Culture

La música de adoración es emocionalmente manipuladora. ¿Confías en el líder que toca las cuerdas?

El Espíritu Santo obra, pero también lo hacen los mecanismos que rodean los sets de alta producción.

Christianity Today May 30, 2023
Linda Xu / Unsplash

«¡Más grande!», decía la voz en el audífono en mi oído.

Estaba en el escenario en una sala oscura, casi cegada por las luces. Era la primera vez que dirigía la alabanza en una gran conferencia regional para estudiantes universitarios, y uno de los jefes de producción en la cabina de sonido me pidió que levantara más las manos, que me moviera más, que aplaudiera más, que saltara, que fuera más demostrativa físicamente.

Siempre había sabido que el tiempo de alabanza y adoración en las conferencias estaba orquestado, pero esta fue la primera vez que pude ver las minucias. En un momento dado, me dijeron que imaginara mis brazos unidos a tubos de espuma del tipo que se usan en las piscinas, que los mantuviera rectos y los levantara. Cada canción se clasificaba por «nivel de energía» del 1 al 5, y ciertas sesiones solo podían incluir canciones nivel 3 o superior.

Recuerdo que me preguntaba: ¿Estoy manipulando a la gente que mira, canta y escucha? ¿Estoy utilizando la música para generar una respuesta emocional en la multitud?

La respuesta corta es sí. La música de alabanza puede mover y manipular las emociones, e incluso moldear las creencias. La adoración corporativa es neurológica y fisiológica [enlaces en inglés]. Martín Lutero insistía en que la capacidad de la música para conmover y manipular la convertía en un don divino singular. «Junto a la Palabra de Dios», escribió Lutero, «solo la música merece ser ensalzada como señora y gobernanta de los sentimientos del corazón humano… Incluso el Espíritu Santo honra la música como instrumento de su obra».

Los compositores y líderes de alabanza utilizan cambios de tempo y dinámica, modulación, e instrumentación variada para hacer que la música de alabanza contemporánea sea atractiva, envolvente y, sí, emocionalmente conmovedora.

Como adoradores, podemos sentirlo. Las canciones con largos interludios crean lentamente expectación hacia un gancho familiar. O la banda deja de tocar para que las voces canten cuando se llega el estribillo. Además, la propia letra puede dar la pista de cómo debemos movernos («Me levantaré con los brazos en alto y el corazón entregado»).

Hay preguntas válidas e interesantes sobre las particularidades que dan resonancia a la música de alabanza contemporánea: convenciones prestadas de canciones de amor seculares y baladas pop, o similitudes con la estética de los conciertos de rock de alta energía de artistas como U2 y Coldplay, por ejemplo. Pero la preocupación actual por el poder manipulador de la música de alabanza parece tener menos que ver con el estilo y el gusto musicales que con las personas e instituciones que participan en su creación e interpretación.

Así que quizá la pregunta que debería haberme hecho en el escenario no es si la música era manipuladora, sino si más bien si los responsables de la escenografía de la alabanza estábamos siendo mayordomos y pastores confiables.

La alabanza corporativa nos invita a abrirnos a la guía espiritual y emocional. Esa apertura siente y es vulnerable. Y a medida que la alabanza conlleva una mayor producción en las iglesias y en los eventos ministeriales, un creciente grupo de voces ha cuestionado si nuestras emociones están en buenas manos.

«Eso es lo complicado con respecto a las emociones. [En la alabanza musical] ocurre algo en tu interior que es a la vez voluntario e involuntario», afirma la etnomusicóloga Monique Ingalls, que dirige programas de postgrado e investigación en música eclesiástica en la Universidad de Baylor.

Los adoradores tienen la capacidad de elegir: ellos deciden hasta qué punto se abren a la dirección emocional. Incluso los ejemplos extremos de propaganda musical requieren receptividad por parte del oyente. La propaganda musical es más eficaz cuando la música se utiliza para aumentar la devoción, es decir, para aumentar la fe que ya tenemos, y no para cambiar o alterar las creencias. Pero una vez que hay confianza y aceptación, surge el riesgo de una manipulación emocional peligrosa y explotadora.

