Charles Stanley recibió una vez un puñetazo en la cara por su iglesia. El pastor de larga trayectoria y predicador elogiado que falleció el martes a los 90 años, luchó denodadamente por liderar su congregación bautista del sur, lo que le ganó una reputación de fiel obstinación, de compromiso con seguir la voluntad de Dios y de una vida de devota oración.
Repetía con frecuencia el lema de su vida, que aprendió de su abuelo: «Obedece a Dios y déjale a Él todas las consecuencias». Ese tipo de obediencia no se logra sin un costo, decía Stanley, pero Dios recompensa la fe obstinada.
«El abuelo me dijo: “Charles, si Dios te dice que atravieses con la cabeza un muro de ladrillos, dirígete al muro”», escribió en sus memorias de 2016, “‘y cuando llegues, Dios hará un hueco en él’” [enlaces en inglés].
Stanley fue pastor de la Primera Iglesia Bautista de Atlanta durante 51 años. Comenzó como ministro asociado en 1969, cuando la megaiglesia tenía 5000 miembros, y permaneció en el púlpito hasta 2020, cuando tenía unos 15 000 miembros. También predicaba a diario por radio y televisión a través de Ministerios En Contacto (In Touch Ministries), que fundó en 1972, y fue considerado por muchos como uno de los mejores predicadores de su generación, junto con Charles Swindoll y Billy Graham.
El hijo de Stanley, Andy, es también pastor de una megaiglesia en Atlanta y un predicador muy reconocido. Ambos fueron el único dúo padre-hijo que clasificó en las listas de Lifeway Research y del Seminario Teológico George W. Truest de los predicadores en vida con mayor influencia.
Stanley fue uno de los miembros fundadores tanto del Moral Majority como de la Christian Coalition, sirvió como presidente de la Southern Baptist Convention (SBC) en un momento clave durante la tensión entre conservadores y moderados, y escribió más de 50 libros.
El predicador nació en 1932 en Dry Fork, Virginia, del que más tarde diría que era un pueblo tan pequeño que no aparecía en el mapa. Su padre, también llamado Charles, murió cuando Stanley tenía solo nueve meses.
Su madre, Rebecca Hardy Stanley, consiguió trabajo en una fábrica textil en plena Gran Depresión, con el que ganaba unos 9 dólares a la semana. Cuando no tenía que trabajar, llevaba a su hijo a una iglesia pentecostal y le enseñaba a leer la Biblia y a orar.
«Todavía puedo oír su voz diciendo mi nombre a Dios, y diciéndole que quería que yo lo siguiera en lo que Él me llamara a hacer», dijo Stanley.
A los 12 años, Stanley aceptó a Jesús como su salvador. Dos años después, discernió que Dios lo estaba llamando a predicar y decidió dedicarse al ministerio.
Rebecca se volvió a casar cuando Stanley era adolescente. Su segundo marido era alcohólico y abusivo. El joven Stanley intentó pelearse con su padrastro, e incluso una vez le sacó un cuchillo. Le suplicó a su madre que se divorciara, pero ella siguió comprometida con la unión debido a su fe.
Esta experiencia con la violencia tuvo un impacto en el resto de la vida de Stanley, según recordó más tarde.
«Me sentía muy, muy incómodo a menos que estuviera al mando», dijo. «Era muy, muy combativo y muy, muy competitivo. Llevé a mi ministerio el espíritu de supervivencia. Lo haces o mueres. Haces lo que sea necesario para ganar, sin importar de lo que se trate».
Stanley asistió a la Universidad de Richmond con una beca por la que su madre había orado, donde conoció y se casó con una estudiante de arte de Carolina del Norte, Anna Margaret Johnson. Se casaron en 1955.
Tras graduarse del Southwestern Baptist Theological Seminary, Stanley se hizo cargo de una iglesia bautista en el estado natal de su nueva esposa, predicaba en la Fruitland Baptist Church y enseñaba en el Fruitland Baptist Bible Institute (ahora Fruitland Baptist Bible College). Se trasladó a Fairborn, Ohio; Miami, Florida; y a Bartow, Florida, antes de aceptar el llamado para ser ministro asociado en la prominente megaiglesia bautista del centro de Atlanta en 1969.
