Dos libros publicados en 2022 por la editorial Wm. B. Eerdmans buscan confrontar nuestras suposiciones sobre el género de Dios desde dos ángulos diferentes.
God Is, de Mallory Wyckoff, es más personal y expansivo en su interpretación del papel de lo divino, mientras que Women and the Gender of God, de Amy Peeler, es más académico, sistemático y ortodoxo en sus afirmaciones sobre la naturaleza de Dios.
Para ser sincera, estuve muy cerca de escribir el prólogo del libro de Wyckoff porque estaba muy emocionada por su enfoque del tema. God Is contrarresta la «noción predeterminada de Dios como una ser masculino y anciano en los cielos» al mostrar que Dios es, como sugiere el título de un capítulo, «más de lo que nos han hecho creer».
Wyckoff aborda más de una docena de declaraciones potencialmente nuevas de «Dios es» como: «Madre», «Partera», «Anfitrión» y «Hogar». Se trata de un libro valiente, en el que encontramos mucho qué aprender y poco con lo que estar en desacuerdo. Sin embargo, no me sentía simplemente incómoda con los capítulos donde Dios es «Sobreviviente de trauma sexual» y «la Sabiduría Interior»: me parecieron más bien heterodoxos. El primero empuja el límite de la analogía de una manera que simplemente no encaja; el segundo es el título de una herejía.
Según Wyckoff, cuanto más aprendes sobre ti mismo, más cambian tus concepciones de Dios. En parte, esta observación parece cierta. A medida que crecemos en la vida y la fe, debemos pasar de la leche a la carne, como lo dice el apóstol Pablo (1 Corintios 3:2-6). Wyckoff señala que la madurez la movió a nuevas formas de imaginar a Dios: «En cada etapa de la vida, con cada iteración de mí misma, he visto a Dios reflejado en múltiples luces. He encontrado varias imágenes del Dios que es todo y ninguna de ellas». Del mismo modo, ella quiere expandir nuestras nociones de Dios y movernos de «un Dios pequeño, un pequeño tú» a una abundancia de metáforas.
Si bien aprecio cómo Wyckoff expande la personalidad de la Deidad más allá de «una o dos metáforas de Dios, todas decididamente masculinas», ella ignora algunos límites importantes. Su falta de parámetros en torno a la identidad de Dios le permite absorber el misticismo no cristiano como fuente de verdad, a la vez que afirma que «los cristianos no son dueños del concepto de Dios». Más atrozmente, Wyckoff integra su conocimiento de Dios con su propio autoconcepto, como «dos olas en una danza rítmica, separadas una de la otra, pero moviéndose como una sola», ignorando que se trata de realidades separadas.
Una buena dosis de la Ortodoxia de G. K. Chesterton podría separar las afirmaciones insostenibles de este libro de sus aseveraciones reales. Chesterton discierne que alguien con los brazos demasiado abiertos no es capaz de sostenerlo todo, sino que no se aferra a nada. Al refutar lo que él llama «la herejía del dios interior», Chesterton escribe: «que Jones adore al dios interior significa, en última instancia, que Jones adora a Jones».
En vez de consultar al dios interior, explica, el cristianismo afirma que «uno no solo tiene que mirar hacia adentro, sino mirar hacia afuera, para contemplar con asombro y entusiasmo una compañía y un capitán divino».
Y aunque debemos magnificar nuestra imaginación de Dios más allá de las imágenes masculinas, esta amplificación de la naturaleza divina no debería aumentar también el tamaño de nuestro ego. «Si un hombre quiere hacer su mundo grande», aconsejó Chesterton, «él mismo siempre debe estar haciéndose pequeño». Del mismo modo, si deseamos un Dios grande y santo, debemos reconocer nuestra naturaleza como criaturas.
Peeler está de acuerdo con Wyckoff en que Dios es identificado erróneamente como estrictamente masculino y que esta imagen ha llevado a la devaluación de las mujeres. De hecho, ella comienza con dos grandes afirmaciones que se repiten a lo largo de su libro: «Dios realmente valora a las mujeres» y «Dios el Padre no es masculino».
Debido a las connotaciones de género de la palabra Padre, muchas personas asumen la masculinidad de Dios. Esta suposición conduce a una jerarquía intrínseca inexacta entre hombres y mujeres. En su libro, Wyckoff enumera citas misóginas de la tradición de la iglesia y luego bromea: «La realidad es que estos hombres siguen siendo algunos de los pensadores más elogiados e influyentes que dieron forma al fundamento de lo que conocemos como cristianismo». Por esta razón, Wyckoff elige nuevas fuentes para sus metáforas.
Sin embargo, Peeler permanece dentro de la tradición de la iglesia al refutar nuestras afirmaciones incorrectas sobre la masculinidad de Dios. De ninguna manera Peeler intenta convertir a Dios en un ícono feminista, ni cambia la jerarquía de género para favorecer a las mujeres sobre los hombres. En cambio, ella usa la lógica y las Escrituras para corregir ciertas afirmaciones acerca de Dios que han ganado prominencia a pesar de su error. Como Peeler afirma correctamente: «Todos los humanos sufren cuando Dios se parece más a unos que a otros». Ella desmantela argumentos insuficientes que afirman la masculinidad de Dios y exalta la prominencia de las mujeres en la narrativa cristiana, todo mientras defiende posiciones teológicas ortodoxas y afirmaciones de credo.