«La manipulación emocional en un servicio de adoración es como un pastor que lleva a la gente a ciertos pastos sin saber por qué», escribió Zac Hicks, autor de The Worship Pastor [El pastor de adoración], sobre el tema «manipulación vs. pastoreo».

«La manipulación, en el mejor de los casos, es “pastoreo sin propósito”, o “pastoreo parcial”», escribió Hicks. «Una persona-oveja que despierta de la niebla de la manipulación a menudo exclamará primero: “Espera, ¿por qué estoy aquí?”».

En lugar de que un líder de alabanza vea la respuesta emocional de la multitud —manos levantadas, ojos cerrados o lágrimas— como un signo de éxito, Hicks argumentó que un pastor reflexivo utilizará lo que él llama los «contornos emocionales del evangelio» («la gloria de Dios», «la gravedad del pecado» y «la grandeza de la gracia») para dar forma a la alabanza musical y evitar la manipulación.

Pero cuando los fieles sospechan que la atención a los «contornos emocionales del Evangelio» ha sido suplantada por otras influencias, la confianza empieza a erosionarse. ¿Parece que el líder de alabanza en el escenario está más preocupado por cultivar una imagen concreta que por desempeñar una función pastoral? ¿Parece que los momentos emocionales fuertes se convierten en preparativos para la recaudación de fondos? Los fieles temen la manipulación cuando tienen motivos para dudar de las intenciones de un líder o una institución.

«Es fácil confundir la manipulación emocional con un movimiento de Dios, ¿verdad?», dijo la periodista y escritora Kelsey McKinney en el documental de 2022 Hillsong: A Megachurch Exposed. «¿Lloras porque el Señor está llevando a cabo algún tipo de intervención en tu vida, o lloras porque la estructura de acordes está construida para hacerte llorar?».

La sospecha de que una estructura de acordes pueda estar «construida para hacerte llorar» simplifica en exceso la relación entre música y emoción. La música no actúa simplemente sobre el oyente; existe una dialéctica entre el individuo y la música en la que cada uno influye y responde al otro.

Cuando parece que personas poderosas al frente de megaiglesias utilizan música poderosa para cultivar la lealtad y la devoción, no solo a Dios, sino también a su marca e institución, es comprensible tener miedo a ser engañado por medio de música cuidadosamente elaborada para hacer que el individuo sienta que ha tenido un encuentro espiritual.

Escándalos como los que han asolado a Hillsong en los últimos años, así como indicios de que la música de alabanza contemporánea está cada vez más moldeada por intereses financieros [enlace en español], alimentan el escepticismo. Una parte cada vez mayor de la música de alabanza utilizada en las iglesias procede de un pequeño pero poderoso grupo de compositores e intérpretes que la mayoría de nosotros nunca veremos en persona.

En lo que se refiere al pastoreo emocional, Ingalls considera que la confianza y la autenticidad son primordiales, dos cosas difíciles de mantener en una relación entre famosos y fans.

«Creo que el miedo a la manipulación, es decir, la pregunta “¿puedo fiarme de esta persona?”, está absolutamente en el centro del debate sobre la autenticidad», dijo Ingalls.

Pero las preocupaciones en torno a la manipulación emocional son muy anteriores a Hillsong y a los megaartistas de música de alabanza y adoración de los últimos 20 años. Una portada de Christianity Today de 1977 titulada «¿Debe la música manipular nuestra adoración?» denunciaba las nuevas expresiones marcadas por «un ritmo fuerte y un tono emocional elevado», de bandas de rock evangélico.

Los estilos musicales han cambiado, pero la dirección ofrecida sigue siendo relevante para hoy:

Para que la iglesia evangélica responda con madurez a los patrones rápidamente cambiantes de la expresión musical, necesitamos ministros de música capacitados y preocupados que puedan guiarnos más allá de las trampas tanto del esteticismo (alabanza a la belleza) como del hedonismo (alabanza al placer).

Necesitamos músicos que sean ante todo ministros. Deben comprender las necesidades espirituales, emocionales y estéticas de la gente común y corriente, y ayudar a guiar a una iglesia en su búsqueda de la Palabra verdadera y de una expresión creativa, auténtica y completa de su fe. Este tipo de ministerio se preocupa más por capacitar a los participantes que de entretener a los espectadores.

