aquí no es algo extravagante. De hecho, la admisión prioritaria de migrantes cubanos exactamente en estos términos fue la política estadounidense durante casi una mitad de siglo. Desde la década de 1960 hasta 1995, cualquier cubano que entraba en las aguas territoriales de Estados Unidos podía pedir la residencia permanente. Después, hasta principios de 2017, la política de «pies secos, pies mojados» [enlace en español] sostenía que los cubanos tenían que alcanzar el suelo estadounidense para que se les permitiera permanecer. La administración de Obama terminó con esa política, la Casa Blanca de Trump entorpeció aún más la entrada de cubanos, y la administración de Biden ha respondido a la actual agitación de Cuba sancionando a los oficiales cubanos, aunque al mismo tiempo le niega la entrada a sus víctimas.

Las políticas de inmigración son un extenso desastre en el cual muchas personas razonables pueden estar en desacuerdo incluso con buenas intenciones. Yo estoy a favor de leyes migratorias más suaves por una cuestión de libertad individual, pero comprendo y tomo con seriedad muchas de las objeciones que plantean aquellos que quieren más restricciones.

Pienso, no obstante, que Cuba es un caso relativamente simple, puesto que está muy cerca, y su gobierno es muy opresor.

Muchos cubanos, por supuesto, querrán quedarse donde están, particularmente si estas protestas resultan ser el comienzo de un cambio duradero en la vida cubana. Pero para cualquiera que quiera venir a los Estados Unidos en busca de la libertad, especialmente cuando buscan libertad religiosa, la puerta debería estar abierta.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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