Antes de leer el libro de Peeler, nunca había confrontado la realidad de que Dios se encarna a través de la carne femenina. Porque mientras Jesús es completamente varón, su composición humana fue suministrada por el cuerpo de una mujer a través de su madre, María. «La encarnación dice un claro y singular no a la misoginia», escribe Peeler. Dios se le aparece a una mujer, le pide permiso para una asignación divina, se digna a residir dentro de su vientre y eleva su cuerpo para convertirlo en un lugar santo.
Peeler describe cómo el cuerpo encarnado de Jesús confió íntimamente en María: «Este es el cuerpo que el Espíritu Santo preparó solo de la carne de María y el cuerpo que entró en el mundo a través de María, el cuerpo que fue sostenido por la leche de María y cargado por los brazos de María». De esta manera, la carne de Cristo se da a través de la carne de María, porque de ella proviene el cuerpo de Cristo.
Aunque Peeler denuncia la herejía de entender a Dios como varón y eleva a las mujeres, ella impugna para que los cristianos continúen empleando el lenguaje del Padre y el Hijo, como lo instituyeron las Escrituras y Jesús. Si bien «Dios exhibe características masculinas y femeninas», el lenguaje que se encuentra en las Escrituras, la tradición eclesial y las propias palabras de Jesús enfatiza su calidad de Hijo y la paternidad de Dios. Peeler cree que los cristianos deben someterse a la manera en que Dios se nombra a Sí mismo, pero a su vez afirma que «todo el lenguaje de Dios» debe ser «interpretado a través de la lente de la encarnación».
En su exploración de Jesús como «El salvador masculino», Peeler nuevamente resiste la tentación de desviarse de la ortodoxia. Ella reconoce las interpretaciones erróneas en la tradición de la iglesia de lo que significa la masculinidad de Jesús para los hombres y mujeres cristianos. Por ejemplo, C. S. Lewis y otros teólogos han afirmado erróneamente que las mujeres no pueden «representar a Dios» en el liderazgo de la iglesia porque confundiría a los feligreses para que piensen que «Dios es como una buena mujer» y, por lo tanto, llevaría a creer en una «religión distinta a la cristiana».
Por el contrario, Peeler busca recordarle a la iglesia en general que Jesús es «un Salvador encarnado en un cuerpo de hombre con carne provista por el cuerpo de una mujer». La mujer fue creada primero del hombre, pero el nuevo hombre es creado de la mujer. Peeler recurre a San Agustín para reforzar su argumento: «Nació de mujer. No pierdan la esperanza, varones, pues Cristo se dignó ser varón; no pierdan la esperanza, mujeres, pues Cristo se dignó nacer de mujer». Ya sea que los lectores estén o no de acuerdo con las afirmaciones de Peeler con respecto al papel de las mujeres en la iglesia, ella hace un argumento convincente que vale la pena analizar.
Antes de concluir, Peeler pasa de las afirmaciones sobre el género de Dios a las implicaciones para la vocación de las mujeres. Peeler primero exalta el ejemplo de María, a través de quien Dios «provee un honor inestimable a la maternidad». Luego camina a través de las formas en que Dios llamó a María a servir en nombre de su reino al enumerar otros roles que ella cumplió, incluyendo su cántico a Elisabet, su papel al instruir a los siervos en las bodas de Caná y al testificar a las multitudes en Pentecostés. Según Peeler, «el Dios del Nuevo Testamento no silencia el ministerio verbal de las mujeres».
Algo que admiro del libro de Wyckoff es su afirmación de que usar imágenes femeninas de Dios no significa tener una agenda feminista. A las mujeres se les concede permiso, e incluso se les aplaude, por encontrar formas en las que reflejamos a Dios en el mundo. El libro de Wyckoff busca empoderar las voces de las mujeres en la iglesia, que con demasiada frecuencia son descuidadas o silenciadas. Además de eso, su libro también es divertido y refrescante.
Lo que más me gusta del libro de Peeler es cómo demuestra que una interpretación sistemática de la Palabra de Dios apoya nuestras intuiciones sobre la belleza de la feminidad. En lugar de simplemente confiar en nuestra experiencia personal, que puede llevarnos por mal camino, Peeler respalda sus afirmaciones con evidencia de las Escrituras y con la tradición de la iglesia. Con su autoridad experta como erudita bíblica, Peeler nos muestra que las mujeres importan y que, afortunadamente, Dios no es meramente un hombre.
Jessica Hooten Wilson es la primera en ocupar el lugar Seaver College Scholar of Liberal Arts en la Universidad de Pepperdine y es senior fellow en The Trinity Forum. Es autora de varios libros, el más reciente Reading for the Love of God: How to Read as a Spiritual Practice.