Medio imperfecto, pastores imperfectos

C. S. Lewis, aunque no era músico, profesaba la creencia de que la música podía ser «una preparación o incluso un medio para encontrarse con Dios», con la advertencia de que podía convertirse fácilmente en una distracción o un ídolo.

El musicólogo John MacInnis ha observado que la exposición de Lewis a la música de Beethoven y Richard Wagner fue una puerta espiritual. Lewis consideraba los momentos musicales trascendentales de su vida como señales y, tras su conversión al cristianismo, miró hacia atrás y los vio como encuentros que movieron su corazón y su mente hacia Dios.

Pero Lewis reconocía la imperfección de la música como modo de adoración o meditación devocional. «El efecto emocional de la música puede ser no solo una distracción (para algunas personas en algunos momentos) sino un engaño: es decir, al sentir ciertas emociones en la iglesia [las personas] las confunden con emociones religiosas, cuando pueden ser totalmente naturales».

Lewis no entendía su respuesta al ciclo de «El Anillo del Nibelungo» de Wagner como adoración, pero sentía que le llevaba a alguna forma de trascendencia, a un sobrecogedor encuentro sublime.

Los oyentes abrumados por el espectáculo visual y sonoro de un concierto de Taylor Swift pueden sentir una euforia que, en efecto, sobrepasa el alcance habitual de sus emociones. La música y sus contextos pueden llevarnos a la cima de nuestras capacidades emocionales. Podemos sentirnos abrumados por su belleza o su poder, por los medios visuales de los que se acompaña, o por un recuerdo que solo la música puede activar con precisión y potencia.

Al igual que Lewis, quizá todos podamos beneficiarnos de dejarnos sobrecoger por la música fuera del santuario de vez en cuando. Es decir, es posible que comprender la capacidad que tiene la música para conmovernos nos ayude a navegar por nuestra apertura emocional en la alabanza.

El funcionamiento exacto de la música sobre las emociones es inescrutable, incluso con las nuevas investigaciones neurológicas que exploran más a fondo los efectos de la música sobre el cerebro. Por debajo de nuestro miedo a ser manipulados emocionalmente, en la mayoría de nosotros subyace el miedo a que nos obliguen a hacer o a creer. Tememos que nuestras emociones respondan solo a la música y no al Espíritu Santo, es decir, que lo que percibimos como un encuentro espiritual sea una falsificación fabricada por músicos hábiles, o por un equipo de producción y un gancho musical bien escrito.

La transparencia puede ser un antídoto. Puede ayudar a los músicos y a los líderes de alabanza a ser más abiertos sobre la forma en que programan la música, o sobre cuál puede ser el propósito de una selección musical concreta. Un líder puede prologar una canción meditativa con una letra íntima animando a los miembros a considerar un pasaje de las Escrituras. El mero hecho de reconocer el peso emocional del momento indica autoconciencia y cuidado por parte del líder.

Ingalls sugiere evaluar las experiencias emocionales de la alabanza y la adoración en una iglesia o ministerio concretos al observar el fruto de esa alabanza fuera del santuario. «Cuando evaluamos las emociones en la alabanza, podemos preguntarnos: “¿Qué hacen los fieles que tienen estas experiencias emocionales intensas [cuando se encuentran] fuera de la iglesia?”».

Si aceptamos que los momentos en que nos sentimos conmovidos, a veces hasta las lágrimas, al cantar junto a la congregación casi siempre se producen por alguna mezcla de cooperación entre Dios en nosotros y la música que nos rodea, podemos vigilar la labor de nuestros pastores mirando a los pastos que se encuentran a nuestro alrededor.

Ingalls sugiere que nos preguntemos: «¿Qué se está haciendo sobre el terreno para traer el shalom de Dios al mundo? ¿Qué se está haciendo para sanar las relaciones rotas entre Dios y las personas, entre las personas en sí, y entre las personas y la tierra?».

Kelsey Kramer McGinnis es la corresponsal de música de alabanza de CT. Es musicóloga, educadora y escritora que investiga la música en las comunidades cristianas.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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