El ataque contra los judíos en Boulder, Colorado, hace dos semanas; el ataque de dos semanas antes en Washington D. C.; el incendio provocado en la casa del gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, un mes antes; los ataques contra estudiantes judíos en campus universitarios; las teorías de la conspiración antisemitas difundidas en pódcasts populares (Joe Rogan, Tucker Carlson, Candace Owens): todo en su conjunto podría ser el final de una larga luna de miel.
Una encuesta realizada a 1732 judíos el otoño pasado reveló que más del 90 % considera que el antisemitismo es un problema y que ha aumentado durante los últimos cinco años. Los hechos respaldan estos temores: los últimos datos del FBI muestran un aumento del 63 % en los delitos de odio contra los judíos entre 2022 y 2023. Aunque los judíos solo representan el 2 % de la población estadounidense, el 15 % de todos los delitos de odio cometidos en 2023 fueron contra judíos.
Este triste dato contrasta con los triunfos. Los judíos constituyen la tercera parte de los jueces de la Corte Suprema de Estados Unidos y la tercera parte de todos los ganadores del Premio Nobel de nacionalidad estadounidense. Los judíos tienen un nivel de educación e ingresos muy por encima de la media estadounidense. Pero cuando echamos un vistazo a los delitos de odio por motivos religiosos en 2023, las víctimas eran judías en dos tercios de los casos. Así que la pregunta permanece: ¿es esta «edad de oro» del judaísmo solo un fenómeno pasajero?
Yo mismo he disfrutado de esta edad de oro. Nací en una familia judía en 1950, cuando el judaísmo estadounidense comenzaba su largo verano de éxito, pero cada año, el verano terminaba poco después del Tisha B’Av en agosto. Ese es el día de ayuno de 24 horas en el que los babilonios destruyeron el primer templo en el 586 a. C. y los romanos destruyeron el segundo templo en el 70 d. C. Ese día, en el año 132 d. C., los israelitas perdieron su última guerra contra Roma y vieron cómo Jerusalén fue arrasada y le fue prohibido a los judíos prohibidos vivir allí.
Para entender el judaísmo es fundamental entender su unión entre la fe y la nacionalidad. Un judío de nacimiento como yo, según el judaísmo, es judío y punto. Sin embargo, convertirme al cristianismo en 1976 hizo que las Buenas Nuevas se hicieran realidad para mí y enterró en gran medida la sensación inculcada por mis padres de que las malas noticias están siempre a la vuelta de la esquina —aunque entiendo bien ese sentimiento—. Siete de cada diez judíos estadounidenses dicen que recordar el Holocausto, es decir, el asesinato de seis millones de civiles judíos durante la Segunda Guerra Mundial, es «esencial» para la identidad judía.
No obstante, la triste realidad histórica es que durante dos milenios los problemas han sido frecuentes, como se recuerda cada Tisha B’Av. En el resto de este artículo, veremos algunos de estos acontecimientos.
Durante todos esos siglos, leyes restrictivas en toda Europa obligaron a las familias judías a desplazarse de un lugar a otro. Rara vez se convirtieron en propietarios de tierras. Los judíos trabajaban en cualquier oficio urbano que podían. Algunos se convirtieron en prestamistas, ya que la Iglesia católica no permitía a los cristianos competir con ellos. Esos prestamistas a veces se hicieron ricos. El éxito económico de los judíos provocó envidia y codicia entre algunos cristianos que buscaban oportunidades para robar o que consideraban a los judíos eternamente responsables de deicidio.
Una oportunidad surgió cuando el papa Urbano II, en 1095, convocó una cruzada para reconquistar Jerusalén. Mientras los participantes en la Primera Cruzada se dirigían hacia Palestina, algunos mataron por el camino a 5000 judíos en el norte de Francia y a lo largo del Rin. Otras cruzadas trajeron consigo una destrucción similar. Como incentivo para promover la participación en las cruzadas, los papas a veces ofrecían la cancelación de las deudas que los cruzados tenían con los judíos.