El pastor principal dimitió dos años después, y se le pidió a Stanley que asumiera la responsabilidad hasta que se encontrara un sustituto. Él mismo solicitó el puesto, pero el comité de búsqueda votó 5-2 en su contra.
Sin embargo, a medida que avanzaba la búsqueda, la asistencia dominical empezó a aumentar, las donaciones también, y cada vez más miembros de la iglesia sugerían que Stanley asumiera el pastorado. Varios diáconos —sutilmente y luego no tan sutilmente— presionaron a Stanley para que dimitiera.
Stanley se negó.
«Había gente que quería deshacerse de mí», dijo. «No podían darme una razón. Solo decían que lo único que predicaba era sobre cómo obtener la salvación, la venida de Jesús y cómo ser lleno del Espíritu Santo. Me reí y pensé: “¡Dios, espero que eso sea verdad!”».
Stanley provocó más conflictos cuando destituyó a algunos maestros de la escuela dominical ante las objeciones del superintendente de la escuela dominical, quien dijo que el pastor no tenía autoridad para tomar esa decisión.
Un diácono denunció la «desnuda hambre de poder» de Stanley, según la información publicada en el Atlanta Constitution, y varios líderes dijeron que se sentían «inquietos» por la «pasión desmedida del pastor por el poder político» y la «extravagante confianza en su comprensión de la voluntad de Dios».
En una acalorada reunión de la iglesia, a uno de los miembros de la junta se le escapó una mala palabra.
Stanley le dijo: «Debes tener cuidado con tu lenguaje».
El miembro de la junta le respondió: «No, tú tienes que contenerte», y luego golpeó con el puño a Stanley en la cara.
Andy, que tenía 13 años en ese momento, estaba mirando desde un banco delantero. Dijo que su padre no se inmutó al recibir el golpe. Tampoco tomó represalias, ganando así la discusión y obteniendo una victoria moral.
«Vi a mi padre poner la otra mejilla», escribió más tarde Andy Stanley, «pero nunca se dio la media vuelta y echó a correr».
Cuando los miembros de la iglesia celebraron una reunión de tres horas para decidir si mantenían a Stanley, la mayoría votó que sí. La iglesia votó entonces a favor de nombrar a Stanley pastor principal.
Esperó una semana para anunciar si aceptaba o no el cargo. Un total de 36 de los 59 diáconos de la iglesia dimitieron.
Stanley llevó su misma tenacidad a la Southern Baptist Convention cuando fue elegido presidente en 1984. Sus partidarios esperaban que fuera él quien resolviera la lucha entre los conservadores y los moderados de la denominación. Sus oponentes temían lo mismo. Incluso un presidente de un seminario llegó a pedir una «guerra santa» contra los conservadores, incluido Stanley, que insistían en una mayor uniformidad teológica en la denominación, en detrimento de la autonomía de las congregaciones.
Los conservadores dijeron que estaban deteniendo el decaimiento liberal, especialmente en los seminarios y en las organizaciones de política pública de la denominación. En su primer año como presidente, Stanley apoyó medidas que impedían a las congregaciones ordenar mujeres. En aquel momento, había 13 pastoras en la SBC y más de 220 ordenadas.
El segundo año, tras superar la oposición para ser reelegido con el 55 % de los votos, Stanley utilizó su poder presidencial y su habilidad para las maniobras parlamentarias para nombrar a una lista de conservadores en importantes juntas bautistas.
Sin embargo, la mayor lucha del ministerio de Stanley fue la de salvar su matrimonio y permanecer en el púlpito tras su divorcio.
Anna Stanley solicitó el divorcio en 1993, sin dar explicaciones y utilizando solo las iniciales de la pareja, A. S. y C. S. La noticia se conoció de todos modos y causó un alboroto en la Primera Iglesia Bautista. La congregación nunca había permitido que un hombre divorciado sirviera en el ministerio, y Stanley había enseñado que los hombres divorciados estaban descalificados para el ministerio.
Stanley anunció desde el púlpito que la pareja no se estaba divorciando, sino que estaban separados y trabajando en su matrimonio. Anna modificó la demanda una semana después para pedir la separación formal en lugar del divorcio, y luego abandonó el caso.
Volvió a presentar la demanda en 1995.
