Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional del Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Todo iba muy bien en mi vida. Mi esposo y yo vivíamos en Texas y estuvimos en el seminario durante tres años preparándonos para servir al Señor. Queríamos ir y cambiar el mundo por Jesús. Pensábamos en todos esos lugares maravillosos donde íbamos a decirle a la gente acerca de su amor y compasión. Estábamos listos para cumplir Mateo 28:19-20 en nuestras vidas, “Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a obedecer todo lo que yo te he mandado. Y ciertamente estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. La palabra naciones hizo que la Gran Comisión fuera algo muy atractivo y divertido. Después de todo, ¿no es esa la razón por la que fuimos al seminario? Seguramente Dios tenía un hermoso lugar para que nuestra familia pudiera ir a los confines de la tierra para predicar el Evangelio.
“Sí Señor”, dije; “envíame… ¡Iré!” Entonces el teléfono empezó a sonar, ¡y era Dios! Hay un dicho que he aprendido muy rápido, “ten cuidado con lo que deseas” La llamada vino de una iglesia en un pueblo muy pequeño en el este de Texas que estaba siendo obediente a Dios para llegar a la comunidad hispana que no asistía a una iglesia. Ellos pensaron que sería una buena cosa trabajar juntos y compartir a Jesús, en español. En ese momento cuestioné el plan de Dios. O estaba confundido acerca de “las naciones” o estaba confundido acerca de mi vocación. Esta dulce pequeña ciudad que ni aparecía en el mapa, ubicada en Texas, estaba a sólo unas pocas horas de distancia. Podría conducir mi coche y llegar el mismo día. Señor, ¿estás seguro de que este es el lugar correcto? No me parecía que esta pequeña ciudad era ir a los extremos de la tierra.
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.” Jeremías 29:11. ¿Recuerdas el llamado de Dios? ¿Recuerdas esa dulce ciudad que te dije que no está en el mapa? Tenlo en cuenta porque un año después, Dios y yo volvimos a hablar y llegamos a un acuerdo. Yo dije, “Señor, iré, pero déjame quedarme en casa. Déjame criar a mis hijos y cuando crezcan, tal vez nos envíes a un lugar lejano para ser misioneros. Mi esposo puede servirte, y puedo orar por él desde casa”. Ese plan tampoco me funcionó. Aprendí un nuevo refrán del sur del país, “Bendice tu corazón [bless your heart]”. Al principio me pareció que era una cosa dulce decir. No se me ocurrió entonces que en Texas este es un dicho que la gente usa cuando sienten pena hacia alguien. Bueno, “Bendice mi corazón” porque tres meses más tarde estaba firmando un contrato para comenzar un nuevo trabajo como maestra de primaria. Mire usted, la llamada de Dios es personal. Servimos como una familia, pero Dios tiene un propósito único para cada uno de nosotros individualmente.
Estoy tan contenta de que el plan de Dios es mejor que el mío. No puedo imaginar mi vida si todo hubiera transcurrido a mi manera. Sé que hay situaciones en la vida cuando es difícil confiar y seguir su dirección. Queremos asegurarnos de que nuestra familia esté bien. Queremos que todas las piezas del rompecabezas estén en su lugar. Miramos a nuestro alrededor y creemos que hemos logrado alcanzarlo, pero lo cierto es que no es verdad. Dios sabe mejor. Él quiere mostrarnos que hay un propósito mayor y que podemos confiar en él. Hay otras mamás, papás y niños, en necesidad desesperada de amor y esperanza que sólo Jesús puede dar. ¿Cuándo fue que creí que todo se trataba de mí? Dios no nos llama a retroceder y permanecer en un lugar seguro para disfrutar de nosotros mismos. Nos llama a sentir la urgencia de compartir su plan de salvación con este mundo en sufrimiento.
No me equivoqué por completo. Dios me llamó para ser misionera, pero no como yo pensaba. Comencé a enseñar y rápidamente me di cuenta de que Dios abrió esta enorme puerta para poder compartir su amor. Cada año tengo una clase de unos veinte estudiantes. Veinte familias a las que ofrezco oración para que puedan ser alcanzadas con el Evangelio. Veo a mis estudiantes con amor convencida de que Dios los trae a mi vida para que puedan llegar a conocer a Jesús. Pronto mis conferencias de padres se convierten en citas de oración y una oportunidad para compartir palabras de vida con ellos. El Señor abre mis ojos para ver la necesidad de cerca. Él abre mis oídos para oír a cada familia mientras me platican sus preocupaciones, sueños y deseos para algo nuevo y fresco en su vida. Él abre mi boca para hacerles saber que hay esperanza.
Cuando Jesús es el centro de nuestras vidas, no sólo conseguimos trabajos y vivimos la vida para nosotros mismos, también nos convertimos en las manos y los pies de Dios. Todo lo que hacemos lo hacemos para llevar gloria a Dios dondequiera que vayamos. Somos misioneros en el lugar donde Dios nos coloca. Puede que no sea el lugar de nuestra elección, ni los extremos de la tierra, sino el lugar elegido por Dios para traer su Reino a través de nosotros. Dije: “Sí Señor… envíame… ¡Iré!” Y no cambiaría nada.
Margarita Garcia es originaria de México. Esta casada con Abraham García desde hace 19 años y tienen cuatro hijos, Abraham, Jaira, Itzel y Gael. Juntos sirven a la comunidad hispana en Kaufman, Texas. Margarita tiene una pasión por servir a las mujeres latinas y caminar junto con ellas en su jornada con Dios. Tiene un B.A. en Estudios Bíblicos/Teológicos de la Universidad Bautista de la América en San Antonio, Texas y una Maestría en Educación de Dallas Baptist University en Dallas, Texas.