Los cambios doctrinales de la Iglesia católica romana también contribuyeron a aumentar las tensiones. En 1215, el IV Concilio de Letrán, una importante conferencia eclesiástica celebrada en Roma, estableció la doctrina de la transubstanciación, la cual estipula que el pan y el vino de la Última Cena se consideran literalmente la carne y la sangre de Cristo. Durante los siglos siguientes, sacerdotes enfurecidos y líderes de turbas afirmaron repetidamente que los judíos profanaban las hostias. El Concilio de Letrán también decretó que los judíos debían llevar una insignia especial para diferenciarlos del resto de la población.
Otras acusaciones nuevas también comenzaron a difundirse. La acusación del «libelo de sangre», la cual afirmaba que los judíos mataban a niños cristianos para utilizar su sangre en los rituales de la Pascua, apareció por primera vez en 1144 en Inglaterra y resurgió a lo largo del siglo XIII. El emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico II investigó la acusación y la consideró infundada, pero siguió siendo popular entre quienes buscaban una causa para la acción de las turbas, como en Alemania en 1298.
Alrededor de 1220, alguien —¿un italiano? ¿un inglés?— inventó una historia sobre un encuentro con un judío que había insultado a Jesús en el camino hacia la crucifixión y que, por ello, tenía que vagar por el mundo para siempre. Esa leyenda del «judío errante» se extendió por toda Europa, y fue contada en cientos de publicaciones con cambios frecuentes en la trama. Algunos líderes difundieron historias descabelladas con fines políticos. En 1321, se argumentó que supuestamente los judíos franceses animaron a los leprosos a envenenar los pozos utilizados por los cristianos. Los judíos eran inocentes, pero 5000 judíos y leprosos murieron. Al año siguiente, el rey Carlos IV expulsó a los que habían sobrevivido.
Eso fue solo el preludio de los disturbios de la Peste Negra de 1348-1349, cuando los alemanes y otros acusaron a los judíos de causar la peste bubónica argumentando que habían envenenado los pozos. El papa Clemente VI reconoció la inocencia de los judíos, pero los ataques acabaron con muchas comunidades judías ya afectadas por la enfermedad. En Basilea, Suiza, los residentes quemaron a 600 judíos en la hoguera y expulsaron a los demás judíos de la ciudad, convirtiendo la sinagoga en una iglesia y destruyendo el cementerio judío.
El fin del judaísmo español llegó en 1492, cuando el gobierno español le ofreció a todos los judíos la antigua opción entre el exilio o el bautismo bajo presión. Algunos se bautizaron apresuradamente, conocidos como conversos, y tripularon los barcos de Cristóbal Colón. Al menos 100 000 judíos se marcharon. Muchos se dirigieron a Portugal, solo para ser expulsados cinco años más tarde. La mayoría acabó en tierras musulmanas. Las autoridades españolas confiscaron todas las propiedades de los judíos, araron sus cementerios, y destruyeron las sinagogas o las convirtieron en iglesias o pocilgas.
Una ciudad que no expulsó a los judíos fue pionera en una nueva técnica para restringir la interacción social de los judíos con el resto de la población: en 1516, las autoridades de Venecia comenzaron a exigir a los judíos que vivieran en una zona especial de la ciudad que incluía una fábrica de metal (un ghetto en italiano, de donde proviene la palabra gueto). Este proceso también facilitó la imposición de impuestos adicionales y la expropiación de las propiedades judías. En 1555, el papa Pablo IV aconsejó a todas las ciudades de la cristiandad que crearan guetos.
Los judíos también servían como fuente de entretenimiento. Como escribí en otra parte: «Durante dos siglos, de 1466 a 1667, el entretenimiento anual del carnaval de Roma antes de la Cuaresma estaba protagonizado por ocho judíos vestidos solo con taparrabos que tenían que correr una distancia de un cuarto de milla entre espectadores que los abucheaban. Los espectadores lanzaban piedras y basura a los corredores, y luego obligaban a los rabinos y otros líderes de la comunidad a besar una estatua de un cerdo». Por parte de los protestantes, Martín Lutero se convirtió en un feroz antisemita, dejando una huella en la cultura alemana que perduró de forma sangrienta hasta el siglo XX.