«Estoy consternada por la negativa de mi marido a aceptar el estado crítico de nuestro matrimonio», declaró Anna Stanley al Atlanta Constitution. «En lugar de eso, ha hecho repetidos anuncios desde el púlpito de que se estaba avanzando hacia nuestra reconciliación, cuando en realidad ocurría todo lo contrario. No elijo contribuir a esta farsa».
No hubo acusaciones de infidelidad o comportamiento inmoral. Anna dijo que su marido hacía tiempo que había dejado claras sus prioridades, y ella no era una de ellas.
Varios líderes de la iglesia —que ahora tenía una asistencia semanal regular de unos 13 000 fieles— querían que Stanley dejara el cargo, al menos temporalmente. Otros le presionaron para que dimitiera. Uno de ellos era Andy Stanley, quien pastoreaba un campus satélite de rápido crecimiento y era visto como el heredero aparente de First Baptist.
En años posteriores, el joven Stanley dijo que solo quería que su padre ofreciera su renuncia, dando a la iglesia la oportunidad de elegir mantener a su amado pastor. Su padre, dijo, no escuchó nada después de la palabra «dimitir».
Charles reaccionó con dureza y declaró a su hijo como enemigo. Andy abandonó First Baptist, se distanció de su padre, y pasó a fundar North Point Community Church, una megaiglesia sensible a aquellos que se encuentran en proceso de búsqueda y que llegaría a tener más de 40 000 fieles.
Charles Stanley describió este periodo como la época más dura y solitaria de su vida.
«Las primeras veces que fui al supermercado por la noche yo solo, a casa yo solo, a la casa vacía yo solo, fue duro. Pero pensé, bueno, Dios, aquí es donde estoy», dijo Stanley. «Mi mujer se marchó. Para un pastor, eso es un desastre. La iglesia te va a despedir porque siempre piensan lo peor. Bueno, mi iglesia no hizo eso. Dijeron: “Bueno, has estado aquí cuando te hemos necesitado. Ahora vamos a estar aquí para ti”».
La iglesia votó a favor de mantener a Stanley, aun si el proceso de separación continuaba. Cuando Anna solicitó el divorcio por tercera vez en el año 2000 y consiguió poner fin al matrimonio, un miembro de la junta anunció que Stanley continuaría como pastor titular. La congregación respondió a la noticia con una gran ovación.
Aunque algunos líderes evangélicos condenaron la decisión de Stanley de continuar en el ministerio como divorciado, diciendo que estaba socavando el testimonio moral de los evangélicos, en realidad poco cambió en la Primera Iglesia Bautista. En todo caso, dijo Stanley, su divorcio le hizo un ministro más eficaz.
«Fue Romanos 8:28. Dios sabía lo que hacía», dijo Stanley. «La gente me decía: “Antes no podía mirarte. Qué sabes tú de la soledad, el dolor, el sufrimiento y la pérdida. Ahora puedo mirarte porque ahora sé que sabes cómo me siento”».
Stanley se reconcilió con su hijo a través de consejería cuando los dos pastores de la megaiglesia fueron juntos a terapia. El mayor de los Stanley habló de la muerte de su padre, de la traumática relación con su padrastro y de su necesidad de mantener el control. Invitó a Andy a predicar en la Primera Iglesia Bautista en 2007. El sermón del joven Stanley giró en torno a un tema conocido: «El costo de seguir a Cristo».
La predicación de Charles Stanley fue muy elogiada en sus últimos años, especialmente por su sencillez, practicidad y eficacia. También hablaba con frecuencia de la importancia de la oración y de su propia práctica de arrodillarse a diario para hablar con Dios.
«Para mí, esa es la clave», dijo a Christianity Today. «Es la clave de todo. Porque lo que haces es reconocer a Dios en ese momento: necesitas su ayuda, su visión, su comprensión, su valor, su fe, lo que sea [que necesites]».
Cuando se le preguntó qué consejo daría a sus nietos, si se dedicaran al ministerio, o qué pondría en su lápida cuando muriera, Stanley volvió al lema sobre la fe inquebrantable: «Obedece a Dios y déjale a Él todas las consecuencias».
Le sobreviven su hijo, Andy; su hija, Becky Stanley Brodersen; y seis nietos. Anna Stanley falleció en 2014.
Traducción y edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel.